AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
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ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Un sombrero puntiagudo seguido de una túnica ostentosa. Señores y plebeyos. Agricultores y artesanos.
Dios, si hubiese sabido que en París las calles podían presumir de la variedad de personas que ululaban de un lado para otro, me hubiese preparado emocionalmente. Mamá me había dicho que el viajar a París en busca de mejores oportunidades sería difícil, pues el estilo de vida al que acostumbraban los ciudadano era mucho más rápido que en Amiens, en donde los agricultores trabajábamos con calma sabiendo que a la naturaleza no se la podía apresurar para rendir frutos, una concepción que se notaba en los rostros calculadores de muchos transeúntes que no estaba arraigada en esa región.
Suspiré apegándome a mi crucifijo que reposaba en mi bolsillo carcomido. Lo que más temía era desviarme del buen camino como lo hacían varias doncellas de mi marginada clase que les mentían a sus familias diciendo que trabajaban en lugares respetables y de buena paga, cuando lo que en realidad hacían era vender su cuerpo al mejor postor, como una subasta de mujeres lanzadas al abismo de un callejón sin salida. Rezaba por ellas cada noche, a pesar de que mi acento delatara mi falta de educación. Dios no hacía distinciones con sus hijos, ¿verdad?
—Calma, Tulipe —me dije a mí misma mientras avanzaba o trataba de avanzar en medio de la muchedumbre— Vinimos a luchar por un futuro mejor, ¿recuerdas? Confianza, confianza.
Cuando pasaba por el puente, pude apreciar la ciudad con mayor certeza. Era un lugar enorme, comparado con mi ciudad que sólo tenía poco más de diez mil habitantes, es decir, menos habitada que las demás ciudades de paso del país. ¿Podría encontrar patrones pronto en ese cúmulo de personas? Me costaría, desde luego, porque no era la única pueblerina joven buscando oportunidades, pero daría mi mejor esfuerzo. Ahora que estaba allí, no podía dar la vuelta. Mis pies me dolerían de tanto recorrer la casa en la que trabajara como criada, mis dedos sangrarían por refregar la ropa, pero al menos sangraría mi cuerpo y no mi alma, como ocurría con las cortesanas.
Me apoyé en la baranda del puente y aproveché para revisar la dirección que me había escrito el sacerdote de la catedral de Amiens escrita en un pedazo de periódico cuya fecha desconocía. Ahora venía el primer paso complicado de mi desafío: encontrar a alguien que supiera leer. No podía ir a la catedral a que me la leyera un servidor de la iglesia bien intencionado, por lo que comencé a buscar entre los rostros el conocimiento que necesitaba. Estaba muerta de nervios. Tragué saliva antes de probar suerte.
—D-disculpe, ¿podría ayudar…? —intentaba llamar la atención de cualquier persona que se notara de cultura, pero cuando veían mis ropas, atinaban a mirar hacia adelante como si no existiera— Usted, Monsieur…
Mi método no estaba funcionando. De hecho estaba molestando a varias señoras de la alta sociedad que no querían ver sus vestidos manchados por mí, aunque estuviese aseada. No los juzgaba, era la cuna en la que habían nacido lo que los determinaba a juntarse con los suyos, así como mí el destino me había cicatrizado la marca de la pobreza sobre mi joven y nívea espalda.
Dios, si hubiese sabido que en París las calles podían presumir de la variedad de personas que ululaban de un lado para otro, me hubiese preparado emocionalmente. Mamá me había dicho que el viajar a París en busca de mejores oportunidades sería difícil, pues el estilo de vida al que acostumbraban los ciudadano era mucho más rápido que en Amiens, en donde los agricultores trabajábamos con calma sabiendo que a la naturaleza no se la podía apresurar para rendir frutos, una concepción que se notaba en los rostros calculadores de muchos transeúntes que no estaba arraigada en esa región.
Suspiré apegándome a mi crucifijo que reposaba en mi bolsillo carcomido. Lo que más temía era desviarme del buen camino como lo hacían varias doncellas de mi marginada clase que les mentían a sus familias diciendo que trabajaban en lugares respetables y de buena paga, cuando lo que en realidad hacían era vender su cuerpo al mejor postor, como una subasta de mujeres lanzadas al abismo de un callejón sin salida. Rezaba por ellas cada noche, a pesar de que mi acento delatara mi falta de educación. Dios no hacía distinciones con sus hijos, ¿verdad?
—Calma, Tulipe —me dije a mí misma mientras avanzaba o trataba de avanzar en medio de la muchedumbre— Vinimos a luchar por un futuro mejor, ¿recuerdas? Confianza, confianza.
Cuando pasaba por el puente, pude apreciar la ciudad con mayor certeza. Era un lugar enorme, comparado con mi ciudad que sólo tenía poco más de diez mil habitantes, es decir, menos habitada que las demás ciudades de paso del país. ¿Podría encontrar patrones pronto en ese cúmulo de personas? Me costaría, desde luego, porque no era la única pueblerina joven buscando oportunidades, pero daría mi mejor esfuerzo. Ahora que estaba allí, no podía dar la vuelta. Mis pies me dolerían de tanto recorrer la casa en la que trabajara como criada, mis dedos sangrarían por refregar la ropa, pero al menos sangraría mi cuerpo y no mi alma, como ocurría con las cortesanas.
Me apoyé en la baranda del puente y aproveché para revisar la dirección que me había escrito el sacerdote de la catedral de Amiens escrita en un pedazo de periódico cuya fecha desconocía. Ahora venía el primer paso complicado de mi desafío: encontrar a alguien que supiera leer. No podía ir a la catedral a que me la leyera un servidor de la iglesia bien intencionado, por lo que comencé a buscar entre los rostros el conocimiento que necesitaba. Estaba muerta de nervios. Tragué saliva antes de probar suerte.
