Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Thibault Colville Miér Jul 21, 2010 11:43 pm

Deje que mi mano se posara sobre la pared de la habitación, esa misma que aun conservaba el mismo tapizado que mama había mandado colocar casi treinta años atrás, el mismo que recordaba desde que tenia memoria. Sentí su textura mientras mis ojos se cerraban a causa de la mezcla de sentimientos que se volcaban en mi interior de manera desbocada: alegría y melancolía, una mezcla extraña, pero posible sin duda. Gire mi cuerpo con soltura y me mantuve recargado sobre la misma pared que había tocado, esta vez con los ojos bien abiertos, fijos sobre aquella habitación que se hacia llamar sala. Mis ojos recorrieron con lentitud el espacio, cada objeto, cada mueble, cada rincón, hasta la más minima de las cosas significaba tanto para mí, en verdad había sido una fortuna el poder haber conseguido nuevamente esta casa, increíble lo que el dinero podía hacer hoy en día. Mi hogar, mi único y verdadero hogar, al único lugar que podría decir que realmente pertenezco. Estaba intacto, estaba claro que mi hermana Suzette no había tenido la oportunidad de hacer cambios, era de esperarse, luego de haber contraído matrimonio con el monstruo de Francois Robillard, todo era de esperarse; según lo que me habían informado años atrás es que mis padres habían fallecido, uno seguido del otro, victimas de una terrible enfermedad. La casa había quedado abandonada lo cual era una verdadera pena, era una hermosa casa, y no tan solo por que hubiera sido de mis padres, si no por que realmente lo era.

Mis pasos me llevaron hasta la chimenea, sobre ella estaban quizás unas de las cosas que mas podría adjudicar el termino “tesoro”: varias fotografías de la familia adornaban la sala, todas enmarcadas en costosos y elegantes marcos del mas puro estilo victoriano. Había una en especial que era mi favorita por mucho, la tome con mi mano derecha y la alce manteniéndola a la altura de mi rostro. Toda la familia se encontraba allí, sobre un papel envejecido en color blanco y negro, me sentí extraño de verme a mi mismo, tomando del brazo a una Suzette mucho mas joven, sonriéndole de la manera mas sincera, mis padres figuraban atrás de nosotros, con ese aire de amor en el rostro que recuerdo de toda la vida, sin duda un gran ejemplo para muchas parejas.

- ¿Monsieur? – La voz de Cyrille me hizo salir de mi ensoñación. El mas joven de mis dos recientemente contratados empleados me miraba extrañado desde la esquina, vistiendo un overol bastante sucio, imaginaba por que, yo mismo había sido el que había ordenado hacer un poco de limpieza en la residencia. - ¿Va a querer que movamos algunos muebles? – Pregunto de manera amable, como un fiel perro que obedece a su amo.
- No. – Respondí casi instantáneamente elevando visiblemente la voz sin poder evitarlo. – No Cyrille. – Añadí modulando mi voz una vez más a su estado habitual. – No quiero que muevan nada, todo deberá estar exactamente como se encuentra, ningún cambio, ¿lo entendiste? – No habré de ocultar el recelo con el que ahora veía a esta casa, era mucho más que paredes, era una especie de tesoro y yo su guardián de tiempo completo.
- Por supuesto Monsieur. – Asintió y se alejo a paso lento, agradecí en silencio el que no hiciera mas preguntas, el que fuera discreto. No había preguntado nada por ejemplo cuando desde mi llegada había ordenado que colocaran cortinas de terciopelo en color carmín alrededor de toda la mansión, no hace falta decir por que lo había hecho, simple sobrevivencia. También estaba un cuarto en el sótano que me serviría como protección contra los rayos del sol. Mientras menos gente hubiera en casa, mejor para mi.

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Mensaje por Invitado Jue Jul 22, 2010 1:30 pm

El destino era quizás, junto con la definición de la palabra alma, lo que más me costaba comprender. Y eso que mi madre me lo había explicado miles de veces, pero yo, Francine, me negaba a admitir que siete letras dominaran mi vida y le dieran punto final a mi historia.
Pero a veces es necesario dejarlo obrar...
En muchas oportunidades es de suma importancia sentarse en el jardín, tomar el té y esperar a que llegue un invitado quien acabaría siendo el dueño de tu corazón, luego de infinitas charlas en cálidas tardes de verano. O tal vez dormir frescas siestas hasta advertir el paso de los años y ver crecidos a tus nietos.
Así explicaba yo el destino, cuando su definición me resultaba muy complicada. Eso que sucede cuando lo dejas entrar a tu vida. Y cuando no lo haces, sigue sucediendo, pero no surgía nada bueno de ello.

