He encontrado la hora perfecta [Völkker]

Tarde, se le había hecho tarde. Miro por encima de su hombro mientras avanzaba vertiginosamente sobre el empedrado, el astro rey no tardaría en sucumbir, se escondería en aquel distante punto en que cielo y tierra formaban una línea interminable, una línea que surcaba el horizonte de par en par. Las nubes habían comenzado a palidecer y pronto todo se matizaría con rojos opacos y naranjas intensos, la tierra ardería unos minutos antes de quedar en la completa obscuridad. Viro en la siguiente esquina para toparse con un suelo irregular, las plantas y florecillas encontraban espacios entre las piedras por los cuales sobrevivir, le gustaba, le gustaba aquella casa abandonada a la cual había hecho ahora su segundo hogar.

Entro por la puerta medio caída, abalanzándose hasta la manta que había ubicado estratégicamente en el suelo, donde la lluvia no alcanzaba a mojar sus pertenencias. Y con la rapidez con que había llegado se despojo de sus prendas doblándolas delicadamente sobre la manta, los zapatos a un lado y el lazo que hasta aquel instante mantenía su cabello en un fino rodete en medio de todo. Estaba habituada a las transformaciones, a sentir su alma liberarse en un cuerpo más pequeño. Le gustaba, no, le encantaba poder canturrear aunque solo fuese en la lengua de las aves. Por lo menos aquello le quedaba.

Salió del lugar en un vuelo ligero pero veloz, batiendo alas para ganar en la carrera contra la partida del sol. Debía admitir que le gustaban mas los amaneceres, ver como somnoliento la inmensa estrella se alzaba en las lejanías, despertando aquel animal en su interior que vibraba y aleteaba como intentando salir de un encierro. Debía admitir que le encantaba volar entre las casas y los puestos, despertando con el olor del pan y las nuevas florecillas. Debía admitir que, silenciosamente, había hecho un pacto con el tiempo y aquel día no sería la excepción de su novedosa rutina. Ceso su vuelo solo cuando sus diminutos orbes de ruiseñor pudieron vislumbrar el árbol bajo el cual sus encuentros tenían lugar.

¿Qué llevaría para comer en aquella ocasión? Meneo la cabecilla alejando el pensamiento con rapidez, la relevancia de aquella cuestión había desaparecido después del primer encuentro, cuando por azares del destino le había encontrado solitario en aquel lugar, meditando en el éter mismo del universo sobre cuestionamientos que aun ahora le eran difíciles de comprender. No importaba, sin embargo, lo importante era asistir, no perder la cita que sin nombre ni horario se había estipulado días atrás. Hacía cuanto no lo sabía con claridad. Canturreo a viva voz indicando su llegada ¿Y si había llegado demasiado tarde? ¿Y si había tenido que partir ya?

Su diminuto cuerpo cayó sobre el césped, avanzado a gráciles brincos de aquí a allá. En ocasiones se cuestionaba si el joven no sospechaba de su inusual inteligencia quizás no resultaba ser tan disimulada como pretendía “Oye ¿Dónde estás?” canturreo nuevamente.

Se poso sobre su mano con rapidez, en cuanto escucho su voz aclamando su llegada “¡No se te olvido!” y si su pico no fuese tan rígido, una afable sonrisa se encontraría surcando su diminuto rostro de par en par. Y cuan raro podría llegar a verse aquella acción, mejor era no poder llevarla a cabo. Viviane había aprendido, con el tiempo, a no poner mala cara a la comida que llegaba hasta su mesa y aunque los insectos no eran mayoría en su alimentación no negaba sus instintos animales que ansiaban el bocadillo. La parte humana que aun residía en ella, sin embargo, se resistía a engullir bocado alguno de aquellos diminutos seres y no supo bien cuanto tiempo se paso observándolos, brincando de aquí a allá para alargar el tiempo.

Y todo aquello en vano, a la primera muestra de movimiento de los insectos su pico les dio caza, olvidando toda etiqueta de comida y modales que pudiese aun llegar a recordar “Creo que voy a renunciar al circo” como si le pudiese entender alguna de las palabras que cual melodía emergía de sus adentros, en una lengua olvidada por el hombre tiempo atrás y si aquel ser pudiese comprender sabría más de ella que ninguna persona en toda su existencia “¿Cómo has seguido en el trabajo? ¿Y tus hermanos?” engullo el ultimo escarabajo, meneando la plumífera cola para terminar sobre su rodilla, sujetándose a la tela del pantalón con suavidad aunque, tampoco era que sus diminutas e imperceptibles uñas pudiesen producir mayor daño.

No estaba segura del porque, del cómo o el cuando, en qué momento aquel hombre había adquirido la relevancia que ahora llegaba a poseer. Conocía su vida, sus pesares, sus problemas, comprendía su dolor y nunca habían llegado a entablar una verdadera conversación, porque él desconocía que ella le podía entender y no comprendía todo lo que ella llegaba a pronunciar, todas aquellas preguntas y exaltaciones que sentía junto con él. Aguardo a que su relato tuviese lugar, como tantos otros días, le gustaba oírlo hablar porque en sus palabras encontraba sinceridad. Se preguntaba si, de yacer en su forma humana pudiese guardarle la misma confianza que parecía depositar en el ruiseñor.

Se lleno de regocijo al observar al astro rey sumido en el horizonte, con su titilante luz dando los últimos atisbos de vida, mañana volvería a nacer y ella junto con él. Porque le gustaba pensar que el alma se renovaba junto con el sol, que cada día era un nuevo comienzo, uno mejor que el anterior “Te iré a visitar” le confesó, meneando la cabeza de un lado a otro. Le hubiese dado puntos y señas para que pudiera reconocerla, pero todo hubiese sido en vano.