AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
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Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
"En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia,
pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.
- Nicolás Maquiavelo
pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.
- Nicolás Maquiavelo
Siempre ha creído que la noche es el mejor momento del día. La razón para él es simple, se podía tener descanso, no había el bullicio molesto de la gente, todos se veían como igual al dormir, no había clases altas o bajas, simplemente se existía, se disfrutaba del poder descansar porque todos lo necesitaban, lo podían tener fácil; aunque la comida también era necesidad de todos, habían diferencias, grandes, porque no todos tienen la fortuna de llevarse alimento tres veces al día, o incluso una vez; la noche eran momento donde el joven Ketu se sentía libre, sin preocupación más que la de relajarse, de vez en cuando su mirada iba y venía en aquel callejón sólo para asegurarse que ninguno se había marchado, que siguieran con vida. ¿Exagerado? No, no lo era, porque cuando se vive en las calles cuidarse los unos a los otros era lo único que se tenía, al igual que el presente, y dado lo poco que se habían alimentado esos últimos días, la cosa iba de mal en peor.
La pandilla. Esa forma tan cariñosa en que él le llamaba a su familia encontrada en la calle, estaba teniendo bajas considerables, todos o la mayoría se habían enfermado (incluyéndose), por comer un costal de duraznos en mal estado, no culpaban a su verdulera de cabecera, esa señora les había dado la recompensa creyendo que se encontraban en buen estado, al menos habían tenido en su momento comida, pues varios deliraban por falta de alimento. La cosa estaba que parecían haber cogido una infección; los síntomas de Brandon estaban en temperatura, vomito, sueño y alucinaciones. De las seis de la tarde a las tres de la mañana la pasó a la orilla del lago, con un brazo pero también una pierna en el agua, el contraste de su temperatura con la del agua le hacía sentir bien, o al menos mejor. Además si el vómito lo manchaba en el pecho, era más fácil de lavarse, pobreza no era sinónimo de suciedad, él mejor que nadie lo sabía. Su madre le había enseñado tanto a estar limpio aunque rasgado de los ropajes, no empezaría a quedar mal en ese momento, además tenía la edad suficiente como para no dejar pasar esos detalles.
Entre tanto dolor, vómito y temperatura, ya no resistió más, se quedó dormido, al menos su estómago ya le había resonado en búsqueda de alimento. Quería decir que estaba mejorando ¿No? Daba igual, lo que él buscaba era poder dormir, descansar para que al día siguiente pudiera trabajar, de esa forma juntaría un poco más de francos y llevaría a un par de la pandilla al doctor, así poco a poco todos saldrían adelante, primero iban ellos, luego él, ya se encontraba con edad mucho más elevada que ellos, por lo que se sentía en la responsabilidad de cuidarlos; cuando vivía en aquella comunidad africana, sus padres siempre hacían eso. Una vez incluso en aquella choza su padre buscó que los demás se encontraran estables antes de él, la satisfacción que su adoptivo mostraba en sus ojos al verlos a cada uno mejorando no tenía precio, por eso buscaba poner seguir su ejemplo. Ellos podrían encontrarse ya en los cielos, junto con ese Dios que le enseñaron a creer, pero honraría su memoria.
Aquella noche sus sueños fueron buenos, de tanto pensar en su familia adoptiva cada uno apareció en su memoria, su madre lo abrazaba como cuando iban a dormir, su padre llegaba haciendo escándalo mostrando que había cazado dos jabalíes. ¡Que buenos tiempos! Él extrañaba tanto esa calidez, no es que se queje, pero no hay tanta complicidad con las chicas de su pandilla como para abrazarlas de esa forma y dormir, ante todo eran señoritas, un poco salvajes, descuidadas, pero que estaban buscando ese sueño de cenicienta; si él llegaba a tener dinero (que sólo pasaría con un milagro), los sacaría a todos de pobres, vivirían en la misma casa y tendrían comida sana, segura, y techo con mantas para calentarse de los fríos que se llevaba muchos de los suyos. Daba gracias a que la verdulera en esas fechas les daba mantas y chocolate caliente; su sueño no solo quedaba en abrazos, también estaban sus nuevos hermanos de la calle, todos cuidados por su madre, ¿podía ser mejor? Si, si tan solo fuera realidad y no una distinta, la anhelada en los brazos de Morfeo. Sobresaltado, despertó, encontrándose a sí mismo solo en medio de la negrura, ni siquiera los grillos se escuchaban, cansados también de canturrear quizás se habían dormido.
Brandon notó que la noche ya se estaba terminando. Quizás eran las siete de la mañana, ni más ni menos, a esa hora era cuando el rojizo del alba aparecía. Se sentó pero metió ambos pies al agua, aún se sentía mal. Se dejó caer a la orilla del lado para poder darse un baño temprano. Respingó e incluso movió su cabeza de un lado a otro para quitarse el agua de la cara, no tenía jabón, pero el agua le ayudaría a quitarse las manchas, el lobo, incluso si tenía algún residuo de vomito. Así estuvo buceando unos momentos hasta que el frío no lo dejó más, los mareos volvieron, y prefirió salirse del agua a vomitar en ella, suficiente ya la contaminaba al bañarse; así fue como salió del liquidó cristalino, se exprimió los ropajes viejos, y caminó no sin antes colocarse sus zapatos nuevos (herencia de una señora del mercado) hasta llegar a su viejo y no tan bien oliente callejón. Muchos de sus amigos se habían retirado del lugar, eso hizo que una mueca se formara en su rostro, la cual Anna, una de sus amigas, la notó y se acercó a él con cara de reproche.
- Desconsiderado – Le regañó la jovencita, a lo cual el joven sólo se mostró más asombrado – Todos te fueron a buscar, en ese estado que estabas podrías haber muerto sólo, ¿quién te crees? Raoul no dejaba de insultarte, decía que eras el peor hermano mayor – Pero el regaño se hizo breve, la jovencita lo abrazó estrechándolo a su cuerpo – No hagas eso, Brandon, ¿no ves que entre nosotros somos lo único que tenemos? Si te vas sin avisar creemos que nos abandonas – Pero él simplemente correspondió su abrazo con la poca fuerza que le quedaba, estaba a punto de vomitar, más se quedó con las ganas tragándoselas para no bañar a su pequeña amiga, hermana de ese líquido tan asqueroso. Su rostro se encontraba pálido, pero como siempre se haría el que se encontraba bien.
- No pasa nada, mujer ¡estoy bien! Ahora puedes ir a avisarles que no me iré a ningún lado más que al mercado a ayudar – Le empujó con suavidad para que se saliera del callejón; cuando todos se habían marchado, Brandon se dejó caer, su espalda se deslizaba por la pared fría, se quedó dormido en el acto, pues la temperatura incrementaba a pasos agigantados, la noche anterior, cuando se había creído mejor de salud, en definitiva sólo era un alucín suyo. Media hora fue lo único que durmió, pues cuando un retortijón se apoderó de su estómago, se puso de pie de un salto, se sostuvo avanzando de la pared, y así llegó hasta el principio del callejón, donde no pudo hacer más que recargar su cabeza en el ladrillo rojizo.
- Dios mío, si cree que es mi momento, llévame contigo, no me hagas sufrir más – Dijo tartamudeando, le estaba temblando todo, incluso los labios al hablar, y su cuerpo que anteriormente estaba empapado por las aguas cristalinas del lago, en ese momento eran del sudor ocasionado de su infección, ya ni siquiera podía ver bien, Ketu mantenía la mirada borrosa, cuando volteó a los lados en búsqueda de alguno de sus hermanos, solo podía ver siluetas vestidas de demonios, negras, sin sentido, sin figura para detectar. ¿Acaso se encontraba en el infierno? Volvió a recargar su cabeza en la pared, si iba a morir, estaba preparado.
La pandilla. Esa forma tan cariñosa en que él le llamaba a su familia encontrada en la calle, estaba teniendo bajas considerables, todos o la mayoría se habían enfermado (incluyéndose), por comer un costal de duraznos en mal estado, no culpaban a su verdulera de cabecera, esa señora les había dado la recompensa creyendo que se encontraban en buen estado, al menos habían tenido en su momento comida, pues varios deliraban por falta de alimento. La cosa estaba que parecían haber cogido una infección; los síntomas de Brandon estaban en temperatura, vomito, sueño y alucinaciones. De las seis de la tarde a las tres de la mañana la pasó a la orilla del lago, con un brazo pero también una pierna en el agua, el contraste de su temperatura con la del agua le hacía sentir bien, o al menos mejor. Además si el vómito lo manchaba en el pecho, era más fácil de lavarse, pobreza no era sinónimo de suciedad, él mejor que nadie lo sabía. Su madre le había enseñado tanto a estar limpio aunque rasgado de los ropajes, no empezaría a quedar mal en ese momento, además tenía la edad suficiente como para no dejar pasar esos detalles.
Entre tanto dolor, vómito y temperatura, ya no resistió más, se quedó dormido, al menos su estómago ya le había resonado en búsqueda de alimento. Quería decir que estaba mejorando ¿No? Daba igual, lo que él buscaba era poder dormir, descansar para que al día siguiente pudiera trabajar, de esa forma juntaría un poco más de francos y llevaría a un par de la pandilla al doctor, así poco a poco todos saldrían adelante, primero iban ellos, luego él, ya se encontraba con edad mucho más elevada que ellos, por lo que se sentía en la responsabilidad de cuidarlos; cuando vivía en aquella comunidad africana, sus padres siempre hacían eso. Una vez incluso en aquella choza su padre buscó que los demás se encontraran estables antes de él, la satisfacción que su adoptivo mostraba en sus ojos al verlos a cada uno mejorando no tenía precio, por eso buscaba poner seguir su ejemplo. Ellos podrían encontrarse ya en los cielos, junto con ese Dios que le enseñaron a creer, pero honraría su memoria.
Aquella noche sus sueños fueron buenos, de tanto pensar en su familia adoptiva cada uno apareció en su memoria, su madre lo abrazaba como cuando iban a dormir, su padre llegaba haciendo escándalo mostrando que había cazado dos jabalíes. ¡Que buenos tiempos! Él extrañaba tanto esa calidez, no es que se queje, pero no hay tanta complicidad con las chicas de su pandilla como para abrazarlas de esa forma y dormir, ante todo eran señoritas, un poco salvajes, descuidadas, pero que estaban buscando ese sueño de cenicienta; si él llegaba a tener dinero (que sólo pasaría con un milagro), los sacaría a todos de pobres, vivirían en la misma casa y tendrían comida sana, segura, y techo con mantas para calentarse de los fríos que se llevaba muchos de los suyos. Daba gracias a que la verdulera en esas fechas les daba mantas y chocolate caliente; su sueño no solo quedaba en abrazos, también estaban sus nuevos hermanos de la calle, todos cuidados por su madre, ¿podía ser mejor? Si, si tan solo fuera realidad y no una distinta, la anhelada en los brazos de Morfeo. Sobresaltado, despertó, encontrándose a sí mismo solo en medio de la negrura, ni siquiera los grillos se escuchaban, cansados también de canturrear quizás se habían dormido.
Brandon notó que la noche ya se estaba terminando. Quizás eran las siete de la mañana, ni más ni menos, a esa hora era cuando el rojizo del alba aparecía. Se sentó pero metió ambos pies al agua, aún se sentía mal. Se dejó caer a la orilla del lado para poder darse un baño temprano. Respingó e incluso movió su cabeza de un lado a otro para quitarse el agua de la cara, no tenía jabón, pero el agua le ayudaría a quitarse las manchas, el lobo, incluso si tenía algún residuo de vomito. Así estuvo buceando unos momentos hasta que el frío no lo dejó más, los mareos volvieron, y prefirió salirse del agua a vomitar en ella, suficiente ya la contaminaba al bañarse; así fue como salió del liquidó cristalino, se exprimió los ropajes viejos, y caminó no sin antes colocarse sus zapatos nuevos (herencia de una señora del mercado) hasta llegar a su viejo y no tan bien oliente callejón. Muchos de sus amigos se habían retirado del lugar, eso hizo que una mueca se formara en su rostro, la cual Anna, una de sus amigas, la notó y se acercó a él con cara de reproche.
- Desconsiderado – Le regañó la jovencita, a lo cual el joven sólo se mostró más asombrado – Todos te fueron a buscar, en ese estado que estabas podrías haber muerto sólo, ¿quién te crees? Raoul no dejaba de insultarte, decía que eras el peor hermano mayor – Pero el regaño se hizo breve, la jovencita lo abrazó estrechándolo a su cuerpo – No hagas eso, Brandon, ¿no ves que entre nosotros somos lo único que tenemos? Si te vas sin avisar creemos que nos abandonas – Pero él simplemente correspondió su abrazo con la poca fuerza que le quedaba, estaba a punto de vomitar, más se quedó con las ganas tragándoselas para no bañar a su pequeña amiga, hermana de ese líquido tan asqueroso. Su rostro se encontraba pálido, pero como siempre se haría el que se encontraba bien.
- No pasa nada, mujer ¡estoy bien! Ahora puedes ir a avisarles que no me iré a ningún lado más que al mercado a ayudar – Le empujó con suavidad para que se saliera del callejón; cuando todos se habían marchado, Brandon se dejó caer, su espalda se deslizaba por la pared fría, se quedó dormido en el acto, pues la temperatura incrementaba a pasos agigantados, la noche anterior, cuando se había creído mejor de salud, en definitiva sólo era un alucín suyo. Media hora fue lo único que durmió, pues cuando un retortijón se apoderó de su estómago, se puso de pie de un salto, se sostuvo avanzando de la pared, y así llegó hasta el principio del callejón, donde no pudo hacer más que recargar su cabeza en el ladrillo rojizo.
- Dios mío, si cree que es mi momento, llévame contigo, no me hagas sufrir más – Dijo tartamudeando, le estaba temblando todo, incluso los labios al hablar, y su cuerpo que anteriormente estaba empapado por las aguas cristalinas del lago, en ese momento eran del sudor ocasionado de su infección, ya ni siquiera podía ver bien, Ketu mantenía la mirada borrosa, cuando volteó a los lados en búsqueda de alguno de sus hermanos, solo podía ver siluetas vestidas de demonios, negras, sin sentido, sin figura para detectar. ¿Acaso se encontraba en el infierno? Volvió a recargar su cabeza en la pared, si iba a morir, estaba preparado.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 07/03/2013
Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Una fresca mañana anunciaba con una suave brisa la temperatura del día en la mansión de los Quartermane, obligando a los empleados a despertar antes para mover esos huesos rígidos. Dorothea había levantado a la recién llegada sirvienta sin nada de cariño, con prisas, sin darle tiempo a Tulipe para que sus ojos se adaptaran a la luz matinal. ¿Y qué más podía esperar una criada? Ella debía trabajar y a cambio recibir lo necesario para vivir y volver a emprender al día siguiente. El placer era una cosa reservada a los amos, a los que llevaban el pan a la mesa y hacían que su pellejo continuara intacto. Sin ellos lo único que tendría frente a su camino sería la calle, ese callejón sin salida al cual se entraba siendo una misma, y se perdía a la mitad en cualquier cosa sin saber por qué. De esa incertidumbre debía huir a toda costa; su madre había aportado ya con varios granos de arena, y ahora le tocaba a ella mantener esa dirección hacia delante. Si volteaba un momento siquiera a ese rincón oscuro siempre a un lado del camino, sentenciaría su pacto perpetuo con la inseguridad.
Ya lo tenía decidido; daría la pelea hasta el final, manteniendo la vista en el horizonte y las manos firmes en las amarras de sus velas. No importaba que la señora Quartermane no fuera la dulce y comprensiva mujer que había encontrado en Doreen, y tampoco era relevante que el amo de la mansión transitara de noche castigando a sus criados, ignorante absoluto del concepto de la misericordia, al contrario de lo que ocurría con tu antiguo patrón, quien siempre se había encargado de hacer pensar a los mismos. No debía mirar lo que había perdido, sino lo que había ganado. Estaba de criada en la mansión del Duque de Francia. Tenía mucho por qué agradecer, demasiado como para quejarse de cosas insignificantes.
Así que se lavó el rostro dejando que el agua de la fuente se quedara con sus dudas y remembranzas del pasado, y se sonrió en el espejo. Asumiría así las tareas del día. No podía que esperar a que todo llegara solo; debía dejar que Dios hiciera llegar su caridad a quienes no tenían capacidad para trabajar, a diferencia de ella.
–Te toca traer víveres, niña. Apúrate, que a la patrona le gusta la verdura fresca. No aceptará que le traigas los últimos racimos pellizcados y marchitos –irrumpió Dorothea. Tulipe apenas acababa de secarse el rostro cuando la mayor de las criadas le entregó un papel con letras escritas– Ahí tienes todo lo necesario. Entrégasela al encargado y que él te de la cantidad que sale ahí. Está el sello del patrón impreso así que no tendrás ni que dar explicaciones.
–P-Pero no sé leer, doña Dorothea, ¿cómo se supone que lo haré para que no me estafe con otra cantidad o producto? –preguntó. A la otra mujer se le puso la cara de todos colores.
–¿Qué, estás loca? ¿Cómo se te puede ocurrir que alguien sería tan tonto como para querer estafar al Duque de Francia? –habló indignada, con sus dos manos en el aire. La joven muchacha intentó decir algo, pero las palabras no salieron. Dorothea puso los ojos en blanco– Ya, mejor vete antes de que me hagas salir otra arruga.
Tulipe asintió con su cabeza, puso el folio dentro de una canasta, se abrigó los hombros con una gruesa pañoleta, y salió de la mansión a pasos cortos y rápidos, conservando un caminar sumiso, pero decidido. Apenas estaba saliendo el sol cuando abrió la reja del inmueble para cerrarla tras de sí. No tomó ni atajos ni pidió a nadie con caballo que la llevara; su madre había sido tajante al decirle que jamás había que pedirle un favor a un hombre, porque se encargaría de cobrarlo, y caro. Las mujeres siempre estaban en riesgo, en especial las más pobres. Era la ley de la jungla, en donde sobrevivía el más apto. Con eso en su mente, la chica besó el crucifijo que colgaba de su cuello y continuó su trayecto hasta el mercado.
Había sido como Dorothea había dicho, sin contratiempos de ningún tipo. Era increíble cómo las personas te miraban de manera distinta dependiendo de quién resguardaba tus espaldas. Tulipe había sido testigo de ello al recibir en el bazar del mercado un pésimo trato de vuelta, como si fuera a robarse una fruta o las recaudaciones del día. Vio cómo ese primera impresión se desvanecía bajo la simple visión del escudo Quartermane, volviéndose amistosos los encargados y aduladores los empaquetadores. Prefería que fuera así, que fingieran que la respetaban, ya que no podía escapar de su condición social. Así que les sonrió cuando le entregaron las provisiones que había encargado como si les creyera su discurso, deseándoles bendiciones antes de irse. Y era cierto, quería que les fuera bien, porque no era quién para juzgarlos. Era posible que estuvieran tan asustados de las represalias como ella.
Así pues, salió del mercado y tomó una ruta por los callejones. De día no eran peligrosos, o eso le habían dicho las demás criadas. Quería que fuera como le habían dicho, porque así podría llegar con un elegante adelanto a la mansión y dar una buena impresión a su patrona, pero todo se fue por la borda cuando el corazón de Tulipe la llamó a girar su mirada hacia el interior de los diferentes callejones, preguntándose qué tan cerca o qué tan lejos se encontraba de estar como las personas guarecidas en su interior, tan dejados a su suerte como muñecos de trapo. Fue por su distracción que por poco dejó caer su canasta con los víveres cuando se sintió chocar contra un cuerpo mucho más fuerte que el suyo.
–Lo-lo siento, Monsieur, no lo vi. Yo… –una serie de excusas y remordimientos fue asesinada de inmediato cuando Tulipe le echó un vistazo al rostro cansado y un poco agorero de con quien había impactado.
Allí, en medio de las calles sin salida, apoyado a duras penas en una pared, se encontraba un esmirriado hombre de precarias ropas. Al principio, la muchacha dio un paso atrás por la sorpresa, pero esa impresión se transformó en preocupación cuando se fijó en que el sujeto en cuestión ni siquiera había reaccionado a su contacto, como si se quedara en su cabeza, pero su cuerpo no le dejara responder. Fue cuando Tulipe se acercó lentamente, como un conejo saliendo de su madriguera esperando que no lo traicionara el sol, para examinar más detenidamente el estado del desconocido.
–Monsieur, ¿se encuentra usted bien? –se criticó mentalmente por haber hecho una pregunta tan tonta. Estaba pálido, y el color de sus ojos se asimilaba al de la enfermedad. Sólo le faltaba una cosa por comprobar– Por favor, discúlpeme. – Estiró una de sus manos no sin tambalear y con cuidado la depositó sobre la frente de aquel mozo. Estaba ardiendo, bastante. Ya no cabía duda de su estado.
Podía ser que Tulipe no tuviera la educación de a quienes servía, pero tampoco era una tonta. Un aspecto como ese acompañado por una temperatura como aquella sólo podía significar algo serio. Miró a su alrededor y encontró miradas de otros individuos de la calle; se mostraban resignadas, como esperando a que ocurriera algo que todos sospechaban, algo para nada bueno, pero cotidiano. A la joven se le secó la garganta cuando supo lo que ocurriría si ese hombre se quedaba solo; tampoco había que ser un genio para sospecharlo. Así pues se le presentaron dos opciones intransigentes: o volvía a casa rápido a cumplir con sus patrones o hacía algo por evitar ese nefasto final que quería arrastrar al mozo con él. Era así, era obvio; aquel señor ya tenía sus años como para aguantar una jornada helada bajo esas condiciones.
Le pidió a Dios que la acompañara en la decisión que había tomado, pues sus amos se lo harían pagar al volver a la mansión. Todo por cumplir con el mandamiento más arraigado en Tulipe: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Si acaso le tocaba morir, al menos no moriría solo en el frío ni apaliado por los inspectores. Era tan fácil aprovecharse de él en esas condiciones que no se iría tranquila sin saber que se encontraría bien. Había tomado la decisión más difícil, pero estaba segura de que era la correcta.
–Por favor, acompáñeme. Hay que apartarnos del camino. Resista. –tomó uno de los brazos del individuo para apoyarlo sobre uno de sus hombros y así poder moverse. Era pesado y fuerte, y Tulipe un menudo costal de huesos, pero ambos estaban poniendo de su parte para sobrellevar el camino.
