AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un encuentro predestinado (Tulipe)
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Un encuentro predestinado (Tulipe)
Las campanas de la catedral resonaron anunciando la Santa Misa de las 3 de la tarde, una serie de sonidos graves precedidos del aleteo de las palomas que habían hecho del techo de la iglesia su nido. Sin importar que, el Mercado ambulante siempre estaba concurrido con cientos de transeúntes, algunos caminaban hacía la iglesia otros venían de ella, pero siempre pasaban por ahí, haciendo del lugar un sitio estratégico para la venta de infinidad de articulos, desde verduras y huevos, hasta reliquias y objetos supuestamente mágicos. Los gitanos se encargaban en su mayoría de eso, vendiendo talismanes o joyas que decían tenían poderes místicos.
Tarak sabía que la mayoría eran falsos o al menos eso creía él pues no había visto que ninguno hiciera real efecto, pero meterse en asuntos gitanos nunca había sido una idea sabia, por su contacto con ellos en el pasado, sabía que eran personas con las que se debía tener cuidado. El indio había llegado al mercado desde temprano en la mañana y había estado recibiendo el cálido sol todo el día. Extrañaba el semi desierto del cual provenía en Arizona Estados Unidos, donde el sol quemaba con fuerza y bronceaba la piel la mayor parte del año. Por eso le gustaba quedarse horas sentado frente a sus artículos a la venta, con expresión tranquila y sin ningún afán de vender nada.
Eventualmente uno que otro curioso se acercaba, miraba las cosas y seguía su camino sin comprar nada, en otras ocasiones lograba vender algo, pero en general le tenía sin cuidado terminar la jornada con pocas monedas en el bolsillo, ya que al final el dinero no le servía de mucho en el mundo en el que vivía. Él mundo en el que él quería vivir y que había modificado a su antojo, alejado en los bosques de la sociedad intermitente.
Tenía pues un gran retazo de cuero de búfalo extendido frente a si mismo en el suelo, sobre él tenía varios collares con adornos elaborados con semillas de árboles de vistosos colores que más bien parecían frutillas, tenía colmillos de distintos animales amarrados con lazos de colores, patas de conejo de la buena suerte, anillos elaborados con brillantes piedras de rio que el mismo había pulido hasta hacerlas parecer auténticas piedras preciosas, también tenía frasquitos con diferentes perfumes y brebajes que servían para curar enfermedades no sólo del cuerpo sino del espíritu.
Entonces fue cuando la vio, una joven de largos cabellos castaños e irises azules como el mismo cielo que caminaba en dirección a la iglesia ¿Venía o iba? No estaba seguro, de lo que si estaba seguro es de la inesperada punzada que sintió en el pecho y el shock eléctrico que luego recorrió su columna hacía su cerebro.
¡La chica corría peligro!
Tarak sabía que la mayoría eran falsos o al menos eso creía él pues no había visto que ninguno hiciera real efecto, pero meterse en asuntos gitanos nunca había sido una idea sabia, por su contacto con ellos en el pasado, sabía que eran personas con las que se debía tener cuidado. El indio había llegado al mercado desde temprano en la mañana y había estado recibiendo el cálido sol todo el día. Extrañaba el semi desierto del cual provenía en Arizona Estados Unidos, donde el sol quemaba con fuerza y bronceaba la piel la mayor parte del año. Por eso le gustaba quedarse horas sentado frente a sus artículos a la venta, con expresión tranquila y sin ningún afán de vender nada.
Eventualmente uno que otro curioso se acercaba, miraba las cosas y seguía su camino sin comprar nada, en otras ocasiones lograba vender algo, pero en general le tenía sin cuidado terminar la jornada con pocas monedas en el bolsillo, ya que al final el dinero no le servía de mucho en el mundo en el que vivía. Él mundo en el que él quería vivir y que había modificado a su antojo, alejado en los bosques de la sociedad intermitente.
Tenía pues un gran retazo de cuero de búfalo extendido frente a si mismo en el suelo, sobre él tenía varios collares con adornos elaborados con semillas de árboles de vistosos colores que más bien parecían frutillas, tenía colmillos de distintos animales amarrados con lazos de colores, patas de conejo de la buena suerte, anillos elaborados con brillantes piedras de rio que el mismo había pulido hasta hacerlas parecer auténticas piedras preciosas, también tenía frasquitos con diferentes perfumes y brebajes que servían para curar enfermedades no sólo del cuerpo sino del espíritu.
Entonces fue cuando la vio, una joven de largos cabellos castaños e irises azules como el mismo cielo que caminaba en dirección a la iglesia ¿Venía o iba? No estaba seguro, de lo que si estaba seguro es de la inesperada punzada que sintió en el pecho y el shock eléctrico que luego recorrió su columna hacía su cerebro.
¡La chica corría peligro!
Tarak Eskaminzim- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 06/05/2013
Edad : 38
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Olía a hierbas; el viento del otoño se había encargado de rematar a las debilitadas hojas para que éstas se rindieran al magnetismo del suelo y levantaran el aroma de la naturaleza muerta. Era indicio de que las lluvias vendrían en unos días, o tal vez, esa misma tarde, pero había señales más importantes que esa para una muchacha de pecas vistosas y andar torpe; los cantos de la misa dominical retumbando sobre el empedrado de la catedral, logrando que su extensión fuera aún mayor a la que proyectaba el campanario individualmente. Se escuchaba su llamado en la plaza, en el mercado ambulante y hasta en el marco de las ventanas de la mortalmente silenciosa biblioteca. Tulipe, desde el camino en donde se encontraba, también lo oía.
—Disculpe, Monsieur. Lo siento —cruzaba entre las multitudes la joven de pies ligeros torpemente, avergonzándose con si situación.
Esa mañana había reunido el coraje de pedirle a su amo que por favor le diera permiso —siempre que él así lo quisiera— para acudir al templo de su espiritualidad y alabar a su Señor Jesucristo como los demás católicos de París y así se le había sido concedido, pero con la condición de terminar a tiempo los deberes de esa tarde. Era una tarea difícil de cumplir, ya que significaba que debía dejar terminadas las labores de toda una jornada en la mitad de un día, pero no se quejó ni con un tímido gesto de pesar, puesto que por dentro estaba demasiado agradecida con su patrón por haberle dado un trabajo estable que la alejara de los malos caminos que no valía la pena hacerle llegar pesar alguno. Quería que él tuviera la menor cantidad de problemas posibles, porque ya tenía demasiados con esa actitud tan rebelde y ofensiva para los tradicionalistas.
