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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hazel D´Antuan Lun Feb 25, 2013 7:38 am

"Busco lo que buscabas, lo que dejabas dejo,
amo lo que tú amabas, copio como un espejo
tus costumbres, tus hábitos... ¡Soy no más tu reflejo!"


Amado Nervo. Los muertos mandan



Era una mañana de verano cualquiera, una de esas en las que instalaba el mercado ambulante y que a pesar del calor que haría a medio día, todos tenían que abrigarse por el frescor matutino. Hazel había decidido internarse en la vorágine de la ciudad parisina para comprar algunos productos, aun cuando no le gustase ver tanta gente y le asustasen las multitudes. Caminaba entre el alboroto de los vendedores y el aroma de los productos del mercado ambulante, iba envuelta con una chal tejido a mano, y los hombros encogidos, como si en verdad quisiese pasar absolutamente desapercibida, como si no quisiese ser nadie.

Se le daba mucho mejor ser una salvaje que una humana corriente, las costumbres y los modales no eran para ella, tampoco los zapatos que le hacían parecer una coja, no estaba acostumbrado a llevar algo tan duro encerrándole los pies de ese modo, como prisioneros de celdas oscuras. Tampoco estaba acostumbrada a esa ropa y, aunque no levara corset, se sentía demasiado tiesa y con poca movilidad. Sólo deseaba acabar pronto las compras para regresar a su cabaña en medio del bosque y bañarse en la frescura y pureza del río, sacarse todo ese olor a pueblo y regresar a ser ella nuevamente.

Llevaba una canasta de mimbre y miraba cada uno de los puestos con cautela, necesitaba alguna tela barata para hacerse nueva ropa antes de que se le viniese encima el invierno, también un poco de harina para cocinar su propio pan. La verdura la cosechaba de su mismo patio, así como la fruta la robaba de las plantaciones exteriores y la carne la cazaba ella misma, pero aún así habían pequeños detalles que necesitaba conseguir, algunas especias de esas que le habían recomendado los chamanes para sus ungüentos, esos con los que cubría sus heridas de batalla para ayudarla a sanar más rápido. También necesitaba algunos materiales para reparar su choza, pues ya había descubierto que los clavos eran mucho más firmes y efectivos que las propias amarras y es que, aun cuando no quisiera admitirlo, poco a poco se civilizaba.

Así es como uno a uno los productos requeridos fueron llenando su canasta, ya casi terminaba las compras y sólo le faltaba el último detalle cuando de pronto ocurrió lo inesperado. Acababa de pagar en uno de los negocios y volteaba para seguir su camino cuando se encontró frente a frente con una imagen que le dejó convertida en una verdadera estatua de carne. Esa imagen, ese rostro, ese cuerpo, esa piel, esas manos... El mismo cuerpo se impresionó tanto como ella misma y por eso la canasta se le escapó del brazo, deslizándose hacia el suelo, pero en último minuto y gracias a sus buenos reflejos, ejercitados con la misma cacería, le alcanzó a coger del haza justo antes de que cayera.

Volvió a alzar la mirada, pensando por algún momento en que la visión desaparecería, pero ahí estaba, una mujer quizás tan impresionada como ella. No le dijo nada, ni una sola palabra, sin embargo sus músculos se tensaron por completo y pretendió seguir su camino, sólo unos pasos más allá se detuvo para voltear a verla y fingir que compraba otro de los artículos, pero sólo le vigilaba y esperaba que abandonase el mercado para caerle encima y sacarle la verdad. De seguro se trataba de una bruja, una bruja que ya debería saber lo que se le venía encima y que debía regresarle su cuerpo o moriría.




Última edición por Hazel D´Antuan el Lun Mar 25, 2013 4:03 am, editado 1 vez
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Mensaje por Tulipe Enivrant Lun Feb 25, 2013 11:11 pm


Rezar, dormir, trabajar y comer llenaban colmaban el día a día de Tulipe, poco a poco adentrándose en la rutina de una criada que estaba siendo puesta a prueba por sus tareas de modelo nuevo. Con el tiempo todo mejoraría, se repetía a sí misma, pero cierta era que estaba sintiendo cosas muy adversas; la seguridad de estar todo en su lugar se enfrentaba a la extraña sensación de no estar viéndolo todo, como si faltase una pieza importante en el rompecabezas y deambulara invisiblemente frente a ella. Sus oraciones ayudaban a quemar esa incertidumbre, pero no resolvían las cenizas; jamás lo harían.

Un suspiro pesado salió de los labios de la doncella, intentando deshacerse de las larvas en su cabeza, pero nunca se había diferenciado por su control mental, sino al contrario.
Al menos tenía como salida la tarea de ese día; elegir las flores que acompañarían vanidosamente la mesa del duque, como si sus ropas no tuvieran suficientes adornos que recordaran su posición. Era feliz con eso, porque si fallaba en su labor, al menos ella sería la única responsable, pero si le hubiesen encomendado traer alimentos, la cocinera también hubiera sentido el azote de la insatisfacción a mano del Señor.

¿Me considerará egocéntrica por escoger tulipanes y lavanda? Si tenía tulipanes es porque le gustan… ¿no? —se interrogaba a sí misma sin dejar de jugar con su labios inferior. Una exhalación terminó por delatar su frustración— No tengo problemas para seleccionar flores para mi casa, pero cuando se trata de una mansión de ese calibre no puedo pensar. Está bien, no pido que se contente, pero por favor que no me dé una reprimenda.

Cómo dolía en la historia vivir en el miedo constantemente y sin dar tregua; hacía que las personas se pusieran a la defensiva incluso frente a quienes los protegían. Lo peor de esa verdad era que quienes la padecían ni siquiera se percataban de que ella, viviendo en penumbras por siempre, que era precisamente lo que le ocurría a Tulipe. Sin embargo, ella realmente no tenía idea de cuánto no se había dado cuenta; algo que iba mucho más allá de la condición de su patrón o de las trancas de su personalidad. Estaba… ella; siempre estuvo, pero a la vez no lo estuvo. El universo no la culparía por no haber vislumbrado esa preciada parte de su realidad, porque simplemente es imposible para el rastreador buscar lo que se cree inexistente.