La manceba procuró encontrar con su vista un espacio para reposar varón, y lo halló en un callejón desierto, a un lado de un conjunto de sacos y papeles de diario. Esperaba que ahí los demás no hicieran de pájaros de mal agüero. Era lo mejor que había; peor era nada. Así fue que después de dejar su canasta con los víveres en tierra, con cuidado ayudó al hombre a recostarse sobre una alfombra de papeles agrupados en el piso y se apresuró a quitarse la pañoleta que cubría sus hombros para apoyar la cabeza del desconocido en ella.
–Aguante, aguante –dijo mientras se hincaba junto al masculino y volvía a tocar su frente para cerciorarse de que la temperatura que había percibido no hubiera sido una vana impresión. Lamentablemente sí estaba alta– Sé que está algo débil, por Dios que lo sé, pero por favor intente contestarme. ¿Hace cuánto que está así, Monsieur?
Ya lo tenía decidido; daría la pelea hasta el final, manteniendo la vista en el horizonte y las manos firmes en las amarras de sus velas. No importaba que la señora Quartermane no fuera la dulce y comprensiva mujer que había encontrado en Doreen, y tampoco era relevante que el amo de la mansión transitara de noche castigando a sus criados, ignorante absoluto del concepto de la misericordia, al contrario de lo que ocurría con tu antiguo patrón, quien siempre se había encargado de hacer pensar a los mismos. No debía mirar lo que había perdido, sino lo que había ganado. Estaba de criada en la mansión del Duque de Francia. Tenía mucho por qué agradecer, demasiado como para quejarse de cosas insignificantes.
Así que se lavó el rostro dejando que el agua de la fuente se quedara con sus dudas y remembranzas del pasado, y se sonrió en el espejo. Asumiría así las tareas del día. No podía que esperar a que todo llegara solo; debía dejar que Dios hiciera llegar su caridad a quienes no tenían capacidad para trabajar, a diferencia de ella.
–Te toca traer víveres, niña. Apúrate, que a la patrona le gusta la verdura fresca. No aceptará que le traigas los últimos racimos pellizcados y marchitos –irrumpió Dorothea. Tulipe apenas acababa de secarse el rostro cuando la mayor de las criadas le entregó un papel con letras escritas– Ahí tienes todo lo necesario. Entrégasela al encargado y que él te de la cantidad que sale ahí. Está el sello del patrón impreso así que no tendrás ni que dar explicaciones.
–P-Pero no sé leer, doña Dorothea, ¿cómo se supone que lo haré para que no me estafe con otra cantidad o producto? –preguntó. A la otra mujer se le puso la cara de todos colores.
–¿Qué, estás loca? ¿Cómo se te puede ocurrir que alguien sería tan tonto como para querer estafar al Duque de Francia? –habló indignada, con sus dos manos en el aire. La joven muchacha intentó decir algo, pero las palabras no salieron. Dorothea puso los ojos en blanco– Ya, mejor vete antes de que me hagas salir otra arruga.
Tulipe asintió con su cabeza, puso el folio dentro de una canasta, se abrigó los hombros con una gruesa pañoleta, y salió de la mansión a pasos cortos y rápidos, conservando un caminar sumiso, pero decidido. Apenas estaba saliendo el sol cuando abrió la reja del inmueble para cerrarla tras de sí. No tomó ni atajos ni pidió a nadie con caballo que la llevara; su madre había sido tajante al decirle que jamás había que pedirle un favor a un hombre, porque se encargaría de cobrarlo, y caro. Las mujeres siempre estaban en riesgo, en especial las más pobres. Era la ley de la jungla, en donde sobrevivía el más apto. Con eso en su mente, la chica besó el crucifijo que colgaba de su cuello y continuó su trayecto hasta el mercado.
Había sido como Dorothea había dicho, sin contratiempos de ningún tipo. Era increíble cómo las personas te miraban de manera distinta dependiendo de quién resguardaba tus espaldas. Tulipe había sido testigo de ello al recibir en el bazar del mercado un pésimo trato de vuelta, como si fuera a robarse una fruta o las recaudaciones del día. Vio cómo ese primera impresión se desvanecía bajo la simple visión del escudo Quartermane, volviéndose amistosos los encargados y aduladores los empaquetadores. Prefería que fuera así, que fingieran que la respetaban, ya que no podía escapar de su condición social. Así que les sonrió cuando le entregaron las provisiones que había encargado como si les creyera su discurso, deseándoles bendiciones antes de irse. Y era cierto, quería que les fuera bien, porque no era quién para juzgarlos. Era posible que estuvieran tan asustados de las represalias como ella.
Así pues, salió del mercado y tomó una ruta por los callejones. De día no eran peligrosos, o eso le habían dicho las demás criadas. Quería que fuera como le habían dicho, porque así podría llegar con un elegante adelanto a la mansión y dar una buena impresión a su patrona, pero todo se fue por la borda cuando el corazón de Tulipe la llamó a girar su mirada hacia el interior de los diferentes callejones, preguntándose qué tan cerca o qué tan lejos se encontraba de estar como las personas guarecidas en su interior, tan dejados a su suerte como muñecos de trapo. Fue por su distracción que por poco dejó caer su canasta con los víveres cuando se sintió chocar contra un cuerpo mucho más fuerte que el suyo.
–Lo-lo siento, Monsieur, no lo vi. Yo… –una serie de excusas y remordimientos fue asesinada de inmediato cuando Tulipe le echó un vistazo al rostro cansado y un poco agorero de con quien había impactado.
Allí, en medio de las calles sin salida, apoyado a duras penas en una pared, se encontraba un esmirriado hombre de precarias ropas. Al principio, la muchacha dio un paso atrás por la sorpresa, pero esa impresión se transformó en preocupación cuando se fijó en que el sujeto en cuestión ni siquiera había reaccionado a su contacto, como si se quedara en su cabeza, pero su cuerpo no le dejara responder. Fue cuando Tulipe se acercó lentamente, como un conejo saliendo de su madriguera esperando que no lo traicionara el sol, para examinar más detenidamente el estado del desconocido.
–Monsieur, ¿se encuentra usted bien? –se criticó mentalmente por haber hecho una pregunta tan tonta. Estaba pálido, y el color de sus ojos se asimilaba al de la enfermedad. Sólo le faltaba una cosa por comprobar– Por favor, discúlpeme. – Estiró una de sus manos no sin tambalear y con cuidado la depositó sobre la frente de aquel mozo. Estaba ardiendo, bastante. Ya no cabía duda de su estado.
Podía ser que Tulipe no tuviera la educación de a quienes servía, pero tampoco era una tonta. Un aspecto como ese acompañado por una temperatura como aquella sólo podía significar algo serio. Miró a su alrededor y encontró miradas de otros individuos de la calle; se mostraban resignadas, como esperando a que ocurriera algo que todos sospechaban, algo para nada bueno, pero cotidiano. A la joven se le secó la garganta cuando supo lo que ocurriría si ese hombre se quedaba solo; tampoco había que ser un genio para sospecharlo. Así pues se le presentaron dos opciones intransigentes: o volvía a casa rápido a cumplir con sus patrones o hacía algo por evitar ese nefasto final que quería arrastrar al mozo con él. Era así, era obvio; aquel señor ya tenía sus años como para aguantar una jornada helada bajo esas condiciones.
Le pidió a Dios que la acompañara en la decisión que había tomado, pues sus amos se lo harían pagar al volver a la mansión. Todo por cumplir con el mandamiento más arraigado en Tulipe: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Si acaso le tocaba morir, al menos no moriría solo en el frío ni apaliado por los inspectores. Era tan fácil aprovecharse de él en esas condiciones que no se iría tranquila sin saber que se encontraría bien. Había tomado la decisión más difícil, pero estaba segura de que era la correcta.
–Por favor, acompáñeme. Hay que apartarnos del camino. Resista. –tomó uno de los brazos del individuo para apoyarlo sobre uno de sus hombros y así poder moverse. Era pesado y fuerte, y Tulipe un menudo costal de huesos, pero ambos estaban poniendo de su parte para sobrellevar el camino.
La manceba procuró encontrar con su vista un espacio para reposar varón, y lo halló en un callejón desierto, a un lado de un conjunto de sacos y papeles de diario. Esperaba que ahí los demás no hicieran de pájaros de mal agüero. Era lo mejor que había; peor era nada. Así fue que después de dejar su canasta con los víveres en tierra, con cuidado ayudó al hombre a recostarse sobre una alfombra de papeles agrupados en el piso y se apresuró a quitarse la pañoleta que cubría sus hombros para apoyar la cabeza del desconocido en ella.
–Aguante, aguante –dijo mientras se hincaba junto al masculino y volvía a tocar su frente para cerciorarse de que la temperatura que había percibido no hubiera sido una vana impresión. Lamentablemente sí estaba alta– Sé que está algo débil, por Dios que lo sé, pero por favor intente contestarme. ¿Hace cuánto que está así, Monsieur?
- Off:
- Sorry lo largo u_u
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Parecía un pez recién salido del agua, desesperado por tomar aire, abriendo y cerrando la boca con tanta rapidez para poder respirar, toda la fuerza que había obtenido por el sueño tomado la noche anterior, por el viaje de regreso al callejón se había esfumado, incluso le costaba trabajo generar tales movimientos. Todo le dolía, todo le resultaba difícil, ni siquiera le importaba ya hacerlo. No se trataba de un hombre fatalista, porque a su edad, jamás había deseado morir, de hecho vivía con dignidad porque su madre negra que en paz descanse, le enseñó el valor de la primavera en vez del monetario. De esa forma si su hijo recogido no llegaba a tener nunca más de cinco francos en su bolsa en una semana, entonces no codiciaría demás, no sufriría perder lo que jamás tuvo. Sonaba lógico ¿no? El problema es que en ese momento, en ese instante deseaba morir, el dolor le parecía tan agudo que en cualquier momento se retorcería cayendo al suelo de rodillas. Ni siquiera sabe como puede estar tanto tiempo de pie, quizás la idea de no preocupar a su pequeña pero gran familia lo motiva. Sólo deseaba que no lo encuentren en peor estado. No va a poder lidiar con esos rostros tristes, y al mismo tiempo con su estado de salud.
Brandon vuelve a mover la boca pero en esta ocasión para notar lo reseca que la tiene. Intenta relamer sus labios pero sólo se da cuenta que sus labios se han partido un poco por el problema de esos días. Frunce el ceño. ¿Qué tan mal estaría? Sonrió de medio lado de forma tenue, al menos el humor le permanecía, se estaba burlando de él mismo. ¡Ya se imaginaba a la verdulera el día de mañana! - Si es que llegaba vivo, claro - La mujer le estaría dando tremendo regaño por no haber ido a cargar los costales como todos los días, pero dado que esa mujer era buena, seguramente lo sentaría, le limpiaría el rostro, platicaría con él. le daría un poco de sopa sin importar que fuera su porción, y le perdonaría su falta. Claro, todo después de haberle retado durante mucho tiempo.
- ¡Oh Vamos! - Su voz salía burlona después de recibir aquel delicado choque. En su cabeza se encontraba la imagen de alguno de su familia, alguien queriendo apartarlo de la pared, que deseaba verlo energético, incluso dar un golpe burlón, pero la voz delicada no la conocía, se giró para observarle unos momentos. La joven era evidentemente más bajita que él. Quizás le llegaba al pecho. Su melena era negra, casi como la suya, siempre le gustaron los cabellos negros, le parecían más interesantes al igual que la noche. La mirada arrepentida le hizo moverse ligeramente queriendo tranquilizarla. Ella no había hecho nada malo, los golpes así como las desgracias en la vida, ocurrían. - Tranquila mujer, no pasa nada - Él podía hablar, que le doliera el estomago no impedía que hablara unos momentos, sin importar que su voz saliera de forma entrecortara, lenta, pausada; la mano sobre su frente le sorprendió, pero la delicadeza de la mujer lo abrumó tanto que sintió de nuevo el mareo. Las chicas de las calles - con las que esta más acostumbrado a tratar - suelen ser muy toscas, la diferencia le hizo sentir bien, y por eso volvió a sonreír.
- Estoy bien - Dijo apenas, recargando ahora la espalda en la pared. Cerró los ojos creyendo que la mujer se iría, que lo dejaría a la deriva, como todos los desalmados de aquella ciudad. - La voy a ensuciar con mi sudor - Comentó no muy a gusto por seguirla, lo que menos deseaba era eso precisamente, empapar a alguien de su mal, pero la jovencita parecía no escuchar, no querer si quiera poner atención a sus palabras. Se recargó en ella ligeramente, porque aún tenía un poco de fuerza, podía no hacerle seguir cargando con él de esa manera; avanzar ¿a dónde irían? No lo sabía pero avanzó con ella sin mirar atrás, así era la vida, sin voltear la cara porque ver lo que se había llevado en ocasiones dolía.
Conocía ese callejón, tiempo atrás les había servido de refugio a él y su pandilla. Por eso había basura que bien utilizaban para poder recostarse, disfrutar de la noche, cubrirse del sereno. Se sentía como regresar a casa, aunque claro, él sólo tuvo una que estaba lejana, y que ya no tenía ni siquiera recuerdos buenos por llevar a su mente, porque la desgracia les llegó, y eso jamás lo olvidaría; recostado se encontraba, la joven se había encargado de ponerlo cómodo, incluso su cuerpo se relajó, sus músculos no le dolían por la fuerza ejercida. Tomó una gran bocana de aire, y luego la dejó salir. Se volteó a ver a la chica.
- Si te calmas, por favor, no pienso morirme hoy, menos si te he conocido - Para Brandon, toparse con una persona tan bondadosa sin él poder ofrecerle algo tenía que ser una llamada de atención del señor. ¿Qué quería decir? Él rezaba todas las noches antes de dormir para pedirle señales, para que le indicara que debía seguir adelante, señales que le marcaran había algo por lo que luchar. Ella era su esperanza, su señal de aquel día - ¿Cómo se llama, Señorita? - Preguntó aún con la tranquilidad necesaria para que ella le entendiera. - Creo que un par de días, no lo recuerdo bien, quienes vivimos en las calles terminamos sólo por olvidar el tiempo y poder simplemente vivir el presente, espero usted nunca lo haya pasado ¿No lo hizo verdad? - Sus ojos se cerraban por un periodo largo, se sentía el cansancio, incluso de dormir, eso podría ser un chiste, pero se trataba de su realidad.
- Nos pasó a todos, mi familia, con los que vivo en las calles, ellos también se enfermaron, fueron unos frutos malos que nos regaló la señora del mercado, pero no lo hizo con mala intención, ella no sabía - Le aclaró, porque no le interesaba poner lo negativo de la acción, no cuando una pobre mujer había hecho su obra buena que terminó por una desgracia - Jamás me había sentido así, señorita - En su rostro se notaba la pena que tenía, la sinceridad con la que le hablaba. Estiró su mano antes de que la mujer le soltara la frente, y se la tomó con delicadeza. Un espasmo en el estomago le hizo apretar la ajena, como queriendo canalizar su dolor en esa unión; cuando se percató que la estaba lastimado, aligeró la presión que ejercía - Discúlpeme - Ketu no la había visto bien, apenas y podía analizar a su compañera de mañana porque el dolor le nublaba los sentidos, se sentía un pobre crío siendo analizado, quizás en el fondo lo era, aunque sus años le reafirmaran lo contrario. Se detuvo a observar sus ojos, pues esos orbes resaltaban incluso más que sus mejillas sonrojadas. Movió ligeramente el brazo libre, sus dedos rozaron la mejilla ajena para quitarle un mechón de cabello travieso. - Mejor así, las mujeres siempre deberían tener la mirada libre, sin cabellos que nos impidan verlas, incluso deberían alzar el rostro al caminar ¿no lo cree? - El mismo se contestó negando con la cabeza - Lo sé, son ideas absurdas, pero viviendo en las calles sueles comprender y ver cosas que los demás no - Lo que nunca había sido: Un hombre parlanchín. Con ella estaba siendo tan natural que no importaba el dolor, sino hacerse escuchar. Por un momento se sintió tentado a pedirle que dijera algo, pero para él era mejor que ella lo hiciera porque quisiera.
- ¡Ahora que recuerdo! - Se sentó moviendo su cuerpo para recargarse en la pared próxima en ese callejón; en ningún momento soltó la mano femenina - Si usted va a curarme debe saber que sólo tengo un franco, que lo he dejado en el otro callejón, y que no pienso gastarlo en pagar remedios para mi, sino para mi familia - Sonrió - Cómo le dije hace unos momentos, ellos también están enfermos, para mi es importante verles con bien, espero me comprenda, no podría pagarle, pero gracias por sus atenciones - La miró de pies a cabeza, pero no para parecer un idiota abusivo, todo lo contrario - Dígame ¿A dónde va? Puedo acompañarla, de verdad que este día no pienso morir - Volvió a decir, pero se notaba que en sus palabras había un poco de auto convencimiento. - Yo cargaré su canasta, si desea, lo único que pediría a cambio es un vaso de agua, y saber si puedo volver a ayudarle, sé que para usted no será mucha mi ayuda, pero en próximas salidas puedo cargar sus compras y así no tiene que llevar cosas pesadas, lo hago agradecido por detenerse a auxiliarme - Finalizó, llevándose su mano libre al estomago presa del dolor que volvía a molestarle. Pero no ¡No se iba a dejar morir! Solo una una enfermedad cualquiera, sólo eso debía ser.
Lo peor de todo es que él si se sentía mal, pero ya no deseaba preocupar a alguien más, suficiente con los del callejón, la idea de poner en mal estado a esa muchacha de bonitos ojos por su salud, le alarmaba, por eso actuaba así, despreocupado.
- Tu mirada me recuerda al cielo azul de aquel lugar dónde vivía con mi madre negra, fue la mejor época de mi vida, es parecida a esa claridad, bondad y paz que esa mujer me regalaba, claro, sin menospreciar al amor ¿Conoces el sentimiento? - Él no se daba cuenta que quizás se estaba comportando como un imprudente.
Brandon vuelve a mover la boca pero en esta ocasión para notar lo reseca que la tiene. Intenta relamer sus labios pero sólo se da cuenta que sus labios se han partido un poco por el problema de esos días. Frunce el ceño. ¿Qué tan mal estaría? Sonrió de medio lado de forma tenue, al menos el humor le permanecía, se estaba burlando de él mismo. ¡Ya se imaginaba a la verdulera el día de mañana! - Si es que llegaba vivo, claro - La mujer le estaría dando tremendo regaño por no haber ido a cargar los costales como todos los días, pero dado que esa mujer era buena, seguramente lo sentaría, le limpiaría el rostro, platicaría con él. le daría un poco de sopa sin importar que fuera su porción, y le perdonaría su falta. Claro, todo después de haberle retado durante mucho tiempo.
- ¡Oh Vamos! - Su voz salía burlona después de recibir aquel delicado choque. En su cabeza se encontraba la imagen de alguno de su familia, alguien queriendo apartarlo de la pared, que deseaba verlo energético, incluso dar un golpe burlón, pero la voz delicada no la conocía, se giró para observarle unos momentos. La joven era evidentemente más bajita que él. Quizás le llegaba al pecho. Su melena era negra, casi como la suya, siempre le gustaron los cabellos negros, le parecían más interesantes al igual que la noche. La mirada arrepentida le hizo moverse ligeramente queriendo tranquilizarla. Ella no había hecho nada malo, los golpes así como las desgracias en la vida, ocurrían. - Tranquila mujer, no pasa nada - Él podía hablar, que le doliera el estomago no impedía que hablara unos momentos, sin importar que su voz saliera de forma entrecortara, lenta, pausada; la mano sobre su frente le sorprendió, pero la delicadeza de la mujer lo abrumó tanto que sintió de nuevo el mareo. Las chicas de las calles - con las que esta más acostumbrado a tratar - suelen ser muy toscas, la diferencia le hizo sentir bien, y por eso volvió a sonreír.
- Estoy bien - Dijo apenas, recargando ahora la espalda en la pared. Cerró los ojos creyendo que la mujer se iría, que lo dejaría a la deriva, como todos los desalmados de aquella ciudad. - La voy a ensuciar con mi sudor - Comentó no muy a gusto por seguirla, lo que menos deseaba era eso precisamente, empapar a alguien de su mal, pero la jovencita parecía no escuchar, no querer si quiera poner atención a sus palabras. Se recargó en ella ligeramente, porque aún tenía un poco de fuerza, podía no hacerle seguir cargando con él de esa manera; avanzar ¿a dónde irían? No lo sabía pero avanzó con ella sin mirar atrás, así era la vida, sin voltear la cara porque ver lo que se había llevado en ocasiones dolía.
Conocía ese callejón, tiempo atrás les había servido de refugio a él y su pandilla. Por eso había basura que bien utilizaban para poder recostarse, disfrutar de la noche, cubrirse del sereno. Se sentía como regresar a casa, aunque claro, él sólo tuvo una que estaba lejana, y que ya no tenía ni siquiera recuerdos buenos por llevar a su mente, porque la desgracia les llegó, y eso jamás lo olvidaría; recostado se encontraba, la joven se había encargado de ponerlo cómodo, incluso su cuerpo se relajó, sus músculos no le dolían por la fuerza ejercida. Tomó una gran bocana de aire, y luego la dejó salir. Se volteó a ver a la chica.
- Si te calmas, por favor, no pienso morirme hoy, menos si te he conocido - Para Brandon, toparse con una persona tan bondadosa sin él poder ofrecerle algo tenía que ser una llamada de atención del señor. ¿Qué quería decir? Él rezaba todas las noches antes de dormir para pedirle señales, para que le indicara que debía seguir adelante, señales que le marcaran había algo por lo que luchar. Ella era su esperanza, su señal de aquel día - ¿Cómo se llama, Señorita? - Preguntó aún con la tranquilidad necesaria para que ella le entendiera. - Creo que un par de días, no lo recuerdo bien, quienes vivimos en las calles terminamos sólo por olvidar el tiempo y poder simplemente vivir el presente, espero usted nunca lo haya pasado ¿No lo hizo verdad? - Sus ojos se cerraban por un periodo largo, se sentía el cansancio, incluso de dormir, eso podría ser un chiste, pero se trataba de su realidad.
