AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
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Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
¿Qué pasaría si alguien se atreviese a ofenderte? Me refiero a ofenderte de verdad. Te han insultado a las siete y doce de la noche. Casi a las afueras de París, a tu alrededor los últimos viandantes pasean pensativos sin prestar la menor atención al resto del mundo que sigue y cambia, se recicla a sí mismo y vuelve a cambiar, más o menos como yo. Están concentrados en sus cosas, en sus problemas individuales que no lograrán resolver antes de que la noche se nos lleve a todos sumiéndonos en una oscuridad electrizante. Es a mí a quien han insultado. Sus amenazadores ojos, no escatiman en recorrer cada escollo y rompiente de mi piel. Me observan como si fuera un parásito, basura social anti-burguesa que envenena las calles parisinas y pudre los alimentos de sus terrenos, el fruto de un esfuerzo que no se merece porque son los esclavos quienes extraen de la tierra la salvación, sudorosos, explotados... Sabe levantar el brazo para firmar defunciones pero no para sostener un pico. El caballero que me mira en cuestión, piensa que ha inventado un negocio. Por un instante, imagino que se pone a vomitar monedas de oro, justo lo que necesita el pueblo. Las gentes se precipitan contra él en un brutal salvajismo ancestral y lejano de culturas perdidas, meten las manos dentro de su garganta para provocarle la arcada y el dinero cae y cae. Pero esto es una insignificante ilusión que no se hará realidad por mucho que cruce los dedos. «Sus padres estarían orgullosos probablemente» El estúpido, tuerce la boca en un claro gesto de repugnancia «mentiroso» engañándose a sí mismo porque en el fondo me desea secretamente para lo que le viene en gana o imagina. Ahora bien... ¿Qué pasaría si ofendieses a una gitana? Mejor aún, ¿Qué pasaría si ofendieses a una gitana italiana? «Se complica»
Fue a esa hora exactamente, porque el caballero sujetaba un precioso reloj cuando forcejeamos (herencia familiar, me informó más tarde); él gritaba diciendo que pretendía darme unos azotes, yo le insulté en italiano incluso recuerdo escupirle en la boca como bien me había enseñado mi madre cuando sólo era una niña; en aquel rifirrafe la cadena del reloj se enganchó a un botón de la manga de mi vestido e, irremediablemente, acabó cayendo al suelo entre ambos. Algo debió ver en mi rostro o me leyó el pensamiento «quién sabe» -¡Ni se te ocurra!- O puede que hubiese hecho lo mismo al tratarse de mi reloj. Pero el caso es... que era el suyo, su reloj. No el mío. «Tu capisci?» Y terminé clavando el tacón en la esfera cristalizada que marcaría de por vida las difuntas siete y doce «y nuestro profundo odio» Ya era tarde. Fantasear comprobando que aún no dieron las ocho, sería su único consuelo. Seguido, se llevó las manos a la cabeza decidiendo definitivamente el número de azotes que necesitaba atribuirme como el que se entrega a una causa, para compensar su terrible pérdida «Pobre hombre» -Serán cincuenta, te lo aseguro- porque no concretó hasta ese momento (hablando en cantidades e intensidades) y parecía que la idea aún flotaba en el aire -Por las barbas de mi abuelo, que así serán- «Pocas veces he visto a un hombre llorar» Existe un cierto patetismo cuando lo hacen. La tristeza expuesta, el orgullo desnudo que se parte al no verse capacitado en lo posible por mantener cerradas las compuertas. No me sentía orgullosa, no, claro que no. Pero se lo merecía.
Permanecí quieta frente a él, un par de segundos, tres, cuatro... El circo estaba a unos metros de distancia y llegaría en un abrir y cerrar de ojos si optaba por transformarme. Ocultaría mi rostro y mi presencia que tanto disgustaban al caballero y lo haría en un lugar que no se atrevería a pisar por la cuenta que le traía. Llegado el momento (no podía esperar más o volvería a tomarme por el brazo) abandoné la calle corriendo por un sendero arcilloso mientras me perseguía sin demoras y perdí los zapatos en el transcurso de mi fuga al quedarse atrapados en el barro (cosa que agradecí, estaban retrasándome); además decidí pegarle un buen susto al hombre. me desprendí de mis ropajes (ahora era mi orgullo el que se desnudaba); esto sin dejar de correr atisbando por fin el circo, justo a la puertas, y transformándome finalmente en un inesperado gato dorado asiático. Causó su impacto.
