Asechada - privado

Como cada tarde, cuando el sol comenzaba a menguar, llegó a la catedral, aquella construcción que sin saber del todo porqué, le parecía que la protegía de los peligros que asechaban su vida. Tratando de pasar inadvertida, cruzó la nave en silencio, llevaba riguroso luto – como cada vez que iba a pedir por el alma de sus amados. Sus sedosos cabellos, estaban ocultos tras un espeso velo, al igual que su rostro. Se inclino en frente al santísimo, apretó entre sus manos el relicario que guardaba la única posesión que le quedaba de su pasado. Un miniatura pintada por un artista importante de Turín, donde estaba plasmado el rostro afable de su madre, para ella aquel objeto representaba mucho mas que tener presente en la memoria su rostro – era el constante recordatorio de que no debía olvidar su venganza -.


Repitió la misma plegaria muda que cada día elevaba al cielo – Devuélveme, Padre Eterno, la paz que alguna vez tuve, ayúdame a librarme del demonio que está cerca y asechando. – Comenzó a rezar las plegarias que de pequeña le enseñaron, su voz suave y dulce como el trinar de un avecilla se elevaba con sus suplicas al igual que el incienso que perfumaba el lugar.


Una brisa suave y casi imperceptible, la trajo de vuelta al presente, giró su cabeza para ver quien entraba pero solo pudo observar a un monje rezaba por las almas del purgatorio. Se angustió, no le gustaba estar fuera de la mansión cuando el sol se ocultaba – seguramente ese ser estará listo para otra noche de sangre y lujuria – pensó, mientras se persignaba y se ponía de pie. Pero en ese instante un mareo la detuvo e hizo que se tambaleara. Como pudo se acercó a uno de los bancos y se sentó. Cerró los ojos e inspiró profundamente buscando oxigeno para sus pulmones.

El coche seguía su camino inexorable hacia la culminación de aquel viaje que había comenzado de forma muy accidentada para terminar convirtiéndose en éste extraño y a la vez mágico momento. Aun la tristeza se anidaba en el corazón de Chiara y sus ojos no disimulaban su turbación y el deseo de que él se animara a quedarse un momento más con ella. Pero pudo a preciar una sombra en la mirada azul de Ruggero, como si dudara – seguramente estará pensando que tipo de mujer ere,s que ofreces tan libremente tu compañía – caviló, mientras las mejillas y el rostro entero se cubrían de un color rojizo intenso. Bajó la mirada esquivando aquellos ojos, entonces lo oyó - Si, conozco uno muy ameno cerca del centro- el recorrido le llevó segundos para clavar los suyos nuevamente en los de él. En ella una sonrisa que fue creciendo de la timidez a la más absoluta satisfacción le cubrió su faz.

Cuando él, le respondió sobre su accionar aquella fatídica noche y le aseguró que muy por el contrario de lo que ella misma se reprochaba, había sido valiente permitiéndole estar en ese lugar y en ese instante. Sintió que el corazón le estallaría de felicidad, por lograr deshacerse de aquel enorme peso y de sentir que la valorara. Pero lejos estaba de llegar al límite del asombro, tras esas palabras el Inquisidor se desplazó por el coche y se sentó a su lado, la proximidad de aquel cuerpo masculino hizo que todos los sentidos de su cuerpo se aumentaran los vellos se le erizaron y un frio recorrió su espalda y sus pechos dejando marcas en ciertas partes de su cuerpo que rogaban no se hicieran evidentes. Cruzó los brazos sobre su cintura en una instintiva señal de auto protección – que me está pasando – pensó – ¿porque tiemblo como un gorrión en medio del cruel invierno?- Su olfato le dijo que aquel hombre poseía un aroma que nunca había experimentado en su vida, una esencia que le provocaba desasosiego y a la vez le infundía seguridad, sensaciones opuestas y poderosas.