- Nos pasó a todos, mi familia, con los que vivo en las calles, ellos también se enfermaron, fueron unos frutos malos que nos regaló la señora del mercado, pero no lo hizo con mala intención, ella no sabía - Le aclaró, porque no le interesaba poner lo negativo de la acción, no cuando una pobre mujer había hecho su obra buena que terminó por una desgracia - Jamás me había sentido así, señorita - En su rostro se notaba la pena que tenía, la sinceridad con la que le hablaba. Estiró su mano antes de que la mujer le soltara la frente, y se la tomó con delicadeza. Un espasmo en el estomago le hizo apretar la ajena, como queriendo canalizar su dolor en esa unión; cuando se percató que la estaba lastimado, aligeró la presión que ejercía - Discúlpeme - Ketu no la había visto bien, apenas y podía analizar a su compañera de mañana porque el dolor le nublaba los sentidos, se sentía un pobre crío siendo analizado, quizás en el fondo lo era, aunque sus años le reafirmaran lo contrario. Se detuvo a observar sus ojos, pues esos orbes resaltaban incluso más que sus mejillas sonrojadas. Movió ligeramente el brazo libre, sus dedos rozaron la mejilla ajena para quitarle un mechón de cabello travieso. - Mejor así, las mujeres siempre deberían tener la mirada libre, sin cabellos que nos impidan verlas, incluso deberían alzar el rostro al caminar ¿no lo cree? - El mismo se contestó negando con la cabeza - Lo sé, son ideas absurdas, pero viviendo en las calles sueles comprender y ver cosas que los demás no - Lo que nunca había sido: Un hombre parlanchín. Con ella estaba siendo tan natural que no importaba el dolor, sino hacerse escuchar. Por un momento se sintió tentado a pedirle que dijera algo, pero para él era mejor que ella lo hiciera porque quisiera.
- ¡Ahora que recuerdo! - Se sentó moviendo su cuerpo para recargarse en la pared próxima en ese callejón; en ningún momento soltó la mano femenina - Si usted va a curarme debe saber que sólo tengo un franco, que lo he dejado en el otro callejón, y que no pienso gastarlo en pagar remedios para mi, sino para mi familia - Sonrió - Cómo le dije hace unos momentos, ellos también están enfermos, para mi es importante verles con bien, espero me comprenda, no podría pagarle, pero gracias por sus atenciones - La miró de pies a cabeza, pero no para parecer un idiota abusivo, todo lo contrario - Dígame ¿A dónde va? Puedo acompañarla, de verdad que este día no pienso morir - Volvió a decir, pero se notaba que en sus palabras había un poco de auto convencimiento. - Yo cargaré su canasta, si desea, lo único que pediría a cambio es un vaso de agua, y saber si puedo volver a ayudarle, sé que para usted no será mucha mi ayuda, pero en próximas salidas puedo cargar sus compras y así no tiene que llevar cosas pesadas, lo hago agradecido por detenerse a auxiliarme - Finalizó, llevándose su mano libre al estomago presa del dolor que volvía a molestarle. Pero no ¡No se iba a dejar morir! Solo una una enfermedad cualquiera, sólo eso debía ser.
Lo peor de todo es que él si se sentía mal, pero ya no deseaba preocupar a alguien más, suficiente con los del callejón, la idea de poner en mal estado a esa muchacha de bonitos ojos por su salud, le alarmaba, por eso actuaba así, despreocupado.
- Tu mirada me recuerda al cielo azul de aquel lugar dónde vivía con mi madre negra, fue la mejor época de mi vida, es parecida a esa claridad, bondad y paz que esa mujer me regalaba, claro, sin menospreciar al amor ¿Conoces el sentimiento? - Él no se daba cuenta que quizás se estaba comportando como un imprudente.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Él estaba débil, se le notaba. Era cierto que tenía un cuerpo fortalecido, posiblemente por trabajos pesados en lugares poco seguros, pero hasta el más grande río de la montaña necesitaba ser alimentado por uno más pequeño para continuar su trecho. Tulipe había resultado ser ese reducido riachuelo. Le negarían su ración del día y le asignarían tareas pesadas por el resto de la semana, pero nada de eso importaba, puesto que si lo dejaba ahí, no podría ni dormir ni comer por mucho más que siete días. Uno de los temas más desconcertantes era que él parecía no darse cuenta de su estado al esmerarse en hablar y convencer a la muchacha de que se encontraba fuerte e inquebrantable como roca. Ello hizo que la sirvienta tragara saliva; ¿qué hubiera pasado se no se hubiera detenido a auxiliarlo? Seguramente él hubiera subestimado su estado y no se habría hecho cargo del mismo.
El nombre de ella no tenía ninguna importancia, nada lo tenía cuando la vida estaba en riesgo; aun así, Tulipe tuvo el suficiente criterio como para entender que él necesitaba comunicarse para de esa manera tener un clave que lo mantuviera atado a la tierra. Ella había atendido enfermos antes, pero nunca así. Por otro lado, sí había visto a su madre salvarle el pellejo a algunos colegas campesinos que se enfermaban en el campo por continua humedad. Rogaba internamente que esos conocimientos llegaran a su memoria de vuelta. Dios le había presentado en el camino a aquel hombre para darle una misión; no permitiría que su alma se escurriera entre sus brazos.
—Dos días, ¿y nadie se dio cuenta? Eso es malo; puede que ya esté avanzado. Está haciendo que me intranquilice —se mordió el labio inferior la chica de la inquietud— Puede llamarme Tulipe, Monsieur, pero no se preocupe por eso ahora. Es usted el que necesita atención. Yo estaré bien, créame, y me ocuparé de usted hasta que también lo esté. Cuando el color le vuelva al rostro, me podrá decir su nombre.
Mientras ponía atención a los datos que él le ofrecía acerca del posible origen de su malestar, la zagala buscaba en la canasta una cantimplora de hojalata para ofrecerle al hombre el agua que había en su interior; lo primero era hidratarlo, según las enseñanzas de su mamá. Había sacado el líquido del mismo pozo del que bebían sus amos, así que confiaba plenamente en que no acrecentara su mal.
Entonces fue cuando él tomó su mano de improviso, aquella que había depositado sobre su frente, sorprendiendo a Tulipe a tal grado que casi se le resbaló la cantimplora de las manos. Se volteó a verlo, a encontrarse con esos ojos nublados por su dolencia. Se veía triste, pensativo, intrigante como el mar profundo que reposaba en su mirada. Un apretón de parte del hombre hizo que la criada entrecerrara ambos ojos por el repentino daño, asustándose un poco más por lo que pudiera estar pasando él que por ella, que entendía que alguna reacciones eran involuntarias.
—N-No, no es nada —intentó distraerlo de su no querida acción, pero la que terminó distrayéndose fue ella al sentir esa insistente mirada sobre ella¬. No pudo evitarlo y lo miró de vuelta, sintiéndose invadida de inmediato, como si estuviera internándose en sus pensamientos. Tulipe conocía bien las consecuencias de un estímulo de esa índole, comprobándolo nuevamente cuando sus mejillas se llenaron de sangre— ¿Qué… qué sucede? ¿N-Necesita que le traiga algo?
Esta vez quería que le hablara, que rompiera con ese interminable camino de sus pupilas a hacia las de ella. Él no lo sabía, pero viéndola de esa forma, Tulipe no pensaba de manera exhaustiva las cosas; lograba que se pusiera torpe, nerviosa, e incluso atolondrada. La intensidad del intercambio de observaciones subió cuando notó acercándose a ella los dedos del masculino, ante lo cual cerró sus ojos con fuerza producto de su inseguridad, esperando cualquier cosa, pero en vez de recibir algo que pudiera hacerle daño, una gentil caricia la rozó, moviendo unos cuantos cabellos de su rostro hacia atrás. Sus labios se entreabrieron, agitados, titubeantes. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba diciendo? Parecía no darse cuenta de en dónde estaban y en qué contexto.
La joven se tocó la mejilla que había sido rozada por su repentino paciente, intentando convencerse de que no estaba en sus cabales. Después de todo, la temperatura no estaba baja, y ya había dicho que se encontraba en ese estado desde hacía varios días, así que pensó que algunas palabras no las estaba diciendo en serio.
¬—C-Creo que… la temperatura debe estar afectándolo. —se convenció de ello mientras volvía a tomar la cantimplora en sus manos, esperando que su sonrojo se fuera desvaneciendo. Cuando él mencionó del dinero, la joven suspiró— No me ofenda, por favor. Jamás me atrevería a cobrarle, y menos en un estado de necesidad como este. Soy pobre también, pero no miserable —con cuidado se acercó, levantó ligeramente el rostro del hombre tras su nuca, y depositó la boquilla de la garrafa en sus labios— Tome, beba un poco de agua, aunque sean sólo un par de sorbos. Le ayudará.
Aquel señor debía ser alguien de corazón muy noble protector, porque sabiéndose enfermo anteponía a los demás que consideraba de su familia. Era más; apenas habían pasado unos minutos de haberse conocido y ya estaba ofreciendo llevarla a casa de manera amable y servicial, aunque no tuviera obligación de nada. Era algo portentoso, sin duda, pero Tulipe no permitiría que se moviera, ni aún mejorando. ¿Era su imaginación o aquel señor no entendía la palabra “reposo”? Así nunca se recuperaría.
—Nada de moverse, señor, ni mucho menos cargar cosas pesadas. Los retorcijones no han cesado y usted ya quiere forzar su cuerpo. Si así de negligente suele ser contra sí mismo, no me extraña si situación —le regañó con la gentileza que lo caracterizaba.— Sólo coopere conmigo para que pueda volver con su familia, ¿de acuerdo? Es todo lo que le pediré.
Mientras se despojaba de un retazo de tela de su vestido para mojarla en el agua restante, oía atentamente al vagabundo y su historia de crianza, una muy particular. Jamás había oído de un hombre blanco criado por una mujer de raza negra, quienes apenas podían acercarse a los primeros. ¿De dónde venía el indigente? Tenía más años que ella, pero menos responsabilidades, por lo que debía haber visto el doble. Se le veía feliz cuando hablaba de ese pasaje de su vida, si es que en verdad había acontecido y no era solamente un efecto de la fiebre. Esperaba la joven que hubiera sido realidad, puesto que un nexo así podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Tulipe tenía la teoría que mientras más seres conectados por un amor en común habían, ese amor más protegido estaría. De todas maneras le hablaría de eso para mantenerlo luchando por su integridad. Debía intentar ignorar la manera en que sus ojos se clavaban en los de ella. Salvarlo estaba en primer lugar.
—Cuénteme más, ¿cómo era su vida? Habla de esa época como si fuera su mayor orgullo —lo estimulaba para que hablara mientras pasaba sobre su frente la tela mojada, buscando bajar su temperatura— El amor de una madre es el que conozco, Monsieur, al igual que usted. —sonrió con melancolía por la distancia que la separaba de Lavande— Si no fuera por ella, estaría en los campos de Amiens, luchando por mi vida, en vez de tener el trabajo estable que me proporcionan los duques de Francia. Ha dado todo por mí, es una gran mujer, como también deduzco que lo es su madre —era claro por la manera cariñosa con la que se refería a sus cuidados—Sería un buen apoyo para usted, y tendría más seguridad sobre qué hacer que yo. Ella… ¿por qué no está con usted ahora? —se mordió los labios. Hubiese querido morirse en ese mismo momento con lo impertinente de su pregunta.
El nombre de ella no tenía ninguna importancia, nada lo tenía cuando la vida estaba en riesgo; aun así, Tulipe tuvo el suficiente criterio como para entender que él necesitaba comunicarse para de esa manera tener un clave que lo mantuviera atado a la tierra. Ella había atendido enfermos antes, pero nunca así. Por otro lado, sí había visto a su madre salvarle el pellejo a algunos colegas campesinos que se enfermaban en el campo por continua humedad. Rogaba internamente que esos conocimientos llegaran a su memoria de vuelta. Dios le había presentado en el camino a aquel hombre para darle una misión; no permitiría que su alma se escurriera entre sus brazos.
—Dos días, ¿y nadie se dio cuenta? Eso es malo; puede que ya esté avanzado. Está haciendo que me intranquilice —se mordió el labio inferior la chica de la inquietud— Puede llamarme Tulipe, Monsieur, pero no se preocupe por eso ahora. Es usted el que necesita atención. Yo estaré bien, créame, y me ocuparé de usted hasta que también lo esté. Cuando el color le vuelva al rostro, me podrá decir su nombre.
Mientras ponía atención a los datos que él le ofrecía acerca del posible origen de su malestar, la zagala buscaba en la canasta una cantimplora de hojalata para ofrecerle al hombre el agua que había en su interior; lo primero era hidratarlo, según las enseñanzas de su mamá. Había sacado el líquido del mismo pozo del que bebían sus amos, así que confiaba plenamente en que no acrecentara su mal.
Entonces fue cuando él tomó su mano de improviso, aquella que había depositado sobre su frente, sorprendiendo a Tulipe a tal grado que casi se le resbaló la cantimplora de las manos. Se volteó a verlo, a encontrarse con esos ojos nublados por su dolencia. Se veía triste, pensativo, intrigante como el mar profundo que reposaba en su mirada. Un apretón de parte del hombre hizo que la criada entrecerrara ambos ojos por el repentino daño, asustándose un poco más por lo que pudiera estar pasando él que por ella, que entendía que alguna reacciones eran involuntarias.
—N-No, no es nada —intentó distraerlo de su no querida acción, pero la que terminó distrayéndose fue ella al sentir esa insistente mirada sobre ella¬. No pudo evitarlo y lo miró de vuelta, sintiéndose invadida de inmediato, como si estuviera internándose en sus pensamientos. Tulipe conocía bien las consecuencias de un estímulo de esa índole, comprobándolo nuevamente cuando sus mejillas se llenaron de sangre— ¿Qué… qué sucede? ¿N-Necesita que le traiga algo?
Esta vez quería que le hablara, que rompiera con ese interminable camino de sus pupilas a hacia las de ella. Él no lo sabía, pero viéndola de esa forma, Tulipe no pensaba de manera exhaustiva las cosas; lograba que se pusiera torpe, nerviosa, e incluso atolondrada. La intensidad del intercambio de observaciones subió cuando notó acercándose a ella los dedos del masculino, ante lo cual cerró sus ojos con fuerza producto de su inseguridad, esperando cualquier cosa, pero en vez de recibir algo que pudiera hacerle daño, una gentil caricia la rozó, moviendo unos cuantos cabellos de su rostro hacia atrás. Sus labios se entreabrieron, agitados, titubeantes. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba diciendo? Parecía no darse cuenta de en dónde estaban y en qué contexto.
La joven se tocó la mejilla que había sido rozada por su repentino paciente, intentando convencerse de que no estaba en sus cabales. Después de todo, la temperatura no estaba baja, y ya había dicho que se encontraba en ese estado desde hacía varios días, así que pensó que algunas palabras no las estaba diciendo en serio.
¬—C-Creo que… la temperatura debe estar afectándolo. —se convenció de ello mientras volvía a tomar la cantimplora en sus manos, esperando que su sonrojo se fuera desvaneciendo. Cuando él mencionó del dinero, la joven suspiró— No me ofenda, por favor. Jamás me atrevería a cobrarle, y menos en un estado de necesidad como este. Soy pobre también, pero no miserable —con cuidado se acercó, levantó ligeramente el rostro del hombre tras su nuca, y depositó la boquilla de la garrafa en sus labios— Tome, beba un poco de agua, aunque sean sólo un par de sorbos. Le ayudará.
Aquel señor debía ser alguien de corazón muy noble protector, porque sabiéndose enfermo anteponía a los demás que consideraba de su familia. Era más; apenas habían pasado unos minutos de haberse conocido y ya estaba ofreciendo llevarla a casa de manera amable y servicial, aunque no tuviera obligación de nada. Era algo portentoso, sin duda, pero Tulipe no permitiría que se moviera, ni aún mejorando. ¿Era su imaginación o aquel señor no entendía la palabra “reposo”? Así nunca se recuperaría.
—Nada de moverse, señor, ni mucho menos cargar cosas pesadas. Los retorcijones no han cesado y usted ya quiere forzar su cuerpo. Si así de negligente suele ser contra sí mismo, no me extraña si situación —le regañó con la gentileza que lo caracterizaba.— Sólo coopere conmigo para que pueda volver con su familia, ¿de acuerdo? Es todo lo que le pediré.
Mientras se despojaba de un retazo de tela de su vestido para mojarla en el agua restante, oía atentamente al vagabundo y su historia de crianza, una muy particular. Jamás había oído de un hombre blanco criado por una mujer de raza negra, quienes apenas podían acercarse a los primeros. ¿De dónde venía el indigente? Tenía más años que ella, pero menos responsabilidades, por lo que debía haber visto el doble. Se le veía feliz cuando hablaba de ese pasaje de su vida, si es que en verdad había acontecido y no era solamente un efecto de la fiebre. Esperaba la joven que hubiera sido realidad, puesto que un nexo así podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Tulipe tenía la teoría que mientras más seres conectados por un amor en común habían, ese amor más protegido estaría. De todas maneras le hablaría de eso para mantenerlo luchando por su integridad. Debía intentar ignorar la manera en que sus ojos se clavaban en los de ella. Salvarlo estaba en primer lugar.
—Cuénteme más, ¿cómo era su vida? Habla de esa época como si fuera su mayor orgullo —lo estimulaba para que hablara mientras pasaba sobre su frente la tela mojada, buscando bajar su temperatura— El amor de una madre es el que conozco, Monsieur, al igual que usted. —sonrió con melancolía por la distancia que la separaba de Lavande— Si no fuera por ella, estaría en los campos de Amiens, luchando por mi vida, en vez de tener el trabajo estable que me proporcionan los duques de Francia. Ha dado todo por mí, es una gran mujer, como también deduzco que lo es su madre —era claro por la manera cariñosa con la que se refería a sus cuidados—Sería un buen apoyo para usted, y tendría más seguridad sobre qué hacer que yo. Ella… ¿por qué no está con usted ahora? —se mordió los labios. Hubiese querido morirse en ese mismo momento con lo impertinente de su pregunta.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
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Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Brandon nunca tuvo demasiado acercamiento con las personas. Tiene muchísimas malas experiencias con ellas, empezando desde su nacimiento, cuando sus padres biológicos lo dejaron en esa selva, ¿la razón? Nunca sabrá el porqué lo abandonaron, pero el chiste era la acción; siguiendo con los agresores, asesinos de sus padres adoptivos, la forma en que lo llevaron a Paris; quienes lo dejaron en aquella mansión de ese hombre pervertido, los hermanos del hombre que lo echaron; todo eso y más le hacía desconfiar, alejarse, y mantenerse como siempre, como aquel primer apodo que tuvo: el solitario.
El clase baja sólo aprendió a confiar en el momento que conoció a su mejor amigo: Raoul. Un joven de edad más joven que le enseñó a como divertirse, sonreír sin necesidad de hablar, incluso le mostró que la vida misma no necesitaba demasiado alimento para poder ser feliz. Su pandilla, bendita ella, ahora su nueva familia, la más amada, la jamás olvidada, quienes no importaba si tenían o no dinero, su color, sus rasgos, simplemente eran ellos, cuidándose unos con los otros, dándose el amor que aquellos inhumanos jamás sabrán o tendrían.
Recordar todo eso le hacía sentirse extraño, porque jamás alguien se había acercado preocupado por su estado, le era tan surrealista que incluso se creía muerto, ¿y ese ella era un ángel? Quizás lo sería, ante sus ojos lo era, ese rostro pálido, esos cabellos largos, negros, esa boca rosácea, esa figura delicada, ¡y que decir de sus formas al moverse! Su dulce voz, su inocencia, la paz que irradiaba. Si, Tulipe, como ella decía que se llamaba, podría ser su ángel personal, las bendiciones venidas del cielo que él no creyó recibir, porque odiaba a ese Dios que lo había abandonado, pero ahora notaba que jamás se había alejado de su lado ¿De verdad una compañía de una desconocida le podría remover algunas creencias y también formas de comportarse? Probablemente era el estimulo que le hacía falta. El empuja que su madre le daba cuando se encontraba con vida.
Jamás en la vida el joven muerto de hambre se había referido a una desconocida de una forma así, ni siquiera en sus pensamientos. Que bizarro podría ser todo, en ese estado tan malo, con esas punzadas en el estomago, con la sensación de querer vomitar, con la probabilidad de caer desmayado; lo que él debería hacer era pensar en si mismo, en su recuperación, y sin embargo, la jovencita de las alas de ángel le robaba el pensamiento y el momento, porque no sólo era un sueño, o una imaginación, se trataba de una extraña realidad que le brindaba calidez dentro del pecho, la tranquilidad para poder calmar ese dolor que su estomago le inyectaba, ¿podía una persona ser la cura para todos los males? Aquello le causaba gracia, porque no lo creyó una posibilidad. La idea de contárselo a su hermano del alma podría parecer absurda, incluso acelerada, se burlaría de él, pero eso era lo de menos, porque a pesar de las palabras de molestia que el joven rubio pudiera otorgarle, le aconsejaría, le alentaría a tomar esa alegría que estaba experimentando.
El miserable se dio cuenta que se estaba comportando como un maleducado, el silencio no era indicado cuando una situación critica se encontraba, pero deseaba tener un poco de reflexión personal, además, a pesar de mostrarse “bien”, lo cierto es que se sentía débil, el agua le había ayudado para poder calmar el ardor de su garganta, incluso sintió frescura en la boca del estomago, eso le tranquilizó más de la cuenta, pero él era un hombre silencioso, disfrutaba de hablar consigo mismo, era analítico, metódico, incluso aunque no lo pareciera; la miró entonces por un largo rato, se percató que sus acciones la habían sonrojado, se sintió privilegiado de ver otro contraste en esas mejillas pecosas. Cerró los ojos, su rostro se movía como viendo al cielo, pero claro que los párpados bajos interrumpían la visión. No quiso verla más para no incomodarla, porque lo cierto es que deseaba seguir perdido en la imagen de enfrente, la mejor visión seguida de su madre que tanto amaba, la mejor visión hasta la fecha, eso era demasiado que decir.
- La temperatura no me afecta de la manera en que creo usted piensa, de hecho sólo me debilita, jamás he hablado incoherencias en mal estado, incluso la sinceridad se incrementa, no soy un mentiroso, me cree ¿verdad? - Volteó a mirarla, porque para él los gestos tenían mucho que ver en una comunicación, estos ayudaban a poder saber si lo que decía la otra persona era verdad o mentira, dependía del momento, claro, pero se convencía que en e contexto que se encontraban no había demasiada duda hacía donde iban las formas femeninas, descifrarla no era difícil ya que la doncella se notaba transparente, pero para él era una delicia.
Tulipe era como uno de esos dibujos que él podía hacer con carboncillo y pergamino, sólo podía representar la belleza física, la superficial, pero ella no era simplemente una cara bonita, se trataba de eso llamativo y perfecto que se notaba tenía un corazón, que de forma inevitable buscaba poder comprender, poder descubrir; ella era ese regalo de la vida que había llegado como la mejor sorpresa, la que tenía una envoltura fantástica pero que el interior deslumbraba.