Detuve el paso, girándome para contemplarle y vi sus ojos, su cara descompuesta en la lejanía. Había desafío en los míos. «El hombre contra la bestia» No buscaba espectacularidad, pero tuve que hacerlo. Bajé la cabeza y alcé los omoplatos, encarándole con la mirada como una fiera que te advierte y con razón, que no des un paso más. Tenía un tigre escondido y podía cambiar de opinión, que no tentase a su suerte, terminaría partiéndole el cuello. El caballero retrocedió al instante, se tropezó con una piedra, trató de levantarse y cubierto por una capa de sudor que no era más que la representación física del pánico atroz que sentía por dentro, se marchó dejándome tranquila. ¿Se atrevería a contárselo a alguien? Pensé adentrándome en el circo, esquivando piernas y obstáculos. «Nadie creería una sola palabra» Y si lo hacían, sus amigos terminarían encerrados junto a él en las oscuridades de un hospital (un idiota menos en el mundo) «Me parece justo»
Bordeé una de las inmensas carpas situándome tras ella, donde nadie pudiese verme para regresar a mi forma humana. Ahora debía encontrar algún tipo de prenda para cubrirme. Por mucho que el circo asegurase un espectáculo, no entraba en mis planes ser el centro de todas las miradas. A veces pensaba que alguien velaba por mí, quizás mi madre o mi pueblo, allá en Italia, mediante sortilegios y conjuros para asegurarme una vida plena, maravillosa, colmada de suerte. Llegué a creerlo porque justo aquello que andaba buscando, apareció como por arte de magia. Un joven empujaba un vestidor con ruedas cerca de donde me encontraba y arrastrándome por el suelo sigilosamente, tiré de una de las prendas ¡Unos pantalones! Anchos, rojos, me faltaba la parte de arriba. «Allá vamos» Tiré una vez más y saqué una camisa blanca. El joven ni se dio cuenta. Siguió su camino, silbando, paseaba el vestidor. Cuando me quedé a solas, me vestí con lucidez y entré descalza bajo la carpa tras levantarla por un extremo. En ese instante, empezó mi noche.
Observé el interior de la carpa, las cuerdas que ascendían desde el suelo hasta el techo sosteniéndola y el silencio que se incrementó tras mi aparición inesperada, intrusa. Vi los ojos de aquellos que me reconocían como a un igual. «Silencio en las jaulas de las fieras» Mi olor debió delatarme, no lo supe. Nunca antes había estado tan cerca de un león. El caso es, que no podían apartarme la mirada. Dejaron de lamerse las pezuñas, de comer la carne cruda con la que les alimentaban antes de salir a escena. ¿Se preguntarían por qué estaban encerrados? Y yo, sin embargo, caminaba libre. «Libre» Una palabra poderosa. Libre y decidida me acerqué a una jaula. Pegué la cabeza a los barrotes y esperé. El león se acercó despacio hacia mí y realizó el mismo gesto. «Tranquilo... no tema» Dejó caer la frente en un saludo felino y secreto -Buenas noches, cariño- murmure en un hilo de voz, cerré los párpados, después vino la calma. Me envolvió en un manto eterno como el que regresa a casa.
Fue a esa hora exactamente, porque el caballero sujetaba un precioso reloj cuando forcejeamos (herencia familiar, me informó más tarde); él gritaba diciendo que pretendía darme unos azotes, yo le insulté en italiano incluso recuerdo escupirle en la boca como bien me había enseñado mi madre cuando sólo era una niña; en aquel rifirrafe la cadena del reloj se enganchó a un botón de la manga de mi vestido e, irremediablemente, acabó cayendo al suelo entre ambos. Algo debió ver en mi rostro o me leyó el pensamiento «quién sabe» -¡Ni se te ocurra!- O puede que hubiese hecho lo mismo al tratarse de mi reloj. Pero el caso es... que era el suyo, su reloj. No el mío. «Tu capisci?» Y terminé clavando el tacón en la esfera cristalizada que marcaría de por vida las difuntas siete y doce «y nuestro profundo odio» Ya era tarde. Fantasear comprobando que aún no dieron las ocho, sería su único consuelo. Seguido, se llevó las manos a la cabeza decidiendo definitivamente el número de azotes que necesitaba atribuirme como el que se entrega a una causa, para compensar su terrible pérdida «Pobre hombre» -Serán cincuenta, te lo aseguro- porque no concretó hasta ese momento (hablando en cantidades e intensidades) y parecía que la idea aún flotaba en el aire -Por las barbas de mi abuelo, que así serán- «Pocas veces he visto a un hombre llorar» Existe un cierto patetismo cuando lo hacen. La tristeza expuesta, el orgullo desnudo que se parte al no verse capacitado en lo posible por mantener cerradas las compuertas. No me sentía orgullosa, no, claro que no. Pero se lo merecía.