A pesar de las intenciones de la joven de diecisiete años, sus hábiles manos no habían suplido la energía limitada de su cuerpo y no había conseguido acabar sus deberes con la velocidad que hubiera necesitado para llegar caminando tranquilamente a la catedral. Se encontraba corriendo desde hacía kilómetros para llegar a tiempo al culto, saltando charcos y miradas apaleadoras para ello, pero dentro de su cabeza ya había hecho un cálculo inevitable que como resultado le daba al menos unos minutos de retraso. No quería creer en ello y continuaba con su trecho a través de la calamidad que significaba atravesar el mercado ambulante; voceadores se paraban a gritar sobre las cajas, gitanas buscaban a quiénes estafar y los compradores se paseaban como si estuvieran sobre un caballo en los campos. Nada de eso favorecía a Tulipe, pero no se detenía. Ante la desesperanza del mundo permanente estático que vivía, la espiritualidad e inmanencia del otro mundo le hacía una fuerte contra que la ayudaba a sonreír. De pronto los campanazos se acabaron.
—Oh no. Por favor, que me dejen entrar —cerró los ojos con fuerza por unos momentos como efecto de su angustia.
Esa jugada le costó cara, puesto que provocó que el lado humillador de uno de los acaudalados transeúntes que caminaba en sentido contrario a ella, hiciera una zancadilla que le costara a Tulipe su equilibrio y la llevara a impactar su cuerpo contra el suelo del concurrido lugar. Entonces las risas sonaron más fuerte que las discusiones cotidianas acerca de los precios de los productos que allí se vendían y el palpitar del corazón de la sirvienta comenzó a imitar el trote de un elefante. No levantó su mirada del suelo hasta que se dio cuenta de que no estaba sobre el empedrado, sino sobre algo más suave y… ¿peludo?
Aún con el resto de su cuerpo tocando la tierra, la manceba se atrevió a levantar su rostro hacia el frente para darse cuenta de que había aterrizado en uno de los muchos puestos de ventas de los que diferentes personalidades vivían. La mercancía había sido desparramada por su caída, volviendo vulnerable y poco atractivo el puesto. Al darse cuenta de ello, mordió sus labios por la responsabilidad que había tenido en los hechos.
—Por Dios. Y-yo lo siento mucho, señor. No quise… —dijo la muchacha antes de enfocar su vista en la persona que tenía al frente de ella, alguien frente a a quien se quedó asquerosamente quieta, como las estatuas de los ángeles de la catedral; de piedra.
Y es que Tulipe nunca se había topado con nadie así en su joven vida. Se trataba de un hombre musculoso, fornido, de piel morena y facciones muy inusuales. ¿Cómo describir a alguien así? Suelen utilizarse palabras derivadas de cosas conocidas, pero aquella estrategia resultaba infructuosa con la exoticidad de lo inesperado. Era un halcón, un hombre y el sol. La chica no sabía si temer o simpatizar, porque no existía noción alguna en su cabeza que la guiara a una imagen concreta para tener de él; su labio no fue mordido, sino que tembló.
—Disculpe, Monsieur. Lo siento —cruzaba entre las multitudes la joven de pies ligeros torpemente, avergonzándose con si situación.
Esa mañana había reunido el coraje de pedirle a su amo que por favor le diera permiso —siempre que él así lo quisiera— para acudir al templo de su espiritualidad y alabar a su Señor Jesucristo como los demás católicos de París y así se le había sido concedido, pero con la condición de terminar a tiempo los deberes de esa tarde. Era una tarea difícil de cumplir, ya que significaba que debía dejar terminadas las labores de toda una jornada en la mitad de un día, pero no se quejó ni con un tímido gesto de pesar, puesto que por dentro estaba demasiado agradecida con su patrón por haberle dado un trabajo estable que la alejara de los malos caminos que no valía la pena hacerle llegar pesar alguno. Quería que él tuviera la menor cantidad de problemas posibles, porque ya tenía demasiados con esa actitud tan rebelde y ofensiva para los tradicionalistas.
A pesar de las intenciones de la joven de diecisiete años, sus hábiles manos no habían suplido la energía limitada de su cuerpo y no había conseguido acabar sus deberes con la velocidad que hubiera necesitado para llegar caminando tranquilamente a la catedral. Se encontraba corriendo desde hacía kilómetros para llegar a tiempo al culto, saltando charcos y miradas apaleadoras para ello, pero dentro de su cabeza ya había hecho un cálculo inevitable que como resultado le daba al menos unos minutos de retraso. No quería creer en ello y continuaba con su trecho a través de la calamidad que significaba atravesar el mercado ambulante; voceadores se paraban a gritar sobre las cajas, gitanas buscaban a quiénes estafar y los compradores se paseaban como si estuvieran sobre un caballo en los campos. Nada de eso favorecía a Tulipe, pero no se detenía. Ante la desesperanza del mundo permanente estático que vivía, la espiritualidad e inmanencia del otro mundo le hacía una fuerte contra que la ayudaba a sonreír. De pronto los campanazos se acabaron.
—Oh no. Por favor, que me dejen entrar —cerró los ojos con fuerza por unos momentos como efecto de su angustia.
Esa jugada le costó cara, puesto que provocó que el lado humillador de uno de los acaudalados transeúntes que caminaba en sentido contrario a ella, hiciera una zancadilla que le costara a Tulipe su equilibrio y la llevara a impactar su cuerpo contra el suelo del concurrido lugar. Entonces las risas sonaron más fuerte que las discusiones cotidianas acerca de los precios de los productos que allí se vendían y el palpitar del corazón de la sirvienta comenzó a imitar el trote de un elefante. No levantó su mirada del suelo hasta que se dio cuenta de que no estaba sobre el empedrado, sino sobre algo más suave y… ¿peludo?
Aún con el resto de su cuerpo tocando la tierra, la manceba se atrevió a levantar su rostro hacia el frente para darse cuenta de que había aterrizado en uno de los muchos puestos de ventas de los que diferentes personalidades vivían. La mercancía había sido desparramada por su caída, volviendo vulnerable y poco atractivo el puesto. Al darse cuenta de ello, mordió sus labios por la responsabilidad que había tenido en los hechos.
—Por Dios. Y-yo lo siento mucho, señor. No quise… —dijo la muchacha antes de enfocar su vista en la persona que tenía al frente de ella, alguien frente a a quien se quedó asquerosamente quieta, como las estatuas de los ángeles de la catedral; de piedra.