¿Por qué veía tanta perfección con tan poco tiempo juntos? Pues claro, por el simple hecho de acercarse a un moribundo sin pedir nada a cambio y buscar salvarle la vida. ¿Cuántas veces se notaba a alguien de esa manera? Brandon comprendía claramente que la joven no tenía los ropajes más finos, pero tampoco los más maltrechos - como los suyos - más de una vez estuvo incluso necesitado de una hogaza de pan, acompañado de quienes lo tenían, de quienes eran de su misma clase, y jamás le voltearon si quiera a ver. Ella marcaba demasiado la diferencia; se percató de nuevo, que se estaba quedando en silencio, era momento de hablar. Demasiada reflexión por un momento.
- ¿Me está llamando negligente? - Abrió los ojos de forma sorpresiva - Vaya, me siento regañado, hace tanto tiempo que no me llamaban la atención de esa forma, me recuerda a mi madre, a mi santa madre - Le tomó de nuevo la mano, tiró un poco de ella, incluso la jaló más de la cuenta, era un bruto ¿qué podrían esperar al respecto? De esa forma pudo darle un beso en el dorso de la mano - Me hace revivir ese calor de un ser amado que se fue - Repitió, en su pecho se sentía algo que incluso le hizo sentir molestia en la garganta, la sensación de añoranza se intensifico, las ganas de derramar lagrimas también, pero aguardó, pero se detuvo, no lo hizo porque no deseaba preocuparla más. Suficiente con lo que hacía, entonces le soltó.
- No me moveré más de forma imprudente, lo prometo - Dejó sus brazos en el suelo frío matutino, estirados, de esa forma no corría el riesgo de acariciar sus mejillas, se notaba que era una chica de buena educación, cosa que él no tenía, ya que su vida salvaje era distinta, no se necesitaban tanto protocolo, instrucciones o reglas. - Le pido una disculpa desde ahora si me cree un imprudente, sé que lo soy, pero prometo no tener malas intenciones, mi señorita, yo jamás fui educado como se nota usted lo fue, por favor, no me juzgue, prometo que para nuestro próximo encuentro además de sano, seré más educado - Esa no era una promesa sólo hacía ella, sino también para el mismo, superarse como persona jamás le había interesado tanto.
- Lo es, mi mayor orgullo, era tan pequeño, sin embargo lo recuerdo todo, dicen que las personas llevaran hasta su edad más avanzada los mejores recuerdos de su vida, los míos son de mi infancia, yo creí en otro país, en otro continente ¿sabe de eso? ¿Ha escuchado? En ese continente las personas tenían otro color de piel, eran negros, y a pesar de ser diferente a ellos, mi madre me amaba, me educo, me encontró en la selva solo y desnutrido y me dio lo que pudo ¿Cómo no sentir orgullo de ese tiempo, de esa mujer? Seguramente usted tiene una madre, quien la convirtió en esa persona que tengo enfrente, debe sentir orgullosa de ella, usted es un ángel - Decirlo en voz alta no era tan difícil como él creía, además la franqueza era lo suyo.
Brandon sintió de nuevo las ganas de llorar, pero resistió, aquella muerte aunque quisiera olvidarla no podría, fue demasiado dolorosa para él.
- Mi madre está muerta, creyeron que me había robado y la mataron, frente a mi - Carraspeó, pero aunque ella le había pedido no moverse, él joven lo hizo, terco como el solo, imprudente como ninguno otro, se sentó, su espalda la recargó con la pared fría del callejón - La mataron, de la peor forma que usted podría imaginar pero comprendo que tengo un ángel que me acompaña, uno que me trajo a usted - Ánimo antes de tiempo, antes de que ella pudiera hacer un gesto de dolor, se notaba que la señorita se preocupaba por muchas cosas, por ejemplo, él que nada tenía que ver con ella; Brandon se abrazó a las piernas, ejercer esa presión le hacía sentir bien, quizás vomitar un par de veces más le ayudaría.
- Llegué a Paris porque aquellos agresores me trajeron, incluso llegué a vivir a una mansión, pero vendían niños ¿sabe? A mi nadie me compraba, un hombre de entrada edad lo hizo - Se empezó a reír - ¡Mire que cosas le cuento! - Negó - ¿Sabe algo? Usted no debería decir eso, que trabaja para los duques de Francia, podrían aprovecharse de eso, podrían lastimarla o incluso obligarla a llevarlos, a adentrarlos a esas casas inmensas, eso le costaría muy caro - Le aconsejó - No lo digo por mi, obviamente, pero debe tener cuidado, algunas imprudencias salen muy caras - Alzó una mano para quitarse el cabello enmarañado de la cara, ya lo tenía un poco largo, pero el dinero no le alcanzaba para cortárselo, era comer o tirar de ese fastidio de cabello, claro que prefería comer, además, él no asistía a esas grandes fiestas donde debía verse impecable, la apariencia valía poco.
- ¿Comprendió, señorita? - La miró sonriendo de medio lado - Pero si de algo puedo sentirme orgulloso, es que conozco a todos los pobres de Paris, y estará a salvo conmigo, no le tocaran ninguno pelo - Le aseguro. Brandon no la dejaría padecer, jamás la pondría en riesgo, nunca más estaría en peligro, si la joven se adentró a su vida, entonces era momento de hacerla permanecer en ella de forma indirecta, incluso directa, de la forma que fuera, pero mantenerla dentro, con bien, segura.
¿Su nuevo anhelo? Ver esos ojos celestiales cada día.
El clase baja sólo aprendió a confiar en el momento que conoció a su mejor amigo: Raoul. Un joven de edad más joven que le enseñó a como divertirse, sonreír sin necesidad de hablar, incluso le mostró que la vida misma no necesitaba demasiado alimento para poder ser feliz. Su pandilla, bendita ella, ahora su nueva familia, la más amada, la jamás olvidada, quienes no importaba si tenían o no dinero, su color, sus rasgos, simplemente eran ellos, cuidándose unos con los otros, dándose el amor que aquellos inhumanos jamás sabrán o tendrían.
Recordar todo eso le hacía sentirse extraño, porque jamás alguien se había acercado preocupado por su estado, le era tan surrealista que incluso se creía muerto, ¿y ese ella era un ángel? Quizás lo sería, ante sus ojos lo era, ese rostro pálido, esos cabellos largos, negros, esa boca rosácea, esa figura delicada, ¡y que decir de sus formas al moverse! Su dulce voz, su inocencia, la paz que irradiaba. Si, Tulipe, como ella decía que se llamaba, podría ser su ángel personal, las bendiciones venidas del cielo que él no creyó recibir, porque odiaba a ese Dios que lo había abandonado, pero ahora notaba que jamás se había alejado de su lado ¿De verdad una compañía de una desconocida le podría remover algunas creencias y también formas de comportarse? Probablemente era el estimulo que le hacía falta. El empuja que su madre le daba cuando se encontraba con vida.
Jamás en la vida el joven muerto de hambre se había referido a una desconocida de una forma así, ni siquiera en sus pensamientos. Que bizarro podría ser todo, en ese estado tan malo, con esas punzadas en el estomago, con la sensación de querer vomitar, con la probabilidad de caer desmayado; lo que él debería hacer era pensar en si mismo, en su recuperación, y sin embargo, la jovencita de las alas de ángel le robaba el pensamiento y el momento, porque no sólo era un sueño, o una imaginación, se trataba de una extraña realidad que le brindaba calidez dentro del pecho, la tranquilidad para poder calmar ese dolor que su estomago le inyectaba, ¿podía una persona ser la cura para todos los males? Aquello le causaba gracia, porque no lo creyó una posibilidad. La idea de contárselo a su hermano del alma podría parecer absurda, incluso acelerada, se burlaría de él, pero eso era lo de menos, porque a pesar de las palabras de molestia que el joven rubio pudiera otorgarle, le aconsejaría, le alentaría a tomar esa alegría que estaba experimentando.
El miserable se dio cuenta que se estaba comportando como un maleducado, el silencio no era indicado cuando una situación critica se encontraba, pero deseaba tener un poco de reflexión personal, además, a pesar de mostrarse “bien”, lo cierto es que se sentía débil, el agua le había ayudado para poder calmar el ardor de su garganta, incluso sintió frescura en la boca del estomago, eso le tranquilizó más de la cuenta, pero él era un hombre silencioso, disfrutaba de hablar consigo mismo, era analítico, metódico, incluso aunque no lo pareciera; la miró entonces por un largo rato, se percató que sus acciones la habían sonrojado, se sintió privilegiado de ver otro contraste en esas mejillas pecosas. Cerró los ojos, su rostro se movía como viendo al cielo, pero claro que los párpados bajos interrumpían la visión. No quiso verla más para no incomodarla, porque lo cierto es que deseaba seguir perdido en la imagen de enfrente, la mejor visión seguida de su madre que tanto amaba, la mejor visión hasta la fecha, eso era demasiado que decir.
- La temperatura no me afecta de la manera en que creo usted piensa, de hecho sólo me debilita, jamás he hablado incoherencias en mal estado, incluso la sinceridad se incrementa, no soy un mentiroso, me cree ¿verdad? - Volteó a mirarla, porque para él los gestos tenían mucho que ver en una comunicación, estos ayudaban a poder saber si lo que decía la otra persona era verdad o mentira, dependía del momento, claro, pero se convencía que en e contexto que se encontraban no había demasiada duda hacía donde iban las formas femeninas, descifrarla no era difícil ya que la doncella se notaba transparente, pero para él era una delicia.
Tulipe era como uno de esos dibujos que él podía hacer con carboncillo y pergamino, sólo podía representar la belleza física, la superficial, pero ella no era simplemente una cara bonita, se trataba de eso llamativo y perfecto que se notaba tenía un corazón, que de forma inevitable buscaba poder comprender, poder descubrir; ella era ese regalo de la vida que había llegado como la mejor sorpresa, la que tenía una envoltura fantástica pero que el interior deslumbraba.
¿Por qué veía tanta perfección con tan poco tiempo juntos? Pues claro, por el simple hecho de acercarse a un moribundo sin pedir nada a cambio y buscar salvarle la vida. ¿Cuántas veces se notaba a alguien de esa manera? Brandon comprendía claramente que la joven no tenía los ropajes más finos, pero tampoco los más maltrechos - como los suyos - más de una vez estuvo incluso necesitado de una hogaza de pan, acompañado de quienes lo tenían, de quienes eran de su misma clase, y jamás le voltearon si quiera a ver. Ella marcaba demasiado la diferencia; se percató de nuevo, que se estaba quedando en silencio, era momento de hablar. Demasiada reflexión por un momento.
- ¿Me está llamando negligente? - Abrió los ojos de forma sorpresiva - Vaya, me siento regañado, hace tanto tiempo que no me llamaban la atención de esa forma, me recuerda a mi madre, a mi santa madre - Le tomó de nuevo la mano, tiró un poco de ella, incluso la jaló más de la cuenta, era un bruto ¿qué podrían esperar al respecto? De esa forma pudo darle un beso en el dorso de la mano - Me hace revivir ese calor de un ser amado que se fue - Repitió, en su pecho se sentía algo que incluso le hizo sentir molestia en la garganta, la sensación de añoranza se intensifico, las ganas de derramar lagrimas también, pero aguardó, pero se detuvo, no lo hizo porque no deseaba preocuparla más. Suficiente con lo que hacía, entonces le soltó.
- No me moveré más de forma imprudente, lo prometo - Dejó sus brazos en el suelo frío matutino, estirados, de esa forma no corría el riesgo de acariciar sus mejillas, se notaba que era una chica de buena educación, cosa que él no tenía, ya que su vida salvaje era distinta, no se necesitaban tanto protocolo, instrucciones o reglas. - Le pido una disculpa desde ahora si me cree un imprudente, sé que lo soy, pero prometo no tener malas intenciones, mi señorita, yo jamás fui educado como se nota usted lo fue, por favor, no me juzgue, prometo que para nuestro próximo encuentro además de sano, seré más educado - Esa no era una promesa sólo hacía ella, sino también para el mismo, superarse como persona jamás le había interesado tanto.
- Lo es, mi mayor orgullo, era tan pequeño, sin embargo lo recuerdo todo, dicen que las personas llevaran hasta su edad más avanzada los mejores recuerdos de su vida, los míos son de mi infancia, yo creí en otro país, en otro continente ¿sabe de eso? ¿Ha escuchado? En ese continente las personas tenían otro color de piel, eran negros, y a pesar de ser diferente a ellos, mi madre me amaba, me educo, me encontró en la selva solo y desnutrido y me dio lo que pudo ¿Cómo no sentir orgullo de ese tiempo, de esa mujer? Seguramente usted tiene una madre, quien la convirtió en esa persona que tengo enfrente, debe sentir orgullosa de ella, usted es un ángel - Decirlo en voz alta no era tan difícil como él creía, además la franqueza era lo suyo.
Brandon sintió de nuevo las ganas de llorar, pero resistió, aquella muerte aunque quisiera olvidarla no podría, fue demasiado dolorosa para él.
- Mi madre está muerta, creyeron que me había robado y la mataron, frente a mi - Carraspeó, pero aunque ella le había pedido no moverse, él joven lo hizo, terco como el solo, imprudente como ninguno otro, se sentó, su espalda la recargó con la pared fría del callejón - La mataron, de la peor forma que usted podría imaginar pero comprendo que tengo un ángel que me acompaña, uno que me trajo a usted - Ánimo antes de tiempo, antes de que ella pudiera hacer un gesto de dolor, se notaba que la señorita se preocupaba por muchas cosas, por ejemplo, él que nada tenía que ver con ella; Brandon se abrazó a las piernas, ejercer esa presión le hacía sentir bien, quizás vomitar un par de veces más le ayudaría.
- Llegué a Paris porque aquellos agresores me trajeron, incluso llegué a vivir a una mansión, pero vendían niños ¿sabe? A mi nadie me compraba, un hombre de entrada edad lo hizo - Se empezó a reír - ¡Mire que cosas le cuento! - Negó - ¿Sabe algo? Usted no debería decir eso, que trabaja para los duques de Francia, podrían aprovecharse de eso, podrían lastimarla o incluso obligarla a llevarlos, a adentrarlos a esas casas inmensas, eso le costaría muy caro - Le aconsejó - No lo digo por mi, obviamente, pero debe tener cuidado, algunas imprudencias salen muy caras - Alzó una mano para quitarse el cabello enmarañado de la cara, ya lo tenía un poco largo, pero el dinero no le alcanzaba para cortárselo, era comer o tirar de ese fastidio de cabello, claro que prefería comer, además, él no asistía a esas grandes fiestas donde debía verse impecable, la apariencia valía poco.
- ¿Comprendió, señorita? - La miró sonriendo de medio lado - Pero si de algo puedo sentirme orgulloso, es que conozco a todos los pobres de Paris, y estará a salvo conmigo, no le tocaran ninguno pelo - Le aseguro. Brandon no la dejaría padecer, jamás la pondría en riesgo, nunca más estaría en peligro, si la joven se adentró a su vida, entonces era momento de hacerla permanecer en ella de forma indirecta, incluso directa, de la forma que fuera, pero mantenerla dentro, con bien, segura.
¿Su nuevo anhelo? Ver esos ojos celestiales cada día.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
En medio de todas sus dudas, miedos y preocupaciones, Tulipe buscaba en los ojos de Brandon algo que le dijera que estaba mintiendo o que sus lindas palabras no eran más que el reflejo de un estómago deshecho y de la hipertermia; seguramente así sería más fácil tranquilizar sus nervios para poder darle una mejor atención al vagabundo; seguramente así no tendría que enfrentar lo que él le decía, porque si bien se comportaba de manera atenta, la mansedumbre no era algo a lo que la criada estaba acostumbrada, y por lo mismo inconscientemente se ponía a la defensiva y se sonrojaba sin control alguno. ¿Cómo ir en contra de eso?
Más aún, le era complejo no sentirse cercana cuando él compartía con esa devoción el afecto que aún sentía por su madre, ese que manifestaba extrañar mucho más que la salud que no tenía. Para alguien normal, aquellos no eran más que los delirios de un errante infectado; para Tulipe, era el reflejo de lo que ella también sentía cuando veía el rostro de Lavande en todo lo que hacía y que se esmeraba por tapar con la mayor cantidad de trabajo y oraciones posible. Tal vez no era suficiente; tal vez lo único que podría aliviarla era sentir a su madre junto a ella, abrazarla y comprobar por ella misma que se encontraba a salvo. Podía ser que cuando por fin pudiera pagar un pasaje en ferrocarril a Amiens, fuese demasiado tarde.
Fue por eso que cuando Brandon besó su mano nuevamente, la joven, en vez de rechazar dicho gesto, se quedó viéndolo con empatía. Se sentía como si a través de aquel ósculo Brandon estuviera añorando a su madre, y Tulipe, a la vez, pensaba en la suya.
—¿Puedo decirle lo que siento al respecto? Verá… yo no creo que se haya ido a ninguna parte. —dijo con una sinceridad que pocas veces se permitía expresar, pero que el hombre de ojos honestos había suscitado— Es que la forma en que habla de ella hace sentir que está con usted y que sigue dándole su calor. Si no la tuviera presente, sí se hubiera marchado. Apuesto a que si pudiera ver a través de los ojos de Jesucristo, la vería a ella acariciando su cabeza para que se recupere pronto. Pero que no la veamos no quiere decir que no esté ahí, ¿cierto? De eso tratan la fe y la esperanza.
Que Ketu durmiera soñando que su madre estaba en el campo laborando, siguiendo un rebaño de vacas y que algún día él la seguiría, era lo que haría la ilusión en su corazón melancólico. Ahí, en medio de un día de verano, sin tapujos, cadenas o pieles, verían madre e hijo que solamente existía el alma y que lo demás era un mero espejismo. Fue así que sin quererlo, Brandon y Tulipe se conectaron en ese sutil contacto que terminó cuando la mano de la chica volvió a su espacio, pero el mensaje no se iría jamás.
—Tranquilo. No me prometa reflexión, ni siquiera que me recordará cuando la fiebre baje y pueda volver a ponerse de pié. Únicamente le pido que luche y se recupere. Con eso usted aliviará mis entrañas y yo me veré más que recompensada —dijo mientras volvía a mojar la tela que ya se había puesto tibia por el contacto con la frente caliente del varón.— S-Señor, le agradezco, pero yo no soy ningún ángel. Ángel debe ser el que me permitió encontrarlo a tiempo y me atrevo a decir que no se trata de nada menos que del amor de su madre. Es lo bueno de las cosas que no se pueden ver; la distancia no es asunto para ellas. Sé que ella tomó su mano para seguirlo a través de los mares que los llevaran a ambos fuera del continente hacia cualquier parte del mundo a la que usted la llevara. Es la manera en que une el querer.
Un aire triste se comenzó a respirar cuando Brandon reveló lo que ya la joven sospechaba, que la mujer que tanto alababa por su alma noble y caminar amoroso ya había emprendido su viaje al reino de los cielos, y de una manera casi tan horrible como el propio Jesús. La muerte casi siempre dejaba un sendero de dolor para quien todavía vivía cuando la sangre no había sido derramada, sino que salpicada en su rostro como una sentencia de desdicha interminable. Intentando disolver al nube de aflicción que estaba afectando a Brandon, esta vez fue Tulipe la incauta, reemplazando la tela remojada con su propia palma izquierda.
—Me pregunto qué es lo que lo está debilitando más; si el estómago o la tristeza. Espero que no sea pena, porque si lo es, no conozco brebaje alguno que pueda curarlo —pensaba la joven mientras se lamía el labio inferior de la compasión— Quisiera ayudarle, de alguna forma serle útil.
Y lo peor fue descubrir que Brandon sí tenía razones para morirse de pena aparte de las que ya le había contado a Tulipe acerca de su madre. Las cosas no mejoraron para Ketu luego de la partida de su progenitora. Incluso para alguien de clase baja, había tenido mala fortuna. A pesar de eso, supo esbozar una sonrisa al final de su relato, una sonrisa de verdad, no de esas que ella acostumbraba a dar para que los demás se quedaran tranquilos y no le preguntaran más respecto de sus preocupaciones. Tenía mucho que aprender de él. Podía ser que ella hubiera tenido un techo y familia estable a lo largo de su vida, pero aquel hombre estaba más avanzado que ella en varios aspectos. Incluso, le había prevenido acerca de decirle a otros que sus patrones eran los duques de Francia. Él se lo decía porque se sabía al revés y al derecho la ley de la calle y de la supervivencia del más fuerte
—O-Oh, p-pero ellos no conseguirían nada conmigo. No los guiaría a ninguna parte; porque no sería capaz de poner en peligro a una familia entera por alguien como yo, sin nadie más que su madre —mejor una mozuela con poco futuro que todo un nido con el mundo a sus pies— Sé que Dios me recompensaría en el cielo. Además, en estos casos es mejor recibir los maltratos de los malhechores que el castigo de los patrones, sobretodo del amo. La señora ya me ha advertido de lo caro que se pagan los errores.
La probabilidad de cometerlos se doblaba cuando había un niño tan joven de por medio, el tesoro de la familia. Y claro, los errores no podían evitarse de un modo absoluto, porque nadie los elegía, pero Tulipe había elegido pagar el castigo que recibiría por haber detenido su camino para ayudar a quien ahora le ofrecía su protección contra los que se ocultaban en los callejones. Las calles de París estaban tan pobladas que a la chica le costaba creerlo.
—¿S-Señor, pero qué cosas dice? Aún para alguien de un ofrecimiento tan dulce como el que acaba de hacer es una responsabilidad que no puede echarse sobre los hombros. No quisiera comprometer su relación con el resto de su gente; ellos son permanentes y yo estoy de paso por aquí. ¿Podría pensarlo de nuevo, cuando esté mejor? —le pedía mientras pasaba la tela mojada esta vez por las mejillas enrojecidas de Brandon.
No veía que el pronóstico mejorara para el vagabundo; la temperatura no bajaba y su color delataba la falta de atención a su condición de salud. No tenía medicamentos, no tenía conocimientos médicos más allá de los básicos, y estaba sola en su lucha contra la muerte, la cual susurraba su aliento helado en las orejas de Tulipe, haciéndole la competencia. Y la moza, lo único que podía hacer era seguir intentando bajar la temperatura y hacerle caso a sus instintos, los cuales le decían y le repetían tajantemente que no dejara a Brandon solo.
—Dios Santo, si me ayudas a salvarlo, juro acompañarlo en todos las caminos que emprenda hasta que ya no pueda peligrar más —rogó al cielo. Esperaba la respuesta. Dios quisiera que fuera favorable.