Permanecí quieta frente a él, un par de segundos, tres, cuatro... El circo estaba a unos metros de distancia y llegaría en un abrir y cerrar de ojos si optaba por transformarme. Ocultaría mi rostro y mi presencia que tanto disgustaban al caballero y lo haría en un lugar que no se atrevería a pisar por la cuenta que le traía. Llegado el momento (no podía esperar más o volvería a tomarme por el brazo) abandoné la calle corriendo por un sendero arcilloso mientras me perseguía sin demoras y perdí los zapatos en el transcurso de mi fuga al quedarse atrapados en el barro (cosa que agradecí, estaban retrasándome); además decidí pegarle un buen susto al hombre. me desprendí de mis ropajes (ahora era mi orgullo el que se desnudaba); esto sin dejar de correr atisbando por fin el circo, justo a la puertas, y transformándome finalmente en un inesperado gato dorado asiático. Causó su impacto.
Detuve el paso, girándome para contemplarle y vi sus ojos, su cara descompuesta en la lejanía. Había desafío en los míos. «El hombre contra la bestia» No buscaba espectacularidad, pero tuve que hacerlo. Bajé la cabeza y alcé los omoplatos, encarándole con la mirada como una fiera que te advierte y con razón, que no des un paso más. Tenía un tigre escondido y podía cambiar de opinión, que no tentase a su suerte, terminaría partiéndole el cuello. El caballero retrocedió al instante, se tropezó con una piedra, trató de levantarse y cubierto por una capa de sudor que no era más que la representación física del pánico atroz que sentía por dentro, se marchó dejándome tranquila. ¿Se atrevería a contárselo a alguien? Pensé adentrándome en el circo, esquivando piernas y obstáculos. «Nadie creería una sola palabra» Y si lo hacían, sus amigos terminarían encerrados junto a él en las oscuridades de un hospital (un idiota menos en el mundo) «Me parece justo»
Bordeé una de las inmensas carpas situándome tras ella, donde nadie pudiese verme para regresar a mi forma humana. Ahora debía encontrar algún tipo de prenda para cubrirme. Por mucho que el circo asegurase un espectáculo, no entraba en mis planes ser el centro de todas las miradas. A veces pensaba que alguien velaba por mí, quizás mi madre o mi pueblo, allá en Italia, mediante sortilegios y conjuros para asegurarme una vida plena, maravillosa, colmada de suerte. Llegué a creerlo porque justo aquello que andaba buscando, apareció como por arte de magia. Un joven empujaba un vestidor con ruedas cerca de donde me encontraba y arrastrándome por el suelo sigilosamente, tiré de una de las prendas ¡Unos pantalones! Anchos, rojos, me faltaba la parte de arriba. «Allá vamos» Tiré una vez más y saqué una camisa blanca. El joven ni se dio cuenta. Siguió su camino, silbando, paseaba el vestidor. Cuando me quedé a solas, me vestí con lucidez y entré descalza bajo la carpa tras levantarla por un extremo. En ese instante, empezó mi noche.
Observé el interior de la carpa, las cuerdas que ascendían desde el suelo hasta el techo sosteniéndola y el silencio que se incrementó tras mi aparición inesperada, intrusa. Vi los ojos de aquellos que me reconocían como a un igual. «Silencio en las jaulas de las fieras» Mi olor debió delatarme, no lo supe. Nunca antes había estado tan cerca de un león. El caso es, que no podían apartarme la mirada. Dejaron de lamerse las pezuñas, de comer la carne cruda con la que les alimentaban antes de salir a escena. ¿Se preguntarían por qué estaban encerrados? Y yo, sin embargo, caminaba libre. «Libre» Una palabra poderosa. Libre y decidida me acerqué a una jaula. Pegué la cabeza a los barrotes y esperé. El león se acercó despacio hacia mí y realizó el mismo gesto. «Tranquilo... no tema» Dejó caer la frente en un saludo felino y secreto -Buenas noches, cariño- murmure en un hilo de voz, cerré los párpados, después vino la calma. Me envolvió en un manto eterno como el que regresa a casa.