—D-disculpe, ¿podría ayudar…? —intentaba llamar la atención de cualquier persona que se notara de cultura, pero cuando veían mis ropas, atinaban a mirar hacia adelante como si no existiera— Usted, Monsieur…
Mi método no estaba funcionando. De hecho estaba molestando a varias señoras de la alta sociedad que no querían ver sus vestidos manchados por mí, aunque estuviese aseada. No los juzgaba, era la cuna en la que habían nacido lo que los determinaba a juntarse con los suyos, así como mí el destino me había cicatrizado la marca de la pobreza sobre mi joven y nívea espalda.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Maldito calor, el verano era insoportable para Lecrerc, avanzó con cuidado por aquella concurrida avenida, con su uniforme elegante y su fajín rojo que marcaba su estatus de oficial, sin embargo, no llevaba su habitual sombrero puntiagudo, las botas le daban calor, eran aquellas botas que le llegaban hasta la rodilla...eran insoportables. Avanzó, pisando los adoquines de la calle, que resonaban con sus pasos. Veamos cuales eran los planes para hoy...¿tal vez reunirse con su espía? ¿Citarse con la Cónsul? ¿Visitar a la senadora? ¿Hablar con el Mariscal? Qué más daba, disfrutaba del paseo.
Al menos allí no hacía tanto calor como en Egipto, eso era un hervidero, donde la enfermedad y los crímenes eran costumbre, día a día. En fin...aquellos días ua pasaron.
Algo le llamó la atención en la calle, una jovencita estaba intentando comunicarse con las gentes, al parecer, sin éxito alguno... bueh, París estaba llena de cerdos que no creían en los tres pilares de la República, Libertad, Igualdad y Fraternidad, por suerte, allí estaba él para practicar el ejemplo, así que decidió acercarse a ella, y con una sonrisa preguntó:
-¿Algún problema, señorita? Ahá...parece que la gente no le hace caso, ¿puedo ayudarla?
Al menos allí no hacía tanto calor como en Egipto, eso era un hervidero, donde la enfermedad y los crímenes eran costumbre, día a día. En fin...aquellos días ua pasaron.
Algo le llamó la atención en la calle, una jovencita estaba intentando comunicarse con las gentes, al parecer, sin éxito alguno... bueh, París estaba llena de cerdos que no creían en los tres pilares de la República, Libertad, Igualdad y Fraternidad, por suerte, allí estaba él para practicar el ejemplo, así que decidió acercarse a ella, y con una sonrisa preguntó:
-¿Algún problema, señorita? Ahá...parece que la gente no le hace caso, ¿puedo ayudarla?
Teniente Lecrerc- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2012
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Pasos titubeantes y dolorosamente temerosos eran los míos. Algunas personas me empujaban por el sólo hecho de no tener cuidado con los transeúntes a su alrededor. Por dentro me desazonaba esa conducta irresponsable, pero necesitaba de ellos para orientarme en aquél tumulto. ¡Qué sentimiento más canalla!
Pronto, a mis pisadas liliputienses de jovenzuela desorientada se les unieron otras que resonaban más fuerte en el empedrado y de un calzado cuyo valor cuadruplicaba mi presupuesto del mes. Cuando me di cuenta, pude ver que su origen radicaba en un caballero cuyo rostro podría relatarte batallas y guerras. Su uniforme lo comprobaba; estaba frente a un miembro de las filas del ejército imperial francés, de esos que por sobresalían por su pulcritud y convicción. Se acercaba a mí con una sonrisa gentil que no solía recibir, logrando que mi timidez me hiciera jugar con mis manos como una torpe y que los colores treparan despiadadamente a mi rostro. Lo hacía porque así había aprendido. Lo hacía porque no sabía ser de otra manera con los desconocidos y menos cuando se trataba de un varón de raíces recubiertas de oro.
—Oh no. ¿Qué pensará de mi aspecto? —murmuré dentro de mí al mismo tiempo que bajaba mi mirada enrojecida para sacudir mis ropas empolvadas por el viaje de ferrocarril— Él con sus botones de oro resplandeciente y yo con mi vestido arratonado.
Cuando concebí la idea de buscar ayuda, pensé de verdad en que se trataría alguien de clase medio para que me leyera aunque fuera a un ritmo más pausado. Asombro forzado del azar el poner a ese caballero en mi ruta, que me acababa de ofrecer su ayuda. No quería tartamudear frente a alguien cuyo acento podía ser entendido y aprobado en cualquier lugar. Sin mentirme a mí misma, en momentos como esos añoraba haber recibido alguna migaja de la educación a la que él había tenido acceso.
—Concéntrate —me mandé a mí misma— El señor te está preguntando algo.
Aclaré mi garganta con volumen reducido, esperando que la voz se viera favorecida, pero yo misma lo impedí inconscientemente, pues estando frente a personas de tan elevada posición me daba pusilanimidad mi poca habilidad para modular. Mis labios se volvían locos, qué se yo.
—Monsieur —hice una tosca reverencia en símbolo de respeto— No los responsabilizo por ello. Es la costumbre que les ha legado su cultura. En cambio debo agradecer a Dios por permitir que acudiese a mí.
De tanto travesear con mis manos, arrugué el desafortunado papel más de la cuenta, pero a la vez, eso hizo que me enfocara en lo que me había traído a las calles parisinas. Abrí el retazo, acercándolo escasamente a la vista del oficial. Me desosegaba la idea de ofenderlo sin querer.
—Esto no le quitará mucho tiempo, lo prometo —de nuevo me cohibía y era incapaz de verlo directamente a los ojos— Yo… no sé leer, Monsieur. Si cabe en usted esta petición de decirme la dirección que allí aparece, n-no podría pagarle con lo que no tengo, pero mi gratitud se extenderá inmensamente.
Esperaba que no le pareciera descortés por no verlo al rostro, pero no podía soslayar mis muletas para hablar. Eran parte de mí. Si las hiciera desaparecer, tenía por seguro que la inocente Tulipe acabaría por desvanecerse.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Parecía que se había encontrado con una de las muchas chicas que llegaban a París todos los días en busca de nuevas oportunidades. Su aspecto la delataba, iba desarreglada, en comparación con las damas de clase media o alta. Vio que la joven titubeaba un poco, era normal que esa clase de personas no tratara con gente de su estatus social, pero a él no le importaba el estatus... ¿Dios? ¿Cultura? Aquella joven, según el análisis que había hecho Lecrerc, era religiosa de alguna zona rural.
