Desesperación {Privado} +18

Buscar la verdad entre tanta mentira, era difícil pero no imposible, Eerin había caminado por mucho tiempo, se había ido a buscar algo que nunca encontró, algunas misiones sin cumplir, algunos secretos sin revelar. Su cuerpo estaba cansado, solamente deseaba un vaso de buena cerveza para poder descansar tranquilamente, sabía que Mar no trabajaba estos días así que era inútil ir al burdel con la escusa de visitarla, pero viendo los lugares en los que podía ir y ser bien recibido eran pocos, además ser cliente de la misma taberna en donde tu trabajabas… no le agradaba la idea.

Sin darse cuenta de sus pasos ya estaba en aquel conocido lugar, miro los alrededores, bueno parecía que iba a ser una buena noche, todo estaba tan tranquilo que en el momento de dar la primera respiración dentro del lugar no le repugno ninguna de las esencias que llegaban a su olfato, camino notando que era el centro de algunas miradas, solamente dejo salir una sonrisa mientras inclinaba la cabeza cortes mente a los ojos curiosos. ¿Tenía algo de malo su ropa? Se preguntaba, bueno, solamente era unos pantalones sencillos con una camisa negra medio abierta en su pecho y unas botas negras que hacían juego con todo su aspecto forastero.

Adoraba vestirse de forma simple, con unos pantalones y una camisa estaba bien, odiaba los colores chillones, vivos y pálidos, prefería los oscuros, uniformes y sencillos, sentía que elevaba su atractivo o tal vez solamente eran imaginaciones suyas. Siguió por unos segundos embelesado por los olores y las luces lúgubres de aquella casa del placer hasta que llego a la barra en donde estaba cerca una joven cortesana, no iba mucho para esos lugares así que le pareció una desconocida, bueno, la hubiera ignorado completamente si de su cuerpo no estuvieran saliendo tantas feromonas que saturaban la nariz del licántropo. Disimuladamente estornudo moviendo su nariz de un lado a otro y también con el dorso de la mano la movió un poco.

Apenas el cantinero le vio le sonrió acercándose a él –Que tal Eerin ¿No trabajas hoy?- el lycan sonrió negando con la cabeza mientras el cantinero; amigo suyo por el también ser cantinero. Le servía lo que normalmente el tomaba cuando estaba el lugares así, este se dedico a observar el ambiente sin mucho interés en los presentes –Aquí tienes Amigo- susurro el hombre mientras le ponía la bebida en su lugar.

-Gracias- asintió devolviéndole la sonrisa con amabilidad. Dio un sorbo a la fría cerveza para luego dejarla en ese lugar dejando salir un suspiro que lo relajo más de lo que él pensaba –Necesitaba una de esas, pero no quería ir a donde trabajaba- le dijo al cantinero, pero este ya se había ido a atender a otros clientes dejando el comentario danzar solitario por el lugar sin tener aparente respuesta

Escucho una voz melodiosa acercarse a sus oídos, pero apenas movió su cuerpo o mostro alguna expresión de que le interesara la persona que le estuviera hablando, pero teniendo los modales que siempre su madre y padre le habían inculcado, giro su rostro mirando aquella dama con cierta curiosidad para luego asentir levemente ante sus palabras -¿solamente con cinco sientes ya mareo?- pregunto mirando su bebida para luego dejar salir una risa –No creo que con cinco basten para ponerme ebrio o al menos marearme- confeso para beberse el trago de un golpe para luego dejar apenas salir un leve suspiro de satisfacción.

-Estoy aburrido… hagamos una apuesta- le dijo a la mujer sonriendo de forma amplia –Te apuesto que tomo diez de aquel trago especial y ni cosquillas me hacen- miro al cantinero quien asintió también divertido por aquella situación, volvió a pasar una mirada furtiva hacia el lugar para luego posar sus ojos marrones en la cortesana –Si gano me das un servicio gratis- dijo sin mucho interés en realidad –Si pierdo… no sé, hare lo que la madame desee hacer, en realidad no tengo prejuicios-

