Espejito.... espejito... [privado]

por **Catalina de los Rios** Mar Oct 23, 2012 1:12 am

Ya me encontraba ahí, en busca del próximo esclavo loco, enfermizo, alguien que pudiera ayudarme con lo que necesitaba, mientras avanzaba por los pasillos, los gritos se intensificaban de una de los lugares más terroríficos para cualquier simpe mortal, pues para mí solo era un cantar de ángeles. Acudía a ese lugar cada cierto tiempo, era algo así como una pequeña invasora que buscaba lo que necesitaba lo ocupaba hasta dejarlo sin alma y luego de desechar lo que ya no me serbia volvía en busca de mas, el circulo vicioso para una mente como la mía, el manjar más querido la cabeza que nadie entendía y prefería que fuera así. Los únicos que no traicionaban eran aquellos enfermos que poco sabían de su vida o al contrario sabían más que cualquiera y estaban más cuerdos que el mismísimo demonio que los poseía según ellos. El dueño era un conocido de años de mi familia, por eso tenía ciertos privilegios, sin peros, sin preguntas ni respuestas, yo solo iba, mi nombre se escuchaba en boca de aquellos que intentaban sanar a los pacientes y entre algunos enfermos que me veían ir bastante seguido. La Quintarla, me decían por el quintral que poseía el mismo color rojo intenso de mi cabellera que no pasaba desapercibida.

Mi capa llegaba hasta el suelo, negra como la noche mi cuerpo avanzaba casi como si flotara, las luces ya se habían extinguido y era a esas horas cuando el demonio venia de visita. Mi víctima, Anastasia una joven de quince cortos años sufría de alucinaciones y según decían tenía un problema de adaptación aislamiento, y un pequeño grado de Demencia, simplemente una mujer digna de ser visitada, claramente aquel era mi pensamiento. Mis tacones producían un sonido que rebotaba en todo aquel lugar, a lo lejos un enfermero salía de un cuarto todo arañado me apronte hacia él, el aroma de su sangre era algo repulsivo no de mi agrado, mire la habitación y sonreí – ¿Aun tiene esos deseos carnales? – pregunte se trataba de Frany de Líala una mujer con un trastorno de ansiedad sobre el deseo sobre humano de conseguir placer a través de dolor físico, interesante pero ante mis ojos un punto negro en todo ese Sanatorio mental, mis búsquedas eran con pinzas y aunque podría darle todo el placer que Frany quisiera no era lo mío. No espere mas respuesta y seguí caminando inspirando ese aroma a violetas que solo la pequeña Anastasia tenia.

Me detuve en su habitación y con la llave en mano entre ha ella de manera silenciosa, dormida se encontraba la pequeña de cabellos dorados, piel tostada por el sol y bellos ojos marrones, la sonrisa se dibujo en mi boca una presa fácil que tendría el placer de disfrutar y quizás acabar con su plenitud en un segundo, ¿jugar? Tal vez. Me acerque hasta ella y pase mi mano por su cabellera dándole un pequeño pero fuerte tirón de mechas, lo que ocasiono que se despertara del susto y dolor, sus ojos desorientados se toparon con los míos – Tu peor pesadilla – Solté una carcajada que se ahogo entre aquel cuarto aislado – ¿Me extrañaste? – el juego comenzaba en su mente, y metiéndome en ella busque todo lo que me ayudara y manipulando su voluntad no deje que hablara sino que fuera mi muñeca de carne y hueso – Soy tu madre – pase mi uña por su cuello sintiendo como aquella vena sobresalía de las otras y bombeaba sangre con fluidez y de manera rápida. La niña comenzó a gritar mientras jugaba con su mente buscaba los indicios de que tenia y al final solo era una maldita malcriada que poseía una doble personalidad, una un santa paloma y la otra una maldita hija de puta. – Te has portado muy mal… me dijeron que quisiste meterte con el perro de tu amiga – Su mente me hablaba dando información de su retorcido y brutal pensamiento, sus gritos aumentaban y jalándola con mas fuerzas de la cabellera mi voz se apoderaba de cada sentido – ¡Eres una perra! – es desquicio en mis palabras se hacía notar mientras como un títere la sostenía controlando más que su voluntad.

Lamí mis labios mientras la niña lograba contener el grito – entre mas gritas peor será – aun no le hacía nada pero ya le había demostrado el poder que tenia sobre ella – Así que tu padre te violaba – reí de manera macabra mientras la miraba – y es por eso que estas aquí tan demente y desquiciada – le pegue una bofetada dejándola caer a la cama – Ya quisiera conocer a tu padre para enseñarle que es mejor una mujer de verdad que una pobre pequeña – mi idea era volverla loca, más de lo que ya estaba y aunque nunca nadie la había tocado lujuriosamente le haría creer que así había sido. – ¡Eres una niña pervertida Anastasia! – volví a sostenerla del cabello mientras la niña comenzaba con sus cambios de personalidad, agresiva era y por mas golpes que me daba no logro acertar en ninguno, con la rapidez que mi raza me permitía la deje amarrada en la cama de brazos y piernas – Ahora aprenderás – reí parada frente a la cama, comencé a rodear la misma pasando uno de mis dedos por sus piernas… - aprenderás que con Mama no se juega –reí como una mal parida, me acerque a su entrepiernas con malicia y note que excitada estaba – Mala niña – gire mi cabeza hacia la entrada notando que la puerta se abría lentamente, me detuve al acto y con furia mire hacia la oscuridad.

por **Gédéon Lémieux** Dom Ene 13, 2013 2:03 am

Los laberintos siempre conducen a caminos inesperados.