Lecrerc se aclaró la garganta, más por diversión que por otra cosa, y habló con su voz peculiar, marcada por un firme acento parisino y una locución perfecta del francés, así como del inglés, alemán y latín.
Se tomó la liberta de coger la arrugada hoja de las temblorosas manos de la mujer, para verla más de cerca.
-Parece una dirección, señorita... ¿se dirige usted a aquí?- pero Lecrerc era un joven de sorpresas y tomó una decisión arriesgada, así que, para, probablemente, sorpresa de la joven, se guardó la hoja en el bolsillo de la guerrera- Soy Guillé Lecrerc, y quiero que me acompañes, tengo que hacer unos recados, luego, hablaremos sobre tu dirección.
Tras decir eso, Lecrerc comenzó a andar por la calle.
Lecrerc se aclaró la garganta, más por diversión que por otra cosa, y habló con su voz peculiar, marcada por un firme acento parisino y una locución perfecta del francés, así como del inglés, alemán y latín.
Se tomó la liberta de coger la arrugada hoja de las temblorosas manos de la mujer, para verla más de cerca.
-Parece una dirección, señorita... ¿se dirige usted a aquí?- pero Lecrerc era un joven de sorpresas y tomó una decisión arriesgada, así que, para, probablemente, sorpresa de la joven, se guardó la hoja en el bolsillo de la guerrera- Soy Guillé Lecrerc, y quiero que me acompañes, tengo que hacer unos recados, luego, hablaremos sobre tu dirección.
Tras decir eso, Lecrerc comenzó a andar por la calle.
Teniente Lecrerc- Humano Clase Alta
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Dirección, sí. El caballero podía darse cuenta de ello tan fácilmente que me daban ganas de saber leer para poder entender esas maravillas que mi falta de educación hacía esquivas, aunque sólo fuese un sueño más de los tantos que tenía en mi baúl de secretos del que nadie se enteraría más que mi propio corazón ingenuo.
El oficial estaba siendo amable conmigo, pero así y todo miraba hacia abajo o mandaba mi mirada al azar, para que se perdiera entre los sombreros y las pelucas empolvoradas. Pese a mi torpeza constante, el joven no hizo comentario alguno por mi timidez. Era más, se comportaba tan gentilmente que quería saber qué pretendía con esa dirección. Lo ofendería si no le contara en qué me estaba ayudando.
—V-Verá usted, yo… —intenté comenzar, pero como fue un pobre inicio, tomé aire en medio de la frase— Vengo de Amiens para trabajar de criada. Me dijeron que en ese sector había residencias acaudaladas que podían requerir de mis servicios, M-Monsieur.
Todo parecía tomar un camino normal, en el que después de repasar cada palabra para orientarse, el amable oficial me indicaría el norte o el sur, al lado de una catedral o de una taberna, pero para mi desconcierto no fue así. Lo que hizo fue guardarse mi desgastado, pero valioso papel en uno de sus bolsillos y presentarse ante mí con nombre de pila y apellido para luego reclamar mi presencia junto a la de él mientras tramitaba unos asuntos.
Me quedé en blanco por un segundo y algunas milésimas cuando empezó a caminar así sin más, eludiendo cualquier otra posibilidad de acción. Si estuviese en mi hogar junto a mi madre, hubiese detenido a aquel caballero para suplicarle que me dijera qué decía para encontrar el lugar por mi cuenta, pero estaba de recién llegada en París y no me convenía rechazar tanta amabilidad que era difícil que volviese a encontrar, por lo que le ordené a mis pies de jovenzuela que se pusieran en marcha para alcanzar al mozo de la alta sociedad.
—¡E-Espéreme señor, por favor! —pedí en un chillido ahogado al mismo tiempo que trataba de llegar hacia el señor Lecrerc.
No tuve que avanzar demasiado para alcanzar al elegante hombre. La gente me observaba como si fuese a robarle o pedirle limosna, pero sólo estaba tratando de ayudarme, siendo más consecuente que muchos de los caballeros de las filas imperiales en cuanto a principios de trataba. Lo que sí, me intrigaba saber por qué quería que estuviera cerca mientras hacía sus diligencias. Yo mismo no consideraba que mi compañía fuese agradable, porque mi manera de hablar no era fluida y mi tendencia cohibida, hacían la mezcla perfecta para distraer de todo tema agradable de conversación. Él traía la riqueza de conocimiento de los lugares en los que había estado. ¿Qué sabía yo que él no supiese ya? Cosas de mujeres y de pobres, como lavar la ropa, ayudar a parir a las mujeres, seleccionar hierbas y preparar la comida.
—Monsieur Lecrerc… —pronuncié con un volumen bajo, pero lo suficiente para que él me oyese mientras nos guiaba por las calles— Disculpe mi falta de delicadeza, pero ¿en qué necesita que lo ayude?
Era una pregunta típica de los de nuestra clase. La clase más vulnerable significaba mano de obra, aquella que necesitabas para esas molestias que no estabas dispuesto a hacer. No nos molestaba en absoluto, porque incluso nuestras manos terminaban endureciéndose para adecuarse al trabajo. Sin embargo, él me trataba con demasiada amabilidad como para pensar en mí como algo así, por eso debía preguntarle antes de que me sonrojara otra vez por acompañar a un hombre sin ser mi pretendiente. Por suerte mi madre, la sobreprotectora, no me estaba viendo, aunque no hubiese malicia.
El oficial estaba siendo amable conmigo, pero así y todo miraba hacia abajo o mandaba mi mirada al azar, para que se perdiera entre los sombreros y las pelucas empolvoradas. Pese a mi torpeza constante, el joven no hizo comentario alguno por mi timidez. Era más, se comportaba tan gentilmente que quería saber qué pretendía con esa dirección. Lo ofendería si no le contara en qué me estaba ayudando.
—V-Verá usted, yo… —intenté comenzar, pero como fue un pobre inicio, tomé aire en medio de la frase— Vengo de Amiens para trabajar de criada. Me dijeron que en ese sector había residencias acaudaladas que podían requerir de mis servicios, M-Monsieur.