Sintió el roce de unos dedos ásperos y sensuales en su barbilla exigiéndole suavemente que lo mirara, ella así lo hizo y al estar a punto de caer nuevamente en el abismo de esos ojos cerro los suyos instintivamente – ya que nunca había sido besada – acomodó sus labios a la espera de un nuevo roce, sintió como se estremecía aquel hombre e inclinó a un más su cabeza acercándose a él y en el momento en que esperaba sentir unos labios en sus labios, el calor que se extendía de aquellos dedos desaparecieron, la abandonaron, abrió sus ojos confundida y vio como él huía su mirada de ella y la dirigía a la oscuridad del piso del coche. En un segundo sintió rabia que se convirtió casi al instante en tristeza – ¿es acaso que soy tan poco agraciada?- Se oyó diciendo mientras que su cuerpo se encendía nuevamente como un leño en el hogar, se pegó al asiento y desvió su mirada al paisaje nocturno mientras una lagrima cruzaba nuevamente su rostro.

Su vista continuaba aun perdida, en la calle casi desierta de aquella noche, miró al cielo que se mostraba ahora cuajado de estrellas cristalizadas de pequeños diamantes de lágrimas. Se volvió tímidamente mientras escuchaba las palabras de Ruggero – ¿soy hermosa para ti? – Pensó mientras miraba ese mar azul que eran sus ojos – ¿acaso puedes sentir lo mismo que me ocurre? este sentimiento extraño y maravilloso de experimentar que eres alguien importante para mi ¿aunque apenas te conozca? – sus cavilaciones la llevaban a un estado de éxtasis , no se percató que su cuerpo iba acercándose más al de él. Entonces sintió nuevamente aquel contacto en su piel. No pudo contener un suave suspiro e inclinó su cabeza para sentir el contacto de la palma de aquella mano. Cerró instintivamente sus ojos para disfrutar mejor de aquella caricia íntima y secreta y cuando volvió a abrirlos pudo contemplar como aquel férreo hombre tenía las mejillas bañadas en lágrimas – ¿por qué? - pensó en un segundo, aunque todo lo entendió cuando le habló de su esposa y de su gran perdida, comprendió que en realidad se parecían mucho. Dulcemente secó aquellas lágrimas con sus dedos desnudos, hubiera querido extender su caricia a esos cabellos que de forma rebelde continuaban cayendo sobre el rostro del hombre.

Quería decir tantas cosas mientras él hablaba pero prefirió callar, el dolor que Ruggero experimentaba parecía tan grande que no quiso decir nada ya que nada podía calmar tanto sufrimiento – nada como una caricia – pensó mientras volvía a sumergirse en sus orbes. Cuando él aseveró que daría su vida por protegerla, mordió su labio inferior en un acto involuntario, que siempre hacía cuando algo la sorprendía o asustaba. Unas lágrimas tardías rodaron por sus mejillas cayendo a la palma abierta del hombre. En ese momento cuando iba a continuar con la frase el vehículo se detuvo y el cochero anunció que habían llegado, la pequeña pompa que los mantenía abstraídos del mundo se rompió y supo que las normas y el protocolo caían nuevamente sobre ella.

Caballerosamente, el inquisidor abrió la puerta y tras bajar extendió la mano para que a ella le fuera fácil descender del coche. Tocó con sus delicados pies la acera que se encontraba muy bien iluminada, observó el local era un pequeño pero elegante café, Chiara sintió que las manos de aquel hombre hervían de la misma manera como bullía su sangre por sus venas, temió que los colores treparan por su cuello a su rostro y apresuró su paso para alejarse de él. Pero sintió la mano de Ruggero presionando dulcemente su brazo y atrayéndola hacia él. Al girar se encontró con esos ojos que la embrujaban y sus cuerpos casi se tocaron, sentía la proximidad del hombre y la turbación se apoderaba de su mente.