Ordeno al cantinero a preparar uno de ellos mientras este esperaba tranquilamente, ya comenzaba a ser mucho más ruido y las personas comenzaban a llegar, buscando su pareja elegida por el dinero mientras ellos dos se quedaban en ese lugar mirándose sin mostrar mucho interés en su entorno. La esencia que Salía de la mujer era fuerte, gracias a su olfato podía llegar a oler fácilmente aquella fragancia que salía de su entrepierna que para ellas en ocasiones podría ser un poco incomodo por su fuerte olor, pero que a los hombre le atraída como si fuera algún aroma que subliminalmente hacían que ellos buscaran a las mujeres para poder entrar en aquellos jugosos muslos y poder saborear con mas cercanía aquello que los había atraído de forma inconsciente y primitiva.

El cantinero ya había puesto la bebida en la barra, Eerin la miro para luego volver la mirada hacia la mujer –Entonces… ¿Trato hecho?- pregunto para luego alzar la copa buscando algún signo de aceptación.

Ya había comenzado con los tragos, faltaba algunos mas. ¿Cuánto había dicho que tomaría? Ya no se acordaba, pero no era porque la bebida comenzara a hacer efecto, era simplemente porque había dicho el número al azar y ahora no recordaba el número exacto que había dicho. Se pudo percatar de que la joven comenzaba junto a él a tomar uno de aquellos tragos, tal vez era para que no lo hiciera solo, pero quien sabía, alzo sus hombros dejando salir una leve risilla –No tomes mucho Bella Donna*- le dijo mirándola de reojo mientras iba casi por su último trago –No me gustaría que al llegar a la cama caiga dormida por el licor- susurro con aquella voz grave y seductora que le caracterizaba. Era uno de las pocas cosas que lo podían identificar, la otra, su fuerza y claro está, su inmunidad para el licor.

Ya había terminado la cantidad exacta que había dicho y prometido, en la barra resonó el último vaso que debía beber ese día, sonrió de forma socarrona mientras con una mirada llamaba al cantinero –dime la cuenta, esta pequeñez es muy poco para emborrachar a una persona en mi condición actual- el camarero asintió al mismo tiempo que Eerin ponía en la mesa dos sacos de francos, suficientes como para pagar las bebidas y además de darle una buena propina al hombre. Era una pequeña riqueza que tenía el licántropo.

Aunque solamente trabajaba como cantinero, muchos cazadores e inquisidores iban tras él muchas veces, así que aprovechaba a quitarles las cantidades de dinero que tenían, que en ocasiones eran generosas y muy buenas. Trabajaba por diversión, ya casi tenia cien y las riquezas obtenidas eran suficiente como para crear un buen negocio y vivir en paz el resto de sus días, pero el problema era que no se había aburrido de ser un medio nómada y aun no había algo que lo hiciera quedarse quedar por mas de cincuenta años en algún lugar.

Miro a la mujer y sonrió ampliamente –entonces… ¿Cómo quieres probar que el licor no me ha hecho efecto?- le pregunto mientras su sonrisa se volvía mas cálida y comenzaba a realizar una atmosfera que demostraba cuáles eran sus intenciones y estas no eran quedarse en aquel lugar por mucho tiempo.

*Bella mujer

Habían llegado a la habitación de la cortesana, los gemidos tal vez fingidos de las otras habitaciones habían quedado atrás luego de que la puerta se había cerrado, el licántropo realizo una pequeña mirada, fugaz y sin prestar mucha atención a los detalles. Suavemente nota el olor a rosas que se había impregnado en la habitación por algún ramo que estaba por esos lugares. Miro a la mujer para luego sonreír de forma ladina, era mejor prestarle atención a lo más hermoso que tenía ese lugar, en esos momentos –Diez cosas, por diez tragos. Buen trato, pero me lo hace difícil, pues no se por donde comenzar, déjame pensar por unos segundos- indico para aproximar su largo brazo y sujetarle las cinturas para acercarla a su cuerpo.