Todo parecía tomar un camino normal, en el que después de repasar cada palabra para orientarse, el amable oficial me indicaría el norte o el sur, al lado de una catedral o de una taberna, pero para mi desconcierto no fue así. Lo que hizo fue guardarse mi desgastado, pero valioso papel en uno de sus bolsillos y presentarse ante mí con nombre de pila y apellido para luego reclamar mi presencia junto a la de él mientras tramitaba unos asuntos.
Me quedé en blanco por un segundo y algunas milésimas cuando empezó a caminar así sin más, eludiendo cualquier otra posibilidad de acción. Si estuviese en mi hogar junto a mi madre, hubiese detenido a aquel caballero para suplicarle que me dijera qué decía para encontrar el lugar por mi cuenta, pero estaba de recién llegada en París y no me convenía rechazar tanta amabilidad que era difícil que volviese a encontrar, por lo que le ordené a mis pies de jovenzuela que se pusieran en marcha para alcanzar al mozo de la alta sociedad.
—¡E-Espéreme señor, por favor! —pedí en un chillido ahogado al mismo tiempo que trataba de llegar hacia el señor Lecrerc.
No tuve que avanzar demasiado para alcanzar al elegante hombre. La gente me observaba como si fuese a robarle o pedirle limosna, pero sólo estaba tratando de ayudarme, siendo más consecuente que muchos de los caballeros de las filas imperiales en cuanto a principios de trataba. Lo que sí, me intrigaba saber por qué quería que estuviera cerca mientras hacía sus diligencias. Yo mismo no consideraba que mi compañía fuese agradable, porque mi manera de hablar no era fluida y mi tendencia cohibida, hacían la mezcla perfecta para distraer de todo tema agradable de conversación. Él traía la riqueza de conocimiento de los lugares en los que había estado. ¿Qué sabía yo que él no supiese ya? Cosas de mujeres y de pobres, como lavar la ropa, ayudar a parir a las mujeres, seleccionar hierbas y preparar la comida.
—Monsieur Lecrerc… —pronuncié con un volumen bajo, pero lo suficiente para que él me oyese mientras nos guiaba por las calles— Disculpe mi falta de delicadeza, pero ¿en qué necesita que lo ayude?
Era una pregunta típica de los de nuestra clase. La clase más vulnerable significaba mano de obra, aquella que necesitabas para esas molestias que no estabas dispuesto a hacer. No nos molestaba en absoluto, porque incluso nuestras manos terminaban endureciéndose para adecuarse al trabajo. Sin embargo, él me trataba con demasiada amabilidad como para pensar en mí como algo así, por eso debía preguntarle antes de que me sonrojara otra vez por acompañar a un hombre sin ser mi pretendiente. Por suerte mi madre, la sobreprotectora, no me estaba viendo, aunque no hubiese malicia.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Le hacía gracia aquella chica, parecía débil, pero tenía un espíritu fuerte, eso se veía a la legua, pobrecilla, ¿cómo acabaría París con ella sin ayuda de alguien? Probablemente asesinada o violada en algún callejón o muerta de frío algún invierno. Sector de casas adineradas, conocía aquella dirección, estaba plagada de gente sin escrúpulos que trataba a la gente como ella a patadas, a Lecrerc no le gustaba eso.
-Te compraremos algo bonito, conozco una Boutique cerca de aquí, no puedes andar con esos harapos, puedes guardarlos, pero te pondremos algo prático pero...elegante, y limpio, sobretodo limpio. Tranquila, no está lejos, si te cansas avísame y te llevaré en brazos, no pareces muy pesada- dijo Lecrerc entre risas.
Llegaron a la tienda, era pequeña, y la dependienta parecía asustada al ver a la joven.
-Mariem, necesito un traje para la señorita, algo que sea práctico, que pueda moverse, por favor, aún reacuerdo aquel uniforme de gala que me diste, más ajustado y me sale el hígado por la boca... ehm... señorita... ¿cómo decía que se llamaba? En fin, da igual, acompaña a Mariem, ella elegirá algo junto a ti. Yo te esperaré aquí, alé, alé! - Lecrerc trató con amabilidad a la chica, en el fondo, le había caído bien aquella joven tartamuda.
-Te compraremos algo bonito, conozco una Boutique cerca de aquí, no puedes andar con esos harapos, puedes guardarlos, pero te pondremos algo prático pero...elegante, y limpio, sobretodo limpio. Tranquila, no está lejos, si te cansas avísame y te llevaré en brazos, no pareces muy pesada- dijo Lecrerc entre risas.
Llegaron a la tienda, era pequeña, y la dependienta parecía asustada al ver a la joven.
-Mariem, necesito un traje para la señorita, algo que sea práctico, que pueda moverse, por favor, aún reacuerdo aquel uniforme de gala que me diste, más ajustado y me sale el hígado por la boca... ehm... señorita... ¿cómo decía que se llamaba? En fin, da igual, acompaña a Mariem, ella elegirá algo junto a ti. Yo te esperaré aquí, alé, alé! - Lecrerc trató con amabilidad a la chica, en el fondo, le había caído bien aquella joven tartamuda.
Teniente Lecrerc- Humano Clase Alta
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
No me había equivocado. El caballero de uniforme impecablemente abotonado no estaba viendo un burro de carga al que pudiese hacer trabajar sin chistar. Efectivamente estaba viendo a una persona, aunque estuviese cubierta de telas de ya varias temporadas atrás. Por parte sentía que me compadecía y por la otra, que le agradaba de alguna manera. Quizás él no lo supiera, pero estando en una nueva ciudad, cuidaba de que las amistades que escogiera, fuesen personas de bien o que por lo menos no me desviaran del buen camino. Él se estaba acercando al primer tipo de personas, pero aún no confiaba en él del todo, porque… ¿quién daba tanto en tan poco tiempo por alguien que no le daría beneficio alguno? Ojalá fuesen sólo ideas mías, de esas típicas de recién llegado que desconfiaba hasta de su sombra.
Se enrojecieron hasta mis orejas cuando me habló de las intenciones de comprarme un lindo y vestido para finalmente vestir ropa y no retazos de ella. Le interesaba que aportara a mi persona de buena manera, que me sirviera para el día a día y tal vez sería lo óptimo, considerando que iba a conocer a mi futuro patrón. Sin embargo… me sentía insegura recibiendo aquellas atenciones que recibiría una señorita de buena familia, incluso más, porque estaba dispuesto a cargarme sin tomar en cuenta las maliciosas miradas de los transeúntes o de dónde vinieran mis harapos.