Otra corriente soplaba en el mercado y en todos lados inconscientemente; que había cosas que fueran verdad, creyeras en ellas o no y cuando no las querías ver, de alguna manera el universo transformaba sus escenarios para que las enfrentaras.

Muchas gracias, que Dios bendiga su jornada y vuelta a casa —se despidió Tulipe del vendedor de flores y arreglos para cada ocasión. La criada se puso en marcha rápidamente hacia la colosal mansión con un considerable ramo de flores bajo el brazo; el motivo era el mismo de todos los sirvientes que iban a hacer una compra en especial para sus amos— Acelera tus pasos, niña. Si te pillan con los francos que han sobrado, te quemarán las palmas de las manos.

Correr, ¿correr hacia dónde, si el mundo había decidido por ella? Pudo haber sido un camino más que corto si hubiera tomado otra ruta o si no pasara el tiempo en las nubes, pero los biombos habían sido extendidos para encerrarla en un punto que revolucionaría desde el fondo de sus entrañas hasta el más incipiente de sus cabellos. Si no hubiese sido tan torpe al caminar, jamás se habría topado con esa visión que le secaría la garganta, pero ese no fue el caso.

¿Q-Qué? —lanzó al aire como un soplido.

Estaba pendiente de que a los tulipanes no los afectara el calor en aumento cuando se percató de una silueta de espaldas que no tendría por qué encontrársela. Era… muy parecida a ella. De acuerdo, no era tan vanidosa como para verse todo el tiempo en un espejo ni mucho menos disponía de accesorios para embellecerse, pero sabía cómo era su cuerpo y no encontraba nada que tuviera ella que no estuviera presente en la figura dada vuelta. Llámese impulso infantil o un exagerado arrebato de curiosidad la llevó a distorsionar sus prioridades del minuto y comenzó a acercar sin vacilar. Mientras más próxima a ella estaba, más rápido circulaba su sangre y se agitaban sus pulmones. ¿Estaría todavía su cerebro remarcándole la extrema prudencia?

Tiene que ser diferente, algún lunar, cabello o lo que sea. ¿Qué está pasando? No puedo estar dormida, ¿entonces qué está ocurriendo? —atravesaba el tropel como podía, sin pedir ni siquiera el permiso que en situaciones normales parecía que lo estuviese suplicando.

El alma se le helaba; su aliento mismo fue secado en el aire sin piedad cuando la idéntica figura se cabrioló sobre sí misma para quedar frente a frente a quien la buscaba. Un aura colmada de titubeos indecibles se formó entre las dos féminas y logró que el bullicioso mercado ambulante cerrara la boca por decencia. Si la boca de Tulipe tartamudeaba cuando se ponía nerviosa, esa vez eran sus pensamientos los intermitentes. Si hubiese tenido que escribir lo que estaba pasando por su cabeza, resultaría todo en una blasfemia literaria.

Duermo… las flores… qué haré… mamá… me roba… me mata… qué soy… quiero salir… ayuda —pensaba sin orden alguno. Que no le pidieran que respirara normalmente, porque era poco menos de un quejido lo que salía de esa garganta.

Su cabeza dolía mucho. No tuvo ni el coraje para detener a su exacta de hacer como si no la hubiera visto; la desesperaba más ser ignorada. Durante esos segundos no supo qué sucedía, ¿era ella una mentira y por fin había encontrado a la verdad?, ¿estaba siendo acosada por un demonio deseoso de tomar forma humana? Todas esas sensaciones remecían su espacio, al igual que los severos ojos de la mujer idéntica a ella mirándola a la distancia con recelo, como si ella fuese la malvada que venía a quitarle su vida.

No, yo no lo hice —quiso gritar, pero mente alterada solo daba para debilitarla— Mi cuerpo n-no responde.

Precisamente fue el vendedor de flores al que ella le había comprado quien se percató del repentino desvanecimiento de la muchacha, quien sostuvo a la muchacha antes de que impactara como el piso. No estaba inconsciente, pero captaba la mitad de lo que haría sin perturbaciones y eso no la ayudaba a resolver el supuesto espejismo que plagaba sus ojos. Mal se sentía su cuerpo a causa de las larvas inquietas en su cerebro, pero así y todo había logrado descifrar la diferente entre ella y la enigmática desconocida.

Ella es el otro lado del espejo —pensó sin lógica alguna la criada mientras intentaba recomponerse.

“Niña, ponte bien y levántate antes de que botes tus flores”

Las voces de las pocas humildes personas que le habían ayudado a mantenerse, también la asistieron para recuperar el control sobre sí misma; si no encontraba respuestas llegaría a dudar de todo lo que tenía o creía tener. ¿Qué sabía ella? Faltarían vidas para conocer a alguien que pudiese aseverar algo cuando su estuviese e jaque. Con la fuerza de su alma se reincorporó y volvió su vista a la joven; la mirada fue recíproca. La copia continuaba enviando su energía, sin siquiera parpadear. Estaba como quien advertía al otro que sabía de su existencia, que no le temía y que le esperaba. Precisamente esperó a que Tulipe estuviera completamente de pié para emprender camino hacia algún lugar desconocido e improvisado.

¡Eh, aguarde ahí! —triscó la enteca chica entre medio de la muchedumbre; no iba a perderla de vista. Era algo inteligente si se pensaba que estaba optando por enterarse de una quizás horrible verdad antes que sonreír en la ignorancia.