Y es que Tulipe nunca se había topado con nadie así en su joven vida. Se trataba de un hombre musculoso, fornido, de piel morena y facciones muy inusuales. ¿Cómo describir a alguien así? Suelen utilizarse palabras derivadas de cosas conocidas, pero aquella estrategia resultaba infructuosa con la exoticidad de lo inesperado. Era un halcón, un hombre y el sol. La chica no sabía si temer o simpatizar, porque no existía noción alguna en su cabeza que la guiara a una imagen concreta para tener de él; su labio no fue mordido, sino que tembló.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Todo ocurrió tan rápido que apenas si pudo reaccionar, como un borrón de colores vivos, la muchacha había caído sobre su puesto improvisado con curiosidades varias, el cabello de la muchacha había quedado extendido como una marea de chocolate sobre los diferentes artículos y uno que otro había rodado por el suelo fuera del retazo de piel de búfalo.
- ¿Se encuentra bien damisela? - Logró reaccionar al fin dando un pequeño salto desde donde se encontraba sentado para tomar a la joven de los brazos para ayudarle a levantarse - ¿Se ha hecho daño en las piernas? - Continuó pues había sido testigo del tropezón, le había estado siguiendo con la mirada puesto que esa extraña sensación que indicaba peligro continuaba punzando dentro de su cuerpo.
Algunas personas seguían riendo, especialmente los vendedores de los puestos cercanos que no se llevaban muy bien con Tarak, gracias a su apariencia tan diferente. Parecía que a los Parisinos del común no le simpatizaban mucho los extranjeros y el Indio ya había sufrido la discriminación y el mal trato gracias a ello. Miró a los hombres y mujeres que reían burlándose de la desgracia de la pobre chica y de el mismo al tener su mercancía esparcida por todos lados y frunció el ceño con notable molestia.
- ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer? - Les gritó colérico - ¡Ocupaos de vuestros propios asuntos! - Agregó en el mismo tono. Algunas risas continuaron, otras se fueron apagando lentamente hasta que al cabo de unos minutos todo volvió a la normalidad y al bullicio característico del lugar, Tarak se volvió hacía la chica.
- Y se hacen llamar católicos - Refunfuñó aún molesto - Cuando su señor les ha enseñado a no reírse de la desgracia ajena... - Agregó y su tono se fue suavizando conforme se le iba pasando la molestia - ¿Porqué tiene tanto afán pequeña dama? - Le preguntó ya más calmado y posó su mano en la cabeza de ella, metiendo sus largos dedos entre su cabello delicadamente para sacar de allí una hoja de color castaño que seguramente había caído de un árbol sobre la chica sin que se diera cuenta.
- ¿Se encuentra bien damisela? - Logró reaccionar al fin dando un pequeño salto desde donde se encontraba sentado para tomar a la joven de los brazos para ayudarle a levantarse - ¿Se ha hecho daño en las piernas? - Continuó pues había sido testigo del tropezón, le había estado siguiendo con la mirada puesto que esa extraña sensación que indicaba peligro continuaba punzando dentro de su cuerpo.
Algunas personas seguían riendo, especialmente los vendedores de los puestos cercanos que no se llevaban muy bien con Tarak, gracias a su apariencia tan diferente. Parecía que a los Parisinos del común no le simpatizaban mucho los extranjeros y el Indio ya había sufrido la discriminación y el mal trato gracias a ello. Miró a los hombres y mujeres que reían burlándose de la desgracia de la pobre chica y de el mismo al tener su mercancía esparcida por todos lados y frunció el ceño con notable molestia.
- ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer? - Les gritó colérico - ¡Ocupaos de vuestros propios asuntos! - Agregó en el mismo tono. Algunas risas continuaron, otras se fueron apagando lentamente hasta que al cabo de unos minutos todo volvió a la normalidad y al bullicio característico del lugar, Tarak se volvió hacía la chica.
- Y se hacen llamar católicos - Refunfuñó aún molesto - Cuando su señor les ha enseñado a no reírse de la desgracia ajena... - Agregó y su tono se fue suavizando conforme se le iba pasando la molestia - ¿Porqué tiene tanto afán pequeña dama? - Le preguntó ya más calmado y posó su mano en la cabeza de ella, metiendo sus largos dedos entre su cabello delicadamente para sacar de allí una hoja de color castaño que seguramente había caído de un árbol sobre la chica sin que se diera cuenta.
Tarak Eskaminzim- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 06/05/2013
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Al principio, cuando Tulipe notó la silueta de aquel poco usual caballero acercarse, cerró sus ojos con fuerza pensando que recibiría su merecido por haber suscitado un desastre en el puesto del mismo, pero sus pupilas volvieron a abrazar a la luz cuando escuchó su gentil voz preguntándole por su estado antes de ayudarla a levantarse por sus enflaquecidos brazos. La muchacha parpadeó varias veces antes de asimilar que no estaba siendo castigada por aquel curioso personaje. Se preguntaba de qué rincón abandonado del mundo vendría que manifestaba costumbres tan diferentes a las que ella estaba acostumbrada, puesto que otra persona la hubiera hecho pagar con algún objeto valioso o con servicios gratis como mínimo.
La sirvienta no supo qué responder inmediatamente, ya que el efecto que le generaba el hallarse con alguien como él hacía que el dolor pasara más desapercibido de lo normal, pero así y todo —aunque tardíamente—logró enfocarse en su anatomía para contestarle al brujo lo que quería saber. La suavidad de la piel de búfalo había ayudado a no tener ni rasmillones notorios ni infecciones por el suelo habitado por bacterias, pero no se salvaría de moretones en sus rodillas; nada que le impidiera hacer lo que hacía cada día como trabajar.
—Oh no, señor. Por mí no debe preocuparse. Estas cosas suceden —le bajó el perfil a la situación, y es que no terminaba de observan el desorden que había dejado— L-Lamento haber desorganizado su mercadería. —bajó la cabeza avergonzada.
Las risas retumbaban y hacían eco gracias a las altas paredes que los rodeaban. Tulipe procuraba hacer oídos sordos, tal como lo había aprendido de niña cuando antiguos clientes de su madre se la topaban en la calle a proponerles un nuevo encuentro remunerado. No respetaban que ella ya hubiera dejado aquella vida y que deseara dedicarse por completo a su hija, por lo que apenas eran rechazados por Lavande se encargaban de humillarla en la vía pública de una u otra manera. Tulipe se asustaba cuando eso ocurría, pero su madre la siempre le decía que la única manera de callar las burlas era a través del silencio y que añadir palabras era como echar más leña a la hoguera.