—Oh señor, jamás me atrevería a pedirle que me cargara. Ya está haciendo mucho por alguien… como yo —dije poniendo mis manos en mis mejillas, palpando su creciente calor. La vergüenza se apoderaba de mí y me preguntaba si debía aceptar tanta bondad— ¿Realmente está seguro de esto? Y-yo no sé nada de cuidar vestidos como “esos”.
Se me hacía difícil creer que la primera ropa que adquiriera en París sería un vestido de la calidad de esos que se veía a la entrada de los teatros y además regalado por un oficial del ejército imperial que recientemente había conocido. ¿Estaría bien de mi parte aceptarlo? Ni siquiera tuve tiempo para pensarlo con la dedicación que acostumbraba, pues ni bien me había puesto a pensar en al asunto cuando llegamos a una tienda de ropa que anunciaba en su vitrina que vendía modelos ya confeccionados para damas y caballeros ó bien tomaba medidas para hacer una nueva pieza de ropa.
—No lo entenderán —pensé refiriéndome a los dependientes cuando entramos a lo que veníamos.
Así fue, porque lo primero en que se fijaron fue en que había un elemento en su negocio que no encajaba y era que resultaba imposible creer que una jovenzuela como yo pudiese pagar un atuendo de ese lugar o de cualquier otro. Sin embargo, el caballero de la gentil sonrisa, se adelantó a los hechos saludando de una cómplice forma a la mujer que estaba a cargo. Sonreí con timidez cuando lo vi hablar con tal confianza con la señora y cómo no, si estos hombres influyentes cambiaban de prendas como lo hacían de cuartel.
Mi mirada intranquila se perdió unos segundos cuando él me dio la tarea de elegir algo con la misma mujer que me había visto con desconfianza al llegar. Me daba vergüenza el sólo hecho de pensar que estaría hombro con hombro con una dama estudiosa de modas, siendo que yo no sabía nada. Estaba rodeándome de gente tan culta… que me gustaba, pero también cohibía y lo hacía hasta el punto de que había olvidado presentarme.
—¿Y-Yo? Ruego que me disculpe, no sé en qué estaba pensando. Soy Tulipe Enivrant —me incliné con torpeza, casi llevando la mayor parte de mi peso hacia adelante.
No había terminado de reincorporarme cuando la señora allí presente me dirigió a la ciudad de vestidos que tenía. Ella me hablaba de estampados, corsé, medias de lana y un montón de palabras complicadas que no formaban parte ni de mi vocabulario ni de mi realidad. Como si pudiese darme el lujo de adquirir esas cosas que ella llamaba accesorios y aún si pudiese obtenerlos de algún modo, no tenía cómo mantenerlos en buen estado. Así y todo, un vestido, sólo un vestido para mí era lo justo y más que necesario para no hacer el ridículo con mi futuro patrón y también para no dejar mal al oficial, quien se había dejado ver caminando conmigo lado a lado.
—¡Con este estarás preciosa y cómoda! —dijo la señora, prácticamente lanzándome vestido tras vestido.
Para mí todos eran iguales, pero graciosamente ella veía en cada uno de ellos algo especial. En fin, ella era la experta y yo la novata en esas materias que lo único que podía hacer era tratar de mantener el equilibrio con tantos atuendos. Miré al oficial por sobre mi hombro y me veía divertido. No sabía cómo me veía desde afuera, pero suponía que ver a una chica delgada y débil con esas telas que casi no me dejaban ver debía ser entretenido a la vista y me avergoncé de nuevo.
—¿Pero qué haces ahí parada? Ve y pruébatelos —dijo la señora, guiándome a un probador para entrar conmigo.
Yo no sabía ponerme esas cosas tan complicadas, pero no hubo necesidad ni de decírselo, porque ella misma comenzó a desvestirme para ajustarme uno de los vestidos de su propia confección. Mi miraba con desconfianza, pero a la vez de una manera muy maternal. ¿Quién entendía?
—Mira, no eres la primera chiquilla pobretona que viene aquí acompañada de un hombre rico. —dijo poniendo el corsé en mi cintura antes de apretar los cordones para darme forma— Si lo que buscas es dinero, asegúrate de cuidar este vestido si quieres estar bella para que no pierda el interés.
Alcé una ceja y negué rotundamente con la cabeza. Para variar, mis intenciones estaban siendo malinterpretadas por la malicia de la gente, pero no discutiría con aquella señora a pesar de que me disgustaba el aire de superioridad que despedía. Sería una malagradecida si hiciera pasar un mal rato al señor Lecrerc.
—Yo no--- ¡Jesucristo! —chillé cuando la vendedora apretó de un tirón el corsé. Estoy segura de que me oyeron afuera de la tienda.
¿Acaso las señoritas de la alta sociedad estaban locas? Era una tortura ponerse esas cosas. Tenía que gustarles mucho el dolor para meterse en esas… cosas. Pensé que sucumbiría por la falta de aire en unos segundos, pero cuando la dependienta se alejó un par de centímetros de mí, me miró como si no estuviese en mi sano juicio.
—¿Qué haces? Respira normalmente, niña —me dijo firmemente— Sólo duele ponérselos, pero una vez vestidos son muy flexibles. Pruébalo por ti misma. Vamos, respira y muévete.
Hice como me dijo y me sorprendió lo engañosa que podía ser la sensación de la primera probada de un vestido, así como las primera impresiones podían desviarnos de quien era realmente una persona. No había espejo dentro del probador para saber cómo encajaba todo ese juego de telas y formas sobre mi cuerpo, pero la dependienta no me miraba mal, de hecho me atrevía a pensar que estaba satisfecha con el resultado del cual yo no me enteraba.
—¿Y-ya… salgo? —le pregunté inquieta, pues se quedaba callada y no me decía a qué se debía esos tarareos sin motivo que lanzaba.
