AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los lazos del destino. {Flashback | 16 años atrás}
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Los lazos del destino. {Flashback | 16 años atrás}
Recuerdo del primer mensaje :
Su cabello estaba terriblemente repeinado con algún tipo de aceite que sus padres usaban para hacerlo parecer un maldito muñeco. Llevaba el cuello de la camisa tan almidonado y las prendas tan limpias, que si se quedaba quieto podría haber pasado por un tétrico muñeco de cera realmente realista. Se miró en el espejo, con algo de morros. Por ese entonces Vaël era un muchacho de ocho años, ligeramente rechoncho, con las mejillas infladas y sonrosadas. Era toda la imagen de un muchacho bien alimentado y que no tenía que mover un dedo más que para pedir y seguir pidiendo. Aun así se veía adorable, no era un gordito repelente, era de esos a los que querías agarrar de los mofletes, estirárselos y comenzar a zarandearle la cabeza de un lado a otro. Cosa que su madre no tardó en hacer, dejándole las mejillas aun más enrojecida.
- Mi caballerito está perfecto. Pórtate bien, quizás sea el día en que conozcas a tu futura esposa. - el niño la miró con los ojos abiertos como dos platos, ¿esposa? Si aun no tenía ni pelo más que en la cabeza como quién diría.
Apenas un rato después ya estaba rodeado de adultos, rodeado de ostentosidad, de ruido y conversaciones que en su mayor parte no entendía, ya que apenas conocía algunas palabras sueltas en francés, a las que había prestado atención en sus clases particulares. Por el momento estaba más interesado en jugar y pasarlo bien, como en esa ocasión. Era algo travieso y caprichoso, así que tras jalar un rato de la falda del vestido de su madre, el cual le apretaba tanto los senos que casi se le pegaban a la barbilla, y ver que no obtenía atención alguna, se marchó de aquel hotel de ricachones y salió corriendo, literalmente, a recorrer él solito las calles de parís.
Ingenuo como solo un niño sería capaz, pensó que podría recorrer aquella ciudad y luego simplemente con caminar por el mismo camino de vuelta, llegaría tranquilo a su lugar de partida. Iluso. Había pasado ya largo rato, sus tripas empezaron a rugir, acostumbrado a picotear siempre que se le antojaba. El cuello y el apretado pañuelo en su cuello le molestaban horriblemente y no tenía la más remota idea de donde estaba. Cuando trataba de hablar a algún adulto que pasaba por allí, lo ignoraban de forma vil, pensando que quizás era algún tipo de pordiosero pidiendo limosna, ¿es que acaso nadie se fijaba en su claro traje?
Finalmente, buscó refugio en la entrada de un callejón, donde se pegó a la pared, no pensaba sentarse en ese sucio suelo, a su madre le daría un ataque si se manchaba el caro traje. Agachó la cabeza, empezando a sollozar en bajo, solo quería volver con sus padres, a esa presuntuosa fiesta donde no entendía a nadie, porque todos hablaban realmente raro y su acento francés para las cuatro palabras que conocía, era terrible.
Su cabello estaba terriblemente repeinado con algún tipo de aceite que sus padres usaban para hacerlo parecer un maldito muñeco. Llevaba el cuello de la camisa tan almidonado y las prendas tan limpias, que si se quedaba quieto podría haber pasado por un tétrico muñeco de cera realmente realista. Se miró en el espejo, con algo de morros. Por ese entonces Vaël era un muchacho de ocho años, ligeramente rechoncho, con las mejillas infladas y sonrosadas. Era toda la imagen de un muchacho bien alimentado y que no tenía que mover un dedo más que para pedir y seguir pidiendo. Aun así se veía adorable, no era un gordito repelente, era de esos a los que querías agarrar de los mofletes, estirárselos y comenzar a zarandearle la cabeza de un lado a otro. Cosa que su madre no tardó en hacer, dejándole las mejillas aun más enrojecida.
- Mi caballerito está perfecto. Pórtate bien, quizás sea el día en que conozcas a tu futura esposa. - el niño la miró con los ojos abiertos como dos platos, ¿esposa? Si aun no tenía ni pelo más que en la cabeza como quién diría.
Apenas un rato después ya estaba rodeado de adultos, rodeado de ostentosidad, de ruido y conversaciones que en su mayor parte no entendía, ya que apenas conocía algunas palabras sueltas en francés, a las que había prestado atención en sus clases particulares. Por el momento estaba más interesado en jugar y pasarlo bien, como en esa ocasión. Era algo travieso y caprichoso, así que tras jalar un rato de la falda del vestido de su madre, el cual le apretaba tanto los senos que casi se le pegaban a la barbilla, y ver que no obtenía atención alguna, se marchó de aquel hotel de ricachones y salió corriendo, literalmente, a recorrer él solito las calles de parís.