De eso se trataba el destino, a veces, en el mejor de los casos.
Se trataba de salir una tarde para descansar debajo de un árbol, en un verano soleado; se trataba de caminar por las callecitas polvorientas y simplemente cruzarte con la vida. Nada más.

Dejar que el destino hiciera lo suyo traía últimamente gratas sorpresas, como la de haber conocido a Thibault.
Pero la sorpresa más reciente sería aquella que hacía que me detuviera en el medio del camino, así mientras el sol se iba poniendo entre las nubes ya pintadas de noche.
Estaba inmóvil, con los ojos notoriamente abiertos.
La residencia Servais estaba siendo habitada, nuevamente. La residencia que había sido de mi madre y de mis abuelos. La residencia que siempre me había observado con las puertas cerradas.

Durante toda mi infancia -ya luego de que mis abuelos murieran- había querido entrar allí. Las oportunidades se resumían a unas pocas oraciones que contaban las veces que había entrado, con menos de cinco años, lo cual no me servía para recordar nada más que detalles que no tenían explicación: algún rincón con un jarrón colorido, la fuente que lanzaba al aire cristales soleados, la sombra de los arabescos del balcón de la terraza...
Pero nada más. Porque mis abuelos se marcharon apresuradamente, dejándome con muy poco para vivir de ellos y yo, afuera de la casa que mi madre nunca más quiso visitar. Y mi padre, respetando sus deseos, jamás permitió que volviera a esa casa, que con el tiempo perdió interés, quedando sepultada bajo un sol que iba secando sus paredes hasta dejarla teñida de un color sepia que distaba de ser dorado.
Yo, por mi parte, intenté entrar varias veces, pero nunca obtuve resultados.
Busqué las maneras de violar todas las cerraduras y los pórticos. Lejos del triunfo, la casa terminó quedando en una parte olvidada de mi corazón, pero no latente, sino que con un ojo abierto, esperando para el ataque.
Y ése era el día perfecto.

Comencé a correr a toda velocidad, junto con mi pequeña cartera, mi sombrilla y el sombrero que intentaba escaparle al destino que yo misma perseguía. Nini iba detrás mío, tan sólo quejándose por mi velocidad, puesto que ya comprendía mis intenciones. Me detuve un segundo y giré hacia ella: -Nini, quédate aquí, descansa, es sólo para verla.
Me hizo caso, porque ya le dolían los pies de tanta carrera.

Las rejas que contenían la residencia estaban abiertas, quizás por la mudanza.
Una vez que dos pasos me separaban del gran portal, tomé aire y me llevé ambas manos a mi cintura como si aquello disolviera el corset que a su vez disolvía mis pulmones. Golpeé la puerta con el llamador y esperé ansiosa.
Cuando obtuve respuesta sonreí alegre y tomé una última bocanada de aire comenzar con mi presentación.
-Buenas tardes, soy Francine Robillard y me gustaría hablar con el nuevo propietario de esta casa -hice una pausa para inclinar la cabeza y mirar el interior que se veía por detrás del hombre que se encontraba frente a mí-. ¿Podría ser usted tan amable de ir a buscarlo? -pregunté impaciente.
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Mensaje por Thibault Colville Vie Jul 23, 2010 6:05 pm

La paz volvió a abrazarme en cuanto me vi nuevamente solo en la sala, la que era mía una vez más luego de más de dos décadas. No deseaba nada, me sentía feliz con tan solo poder sentarme en uno de esos sofás envueltos en un estampado en color beige, contemplando cada objeto, así pasaran horas mientras lo hiciese. No había nada mas que deseara, mas que ver, recordar y con ello volver a vivir todo lo que había dejado en esa casa, quizás en mi locura me atreviera a imaginar a mis padres sentados frente a mi, a mi propia hermana bebiendo con elegancia una taza de te sin dejar por eso de lado la sonrisa que solía caracterizarla, quizás algún día al salir al jardín podría llegar a hablarles a los tres y hacer como si nada hubiera pasado, engañarme a mi mismo negándome a la realidad latente. Quizás tales hechos me hicieran ganarme el titulo de loco ante quien lo supiera, pero no me importaba, era algo con lo que podría vivir.