Era un hombre alto, su cuerpo era fornido, sus rosto cuadrado, con ojos marrones, su piel podría ser un poco áspera y su apariencia algo desaliñada por la barba naciente en su rostro, pero no le quitaba lo varonil que tenia, su cuerpo no estaba exagerado en los músculos que tenia, sus brazos estaban bien formados y se podía apreciar algunos músculos por encima de sus ropas, sin mucha complicaciones, se podría ver el cuerpo alto y bien formado de aquel licántropo que había nacido en España, pero se había criado en los bosques de Italia cuando su familia emigro hacia ese lugar.

No sabía que podría pedirle a la cortesana, debía pensarlo bien, aunque sentía que era mucho más divertido si entre los dos aportaban ideas y realizaban un acto magnifico y mágico entre los dos, sin dejar atrás el objetivo principal que era recompensar al ganador. ¿Quién había ganado y perdido? ¿Acaso eso importaba? Solamente había sido un juego en donde sabía que podía fácilmente ganar –Bueno… mi primer deseo es que puedas mostrarme todo tu…- expreso mientras se acercaba a aquellos labios dulzones que parecían estar llamándole, el alientos choco con el suyo, haciendo que sintiera un escalofrió subir por su espina dorsal, alzo una ceja para luego añadir: -Has perdido… he ganado; hasta que no se cumplan los “diez deseos” me perteneces- indico de forma sugerente.

No estaba diciendo de forma prepotente que le pertenecía y que la debía obligar a lo que él deseaba, pero aquello le daba un tono diferente, picante, encantador a la situación, no tenia buena ideas o no llegaban a su mente en ese momento, solamente deseaba disfrutar y compartir las sabanas con aquella cortesana por una noche, para luego olvidarse de lo general, pero sin perder lo especifico. Solamente era un juego del cual los dos disfrutaban. -¿dominarme o dominarte?- ¿qué es lo que ella deseaba? Se preguntaba Eerin deseoso de saber las esperanzas y expectativas de aquella mujer.

Adoraba eso, en realidad debía admitir que amaba a ese tipo de mujer, que era lo suficientemente confiada de sí misma que de sus labios podrían salir sus deseos más íntimos. Ella eran dominantes por defecto, pero en ocasiones también le encantaba probar la otra cara de la moneda, algo difícil para ella pues en ocasiones no encontraban a un hombre lo suficientemente “Hombre” para no titubear ante una mujer con tal vez mayor fuerza que el. ¿La razón? Estaban acostumbrados a las mujeres santurronas que les gustaba hacer sentir al hombre con un poder que tal vez en realidad nunca habían tenido. A los hombres también les gustaba sentirse dominados, eran como perros salvajes buscando alguna domadora que los saciara entre las camas, pero lo único que encontraba eran doncellas que torpemente se movían entre las sabanas o algún otro lugar improvisado para su encuentro furtivo.

Había sentido los labios de la mujer tan cerca que en su mente los pudo saborear, pero más nada, aun no estaban para aquella parte. Un beso era tal vez, lo más profundo que podría llegar a tener dos seres desconocidos, con aquel acto intimo, dejaban de ser desconocidos y se convertían en dos almas con un único propósito, en una misma batalla, de una guerra que no sabían si podrían ganar. Sus manos se deslizaron hasta llegar a su espalda y recorrer todo aquel camino hasta posarse en las nalgas de la mujer. –No te diré mis 10 deseos- susurro él a sus labios mientras como en una danza ya coreografiada dada unos pasos hacia adelante para que ella se moviera hacia atrás. Tal vez ella conocía aquella habitación mejor que él, pero debía dejar guiarse por Eerin hasta la cama en donde comenzaría la verdadera guerra entre sus cuerpos, que individualmente están en busca de placer, pero necesitan a otro ser para proporcionar el máximo de esta droga.

La tumbo en la cama, de bruces mientras él se quedaba de pie sonriendo de forma ladina al mismo tiempo como león acorralando a su presa se adentraba con ella en la cama de sabanas lisas y acomodadas –Si le digo lo que quiero, sería como advertirle lo que hare- volvió a decir mientras sonreía ampliamente. Sus ojos rodaron por todo el cuerpo de la mujer y de forma lenta comenzó a llevar una de sus manos hasta el muslo, deslizándolo como serpiente entre piedras y grama, por debajo de su vestido que aportaba mucho a su imaginación. –¿Cabeza o Pies?- susurro mientras le miraba de reojo al mismo tiempo que el calor de su gran mano se aproximaba cada vez más a aquel lugar donde se unían los dos muslos y estaba como un tesoro escondido entre la maleza, la intimidad de la cortesana.