Ingenuo como solo un niño sería capaz, pensó que podría recorrer aquella ciudad y luego simplemente con caminar por el mismo camino de vuelta, llegaría tranquilo a su lugar de partida. Iluso. Había pasado ya largo rato, sus tripas empezaron a rugir, acostumbrado a picotear siempre que se le antojaba. El cuello y el apretado pañuelo en su cuello le molestaban horriblemente y no tenía la más remota idea de donde estaba. Cuando trataba de hablar a algún adulto que pasaba por allí, lo ignoraban de forma vil, pensando que quizás era algún tipo de pordiosero pidiendo limosna, ¿es que acaso nadie se fijaba en su claro traje?
Finalmente, buscó refugio en la entrada de un callejón, donde se pegó a la pared, no pensaba sentarse en ese sucio suelo, a su madre le daría un ataque si se manchaba el caro traje. Agachó la cabeza, empezando a sollozar en bajo, solo quería volver con sus padres, a esa presuntuosa fiesta donde no entendía a nadie, porque todos hablaban realmente raro y su acento francés para las cuatro palabras que conocía, era terrible.
Última edición por Vaël Sunderland el Jue Ago 30, 2012 7:53 am, editado 1 vez
Vaël Sunderland- Humano Clase Alta
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Re: Los lazos del destino. {Flashback | 16 años atrás}
El chiquillo se quedó mirando al tipo del servicio que se metió dentro, apretando un poco los labios. Seguro que le caía una buena reprimenda por haberse ido a pasear solito y sin permiso, pero dudaba que sus padres salieran a buscarlo a la puerta. Seguramente mandarían a James, que era el sirviente personal que la familia siempre se llevaba, un hombre estirado de una familia de mayordomos inglesa, ya nos podemos imaginar. A Vaël le caía bien, pero a veces le irritaba que fuera tan tieso el tipo.
Finalmente lo vio aparecer por la puerta, dirigiéndose hacia ellos y el muchacho suspiró, no se había equivocado. Tampoco había entendido nada de lo que el mayor había dicho, pero aun así le dedicó una pequeña sonrisa, seguro que era algún tipo de despedida o algo de eso, a saber. Apenas distinguió la palabra familia. James terminó por llegar hasta ellos, con su bigote perfectamente recortado y tan tieso que parecían haberle metido un palo por...ya nos entendemos.
- Señor, lamento las molestias que el señorito haya podido causaros con su irresponsable comportamiento. - dijo él, dirigiéndose obviamente a Basile con un francés casi perfecto, pero suavizado por su acento. Su mayordomo era un hombre muy listo, sabía un montón de cosas y llevaba con su familia desde que él tenía uso de razón - Permitidme compensaros y ofreceros uno de nuestros carros para que os lleve a donde deseéis. - se metió una mano en la ropa, sacando un saquito donde, por su sonido, habían una cantidad de monedas interesantes que le entregó al muchacho. El mayordomo era insistente, y no aceptaría un no por respuesta, eso se veía en su cara. Finalmente se dirigió a Vaël en su idioma natal - Señorito, por favor despídase, debe regresar.
El menor hizo un mohín con la boca, poniendo morros como niño chico que era pero terminó por asentir, girándose para mirar al adolescente que le había hecho pasar ese rato tan diferente y genial. Seguro que recordaría a las bailarinas y a los escupefuegos. Estiró las manitas rechonchas para agarrarse a la ropa del muchacho y tirar de él con decisión para que se inclinase, poniéndose en puntas para pegar sus labios a los del contrario, dejando en estos un beso cargado de inocencia. Había visto que cuando su padre hacía algo bueno, su madre lo recompensaba con un beso de esos y había querido darle lo mismo al mayor. Sintió sus mejillas calentarse y simplemente se apartó, sonriendo ampliamente.
- Gracias. - su mayordomo se los había quedado mirando, alzando una ceja. Aun no se imaginaba que ese iba a ser el primer tonteo de su señor que vería, el primero de muchos y curiosamente, también sería con ese chico con el que lo haría por última vez - James, dile que me divertí mucho y que nunca lo voy a olvidar. - el hombre hizo un asentimiento de cabeza, transmitiendo sus palabras al contrario como despedida. Se marcharía sin siquiera haberse presentado o haber intentado conocer y recordar el nombre de aquel adolescente. Aunque igualmente, seguramente años más tarde esa información se habría borrado de su memoria.
Vaël Sunderland- Humano Clase Alta
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