Verona*- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/03/2012
Localización : París
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
-"Ya lo sabes, Zavannah, lo sabes bien, o haces lo que te digo, o no hay salidas está noche ¿Entendido?"- Una sonrisa sincera, pero llena por completo de cinismo acompañaba el rostro de su hermano. Los ojos estaban rebosantes de un brillo especial al tenerla frente a él, tan cerca, tanto que le emocionaba más poder recibir a la perfección el olor de su hermana, pero todos aquellos gestos hermosos no contaban ni una pizca cuando dejaba salir el tono firme, arrogante, y estricto en su voz. Él no era un chico aparentemente de temer, pues siempre hacia chistes, y buscaba hacerse el gracioso para que nadie sospechara la realidad, su secreto. Nadie sabía en realidad lo que en verdad era, incluso su hermana, quien dormía en su misma cama, y pasaba casi las veinticuatro horas del día con él, todo eso a causa de su baja economía, al haber escapado de casa. La pequeña cambiante no se negaba, siempre aceptaba lo que le decía, asentía, y no chistaba, pues confiaba en él. Sabía que el único interés verdadero de su hermano era protegerla, hacerla feliz, aunque claro, de una manera muy extraña, del pecado imperdonable (según las escrituras de la iglesia). Pues de ahí proviene el secreto, y del secreto la sobreprotección, y así consecutivamente hasta que la cadena se vuelve confusa, imposible de descifrar, y lo único que queda es confiar en las palabras de un hermano enamorado.
Su cabeza seguía moviéndose, sólo de arriba hacía abajo, es muy probable que haya perdido el conocimiento de cómo negarse. Tiene miedo a peleas, a regaños, y a un rostro de su hermano molesto. Zavannah Zöllner, anteriormente Balcombe-Kelley, se sentía culpable, quizás esa era una de las razones por las cuales siempre accedía ante los chantajes de su hermano, creía que por su culpa él no buscaba su felicidad con alguien más, sólo por aquella promesa de cuidarla y no dejarla sola nunca. No sospechaba aún que su hermano no quería estar con nadie más, sólo con ella, y por eso el remordimiento era más grande. Él por supuesto, no se arriesgaría a explicarle, pues sabía que podría perderla, pues la cambiante tendría miedo, mucho miedo a la realidad de su vida, y de su amor; después de aquellos asentimientos simultáneos, se unieron sus cuerpos en un fuerte abrazo. Todos los que vivían dentro del cierto, al igual que ellos. Los definían cómo los hermanos perfectos, nunca pensaban mal, a nadie se le cruzaba por la cabeza el verdadero significado de ese abrazo, el significado que le daba Zigmund, y era mejor así, pues de saberlo seguramente empezarían las habladurías, las privaciones en las cercanía, y todo estaría mal, pero su hermano (cómo siempre), se las arreglaba para pasar desapercibidos, y ser la envidia fraternal de todo Francia.
Al fondo de la escena, se podía escuchar a la banda que diariamente ambientaba él lugar, siempre se les daba más dramatismo a los actos con las melodías que ellos (de manera muy profesional), tocaban para toda la concurrencia. Zavannah ya se había de pies a la cabeza el orden de las canciones de cada día. Era una chica lista (en algunos aspectos, claro está), y por ese tipo de detalles se había ganado la simpatía de los dueños del circo. La jovencita en medio del abrazo y con los ojos cerrados, imaginó la escena que seguramente estarían pasando en ese momento: Los payasos, que con múltiples colores adheridos, estarían contando muchos chistes para hacerles más feliz la vida a los espectadores. De sólo imaginarlo una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, eso le faltaba a su vida: sonrisas.