-Signorina Di Moncalieri, las razones de mi vida me prohíben formar lazos. Mi corazón no debe de pertenecer a nadie; sin embargo, ahora le pertenece y sois la única que puede poner fin a mi agonía- al escuchar esas palabras sus piernas perdieron fuerza, su corazón dio un vuelco y su mirada se perdió en los azules de él. Sentía aquel cuerpo tan próximo y esos brazos que la rodeaban, que se sintió pequeñita entre ellos. La mano de él le acarició el pelo, que solo recogido por un lazo de terciopelo negro se soltó dejando libre sus cabellos dorados y haciendo que la caricia se intensificará en sensaciones, por un leve segundo su respiración se contuvo hasta que vio como él acercaba sus labios a los suyos, tembló como un pequeño pajarillo tiritando de frio, ante el contacto de aquel beso. Cerró los ojos y se dejó arrastrar por las miles de emociones que le recorrían el cuerpo. Y a pesar de que para ella el contacto físico había sido imposible después de aquella experiencia traumática, sus defensas se estrellaban contra la voluntad de aquel que le tomaba de improviso y sin permiso su primer beso. Sintió un sabor salobre que se fundía en aquella unión de labios y suspiros y vio como lagrimas recorrían la varonil mejilla.

Tras aquel beso, se separaron, ella debía admitir que aquella sensación única y nueva la había dejado aturdida y confusa – ¿porque se aleja? – se preguntaba mientras volvía a estremecerse con la caricia que él le brindaba nuevamente. En ese momento un hombre se acercó a ellos y les dio la bienvenida, ella aceptó el brazo que galantemente le ofrecía para caminar juntos los metros que los separaban de la puerta del café.

El ambiente era acogedor y tranquilo, iluminado con luces tenues y el aroma inconfundible de la mezcla de madera, cera y café recién preparado. Los acompañaron hasta una pequeña y encantadora mesa algo apartada, ella lo prefería, pues siempre deseaba pasar inadvertida. Le sonrió tímidamente mientras se sentaban para disfrutar de la mutua compañía.

Ruggero se sentó frente a ella y pidió para los dos, le gustó ese gesto y esperó paciente que el hombre se marchara, para levantar su mirada que hacía un momento observaban las manos de él. Se acomodó el pelo, con las manos, aunque eso era de mala educación, pero estaba nerviosa y sus cabellos caían ocultando parte su rostro. Se volvió a perder en esos orbes azules y el estómago se le llegó de mariposas al recordar el roce de esos labios en los suyos. Instintivamente llevó sus dedos a los labios, donde aún creía sentir el calor que hacía un momento se apoderaron de ellos. Entrecerró los ojos y le sonrió tímidamente - Discúlpeme le he ofendido, mi atrevimiento le ha puesto en evidencia y me apena mucho. Sin embargo, más pecaminosa es la idea de que lo volvería hacer – evocó en su mente la frase que él le dijera y la sensación en mitad de su cuerpo se intensificó. Iba a responderle sobre lo que él le había dicho, pero el camarero volvía con los cafés. Se sirvió algunos terrones de azúcar ya que a ella le gustaba dulce – bastante es vivir momentos amargos en la vida, para no endulzar el café – se dijo a si misma mientras movía suavemente la cucharilla en el pocillo.

Levantó la taza para tomar su bebida cuando él, le dijo que estaría grabada en su alma para siempre. Sus manos temblaron casi imperceptiblemente, sus ojos se centraron en el café negro - en mi alma y mis labios, también estarás grabado – dijo en voz alta sin pensarlo y se ruborizo al haber expresado sus sentimientos tan abiertamente. Bajó con cuidado el pocillo y lo miro a los ojos nuevamente. – No le pido que cambie nada de lo que no desee. No es mi intención trastocar su vida – sus ojos buscaron aquellos labios que la embrujaron – sí, deseo conoceros, que me habléis de vos, y me ayudéis a entender mejor, quien o que, es lo que me asecha. – Mientras ella hablaba, él se levantó y se colocó a su lado, tomándole nuevamente las manos. Giró la cabeza para mirar sus ojos azules y quedó sin habla – ¿qué poder tiene este hombre, que me hace sentirme pequeña y a la vez, protegida de cualquier amenaza? – caviló mientras acariciaba los nudillos de las manos de Ruggero.