Más aún, le era complejo no sentirse cercana cuando él compartía con esa devoción el afecto que aún sentía por su madre, ese que manifestaba extrañar mucho más que la salud que no tenía. Para alguien normal, aquellos no eran más que los delirios de un errante infectado; para Tulipe, era el reflejo de lo que ella también sentía cuando veía el rostro de Lavande en todo lo que hacía y que se esmeraba por tapar con la mayor cantidad de trabajo y oraciones posible. Tal vez no era suficiente; tal vez lo único que podría aliviarla era sentir a su madre junto a ella, abrazarla y comprobar por ella misma que se encontraba a salvo. Podía ser que cuando por fin pudiera pagar un pasaje en ferrocarril a Amiens, fuese demasiado tarde.
Fue por eso que cuando Brandon besó su mano nuevamente, la joven, en vez de rechazar dicho gesto, se quedó viéndolo con empatía. Se sentía como si a través de aquel ósculo Brandon estuviera añorando a su madre, y Tulipe, a la vez, pensaba en la suya.
—¿Puedo decirle lo que siento al respecto? Verá… yo no creo que se haya ido a ninguna parte. —dijo con una sinceridad que pocas veces se permitía expresar, pero que el hombre de ojos honestos había suscitado— Es que la forma en que habla de ella hace sentir que está con usted y que sigue dándole su calor. Si no la tuviera presente, sí se hubiera marchado. Apuesto a que si pudiera ver a través de los ojos de Jesucristo, la vería a ella acariciando su cabeza para que se recupere pronto. Pero que no la veamos no quiere decir que no esté ahí, ¿cierto? De eso tratan la fe y la esperanza.
Que Ketu durmiera soñando que su madre estaba en el campo laborando, siguiendo un rebaño de vacas y que algún día él la seguiría, era lo que haría la ilusión en su corazón melancólico. Ahí, en medio de un día de verano, sin tapujos, cadenas o pieles, verían madre e hijo que solamente existía el alma y que lo demás era un mero espejismo. Fue así que sin quererlo, Brandon y Tulipe se conectaron en ese sutil contacto que terminó cuando la mano de la chica volvió a su espacio, pero el mensaje no se iría jamás.
—Tranquilo. No me prometa reflexión, ni siquiera que me recordará cuando la fiebre baje y pueda volver a ponerse de pié. Únicamente le pido que luche y se recupere. Con eso usted aliviará mis entrañas y yo me veré más que recompensada —dijo mientras volvía a mojar la tela que ya se había puesto tibia por el contacto con la frente caliente del varón.— S-Señor, le agradezco, pero yo no soy ningún ángel. Ángel debe ser el que me permitió encontrarlo a tiempo y me atrevo a decir que no se trata de nada menos que del amor de su madre. Es lo bueno de las cosas que no se pueden ver; la distancia no es asunto para ellas. Sé que ella tomó su mano para seguirlo a través de los mares que los llevaran a ambos fuera del continente hacia cualquier parte del mundo a la que usted la llevara. Es la manera en que une el querer.
Un aire triste se comenzó a respirar cuando Brandon reveló lo que ya la joven sospechaba, que la mujer que tanto alababa por su alma noble y caminar amoroso ya había emprendido su viaje al reino de los cielos, y de una manera casi tan horrible como el propio Jesús. La muerte casi siempre dejaba un sendero de dolor para quien todavía vivía cuando la sangre no había sido derramada, sino que salpicada en su rostro como una sentencia de desdicha interminable. Intentando disolver al nube de aflicción que estaba afectando a Brandon, esta vez fue Tulipe la incauta, reemplazando la tela remojada con su propia palma izquierda.
—Me pregunto qué es lo que lo está debilitando más; si el estómago o la tristeza. Espero que no sea pena, porque si lo es, no conozco brebaje alguno que pueda curarlo —pensaba la joven mientras se lamía el labio inferior de la compasión— Quisiera ayudarle, de alguna forma serle útil.
Y lo peor fue descubrir que Brandon sí tenía razones para morirse de pena aparte de las que ya le había contado a Tulipe acerca de su madre. Las cosas no mejoraron para Ketu luego de la partida de su progenitora. Incluso para alguien de clase baja, había tenido mala fortuna. A pesar de eso, supo esbozar una sonrisa al final de su relato, una sonrisa de verdad, no de esas que ella acostumbraba a dar para que los demás se quedaran tranquilos y no le preguntaran más respecto de sus preocupaciones. Tenía mucho que aprender de él. Podía ser que ella hubiera tenido un techo y familia estable a lo largo de su vida, pero aquel hombre estaba más avanzado que ella en varios aspectos. Incluso, le había prevenido acerca de decirle a otros que sus patrones eran los duques de Francia. Él se lo decía porque se sabía al revés y al derecho la ley de la calle y de la supervivencia del más fuerte
—O-Oh, p-pero ellos no conseguirían nada conmigo. No los guiaría a ninguna parte; porque no sería capaz de poner en peligro a una familia entera por alguien como yo, sin nadie más que su madre —mejor una mozuela con poco futuro que todo un nido con el mundo a sus pies— Sé que Dios me recompensaría en el cielo. Además, en estos casos es mejor recibir los maltratos de los malhechores que el castigo de los patrones, sobretodo del amo. La señora ya me ha advertido de lo caro que se pagan los errores.
La probabilidad de cometerlos se doblaba cuando había un niño tan joven de por medio, el tesoro de la familia. Y claro, los errores no podían evitarse de un modo absoluto, porque nadie los elegía, pero Tulipe había elegido pagar el castigo que recibiría por haber detenido su camino para ayudar a quien ahora le ofrecía su protección contra los que se ocultaban en los callejones. Las calles de París estaban tan pobladas que a la chica le costaba creerlo.
—¿S-Señor, pero qué cosas dice? Aún para alguien de un ofrecimiento tan dulce como el que acaba de hacer es una responsabilidad que no puede echarse sobre los hombros. No quisiera comprometer su relación con el resto de su gente; ellos son permanentes y yo estoy de paso por aquí. ¿Podría pensarlo de nuevo, cuando esté mejor? —le pedía mientras pasaba la tela mojada esta vez por las mejillas enrojecidas de Brandon.
No veía que el pronóstico mejorara para el vagabundo; la temperatura no bajaba y su color delataba la falta de atención a su condición de salud. No tenía medicamentos, no tenía conocimientos médicos más allá de los básicos, y estaba sola en su lucha contra la muerte, la cual susurraba su aliento helado en las orejas de Tulipe, haciéndole la competencia. Y la moza, lo único que podía hacer era seguir intentando bajar la temperatura y hacerle caso a sus instintos, los cuales le decían y le repetían tajantemente que no dejara a Brandon solo.
—Dios Santo, si me ayudas a salvarlo, juro acompañarlo en todos las caminos que emprenda hasta que ya no pueda peligrar más —rogó al cielo. Esperaba la respuesta. Dios quisiera que fuera favorable.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
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Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
El miserable guardó silencio. No es que fuera de muchas palabras, a menos que estuviera en confianza, con su mejor amigo, o acompañado de la señora que le daba empleo en el mercado. Aprendió a la mala que la carencia de dinero le privaba también de algunos derechos. Entre ellos, dejar salir sus pensamientos con la voz. A nadie le interesaba lo que un muerto de hambre tenía que decir. Incluso se les volteaba a ver más a las ratas que a él. Sin importar que tuviera un pene entre las piernas. Es que cuando no se tiene dinero, tus privilegios de varón no importan.
En ese momento no sólo estaba buscando su silencio, sino también él de ella. No le molestaba escuchar su voz, por el contrario, pero Ketu estaba buscando tener una reflexión personal a base de lo que ella decía. Su corazón estaba acelerado, y no precisamente por su enfermedad. Cada palabra proveniente de los labios de su ángel le calaba hondo. Por un lado algunas heridas se sanaban, pero por otro lado le ardían un poco más. Era tan contradictorio que se sentía confundido. Con ganas de salir corriendo para que ella no lograra seguir poniéndolo nervioso.
La idea de que su madre no se hubiera ido del todo lo hizo darse cuenta que las ganas de vivir incrementaban, porque si, aunque él lo negara más de mil veces, en su interior si deseaba que su vida terminara. No por cobarde, más bien por no tener razones por las cuales luchar. Eso era triste; cuando era pequeño, Ketu siempre le decía a su madre que al volverse mayor lograría que dejara de trabajar, le contaba relatos dónde él llevaba el alimento a la casa. Dado que vivían en medio de la nada, siempre recalcaba que cazaría al animal más grande para poderlo hacer estofado y comer como los reyes. Inocente a fin de cuentas, pero con todas las ganas de volver realidad su imaginación. Su madre, tan buena siempre, todo le creía, incluso le ayudaba a soñar más alto, con una esposa, con hijos. Todos sus sueños se quebraron o escondieron cuando ella murió. Ya no habían motivos. ¿Para que vivir?
Hasta ese momento, Ketu sabía que sobrevivía, pero no vivía. Que si se levantaba día a día era por mera inercia. Agradecía los momentos de alegría que sus amigos le brindaban, más Raoul, que le enseñó de nuevo que la familia la podía encontrar incluso entre callejones. Sonrió. ¡Ahí tenía enfrente los motivos! Su mejor amigo, su pandilla, y ahora aquella muchacha que tenía enfrente; con cuidado abrió uno de los ojos, intentó ser lo más disimulado posible para que ella no notara que la veía. Cuando las mujeres se siente observadas se cohiben, o al menos las que tienen un poco de pudor y respeto propio. Lo poco que veía ahora de Tulipe es que era de esas flores extrañas que era casi imposible de encontrar. En su pecho, las chispas de calor que creía existían se volvieron brasas dispuestas a quemar todo a su paso. ¿Cómo era posible? Él no lo sabía, de lo que sí estaba seguro, es que ella era ni más ni menos que la culpable. Jamás se lo diría, no buscaría hacerle sentir mal, porque seguramente la joven vería lo malo, no lo bueno de eso, además que él era muy torpe para expresarse.
¿Por qué las mujeres eran así? Aquello era una de las cosas que más deseaba entender. Si se les hacía un buen comentario, creían que les mentías para ganar algo, sino hacías el comentario, creían que eras un tonto por no notarlo. Si les dabas la vida misma, se volvían inalcanzables. El chiste es que no las tenías contentas. Nunca tuvo mucho trato con las féminas con excepción a su madre y otras de la pandilla, aunque las que vivían en la calle con sus demás compañeros varones eran poco femeninas, un mero metido de supervivencia, porque así las confundían con hombres (en el caso que se vistieran como tales), y corrían menos riesgos de violación.
- Entonces… - Se atrevió a romper el silencio. Su par de ojos ya se encontraban bien abiertos, se podría decir que le atraía demasiado lo que veía. Brandon no es que fuera un hombre sin apetito sexual o que sintiera poca atracción por las mujeres, por el contrario. Siempre las vio como la creación más hermosa, pero desde su llegada a Paris había tenido grandes resbalones. La primera vez que se fijó en alguien lo humilló tanto que el vació en su interior fue grande y dejó de dibujar por algunas semanas. Se juró que tomaría un espacio. Además, debe reconocer que detesta la manera en que algunos hombres se refieren a las señoritas. Cómo si fueran un trozo de carne. Su madre otras enseñanzas le había dado, otro tipo de trato le había otorgado, si él se volvía un patán como ellos, entonces estaría manchando la memoria de esa mujer que tanto se esmeró por hacerlo un hombre de bien - Quiere decir… ¿qué mi madre sigue conmigo? - En ese momento una pequeña brisa golpeó sus mejillas. ¡Ahí estaba! Esa era la señal. ¡Si madre seguía ahí!
El corazón del hombre se aceleró tanto que su cuerpo se movió con rapidez, se sentó sin importar los dolores de la barriga. Esa suave brisa fue como el cálido abrazo que se necesita al despertar. Revivía a cada instante más. ¿Por qué ella había tardado tanto en llegar? ¿Dios lo había castigado por haberlo negado? Seguramente, aunque Dios no castigaba según su madre, era tan bueno que todo lo perdonaba.Por qué tardó entonces ella en llegar? Hizo una mueca y la miró con reproche.
- Me va a decir loco, aunque probablemente lo esté tomando en cuenta mi condición, pero le juro, le juro que las cosas que salen de mi corazón - Colocó la mano a la altura del pecho del lado izquierdo, dónde decían que estaba ese aparto que bombeaba sangre - Usted es una bendición - Fue lo primero que se le ocurrió decir, más bien, ni siquiera se le ocurrió, simplemente lo dejó salir. - Cuando mi madre murió yo creí que me había abandonado, me sentía tan mal, y debo confesarle que no sentía que hubiera motivos para vivir, señorita - Suspiró con pesadez, con la melancolía que se le estaba esfumando - Pero usted me ha abierto los ojos ¿no le parece gracioso? Una desconocida me abrió los ojos y ahora es parte de mis motivos - ¿Ella entendería que ahora él se sentía bendecido con tenerla? ¿Entendería que ahora no podría olvidarla, y que deseaba ya verla al día siguiente?
- ¿Sabe? A veces no hay nada que pensar, mi gente por eso es MI gente - Bromeó un poco - Nos respaldamos y respetamos en las buenas y en las malas. Si yo les digo que deben cuidarla, lo harán sin cuestionarlo. - Eso era verdad, aunque ya se imaginaba a Raoul con cada de “¿Lo dices en serio? ¿Una mujer?”. La idea le arrancó una sonrisa. Volvió a estirar su mano para tomar la femenina y juguetear un poco con sus dedos, la otra seguía presionando su abdomen, de esa forma aliviaba el dolor - Yo no tengo dinero, tampoco comida, mucho menos ropa que ofrecerle, ni un techo, como lo ha notado, pero lo que si puedo brindarle es protección, por eso no me niegue lo único que puedo darle, aparte de mi afecto claro - Le apretó la mano con torpeza, con cierta rudeza.
- Ahora debes decirme donde vives - Antes de que ella pudiera mal pensar, o reaccionar mal, negó. - Por favor, no pienses que iré a robar, tampoco a querer hacer disturbios, es para cuidarte, para vigilar cuando salgas y poder acompañarte - ¿Ella entendería? Era cierto, Brandon acababa de mostrarse como un enfermo acosador, pero lejos estaba de eso. Sus intenciones eran buenas, pero ¿para que mentir? También habían dobles intenciones en ellas. ¿Cuál era la otra? Fácil, el deseo de poder tenerla cerca, el intentar convivir un poco más, él saber que su ángel sería suyo, solamente suyo. Porque si, se estaba convirtiendo en un egoísta por primera vez en su vida. El pan era fácil de dar, pero ¿a ella? Jamás.
Era terco ¿para que mentir? Si Tulipe le permitía seguir en vida tendría que lidiar con eso. Debía entender que su naturaleza era salvaje, disfrutando siempre de la libertad. Nunca supo demasiadas reglas, las pocas que le impartió su madre estaba relacionadas con el hogar, uno que se encontraba en medio de la nada. Se puso de pie sin siquiera titubear, pero no le soltó la mano, por el contrario, la hizo ponerse de pie. Por un momento él creyó que ella sería capaz de volver a buscarle en sus tiempos libres, y por eso la guió fuera del callejón, pero procuró que la sombra le hiciera compañía, no deseaba que ni él sol la llegara a lastimar.
- Te llevaré a un buen lugar - ¿Y si ella se negaba? Brandon comenzó a reírse del necio, jamás nunca se había puesto tan negativo en compañía de alguien, quizás porque ese alguien no era su ángel. Que distinto era todo ahora con una compañía. Cuando iba por los callejones con Raoul, no sentía esa necesidad de estar siempre alerta por si llegaba a tropezar. Con su mejor amigo se sentía libre de andar sin problemas. No tenía porque defenderlo, ya que él sólo podía hacerlo, aunque si alguien deseaba lastimarlo, por supuesto que lo haría, y que fuera despreocupado no quería decir que lo dejaría a la deriva, sin embargo, con Tulipe era distinto, a cada paso que daban, el miserable sentía que se podía romper, y eso si le daba miedo. Una ilusión ella podía ser, una imagen desesperada de la compañía perfecta antes de su lecho de muerte.
Él no iba a morir, al menos no ese día, y menos con aquella compañía, no le dejaría un mal sabor de boca a su realidad. Ella lo era, ahoya su presente. ¿Y por qué no? Su futuro.
Caminaron con tranquilidad, aunque Brandon recordó a medio camino la canasta de cosas que llevaba la moza. Con torpeza pero también demostrando su agilidad en las calles volvió por las cosas, y después llegó de vuelta con ella. Cuando era pequeño su madre le decía que a las mujeres les gustaban las flores. ¿A ella e gustarían? Esperaba que si. Fue por eso que la llevó por un camino que estaba casi a un metro del río, cuando creyeron tocar pared la hizo andar hacía la izquierda, y luego la metió hacía la derecha, entre unos arbustos.
- A mi madre le gustaban mucho los tulipanes - Le sonrió sin soltarle la mano, y tampoco la canasta de cosas - Me costó mucho trabajo poder hacerlo, pero pude sembrar algunos, decían que esas plantas no son de nuestra región y sería imposible, pero ya ves, nada es imposible - Frente a ellos había un cuadro con más de una docena de tulipanes. Todos habían sido plantados y cuidados por él. - Si te gustan, puedo dejar que te lleves un par, podrías decirle a tu patrona que son para ellas, pero sabrás la realidad, son tuyas, así nadie dirá nada del porqué llevas flores a casa - Si, él bien que sabía decir mentiras piadosas, en la calle se aprendía de todo.
En ese momento no sólo estaba buscando su silencio, sino también él de ella. No le molestaba escuchar su voz, por el contrario, pero Ketu estaba buscando tener una reflexión personal a base de lo que ella decía. Su corazón estaba acelerado, y no precisamente por su enfermedad. Cada palabra proveniente de los labios de su ángel le calaba hondo. Por un lado algunas heridas se sanaban, pero por otro lado le ardían un poco más. Era tan contradictorio que se sentía confundido. Con ganas de salir corriendo para que ella no lograra seguir poniéndolo nervioso.
La idea de que su madre no se hubiera ido del todo lo hizo darse cuenta que las ganas de vivir incrementaban, porque si, aunque él lo negara más de mil veces, en su interior si deseaba que su vida terminara. No por cobarde, más bien por no tener razones por las cuales luchar. Eso era triste; cuando era pequeño, Ketu siempre le decía a su madre que al volverse mayor lograría que dejara de trabajar, le contaba relatos dónde él llevaba el alimento a la casa. Dado que vivían en medio de la nada, siempre recalcaba que cazaría al animal más grande para poderlo hacer estofado y comer como los reyes. Inocente a fin de cuentas, pero con todas las ganas de volver realidad su imaginación. Su madre, tan buena siempre, todo le creía, incluso le ayudaba a soñar más alto, con una esposa, con hijos. Todos sus sueños se quebraron o escondieron cuando ella murió. Ya no habían motivos. ¿Para que vivir?
Hasta ese momento, Ketu sabía que sobrevivía, pero no vivía. Que si se levantaba día a día era por mera inercia. Agradecía los momentos de alegría que sus amigos le brindaban, más Raoul, que le enseñó de nuevo que la familia la podía encontrar incluso entre callejones. Sonrió. ¡Ahí tenía enfrente los motivos! Su mejor amigo, su pandilla, y ahora aquella muchacha que tenía enfrente; con cuidado abrió uno de los ojos, intentó ser lo más disimulado posible para que ella no notara que la veía. Cuando las mujeres se siente observadas se cohiben, o al menos las que tienen un poco de pudor y respeto propio. Lo poco que veía ahora de Tulipe es que era de esas flores extrañas que era casi imposible de encontrar. En su pecho, las chispas de calor que creía existían se volvieron brasas dispuestas a quemar todo a su paso. ¿Cómo era posible? Él no lo sabía, de lo que sí estaba seguro, es que ella era ni más ni menos que la culpable. Jamás se lo diría, no buscaría hacerle sentir mal, porque seguramente la joven vería lo malo, no lo bueno de eso, además que él era muy torpe para expresarse.
¿Por qué las mujeres eran así? Aquello era una de las cosas que más deseaba entender. Si se les hacía un buen comentario, creían que les mentías para ganar algo, sino hacías el comentario, creían que eras un tonto por no notarlo. Si les dabas la vida misma, se volvían inalcanzables. El chiste es que no las tenías contentas. Nunca tuvo mucho trato con las féminas con excepción a su madre y otras de la pandilla, aunque las que vivían en la calle con sus demás compañeros varones eran poco femeninas, un mero metido de supervivencia, porque así las confundían con hombres (en el caso que se vistieran como tales), y corrían menos riesgos de violación.
- Entonces… - Se atrevió a romper el silencio. Su par de ojos ya se encontraban bien abiertos, se podría decir que le atraía demasiado lo que veía. Brandon no es que fuera un hombre sin apetito sexual o que sintiera poca atracción por las mujeres, por el contrario. Siempre las vio como la creación más hermosa, pero desde su llegada a Paris había tenido grandes resbalones. La primera vez que se fijó en alguien lo humilló tanto que el vació en su interior fue grande y dejó de dibujar por algunas semanas. Se juró que tomaría un espacio. Además, debe reconocer que detesta la manera en que algunos hombres se refieren a las señoritas. Cómo si fueran un trozo de carne. Su madre otras enseñanzas le había dado, otro tipo de trato le había otorgado, si él se volvía un patán como ellos, entonces estaría manchando la memoria de esa mujer que tanto se esmeró por hacerlo un hombre de bien - Quiere decir… ¿qué mi madre sigue conmigo? - En ese momento una pequeña brisa golpeó sus mejillas. ¡Ahí estaba! Esa era la señal. ¡Si madre seguía ahí!
El corazón del hombre se aceleró tanto que su cuerpo se movió con rapidez, se sentó sin importar los dolores de la barriga. Esa suave brisa fue como el cálido abrazo que se necesita al despertar. Revivía a cada instante más. ¿Por qué ella había tardado tanto en llegar? ¿Dios lo había castigado por haberlo negado? Seguramente, aunque Dios no castigaba según su madre, era tan bueno que todo lo perdonaba.Por qué tardó entonces ella en llegar? Hizo una mueca y la miró con reproche.
- Me va a decir loco, aunque probablemente lo esté tomando en cuenta mi condición, pero le juro, le juro que las cosas que salen de mi corazón - Colocó la mano a la altura del pecho del lado izquierdo, dónde decían que estaba ese aparto que bombeaba sangre - Usted es una bendición - Fue lo primero que se le ocurrió decir, más bien, ni siquiera se le ocurrió, simplemente lo dejó salir. - Cuando mi madre murió yo creí que me había abandonado, me sentía tan mal, y debo confesarle que no sentía que hubiera motivos para vivir, señorita - Suspiró con pesadez, con la melancolía que se le estaba esfumando - Pero usted me ha abierto los ojos ¿no le parece gracioso? Una desconocida me abrió los ojos y ahora es parte de mis motivos - ¿Ella entendería que ahora él se sentía bendecido con tenerla? ¿Entendería que ahora no podría olvidarla, y que deseaba ya verla al día siguiente?
