Sur Le Fil [Magnolia Velvet]

Miró el fondo de su taza de porcelana no muy fina, una porcelana más bien desgastada, opaca, usada hasta el cansancio. Miró el interior, el agua turbia de su té frío –no es que lo hubiese pedido así, a base de observarlo y no beberlo, se había enfriado-, en el fondo se había asentado las hierbas que le daban sabor y sólo miraba como si en aquel fondo del traste fuese encontrar la respuesta a una interrogante que no se atrevía a formularse. Con la otra mano tamborileaba en la superficie de la mesa, como si se encontrara ansioso, en realidad estaba preocupado y por eso había decidido escapar de su casa, ahora repleta de gente. Era extraño, siempre había deseado no estar solo, y ahora que no lo estaba, necesitaba tomarse ese tipo de respiros para pensar, sin el escándalo de Badou y Atriella, sin las escapadas nocturnas de László, el deambular de Matvey o los regaños de Indro. Suspiró, vaya familia, pensó… una familia a la que le faltaba una matriarca, sin embargo y sonrió como el tonto que era pensando en Eve.

Estaba junto a la ventana y miró el exterior como una fantasía de libertad, su grillete ahora pesaba mucho, se llamaba Rusia, su deber era imposible de equiparar con cualquier cosa con la que hubiese lidiado en el pasado. Una parte de él, sin embargo, gustaba de ser monarca del Imperio, pero era un grito nimio ante el ensordecedor silencio de su melancolía. Por eso estaba ahí, en ese café anónimo como un pobre perdedor anónimo en una calle anónima, en donde nadie lo llamara Su Majestad o le pidiera sellar y firmar tratos, en donde no hubiese preocupaciones de que el eco francés resonara hasta tierra eslava y a alguien se le ocurriera levantarse en armas sin dejarle demostrar que podía mantener el esplendor palatino de la madre Rusia. Pensar no le sentaba bien y sin embargo, ahí estaba, haciendo ese ejercicio lacerante para flagelarse más, para preocuparse por asuntos que no estaban en sus manos y otros tantos que sí lo estaban, como el hecho de corromper a Matvey para hacerlo un digno emperador, plan urdido junto a Indro; un tópico que especialmente lo amedrentaba, ese y lo que acontecía con su Freya, con Eve, la autora de “su gran evento” en París, porque él podía ser rey o un mendigo, pero todo cobraba sentido si tomaba como eje rector el haberla conocido.

Se recargó en el respaldo de la silla, sus manos perdieron contacto con la taza y la mesa, quizá era momento de regresar a casa, a su realidad, su nueva realidad, la de un sitio atiborrado de gente –no se quejaba- y la de las responsabilidades del zarato ruso. Estuvo a punto de ponerse de pie cuando la puerta del local se abrió y por instinto giró el rostro para ver quien entraba, seguramente alguien que, como él, buscaba un refugio del exterior. Pero ante sus ojos se dibujó la visión de un pretérito venturoso, una figura redentora que en el pasado curó sus heridas. Tuvo que mirar varias veces para comprobarlo, pero no cabía duda que era ella, tan hermosa y vindicadora como la recordaba, su cabello rubio y sus labios rubí seguían ahí, sus ojos cetrinos, su gracia, sus alas que, tiempo atrás, Daniil decidió dibujarle.

Cuando no hubo lugar a dudas, el vampiro se puso de pie, casi tira la silla que ocupaba ante el impulso, sorteó las mesas y se acercó a ella, aunque no estuvo seguro de qué decirle y sólo deseando abrazarla. Se sintió cohibido ante el recuerdo de la última vez que se vieron, cuando él había perdido el control al enterarse que Aino se llamaba en realidad Eve y trabajaba en el burdel, pero por un momento eso no importó.

-Magnolia –sonó como el más soso de los idiotas, pero en realidad y muy en serio, no sabía que decir. Se plantó frente a ella, en medio del lugar, los clientes seguramente no sabían qué pasaba y seguramente no les importaba, no sabían que el Emperador de Todas las Rusias se rencontraba con una vieja amiga, cuyo origen no podía ser más humilde.