Y ahí estaba, como un maldito perro bajo la lluvia esperando que su noche resultase un poco más amena que la anterior. Diversión la había de mil maneras distintas, desde robar la corona de Inglaterra hasta jugar un par de cartas con los ebrios de París. Pero su favorita era y seguiría siendo una noche en brama con cualquier mujerzuela que tuviese ese algo que atrapa la imaginación y el deseo de Lidérc. No es fácil conseguir que su mirada azul se pose en las figuras mortales, incluso en las inmortales es un caso extraordinario cuando encuentra de su gusto a una mujer. El espacio que debe llenar la dama en cuestión es demasiado grande si se compara con el vacío que dejaron sus hermanas. Pobres e infelices, ahí estaría ahora, cubriendo y satisfaciendo las necesidades de su hermano mayor, del único hombre en sus vidas. Lo traicionaron, el precio fue la muerte. Con la imagen de esas gemelas proyectadas en su cabeza, él siempre busca en cada mujer con la que se revuelca algo que se las recuerde. Es evidente que, ninguna de ellas, lograría ocupar el lugar que Ishtar y Sorha habían dejado en la existencia del único Nasic.

El olor de la tierra se alojó en sus fosas nasales, estando en vida lo habría adorado como un chiquillo enfermo, pero ahora le resultaba repugnante. Los trozos de piedras bajo sus pies eran molidos al instante y las gotas que pudieron caer en su rostro lamentaron toparse con una piel tan fría como la de ese sujeto. Deambuló por las calles y se metió en los callejones que conducen al burdel con la esperanza quizá de encontrarse a esa mujer de antaño o tal vez a una nueva que tuviese los mismos ojos malditos que Sorha. Pero se equivocó. Las mujeres que se encontraban despilfarradas sobre las esquinas de aquel complejo eran todo, menos parecidas a ella. Sucias, repulsivas, malolientes y resbalosas. ¡ARG! No había nada peor que una mujer que se arrojara a sus brazos en busca de una follada. A él le gustan los retos, le pone que las mujeres se crean más de lo que son y, por supuesto que pretendan no ser merecidas por ningún hombre. Ese, ese tipo de mujerzuelas son las que busca, pretende, goza y asesina.

Pasó de largo. La ciudad estaba convirtiéndose en un agujero jodidamente predecible, no tardaría más de un mes en retirarse de ahí a menos que algo lo mantuviera atado a ese pedazo de tierra. Cualquier cosa podría pasar, un encuentro inesperado con el cazador más furtivo de la zona y que lo arrestase por los crímenes contra la corona de Budapest o tal vez sólo una jugarreta con algún lupino, ¡Tenía que haber algo! Los charcos se formaban bajo sus pies y el agua corría por todo su rostro. No había mucho cambio, su galanura continuaba siendo la misma sin importar el tiempo. Metió las manos en los bolsillos cuando pasó cerca del Sanatorio Mental. Frunció el ceño recordando la última ocasión en la que… -Ese olor- Susurró desviando la mirada hasta el interior del complejo. Cada una de las habitaciones se encontraba en una sepulcral obscuridad. Así que no había necesidad de echar un vistazo, pero ese jodido perfume le revolvió las entrañas como si algo putrefacto estuviese en su interior. Sus orbes se llenaron de un color negro intenso y, con la velocidad del viento, viajó hasta los interiores de aquella vieja construcción.

Los blancos pasillos formaron un laberinto bastante llamativo para él. Pero eran los gritos de aquella niña los que, como punzadas hasta su libido, aclamaban su nombre. Después esa voz. ¡Maldición! ¡Eso tenía que ser imposible! Pero la frialdad, el aura maldita, el olor añejo y los modos de blasfemias…. Tenía que saber de dónde provenían, quién era la culpable y sobre todo, porqué apestaba igual que sus hermanas. Sus pasos fueron sigilosos, escondido entre la penumbra, acechando desde la obscuridad. No tardó mucho tiempo en dar con la habitación más encantadora que pudo encontrar. Dentro de ella, una joven incauta y como compañía una vampiresa. Los ojos de Lidérc se incendiaron inmediatamente al saberla dueña de la fragancia, poseedora de aquella voz y sobre todo tan maniáticamente enferma como la propia paciente. Se saboreó los estragos que el juego de la mujer de cabello rojizo, dejaría en la humana. Se adentró en la habitación.

-¿Pero qué demonios hace con mi paciente?- Exclamó en un tono gutural de voz. Amenazador, como si estuviese marcando el territorio. Clavó su mirada sobre aquellos orbes azules y el juego inició. Si aquella mujer era tan maldita como su olor lo expedía, entonces el juego por la carnada resultaría más interesante que quedarse de pie observando como la violaba una y otra vez. Rugió amenazador. –¿Acaso no sabe que para perturbar a un alma inocente se necesita más que basura psicológica?- Arqueó ambas cejas y estalló en carcajadas como un enfermo. Llevó una de sus manos hasta su entrepierna para mostrar el bulto. Con el labio mancillado por sus colmillos, terminó por entrar en la habitación. Chasqueó la lengua. –Ambas apestan a lujuria y tendré que mostrarles como se juega en esta parte del manicomio-

Espejito.... espejito... [privado]

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