No obstante, quedarse callado no había sido una opción para el moren, el cual despotricó contra los socarrones rompiendo con lo esperado por la chica y causándole un susto. Tulipe agradecía la amabilidad con una sumisión similar a la de un can con su amo, pero su corazón se comprimía cuando alguien se ponía en riesgo por su persona, y desafiar a los poderosos —aunque fuera a la distancia— por Dios que era peligroso, sobre todo para un inmigrante desamparado por la justicia francesa. La manceba tapó su boca con ambas manos temiendo lo peor, pero para fortuna de ambos, la mayoría más potencialmente dañina se fue sin mayores reparos que los que repetían dentro de sus mentes.
Un suspiro de alivio salió expulsado de los labios mordido de Tulipe para ser seguido de sus ojos brillantes, esos que se hacían presentes en su rostro cuando recibía la bendición de salir ilesa de las garras de los que abusaban de su poder.
—No sé c-cómo agradecerle. Se ha arriesgado mucho, Monsieur. —inclinó su cabeza en señal de respeto y mansedumbre.
Antes de pasar a hablar cualquier otra cosa, escuchó atentamente la joven la frase del brujo acerca de los católicos. Por su tono de voz, parecía no agradarle el tema de esa religión. Instintivamente la francesa se llevó una mano al pecho para palpar su crucifijo con aprensión. ¿Incomodaría a su auxiliador por llevar su fe literalmente en su corazón? Se sentía nuevamente un árbol desnudo, así de desprotegida frente a las fuerzas del mundo. De una manera que ella no podía explicar, ese hombre le representaba fuerza, aunque no estaba segura de qué tipo de fuerza se trataba.
Pensó en quedarse callada y ordenar los desordenados objetos de esa forma, pero la última pregunta del brujo hizo que fuera imposible seguir dicha opción. Ignorarlo no era viable y la haría sentir terriblemente mal.
—Os ruego que no se enfade conmigo, pero… iba a misa —dirigió su mirada hacia las puertas de la catedral, puertas que acababan de cerrarse para no dejar a nadie más entrar. Suspiró resignada, pero no desanimada. Verle el lado bueno a las cosas se había convertido en su defensa. Se armó de valor y habló de ese tema, siempre cuidando no ofender a quien acababa de retirar una hoja de su cabeza— Es confuso, ¿no lo cree usted? Cómo personas tan diferentes y hasta contrarias pueden creer en lo mismo. La verdad es que nunca he sido buena dándome a entender, pero creo que así como no todos nos quedamos con la misma moraleja al oír una historia, concebimos y aplicamos las sagradas enseñanzas de manera diferente.
Jugaba con sus manos sin cesar como modo de muletilla cuando escuchó que las grandes puertas de la catedral se abrían para expulsar a un mendigo del interior; lo habían sorprendido robando las ofrendas. Si bien su actitud había sido reprochable, Tulipe se compadecía de él por la manera en que había sido arrojado al suelo. Que ella recordara, Jesús nunca había humillado de ninguna manera a los pecadores que lo seguían, sino que al contrario, les florecía su amor para que pudieran emerger de las sombras en las que estaban inmersos para recuperar la senda del bien. La sirvienta aclaró su garganta antes de añadir algo más.
—Bueno… algunos pierden el norte, pero el que no vean al sol no significa que éste no brille. Quiero creer que hacia ese es el rumbo que estoy tomando, señor. Al principio me importaba que quienes dijeran seguirlo me juzgaran, pero ahora sé que no es algo que deba importunarme más allá del mal rato, porque finalmente será él quien pesará mi alma y yo estoy tranquila con eso —mordió su labio inferior temiendo una mala respuesta de parte del brujo, aunque dentro de sus esperanzas pedía que no se alejara de ella por sus creencias.
La sirvienta no supo qué responder inmediatamente, ya que el efecto que le generaba el hallarse con alguien como él hacía que el dolor pasara más desapercibido de lo normal, pero así y todo —aunque tardíamente—logró enfocarse en su anatomía para contestarle al brujo lo que quería saber. La suavidad de la piel de búfalo había ayudado a no tener ni rasmillones notorios ni infecciones por el suelo habitado por bacterias, pero no se salvaría de moretones en sus rodillas; nada que le impidiera hacer lo que hacía cada día como trabajar.
—Oh no, señor. Por mí no debe preocuparse. Estas cosas suceden —le bajó el perfil a la situación, y es que no terminaba de observan el desorden que había dejado— L-Lamento haber desorganizado su mercadería. —bajó la cabeza avergonzada.
Las risas retumbaban y hacían eco gracias a las altas paredes que los rodeaban. Tulipe procuraba hacer oídos sordos, tal como lo había aprendido de niña cuando antiguos clientes de su madre se la topaban en la calle a proponerles un nuevo encuentro remunerado. No respetaban que ella ya hubiera dejado aquella vida y que deseara dedicarse por completo a su hija, por lo que apenas eran rechazados por Lavande se encargaban de humillarla en la vía pública de una u otra manera. Tulipe se asustaba cuando eso ocurría, pero su madre la siempre le decía que la única manera de callar las burlas era a través del silencio y que añadir palabras era como echar más leña a la hoguera.
No obstante, quedarse callado no había sido una opción para el moren, el cual despotricó contra los socarrones rompiendo con lo esperado por la chica y causándole un susto. Tulipe agradecía la amabilidad con una sumisión similar a la de un can con su amo, pero su corazón se comprimía cuando alguien se ponía en riesgo por su persona, y desafiar a los poderosos —aunque fuera a la distancia— por Dios que era peligroso, sobre todo para un inmigrante desamparado por la justicia francesa. La manceba tapó su boca con ambas manos temiendo lo peor, pero para fortuna de ambos, la mayoría más potencialmente dañina se fue sin mayores reparos que los que repetían dentro de sus mentes.
Un suspiro de alivio salió expulsado de los labios mordido de Tulipe para ser seguido de sus ojos brillantes, esos que se hacían presentes en su rostro cuando recibía la bendición de salir ilesa de las garras de los que abusaban de su poder.
—No sé c-cómo agradecerle. Se ha arriesgado mucho, Monsieur. —inclinó su cabeza en señal de respeto y mansedumbre.
Antes de pasar a hablar cualquier otra cosa, escuchó atentamente la joven la frase del brujo acerca de los católicos. Por su tono de voz, parecía no agradarle el tema de esa religión. Instintivamente la francesa se llevó una mano al pecho para palpar su crucifijo con aprensión. ¿Incomodaría a su auxiliador por llevar su fe literalmente en su corazón? Se sentía nuevamente un árbol desnudo, así de desprotegida frente a las fuerzas del mundo. De una manera que ella no podía explicar, ese hombre le representaba fuerza, aunque no estaba segura de qué tipo de fuerza se trataba.