- ¿Sabe? A veces no hay nada que pensar, mi gente por eso es MI gente - Bromeó un poco - Nos respaldamos y respetamos en las buenas y en las malas. Si yo les digo que deben cuidarla, lo harán sin cuestionarlo. - Eso era verdad, aunque ya se imaginaba a Raoul con cada de “¿Lo dices en serio? ¿Una mujer?”. La idea le arrancó una sonrisa. Volvió a estirar su mano para tomar la femenina y juguetear un poco con sus dedos, la otra seguía presionando su abdomen, de esa forma aliviaba el dolor - Yo no tengo dinero, tampoco comida, mucho menos ropa que ofrecerle, ni un techo, como lo ha notado, pero lo que si puedo brindarle es protección, por eso no me niegue lo único que puedo darle, aparte de mi afecto claro - Le apretó la mano con torpeza, con cierta rudeza.
- Ahora debes decirme donde vives - Antes de que ella pudiera mal pensar, o reaccionar mal, negó. - Por favor, no pienses que iré a robar, tampoco a querer hacer disturbios, es para cuidarte, para vigilar cuando salgas y poder acompañarte - ¿Ella entendería? Era cierto, Brandon acababa de mostrarse como un enfermo acosador, pero lejos estaba de eso. Sus intenciones eran buenas, pero ¿para que mentir? También habían dobles intenciones en ellas. ¿Cuál era la otra? Fácil, el deseo de poder tenerla cerca, el intentar convivir un poco más, él saber que su ángel sería suyo, solamente suyo. Porque si, se estaba convirtiendo en un egoísta por primera vez en su vida. El pan era fácil de dar, pero ¿a ella? Jamás.
Era terco ¿para que mentir? Si Tulipe le permitía seguir en vida tendría que lidiar con eso. Debía entender que su naturaleza era salvaje, disfrutando siempre de la libertad. Nunca supo demasiadas reglas, las pocas que le impartió su madre estaba relacionadas con el hogar, uno que se encontraba en medio de la nada. Se puso de pie sin siquiera titubear, pero no le soltó la mano, por el contrario, la hizo ponerse de pie. Por un momento él creyó que ella sería capaz de volver a buscarle en sus tiempos libres, y por eso la guió fuera del callejón, pero procuró que la sombra le hiciera compañía, no deseaba que ni él sol la llegara a lastimar.
- Te llevaré a un buen lugar - ¿Y si ella se negaba? Brandon comenzó a reírse del necio, jamás nunca se había puesto tan negativo en compañía de alguien, quizás porque ese alguien no era su ángel. Que distinto era todo ahora con una compañía. Cuando iba por los callejones con Raoul, no sentía esa necesidad de estar siempre alerta por si llegaba a tropezar. Con su mejor amigo se sentía libre de andar sin problemas. No tenía porque defenderlo, ya que él sólo podía hacerlo, aunque si alguien deseaba lastimarlo, por supuesto que lo haría, y que fuera despreocupado no quería decir que lo dejaría a la deriva, sin embargo, con Tulipe era distinto, a cada paso que daban, el miserable sentía que se podía romper, y eso si le daba miedo. Una ilusión ella podía ser, una imagen desesperada de la compañía perfecta antes de su lecho de muerte.
Él no iba a morir, al menos no ese día, y menos con aquella compañía, no le dejaría un mal sabor de boca a su realidad. Ella lo era, ahoya su presente. ¿Y por qué no? Su futuro.
Caminaron con tranquilidad, aunque Brandon recordó a medio camino la canasta de cosas que llevaba la moza. Con torpeza pero también demostrando su agilidad en las calles volvió por las cosas, y después llegó de vuelta con ella. Cuando era pequeño su madre le decía que a las mujeres les gustaban las flores. ¿A ella e gustarían? Esperaba que si. Fue por eso que la llevó por un camino que estaba casi a un metro del río, cuando creyeron tocar pared la hizo andar hacía la izquierda, y luego la metió hacía la derecha, entre unos arbustos.
- A mi madre le gustaban mucho los tulipanes - Le sonrió sin soltarle la mano, y tampoco la canasta de cosas - Me costó mucho trabajo poder hacerlo, pero pude sembrar algunos, decían que esas plantas no son de nuestra región y sería imposible, pero ya ves, nada es imposible - Frente a ellos había un cuadro con más de una docena de tulipanes. Todos habían sido plantados y cuidados por él. - Si te gustan, puedo dejar que te lleves un par, podrías decirle a tu patrona que son para ellas, pero sabrás la realidad, son tuyas, así nadie dirá nada del porqué llevas flores a casa - Si, él bien que sabía decir mentiras piadosas, en la calle se aprendía de todo.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Existían ocasiones, complejas de darse, pero no imposibles, en las que hasta la coraza más rígida abría una pequeña apertura para que las palabras salidas del corazón pudieran entrar. En este caso, lo que el vértigo era en el cuerpo eran las sinceras frases de Brandon en Tulipe. Se quedaba sin palabras, porque su cabeza se quedaba en blanco, pero así y todo algo hablaba dentro de ella cuya voz era minúscula, pero persistente. Sin embargo, la sirvienta era igual de testaruda que esa sensación de temeroso bienestar que se estaba empezando a acumular en su pecho. Después de todo, la timidez no era más que el producto de un potente deseo acompañado del temor de no verlo realizado. ¿Qué estaba ella ilusionando que provocara tal pavor? Podía ser, aunque sus entretelas no se atrevieran a asumirlo, que estuviera ansiando que aquello continuara, fuese lo que fuese.
Aunque en parte se sintiera encantada con lo que aquel hombre le ofrecía, por otro lado huía de pensar en ello. La sobreprotección de su madre para con ella había tenido más estragos de los que ella misma imaginaba. Padre no había tenido, figura masculina tampoco, ni siquiera un mal ejemplo. Y de pronto aparecía él y le decía todas esas cosas. ¿Qué pensar si se le había enseñado que debía alejarse de ello porque aprovecharse de alguien como ella era sencillo? Ni hablar de las dificultades que había pasado Lavande por empeñar su corazón. Tenía todas las señales para frenar la situación, tomar su canasto, y devolverse a la mansión lo más rápido que los palillos que tenía de piernas le permitieran. Todo se lo indicaba, excepto él. Él se estaba volviendo una razón muy fuerte para permanecer allí.
El vagabundo tenía razón en algo. A veces no había nada que pensar.
—Tal vez debería aprender a hacer eso que usted sabe hacer. Lo siento, no era mi intención menospreciar la protección que quiere brindarme. Lo que pasa es que todo es confuso para mí. Intento reflexionar al respecto para intentar librarme de las dudas, pero… se vuelve peor. P-Puede sonarle ridículo, pero no sé vivir de otra manera. —se apegó al crucifijo en su pecho ayudada de la mano que tenía libre. Quería ser valiente como Jesucristo, pero no recordaba sermón alguno que hablase de los sentimientos producidos por la maravillosa obra del azar. Estaba con las manos vacías, justo las que se necesitaban para recibir— ¿Su… afecto? Pero es que no puedo aceptar que de tanto de sí, señor. Sólo recupérese bien, por favor. Si lo hiciera, le prometo que me dará todo lo que necesito.
Era posible que Tulipe estuviera haciendo lo más inteligente, porque el primer suspiro que por él soltara, sería también el último de su razón. ¿Estaba Brandon en su sano juicio? Por la temperatura de su mano, la joven deducía que sí. La fiebre, aunque dura, daba sus primeros signos de estar cediendo. Siendo así, podía confiar un poco más en lo que estaba escuchando y no tanto en lo que su mente atrapada estaba viendo. Oía ideas completamente decididas y arriesgadas que prometían salvaguardarla de cualquier peligro, lo cual resultaba cosa rara para alguien a quien solamente le habían jurado a viva voz castigos más fuertes, pero esta vez quería creer en ello, en la pequeña locura y gran curiosidad que significaba seguir la mano del indigente. Algo le decía que no se trataba de una persona deshonesta, pero ese no era el problema.
—P-Pero señor, es fácil imaginar que no tengo techo propio. Si no fuera porque trabajo para los Duques, no tendría dónde dormir. En la mansión la seguridad es muy estricta y no quisiera que lo expulsaran de allí, porque sé que no le pedirán permiso para utilizar la violencia. —se ponía tensa de solo pensarlo. A la señora no le gustaba que los extraños se pasearan cerca de su hogar, porque protegía como elefanta a su retoño— Incluso esperar en el camino es complicado. Por poco quedé bajo las patas de un caballo cuando llegué por vez primera a esas tierras dominadas por nobles. Sé que no les tiritaría la mano si quisieran deshacerse de alguien como nosotros.
Bajó la cabeza buscando que él lo comprendiera, que no quería ponerlo en peligro, pero ella no sabía que si había alguien más tozudo que ella, ése era Brandon, y él ya había decidido que no la soltaría ni en el sentido más literal de la palabra. Tenía los ojos casi cerrados cuando el varón repentinamente se puso de pié mientras la impulsaba a hacer lo mismo con la mano que mantenía sujeta a la de ella.
—¿Pero qué? No se levante, se lo ruego —pidió inútilmente al mismo tiempo que el mozo la guiaba fuera del callejón con un esfuerzo que ella no terminaba de comprender.— La fiebre se ha retirado un poco, pero continúa ahí. No la tiente, o al menos dígame adónde vamos.
Un buen lugar. Sólo eso debía saber. Eso y la risa contagiosa de quien la guiaba de la mano. Tulipe ya no estaba viendo el camino, sino el contacto físico de los dos. Estaba segura de que si su mamá la viese, pegaría el grito en el cielo. Todavía podían verlos los demás criados de la mansión, las bocas más flojas de París para divulgar los últimos chismes. Apenas conocía a ese hombres y ya la tomaba de la mano; eso estaba reservado para prometidos y esposos, pero no era capaz de solicitarle que ambos mantuvieran sus manos a los lados, ni en el tono más cordial que su garganta pudiera pronunciar.
Aún con el corazón agitado, Tulipe lo seguía. Veía que se alejaban del empedrado, de la ciudad, del bullicio, de las multitudes. ¿Eso era bueno? Su instinto de supervivencia clamaba que pillara un momento en que Brandon se encontrase distraído para escabullirse y correr con todas sus energías de vuelta a la civilización, pero ella intentaba callarlo recriminándose a sí misma que no podía pretender estar todo el tiempo a la defensiva. Encerrarse en la mansión de los patrones podía darle seguridad, pero si abusaba de ella se le olvidaría hasta cómo respirar.
Se abrieron paso entre unos arbustos, provocando que la sangre de la muchacha se helara en su garganta ¿Y si todo resultaba ser una trampa? ¿Por qué no podía ser un engaño? Estaban solos, después de todo, y no había nada que le impidiera a Brandon, con ese cuerpo fornido y trabajado, hacer de la situación lo que le diera la gana. Tulipe conocía sus limitaciones, que eran muchas. ¿Por qué otro no podía notarlas también?
—Este debe ser el fin —suspiró apretando un poco más el agarre entre las dos manos antes de cerrar sus ojos con fuerza.— Perdóname, madre. Debí ser más cuidadosa.
De pronto, un aroma conocido se coló por los orificios nasales de la chica. Entonces no estaba muerta. Tampoco olía como si estuviera en un lugar lúgubre, de esos en donde se llevaba a la gente secuestrada mientras esperaban un rescate. Se atrevió a abrir un ojo, captando de inmediato la luz. Abrió el segundo y por fin lo vio: tulipanes en pleno campo. Se parecían a los que se sembraban en Amiens para los perfumistas cada año. No tenían la alineación cuya técnica se enseñaba de donde ella provenía, pero su color resplandecía con el sol y la turgencia de las hojas estaba impecable. ¿Podía pedir algo más?
Se rió de sí misma, sintiéndose tonta por haber desconfiado. Ahora podía sentirse en paz. El sentido común le dijo que si Brandon hubiese querido hacerle algo, ya lo hubiera hecho.
—Usted… ¿me permitiría? —se mordió el labio inferior. No sabía qué decir. Sólo sentía gratitud dentro de sí. De pronto se sentía en Amiens otra vez. Soltando la mano del varón, se hincó para comprobar con sus propios ojos que no estaba viendo alucinaciones y sonrió al darse cuenta de que aquel escenario era real— Qué hermosos, ¿no le parecen? Sé que a mi ama le gustarían, pero si los tomara, dejarían de acompañarlo a usted. Alguien tiene que cerciorarse de que su salud no decaiga.
Volviendo a ponerse de pié, Tulipe se dio permiso para mirar fijamente a Brandon a los ojos por unos instantes. Era una mirada con un toque de suplicio, acompañada del baile que había iniciado en sus manos. Tenía una petición algo inusual.
—Perdóneme. Si no le importa, quisiera recordar lo que se siente.
Con la delicadeza que la caracterizaba, la sirvienta se acercó al suelo e inmediatamente se acostó de espaldas, ubicando su cabeza junto a las flores. Por unos segundos, le pareció observar las suaves lomas de Amiens bordeando el horizonte, como con cada atardecer. No estaba ahí físicamente, pero sentirse con la seguridad suficiente como para no temer a su masculino acompañante hacía que flotaran los sentimientos de añoranza que llevaba debajo. La tierra, la gente, la cultura eran algo tan fuerte que ni las oportunidades de París borraban la sensación de pertenencia. Viviría en la capital el resto de sus días y allí se quedarían sus huesos, lo presentía, pero su alma sólo encontraría la paz en los prados de su tierra natal.
Cerró sus ojos con suavidad, respirando profundamente esa brisa aromatizada que llegaba a sus sentidos como una bendición. Así había llegado Brandon, dichoso y vigoroso.
—Gracias… —susurró.
Aunque en parte se sintiera encantada con lo que aquel hombre le ofrecía, por otro lado huía de pensar en ello. La sobreprotección de su madre para con ella había tenido más estragos de los que ella misma imaginaba. Padre no había tenido, figura masculina tampoco, ni siquiera un mal ejemplo. Y de pronto aparecía él y le decía todas esas cosas. ¿Qué pensar si se le había enseñado que debía alejarse de ello porque aprovecharse de alguien como ella era sencillo? Ni hablar de las dificultades que había pasado Lavande por empeñar su corazón. Tenía todas las señales para frenar la situación, tomar su canasto, y devolverse a la mansión lo más rápido que los palillos que tenía de piernas le permitieran. Todo se lo indicaba, excepto él. Él se estaba volviendo una razón muy fuerte para permanecer allí.
El vagabundo tenía razón en algo. A veces no había nada que pensar.
—Tal vez debería aprender a hacer eso que usted sabe hacer. Lo siento, no era mi intención menospreciar la protección que quiere brindarme. Lo que pasa es que todo es confuso para mí. Intento reflexionar al respecto para intentar librarme de las dudas, pero… se vuelve peor. P-Puede sonarle ridículo, pero no sé vivir de otra manera. —se apegó al crucifijo en su pecho ayudada de la mano que tenía libre. Quería ser valiente como Jesucristo, pero no recordaba sermón alguno que hablase de los sentimientos producidos por la maravillosa obra del azar. Estaba con las manos vacías, justo las que se necesitaban para recibir— ¿Su… afecto? Pero es que no puedo aceptar que de tanto de sí, señor. Sólo recupérese bien, por favor. Si lo hiciera, le prometo que me dará todo lo que necesito.
Era posible que Tulipe estuviera haciendo lo más inteligente, porque el primer suspiro que por él soltara, sería también el último de su razón. ¿Estaba Brandon en su sano juicio? Por la temperatura de su mano, la joven deducía que sí. La fiebre, aunque dura, daba sus primeros signos de estar cediendo. Siendo así, podía confiar un poco más en lo que estaba escuchando y no tanto en lo que su mente atrapada estaba viendo. Oía ideas completamente decididas y arriesgadas que prometían salvaguardarla de cualquier peligro, lo cual resultaba cosa rara para alguien a quien solamente le habían jurado a viva voz castigos más fuertes, pero esta vez quería creer en ello, en la pequeña locura y gran curiosidad que significaba seguir la mano del indigente. Algo le decía que no se trataba de una persona deshonesta, pero ese no era el problema.
—P-Pero señor, es fácil imaginar que no tengo techo propio. Si no fuera porque trabajo para los Duques, no tendría dónde dormir. En la mansión la seguridad es muy estricta y no quisiera que lo expulsaran de allí, porque sé que no le pedirán permiso para utilizar la violencia. —se ponía tensa de solo pensarlo. A la señora no le gustaba que los extraños se pasearan cerca de su hogar, porque protegía como elefanta a su retoño— Incluso esperar en el camino es complicado. Por poco quedé bajo las patas de un caballo cuando llegué por vez primera a esas tierras dominadas por nobles. Sé que no les tiritaría la mano si quisieran deshacerse de alguien como nosotros.
Bajó la cabeza buscando que él lo comprendiera, que no quería ponerlo en peligro, pero ella no sabía que si había alguien más tozudo que ella, ése era Brandon, y él ya había decidido que no la soltaría ni en el sentido más literal de la palabra. Tenía los ojos casi cerrados cuando el varón repentinamente se puso de pié mientras la impulsaba a hacer lo mismo con la mano que mantenía sujeta a la de ella.
—¿Pero qué? No se levante, se lo ruego —pidió inútilmente al mismo tiempo que el mozo la guiaba fuera del callejón con un esfuerzo que ella no terminaba de comprender.— La fiebre se ha retirado un poco, pero continúa ahí. No la tiente, o al menos dígame adónde vamos.
Un buen lugar. Sólo eso debía saber. Eso y la risa contagiosa de quien la guiaba de la mano. Tulipe ya no estaba viendo el camino, sino el contacto físico de los dos. Estaba segura de que si su mamá la viese, pegaría el grito en el cielo. Todavía podían verlos los demás criados de la mansión, las bocas más flojas de París para divulgar los últimos chismes. Apenas conocía a ese hombres y ya la tomaba de la mano; eso estaba reservado para prometidos y esposos, pero no era capaz de solicitarle que ambos mantuvieran sus manos a los lados, ni en el tono más cordial que su garganta pudiera pronunciar.
Aún con el corazón agitado, Tulipe lo seguía. Veía que se alejaban del empedrado, de la ciudad, del bullicio, de las multitudes. ¿Eso era bueno? Su instinto de supervivencia clamaba que pillara un momento en que Brandon se encontrase distraído para escabullirse y correr con todas sus energías de vuelta a la civilización, pero ella intentaba callarlo recriminándose a sí misma que no podía pretender estar todo el tiempo a la defensiva. Encerrarse en la mansión de los patrones podía darle seguridad, pero si abusaba de ella se le olvidaría hasta cómo respirar.
Se abrieron paso entre unos arbustos, provocando que la sangre de la muchacha se helara en su garganta ¿Y si todo resultaba ser una trampa? ¿Por qué no podía ser un engaño? Estaban solos, después de todo, y no había nada que le impidiera a Brandon, con ese cuerpo fornido y trabajado, hacer de la situación lo que le diera la gana. Tulipe conocía sus limitaciones, que eran muchas. ¿Por qué otro no podía notarlas también?
—Este debe ser el fin —suspiró apretando un poco más el agarre entre las dos manos antes de cerrar sus ojos con fuerza.— Perdóname, madre. Debí ser más cuidadosa.
De pronto, un aroma conocido se coló por los orificios nasales de la chica. Entonces no estaba muerta. Tampoco olía como si estuviera en un lugar lúgubre, de esos en donde se llevaba a la gente secuestrada mientras esperaban un rescate. Se atrevió a abrir un ojo, captando de inmediato la luz. Abrió el segundo y por fin lo vio: tulipanes en pleno campo. Se parecían a los que se sembraban en Amiens para los perfumistas cada año. No tenían la alineación cuya técnica se enseñaba de donde ella provenía, pero su color resplandecía con el sol y la turgencia de las hojas estaba impecable. ¿Podía pedir algo más?
Se rió de sí misma, sintiéndose tonta por haber desconfiado. Ahora podía sentirse en paz. El sentido común le dijo que si Brandon hubiese querido hacerle algo, ya lo hubiera hecho.
—Usted… ¿me permitiría? —se mordió el labio inferior. No sabía qué decir. Sólo sentía gratitud dentro de sí. De pronto se sentía en Amiens otra vez. Soltando la mano del varón, se hincó para comprobar con sus propios ojos que no estaba viendo alucinaciones y sonrió al darse cuenta de que aquel escenario era real— Qué hermosos, ¿no le parecen? Sé que a mi ama le gustarían, pero si los tomara, dejarían de acompañarlo a usted. Alguien tiene que cerciorarse de que su salud no decaiga.
Volviendo a ponerse de pié, Tulipe se dio permiso para mirar fijamente a Brandon a los ojos por unos instantes. Era una mirada con un toque de suplicio, acompañada del baile que había iniciado en sus manos. Tenía una petición algo inusual.
—Perdóneme. Si no le importa, quisiera recordar lo que se siente.
Con la delicadeza que la caracterizaba, la sirvienta se acercó al suelo e inmediatamente se acostó de espaldas, ubicando su cabeza junto a las flores. Por unos segundos, le pareció observar las suaves lomas de Amiens bordeando el horizonte, como con cada atardecer. No estaba ahí físicamente, pero sentirse con la seguridad suficiente como para no temer a su masculino acompañante hacía que flotaran los sentimientos de añoranza que llevaba debajo. La tierra, la gente, la cultura eran algo tan fuerte que ni las oportunidades de París borraban la sensación de pertenencia. Viviría en la capital el resto de sus días y allí se quedarían sus huesos, lo presentía, pero su alma sólo encontraría la paz en los prados de su tierra natal.
Cerró sus ojos con suavidad, respirando profundamente esa brisa aromatizada que llegaba a sus sentidos como una bendición. Así había llegado Brandon, dichoso y vigoroso.
—Gracias… —susurró.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
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Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
Ketu era un bruto, siempre lo había sido y no cambiaría ese aspecto de sí mismo. No le importa aceptarlo, tampoco es que le enorgulleciera, pero esa era su realidad; podría tener un montón de valores, la moral del mejor de los hombres, pero jamás terminaría de educarse por completo de acuerdo a las normas de los parisinos. A su edad, lo que menos ya le importaba era el que dirán. El vivir con hambre te enseñaba que existía un mundo de preocupaciones más importantes. La boca de los demás no valía la pena cuando no habían padecido como él, por eso se volvía tan bruto.
