La hora del postre [Libre]

por **Athelstein Daventry** Vie Sep 14, 2012 10:47 pm

Hay cosas en la vida que amo con toda mi alma, como beber sangre del delicado cuello de una mujer, o ver cómo mis enemigos se retuercen de dolor ante mis ojos. Hay otras cosas que no me importan en lo más mínimo, como volver a ver la luz del día o las necesidades, pensamientos e ideas de un montón de humanos que no entienden nada. Hay cosas que antes amé y hoy me molestan, como mi hermmana Melannah que tuvo la estúpida idea de morir antes de que yo pudiera convertirla en un ser inmortal. Por último, hay cosas que odio, que me hacen querer destruir el mundo entero en un segundo, arrancarles las cabezas a todos los humanos y dejar que su sangre corra por las calles como un mar carmesí. Dentro de esta última categoría podría caer el ver un hombre que maltrata a una mujer, o que me despeinen el cabello.

Pero no es todo, también odio la sangre fría, una vez que la chispa de la vida abandonaba a mi plato fuerte, no había caso en seguir alimentándome de él. Me gustaba sentir cómo se debatían bajo la fuerza que les imponía, los espasmos cuando la muerte se acercaba, cómo se iban quedando sin vida, los ojos vacíos que acompañaban a la perfección el rictus de terror que se les quedaba en el rostro cuando por fin... estiraban la pata. Siempre hombres. Las mujeres eran demasiado únicas para matarlas, eran el vino que acompañaba mis largas noches, un pequeño sorbo y nada más, apenas para marcarlas como mías y quedarme siempre deseando mas de su embriagador aroma y su dulce sabor.

Odiaba también ensuciarme las manos con ese líquido pegajoso en lo que se convertía mi cena después de un rato. Y esa noche fresca en que las estrellas no se veían por las nubes que adonaban el cielo, yo, Athelstein Daventry, tenía las manos manchadas de sangre. Una mueca. Los ojos entrecerrados, la ira estaba ahí, conteniéndose por poco, y sólo porque mi cena había muerto ya y no tenía ningún otro objetivo en el que pudiera desatar mi descontento. Me limpié los restos en el elegante traje que ahora era la mortaja del que había sido un transeúnte cualquiera. Un hombre con tanta mala suerte como para haberse topado conmigo en mi búisqueda de comida. Levanté la mirada y rebusqué en el bolsillo de mi camisa mi impecable pañuelo blanco con el que me limpié las comisuras de los labios. Luego volví a la expresión aburrida que me caracterizaba y eché a andar con la mente enfocada en un buen postre.

Tarareaba una canción cambiando el ritmo, apresurándola por momentos y haciéndola lenta también, subiendo la voz, bajánola hasta convertirla en un susurro. Una melodía que parecía tétrica, o tal vez sólo yo la escuchaba así. ¿Qué sería el día de hoy?, ¿Una rubia con rizos que cayeran sobre su espalda?, ¿Una morena que se negara a cooperar y a quien tuviera que conquistar antes de hincarle el diente?, ¿Una pelirroja dulce como la miel? Agucé el oido esperando escucharla, alenté el paso como un depredador que acecha a su presa, olfateé el ambiente, la reconocería a mil kilómetros. Porque cada noche encontraba a la mujer perfecta, y cada noche sorbía de su cuello para satisfacer mi sed. Cada noche una mujer. La mujer perfecta. Y todas eran exquisitas.

por **Ludimila** Lun Sep 17, 2012 9:33 am

Hoy iba a salir tarde del entrenamiento.
Ludimila había decidido alargar su estadía en la academia de baile. Llevaba unos días obsesionada con poder mejorar su técnica de baile...¿Cuando volvería a toparse con aquel hombre tan misterioso de nombre Fausto? Sea como fuese , cuando eso sucediese Ludimila estaba a la altura. Ya sabia hablar bien francés y había mejorado su nivel de vida, ya que ahora tenia una protectora subencionandola.