Me deje caer lentamente sobre el mueble que se hundió a causa de mi peso y fije mi vista en el exterior que se dejaba entrever a través de un leve espacio que había entre dos de las pesadas cortinas, la noche ya había caído y con ella había traído una extraña tranquilidad a mi, ya no tendría que huir del sol, estaba en mi ‘hábitat’, en mi propia naturaleza. Permanecí en silencio, el único sonido en la habitación era el del péndulo del gran reloj de pared que se meneaba hacia ambos lados con el pasar de los segundos, no temía el pasar el tiempo, no como solía hacerlo el resto del mundo, la vejez jamás me tocaría, no era algo que debiera quitarme el sueño….’sueño’ entre comillas.

- ¿Monsieur? – Una vez más Cyrille me llamaba desde la entrada a la sala, esta vez un aire de preocupación parecía invadirlo, lo notaba en su rostro. Levante la vista para verlo dejando por apenas breves instantes la melancolía a la que casi podría decir que ya era adicto. – Afuera hay una señorita que pide verlo… - ¿Visitas a esta hora?
- No espero a nadie Cyrille, quizás en otra ocasión. – Le interrumpí de manera abrupta, pero sin caer en una grosería.
- Me ha dicho que su nombre es Francine Robillard y..
- ¿Francine? – Mi voz se elevo como un reflejo ante tal nombre, mis ojos parecieron abrirse considerablemente. ¿Qué hacia Francine a estas horas? O mejor dicho.. ¿Qué hacia aquí? Me puse de pie de inmediato y fui hasta la ranura que quedaba entre ambas cortinas, fije mi vista en el portón y mi avanzada vista me permitió comprobar que se trataba de ella. Me encontré frente al cuestionamiento de salir en su búsqueda o simplemente negarme, de hacer la primera quizás estaba metido en un problema ya que vería los cuadros y demás en la casa, cosa que me delataría; de hacer la segunda…quizás me arrepentiría toda la eternidad…y no podía negar que deseaba verla una vez mas. Volví a girar mi rostro para ver a Cyrille que esperaba de manera paciente por una respuesta.
- Hazla pasar… - Mi voz sonó visiblemente dudosa. -…pero entretenla un poco por favor. – Añadí con rapidez antes de que mi fiel sirviente se alejase. Era hora de actuar rápido o todo se vendría abajo.
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Mensaje por Invitado Vie Jul 23, 2010 6:52 pm