Ella asintió con su cabeza y abrió la cortina, dejándome salir. Yo mismo tenía una nueva sensación sobre mi pecho, pues el traje corregía mi postura esmirriada para que se transformara en una posición casi correcta. Miré al oficial con aprehensión, porque yo misma no me había visto en ningún reflejo, así que quedaba a la opinión de él, quien tan cordialmente se había dispuesto a llevarme a la tienda.
—¿M-Me veo muy mal, señor?
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
El espectáculo que allí había presenciado era digno de cualquier obra de teatro, rió cuando la joven chica estaba cargada de telas y vestidos, y de los sonidos que salían del probador, ¡incluso de aquel chillido! Lecrerc estaba partiéndose de risa en la mismísima tienda, a carcajada limpia. Se reincorporó al rato y se dirigió a la joven:
-En absoluto, señorita Enivrant, se os ve preciosa, en fin, gracias, apúntalo en mi cuenta- le dijo a la dependienta, que respondió con una leve reverencia- bien, bien, señorita Enivrant, sigamos nuestro paseo!- salió de la tienda, y cuando se aseguró que la chiquilla la seguía se dirigió a ella mientras andaba, sin mirarla si quiera - ya sé lo que estás pensando, ¿por qué tanta amabilidad por mi parte? No suelo conocer a mucha gente por aquí, me dedico a investigaciones propias y a pasar tiempo en mi Mansión de las afueras, y a veces, un hombre necesita compañía y las gentes de la alta sociedad son como ratas, tú eres humilde, haré de ti alguien, decías algo de un patrón, ¿no? Verás...la dirección que leí es un barrio lleno de gente rastrera, te tratarían mal, así que tengo una oferta- Lecrerc paró en seco y se giró - ¿quieres trabajar para mí? Alojamiento en mi mansión, tres comidas diarias aseguradas más lo que quieras coger cuando te entre hambre, paga mensual de trescientos cincuenta francos. ¿Qué me dices?
Se ajustó el cuello de la guerrera mientras esperaba la respuesta.
-En absoluto, señorita Enivrant, se os ve preciosa, en fin, gracias, apúntalo en mi cuenta- le dijo a la dependienta, que respondió con una leve reverencia- bien, bien, señorita Enivrant, sigamos nuestro paseo!- salió de la tienda, y cuando se aseguró que la chiquilla la seguía se dirigió a ella mientras andaba, sin mirarla si quiera - ya sé lo que estás pensando, ¿por qué tanta amabilidad por mi parte? No suelo conocer a mucha gente por aquí, me dedico a investigaciones propias y a pasar tiempo en mi Mansión de las afueras, y a veces, un hombre necesita compañía y las gentes de la alta sociedad son como ratas, tú eres humilde, haré de ti alguien, decías algo de un patrón, ¿no? Verás...la dirección que leí es un barrio lleno de gente rastrera, te tratarían mal, así que tengo una oferta- Lecrerc paró en seco y se giró - ¿quieres trabajar para mí? Alojamiento en mi mansión, tres comidas diarias aseguradas más lo que quieras coger cuando te entre hambre, paga mensual de trescientos cincuenta francos. ¿Qué me dices?
Se ajustó el cuello de la guerrera mientras esperaba la respuesta.
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
Me quedé pasmada y atónita, secando las palabras que pudieran salir de mi boca, cuando el oficial me compró aquel vestido que al principio parecía no querer llevarse bien conmigo. Él no lo sabía, pero era la primera vez que recibía un regalo que no fuera de mi madre, por lo que esa compra marcaba un hito dentro de mi vida. Tan sencillo era, sólo hacía falta una buena intención. El mundo no podía estar tan perdido como decían los clérigos de la catedral. La bondad aún vivía, aunque fuera en unos pocos.
—Permítame seguir caminando con usted, Monsieur Lecrerc —dije con humildad, agachando mi cabeza y jugando con mis manos antes de seguirle.
Sus botas lujosas y pesadas eran fáciles de alcanzar por mis piececillos ligeros y yo agradecía que fuera así. Era un alma buena o al menos El Señor nos había enseñado que quien amaba al prójimo como a sí mismo, agradaba a sus ojos. Por tanto, a mí también me agradaba permanecer junto a alguien así. Hacía que la ciudad de París no aullara tan peligrosamente y que se tornara en un pueblo ameno. Todo dependía finalmente de con quiénes estabas, no del lugar en el cual moraras.
Por eso cuando lo oí ofrecerme un trabajo que difícilmente encontraría por parte de uno miembro de la alta sociedad, se me estremeció el corazón. Hubiera deseado que mi madre no me hubiera enviado con esa dirección sumada a la tarea que conllevaba de llegar allí sin falta. Aunque después de pensarlo, aparté esa idea, pues había sido ese trozo de papel arrugado y desgastado lo que había hecho que conociera al señor Lecrec.
Aclaré mi garganta tímidamente antes de dirigirme al caballero. Me avergonzaba tener que rechazar aquello, porque no era lo que quisiera, sino que se me había impuesto y debía cumplir con aquel compromiso.
—M-Monsieur… si fuera por mí, sería un honor servirle —inhalé aire nuevamente, buscando la manera de no ofenderlo— Pero me temo que debo rechazar su más que generosa oferta. Lo que usted leyó es más que una dirección. Mi madre hizo los arreglos para que fuera a la mansión de un tal Conde. Si no acudo a la cita, será mi madre quien pague. Espero… que me perdone.
Podía prepararme para recibir humillaciones como decía el señor Lecrerc, pero prefería eso antes que faltar a la palabra de mi progenitora. Ella era tan humilde y falta de educación como yo y dependía de lo que la gente de estrato social alto decía de ella para conseguir trabajo. Cualquier rumor o intriga siquiera de que le hubiera faltado el respeto a alguien influyente era suficiente para pasar varias temporadas sin ingresos y aunque fuese un día, sería una jornada sin comer.
—Perdone si le hago una pregunta, Monsieur —hablé con calma, reflexionando por unos segundos lo que iba a decir— ¿Es París realmente… una ciudad para surgir? Digo, en donde alguien como yo pueda mirar hacia el frente y no siempre hacia arriba.
Si había alguien que supiera del mundo, debía ser él. Su cuerpo podía ser un mapa completo del mundo y no sólo me refería a la geografía física, sino que también a la humana. Él no me mentiría, ¿verdad?