Se detuvo. No, aun no tocaría aquel instrumento, sería una tortura para ella, aunque igual para él, que deseaba poder devorar y probar todos los fluidos que sabía que comenzaban a nacer en aquel lugar, que muchas mujeres decían que era prohibido, pero para las cortesanas era ya como un baño público en donde cualquier hombre podría entrar. –Levántate y desvístete ante mis ojos- le ordeno con un noto juguetón pero firme. Se aparto de ella para sentarse a su lados, su sonrisa era leve, se acostó poniendo sus manos entre la cabeza para luego sonreír ampliamente mientras esperaba que la mujer realizaba su orden. –No deberías pensar en ti como una puta- comento él mientras sus ojos parecían no poder evitar que estuvieran fijas en las caderas de la mujer –Una puta abre las piernas por unos cuantos francos. Una cortesana, abre las piernas y sabe disfrutar el placer dado y obtenido- explico tranquilamente mientras seguía mirando aquellos ojos, aquel rostro que buscaba esconderse entre aquel antifaz.

Disfruto viendo como aquella mujer obedecía a sus órdenes, la hubiera podido ayudar, pero en vez de eso, dejo que sus ojos colaboraran, quedándose clavados en la silueta perfecta que el vestido estaba dejando por fin libre. Las tiras cayeron luego de unos segundos, el corsé pronto estaría en el piso, la falda y todo estaría en donde deberían estar, en el suelo, pues en aquel acto carnal no se necesitaba nada de eso. Debía admitir que aquello daba un ambiente de erotismo, las prendas eran algo importante en el juego de la seducción, pero nada más, no era una pieza esencial en el momento dado, pues en ocasiones la belleza más grande era la desnudez misma de la persona y más si se trataba de una mujer

Quería torturarla un rato, era divertido tener a alguien dispuesto a hacer todo lo que tú quisieras, pero también era aun más divertido ver como las personas se frustraban a no saber lo que estabas pensando, sonrió ampliamente, poniendo sus manos sobre las caderas de la cortesana para poder ponerla como a él le pareciera más cómodo mientras ella se acercaba a él para también buscar cercanía. Llevo una de sus manos al cuello de la joven mientras el otro se deslizaba ágilmente hacia el glúteo de la cortesana, para presionarlo sutilmente, sintió la carne desnuda de sus glúteos, solamente para él, su los dedos en su cuello tocaron algunos cabellos sedosos de aquella bomba sexual. La desnudez de la mujer era más que perfecta, podía sentir el calor de su sexo, tan fuerte, tan llamativo, al igual que su olor, que poco a poco comenzaba a aumentar de intensidad.

-Debo admitir que no soy bueno para dominar…- índico él en su leve susurro mientras se acercaba a aquellos carnosos labios –Así que mis órdenes son: Si quieres gemir, puedes gemir. Si quieres algo solamente házmelo saber. Yo tomare lo que quiero de ti a mi manera. De forma silenciosa, recia y a mi manera- una de aquellas sonrisas socarronas que en ocasiones aparecían tan naturalmente en el. Sus labios rozaron con los de ella para luego comenzar un beso más profundo. Sus dos manos se dedicaron a explorar aquel cuerpo, no tenía prisa así que sus roces eran lentos y tranquilos. Poco a poco hizo caer el cuerpo de la cortesana a la cama mientras él se mantenía encima de ella. Se tomo unos segundos, separando sus labios para despojarse de su camisa y tirarla cerca de las ropas de aquella mujer, volvió a sonreír mientras comenzaba a ver como algunos vasos sanguíneos mostraban su color en todo el cuerpo, acaricio sus piernas mientras se inclinaba para volver a besar aquellos labios seductores.