Pero lo que nadie le podía dar era el talento en el baile, solo ella podía conseguirlo y debía esforzarse cada día más y más.

Se quedo estática, quizá se estaba forzando demasiado y cuando recupero el aliento se dio cuenta de que ya había anochecido. Suspiro cansada y algo hastiada, no le apetecía volver a la pensión y le dolían todos sus músculos, pero hizo de tripas corazón, arreglándose y vistiendo sus ropas de calle.

A pesar de todo, hacia una noche preciosa, la luna se alzaba hermosa y orgullosa sobre el cielo estrellado. Ludimila le sonrió ampliamente y continuo andando más, cuando volvió a posar sus ojos violetas al frente se dio cuenta de que se había desviado de su camino.

-Demonios-susurro en su lengua materna. Ludimila era tan soñadora y tan risueña que muchas veces se perdía, incluso admitía vergonzosamente que aun no había memorizado las calles parisinas...era todo un caso.

Ojeo el panorama y vio a lo lejos a un caballero. La rusa trago saliva ya que no podía fiarse de las apariencias...¿que podía hacer? Suspiro y apresuro el paso hacia él. Le preguntaría donde se hallaba y ya esta, se iría por donde había vuelto.

-Disculpe señor...¿como se llama este lugar?-pregunto esta en un perfecto francés no sin haber desaparecido su acento ruso-¿Como puedo regresar al centro de París?

por **Athelstein Daventry** Dom Sep 23, 2012 4:37 pm

Una carcajada se elevó desde lo más profundo de mi estómago hasta mis labios sin que yo pudiera reprimirla del todo, en lugar de eso, la minimicé en una sonrisa ladeada. Tal vez haya sido su aroma a fémina que llegó antes que la visión de su belleza llegara a posarse en mi espacio visual, tal vez haya sido el sonido de sus pasos que mis oidos captaron en cuanto se iba acercando, o tal vez sólo había sido que tenía antojo de algo. Detuve mis pasos en cuanto la vi, deseaba que mi postre viniera a mi, no perseguirla yo, quería que me necesitara un poco y después, en agradecimiento tal vez...

Era raro que a esa hora me encontrara una mujer como la que apareció en el callejón, no era temprano y yo había puesto mi mente tal vez en una cortesana regresando del burdel, una chiquilla que escapaba de su casa, una mujer asustada que corriera hacia mis brazos. Casi lo mismo. Borré la sonrisa de mi rostro y mantuve una expresión seria mientras ella apresuraba el paso, la anticipación de hicarle los dientes en el cuello crecía en mis entrañas y se expandía por todo mi cuerpo muy lentamente, casi podía saborear el sentimiento. -Bonne nuit, ma petite crème brûlée- Lo dije sin decirlo, un susurro perdido entre las estrellas que adornaban el cielo nocturno, seis palabras que se perdieron en el leve viento que se levantaba por los callejones haciendo la noche más fría de lo que ya era. Y la esperé. Ahí parado esperé a que se acercara, y cuando la tuve frente a mi comenzó todo.

Su cabello negro como el ébano, su piel tan fina como de porcelana, sus ojos que contrastaban con todo lo demás, ojos de un color tan único que me hacían querer perderme y no encontrarme jamás. La mujer perfecta, ya lo había predicho. Dejé salir un suspiro antes de romper el hechizo de su voz con la mía transformada en una respuesta. Señor. Qué formal. - Queda usted disculpada, madame.- Acento ruso y francés perfecto, no me había pasado desapercibido nada, también podía oler el nerviosismo que despedía y eso no me servía de nada. -Esto se llama callejón de Paris pero yo puedo llevarla al centro si ese es su destino- Levanté la mano para frenar la respuesta, yo sabía qué iba a decir, podía adivinar que no querría ir conmigo de ninguna manera. -Primero permítame presentarme, mi nombre es Athelstein y así puede llamarme para evitar que me diga "señor"- Una sonrisa para casi terminar mi actuación. -¿Puedo ser entrometido y pedir su nombre?- Levanté una ceja, hice una pausa y miré hacia un lado por medio segundo antes de volver mis ojos hacia ella. -Y sé que es mucho pedir... ¿Puedo saber qué hace una señorita como usted en parajes como estos?-

