Nuit des plaisirs ocultes [Völkker]

El permiso había vuelto a llegar a manos de la joven general, tanto ella como sus tropas disfrutarían de unos días de descanso antes de volver a campaña. Sus ompañeros, con la paga habían corrido a emborracharse con algo de vino barato y poque no, en busca de alguna noche de pasión con la primera cortesana que les abriera de piernas. Pero no, Napoléone, sabía lo que buscaba, buscaba algo y alguien en concreto y no se iría sin conseguirlo. Sabía que estaba de serviio, siempre estaba aquel día de la semana. Todo comenzó on una apuesta entre oficiales, en la que retaron a la general a acostarse con un cortesano, puesto que a la joven siempre se la había visto junto a mujeres, y ellos, tan sólo querían comprobar que de hecho, era una mujer. Napoléone no les defraudó, ganó aquella pequeña apuesta y del mismo tiro consiguio a una especie de amigo.

Con una botella de un vino tinto, bueno francés, en la mano se dirigió al local. Vestía su uniforme militar, con el pelo en un apretado moño escondido bajo el bicornio, en apariencia era un hombre más. Rauda, sabiendo ocn quien debía hablar para que le reservasen a su amigo por aquella noche no dudó en audir a él y le indicaron a que habitación debía pasar y así lo hizo. Una joven sirvienta estuvo encdendiendo las velas a la cual Napoléone enseguida despachó, claramente molesta, quería intimidad. Dejó la botella de vino en la mesa, sentándose en la cama, pensando que quizá hubiera sido más conveniente haber pasado por casa, pero realmente, nada más salir del cuartel general y enterarse que tenía como mínimo una semana libre, no se le ocurrió mejor manera de celebrarlo que aquella, posteriormente, si es que salía de aquel burdel en toda la noche se reuniría con amigos y compañeros y puede que lo festejaran con algunas copas.

Se fue soltando el pañuelo, dejando el bicornio a un lado de la cama. Se descalzó y anduvo por la habitación acariciándose el pecho por dentro de la camisa. Napoléone era una mujer hecha y derecha, pero no se podía decir que tuviera demasiadas curvas, ni tampoco mucho pecho, eso era realmente una ayuda para su oficio, pero a la hora de seducir, se la podía encontrar un poco "escasa" Aun así, Napoléone, era buena amante y tenía grandes dotes tanto en el lecho como en el campo de batalla. Lo que se le pedía a todo buen militar ¿No?

Escuchó la puerta abrirse y tan sólo giró la cabeza esbozando una sonrisa al ver quien entraba. -Te he traído algo de buen vino, creo que te gustará.-dijo a modo de saludo pero todavía sin acercarse a él. Todo iría como siempre, ella se dejaría seducir, le dejaría que la desnudase y la llevase al lecho donde haría vibrar hasta la última célula de su cuerpo de placer. Aunque pareciera sorprendente, Napoléone solía preferir ser complacida a complacer, algo extraño en su carácter.