Era una lucha entre ellos para poder ganar terreno en aquel encuentro sexual, sus lenguas batallaban, entrelazándose una con las otras. Mordió con suavidad su labio inferior, estando seguro y orgulloso de que su táctica para besar, seria del agrado de aquella dama de mil camas. Con su nariz rozo su cuello, aspirando aquella fragancia tan naturalmente erótica que era ella. Disfruto por unos segundos aquellas feromonas que salían de la piel de la mujer, para luego comenzar a mordisquear su cuello, buscando algún punto que le hiciera estremecer, con su lengua hacia pequeños movimientos y caricias circulares, mientras el cabello de aquella joven le rozaba el rostro.

El sabia utilizar sus encantos, tal vez de forma menos consiente que la joven cortesana que mostraba su femineidad con orgullo para conseguir lo que deseaba. El era un hombre simple, que deseaba tener la tranquilidad suficiente como para vivir una simple vida, algo casi imposible gracias a su condición y a su fama de revolucionario que se había ganado, no porque le gustara estar de aquí a ala buscando problemas. Ellos lo encontraban a él y lo único que quedaba era defenderse. Pero ahora las guerras habías pasado, el aroma del sexo inundaba sus fosas nasales, más sensibles de un hombre normal, que podría ser mejor que la de un sabueso entrenado. Era un hombre de espalda ancha, manos grandes, con una musculatura que en ningún momento se podría considerar masa y grasa sin trabajar de estatura alta, unos 1,89cm, podrían ser, era de aquellos hombres que hasta con barba se veían bien y atraía a mujeres como miel, así que nunca le había faltado, en ningún momento disfrutar de la piel de una bella dama.

Pero esta era diferente, tenía un antifaz que solamente hacia las cosas más excitantes para él, no conocer la identidad de la mujer que amaría por una noche, interesante, algunos hombres podrían llegar a quejarse pues le gustaba ver algunas expresiones en el rostro de su acompañante, pero él no necesitaba ver aquellos músculos en funcionamiento, para saber si hacia un buen trabajo o no, el rostro mentía fácilmente, el cuerpo no sabía mentir y menos a alguien que tenia los sentidos tan agudos como alguien que había sido mordido por un licántropo.

El no era alguien que planificaba mucho las cosas, le gustaba la espontaneidad, sentir que el instinto de los dos los llevaba hacia donde estaba, sujeto sus caderas, podía sentir aquel dulce y delicioso calorcito de su sexo entre sus piernas, eso le gustaba, aquella reacción le encantaba, quería decir que en ella había una humedad que estaba ya deseoso de probar aquel elixir. ¿Comenzar qué? El ya había comenzado a violarla visualmente, a explorar su cuerpo mientras esta se lo restregaba en la cara. Pronto los beso y caricias llevaron a su sexo a ser cada vez más duro e insoportable por estar oculto en un lugar como ese, deseaba escaparse de su prisión –Así me gusta- dijo mordiéndose uno de los labios fascinado por su movimiento de caderas, tan excitantes que hacían que su respiración se volviera aun más profunda y jadeante.

Pronto se levanto de donde estaba, puso sus manos en su espalda, sintiendo la suavidad de esta misma, su rostro quedo entre sus pechos, mientras la sentaba con cierto cuidado entre sus piernas, beso uno de sus besos, para luego someterlo a sus lamidas y mordidas, que no eran lo suficientemente rudas como para saber que no era un hombre delicado, pero no lo suficiente para lastimarla. Sabia hasta que punto tocar para que esta se estremeciera de placer y no de malestar, aun así, sabía que mujeres como aquellas lo que buscaban era eso, un hombre que la sometieran y la hiciera sentir como una gran mujer y eso era lo que buscaba el. Pudo sentir como la humedad comenzaba a centrarse entre el sexo de la cortesana, mientras este solamente movía su lengua con agilidad, dándole caricias y cariños al pezón. Se separo de ese dejando un pequeño hilito de saliva para luego sujetar el otro y hacer lo mismo mientras que sus manos parecían interesados en recorrer todo su cuerpo, bajando hasta llegar a sus nalgas y apretarlas en signo de posesión de sentir que le pertenecía cada parte de ella en ese momento.

Como todas las rosas con el fuego te turbas,
te sujeta la tierra y mi aroma te agita.
Fiera conmovida, pareces una rosa
y parece que mi tacto entibia tus espinas.