Para él llevar a la señorita de la mano era la acción más normal, de hecho según sus pensamientos era una prueba grande de la confianza que le estaba dando. Guardó silencio en el trayecto, apenas le dirigió unas palabras, disfruto de su cercanía, también del aroma que desprendía. Ella sin duda limpiaba pisos, cuidaba de una casa, el aroma frutal que desprendía lo poseían los pisos de los ricos, esos que siempre mareaban con olores extraños. ¿A ella le gustaría oler así? Aquella pregunta podría ser tonta, pero la respuesta valdría más que la pena. Existen personas, a su punto de vista, que no deberían resistir eso, reyes merecen la miseria por los tratos que ofrecen a su gente. Una sirvienta merece la corona por socorrer a un necesitado que bien, podría haber de ella abusado. Para Brandon el mundo en definitiva se encontraba al revés, pero él no tenía ni la fuerza, ni mucho menos el poder o influencia para hacer cambiar toda una porquería de mucho tiempo.
La observó en silencio. Le soltó la mano, la dejó ver, oler, disfrutar, y sentir con sus dedos a su antojo, para Brandon las flores eran significado de pureza, vida, y prosperidad; la madre del vagabundo siempre le decía que dónde existieran las flores, también existiría la vida, porque ellas alegraban la vista, pero sus colores llenaban los lugares de fiesta, ¿a quién no le gustaban las tonalidades diferentes? Los días grises nunca eran buenos, nublaban los bellos paisajes, incluso escondían la luz de los ojos porque no había sol, escondían la verdad detrás de una mirada. ¿Cómo sería entonces privar la imagen de esos ojos celestes que observaban la creación de sus manos en la tierra? Esperaba no llegar a verlo, le llenaría el alma de penurias, y no necesitaba más.
Inevitablemente sonrió por la acción de la doncella, para no interrumpir de nueva cuenta sus acciones, se sentó a un lado, observando la tranquilidad que ella le regalaba, disfrutando de la paz. Un pequeño retortijón le recordó su mal estado, por esa razón dejó que la espalda tocara el pasto verde, se sentía fresco gracias al sereno de la noche anterior, acomodó la canasta a un lado para no perderla de vista, él no tenía el dinero para poder reponer los alimentos que llevaba dentro en caso de que algún ladronzuelo estuviera cerca y quisiera llevarse las cosas. Observó el cielo, también las nubes, el contraste del azul y el blanco. ¿Por qué Dios les había dado colores tan hermosos a cada cosa? Se sorprendió a sí mismo de nueva cuenta creyendo que Dios era el ser maravilloso que creaba tanta cosa hermosa para los humanos, aunque claro, reafirmaba el hecho de que los hombres eran quienes destruían todo a su paso gracias a su ambición.
Cerró los ojos para relajarse, el dolor del estomago incrementaba, pero lo atribuyó a la falta de alimento, lo poco que había ingerido días atrás ya había sido expulsado, tendría que trabajar el doble los próximos días si deseaba llenar aquella lastimada zona que casi le provocaba la muerte. Se mordió el labio inferior por mera inercia, la idea de trabajar en ese estado no le llamaba la atención. Si le pedía ayuda a Raoul seguramente se la daría, pero no deseaba ocasionar problemas en alguien que también a duras penas comía. ¡Que difícil le resultaba la vida!
– En realidad no tienes nada que agradecer, estoy en deuda contigo, son pocas cosas las que puedo ofrecerte, como mi protección, el poder ayudarte a cagar una canasta con alimentos, traerte a este lugar, sólo eso, así que espero no me vuelvas a rechazar las cosas, ¿no dicen que hacer eso es de mala educación? – Se llevó una mano al mentón de forma analítica – Al menos es lo que he escuchado le dicen las señoras esas ricachonas a sus hijas, que deben aceptar siempre la bondad de un noble caballero – Se rió con mucha burla, burla hacía su persona – Está claro que yo no soy un caballero, pero al menos tengo nobles intenciones, no vayas a temer de mi ¿Está bien? – A veces Brandon parecía rogar por ser aceptado, por que alguien quisiera su compañía, se trataba de un hombre con un niño dentro que añoraba ser aceptado. La infancia que le habían arrebatado a veces, o quizás la mayoría de las veces buscaba ser explotada sin importar la edad. Además ¡Que importaba si lo llamaban loco! Acostumbrado estaba a otro tipo de cosas. Daba igual.
Imaginarse perseguido por la guardia de los Duques no era algo grave, de hecho ya había sido casi encarcelado por abusivos que le creían un delincuente sólo por ser pobre. La miró de reojo y luego negó. No comprendía como esa muchacha que trabajaba para servir se preocupaba tanto, ¿acaso no se daba cuenta que vivía en la calle? Eso si que era riesgoso, no una guardia, una cosa sería la inocencia y otra la ingenuidad. Ver el mundo como realmente era, eso debía hacerlo, él quizás le enseñaría un poco de la realidad, un poco de la cruel verdad de la vida.
– ¿De verdad crees que le temo a las agresiones? Creo que deberías recordar en dónde me encontraste, también del estado en el que estaba, esas cosas no importan, cuando se vive en la calle se aprende a ser fuerte, a dar golpes cuando te los dan o quieren robarte lo poco que comes, de lo único que verdaderamente me preocupo es de comer, y de que coma mi familia, que sigan con vida al día siguiente, así que por favor, no te preocupes por cosas innecesarias, te desgastas a lo tonto – No deseaba hablarle de forma dura, ese era el menor de sus deseos, pero si ella estaba dispuesta a conocerlo, debía de saber como iba la situación. Sería más fácil mentirle, decirle que si a todo, pero no se consideraba un mentiroso, sólo un muerto de hambre. – El día que no pueda hacer nada de eso, entonces ese día preferiré morir – Hablaba con la verdad, y no es que fuera pesimista, pero las pocas cosas que le daban sentido a su vida debían permanecer para que siguiera echándole ganas.
Recordar a su familia siempre le resultaba interesante, sino es que lo más interesante que tenía dentro de sus recuerdos, dentro de su corazón. ¿Sería bueno compartirle el dato de ella? Ya se imaginaba los rostros de los pequeños integrantes cuando les contara sobre la mujer que lo rescato, seguramente le tendrían en un alma estima sin ni siquiera conocerle, esa era una buena idea. Brandon jamás había hablando de una mujer con ellos, ni siquiera de la verdulera, al menos no con tantas ganas de compartir su experiencia. Sería la primer mujer en su vida con la que mostraría un interés distinto, quizás incluso lo asociaban a ser un volteado, lo cual les llenaría a un más de sorpresa. Entonces se cuestionó ¿Por qué tanto interés en ella? ¿Así hubiera sido de haber sido otra señorita quien lo rescatara?
– Te hablaré de mi aunque no me preguntes – Se sentó de golpe para verla a los ojos sin importar la posición de ambos. De nuevo comportándose cómo un bruto – Mi nombre es Brandon Acklang, al menos ese es el que conocen en París, mi madre solía llamarme Ketu, y bueno cuando ella, su esposo y mis hermanos murieron yo me vine a París porque unos blancos me tomaron para la venta, después de eso pasaron muchas cosas, pero puedo decirte que al llegar a la calle pude hacerme de una familia, una buena familia, todos aquellos que viven como yo, tengo hermanas, hermanos, incluso tíos y sobrinos, dependiendo de la edad, y todos buscamos que parecido tener para poder justificarlo ante la justicia cuando se quieren llevar a los pequeños a orfanatos – Hizo una pausa larga para tomar aire – Créeme, esos lugares son peor que la calle – Se dio cuenta que era peor que un parlanchín, sin embargo no se detuvo, quería contarle a ella todo de él, que pudiera juzgarlo y saber si ella a pesar de todo querría seguir o no en su vida.
– Trabajo cargando costales de frutas en el mercado ambulante, a veces le ayudo al carnicero a poder sostener los trozos grandes de los animales para que pueda cortar lo que le piden, él siempre llega a pagar una buena cantidad, aunque me solicita poco, pero cuando lo hace para mi es una fortuna – Se cruzó de brazos a la altura del pecho, con la espalda recta para que no le duela la espalda, sólo deseaba verla sin que algo le incomode, le gusta contemplarla. Reconocer el efecto que ella tiene en él le da un poco de vergüenza, incluso sus pulsaciones del corazón se vuelven más rápidas. No sabe si maldecirla, o agradecerle. Opta por lo último, lo primero no va para ella.
– Debo reconocer que tampoco estoy limpio de mi historial, un par de veces me llevaron preso por haber robado de una botica remedios, pero no me importa, y tampoco me arrepiento, gracias a ellos una de mis hermanas sigue con vida en este momento, también he robado pan, queso, y leche, pero eso fue hace mucho tiempo, cuando recién llegue a París y no sabía que hacer con mi vida después de la muerte del viejo – Hizo una pausa – La historia del viejo sería en otra ocasión, porque es más fuerte y no quiero espantarte, cómo vez, mi vida no ha sido tan buena – Se volvió a reír solo un instante – Sin embargo sigo con vida, y sabrá Dios porque me quiere de esa manera – Se relamió los labios al darse cuenta de lo mucho que había hablado. ¿La habría aburrido?
– Ten – Se inclinó hacía el frente, tiró de la raíz de una de las flores, y se la entregó en las manos con cuidado – Puede sembrarla si te permiten en la casa de tus patrones, en un lugar dónde sólo le de el sol cierto tiempo, no todo el día o la matará, no te preocupes por el resto, luego puedo plantar más para que puedas disfrutarlas – Se limpió las manos que se habían llenado de tierra en sus pantaloncillos – Y no la rechaces – Le pidió antes de que la joven pudiera decirle que no podía tomar algo así.
Se puso de pie de nuevo, Brandon no entendía con exactitud el porqué estaba comportándose de forma tan acelerada, o quizás si lo sabía pero prefería no decir nada, lo principal era no espantarla.
– No quiero que tus patrones terminen por darte un castigo fuerte, tampoco quiere decir que quiero que te vayas, pero nos hemos pasado del tiempo prudente para que no te digan nada ¿no lo crees? – Estiró su mano para que le diera la suya y la ayudara a ponerse de pie – Es una verdadera lastima que tengamos que seguir tantas reglas para volver a vernos, porque ¿nos volveremos a ver? – La respuesta lo ponía nervioso, quizás se había comportado de una manera tan mala y salvaje que lo único que deseaba la joven era marcharse. El no haberse callado todo el rato le había dado resultado para retenerla. De nuevo ese miedo a ser rechazado, a no ser correspondido en la comodidad de una compañía.
– ¿A dónde la acompaño? – Se agachó para recoger con la mano libre el canasto de cosas.
Para él llevar a la señorita de la mano era la acción más normal, de hecho según sus pensamientos era una prueba grande de la confianza que le estaba dando. Guardó silencio en el trayecto, apenas le dirigió unas palabras, disfruto de su cercanía, también del aroma que desprendía. Ella sin duda limpiaba pisos, cuidaba de una casa, el aroma frutal que desprendía lo poseían los pisos de los ricos, esos que siempre mareaban con olores extraños. ¿A ella le gustaría oler así? Aquella pregunta podría ser tonta, pero la respuesta valdría más que la pena. Existen personas, a su punto de vista, que no deberían resistir eso, reyes merecen la miseria por los tratos que ofrecen a su gente. Una sirvienta merece la corona por socorrer a un necesitado que bien, podría haber de ella abusado. Para Brandon el mundo en definitiva se encontraba al revés, pero él no tenía ni la fuerza, ni mucho menos el poder o influencia para hacer cambiar toda una porquería de mucho tiempo.
La observó en silencio. Le soltó la mano, la dejó ver, oler, disfrutar, y sentir con sus dedos a su antojo, para Brandon las flores eran significado de pureza, vida, y prosperidad; la madre del vagabundo siempre le decía que dónde existieran las flores, también existiría la vida, porque ellas alegraban la vista, pero sus colores llenaban los lugares de fiesta, ¿a quién no le gustaban las tonalidades diferentes? Los días grises nunca eran buenos, nublaban los bellos paisajes, incluso escondían la luz de los ojos porque no había sol, escondían la verdad detrás de una mirada. ¿Cómo sería entonces privar la imagen de esos ojos celestes que observaban la creación de sus manos en la tierra? Esperaba no llegar a verlo, le llenaría el alma de penurias, y no necesitaba más.
Inevitablemente sonrió por la acción de la doncella, para no interrumpir de nueva cuenta sus acciones, se sentó a un lado, observando la tranquilidad que ella le regalaba, disfrutando de la paz. Un pequeño retortijón le recordó su mal estado, por esa razón dejó que la espalda tocara el pasto verde, se sentía fresco gracias al sereno de la noche anterior, acomodó la canasta a un lado para no perderla de vista, él no tenía el dinero para poder reponer los alimentos que llevaba dentro en caso de que algún ladronzuelo estuviera cerca y quisiera llevarse las cosas. Observó el cielo, también las nubes, el contraste del azul y el blanco. ¿Por qué Dios les había dado colores tan hermosos a cada cosa? Se sorprendió a sí mismo de nueva cuenta creyendo que Dios era el ser maravilloso que creaba tanta cosa hermosa para los humanos, aunque claro, reafirmaba el hecho de que los hombres eran quienes destruían todo a su paso gracias a su ambición.
Cerró los ojos para relajarse, el dolor del estomago incrementaba, pero lo atribuyó a la falta de alimento, lo poco que había ingerido días atrás ya había sido expulsado, tendría que trabajar el doble los próximos días si deseaba llenar aquella lastimada zona que casi le provocaba la muerte. Se mordió el labio inferior por mera inercia, la idea de trabajar en ese estado no le llamaba la atención. Si le pedía ayuda a Raoul seguramente se la daría, pero no deseaba ocasionar problemas en alguien que también a duras penas comía. ¡Que difícil le resultaba la vida!
– En realidad no tienes nada que agradecer, estoy en deuda contigo, son pocas cosas las que puedo ofrecerte, como mi protección, el poder ayudarte a cagar una canasta con alimentos, traerte a este lugar, sólo eso, así que espero no me vuelvas a rechazar las cosas, ¿no dicen que hacer eso es de mala educación? – Se llevó una mano al mentón de forma analítica – Al menos es lo que he escuchado le dicen las señoras esas ricachonas a sus hijas, que deben aceptar siempre la bondad de un noble caballero – Se rió con mucha burla, burla hacía su persona – Está claro que yo no soy un caballero, pero al menos tengo nobles intenciones, no vayas a temer de mi ¿Está bien? – A veces Brandon parecía rogar por ser aceptado, por que alguien quisiera su compañía, se trataba de un hombre con un niño dentro que añoraba ser aceptado. La infancia que le habían arrebatado a veces, o quizás la mayoría de las veces buscaba ser explotada sin importar la edad. Además ¡Que importaba si lo llamaban loco! Acostumbrado estaba a otro tipo de cosas. Daba igual.
Imaginarse perseguido por la guardia de los Duques no era algo grave, de hecho ya había sido casi encarcelado por abusivos que le creían un delincuente sólo por ser pobre. La miró de reojo y luego negó. No comprendía como esa muchacha que trabajaba para servir se preocupaba tanto, ¿acaso no se daba cuenta que vivía en la calle? Eso si que era riesgoso, no una guardia, una cosa sería la inocencia y otra la ingenuidad. Ver el mundo como realmente era, eso debía hacerlo, él quizás le enseñaría un poco de la realidad, un poco de la cruel verdad de la vida.
– ¿De verdad crees que le temo a las agresiones? Creo que deberías recordar en dónde me encontraste, también del estado en el que estaba, esas cosas no importan, cuando se vive en la calle se aprende a ser fuerte, a dar golpes cuando te los dan o quieren robarte lo poco que comes, de lo único que verdaderamente me preocupo es de comer, y de que coma mi familia, que sigan con vida al día siguiente, así que por favor, no te preocupes por cosas innecesarias, te desgastas a lo tonto – No deseaba hablarle de forma dura, ese era el menor de sus deseos, pero si ella estaba dispuesta a conocerlo, debía de saber como iba la situación. Sería más fácil mentirle, decirle que si a todo, pero no se consideraba un mentiroso, sólo un muerto de hambre. – El día que no pueda hacer nada de eso, entonces ese día preferiré morir – Hablaba con la verdad, y no es que fuera pesimista, pero las pocas cosas que le daban sentido a su vida debían permanecer para que siguiera echándole ganas.
Recordar a su familia siempre le resultaba interesante, sino es que lo más interesante que tenía dentro de sus recuerdos, dentro de su corazón. ¿Sería bueno compartirle el dato de ella? Ya se imaginaba los rostros de los pequeños integrantes cuando les contara sobre la mujer que lo rescato, seguramente le tendrían en un alma estima sin ni siquiera conocerle, esa era una buena idea. Brandon jamás había hablando de una mujer con ellos, ni siquiera de la verdulera, al menos no con tantas ganas de compartir su experiencia. Sería la primer mujer en su vida con la que mostraría un interés distinto, quizás incluso lo asociaban a ser un volteado, lo cual les llenaría a un más de sorpresa. Entonces se cuestionó ¿Por qué tanto interés en ella? ¿Así hubiera sido de haber sido otra señorita quien lo rescatara?
– Te hablaré de mi aunque no me preguntes – Se sentó de golpe para verla a los ojos sin importar la posición de ambos. De nuevo comportándose cómo un bruto – Mi nombre es Brandon Acklang, al menos ese es el que conocen en París, mi madre solía llamarme Ketu, y bueno cuando ella, su esposo y mis hermanos murieron yo me vine a París porque unos blancos me tomaron para la venta, después de eso pasaron muchas cosas, pero puedo decirte que al llegar a la calle pude hacerme de una familia, una buena familia, todos aquellos que viven como yo, tengo hermanas, hermanos, incluso tíos y sobrinos, dependiendo de la edad, y todos buscamos que parecido tener para poder justificarlo ante la justicia cuando se quieren llevar a los pequeños a orfanatos – Hizo una pausa larga para tomar aire – Créeme, esos lugares son peor que la calle – Se dio cuenta que era peor que un parlanchín, sin embargo no se detuvo, quería contarle a ella todo de él, que pudiera juzgarlo y saber si ella a pesar de todo querría seguir o no en su vida.
– Trabajo cargando costales de frutas en el mercado ambulante, a veces le ayudo al carnicero a poder sostener los trozos grandes de los animales para que pueda cortar lo que le piden, él siempre llega a pagar una buena cantidad, aunque me solicita poco, pero cuando lo hace para mi es una fortuna – Se cruzó de brazos a la altura del pecho, con la espalda recta para que no le duela la espalda, sólo deseaba verla sin que algo le incomode, le gusta contemplarla. Reconocer el efecto que ella tiene en él le da un poco de vergüenza, incluso sus pulsaciones del corazón se vuelven más rápidas. No sabe si maldecirla, o agradecerle. Opta por lo último, lo primero no va para ella.
– Debo reconocer que tampoco estoy limpio de mi historial, un par de veces me llevaron preso por haber robado de una botica remedios, pero no me importa, y tampoco me arrepiento, gracias a ellos una de mis hermanas sigue con vida en este momento, también he robado pan, queso, y leche, pero eso fue hace mucho tiempo, cuando recién llegue a París y no sabía que hacer con mi vida después de la muerte del viejo – Hizo una pausa – La historia del viejo sería en otra ocasión, porque es más fuerte y no quiero espantarte, cómo vez, mi vida no ha sido tan buena – Se volvió a reír solo un instante – Sin embargo sigo con vida, y sabrá Dios porque me quiere de esa manera – Se relamió los labios al darse cuenta de lo mucho que había hablado. ¿La habría aburrido?
– Ten – Se inclinó hacía el frente, tiró de la raíz de una de las flores, y se la entregó en las manos con cuidado – Puede sembrarla si te permiten en la casa de tus patrones, en un lugar dónde sólo le de el sol cierto tiempo, no todo el día o la matará, no te preocupes por el resto, luego puedo plantar más para que puedas disfrutarlas – Se limpió las manos que se habían llenado de tierra en sus pantaloncillos – Y no la rechaces – Le pidió antes de que la joven pudiera decirle que no podía tomar algo así.
Se puso de pie de nuevo, Brandon no entendía con exactitud el porqué estaba comportándose de forma tan acelerada, o quizás si lo sabía pero prefería no decir nada, lo principal era no espantarla.
– No quiero que tus patrones terminen por darte un castigo fuerte, tampoco quiere decir que quiero que te vayas, pero nos hemos pasado del tiempo prudente para que no te digan nada ¿no lo crees? – Estiró su mano para que le diera la suya y la ayudara a ponerse de pie – Es una verdadera lastima que tengamos que seguir tantas reglas para volver a vernos, porque ¿nos volveremos a ver? – La respuesta lo ponía nervioso, quizás se había comportado de una manera tan mala y salvaje que lo único que deseaba la joven era marcharse. El no haberse callado todo el rato le había dado resultado para retenerla. De nuevo ese miedo a ser rechazado, a no ser correspondido en la comodidad de una compañía.
– ¿A dónde la acompaño? – Se agachó para recoger con la mano libre el canasto de cosas.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Re: Son sus ojos más celestiales que las alas de un ángel || Tulipe Enivrant
¿Cómo no iba a agradecerle? En primer lugar le estaba teniendo paciencia. Tulipe era consciente de que su torpeza, desde en el ámbito físico como en el lingüístico sacaba de quicio a más de alguno, y no había esperado que con Brandon ocurriera lo contrario, pero así había acontecido. Se sentía bien y a la vez terriblemente inseguro hallar a alguien que no le diese la espalda o intentase aprovechar de ella por cómo era. El mozo no tenía idea de lo que le había dado con sólo verla a ella y no a su condición. El corazón de la joven palpitaba con fuerza, atónito. Estaba confundida. ¿Era posible que alguien la cuidase sin que aquello formara parte de un plan para hacerla caer? La voz de su madre hacía eco en su cabeza con cada sincera expresión que Brandon le obsequiaba. La lógica y los miedos que desde pequeña le habían sido implantados le decían que tuviera cuidado, presumiendo la mala fe. Sin embargo, sus ojos inocentes querían creer que el hombre al que había auxiliado era tan sincero como predicaba. Y es que… ¿cómo podía creer que alguien con una voz tan acogedora fuese tan malo?
No quería temerle. Trataba por todos los medios no maltratar sus labios con sus nervios y de mirarlo directamente, pero encontraba una piedra en su camino que iba más allá del hecho de que él fuera un hombre y ella una mujer. Lo atribuía al shock que había significado sentir que se le iba en sus brazos hacia ese puente dorado del que ya no se volvía, pero estaba equivocada. Tulipe tendría que pasar por varios desafíos antes de encontrar el verdadero motivo.