Había iniciado una carrera no por una fémina, sino por una resolución. Los floristas la llamaban de vuelta para decirle que había olvidado su ramo de elegantes flores, pero la adrenalina le hacía perder el miedo a la lista de castigos para los empleados de la mansión; ¡había pocos castigos peores a perder tu identidad! Y Tulipe no era ambiciosa, pero quería asegurarse de que ella era real o que no lo era, pero saberlo.

Lo más probable era que se tratara de un demonio jugándole una pésima broma que dejaría de ser graciosa cuando comenzaran las agresiones directas de las que hablaban en la Iglesia, pero eso no la asustaba, porque sentía a Dios cerca y si había puesto a esa chica en su camino, su significado habría que desentrañar por orden divina.

¡Por favor deténgase!, ¿¡Quién es usted?! —rogaba al galope por una certeza; la de su propia vida.
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Mensaje por Hazel D´Antuan Dom Mar 24, 2013 8:01 pm

"Un mal espíritu, algún demonio
de cuantos hay el más cruel
ha presidido su nacimiento
y oculto guía siempre su pie
hacia los bordes de la alta sima
a ver si puede verle caer."


María Rosalía Rita de Castro. Predestinados



Demonios con formas femeninas, demonios que robaban el cuerpo y después iban por el alma, había escuchado hablar de ellos tantas veces que creía reconocerlos con suma certeza. Pobre demonio que se había equivocado, no tenía idea con quien se había metido, pero ella se encargaría de dejárselo en claro. Podía ser que ella no tuviese estudios, pero tonta no era y bien sabía como defenderse y exterminarlo sin miramientos; a sangre fría, como era que se exterminaba a los demonios.

La última vez que le miró de frente, ese ser maldito que le copiaba el cuerpo, se levantaba del piso, pues se había querido hacer la débil. Malditas ratas inteligentes, siempre buscando el apoyo del resto de los hombres para salir de sus problemas y maldecir a los inocentes con la paga de sus propios pecados, pero ahora no le funcionaría y ella huiría, obligándole a ir tras ella para poderla acusar ante sus ingenuos testigos.

Cada paso que daba se le antojaba aún más desesperado, con el miedo inminente de ser atrapada antes de lograr su estrategia. Si le cogía, si lograba hacer un escándalo y convencer a todos de él era la víctima y ella el demonio, sin duda estaba condenada, pues ni siquiera era capaz de poder defenderse de manera entendible y continuada en la misma lengua en todos los mercaderes y compradores hablaban, ese estúpido francés que parecía fluir de la boca de todos como verdadera música aún cuando estuvieses profesando los más horrendos insultos. Por eso se apresuró.

Le escuchó llamarle, pedirle que se detuviera, mas no lo hizo, continuó su rumbo a paso veloz, pero sin echarse a correr. No quería llamar la atención, no quería parecer desesperada y hacer que la gente se fijara en ella y en quien le perseguía, no deseaba darles chance a que notaran que eran dos cuerpos iguales. Así que sólo camino, apresurándose aún más cuando sintió sus pasos ya demasiado cerca, pero justo entonces llegó a donde quería y así cruzó la calle y se metió por el callejón. Fue ahí donde esperó, pegada a la muralla a que el demonio viniese por ella, creyéndole una cobarde.

Se puso alerta y sacó una de sus navajas de la funda de pierna, oculta en el muslo, bajo su ropa. Apenas vio su sombra ya estuvo lista y enseguida le cogió del cuello, estrellándola con fuerza contra la pared a espaldas de su presa.

¡Te haz equivocado conmigo! — exclamó furiosa, al mismo tiempo que le ponía la navaja al cuello — ¿Qué es lo que querer, demonio? ¿Por qué elegir mi cuerpo? ¡Responder!

Le exigía en su pobre francés, ese que pocos le entendían y, muchos menos evitaban el cuestionarse del porque hablaba de esa manera, como si fuese una salvaje, una hija de la selva, esa misma leyenda que nadie creería que en verdad era: La niña de los lobos, esa misma que fue criada por los animales y que al igual que como se cuenta en las historias, se había vuelto una verdadera salvaje que poco le importaba derramar sangre cuando se trataba de sacrificar a los enemigos, aquellos que atentaban en contra de la naturaleza que tanto defendía, mas ahora también debía defender su propia existencia.

Mostrarte... ¡Mostrarte te digo! — agregó, ya alzando la voz por sobre el bullicio ocasional del mercado que se salvaguardaba a la vuelta de la esquina, totalmente ajeno a aquella absurda y confusa lucha que parecía ir a muerte.

Ya había sido suficiente, o el demonio hablaba y le regresaba su cuerpo, o moría ahí mismo, sin la posibilidad de volver a poseer uno distinto, por que sí, a veces perdona, pero sólo a veces... y a veces perdía, pero también... sólo a veces.



Última edición por Hazel D´Antuan el Mar Jun 11, 2013 1:38 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Tulipe Enivrant Miér Abr 24, 2013 4:54 pm

Las palpitaciones de los corazones gemelos incrementaron su paso desesperado al momento en que la frágil espalda de Tulipe impactó contra la pared a sus espaldas. ¿Qué había pasado? La más ingenua de las zagalas no sabía cómo llegar a la respuesta; en un instante creía haber estado persiguiendo una sombra invocada o aparición demoníaca y al otro se llevaba la sorpresa de un golpe salido de la nada y era precisamente debido a la rapidez de las acciones que había perdido la noción de qué estaba pasando y se había llevado a sí misma a cerrar sus ojos con fuerza, eligiendo no ver nada hasta que supiera recuperar el hilo.

No veía nada por propia voluntad, pero sentía un fuerte dolor en su espalda que se marchaba y uno más intenso en su cuello que iba creciendo en medio de un barullo incierto y, como si fuera poco, sentía que el golpe recibido le había arrebatado varias dosis útiles de aire. Tenía que abrir sus ojos y lo sabía, pero ¿y si encontraba más de lo que pudiera soportar? No lo pensó, porque si pensaba en las posibles consecuencias de actuar —incluyendo sus riesgos—, determinaría quedarse en el mismo sitio. Sin embargo, el quedarse así podía ser el mayor de sus errores.