Su falo comenzaba a sentirse cada vez mas hinchado, deseoso de estar en una cavidad humedad, cálida, en donde pudiera sentí aquellas pareces absorbiéndole con locura, pero como le gustaba jugar, demasiado como para ponerse a terminar, cuando siquiera había degustado completamente el plato que le habían servido, no ese no era su método operadnos, las cortesanas eran mujeres que adoraban disfrutar la delicia de un cuerpo, las cosas brillantes y entre más rápido llegara al final, mas pronto se tendrían su recompensa. ¿Las conocía? No se sentía orgulloso, pero tenía cierta debilidad por sus malditas caderas, las ama, a cada una de ellas, no podía evitar sentirse atraído y más cuando fácilmente, las tendría.

Que bella se veía, con esos ojos suplicando algo más que solamente caricias, aunque ellas eran las que la llevaban a tal estado, ya no eran suficientes para satisfacer el deseo creciente que en su cuerpo habitaba y que la hacía moverse, en busca de aquello anhelado, pero no dado, tal vez hasta prohibido, por los momentos. La mujer ante él era tan pequeña, podría rodearle con los brazos, sujetarla de una mano tal vez, pero su delicadeza, solamente la hacía más atractiva, como cortesana tenia aquella sensualidad, que siempre le había atraído de ellas, su naturaleza atrevida, que la llevaban a ser perfectas para su trabajo. Por eso sabía que no se quedaría quieta, pero el mismo soportaba su martirio, dejo salir unos leves jadeos, tratando de concentrarse en besar, acaricias, lamer y chupar cada parte de aquel cuerpo, no deseaba que ni un centímetro quedara sin ser acariciado.

Se separo un poco de ella, sonrió ampliamente, que maldita, tenía razón, pero no sería tan fácil como siempre –Tiene razón, solamente su coño me puede dar ese calor que mi falo desea con tanta desesperación- acerco su boca a su oído, mientras ella buscaba el cuello para morderlo y aumentar el deseo, el entrecerró sus ojos, disfrutando su brutalidad, pero aquello solamente hacía que la excitación llegara a un puto ya insoportable, se mordía los labios, mientras sus manos se aferraban a las caderas de la mujer, trataba de no lastimarla, solamente sujetarla, lo mas delicadamente posible, lo menos que deseaba era hacerle daño a una persona y menos a una mujer. En un descuido, los papeles se intercambiaron, el atrapo atrapando el lóbulo de su oreja, para luego ir bajando hasta llegar al cuello, en donde encontró con su lengua, aquellos músculos tensionados y los mordió con cierto morbo desencadenado. Sus caderas se movieron, casi chocando con la entrada de la mujer.

Se alejo de ella, sujetando uno de sus senos, para apretarlo con cierto aire de posesión, sus dedos atraparon uno de sus pezones, el cual estiro, sin mucha delicadeza –Lo siento, el que ha ganado, aquí soy yo…- le dijo en un tono grave, tajante y autoritario –Yo decido cuando meter mi miembro en tu coño…- beso sus labios, introduciendo su lengua en la cavidad bucal con cierta brusquedad, para encontrarse con la de ella y comenzar un baile húmedo entre ellas. Aprovecho para girar su cuerpo y ponerse encima de ella, otra vez estaba debajo de el, soltó sus labios para dirigirse hacia abajo, su lengua toco los pezones erectos que llegaba acercar con sus manos, que presionar para que estuvieran mas juntos. Llego a tener a los dos en su boca, pero luego los soltó, para seguir más abajo.