Pensó en quedarse callada y ordenar los desordenados objetos de esa forma, pero la última pregunta del brujo hizo que fuera imposible seguir dicha opción. Ignorarlo no era viable y la haría sentir terriblemente mal.
—Os ruego que no se enfade conmigo, pero… iba a misa —dirigió su mirada hacia las puertas de la catedral, puertas que acababan de cerrarse para no dejar a nadie más entrar. Suspiró resignada, pero no desanimada. Verle el lado bueno a las cosas se había convertido en su defensa. Se armó de valor y habló de ese tema, siempre cuidando no ofender a quien acababa de retirar una hoja de su cabeza— Es confuso, ¿no lo cree usted? Cómo personas tan diferentes y hasta contrarias pueden creer en lo mismo. La verdad es que nunca he sido buena dándome a entender, pero creo que así como no todos nos quedamos con la misma moraleja al oír una historia, concebimos y aplicamos las sagradas enseñanzas de manera diferente.
Jugaba con sus manos sin cesar como modo de muletilla cuando escuchó que las grandes puertas de la catedral se abrían para expulsar a un mendigo del interior; lo habían sorprendido robando las ofrendas. Si bien su actitud había sido reprochable, Tulipe se compadecía de él por la manera en que había sido arrojado al suelo. Que ella recordara, Jesús nunca había humillado de ninguna manera a los pecadores que lo seguían, sino que al contrario, les florecía su amor para que pudieran emerger de las sombras en las que estaban inmersos para recuperar la senda del bien. La sirvienta aclaró su garganta antes de añadir algo más.
—Bueno… algunos pierden el norte, pero el que no vean al sol no significa que éste no brille. Quiero creer que hacia ese es el rumbo que estoy tomando, señor. Al principio me importaba que quienes dijeran seguirlo me juzgaran, pero ahora sé que no es algo que deba importunarme más allá del mal rato, porque finalmente será él quien pesará mi alma y yo estoy tranquila con eso —mordió su labio inferior temiendo una mala respuesta de parte del brujo, aunque dentro de sus esperanzas pedía que no se alejara de ella por sus creencias.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
El indio observó la actitud de la joven y no pudo menos que sonreír enternecido por su torpeza y por su voz nerviosa mientras se disculpaba, comenzó a recoger un par de talismanes que consistían en piedras semipreciosas magnetizadas tras un ritual en las montañas que se habían caído de su lugar en la piel de búfalo, por suerte no se habían quebrado, así que las tomó con cuidado y las volvió a colocar con los demás.
- Cada quien asimila las palabras de manera diferente - Comentó desviando su mirada hacía la iglesia - La palabra puede ser sagrada pero las acciones de sus devotos... dudo que sean sagradas - Agregó, tenía cierta molestia contra la iglesia y sus creyentes, no contra Jesús o la Biblia en particular, pero si contra la iglesia como constitución y sobre todo a la Santa Inquisición.
- Lo importante es hacer lo que a uno lo haga feliz y lo llene de paz espiritual - Comentó volviendo su vista hacía ella, la brisa otoñal de esa tarde soleada, le alborotó el largo cabello lacio y se vió obligado a tomarlo entre sus manos y a hilar una trensa para que no se le viniera salvaje al rostro - A la final creo que las enseñanzas son las mismas, se habla de amor al prójimo y de respeto a la creación, no es muy diferente de lo que mi pueblo cree - Explicó mientras seguía haciéndose su trensa, cuando terminó, amarró el cabello con un grueso hilo rojizo.
Al notar al infeliz que había sido sacado de la iglesia, una mueca de desprecio se formó en su rostro ¿No eran todos iguales ante los ojos del señor? ¿No que todos merecían el perdón? Tarak no comprendía las contradicciones de la Biblia y mucho menos el comportamiento de los Cristianos. Meneó la cabeza pensativo.
- Robar esta mal... pero tener hambre y tener que hacer lo que sea para sobre vivir... es inherente a la voluntad humana - Comentó dejándo escapar un suspiro - Nadie quiere morir ¿No? sufrir por el hambre de varios días es algo que los Obispos nunca podrán entender -
- Cada quien asimila las palabras de manera diferente - Comentó desviando su mirada hacía la iglesia - La palabra puede ser sagrada pero las acciones de sus devotos... dudo que sean sagradas - Agregó, tenía cierta molestia contra la iglesia y sus creyentes, no contra Jesús o la Biblia en particular, pero si contra la iglesia como constitución y sobre todo a la Santa Inquisición.
- Lo importante es hacer lo que a uno lo haga feliz y lo llene de paz espiritual - Comentó volviendo su vista hacía ella, la brisa otoñal de esa tarde soleada, le alborotó el largo cabello lacio y se vió obligado a tomarlo entre sus manos y a hilar una trensa para que no se le viniera salvaje al rostro - A la final creo que las enseñanzas son las mismas, se habla de amor al prójimo y de respeto a la creación, no es muy diferente de lo que mi pueblo cree - Explicó mientras seguía haciéndose su trensa, cuando terminó, amarró el cabello con un grueso hilo rojizo.
Al notar al infeliz que había sido sacado de la iglesia, una mueca de desprecio se formó en su rostro ¿No eran todos iguales ante los ojos del señor? ¿No que todos merecían el perdón? Tarak no comprendía las contradicciones de la Biblia y mucho menos el comportamiento de los Cristianos. Meneó la cabeza pensativo.
- Robar esta mal... pero tener hambre y tener que hacer lo que sea para sobre vivir... es inherente a la voluntad humana - Comentó dejándo escapar un suspiro - Nadie quiere morir ¿No? sufrir por el hambre de varios días es algo que los Obispos nunca podrán entender -
Tarak Eskaminzim- Hechicero Clase Baja
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Una luz de esperanza llegó a los ojos de Tulipe, un destello que fue desde afuera de su cuerpo hasta dentro de él. Todo se debía al buen intencionado indio, quien lejos de sentirse molesto con la torpeza de la muchacha, parecía entretenerse con ella sin ánimos de burlarse, a pesar de tener todas las facultades para hacerlo. Ella poco se refería al hombre, porque desconocía por completo todo lo que veía en él; esa piel no se parecía a la de los asiáticos que llegaban como mano de obra barata, aunque compartiera sus ojos rasgados; su piel morena no tenía el tono de los negros traídos de tierras lejanas, aunque sí tenía una musculatura similar. La joven Tulipe intentaba no pensar demasiado al respecto; su mente inculta la hacía la mayor parte del tiempo llegar a un callejón sin salida en cuanto a respuestas se refería, y mantenerse atrapada le impedía actuar con agilidad. Nada le indicaba lo que tenía que hacer, pero la experiencia le decía qué era lo que no debía hacer por ningún motivo si de verdad quería conocer: no cerrar sus ojos, no esconderse. Costaba, pero la amabilidad del apache ayudaba a que la torpe chica dejara en paz sus manos nerviosa y se focalizara en abrir su restringido ser.