El despegar sus ojos no estuvo carente de dificultad, pero eventualmente levantó sus pestañas y enfocó la vista en quien parecía una cruel broma del destino. Los labios mordidos de Tulipe se entreabrieron con aquella visión, como si sus sentimientos oscilaran entre el asombro y el enternecimiento.

Es la misma imagen que me brinda mi relejo —pensó la muchacha, rememorando todas las ocasiones en que se había visto en el agua y en los relaciones ventanales de la mansión de su patrón— Oh, Dios mío, ¿es posible que le traigas a tu sierva desafíos tan arduos como este?

La criada todavía no identificaba la cazadora como alguien de la especie humana como ella, pero cada vez más le costaba creer que se tratara de un demonio, porque no la había poseído ni provocado heridas por medio de una fuerza invisible, además que su tacto no quemaba su piel pecosa y resbaladiza. Era como una extensión de ella misma; de alguna manera era familiar, como si hubiesen sido una sola en alguna oportunidad. Frente a esta noción, Tulipe tuvo la intención de alargar su mano hacia el rostro de la desconocida con el fin de comprobar si estaba bien de la cabeza o si ya no había esperanza para su cordura, pero esa acción fue interrumpida de manera abrupta por la depredadora salvaje; su cuello se tornó anaranjado al contactarse directamente con el hielo de hierro, pero increíblemente aquello no le impactaba tanto como la figura que tenía enfrente.

Sintió la criada retumbar en sus oídos ese grito de furia incivilizada, acusándola de haber robado su cuerpo como si fuese un ente abstracto e imaginario. Su manera de hablar le recordaba a los ermitaños que vivían en las fronteras de su antigua ciudad, Amiens, en donde las personas más solitarias vivían solamente de mantener la soberanía física en las líneas correspondientes y recordaba que por lo general no tenían mucha vida social; nadie viajaría kilómetros a pie por un camino lleno de peligros para visitar a una persona relegada al olvido de la soledad. Entonces no podía ser un demonio; los demonios hablaban una lengua extraña que los mismos sacerdotes habían mencionado en una de las misas a las que había asistido con anterioridad y sí, Hazel hablaba aún peor que ella, pero se podía comprender lo que quería decir si el oyente hubiera vivido cerca de la pobreza alguna vez. Algunos no usaban palabras, sino gestos.

Lamentable y afortunadamente, Tulipe sabía que si no actuaba pronto, el otro lado del espejo la arrastraría hacia su fin sin oportunidad de usar un atajo para volver. Una guerra contra el tiempo de menos de un minuto, eso se había vuelto esa espontánea lucha.

S… So… —el apretón del cuello lastimaba sus cuerdas vocales. Le dolía intentar hablar y el sobreesfuerzo le quitaba oxígeno vital para no desmayarse ahí mismo. Si se desmayaba no tendría chance de salir de ésa. Empezó a lagrimear de la frustración y el temor de no poder impedir un desenlace fatal— ¡¿Qué hago, Dios mío?! ¡¿Qué hago?!

Lo único que podía hacer y que tenía que llevar a cabo, sería la jugada que definiría su continuidad en la vida terrenal. Con la agilidad que la caracterizaba, la joven hizo algo que en una situación normal no haría ni en su subconsciente; con su mano derecha apretó el filo de la navaja que permanecía firmemente apoyada en su cuello y de esa forma su palma comenzó a sangrar de manera espontánea. Esa mano sangrante, esa extremidad idéntica a la de la joven que amenazaba con matarla, Tulipe la llevó justo delante de los ojos de su atacante sin llegar a tocarla, pero casi. No eran la misma, pero eran idénticas. Y aunque ninguna lo supiera, así también era con su sangre.
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Mensaje por Hazel D´Antuan Mar Jun 11, 2013 2:10 pm

"¡El miedo se engañó!... Fue el miedo. El miedo
y la vigilia del amor sin lámpara...
No sucedió jamás:
Jamás. Lo pareció por lo sesgado,
por lo fino y lo húmedo y lo obscuro...
Lo pareció tal vez de tal manera
que un instante la boca se nos llenó de tierra
como a los muertos...
¡Pero no fue!... ¡Ese día no existió
en ningún almanaque del mundo!..."


Dulce María Loynaz. El miedo



Estaba fúrica y mucho más que eso; decepcionada y temerosa. Deseaba con toda su alma que la criatura se mostrase de una vez como realmente era, que se tornara agresiva como los demonios, que le atacara, que lucharan y que se derramara sangre para, finalmente, descubrir quien era la más fuerte. Deseaba enterrarle su cuchillo y rebanarla hasta la misma médula, hacerse con su cuerpo inerte y entregárselo como ofrenda a sus propios dioses guerreros, mas no lucharía con una criatura indefensa y asustada y eso era lo que le decepcionaba y a su vez le hacía temer. Temer porque pensaba que tal vez podía ser una trampa, que sólo se estaba haciendo la muerta, como muchas de las criaturas del bosque y que sería capaz de esperar a que ella bajara la guardia para poder atacarle.

Esperaba alguna reacción desesperada, cualquiera, menos que intentara tocarle con delicadeza y por ello es que más se molestó y le lanzó un gruñido salvaje, al tiempo que alejaba su propio cuello de su alcance. Pensó en amenazarla, en enterrar un poco su navaja en su cuello para hacer que despertara su verdadero ser, pero la demonio que tenía por delante, una vez más le volvía a sorprender.