Ya estaba en aquel bello monte de Venus, beso castamente aquella parte, mientras sujetaba sus piernas para elevarlas y así poder tener una buena visión de su coño, tan húmedo y oloroso, que solamente llegaba a hacer aun más estragos en su palpitante sexo, acerco su nariz, para poder llegar a apreciar aquel olor que solamente una fémina en celo podría tener, se relamió los labios, pero apenas soplo un poco en el, se alejo, tal como llego, se había alejado, subió un poco más para encontrarse con aquel clítoris hinchado gracias a la sangre que había bajado hasta él, su lengua llego a tocarlo, se adentro al pequeño pliegue que lo recubría para luego con movimiento circulares y muy lentos, cubrirlo con una pequeña capa de saliva. Lamio su coño, para poder saborear aquellos fluidos que salían de ella, su lengua bajo hasta llegar a su ano, el cual también estaba expuesto, lamio también este, una de sus manos, se deslizo por sus piernas, hasta llegar a aquel pequeño pliegue

–Alza bien tus piernas, ven sostenlas- le ordeno, dándole el trabajo a ella para así tener las manos libres. Uno de sus dedos se adentro a su ano, ampliándolo aun mas para así poder introducir su lengua en aquel estrecho y cálido lugar, pudo logras dilatarlo y lubricarlo lo suficiente con su saliva, como para que su dedo índice llegada a entrar completamente, espero que estuviera completamente adentro, de reojo miraba las reacciones de la cortesana, debía admitirlo, solamente estaba torturándola para llegar a tener mayor placer, cuando deseaba poder llegar a sentir ese coño ser expuesto completamente, pero se quedaría en aquella posición, al menos por un rato mas, jugando con cualquier lugar que pudiera, menos que con su principal problema y deseo. Así comenzó a moverlo, tanteando con sus dígitos las paredes que tenía a su alrededor, su lengua se fue al clítoris, sabía que podría llegar jugando con aquel botoncito y tal vez deseaba eso, poder ver como los espasmos llegaban a su cuerpo, podría apreciarlo de manera exquisita.

Siempre había creído que valía mas las reacciones y el lenguaje corporal; aquel idioma que había podido aprender con cierta facilidad. Que mil palabras, las palabras siempre venían en un toco extraño, en una vibración que podría esconder una mentira, disfrazada de complacencia. Los sonidos producidos por sus labios podrían llegar a ser excitante, pues el hombre en general siempre había sido considerado fácil de manipular, solamente se le debía decir algunas cosas ardientes, para que este se sintiera grande y no decayera en un tiempo precario, pero ya con Eerin no funcionaba eso, su oído era demasiado sensible, como para saber cuándo le mentían y cuando no, solamente debía escuchar la entonación para captar rápidamente lo que en realidad quería decir la persona. Por eso prefería los olores, las reacciones mutuas cuando el cuerpo se acercaba, las miradas fijas o desviadas, que no soportaban tanto placer contenido, los gemidos que buscaban ser ahogados pero sin poder evitarlos, salían al aire como orquesta improvisada por solamente el talento del artista, precisión y sinfonía. El movimiento de su cuerpo buscando el calor de su cuerpo, eso era lo que buscaba ver, lo que deseaba poder tener para sentirse con poder y control total.

Eerin en ese momento se sentía como aquel rey que nunca deseo ser, el que tenía todo lo que quería y mucho mas, pero, ¿Cómo se estaría sintiendo ella? tal vez pensara en él como un tirano que solamente quiere imponer sus deseos sin importarle lo que el otro estuviera sufriendo. No era así, en realidad solamente deseaba hacerla sufrir para que ella pudiera saber lo que era el cielo y así apreciarlo completamente. Sería su reina, su amor furtivo, un amor que se desvanecería junto con la noche, con la llegada del sol.  Su erección le pedía a gritos que ya dejara entrar a un lugar cálido, para poder deslizarse entre unas paredes estrellas y adornadas de delicioso fluido, que ya había tenido el placer de probar con su paladar.

Solamente necesitaba paciencia, todos aquellos años que tenia encima, le habían enseñado que la paciencia era una de las mejores armas. Prefería hacer algo lento antes que rápido y sin poesía. Pero ya estaba peor que una gata en celo, entruchándose entre sus cuerpos, en busca de algo más grueso y satisfacciones. La pequeña doncella se dejaba llevar por el placer, el sexo disfrutaba de ella, no ella del sexo, parecía tan necesitada, de llegar a un punto máximo e ir bajando lentamente, que su cuerpo se volvía completamente histérico. Su cuerpo pareció tener ciertos espasmos, el color llego a su cuerpo, su cuello se volvió de un tono rosado, simplemente hermosa, que daba la impresión de decir que estaba aun más sensible, sus duros y voluminosos pechos, parecían montañas, que también eran invadidos por una flora rojiza que incrementaba su volumen.