- Hábleme de usted. Descanse vuestras penas en mí, vuestros sentimientos que yo no solamente los resguardaré sino también los atesoraré – aquellas palabras la devolvieron a la realidad y palideció, - ¿cómo podré contarle todo lo que pasó aquella noche? – se angustió – ¿podré decirle que aquel monstruo intentó primero mancillarme?, no!!! No podría, no después de oír sus palabras, de sentir su beso. – una sensación de incomodidad la recorrió, se sentía sucia, hizo fuerza para soltarse de las manos de Ruggero y esquivó su mirada – No creo que me sea fácil hablar de esa noche, de ese ser y de lo que intentaba hacerme… - callo por vergüenza y no tuvo fuerzas para volverlo a mirar. Con sus manos rodeo el pequeño pocillo y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas hasta caer en el café – amargo, siempre termina siendo amargo – pensó mientras sentía que su alma se hundía en un abismo negro de incertidumbres.

Levantó lentamente su mirada, cuando él se incorporó, sentado a su lado le había dicho las palabras más hermosas que alguna vez hubiera podido escuchar - Yo os puedo confesaros que tan sólo vuestra presencia me llena de dicha – sonrió tristemente, mientras lo observaba como se acomodaba frente a su café y alejándose de ella – mira lo que has conseguido – se reprendió al verlo nuevamente sentado al otro lado de la mesa. Lo miró con preocupación y tristeza, no quería que dejara de estar a su lado, al contrario hubiera preferido que la abrazara y consolara. – pero solo tú sabes por qué no quieres decirle lo que sufriste – caviló – no! No se lo podría decir ¿o acaso no dijo que desea dejar todo eso atrás?. Si le contara, ¿no querrá vengarse, no lo estaré arrastrando a un nuevo sufrimiento en su vida? – su mente se debatía en una lucha interna, feroz. De pronto se sintió muy cansada y cerró los ojos con un suspiro suave y lastimero. Las lágrimas se habían borrado ya de sus mejillas y no quería volver a llorar.

Cuando oyó las siguientes palabras de Ruggero . -No permitiré que le hagan nada, sabe porque... Porque, y a pesar de la brevedad, le amo- esa frase fue para su corazón un bálsamo que se extendió por su lastimada alma y las lágrimas volvieron a fluir, pero no por tristeza sino por tanta dicha. Solo ella comprendía, como tras tanta pena, había pensado que su vida estaría marcada por la soledad y la tragedia – pero hoy la vida te da una nueva oportunidad… para ti y para él – caviló. Extendió su mano soltando el pocillo y la entrelazo con la de Ruggero – yo también siento lo mismo. La vida nos ha puesto en este lugar, para que podamos elegir que deseamos para nuestro futuro. – acarició su mano mientras lo miraba intensamente a los ojos - Ruggero – pronuncio por primera vez su nombre, como si del tesoro más importante de su vida se tratase – deseo estar a tu lado toda mi vida, que puedas ser feliz y serlo también – descendió su mirada a las manos varoniles de él y tras volverlas a acariciar, continuó - pero matando por mas que sea en nombre de un justo ideal o no, solo se fomenta la ira, la venganza y las tragedias. No se puede vivir feliz asi, amor, si tu matas ellos mataran, en una danza macabra que nunca terminará. Buscaran quitarte lo que más ames o matarte a ti – sus ojos se volvieron a hundir en las orbes celestes de Ruggero - y yo no quiero que maten lo que más amo... – dejo la frase inconclusa y con sus dedos acarició los labios que la habían embrujado - … a ti, no podría vivir si supiera que en cualquiera de esas noches en que salieras a buscar justicia te alejaran para siempre de mi… o pensar siempre que podría ser la última vez que mis labios besaran los tuyos – puso su palma acariciando con ella los labios de su amado y sintiendo el beso que él depositaba en esta.

Se levantó y fue a su lado, sentándose muy junto a él, tomando con sus manos el brazo de Ruggero, apoyando suavemente su cabeza en el hombro, mientras sus cabellos le cubrían el rostro. Una de sus manos recorrió la distancia que la separaba de las manos de él y la otra se deslizó por el pecho masculino buscando anidiar en su corazón. – Dime amado, ¿es acaso una locura sentir este amor inesperado y ser tan feliz con ello? – levantó la mirada buscando sus ojos y añorando otro beso.