por **Ludimila** Mar Sep 25, 2012 9:34 am

-Athelstein-repitió la rusa en un susurro, no muy convencida-Pregunto yo lo mismo ¿Que hace un caballero como usted en un callejón maloliente como este?-pregunto sagaz la joven. Podría ser un tanto ingenua, pero desde luego no era tonta y le gustaba mucho observar su entorno- Me llamo-suspiro-Ludmilia-se reservo decir su apellido- Y...me he perdido-articulo una sonrisilla, le daba mucha vergüenza admitirlo, pero aun no se manejaba bien en París. Al menos en su totalidad...y había salido tan tarde, así que al final, se lo tomo con humor y al mal tiempo buena cara.

-Le agradecería mucho su ayuda-retomo la morena algo distante, normalmente Ludimila era más cercana y agradable pero el encontrarse en un callejón oscuro y a solas con un desconocido no ayudaba mucho.

Y hablando del nuevo acompañante, era alguien ¿como decirlo? enigmático, si, esa era la palabra. La joven sentía que aquel caballero desprendía cierto magnetismo, algo que alimentaba la mordaz curiosidad de la rusa ¿Que seria? Se mordió los labios discretamente.

-Así que quiere acompañarme-concluyo la joven, mientras con la mirada, intentaba buscar algún rasgo de bullicio que le indicaba que el centro no estaba tan lejos-De acuerdo, es usted muy amable-sonrió levemente a modo de "gracias"-¿vamos?-inquirió la rusa ,cogiendo tímidamente el brazo del otro,para que comenzaran a andar.

-¿Es ingles?-pregunto curiosamente, ya que su nombre le resultaba extravagante...y eso que los nombres rusos en general también lo eran-No se ve muy francés.

Aquella noche era algo fría y una brisa destemplada hizo acto de presencia.A pesar de venir de la fría y lejana Rusia, a lo que no estaba acostumbrada era a aquellos aires, pero si a un invierno seco. Más ahora se hallaban en la primavera e iba conforme a la estación que tocaba. Con una mano libre se retiro un mechón de pelo que tenia delante de su faz y se encogió levemente.

por **Athelstein Daventry** Sáb Oct 13, 2012 12:43 pm

Ludmila. Conforme iba acercándose me relamía mentalmente los labios, su olor e impregnaba las fosas nasales hasta hacerme querer saltar sobre ella y devorarla de un solo bocado. No iba a hacerlo, la dama creía que estaba frente a un caballero y yo pretendía dejar que lo creyera. Podía ser un caballero, sabía las palabras, había imitado las posturas, era muy capaz de hacerle creer la mentira que ella sola se había inventado porque yo estaba muy seguro de que un caballero nunca mordía a una daa. Al menos no en medio de la calle. -Me gusta la soledad que proporcionan los callejones a estas horas- O más bien el anonimato que le impregnaba esta oscuridad al asesinato que acababa de cometer. -Hace que me inspire- Un encogimiento de hombros que concluyó la actuación por un segundo. Mirada perdida. Podía oler su desconfianza y cada que cruzaba sus ojos con los míos, leía fragmentos de pensamiento que decían que no confiaba en mí. Muy bien hecho. Uno no va por la vida confiando en un demonio por más inofensivo que parezca.

Escondí una sonrisa a medias mientras ella tomaba mi mano. Un cuadro perfecto para cualquiera que lo viera, un caballero ayudando a una dama a salir de un desacierto en su ubicación geográfica. Una postal para regalar. Una prueba de la bondad que todavía existía en el mundo, eso claro, si no estuvieran leyendo nuestros pensamientos, uno hambriento, la otra nerviosa. Uno dispuesto a morderle el cuello en cuanto bajara las defensas. Bueno, primero la convencería pero a mi nadie me negaba el postre. -Si usted quiere, la puedo llevar hasta el primero lugar que conozca. No quiero imponer mi voluntad, sólo le estoy ofreciendo mi ayuda- Palabras exactas, perfectas, lo que se esperaba de mi porque yo sabía cumplir las expectativas que leía antes de siquiera acercarme. En esta obra me tocaba ser el caballero y cuando se bajara el telón y se apagaran las luces, podía dejar salir al vampiro que tenía sed de sangre dulce como la de aquella señorita de acento extranjero.