El encargado de presentarme me dejó unos minutos sola esperando.
Y Dios me llamará entrometida, mis padres se avergonzarán de mí por mi atrevimiento, pero yo no pude quedarme allí afuera viendo cómo el tiempo pasaba.
Di unos pasos dentro del pequeño hall que daba la bienvenida y fijé mi vista en cada detalle. Para mi sorpresa, todo se encontraba exactamente igual a como lo había visto por última vez, aunque ese saloncito era el que menos recordaba. Lo cierto era que no se veían corrientes innovadoras de la decoración en el lugar ni mucho menos. Todo se veía como si los rincones hubieran sufrido apenas unas cosquillas de los plumeros.
Caminé de aquí para allá obligándome a no entrar definitivamente en la casa y saltar sobre el nuevo propietario de la residencia. No por tener problema en serle una molestia, sino porque no sabía con qué encontrarme. Me imaginaba a un duque petiso y regordete, con la cabeza desértica y brillosa. Seguramente tendría unos lentes inmensos y un gran bigote. ¡Y un gusto exquisito para vestir! Aunque sus ropas tendrían un talle importante. Podía verlo ingresar al hall con un gesto altivo, con la mirada llena de curiosidad, con intenciones de saber las razones por las que una jovencita tenía el escandaloso atrevimiento de llegar a tales horas a su nueva casa y sentirse invitada como para algún banquete que no se estaba dando. Suspiré al escuchar su voz en mi mente, gritándome por mi petición.
Retrocedí y me acerqué a la ventana, para visualizar a Nini. Ella no podía ver mis exagerados movimientos que intentaban llamarle la atención. -¡Nini! - grité varias veces sin resultado. Me enfurecí con ella. ¿Cómo podía ser tan sorda y tan ciega a la vez? Comprendía que era una ancianita pero...
Sentí que alguien se detenía justo a tres pasos detrás mío y hacía silencio esperando a que me volviera a ver. Me quedé inmóvil y cerré los ojos.
-¡De acuerdo podré volver en otro...! -me excusé gritando al dar la vuelta, pero descubrí que se trataba del mismo joven que me había abierto la puerta. Me callé de repente y le sonreí a modo de disculpa. Aclaré la voz- ¿Y bien, joven? ¿Acaso puedo entrar? -pregunté con un tono cambiado, lleno de soberbia, para que no tomara mis anteriores palabras y me hiciera salir de la casa.
Como respuesta obtuve algo que no me gustó mucho. Debía esperar unos momentos. ¿Por qué? ¿Acaso buscaban aumentar mi ansiedad? ¡No había nacido para morir de ansias! Puse los ojos en blanco.
-De acuerdo, está bien... -asentí contando mentalmente hasta diez- ¡Oh! Joven, ¿podría hacerme el favor de ir a buscar a la anciana que se encuentra a unos metros allí en el jardín? -pregunté con amabilidad- Es mi nana y no quiero que se quede afuera esperando, ya es de noche y no es lo conveniente.
El muchacho salió en busca de Nini y yo comencé a dar frenéticos pasos que cubrían la habitación en tan sólo segundos.
No era tan terrible verme en la casa de mi madre, tampoco el hecho de que le perteneciera a un desconocido... Lo que me molestaba demasiado era esperar. No quería esperar. No había nacido para ello. Debía arreglar el tema y sacármelo de la mente. ¡Imaginaba lo desagradable que sería recibir la negativa del dueño de la residencia! ¿Cómo podría dormir yo esa noche si descubría que jamás podría volver a pasar por la puerta siquiera?
Comencé a golpetear el piso con la sombrilla de color hueso que combinaba con mi vestido, tenía unos detalles azules. Luego hice una pequeña sinfonía de pasos acompañados por los golpecitos anteriores. Me colgué la sombrilla en el brazo, justo a la altura del codo, y comencé a caminar nuevamente, hasta que vi en un rincón una pequeña escultura de detalles sin igual.
¡Oh! ¿Suzette? ¿Podrías alejar a la niña de aquella mesita? Sí, querida, por favor. Es que, compréndeme, la escultura esa era de mi abuela, no queremos que la pequeña Francine termine desheredándose a sí misma...
Sonreí al escuchar en mi mente uno de los pocos recuerdos de mi abuela materna. Recordaba aquel en particular porque siempre pronunciaba las mismas palabras, siempre. Era como un libreto: las mismas palabras para no caer en manos de la ira y echarme de allí a los gritos. Mi madre me había contado que mi abuela Alphonsine había sido una gran mujer, con carácter que se veía suavizado por la dulzura de su voz y de sus palabras, las justas y necesarias para comprender absolutamente todo y saber qué estaba bien y qué estaba mal. Mamá me decía que la abuela me había amado desde mi primer segundo de vida, y que estaba muy feliz por mi llegada, pero que más que nada le emocionaba el hecho de saber que podría ayudar en mi educación como lo había hecho con su propia hija. Lamentablemente la muerte no le cumplió el sueño para darme las lecciones que creía indispensables.
Tomé la pequeña escultura y observé cada uno de sus detalles.