—¿O no hay... esperanza para mí más que la de sobrevivir?
—Permítame seguir caminando con usted, Monsieur Lecrerc —dije con humildad, agachando mi cabeza y jugando con mis manos antes de seguirle.
Sus botas lujosas y pesadas eran fáciles de alcanzar por mis piececillos ligeros y yo agradecía que fuera así. Era un alma buena o al menos El Señor nos había enseñado que quien amaba al prójimo como a sí mismo, agradaba a sus ojos. Por tanto, a mí también me agradaba permanecer junto a alguien así. Hacía que la ciudad de París no aullara tan peligrosamente y que se tornara en un pueblo ameno. Todo dependía finalmente de con quiénes estabas, no del lugar en el cual moraras.
Por eso cuando lo oí ofrecerme un trabajo que difícilmente encontraría por parte de uno miembro de la alta sociedad, se me estremeció el corazón. Hubiera deseado que mi madre no me hubiera enviado con esa dirección sumada a la tarea que conllevaba de llegar allí sin falta. Aunque después de pensarlo, aparté esa idea, pues había sido ese trozo de papel arrugado y desgastado lo que había hecho que conociera al señor Lecrec.
Aclaré mi garganta tímidamente antes de dirigirme al caballero. Me avergonzaba tener que rechazar aquello, porque no era lo que quisiera, sino que se me había impuesto y debía cumplir con aquel compromiso.
—M-Monsieur… si fuera por mí, sería un honor servirle —inhalé aire nuevamente, buscando la manera de no ofenderlo— Pero me temo que debo rechazar su más que generosa oferta. Lo que usted leyó es más que una dirección. Mi madre hizo los arreglos para que fuera a la mansión de un tal Conde. Si no acudo a la cita, será mi madre quien pague. Espero… que me perdone.
Podía prepararme para recibir humillaciones como decía el señor Lecrerc, pero prefería eso antes que faltar a la palabra de mi progenitora. Ella era tan humilde y falta de educación como yo y dependía de lo que la gente de estrato social alto decía de ella para conseguir trabajo. Cualquier rumor o intriga siquiera de que le hubiera faltado el respeto a alguien influyente era suficiente para pasar varias temporadas sin ingresos y aunque fuese un día, sería una jornada sin comer.
—Perdone si le hago una pregunta, Monsieur —hablé con calma, reflexionando por unos segundos lo que iba a decir— ¿Es París realmente… una ciudad para surgir? Digo, en donde alguien como yo pueda mirar hacia el frente y no siempre hacia arriba.
Si había alguien que supiera del mundo, debía ser él. Su cuerpo podía ser un mapa completo del mundo y no sólo me refería a la geografía física, sino que también a la humana. Él no me mentiría, ¿verdad?
—¿O no hay... esperanza para mí más que la de sobrevivir?
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
El Teniente rió a carcajadas una vez más, así que aquella chica iba a servir a un Conde de la recién derrocada realeza...preguntas de esperanza surgían de la boca de la chiquilla. Tendría que responderle con sinceridad.
-En París, Tulipe, todo depende de tus amistades, y yo seré un amigo tuyo en esta ciudad. En París no caben ni Dioses ni Reyes, la República te mira, nos mira a cada uno de nosotros, y tenemos que corresponderla con trabajo y sumisión. Libertad, Igualdad, y Fraternidad, son los lemas de la República, aunque en los pensamientos de la gente aún está implantado el pensamiento del Viejo Régimen...y eso hace que gente como tú, Tulipe, viva como vive.
Se desabrochó los dos primeros botones de la guerrera, dejando al descubierto un precioso crucifijo dorado, sacado del Monasterio de San Antonio, en el norte de Francia, se lo quitó con cuidado y se lo puso en las manos a la mujer.
-Es para ti.
-En París, Tulipe, todo depende de tus amistades, y yo seré un amigo tuyo en esta ciudad. En París no caben ni Dioses ni Reyes, la República te mira, nos mira a cada uno de nosotros, y tenemos que corresponderla con trabajo y sumisión. Libertad, Igualdad, y Fraternidad, son los lemas de la República, aunque en los pensamientos de la gente aún está implantado el pensamiento del Viejo Régimen...y eso hace que gente como tú, Tulipe, viva como vive.
Se desabrochó los dos primeros botones de la guerrera, dejando al descubierto un precioso crucifijo dorado, sacado del Monasterio de San Antonio, en el norte de Francia, se lo quitó con cuidado y se lo puso en las manos a la mujer.
-Es para ti.
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
El teniente Lecrerc me llenaba de interrogantes con su contagiosa risa, porque su ritmo era tan neutral que no se podía predecir hacia dónde iba su mensaje; si para mejor o para peor. De todas formas mantuve en alto mi fuerza de voluntad para no perder el norte, pues quien perdía el norte, perdía inevitablemente el rumbo de sus acciones y sueños, que eran todo lo que yo tenía.
Él me contestó de una manera difícil de entender para mí. Sabía que la revolución había marcado el país de alguna manera, pero yo no veía esos cambios. Hablaba de unos principios que yo no entendía y menos cuando todo permanecía igual; los poderosos continuaban arriba y los más desposeídos, como yo, seguían arando los campos hasta que las manos se endurecieran del esfuerzo. ¿Qué tan fuerte podía ser el lema de la libertad, igualdad y fraternidad si mis oportunidades eran menos que la de cualquier persona? Yo no era muy culta ni tan inteligente, pero sabía que eso no me hacía igual.
Aún así, el teniente creía tan ferviente en ello que era uno de miles que lo practicaba. Él creía desde el fondo de su corazón que la sociedad podía cambiar y que la república estaba maravillosamente encaminada, sin dar marcha atrás. La verdad no me importaba mucho quién nos mandara mientras tuviese quien me diera trabajo y no se maltratara a mis futuros hijos y nietos. Quería… vivir segura por una vez sólo para saber cómo se sentía, para poder contárselo a alguien.