Los silencios ahora eran sus mejores amigos. Con el tiempo ella había dejado de querer establecer conversaciones, temía que cualquier cosa errónea que dijera hiciera que su hermano le gritara. Por eso, sin decir mucho, comenzó a liberar su cuerpo de aquel abrazo. Le miró a los ojos por un largo periodo, y después, con la ayuda de la punta de sus pies, se impulsó para poder dejar un beso cálido en la mejilla de aquel que había nacido del mismo vientre que ella. Él, cómo era de esperarse, la retuvo unos momentos más, y luego la soltó, dejando que tomará el camino hacía la carpa trasera. En su separación, y los pasos que comenzó a realizar, nunca, en ningún momento le quitó la mirada de encima, asegurándose de que su hermana no perdiera la dirección. Inseguridades injustificadas.
- No entiendo por qué se han encerrado antes de tiempo, saben bien que conmigo no tienen que fingir - La voz dulce, cantarina, e incomoda de Zavannah se hizo presente en aquella parte de la carpa. Dónde sus animales, a "dominar", se encontraban enjaulados. En realidad no se trataba de eso, eran cambiaformas de clase baja que no habían encontrado una mejor vida, y que buscaron esconderse de ese modo, dando un poco de alegría, de esa que no tenían. - ¿Les ha traído mi hermano la comida que mandé para ustedes? - Todas las mañanas, antes de que todos los del circo se levantaran, Zavannah preparaba un alimento especial para esos seres que vivían en una carpa enjaulados, evitando que se les diera desperdicio, pues no lo merecían. Mientras ella se bañaba, su hermano llevaba los alimentos.
- Oh… - La joven abrió los ojos cómo platos al ver una sombra desconocida. Pensó que la había regado, que había comido una gran imprudencia al no haberse cerciorado antes de hablar, pero entonces pudo visualizar de forma correcta, una mujer, los ropajes, y luego el olor la hicieron forma una mueca de confusión - Disculpe señorita, no es un lugar permitido para el publico en general, si la encuentra alguien más, puede tener muchos problemas - Rápidamente sus mejillas pálidas se encendieron "¡Que imprudente eres, Zavannah!". Se regañó, pero notó la serenidad de la mujer, lo cual la hizo sentir una especie de peso menos de encima - ¿Es cambiante no es así? - Preguntó con cierta timidez, pero sabía que lo era, pues entre hermanos cambiaformas se podían identificar. - Bienvenida - Sonrió apenas, intentando ignorar su revelación de hace unos momentos.
Su cabeza seguía moviéndose, sólo de arriba hacía abajo, es muy probable que haya perdido el conocimiento de cómo negarse. Tiene miedo a peleas, a regaños, y a un rostro de su hermano molesto. Zavannah Zöllner, anteriormente Balcombe-Kelley, se sentía culpable, quizás esa era una de las razones por las cuales siempre accedía ante los chantajes de su hermano, creía que por su culpa él no buscaba su felicidad con alguien más, sólo por aquella promesa de cuidarla y no dejarla sola nunca. No sospechaba aún que su hermano no quería estar con nadie más, sólo con ella, y por eso el remordimiento era más grande. Él por supuesto, no se arriesgaría a explicarle, pues sabía que podría perderla, pues la cambiante tendría miedo, mucho miedo a la realidad de su vida, y de su amor; después de aquellos asentimientos simultáneos, se unieron sus cuerpos en un fuerte abrazo. Todos los que vivían dentro del cierto, al igual que ellos. Los definían cómo los hermanos perfectos, nunca pensaban mal, a nadie se le cruzaba por la cabeza el verdadero significado de ese abrazo, el significado que le daba Zigmund, y era mejor así, pues de saberlo seguramente empezarían las habladurías, las privaciones en las cercanía, y todo estaría mal, pero su hermano (cómo siempre), se las arreglaba para pasar desapercibidos, y ser la envidia fraternal de todo Francia.
Al fondo de la escena, se podía escuchar a la banda que diariamente ambientaba él lugar, siempre se les daba más dramatismo a los actos con las melodías que ellos (de manera muy profesional), tocaban para toda la concurrencia. Zavannah ya se había de pies a la cabeza el orden de las canciones de cada día. Era una chica lista (en algunos aspectos, claro está), y por ese tipo de detalles se había ganado la simpatía de los dueños del circo. La jovencita en medio del abrazo y con los ojos cerrados, imaginó la escena que seguramente estarían pasando en ese momento: Los payasos, que con múltiples colores adheridos, estarían contando muchos chistes para hacerles más feliz la vida a los espectadores. De sólo imaginarlo una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, eso le faltaba a su vida: sonrisas.