Tomé su brazo y me encaminé hacia un lado del callejón y entonces soltó un golpe bajo. Uno que me hizo recordar cosas que uno no quiere recordar, los ojos de un chiquillo asustado que corría por la casa buscando a su madre que ya se había ido. Un escalofrío engañoso que me recorrió la columna. Mandíbula tensa. Ojos atentos. Y el niño que gritaba dentro de mi mente, pero no me gritaba a mi, le gritaba a ella. Y con todas sus fuerzas ensordecía mis pensamientos con un grito que nunca dejaría que salíera de mis labios. Y pataleaba y trataba de llamar la atención pero el vampiro lo tenía atrapado en una jaula, enterrada bajo capas y capas de maldad. Y le gritaba a Ludmila que huyera. Pero ella no podía escucharlo. -No soy de aquí, ni de allá. Provengo de todas partes, de ninguna o de algún lugar imposible entre ambas opciones- La miré esperando su reacción pero no quería asustarla, el niño asustado tenía atrapado al pobre diablo que contaba con mil voces dentro de la cabeza. Un intermedio en el teatro que armábamos a medio callejón. -Si, soy inglés pero llevo mucho tiempo en Francia-

-¿Y usted? Tampoco se escucha muy francesa-Una mueca mientras el vampiro se deshacía del niño y cuando volvió a tener el control prosiguió con la función. Me deshice de su agarre y me quité el saco y mostrándole una sonrisa de medio lado coloqué la prenda sobre sus hombros. -No quiero que se resfríe.

por **Ludimila** Dom Nov 18, 2012 5:03 pm

Un suspiro broto de sus labios. Desde luego no se trataba de un caballero convencional, ya que uno que se preciase no andaba a esas horas de la noche por un callejón pero ¿Quien era ella para juzgar? Nadie, por supuesto, y Ludimila no era prejuiciosa.

-Esta bien, le doy mi voto de confianza-contesto de manera resuelta y con cierta gracia. La joven rusa solo deseaba salir de aquella oscuridad y llegar a su casa para descansar, ya que estaba exhausta de tanto practicar baile-¿Ingles? ¡¡que interesante!! Ya decía yo que su acento no era común y si, lo ha adivinado, yo soy de la lejana Rusia y he venido a París para buscar fortuna-soltó tan tranquilamente, ya que Ludimila tenia la pasmosa facultad de ponerse a hablar con cualquiera que se le pusiera delante lo conociese o no.
Una virtud o un defecto, ella no podía evitar parlotear, además, así se tranquilizaba un poco.

-Ha dicho que la oscuridad le ayuda a inspirarse ¿acaso es escritor?-pregunto con un deje de inocencia y curiosidad, ladeando levemente la cabeza para intensificar más su interrogación. Ella era de ese tipo de personas que se comunicaban con el cuerpo, lo llevaba en lo más profundo de su ser, todo lo contrario al caballero que tenia a su lado, con un porte serio e inquebrantable, dueño de sus actos.

Entonces, Athelstein le coloco su abrigo. la joven se estremeció levemente y en sus mejillas aparecieron un ligero rubor.

-Gracias-contesto la joven en un tono neutro. No pretendía ser desagradable pero no estaba acostumbrada del todo a ser tratada asi. La joven retomo su mirada hacia el frente, mientras con las manos afianzaba el abrigo y protegia su piel del caprichoso tiempo.

-Por favor, no nos demoremos más-suplico la joven-no deseo importunarle demasiado y yo me encuentro algo cansada...

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