—¿S-Su pueblo cree en el amor al prójimo? —preguntaba ilusionada mientras el indígena terminaba de amarrar su trenza. Eso era algo bueno, puesto que teniendo eso en común, ya podían entenderse mejor— L-lamento si no ha sonado del todo bien mi pregunta; no es que no crea en su bondad, señor. Es sólo que… verá… nunca había visto a nadie como usted por aquí. Es tan diferente a lo que se suele ver por aquí en París, que no sé qué conductas le parecen aceptable y cuáles reprochables. Debo decir que podamos asentarnos sobre ese mismo sagrado principio.
De eso se trataba todo. El ser aceptado siempre había sido una de las preocupaciones más grandes del hombre desde que la tierra había amamantado a la vida, pero para Tulipe era un tema más que especial. La verdad era que haber sido tan sobreprotegida por su madre desde pequeña la había hecho temer al mundo, pero involuntariamente aquello había provocado que la pequeña también quisiera un lugar dentro de ese universo, porque de partida no se sentía parte de él. Aquel sitio de afuera eran tan majestuoso, sublime, y sobretodo tan peligroso, que Tulipe no se imaginaba como una más dentro de ese universo, sino como una subordinada a lo que pasara dentro de él. Así había sido el temeroso legado de Lavande Enivrant en su hija, pero Tulipe no la odiaba por eso, sino que al contrario, la amaba con devoción por haberla protegido de la falta de virtud. Ella nunca podría darse el lujo de pavonearse sin preocupaciones como lo hacían las señoritas de clase alta, las cuales debían tener marido, hijos, y el resto vendría por añadidura. A Tulipe le había tocado luchar por todo, hasta por andar sin ser pisoteada por los grandes, y ese carácter titubeante le servía a las personas vulnerables como ella; la haría vivir más tiempo.
Tarak confundía a Tulipe; sonaba enojado con la horrible realidad que se exponía ante sus ojos de aceituna, pero así y todo aceptaba y mantenía la esperanza como si tuviera la sabiduría de un anciano, aunque se veía demasiado joven como para haber vivido lo suficiente como para haber desentrañado los secretos de la vida. ¿Un par de oídos venidos desde tan lejos oirían las palabras de una muchacha aferrada a la tierra conocida? ¿Y al revés? Aquello parecía tan improbable como que una gaviota pudiera compartir el espacio del arrecife de un coral, pero ese Dios en que Tulipe creía podía hacer todo, y ya los había hecho interactuar.
—Usted debe saber, al igual que yo, que el hambre es una de las pocas cosas que el hombre no puede dominar ni siquiera trabajando. Es algo tan insistente que nos domina, e incluso hace a algunos delinquir para tener algo en la barriga. Mi Señor no me ha permitido llegar a esos extremos, me alegro, pero es denigrante ver que no son pocos los que venden su honra y dignidad a cambio de un trozo de pan —miró al hombre, aunque no directamente. Estar junto a a un hombre sin compañía, aunque fuera para hablar, la inquietaba— Oh, señor, bienaventurados aquellos que no han pasado ni pasarán por esa tortura. No se lo desearía ni al más bajo de los seres humanos, ni a un perro siquiera. Espero que no le moleste mi opinión. El hambre es la marca de la pobreza, sí. Ser pobre es como ahogarse; sólo que se ve a todos los demás respirando.
Y estaba siendo sincera. Sentir el hambre quemando el sistema digestivo era una tortura, porque por dentro sabías que su fuego se expandía a cada parte de tu cuerpo, volviéndote un inútil. No se puede pensar, no se puede dormir, ni mucho menos soñar cuando las tripas rugen, ahuyentando los diminutos susurros de aliento, pero no así los cantos de la Iglesia, esos que cada vez que Tulipe acudía, la abrazaban bajo los brazos de la promesa de un paraíso donde mamara la leche y la miel, como su propia tierra prometida.
La joven rompió con su reflexión interna cuando se dio cuenta de que había olvidado hacer una pregunta básica e importante. No sabía con quién estaba hablando. Rozó una de sus manos con su boca por el olvido, y se apresuró a remendar su error.
—Oh, mon Dieu. Usted perdóneme, no me he presentado adecuadamente. Soy Tulipe —inclinó su cabeza con torpeza antes de preguntar por su prójimo— ¿Cómo debo llamarlo, señor?
—¿S-Su pueblo cree en el amor al prójimo? —preguntaba ilusionada mientras el indígena terminaba de amarrar su trenza. Eso era algo bueno, puesto que teniendo eso en común, ya podían entenderse mejor— L-lamento si no ha sonado del todo bien mi pregunta; no es que no crea en su bondad, señor. Es sólo que… verá… nunca había visto a nadie como usted por aquí. Es tan diferente a lo que se suele ver por aquí en París, que no sé qué conductas le parecen aceptable y cuáles reprochables. Debo decir que podamos asentarnos sobre ese mismo sagrado principio.
De eso se trataba todo. El ser aceptado siempre había sido una de las preocupaciones más grandes del hombre desde que la tierra había amamantado a la vida, pero para Tulipe era un tema más que especial. La verdad era que haber sido tan sobreprotegida por su madre desde pequeña la había hecho temer al mundo, pero involuntariamente aquello había provocado que la pequeña también quisiera un lugar dentro de ese universo, porque de partida no se sentía parte de él. Aquel sitio de afuera eran tan majestuoso, sublime, y sobretodo tan peligroso, que Tulipe no se imaginaba como una más dentro de ese universo, sino como una subordinada a lo que pasara dentro de él. Así había sido el temeroso legado de Lavande Enivrant en su hija, pero Tulipe no la odiaba por eso, sino que al contrario, la amaba con devoción por haberla protegido de la falta de virtud. Ella nunca podría darse el lujo de pavonearse sin preocupaciones como lo hacían las señoritas de clase alta, las cuales debían tener marido, hijos, y el resto vendría por añadidura. A Tulipe le había tocado luchar por todo, hasta por andar sin ser pisoteada por los grandes, y ese carácter titubeante le servía a las personas vulnerables como ella; la haría vivir más tiempo.