Los silencios ahora eran sus mejores amigos. Con el tiempo ella había dejado de querer establecer conversaciones, temía que cualquier cosa errónea que dijera hiciera que su hermano le gritara. Por eso, sin decir mucho, comenzó a liberar su cuerpo de aquel abrazo. Le miró a los ojos por un largo periodo, y después, con la ayuda de la punta de sus pies, se impulsó para poder dejar un beso cálido en la mejilla de aquel que había nacido del mismo vientre que ella. Él, cómo era de esperarse, la retuvo unos momentos más, y luego la soltó, dejando que tomará el camino hacía la carpa trasera. En su separación, y los pasos que comenzó a realizar, nunca, en ningún momento le quitó la mirada de encima, asegurándose de que su hermana no perdiera la dirección. Inseguridades injustificadas.
- No entiendo por qué se han encerrado antes de tiempo, saben bien que conmigo no tienen que fingir - La voz dulce, cantarina, e incomoda de Zavannah se hizo presente en aquella parte de la carpa. Dónde sus animales, a "dominar", se encontraban enjaulados. En realidad no se trataba de eso, eran cambiaformas de clase baja que no habían encontrado una mejor vida, y que buscaron esconderse de ese modo, dando un poco de alegría, de esa que no tenían. - ¿Les ha traído mi hermano la comida que mandé para ustedes? - Todas las mañanas, antes de que todos los del circo se levantaran, Zavannah preparaba un alimento especial para esos seres que vivían en una carpa enjaulados, evitando que se les diera desperdicio, pues no lo merecían. Mientras ella se bañaba, su hermano llevaba los alimentos.
- Oh… - La joven abrió los ojos cómo platos al ver una sombra desconocida. Pensó que la había regado, que había comido una gran imprudencia al no haberse cerciorado antes de hablar, pero entonces pudo visualizar de forma correcta, una mujer, los ropajes, y luego el olor la hicieron forma una mueca de confusión - Disculpe señorita, no es un lugar permitido para el publico en general, si la encuentra alguien más, puede tener muchos problemas - Rápidamente sus mejillas pálidas se encendieron "¡Que imprudente eres, Zavannah!". Se regañó, pero notó la serenidad de la mujer, lo cual la hizo sentir una especie de peso menos de encima - ¿Es cambiante no es así? - Preguntó con cierta timidez, pero sabía que lo era, pues entre hermanos cambiaformas se podían identificar. - Bienvenida - Sonrió apenas, intentando ignorar su revelación de hace unos momentos.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 02/05/2012
Edad : 34
Re: Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
Ni el viento, ni la nieve, ni la escarcha acumulada en las repisas de los muebles de las casas sin tejados y entre llantos... Llantos «lagrimas por doquier»; son los niños abandonados y las soledades gélidas de los ancianos que intentaron hacerme olvidar, que estoy donde tengo que estar, justo en el mejor sitio; en el centro. Y atrás quedaron las yagas de los trabajadores, las tierras secas y los campos aislados; ni siquiera los pájaros podrán deshacer este instante que empieza y es mío, mío en su inmensidad, mío eternamente en su misericordia. Un hilo invisible cual lazo incipiente, amarró mi calcinado cuerpo al cuerpo enérgico del león. Y cuanto más creía en la existencia de aquel hilo imaginario, más real se refugiaba en nosotros la evidencia de que éramos uno solo. Los pájaros sobrevolarían el circo y más allá, alcanzarían los maizales y temblarían de pavor, payasos y espigas de trigo en igualdad de condiciones pese a sus peculiares y contradictorias naturalezas, siendo principales víctimas de sus picos. Pero qué importaba eso ahora, qué importaba ser una víctima si en en fondo de mi ser, yo tenía plena confianza y sabía, que nadie lograría destrozarme aquel momento.