Y en su rostro se dibujó la más sincera de las sonrisas, la vergüenza palideció ante la presencia de esa mujer que ya no era una cortesana para él, era una amiga, una confidente, una amante –claro- que ahora se encontraba vedada y era mejor, porque el recuerdo entonces se mantendría intacto y de esa sonrisa nació una risa posterior que fue un trueno que partió el cielo como si las aves sagradas Sirin y Alkonost abrieran las nubes a su paso, tan extraña porque era difícil de escuchar y a la vez, algo contagiosa por su sinceridad, más parecida a la de un niño pequeño como si ese vampiro no tuviese 5 siglos vagando sobre la tierra. No respondió a la pregunta, no valía la pena y él fue quien terminó por acortar la distancia para tomarla por la cintura, darle un beso en la mejilla, estrecharla y elevarla del suelo un par de centímetros.

Si tan sólo era supera, pensó cuando lo llamó «desaparecido», ¿cómo iba a explicarle que ahora no era un sencillo médico sino el gobernante del Imperio más grande de Europa, que sobre su cabeza ahora estaba posada una corona ajena, que sólo estaba guardando el lugar para el joven Matvey, que después de aquella noche él deseó buscarla de nuevo pero todo vino como alud y quedó enterrado bajo seis pies de nieve y tierra y le fue imposible hacerlo, cómo explicarle que ahora esa chica rubia, alta y hermosa de ojos del Vóljov congelado con la que pareció terminar mal aquella aciaga noche se había convertido en el motivo de todas sus vesanias y cruzadas, que era Eve la mujer indicada para él y que de algún modo, se lo debía a ella, pero que bajo ningún motivo denostaba nada de lo que había pasado entre ambos y que esas veladas que compartieron las atesoraba porque con un bálsamo milagroso, Magnolia había aliviado su dolor. ¿Cómo explicarle? Decidió no hacerlo y simplemente disfrutar del contacto del cuerpo ajeno con el suyo, como si aquello reavivara el fuego de recuerdos dulces y preciados. Finalmente la bajó muy a su pesar y la tomó por ambas manos sin borrar aquella sonrisa tonta de su rostro.

-Lamento que haya pasado tanto tiempo –habló con una profunda sinceridad, de verdad se arrepentía, porque esa mujer marcaba un punto esencial en su vida, cuando recién había llegado a París y se sentía completamente perdido, entonces ella estuvo con ese halo y esa espada en llamas como la del Arcángel Miguel que cuida el Paraíso Terrenal para salvarlo de sus propios demonios que a ratos parecían de hecho poder devorarlo. La haló con suavidad de una mano-, pero no podemos quedarnos aquí a platicar –bromeó mirando a su alrededor, el resto de los clientes del local estaban bastante concentrados en sus propios asuntos como para notarlos, sin embargo, Daniil seguía detestando ser el centro de atención (irónico que ahora fuese un Emperador).

La condujo hasta la mesa que antes ocupaba él y su soledad, retiró una silla para invitarla a sentarse y luego él hizo lo propio. Se sentía realmente emocionado y eso era bueno, si bien ahora era menos miserable gracias a la gente que de a poco había regresado a su vida o llegado por primera vez, la melancolía era un montón de aves que lo sobrevolarían eternamente como una parvada que se mueve en secuencia infinita. Una vez que estuvo sentado en el mismo lugar antes de la entrada de Magnolia, se tranquilizó un poco, pero le resultaba imposible borrar la sonrisa de su rostro.

-Me parece increíble que luzcas aún más hermosa que la primera vez que nos vimos –inclinó la cabeza a un lado, como para captar mejor esa belleza de la que estaba hablando, su rostro se notó más serenos –menos sonriente- al decir aquello, sus manos estaba sobre la mesa, entrelazadas y dijo esas palabras con una vaguedad bastante común en él, como el inicio de un poema que ha de inventarse en el aire-. Lo siento si la última vez te dejé la peor de las impresiones yo… -era inevitable tocar el tema y al mal paso darle prisa –yo no era yo –rio con amargura ante el juego de palabras involuntario –estaba fuera de mí, me sentí muy… -¿Traicionado? ¿Frustrado? Calló abruptamente y negó con la cabeza, ya no valía la pena revivirlo –pero no importa, sé que es tarde, pero quiero disculparme –porque tal parecía que Daniil iba por la vida pidiendo perdón –tú menos que nadie, merecía ser testigo de algo tan desagradable, y si te sirve de consuelo, pude arreglar las cosas con Eve –y entonces la sonrisa de adolescente enamorado se dibujó en su rostro como un reflejo involuntario. Guardó silencio para esperar una respuesta por parte de Magnolia, ella lo conocía bien, como muy pocas personas, seguramente sabría que decirle para calmarle esa ansiedad repentina.