Tenía un amigo, Monsieur Lecrec. Yo no sabía nada de su mundo y estaba segura de que él no podía ponerse en el lugar de alguien que más que luchado con el destino, había huido de él. Él tenía todas las intenciones de comprenderme, pero éramos de mundos distintos, así que sólo podíamos tener eso, una buena intención de entendernos y ofrecerle al otro las herramientas para desenvolverse en ambos mundos.
—Sólo q-quiero tener techo y comida, señor —dije agachando mi cabeza con humildad— Usted habla muy bonito, aunque no le entendí a cabalidad, pero sé que sólo quiere lo mejor para todos. Esto lo digo porque usted… no me ha mirado hacia abajo, sino hacia adelante.
No había ni terminado de hablar cuando el oficial tomó mis manos y depositó en mis palmas un curiosos objeto, al que miré con cuidado. Era una cruz que venía encadenada y dispuesta para ser usada en el cuello de alguien. Simplemente era precioso ese crucifijo, tanto que miré fijamente al teniente con la boca entreabierta de la sorpresa, pensando que me lo estaba prestando para verlo, pero su rostro me indicaba que quería que yo lo tuviera. Así lo confirmaron sus palabras, las cuales acabaron por asombrarme otra vez. ¿Sería demasiado pueblerina para las costumbres de la ciudad o solo me había topado con el más caritativo de los parisinos?
—M-Monsieur, pero esto es… yo t-tengo un crucifijo de madera —volví a tartamudear, por lo que aclaré mi garganta para retomar la conversación decentemente— ¿En serio quiere que alguien como yo posea algo tan lujoso? Usted podría necesitarlo, sobre todo en las batallas, para que Dios lo esté acompañando.
Mi lado egoísta me decía que me quedara con el crucifijo para admirarlo en mis oraciones del día, pero también estaba ahí el mandamiento de amar al prójimo como uno mismo, por lo que no podía simplemente tomarlo sin hacer pensar dos veces al amable oficial si estaba seguro de hacerme ese regalo.
Él me contestó de una manera difícil de entender para mí. Sabía que la revolución había marcado el país de alguna manera, pero yo no veía esos cambios. Hablaba de unos principios que yo no entendía y menos cuando todo permanecía igual; los poderosos continuaban arriba y los más desposeídos, como yo, seguían arando los campos hasta que las manos se endurecieran del esfuerzo. ¿Qué tan fuerte podía ser el lema de la libertad, igualdad y fraternidad si mis oportunidades eran menos que la de cualquier persona? Yo no era muy culta ni tan inteligente, pero sabía que eso no me hacía igual.
Aún así, el teniente creía tan ferviente en ello que era uno de miles que lo practicaba. Él creía desde el fondo de su corazón que la sociedad podía cambiar y que la república estaba maravillosamente encaminada, sin dar marcha atrás. La verdad no me importaba mucho quién nos mandara mientras tuviese quien me diera trabajo y no se maltratara a mis futuros hijos y nietos. Quería… vivir segura por una vez sólo para saber cómo se sentía, para poder contárselo a alguien.
Tenía un amigo, Monsieur Lecrec. Yo no sabía nada de su mundo y estaba segura de que él no podía ponerse en el lugar de alguien que más que luchado con el destino, había huido de él. Él tenía todas las intenciones de comprenderme, pero éramos de mundos distintos, así que sólo podíamos tener eso, una buena intención de entendernos y ofrecerle al otro las herramientas para desenvolverse en ambos mundos.
—Sólo q-quiero tener techo y comida, señor —dije agachando mi cabeza con humildad— Usted habla muy bonito, aunque no le entendí a cabalidad, pero sé que sólo quiere lo mejor para todos. Esto lo digo porque usted… no me ha mirado hacia abajo, sino hacia adelante.
No había ni terminado de hablar cuando el oficial tomó mis manos y depositó en mis palmas un curiosos objeto, al que miré con cuidado. Era una cruz que venía encadenada y dispuesta para ser usada en el cuello de alguien. Simplemente era precioso ese crucifijo, tanto que miré fijamente al teniente con la boca entreabierta de la sorpresa, pensando que me lo estaba prestando para verlo, pero su rostro me indicaba que quería que yo lo tuviera. Así lo confirmaron sus palabras, las cuales acabaron por asombrarme otra vez. ¿Sería demasiado pueblerina para las costumbres de la ciudad o solo me había topado con el más caritativo de los parisinos?
—M-Monsieur, pero esto es… yo t-tengo un crucifijo de madera —volví a tartamudear, por lo que aclaré mi garganta para retomar la conversación decentemente— ¿En serio quiere que alguien como yo posea algo tan lujoso? Usted podría necesitarlo, sobre todo en las batallas, para que Dios lo esté acompañando.
Mi lado egoísta me decía que me quedara con el crucifijo para admirarlo en mis oraciones del día, pero también estaba ahí el mandamiento de amar al prójimo como uno mismo, por lo que no podía simplemente tomarlo sin hacer pensar dos veces al amable oficial si estaba seguro de hacerme ese regalo.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: ll El Primero de mis Desafíos ll [Teniente Lecrerc/Tulipe Enivrant]
La imagen de la joven lo conmovía, parecía tan inocente, París la convertiría en alguien de bien, o se la llevaría a las sombras. Él tenía un presentimiento sobre aquella chica, tal vez la encontrara más a menudo por aquellas calles, tal vez, tendría que dispararle, tal vez, tendría que detenerla. El futuro decidiría todas esas cuestiones.
-Podéis quedaroslo, siempre puedo conseguir otro...es del Norte de Francia, lo compré a un monje, viejo amigo mío, tengo...contactos en muchos lados.
Le guiñó el ojo a la chica, sin decir mucho más y extendió la mano para estrechársela. Una mano fuerte, que había agarrado docenas de gargantas y había sujetado muchas más armas de las que pudiera imaginar.
-Ya tiene a un amigo, bienvenida a París
-Podéis quedaroslo, siempre puedo conseguir otro...es del Norte de Francia, lo compré a un monje, viejo amigo mío, tengo...contactos en muchos lados.
Le guiñó el ojo a la chica, sin decir mucho más y extendió la mano para estrechársela. Una mano fuerte, que había agarrado docenas de gargantas y había sujetado muchas más armas de las que pudiera imaginar.
-Ya tiene a un amigo, bienvenida a París
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