Le vio tomar el filo de su arma con la palma de su mano y apretarlo con la misma. Tuvo la lijera idea de que no sería más que un acto distractorio para zafarse de ella y entonces enterrarle el cuchillo. Se mantuvo firme, no retrocedió, ni le soltó en lo absoluto, pero ella tampoco lo hizo con su mano y ésta comenzaba a sangrar con una verdadera vertiente de cálido líquido color carmesí. La observó contrariada, desde su rostro hasta su mano sangrante, y otra vez a su rostro.

— ¡¿Qué haces?! — le soltó por fin, alejándole del cuchillo, pero amenazándole con él — ¡Mostrarte!

Gruñía amenazante, pero en su rostro se denotaba la tensión y la confusión provocada por quien tenía ante ella. De pronto comenzaba a parecerle un ser desconocido, algo muy diferente a todo lo que había enfrentado antes, a todo lo que había escuchado de las conversaciones de otros brujos y demonios ¿Por qué no se defendía? ¿Por qué no era capaz de actuar de manera agresiva si ya había quedado al descubierto?

— Habla... ¿Qué es lo que querer?... ¿Por qué...?

Sus palabras quedaron en el aire, por un minuto pensó en rajarle la cara, pero temió a que todas las heridas que a ella le hiciera, se vieran repentinamente reflejadas también en su cuerpo. Por eso, por un sólo momento bajó la guardia y se miró a sus propias manos, buscando alguna herida, algún residuo extraño, tal vez hasta invisible, pero doloroso, de lo que era el corte de su mano. No había nada, ella estaba completa, sana y salva hasta ahora, pero sus temores cada vez le jugaban más en contra.

Se palpó su propia cara, quería asegurarse de que seguía siendo la misma, que la demonio aquella sólo le había copiado su cuerpo en lugar de quitárselo por completo, pero ahí estaba, intacta, o al menos eso parecía. Gimió desesperada, como un animalito asustado, quería verse, necesitaba desesperadamente verse a la cara, buscar su reflejo y por ello es que miró hacia todos lados de la callejuela hasta que sus ojos finalmente dieron con un charco de agua. No lo pensó una segunda vez y corrió hasta él.

Cayó arrodilla al suelo, con el cuchillo cayendo plano bajo su propio peso, afortunadamente sin lastimarle. Sólo quería verse, poder sentirse segura que seguía siendo la misma y que aún tenía la oportunidad de luchar por acabar con aquella pesadilla. Ahí estaba, ella, con su mismo rostro y grandes ojos que le regresaban una mirada temerosa y tal vez un poco diferente; sólo era el miedo, el pánico mismo que había dejado entrar a su mente.

— ¡¿Quién eres?! — volvió a exigir, con fuerza renovada en su voz, al tiempo que volvía a ponerse de pie y enfrentar... a la mujer.



Última edición por Hazel D´Antuan el Mar Feb 10, 2015 10:28 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Tulipe Enivrant Dom Ago 04, 2013 6:09 pm

Tulipe volvió a sentirse libre de respirar el aire, mas no así de verse en paz. Nadie estaba haciendo ya presión en su garganta, pero el nudo que se había formado mientras compraba no desaparecía. Quería voltear, intentar esconderse de alguna manera, cerrar sus ojos ante lo que pudiera encontrar con ellos, pero no podía. Ni siquiera podía rogarle a Dios que le diera el aliento necesario para ponerse de pié y huir ante lo que estaba viendo, temiendo poder estar volviéndose loca. Se sentía como si su Señor la hubiera abandonado, pero no era así, sino que todo lo contrario. Se tiene la falsa idea de que la vida buena es aquella tranquila y en paz, y que de ella debe proveerte Dios, pero resultaba ser que Él le había puesto enfrente a aquella muchacha por una buena razón: para enfrentar. ¿Enfrentar qué? La verdad que se ignora que existe.

Su reflejo en persona le exigía respuestas que no tenía de manera agresiva y confrontacional, como si la estuviera culpando de aquella situación. Tulipe abrió sus labios para decir algo, pero nada salió. Sus cejas de arquearon hacia arriba, sus ojos se volvieron tiritones y vidriosos, y finalmente olvidó el dolor que ella misma había provocado en una de sus manos. Era simplemente aterrador sentirse bailando en la frontera que separaba a ilusión y realidad. ¿Se estaba viendo a ella misma siendo poseída por un demonio o era alguien más? Si era lo segundo, ¿cómo podía ser que imitara su cuerpo? Se volvía un interrogatorio de locos, y no estaba segura si quería ser parte, pero decidir al respecto era un privilegio que le había sido concedido. Se había decidido por ella, y no podía escapar. Estaba arrinconada en un callejón con su verdad; con la verdad de ambos lados de la moneda.

Torpemente se puso de pié como pudo, viendo estupefacta como la joven idéntica a ella se observaba al agua casi con locura, como si su vida dependiera de ello. Pensó Tulipe que eso la calmaría unos momentos, pero fueron demasiado breves; bastaron pocos segundos para que volviera a levantar la primitiva cazadora y, para peor, volviera a vestir su piel de fiera. La criada del Duque de Escocia estiró sus manos hacia el frente como modo de defensa, construyendo una pared mental que la mantuviera a salvo.

P-Por favor, cálmese. N-No soy una amenaza para usted, ¿lo ve? —mostró su palma aún sangrante, intentando que la copia desconocida se enfocara en lo objetivo, y no en el cúmulo de emociones que la atormentaba. A pesar de sus buenas intenciones, conservaba su distancia— No he tomado su cuerpo. Soy humana; piel y huesos. Os ruego que no levante sus armas; podríamos lamentarlo. Sólo… tómese un momento para relajarse.