Aún me pregunto por qué a veces suelo hacer cosas estúpidas, pero nunca llego a una respuesta decente que valga la pena. Me quedo con el simple: "porque eres estúpida y punto, Francine". Lo cierto es que no recuerdo muy bien en qué pensaba exactamente como para dar inconscientemente dos pasos hacia atrás con el pequeño objeto en la mano. Gran error. Resultaba ser que justo detrás de mí se encontraba un pequeño sillón dispuesto para la espera de los invitados. Al recargarme sobre él sin tener noción de ello, perdí el equilibrio, cayendo hacia atrás, dejando caer el asiento y... soltando la escultura.
Si alguien lo pregunta: sí, se hizo añicos.
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Mensaje por Thibault Colville Dom Ago 08, 2010 4:02 am

Volví a soltar un suspiro apenas Cyrille desapareció de mi vista. Odiaba tener que hacer de esta manera mas cosas, pero no había salida, detestaba la sola idea de seguir mintiéndole a la que poco a poco iba convirtiéndose en mas que una simple familiar. No era así como la veía, era algo más, no era solo Francine “la sobrina”, era, era…..algo difícil de explicar, algo todavía mas grande, mas intenso. Me apresure a tomar los objetos que me pondrían en evidencia ante ella: un par de cuadros donde yo aparecía junto a mis padres y hermana, eran pocos, pero suficientes para quedar como un completo mentiroso ante su vista y con ello perder posiblemente su confianza, esa que me había brindado realmente sin conocerme desde esa primera noche. Mis pasos avanzaron de manera grácil y silenciosa escaleras abajo, conduciéndome hasta la que sin duda era la habitación mas preciada por mí después de la habitación de mis familiares ya muertos.

Al abrir la puerta aparecieron ante mis ojos decenas de cuadros, lienzos aun vírgenes, un par de caballetes, cientos de pinceles, pintura por doquier se mezclaba en las paredes; un lugar dedicado enteramente al arte. Si, pintar era una de mis grandes pasiones, si no es que la mas preciada de todas, en mi vida de humano había dedicado quizás la mayor parte del tiempo a este apasionante arte, los cuadros que había pintado permanecían en la casa aun, cubiertos de polvo, clamando por ser recordados como el resto de la casa. Coloque las fotografías sobre una vieja mesa de madera y me dirigí directamente hasta una de las pinturas que estaba cubierta por una manta de color violeta. Uno de los pocos retratos que había hecho apareció ante mi vista, y había sido a mi hermana, a mi adorada Suzette. Cuantos recuerdos se volcaron en mi mente en ese instante, cuantas ganas de volver el tiempo, cuantos anhelos perdidos en la nada. Mi mano se poso sobre una de las mejillas de la pintura, en un intento de caricia la cual fue en vano y un ruido proveniente de arriba me saco de una nueva ensoñación. Recordé que Francine me esperaba y fue tan solo esa la razón por la que no me permití estar triste por tan recientes recuerdos. Luego de dejar la pintura nuevamente cubierta volví a cerrar la habitación y fui escaleras arriba, el aroma delicioso de Francine provenía desde la sala donde yo había estado minutos antes.

La contemple de espaldas, llevando un vestido que la hacia lucir todavía mas bella de lo que era, su cabello seguía siendo una masa sedosa, quizás un poco mas elaborada que la vez anterior que le había visto y bajo ella…

-Dios... – Murmure al darme cuenta de lo ocurrido. Una figura decorativa que había pertenecido a mi madre yacía sobre el piso hecha trizas, sin nada que hacer al respecto. Levante la vista hacia Francine y pude darme cuenta de que no había mas culpable que ella, su rostro asustado la delataba por completo. El dolor por perder tan importante recuerdo para mi era intenso, sin embargo ella no era una extraña, era ni más ni menos que mi sobrina, sangre de mi sangre, y mí ahora razón de existencia. No seria vil, no podía, seria incapaz. Suspire por lo bajo intentando dejar en el olvido lo ocurrido y el lugar de una reprimenda una leve sonrisa se curvo en mis labios.
-Tendrás que pagar por eso… - Comente mientras caminaba hasta la mesa en medio de la sala donde se encontraba una mesa y sobre ella un recipiente con agua. Luego de tomar un vaso de cristal y llenarlo de líquido, volví hasta donde Francine se encontraba aun con cara de terror. Me pare justo enfrente con semblante serio, observándola. – Eso vale una fortuna, ¿sabes?... – Baje la mirada al piso donde aun permanecía la pieza hecha puré. – Un mes de visitas… - Añadí finalmente ofreciéndole el vaso de agua, dejando atrás la falsa seriedad dando paso a una amplia sonrisa.
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