Bienvenida [Privado]

El atardecer estaba nublado, era peligroso pues los rayos del sol a pesar de estar cubiertos podían en cualquier momento escapar de su cortina para carcomer su piel, en su closet el vestido más elegante, de color vinotinto y beige, con volantes y lazos hermosos, el vestido largo de su madre. Unos tacones negros y blancos y una gargantilla negra con un camafeo de color rosa intenso, el camafeo que nunca se quitaba, su cabello suelto como siempre, liso y rojo como sus labios, una sombrilla le cuidó de la luz hacia su carruaje, amaba los días lluviosos, pues el sol no le impedía navegar por aquellas “calles peligrosas” –El cielo sonríe a mi destino, al menos es excusa para ir a verle mas temprano…- murmuró en aquel oscuro carruaje con las cortinas del mismo cerradas y densas, el camino hacia aquella morada se hacía largo y tedioso, le provocaba ver por la ventana, saber cuánto faltaba para encontrarse con aquel hombre de miles de años, curioso, aparentemente… tan apasionado.

-Si la lluvia fuera gracia seguramente todos estaríamos enamorados de ella– susurró dejando ver un poco el camino nublado y húmedo, era precioso, las gotas de lluvia golpeando contra los cristales de la puerta, el rocío que delicadamente se posaba sobre las hojas y las flores –Si… la lluvia es hermosa… es una pena que no llueva todo el tiempo –volvió a musitar y se dejó recostar sobre el espaldar de su asiento, la espera se hacía demasiado larga hasta que el carruaje finalmente degolló su agonía y paró.

El humano, sirviente y alimento de los vampiros, abrió su puerta colocando sobre su cabeza una sombrilla, sus tacones se pasearon por la entrada hasta llegar a la puerta donde no había nadie, esta se abrió y al entrar vio con encanto aquel lugar, era rustico y muy encantador, acogedor. “Así que esta es la prisión de Boissieu”, su mirada se tornó curiosa, en aquella casa tan aparentemente sola se escuchaba la voz del mayor, asi como las gotas de agua caliente saltando a la tina, era curioso que su oído pudiese especificar tantas cosas innecesarias, aunque en este caso fuesen muy interesantes.
Dudó un poco, aunque tenía el deseo de irrumpir en aquel tocador para sorprenderle, quizás esperar en su alcoba, tomaron su abrigo y su sombrilla dejándolos cuidadosamente en manos del resguardo, caminó un poco, observando las pinturas en la casa, eran realmente preciosas.

Sin tener alguna duda se dedicó a subir las escaleras, haciéndose eco entre las paredes, sus tacones subiendo poco a poco con elegancia y sutileza, su mano deslizándose por el pasamano de las mismas, siguió los sonidos del agua, la sinfonía de las palabras tristes y a su vez tan encantadoras, la puerta se abrió a castigo curioso de su mano, notando aquella habitación, tan solitaria, pero tan hermosa y tan grande, sus dedos se pasaron delicadamente por los muebles, la cama, su ente se posó frente al tocador y olfateó con gusto el aroma del mayor -Ozer…- musitó con sutileza y encanto, permitiéndose ser oída, solo estaba frente a la puerta, mas no entró.

Sonrió con sutil alegría y luego se separó, colocó su mano en su pecho y se alejó con continuidad hasta el balcón de la habitación, abrió levemente las cortinas, ya había anochecido por completo, pero la lluvia no cesaba, aún tenía encanto, ritmo, pasión al caer sobre todo lo que podía. Ya estaba en esa casa, en aquel lugar… y ahora… qué? A pesar de sus años aún era una mujer “inocente”, a lo largo de su vida solo probó el cuerpo de una mujer.

-¿Es ya tan tarde para la cuna de los humanos?- vió por el portal del balcón abriendo completamente las cortinas, dándole la espalda al tocador, ahora la única luz que le tocaba era la de la Luna –Es ya el momento de que el pasado se vuelva presente… no lo crees Luna querida?- sonrió pensando que solo musitaba locuras, calló al ver que al final del balcón, abajo en el jardín estaba un precioso matorral de rosas, aquello fue nostálgico, de hecho llegando a ser irónico –¿Asi que él ama también las rosas?