Su voz temblaba torpemente, al igual que las manos que con afán intentaba mantener en lo alto con firmeza. De repente, la cruz que cargaba sobre su pecho se volvía más pesada, porque los ojos de la inquieta figura femenina hacían que la gravedad se doblara. La cabeza le dolía, pero no podía irse. Algo le decía que si se iba, aquella figura enfurecida la perseguiría para siempre, como un fantasma atormentándola no en sus sueños, sino que en todo lo que hiciera. Lo desconocido tiene una voz que te grita cuando debes descubrirlo, y fue esa mística melodía la que llegó como un diluvio a los oídos de Tulipe. Tenía algo que hacer allí. No por nada habían ido a parar las dos a una calle desierta mientras el resto del mundo discutía sobre cosas tan básicas como el precio de los granos en el mercado ambulante.

Regularizó su respiración con mucho esfuerzo, sin dejar de mantener sus manos levantadas al nivel de los ojos y sin despegarse de la vista de la otra muchacha. Podía notar que la primitiva chica existía una urgencia igual de colosal que la de ella por saber qué estaba pasando. Ambas habían seguido sus primeros impulsos de acuerdo a lo que conocían; Hazel de acuerdo a sus conocimientos de cazadora y Tulipe acorde a su fe católica, pero ¡ay de ellas! Aquello que pensaban que era el centro de sus vidas, había quedado pequeño ante la dictadura del destino.

Créame que es cierto cuando le digo que estoy tan confundida como usted. —se acercó la sirvienta un poco más, sin bajar la guardia de sus manos, pero abriendo su mirada ante lo que pudiera encontrar. Se quedó a un par de metros de Hazel, buscando algún peligro o razones para no sentirse en riesgo— Usted… no es un demonio, ¿verdad? —sacudió su cabeza al darse cuenta de lo absurda que había sido su pregunta— No, claro que no. De haberlo sido no hubiera dudado de mi naturaleza; sólo se hubiera apoderado de mí.

Vaya que costaba tener algo coherente que decir, pero difícil era hacerlo teniendo un espejo al frente mirando de vuelta. Tulipe prefería hacer de tonta antes que de cobarde. Si se trataba de una alucinación propia de una locura que ella no había detectado, al menos se habría enfrentado a ella y no se quedaría con la asquerosa pregunta de qué hubiera sucedido si se hubiera atrevido hacer frente a su otro lado, ese que estaba perdido, ese que no sabía que existía.
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Mensaje por Hazel D´Antuan Mar Feb 10, 2015 10:56 pm

"Yo tengo miedo, sí, yo confundida
y en mi propia ignorancia avergonzada-
la causa del fenómeno escondida
busco, y en mi saber no encuentro nada.”


Carolina Coronado. La aurora boreal



Respuestas, sólo esperaba respuestas, pero a cada segundo que pasaba éstas más se alejaban. Aquella fiera que le robaba su imagen parecía tan confundida como ella y ya comenzaba a hacerle dudar también de su agresividad. Hasta ese momento no había respondido a amenaza alguna, ni siquiera al filo de su navaja que aún aferrada a su plata llevaba el líquido carmesí.

Hazel dio un brinco hacia atrás y volvió a alzar su arma cuando la otra mujer alzó las manos, por una fracción de segundo esperó que aquel movimiento fuese el preludio de un hechizo, una maldición asesina o el término de ese encantamiento que le imitaba en imagen, pero nada de ello ocurrió. La muchacha alzaba las manos a la defensiva y le enseñaba además la herida que ella misma se había hecho de la manera más estúpida que Hazel se pudiera imaginar ¿Quién en la Tierra se hería a sí mismo con el arma de su atacante cuando se encontraba además sin ninguna defensa?

La cazadora miró sus manos, por unos segundos también aprovecho de compararlas y descubrir alguna pista de ser no humano. Ya había visto antes a un par de vampiros de manos velludas y otro caso de brujas con garras en lugar de uñas, pero no había algo en ella que no hablase de otra cosa que no fuese limpieza y normalidad.

Le escuchó regresando la mirada a los ojos de la otra muchacha, aunque aún no sabía si acaso no se estaba mirando a ella misma. Sus palabras parecían cuerdas, pues le sonaban a las de una persona asustada que se aferra a su inocencia, mas no pudo evitar fruncir el ceño y sentirse un poco intimidada cuando ésta se acercó, pero a pesar de todo, la curiosidad era más fuerte.

Bajó la navaja, aunque aún sin guardarla, y le dejó acercarse hasta que se dio cuenta que no daría otro paso, entonces lo dio ella; uno, dos… se detuvo… y luego avanzó con cautela los los que le faltaban para poder agarrarle la mano herida en un movimiento demasiado rápido y preciso. Le miró con advertencia y luego le giró la palma para tocarle la herida con su dedo índice hasta pegar en su dedo un poco de su sangre. Volvió a mirarle y, sin soltarle, se llevó aquel dedo por delante de su nariz y luego de tomar su aroma, lo pasó también por su lengua.

—Humana —decretó y le soltó la mano.

Le miró de pies a cabeza, por primera vez concentrándose en los detalles de su anatomía. Podía deducir que incluso tenían las mismas medidas y probablemente la misma talla de ropa, pero pudo darse cuenta también que sus músculos estaban un poco más tonificados que los de ella, aunque sólo un poco, por lo que deducía que la otra chica también llevaba una vida de esfuerzos.

—¿Quién eres? ¿De donde emerger?… Origen.

Preguntó regresándole la mirada, comenzando a fijarse también en sus gestos, pues luego de que había encontrado sus similitudes, pensaba encontrar sus diferencias.

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Mensaje por Tulipe Enivrant Sáb Feb 14, 2015 8:59 am

La jornada era azul y perfecta, si no fuese por el incansable ruido de voces desparramadas de la lógica intentando hacer calzas que dos personas idénticas morasen bajo el mismo cielo. La sangre corría por su palma, flores rojas oscuras que al caer se movían y chapoteaban. Pero la mente de Tulipe dejó de ser receptiva, no se atrevía ni a respirar. Era como si el suelo se deshiciera en forma de burbujas bajo sus pies. Estaba intrigada.