Inclinó su cabeza avergonzada de su ignorancia. Lo más grave era que no era el tipo de falta de conocimiento relacionados con las ciencias o la historia, sino del de hablaba de la propia realidad en la que estaba inmersa.
—Lo-Lo lamento, Monsieur. Aunque no conozca de cerca lo que usted vive, sí tengo culpa en no buscar informarme —admitió su responsabilidad, pero no levantó la vista temiendo recibir una severa de vuelta— Perdóneme por decir esto de mí, pero… he pasado tanto tiempo huyendo de la vida de marcada incertidumbre que he olvidado voltearme a conocerla. Supongo que es por eso que no puedo decir que sé de lo que me habla, ya que nunca lo he Yo sólo sé que no me gustaría verlo así de nuevo. Eso es todo. —tomó un poco de aire, adquiriendo a la vez valor para expresarle su malestar— Y por favor no hable más de muerte y de peligro. Téngame compasión, ¿no ve que me preocupa lo que pueda pasarle?
Curioso. Casi siempre era ella a quien protegían, y cuando no, huía y se escondía por su vida, esperando a que un ángel le diera el aliento necesario para no ser descubierta por pies que pudiesen aplastarla. Esta vez, el alado ser podía estar más cerca de lo que pensaba o, ¿por qué no? Frente a sus narices. Sólo tenía que alzar los ojos y abrir sus oídos, estar atenta. Brandon podía significar más que una persona de fiar; podía conllevarle una ventana hacia el mundo que tan cercano la seguía por sus espaldas, pisándole los talones. Fue una bendición que él considerase pertinente abrir parte de su corazón, ya que ella no osaría pedírselo. El colchón de flores no impedía que lo escuchara y quisiera entenderlo. Era imposible apartarse de esos cuando veía desde su posición la luz delineando el contorno del rostro del vagabundo. Se dio cuenta de algo terrible.
—Es… un muy apuesto hombre —el rosado tiñó sus mejillas de un tono muy especial. Tulipe no se veía a sí misma, desde luego, pero sentía que había algo diferente sobre su faz. Qué nefasto era darse cuenta de lo atractivo que era; ahora tenía un deseo y no tenía idea de cómo cumplirlo.
Así que aquel demonio que había amenazado secarlo por medio del estómago no había sido el único del cual había escapado. Debía haber supuesto que un hombre de su edad tuviera un extenso historial de amenazas y escapes milagrosos. Para Tulipe resultaba sorprendente saber de donde venía y cómo había vivido antes de llegar a la cuna de la supervivencia y mantenía su respiración lo más lenta posible precisamente para no perder atención a esos pasajes oscuros que momentáneamente había decidido sacar a la luz. Era como si le estuviese leyendo una novela en donde no se sabía si el bueno tendría un final feliz, porque a medida que se avanzaba en los capítulo, la historia iba dándole y quitándole todo cuanto amaba. Había tenido que reconstruirse para seguir. La joven sintió admiración ante el luchador. Brandon era el hombre más fuerte del mundo.
Sin poder evitar ponerse en los pies del errante, Tulipe levantó la parte superior de su cuerpo para sentarse junto a él a campo abierto, sin nadie más de testigo que las mismas flores que a tiempos más felices a ambos transportaban, lejos de orfanatos, ventas humanas y de patrones abusivos.
—Puede parecerle atrevido, pero me encantaría que me siguiera hablando de usted —tal vez escuchándolo aprendería a ser igual de valiente que él— Aunque el pasado se llame así porque no vuelve, sé que Ketu permanece, Monsieur Acklang. Sin él tal vez no hubiera podido con lo que se avecinaba. Debió haber requerido de un inmenso coraje para sobreponerse a la muerte de su madre, a su propia venta y a aventurarse en la calle hasta ponerse a salvo con otros en su condición. Aún ahora que conoce este mundo, no baja la guardia. No se puede hacer eso cuando se está más expuesto que nadie. Creo que por eso valoramos tanto la familia. Incluso si no la tenemos, la encontramos con la bendición de Dios, como ocurrió con usted.
Y gracias a Jesucristo Brandon no había ido a parar a algún orfanato por allí, donde los niños eran vistos como monedas de cambio, objetos para satisfacer una necesidad económica y, terriblemente, muchas veces de índole sexual. El hacinamiento era insoportable, porque las enfermedades eran interminables y una sola gripe podía mandar a la mitad de los pequeños al cementerio. Los piojos constituían el menor de los problemas. En esos momentos, Tulipe agradecía a su madre de haber dejado la cortesanía para criarla. Nada le hubiera costado convertirla en un mal y efímero recuerdo.
Sin darse cuenta, la sirvienta se sonreía sola al enterarse que al menos de alguna manera Brandon tenía un ingreso constante de dinero, pero era una expresión de doble estándar, porque la tranquilizaba por la estabilidad, pero la inquietaba porque aquello nada le aseguraba. Con suerte lo alimentaría una vez al día y ya. Si lo sumaba a la situación de calle en que se encontraba Ketu, no le extrañaba que tuviera bajas defensas para los mortales enemigos virales que se paseaban por las calles de París. Si ella pudiera ayudarlo… ¡momento! Sí podía. Pero bajó la mirada porque le temblaba el raciocinio de pensar que podía enfadarse con ella por su insensatez.
—Y-Yo claro, si usted me permite. No será la última vez que me envíen al mercado, así que… me gustaría pasar cerca de donde usted está, cocinarle algo para que tenga comida caliente. Dicen que es el mejor remedio. No tengo para ofrecer cosas ostentosas, pero al menos eso quisiera que estuviera en mi poder. ¿No se ofendería si lo hiciera? —Cuando alzó su vista para buscar el rostro de Brandon, se dio cuenta de que éste la miraba fijamente. De inmediato tragó saliva, sintiendo como no era suficiente para estabilizarla. Sus labios se entreabrieron sin darse cuenta. Es que así no podía pensar.— ¿Por qué hace eso ¿Es que no se da cuenta que…? —negó con su cabeza intentando rearmarse. Le costaba tanto sentir esa cercanía que la única manera de salir de ese callejón era evadiendo— Pienso que no debería ser tan duro consigo mismo, Monsieur Acklang. Seguramente nuestro Señor entiende que su amor por el prójimo fue mayor al miedo de ser apresado. No actuó de mala fe y Dios siempre perdona. Si le vale mi opinión, creo que es mejor ser perdonado por hurtado antes que por no haber socorrido a un hermano. Las cosas materiales pueden reemplazarse. Sé que tanto a usted como a mí podrían asaltarnos bandidos en el camino y que nos afectaría porque no tenemos nada más que lo puesto, pero perder a una persona, sobre todo a quien se ama, se siente como si nos hubiéramos perdido a nosotros mismos. —ella no tenía a su madre muerta, pero sí lejos. Dolía. No quería imaginar cuánto debía lastimar a Brandon perder a alguien de su gente.
Con flores no se buscaba aspirar a ninguna riqueza, pero la gente las valoraba. Brandon las entregaba como si fueran un tesoro precioso y Tulipe las recibía como tal. Así era con los de alma sencilla. Se entregaban a ellos mismos bajo un símbolo como aquel; no lo que tenían. Ellos entendían que esta vivir era prestado. Así que la joven no alegó, sino todo lo contrario. Entre sus manos se encontraba el primer regalo de un hombre hacia ella. El segundo vino cuando sus manos se tocaron y la joven sintió un tierno cosquilleo en su palma que pronto se transformó en calor. Duró unos cuantos segundos, sólo unos pocos para que se pusiera de pié, pero los necesarios para que no se le olvidara.
Se quedó pasmada cuando Brandon expresó el deseo de volver a verla; ¿realmente eso le estaba pasando a ella? No le cabía en la cabeza. Los nervios la mataban. Si quería visitarla eso significaba que… no, qué tonta, claro que no. ¿Entonces qué pretendía? El miedo la impulsaba a rechazar su oferta, pero no podía pedirle que le permitiese darle almuerzo sin algo de compañía a cambio. Y si le decía que sí, ¿aceptarían eso los dueños de la mansión? Habían sido terminantemente estrictos con ella para dejarla ingresar; no quería imaginar cómo se comportarían ante Brandon, si es que no elegían expulsarlo no de buena manera. Tal vez no era buena idea decirle a sus patrones de su nueva “amistad” de entrada.
—Lo que él menos necesita son problemas —pensó con preocupación. Tulipe era disfrutaba de la compañía de aquel caballero, pero se preguntaba si podía permitirse ilusionarse con ella cuando la realidad no se lo permitía a ninguno.— Señor Jesús, ¿cómo haces para que él conserve tan viva su esperanza? —ella quería ser como él, igual que las pequeñas aves buscaban imitar a sus voladores progenitores, pero de alguna manera sus alas se sentían pesadas. ¿Qué podía hacer?— ¿Podríamos hacer eso, Monsieur Acklang?
La verdadera pregunta era si tenían o no una oportunidad. Tulipe prefería pensar que, pero al mismo tiempo no podía callar la necesidad de cerciorarse con sus propios ojos que él estuviera a salvo y, si Dios se lo permitía, contribuir a ello. Alguien de espíritu impávido como el de él debía permanecer para inspirar a otros, salir de su condición marginal y eventualmente ser feliz. Podía ser que la criada estuviera reflejando en él sus propias pasiones.
Mientras caminaban, la joven aspiraba la esencia de las flores, un regalo digno de un caballero, aunque Brandon negase poder ser llamado así. Pensó que si el mundo fuera solamente el jardín que Brandon había cuidado, no habrían fronteras para ser felices. Se disfrutaría de las sombras de los árboles, no habría distinción entre una clase u otra, el hambre desaparecería porque se compartiría en vez de acumular excesos, y… no existirían las visitas, porque estarían siempre juntos. A Dios le gustaría ver eso y a ella también. El vagabundo no solamente anhelaba; buscaba construir con sus propias manos.
Se detuvieron en una pequeña colina cuya vista direccionaba hacia la mansión Quartermane. El aroma desapareció. Era tiempo de volver a la realidad.
—Vaya choza, ¿verdad? Es ahí donde trabajo. Creo que hasta aquí llega nuestro paseo. Lo último que deseo es que lo persigan los perros de los amos —miró hacia arriba, al semblante de Ketu. Ojalá pudiese acompañarlo— ¿Sabe algo? No quiero irme. No quisiera tener que hacerlo nunca, pero así son las cosas. Pensemos en que será algo momentáneo y que antes de la siguiente luna llena volveremos a encontrarnos.
Le costó volver a cargar el canasto más moralmente que físicamente. ¿Hacía cuánto que había sonreído? El día anterior no, ni esa mañana tampoco. Al final la felicidad vino alada de la más humilde de las esperanzas. Se lo debía a él. Quería creer que Dios le haría el regalo de volver a topárselo con vida, en excelente condiciones y, si así lo quería el Señor, le pudiese hablar como su corazón se lo pedía.
—Es cruel tener tanto para agradecer y no conocer suficientes palabras para expresarlo. ¿Un gracias será suficiente? —murmuró bajando la cabeza, avergonzada. Sólo tenía una petición antes de marcharse— Por favor, cuídese mucho. Hágame ese regalo, ¿sí?
No quería temerle. Trataba por todos los medios no maltratar sus labios con sus nervios y de mirarlo directamente, pero encontraba una piedra en su camino que iba más allá del hecho de que él fuera un hombre y ella una mujer. Lo atribuía al shock que había significado sentir que se le iba en sus brazos hacia ese puente dorado del que ya no se volvía, pero estaba equivocada. Tulipe tendría que pasar por varios desafíos antes de encontrar el verdadero motivo.
Inclinó su cabeza avergonzada de su ignorancia. Lo más grave era que no era el tipo de falta de conocimiento relacionados con las ciencias o la historia, sino del de hablaba de la propia realidad en la que estaba inmersa.
—Lo-Lo lamento, Monsieur. Aunque no conozca de cerca lo que usted vive, sí tengo culpa en no buscar informarme —admitió su responsabilidad, pero no levantó la vista temiendo recibir una severa de vuelta— Perdóneme por decir esto de mí, pero… he pasado tanto tiempo huyendo de la vida de marcada incertidumbre que he olvidado voltearme a conocerla. Supongo que es por eso que no puedo decir que sé de lo que me habla, ya que nunca lo he Yo sólo sé que no me gustaría verlo así de nuevo. Eso es todo. —tomó un poco de aire, adquiriendo a la vez valor para expresarle su malestar— Y por favor no hable más de muerte y de peligro. Téngame compasión, ¿no ve que me preocupa lo que pueda pasarle?
Curioso. Casi siempre era ella a quien protegían, y cuando no, huía y se escondía por su vida, esperando a que un ángel le diera el aliento necesario para no ser descubierta por pies que pudiesen aplastarla. Esta vez, el alado ser podía estar más cerca de lo que pensaba o, ¿por qué no? Frente a sus narices. Sólo tenía que alzar los ojos y abrir sus oídos, estar atenta. Brandon podía significar más que una persona de fiar; podía conllevarle una ventana hacia el mundo que tan cercano la seguía por sus espaldas, pisándole los talones. Fue una bendición que él considerase pertinente abrir parte de su corazón, ya que ella no osaría pedírselo. El colchón de flores no impedía que lo escuchara y quisiera entenderlo. Era imposible apartarse de esos cuando veía desde su posición la luz delineando el contorno del rostro del vagabundo. Se dio cuenta de algo terrible.
—Es… un muy apuesto hombre —el rosado tiñó sus mejillas de un tono muy especial. Tulipe no se veía a sí misma, desde luego, pero sentía que había algo diferente sobre su faz. Qué nefasto era darse cuenta de lo atractivo que era; ahora tenía un deseo y no tenía idea de cómo cumplirlo.
Así que aquel demonio que había amenazado secarlo por medio del estómago no había sido el único del cual había escapado. Debía haber supuesto que un hombre de su edad tuviera un extenso historial de amenazas y escapes milagrosos. Para Tulipe resultaba sorprendente saber de donde venía y cómo había vivido antes de llegar a la cuna de la supervivencia y mantenía su respiración lo más lenta posible precisamente para no perder atención a esos pasajes oscuros que momentáneamente había decidido sacar a la luz. Era como si le estuviese leyendo una novela en donde no se sabía si el bueno tendría un final feliz, porque a medida que se avanzaba en los capítulo, la historia iba dándole y quitándole todo cuanto amaba. Había tenido que reconstruirse para seguir. La joven sintió admiración ante el luchador. Brandon era el hombre más fuerte del mundo.
Sin poder evitar ponerse en los pies del errante, Tulipe levantó la parte superior de su cuerpo para sentarse junto a él a campo abierto, sin nadie más de testigo que las mismas flores que a tiempos más felices a ambos transportaban, lejos de orfanatos, ventas humanas y de patrones abusivos.
—Puede parecerle atrevido, pero me encantaría que me siguiera hablando de usted —tal vez escuchándolo aprendería a ser igual de valiente que él— Aunque el pasado se llame así porque no vuelve, sé que Ketu permanece, Monsieur Acklang. Sin él tal vez no hubiera podido con lo que se avecinaba. Debió haber requerido de un inmenso coraje para sobreponerse a la muerte de su madre, a su propia venta y a aventurarse en la calle hasta ponerse a salvo con otros en su condición. Aún ahora que conoce este mundo, no baja la guardia. No se puede hacer eso cuando se está más expuesto que nadie. Creo que por eso valoramos tanto la familia. Incluso si no la tenemos, la encontramos con la bendición de Dios, como ocurrió con usted.
Y gracias a Jesucristo Brandon no había ido a parar a algún orfanato por allí, donde los niños eran vistos como monedas de cambio, objetos para satisfacer una necesidad económica y, terriblemente, muchas veces de índole sexual. El hacinamiento era insoportable, porque las enfermedades eran interminables y una sola gripe podía mandar a la mitad de los pequeños al cementerio. Los piojos constituían el menor de los problemas. En esos momentos, Tulipe agradecía a su madre de haber dejado la cortesanía para criarla. Nada le hubiera costado convertirla en un mal y efímero recuerdo.
Sin darse cuenta, la sirvienta se sonreía sola al enterarse que al menos de alguna manera Brandon tenía un ingreso constante de dinero, pero era una expresión de doble estándar, porque la tranquilizaba por la estabilidad, pero la inquietaba porque aquello nada le aseguraba. Con suerte lo alimentaría una vez al día y ya. Si lo sumaba a la situación de calle en que se encontraba Ketu, no le extrañaba que tuviera bajas defensas para los mortales enemigos virales que se paseaban por las calles de París. Si ella pudiera ayudarlo… ¡momento! Sí podía. Pero bajó la mirada porque le temblaba el raciocinio de pensar que podía enfadarse con ella por su insensatez.
—Y-Yo claro, si usted me permite. No será la última vez que me envíen al mercado, así que… me gustaría pasar cerca de donde usted está, cocinarle algo para que tenga comida caliente. Dicen que es el mejor remedio. No tengo para ofrecer cosas ostentosas, pero al menos eso quisiera que estuviera en mi poder. ¿No se ofendería si lo hiciera? —Cuando alzó su vista para buscar el rostro de Brandon, se dio cuenta de que éste la miraba fijamente. De inmediato tragó saliva, sintiendo como no era suficiente para estabilizarla. Sus labios se entreabrieron sin darse cuenta. Es que así no podía pensar.— ¿Por qué hace eso ¿Es que no se da cuenta que…? —negó con su cabeza intentando rearmarse. Le costaba tanto sentir esa cercanía que la única manera de salir de ese callejón era evadiendo— Pienso que no debería ser tan duro consigo mismo, Monsieur Acklang. Seguramente nuestro Señor entiende que su amor por el prójimo fue mayor al miedo de ser apresado. No actuó de mala fe y Dios siempre perdona. Si le vale mi opinión, creo que es mejor ser perdonado por hurtado antes que por no haber socorrido a un hermano. Las cosas materiales pueden reemplazarse. Sé que tanto a usted como a mí podrían asaltarnos bandidos en el camino y que nos afectaría porque no tenemos nada más que lo puesto, pero perder a una persona, sobre todo a quien se ama, se siente como si nos hubiéramos perdido a nosotros mismos. —ella no tenía a su madre muerta, pero sí lejos. Dolía. No quería imaginar cuánto debía lastimar a Brandon perder a alguien de su gente.
Con flores no se buscaba aspirar a ninguna riqueza, pero la gente las valoraba. Brandon las entregaba como si fueran un tesoro precioso y Tulipe las recibía como tal. Así era con los de alma sencilla. Se entregaban a ellos mismos bajo un símbolo como aquel; no lo que tenían. Ellos entendían que esta vivir era prestado. Así que la joven no alegó, sino todo lo contrario. Entre sus manos se encontraba el primer regalo de un hombre hacia ella. El segundo vino cuando sus manos se tocaron y la joven sintió un tierno cosquilleo en su palma que pronto se transformó en calor. Duró unos cuantos segundos, sólo unos pocos para que se pusiera de pié, pero los necesarios para que no se le olvidara.
Se quedó pasmada cuando Brandon expresó el deseo de volver a verla; ¿realmente eso le estaba pasando a ella? No le cabía en la cabeza. Los nervios la mataban. Si quería visitarla eso significaba que… no, qué tonta, claro que no. ¿Entonces qué pretendía? El miedo la impulsaba a rechazar su oferta, pero no podía pedirle que le permitiese darle almuerzo sin algo de compañía a cambio. Y si le decía que sí, ¿aceptarían eso los dueños de la mansión? Habían sido terminantemente estrictos con ella para dejarla ingresar; no quería imaginar cómo se comportarían ante Brandon, si es que no elegían expulsarlo no de buena manera. Tal vez no era buena idea decirle a sus patrones de su nueva “amistad” de entrada.
—Lo que él menos necesita son problemas —pensó con preocupación. Tulipe era disfrutaba de la compañía de aquel caballero, pero se preguntaba si podía permitirse ilusionarse con ella cuando la realidad no se lo permitía a ninguno.— Señor Jesús, ¿cómo haces para que él conserve tan viva su esperanza? —ella quería ser como él, igual que las pequeñas aves buscaban imitar a sus voladores progenitores, pero de alguna manera sus alas se sentían pesadas. ¿Qué podía hacer?— ¿Podríamos hacer eso, Monsieur Acklang?
La verdadera pregunta era si tenían o no una oportunidad. Tulipe prefería pensar que, pero al mismo tiempo no podía callar la necesidad de cerciorarse con sus propios ojos que él estuviera a salvo y, si Dios se lo permitía, contribuir a ello. Alguien de espíritu impávido como el de él debía permanecer para inspirar a otros, salir de su condición marginal y eventualmente ser feliz. Podía ser que la criada estuviera reflejando en él sus propias pasiones.
Mientras caminaban, la joven aspiraba la esencia de las flores, un regalo digno de un caballero, aunque Brandon negase poder ser llamado así. Pensó que si el mundo fuera solamente el jardín que Brandon había cuidado, no habrían fronteras para ser felices. Se disfrutaría de las sombras de los árboles, no habría distinción entre una clase u otra, el hambre desaparecería porque se compartiría en vez de acumular excesos, y… no existirían las visitas, porque estarían siempre juntos. A Dios le gustaría ver eso y a ella también. El vagabundo no solamente anhelaba; buscaba construir con sus propias manos.
Se detuvieron en una pequeña colina cuya vista direccionaba hacia la mansión Quartermane. El aroma desapareció. Era tiempo de volver a la realidad.
—Vaya choza, ¿verdad? Es ahí donde trabajo. Creo que hasta aquí llega nuestro paseo. Lo último que deseo es que lo persigan los perros de los amos —miró hacia arriba, al semblante de Ketu. Ojalá pudiese acompañarlo— ¿Sabe algo? No quiero irme. No quisiera tener que hacerlo nunca, pero así son las cosas. Pensemos en que será algo momentáneo y que antes de la siguiente luna llena volveremos a encontrarnos.
Le costó volver a cargar el canasto más moralmente que físicamente. ¿Hacía cuánto que había sonreído? El día anterior no, ni esa mañana tampoco. Al final la felicidad vino alada de la más humilde de las esperanzas. Se lo debía a él. Quería creer que Dios le haría el regalo de volver a topárselo con vida, en excelente condiciones y, si así lo quería el Señor, le pudiese hablar como su corazón se lo pedía.
—Es cruel tener tanto para agradecer y no conocer suficientes palabras para expresarlo. ¿Un gracias será suficiente? —murmuró bajando la cabeza, avergonzada. Sólo tenía una petición antes de marcharse— Por favor, cuídese mucho. Hágame ese regalo, ¿sí?
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Localización : París, en Casa de los patrones
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