Tarak confundía a Tulipe; sonaba enojado con la horrible realidad que se exponía ante sus ojos de aceituna, pero así y todo aceptaba y mantenía la esperanza como si tuviera la sabiduría de un anciano, aunque se veía demasiado joven como para haber vivido lo suficiente como para haber desentrañado los secretos de la vida. ¿Un par de oídos venidos desde tan lejos oirían las palabras de una muchacha aferrada a la tierra conocida? ¿Y al revés? Aquello parecía tan improbable como que una gaviota pudiera compartir el espacio del arrecife de un coral, pero ese Dios en que Tulipe creía podía hacer todo, y ya los había hecho interactuar.
—Usted debe saber, al igual que yo, que el hambre es una de las pocas cosas que el hombre no puede dominar ni siquiera trabajando. Es algo tan insistente que nos domina, e incluso hace a algunos delinquir para tener algo en la barriga. Mi Señor no me ha permitido llegar a esos extremos, me alegro, pero es denigrante ver que no son pocos los que venden su honra y dignidad a cambio de un trozo de pan —miró al hombre, aunque no directamente. Estar junto a a un hombre sin compañía, aunque fuera para hablar, la inquietaba— Oh, señor, bienaventurados aquellos que no han pasado ni pasarán por esa tortura. No se lo desearía ni al más bajo de los seres humanos, ni a un perro siquiera. Espero que no le moleste mi opinión. El hambre es la marca de la pobreza, sí. Ser pobre es como ahogarse; sólo que se ve a todos los demás respirando.
Y estaba siendo sincera. Sentir el hambre quemando el sistema digestivo era una tortura, porque por dentro sabías que su fuego se expandía a cada parte de tu cuerpo, volviéndote un inútil. No se puede pensar, no se puede dormir, ni mucho menos soñar cuando las tripas rugen, ahuyentando los diminutos susurros de aliento, pero no así los cantos de la Iglesia, esos que cada vez que Tulipe acudía, la abrazaban bajo los brazos de la promesa de un paraíso donde mamara la leche y la miel, como su propia tierra prometida.
La joven rompió con su reflexión interna cuando se dio cuenta de que había olvidado hacer una pregunta básica e importante. No sabía con quién estaba hablando. Rozó una de sus manos con su boca por el olvido, y se apresuró a remendar su error.
—Oh, mon Dieu. Usted perdóneme, no me he presentado adecuadamente. Soy Tulipe —inclinó su cabeza con torpeza antes de preguntar por su prójimo— ¿Cómo debo llamarlo, señor?
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Era natural que la gente le viera como extranjero y pensara que tenía costumbres distintas y credos inusuales, normalmente las personas le juzgaban mucho antes de conocerlo, porque llevar la piel morena y los ojos rasgados era lo suficientemente inusual como para que cualquier persona decidiera que él era un forajido, que no creía en la divina procedencia, la biblia y no respetaba las sagradas reglas impuestas en la Biblia. ¿Cómo respetar una religión en la que cuyos caballeros habían masacrado a su gente generación tras generación sin ningún atisbo de amor al prójimo?
- Oh no se preocupe por lo que es aceptable o no - Comentó terminando de acomodar su trenas - Una conversación con una simpática señorita que tropieza sobre su mercancía es por supuesto aceptable - Le sonrió con dulzura - Y si... en mi pueblo se respeta a la naturaleza y a los hombres - Le explicó acomodándose a un lado de la mercancía e invitándola a ella a sentarse a su lado, palmeó el suelo con suavidad indicándole - My lady es usted bienvenida a mis aposentos - Agregó con voz pomposa imitando a los burgueses.
- El hambre es terrible, pero ¿Sabe una cosa? El hambre me parece un problema muy... Europeo - Explicó con una expresión pensativa - Nunca había conocido lo que era el hambre hasta que llegué al viejo continente, en mis tierras nadie sufre de hambrunas, porque nuestras tierras son bondadosas y porque nosotros respetamos a la madre tierra y la protejamos a cambio de todo lo que ella nos ofrece - Concluyó, hablar de sus Dioses podía ser peligroso, sobre todo con una extraña, uno nunca sabía donde se escondían los espías de la iglesia y definitivamente no quería terminar quemándose en la plaza pública por herejía.
- Me llamo Tarak Eskaminzim - Le indicó con amabilidad colocándo sus manos sobre las rodillas en una posición relajada, llevaba unas botas de cuero cocidas con cabuya - Tarak significa Estrella y Eskaminzim gran boca en la lengua de mis ancestros... lo cual significa en otras palabras que a veces hablo demasiado - Agregó encogiéndose de hombros - No me ha dado su apellido... ¿De que familia viene? -
- Oh no se preocupe por lo que es aceptable o no - Comentó terminando de acomodar su trenas - Una conversación con una simpática señorita que tropieza sobre su mercancía es por supuesto aceptable - Le sonrió con dulzura - Y si... en mi pueblo se respeta a la naturaleza y a los hombres - Le explicó acomodándose a un lado de la mercancía e invitándola a ella a sentarse a su lado, palmeó el suelo con suavidad indicándole - My lady es usted bienvenida a mis aposentos - Agregó con voz pomposa imitando a los burgueses.
- El hambre es terrible, pero ¿Sabe una cosa? El hambre me parece un problema muy... Europeo - Explicó con una expresión pensativa - Nunca había conocido lo que era el hambre hasta que llegué al viejo continente, en mis tierras nadie sufre de hambrunas, porque nuestras tierras son bondadosas y porque nosotros respetamos a la madre tierra y la protejamos a cambio de todo lo que ella nos ofrece - Concluyó, hablar de sus Dioses podía ser peligroso, sobre todo con una extraña, uno nunca sabía donde se escondían los espías de la iglesia y definitivamente no quería terminar quemándose en la plaza pública por herejía.
- Me llamo Tarak Eskaminzim - Le indicó con amabilidad colocándo sus manos sobre las rodillas en una posición relajada, llevaba unas botas de cuero cocidas con cabuya - Tarak significa Estrella y Eskaminzim gran boca en la lengua de mis ancestros... lo cual significa en otras palabras que a veces hablo demasiado - Agregó encogiéndose de hombros - No me ha dado su apellido... ¿De que familia viene? -
Tarak Eskaminzim- Hechicero Clase Baja
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Re: Un encuentro predestinado (Tulipe)
Tulipe se sonrió nerviosa cuando fue invitada por el peculiar hombre a sentarse a su lado. No era que sintiera que vergüenza de ser vista con alguien de dudosa procedencia como Tarak, sino que era evidente que sus códigos para relacionarse no eran los mismos que los de ella. Ese desasosiego se apoderaba de ella cada vez que no sabía cómo comportarse para no ofender a la otra persona; la bloqueaba, hacía que dijera cosas sin sentido. Por eso prefería quedarse callada hasta que el otro le dirigiera la palabra. Por suerte, el hombre de piel de sol se mostraba abierto y sin tapujos, motivado por su espíritu compasivo. La joven agradeció eso y se sentó con un poco más de confianza, cuidando de arremangar lo suficiente su vestido para no mostrar accidentalmente ni un solo centímetro de piel.