Reprimió un chillido de asombro cuando su reflejo cazó su mano, porque así se sintió, no como si la tomase. No quería asustar a la mujer ni hacerla titubear de la poca confianza que se había comenzado a generar. Aunque sus métodos poco ortodoxos no ayudaban a aligerar la carga del aire.

Qué manceba más extraña. ¿Qué estará pasando?

El alivio salió amorfo de aire de sus pulmones cuando la desconocida comprobó que no era un espectro ni nada parecido. Aprovechó de vendar su herida con su humilde pañuelo, creyéndose a salvo. Pero apenas se sintió fuera de peligro, la presión volvió a construirse en un soplido. Preguntas, respuestas, y tanto nerviosismo de por medio. La sirvienta se las arregló como pudo, porque tenía que hacerlo.

Err… yo… s-soy Tulipe Enivrant. —lo más difícil había sido dar el primer paso— Amiens. Vengo de Amiens. De sus interminables campos y sembradíos. Nacida en una cuna hecha de heno y pobreza, con el resguardo de una madre mas no de un padre. Y no fue más que ese cobijo el que me trajo hasta París. Sin otro afán más que el de cumplir con el deber iba camino de la casa del patrón y m-me la topé en el camino. ¿Q-Quién es usted? ¿Qué cosa es usted?

Se volvió hacia la primitiva muchacha, confusa. Siempre había confusión en lo nuevo, pero esa necesario hablar. Fuese cual fuere el camino, si uno estaba obligado a moverse hacia delante se vería forzado a abrírselo. Y saber, dar expresión, era abrirse un camino entre los muros de la duda, tal como la transformada criatura se esforzaba por atravesar las paredes de su capullo. No habría ningún movimiento nuevo sin pasar desgarrando por el viejo cuerpo, deliberadamente, en el conocimiento, en la lucha por salir. Eso era conocer. Eso era la vida. Dios les acompañara en desentrañar la vida.

Sintió la tierra temblar de nuevo, esta vez con mucha más fuerza que antes. Pero era una ilusión; la única que temblaba era ella.

Señorita, ¿d-dónde están sus padres?

Su semejante se veía frágil y fuerte a la vez, como un gigante sollozando.
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Mensaje por Hazel D´Antuan Sáb Feb 14, 2015 11:49 am

"Hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.”


Gabriela Mistral. La fuga



La salvaje movió apenas sus ojos para seguir con su mirada la ruta de la mano de la muchacha cuando la metió a algún bolsillo en busca de un pañuelo. Que hubiese comprobado que era humana, no significaba que fuese inofensiva, aún cuando sin duda podría hacer más con ella que lo que podía hacer frecuentemente con uno de esos demonios de origen desconocido a los a veces cazaba.

Las primeras palabras de la mujer salieron de su boca tan fluidas como carreta de bueyes cruzando entre la roca, pero era su contenido lo que a Hazel le importaba, aún más que el delato de su nerviosismo, el cual ya le resultaba sumamente evidente. Sin embargo habían cosas en sus palabras, detalles que le parecían incomprensibles ¿por qué demonios lo primero que hacía era hablarle de su pobreza? ¿Acaso pretendía que causándole lastima conseguiría que se suavizara con ella?

—Espero no estar mintiendo, Tulipe Enivrant. No tener idea donde esté Amiens, ni de que heno hacer las cunas, pero a la casa de patrón no regresar.

Sus palabras ya no eran dudosas sino más bien determinantes, tan determinante como seguramente sería la fidelidad que la criada sentía hacia sus patrones, asunto que sin duda alguna le provocaría la necesidad de regresar, o huir si acaso era una mentira. Hazel lo sabía.

Tomó rápidamente la mano de la chica, aquella misma que se había cortado y cuya herida se escondía bajo el refugio de un humilde pañuelo que con su agarre fuerte y consciente, prontamente mancharía.

—Tú venir conmigo.

Y de un solo jalón le hizo volver a caminar, continuando al dirección que antes habían tomado, opuesta a toda la gente del mercado y muchedumbre que antes les rodeaba, dejando a Tulipe desolada de ayuda y protección.

—¡Y no gritar o te rajo las tripas!

Gruñó como gato enfurecido, encrespándose hasta la médula. Hazel no había guardado su cuchillo y poco le importaba la mirada de la gente que apenas se les cruzaban; para la gran mayoría de ellos, ambas muchachas no representaban más que la imagen de dos gemelas, una enfurecida con la otra, una que cargaba un cuchillo manchado de sangre y la otra que llevaba su mano vendada, de seguro la enojada le había sorprendido cortándose a sí misma por alguna estupidez amorosa, o algo así parecía.

—Llevarte a conocer mis padres.

Le mintió para que se quedara un poco más tranquila y la arrastró consigo hasta salir del mismo pueblo y comenzar a internarse en el bosque, ese bosque prohibido y lleno de alimañas de los que muchos hablaban y temían.
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Mensaje por Tulipe Enivrant Sáb Feb 14, 2015 8:16 pm

«…a la casa de patrón no regresar»

Oh no. Esas no eran las palabras que deseaba oír en absoluto. Pensaba, ingenuamente que podrían hablar como dos personas civilizadas sobre el susto que se habían llevado y que todavía no acababa del todo. Pero no fue así; Hazel era todo menos civilizada, pero Tulipe no lo sabía. No sabía nada de ella excepto que era idéntica. ¿Acaso no veía la gravedad del asunto que prefería ser agresiva con ella en vez de dialogar? Resignada, la criada se aguantó sus miedos concentrándolos en una hirviente garganta y siguió a la extraña joven. «Si te resistes es peor» le había aconsejado su madre antes de partir a París, donde era seguro que al menos un par de veces en la vida sería asaltada y, rogada al cielo, nada más.