-Ah… Mi preciosa- jadeo suavemente. Al sentir como era atrapado entre sus cuerpos. Ya no podría mas, sus testículos estaban hinchados y llenos de un espeso esperma que quería salir en esos momentos –Te daré lo que deseas….- le susurro mientras ella estaba en su punto máximo, disfrutando como llegaba a la punta de la montaña más grande y bajaba, con lentitud y allí fue cuando la penetro, cuando ya había podido ver y detallar cada reacción de su cuerpo al orgasmo, como su cuerpo se revolcaba sin poder soportar tanto placer llegando como descargas despiadadas que invadían a la pobre fémina. La cadera traviesa de esa no dejaba de moverse, un gemido salió de sus labios, al sentir como sus caderas invitaban a las de él a un baile rítmico y mágico. Bajo la mirada, con sus ojos entrecerrados, su pelvis golpeaba contra la de ella, con ciertos deseos de poder sentir su miembro lo más adentro que llegara y hasta mas. Joder era buena, lo admitía, tal vez ya lo había sabido desde hace mucho, por eso, había deseado probar aquel plato como un postre y no como el principal.

“En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía.”
— San Juan De La Cruz

Ella era diferente a las demás mujeres, físicamente podría decirse que lo era, su belleza, podría ser incomparable, era una de aquellas ninfas que nacían una vez cada tantos años, ella era uno de aquellos, pero más allá de eso, había algo diferente en el comportamiento de la mujer, si olor, su esencia, estaba ligeramente alterada. Para él era imposible controlarse en tal momento, sus caderas se movían ágilmente, encontrando delicioso cada centímetro del interior de aquella cortesana con antifaz, lo cual lo hacía más excitante, interesante, no le molestaba el no poder ver todo el rostro de la dama, no era necesario ver sus fracciones para sentir el gusto que ella sentía a cada paso que avanzaban hasta unirse completamente.

Siempre era una lucha eterna, en el cual, los dos iban a ganar, no importaba cuanto se esforzaran, los seres implicados, serian los beneficiarios. Entre fogosos besos, algunas caricias rebeldes y reacciones casi imposibles de evitar, se iban formando hasta llegar al punto de no encontrar pies o cabeza a la situación. No era momento de hablar, le mordió suavemente el cuello, mientras veía como salían sus palabras con dificultad, su voz lo calentaba, el sentir que se le dificultaba concentrarse, por culpa de sus embestidas, hacia que quisiera moverse con más rapidez, en ocasiones deteniéndose para ser inesperado  su movimiento de caderas, para luego regalarle una embestida potente, ruda y sin muchos escrúpulos.

—…— no dijo ni una sola palabra, no estaba interesado en charlar en ese momento, su cabeza se hundió entre los cabellos de la dama del antifaz, dejando que algunos jadeos salieran y se perdieran entre las hebras de su melena. Su cadera seguía moviéndose, mientras ella seguía con las piernas bien abiertas, estremeciéndose junto con él. Con cierta rapidez y sin mucha delicadez la tomo de sus caderas, para girar sus cuerpos y así que ella quedara ahora arriba de el, con la suerte de evitar de que su miembro saliera de la cavidad húmeda y placentera de la dama, volvió a sus besos, aquellos labios que podrían endurecer a cualquiera olvidando que tenía que mover sus caderas, ahora dejaba que ella marcara el ritmo que quisiera.

— Veamos que tan buena eres — sonrió con arrogancia — para eso no necesito moverse ¿o sí? — arqueo una de sus cejas, mientras aun tenia aquella sonrisa socarrona en sus labios, los cuales relamió al posar sus manos en las caderas de la mujer, para así poder sentir con más detalle los movimientos de la cortesana, mientras él se disponía a disfrutar, la acción actual, sus manos recorrieron parte del abdomen hasta llegar a sus dos endurecidos y jugosos senos, los cuales apretujo con cierta delicadeza, pero al mismo tiempo dureza, la cual centro en la punta de la montaña; en sus pezones.