—Muchas gracias por su amabilidad, Monsieur —jugaba con su pelo mientras lo escuchaba referirse al hambre como todo un conocedor. No faltaba más; con tantos bosques recorridos no podía ser otra cosa. Tulipe lo escuchaba curiosa, con sus ojos brillando de la expectación— ¿Existe… un lugar en donde no existe el hambre? —preguntaba boquiabierta. Era difícil de creer para quien no recordaba haber comido por placer— No me mentiría, ¿cierto? Una persona que se enfrentó a quienes nos podrían haber echado a patadas no diría mentiras. —en eso quería pensar— Quisiera imaginar lo que usted me dice. El hambre es un problema tan constante, nos recuerda que está ahí tantas veces en el día que... es una de las primeras palabras que aprendemos a decir entendiendo su significado. Ni siquiera hace falta pedirle a mamá que lo explique; los ruidos de la barriga son claros. —suspiró— Mantendré a Dios cerca de mi corazón con más fuerza si llego a estar en ese lugar que me describe. Sé que es casi imposible, pero la esperanza es lo último que se pierde.
El nombre del brujo era difícil de memorizar, pero la joven alcanzó a quedarse con el nombre de pila en la memoria. En cuanto al apellido tan extravagante tendría que hacer mayores denuedos. No tenía reparo alguno con que el señor fuera parlanchín; así supliría el silencio de la chica. No era que no dijera nada, pero existían dos clases de silencio: uno no era nada más ni nada menos que la ausencia de sonido, y el otro consistía en hablar sin decir nada realmente. Tulipe tenía que aprender a no incurrir en el segundo, y Tarak parecía ser un buen maestro, uno que priorizaba por sobre todas las cosas la igualdad entre los hablantes.
—Ay, qué torpe soy —cerró sus ojos con fuerza al recriminarse su descuido— Enivrant es mi apellido, señor. Perdone no haberlo mencionado de entrada. Es que a la mayoría le basta con saber mi nombre y ya. Suficiente es con ver mi ropa para darse cuenta de que no es una familia socialmente importante. Pero sí preguntan el nombre de mis amos. Ellos sí son más conocidos en la ciudad, y no por pobres, como imaginará. —echó una mirada hacia abajo, notando el material sobre el cual estaban sentados y la mercancía que los rodeaba. Más dudas que certezas le surgieron— ¿Usted cómo vive aquí? Lamento si estoy siendo reiterativa o un poco burra con preguntarle, pero ¿no ha tenido problemas con…? —visualizó a lo lejos inspectores y también predicadores dando la vuelta al mercado. No eran nada tontos; en donde se aglomeraba la gente también lo hacían los contratiempos, en especial en los asuntos de religión— Podrían hacerle daño si lo ven ofreciendo algo sospechoso. Sé que no van a tomarse el tiempo de comprobar; van a actuar.
Tulipe no entendía en gran cantidad acerca de interpretar las intenciones de la gente, pero sí tenía memoria. Su corta experiencia era más que suficiente para advertirle acerca de una regla fundamental: agente extraño que encontrara, la sociedad a llamaradas expulsaba.
—Muchas gracias por su amabilidad, Monsieur —jugaba con su pelo mientras lo escuchaba referirse al hambre como todo un conocedor. No faltaba más; con tantos bosques recorridos no podía ser otra cosa. Tulipe lo escuchaba curiosa, con sus ojos brillando de la expectación— ¿Existe… un lugar en donde no existe el hambre? —preguntaba boquiabierta. Era difícil de creer para quien no recordaba haber comido por placer— No me mentiría, ¿cierto? Una persona que se enfrentó a quienes nos podrían haber echado a patadas no diría mentiras. —en eso quería pensar— Quisiera imaginar lo que usted me dice. El hambre es un problema tan constante, nos recuerda que está ahí tantas veces en el día que... es una de las primeras palabras que aprendemos a decir entendiendo su significado. Ni siquiera hace falta pedirle a mamá que lo explique; los ruidos de la barriga son claros. —suspiró— Mantendré a Dios cerca de mi corazón con más fuerza si llego a estar en ese lugar que me describe. Sé que es casi imposible, pero la esperanza es lo último que se pierde.
El nombre del brujo era difícil de memorizar, pero la joven alcanzó a quedarse con el nombre de pila en la memoria. En cuanto al apellido tan extravagante tendría que hacer mayores denuedos. No tenía reparo alguno con que el señor fuera parlanchín; así supliría el silencio de la chica. No era que no dijera nada, pero existían dos clases de silencio: uno no era nada más ni nada menos que la ausencia de sonido, y el otro consistía en hablar sin decir nada realmente. Tulipe tenía que aprender a no incurrir en el segundo, y Tarak parecía ser un buen maestro, uno que priorizaba por sobre todas las cosas la igualdad entre los hablantes.
—Ay, qué torpe soy —cerró sus ojos con fuerza al recriminarse su descuido— Enivrant es mi apellido, señor. Perdone no haberlo mencionado de entrada. Es que a la mayoría le basta con saber mi nombre y ya. Suficiente es con ver mi ropa para darse cuenta de que no es una familia socialmente importante. Pero sí preguntan el nombre de mis amos. Ellos sí son más conocidos en la ciudad, y no por pobres, como imaginará. —echó una mirada hacia abajo, notando el material sobre el cual estaban sentados y la mercancía que los rodeaba. Más dudas que certezas le surgieron— ¿Usted cómo vive aquí? Lamento si estoy siendo reiterativa o un poco burra con preguntarle, pero ¿no ha tenido problemas con…? —visualizó a lo lejos inspectores y también predicadores dando la vuelta al mercado. No eran nada tontos; en donde se aglomeraba la gente también lo hacían los contratiempos, en especial en los asuntos de religión— Podrían hacerle daño si lo ven ofreciendo algo sospechoso. Sé que no van a tomarse el tiempo de comprobar; van a actuar.
Tulipe no entendía en gran cantidad acerca de interpretar las intenciones de la gente, pero sí tenía memoria. Su corta experiencia era más que suficiente para advertirle acerca de una regla fundamental: agente extraño que encontrara, la sociedad a llamaradas expulsaba.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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