No miento, ¡no estoy mintiendo! —exclamó con la esperanza de que la chica recapacitara y la dejara ir, pero no luchó contra el doloroso agarre.

Curiosamente no se preguntó adónde la llevaría. Los temores de Tulipe se resumían en uno solo: la incertidumbre. El no saber si se tendría techo bajo el cual dormir esa noche, si acaso el estómago dejaría de rugir gracias a un regular desayuno, o si Dios le concedería la bendición de volver a ver a su madre, tal vez juntando año a año cada franco que ganase hasta poder comprar su boleto de vuelta a Amiens, aunque fuera en su lecho de muerte. Y ahora esa inquietud reposaba en el desconocimiento casi total de quien la asimilaba hasta en sus movimientos. ¿Acaso ella podía llegar a verse así de fuerte, tan carente de aprensiones?

Está bien, iré con usted. No tiene que tomarme tan fuerte que la seguiré. Pero recapacite, le imploro. Míreme, soy piel y huesos, incapaz de hacerle daño. Ay, no agarre tan duro.

Salieron de la vista de los civiles, indolentes ante tan idiota escena. Porque sí, era una imbecilidad ver a un par de gemelas discutiendo por tal vez qué asunto aburrido típico de mujeres, como la rivalidad por un amor del bajo pueblo. O quizás competían por cuál de las dos se casaría y cuál vestiría el hábito para ser monja. La consecuencia de la falta de atención era el error. Errados estaban. Y aunque Tulipe era ingenua, tonta no era. Su patrón le había enseñado que más peligroso era no pensar. Así que comenzó a procesar hacia adónde iban. Puso atención y reflexionó. Cada vez menos gente y más ramas. Menos ruido y más sonidos. ¡La llevaba al bosque!

Pero solamente cuando se vieron solas en medio de los árboles fue que Tulipe estuvo lo suficientemente segura como para intentar defenderse, aunque fuera verbalmente.

Por favor, ya. ¿Qué es lo que quiere? No tengo nada. Sé que no me lleva a ninguna parte. Nadie puede vivir por aquí, es muy peligroso incluso para alguien armado.

Ahora tenía que planear su escape, porque estando las dos allí, sin testigo, las cartas no estaban a su favor. No tenía armas, y si tuviera una no sabría cómo emplearla. Pero eh, hasta los indefensos humanos tenían sus herramientas. La criada sintió sudar sus manos y fue que se dio cuenta: sus dedos también eran un arma. La posibilidad la aterró y la quiso enterrar de inmediato, sepultar lejos de su mente, pero a pesar de que desvió la atención, no la olvidó.

Tal vez no tenga cuchillos como ella, pero no estoy desprovista del todo. Dios del cielo, le ruego que no tenga que usar la fuerza. Mamá no se ha sacrificado todos estos años para que termine muerta en el bosque.
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Mensaje por Hazel D´Antuan Jue Feb 19, 2015 8:56 pm

"No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
No sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.”


Jorge Luis Borges. Un ciego



Mientras más reclamaba la criada, más fuerte apretaba la cazadora. Después de todo, así es como funcionaba en la cacería, mientras más chillaba la criatura, más resistencia oponía y más había que presionarle o enterrarle el cuchillo. Hazel no sabía casi nada de protocolo, pero sí sabía de lucha y sobrevivencia.

—¡Callar! ¡Callar he dicho!

Le gritó aquella última vez, dejándole caer al piso de golpe. Cayó sobre una mullida capa de hierba medio seca, medio verde, y a no más de tres metros de ella se encontraba la orilla de un pequeño río que no parecía llevar mucha corriente, pero su agua se veía limpia y cristalina. Mas para sorpresa de la propia criada, justo luego de llegada la otra orilla del río, se veía una pequeña casucha que parecía haber sido construida con materiales entregados por el mismo bosque. Si ella acababa de decir que nadie podía vivir ahí, con sólo aquella mirada podía darse cuenta de cuan equivocada estaba.

Sin que volviera decir nada, cogió una especie de soga que estaba perfectamente camuflada en uno de los arboles y se rodeó con ella su propia cintura, antes de poner uno de sus pies en una especie de ojete y sorpresivamente volver a coger Tulipe, esta vez también de la cintura. Gritos o maldiciones por parte de su gemela no le sorprendían en absoluto, pues era lo que muchos hacían la primera que les hacía cruzar el río de aquella manera, pendiendo de una especie de tirolesa que les llevaba a toda velocidad del otro lado del río y casi rozando el agua con los pies. Hazel amaba esa parte de la llegada a su casa, no sólo por la sensación de velocidad y el viento golpeándole la cara como si de milagro estuviese volando, sino porque además le entregaba la protección necesaria de cualquier visita indeseada del poblado humano.

—Hogar.

Le presentó en cuanto hubiesen vuelto a poner los pies en la tierra, aunque en verdad no se preocupó en lo absoluto porque la otra chica hubiese aterrizado sobre sus talones sin llegarse a caer. Hazel simplemente pasó de largo y fue a abrir la puerta, la cual también tenía su especie de pestillo secreto. Entonces le invitó a pasar.

—También tu casa —dijo con amabilidad —. Entra.

El interior de la choza era tan rudimentario como parecía serlo en el exterior; muebles hechos de troncos cortados a hacha, una mesa de tabla y algunas sillas tejidas a paja. Sin embargo, todo parecía bastante cálido y acogedor, lo que le daba un aspecto mas bien de casita de cuento. Incluso tenía una chimenea que estaba a medio apagar, por lo que su misma moradora se encargó de volver a avivar sus llamas con un nuevo trozo de madera seca.

—Hablar de ti. Si no ser una bruja, entonces que ser ¿Por qué tener mi reflejo?

Le miró fijamente, desde el azul de sus ojos tempestuosos, hasta el azul de los que parecía regresarle —efectivamente— su propio reflejo.
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