No era mi familia. Me habría gustado decir que al fin y por locuras del destino los había encontrado, pero era incierto como el anochecer. Cuando sólo era una niña, una vulgar neófita cambiante, fui arrebatada de los brazos de mi pueblo por hombres que conversaban tranquilamente unos con otros mientras un chico de doce años les limpiaba los zapatos por un par de monedas. Y por mucho que desease encontrar a mi pueblo, no fui capaz de afirmar que aquellos animales, eran los gitanos que me vieron nacer (que no crecer) y mis afirmaciones sólo habrían servido para demostrar un hecho: que me estaba mintiendo a mí misma. «Si al menos lograse verles cada vez que girase el rostro creyendo encontrarles»
Sin embargo, no podía marcharme y darles la espalda, porque pese a estar rodeada de gente las 24 horas del día, yo estaba sola, sola como la que más. Allí donde ponía un pie, ocurría algo terrible. Los problemas me perseguían sin dilaciones y las personas que me rodeaban, solían achacarlos a mi indomable conducta fuera de lugar. Cierto era que siempre terminaba en el peor sitio, en el peor momento y de la peor forma. ¿Pero acaso era culpa mía? ¿No sería el mundo, que empujaba mi rumbo hacia allí? ¿Era posible estarse quieta? Una pregunta que me hice en más de una ocasión tras levantarme de una silla demasiado deprisa y volverme a sentar. Pero el único obstáculo que planteaban los acontecimientos, era que estaban inmensamente aburridos. Fue mi conclusión, «así se aleje pegando una patada y se marche, desaparezca la culpa, lejos, muy lejos de mi camino» Y mis amigos preguntarían; «¿Quienes? ¿Quienes se aburren, Verona?» y yo apagaría el cigarrillo mirándoles con la ceja en alza y contestaría; «Los problemas» Como alguien dijo una vez; "Los pies en la tierra, la mirada en el cielo." Habría sido necio no darse cuenta antes y puede que una locura sacar dichas conclusiones... Pero lo cierto era que, ellos estaban aburridos y yo estaba aburrida de ellos.
Haciendo caso omiso, mis manos se aferraron al pelaje del animal y bordearon su cabeza descendiendo deliberadamente hasta el cuello de este. Era como meter las manos en algodón de azúcar. La carpa se suspendía en un silencio insondable en sepultura, similar al de una novela de misterio donde tras la calma, acontece un suceso inesperado que dará un giro a mi situación, hasta el momento incierta. Fue una mujer quien perturbó aquella serenidad y no corrí a esconderme ni aparté las manos del león. ¿Qué otra cosa haría salvo echarme? Para mí no era un peligro de primeras (aunque nunca has de fiarte); además su olor era similar al mío y al de todos aquellos que permanecieron en absoluto silencio o expectantes quizás. Abrí los ojos en cuanto escuché el timbre de su voz, un sonido en exceso hermoso para los oídos, pensando que estaba sola y que por lógica, se equivocaba de lleno. ¿Me hablaba a mí? Despegué la cabeza de los barrotes con suavidad, agarrándome aún a uno de ellos cuando dirigí la mirada hacia una jovencita mucho más extraviada y confusa que yo, servidora, que me había colado con toda mi cara en su carpa. Por casi rompo a reír -Problema. Curiosa palabra que alimenta mis recuerdos. Lo primero que le dijo la comadrona a mi madre fue; señora, tiene usted un problema- alcé una ceja enfatizando el chiste -Y sí, soy un cambiante. ¿Algún otro problema?- Puede que la situación me divirtiese o sólo puede que me hubiese transformado en una cínica completa, pero mi tono de voz no fue hostil ni mucho menos. El problema surgió cuando utilizó la peor palabra, en el peor sitio, con la peor persona. «Fíjate tú, se cumplieron los pronósticos»
Tomé aire tratando de serenar mi labia y tras un breve paréntesis, decidí examinarla de cerca, ya que mi presencia era bienvenida. Supuse que no la molestaría. ¿Por qué habría de molestarse si mis intenciones no eran malas? La rodeé vigilándola a pocos metros y situé un dedo en la boca, pensativa, divagando cuál sería la causa para llamarme señorita y tratarme de manera educada -Eres demasiado correcta para ser un animal- Incluso me habría atrevido a especular, que iba demasiado limpia para vivir en un circo (o lo que yo consideraba ir arreglado, cuando me pasaba medio día en la calle vagando de contenedor en contenedor para luego regresar a mi casa como una andrajosa) Aún así, evité juzgarla. Cada cual es libre y mi comentario carecía de importancia. Al terminar de dar una vuelta completa a su alrededor y comprobar lo menuda y grácil que era, me situé frente a ella para asegurarme de hacérselo entender -No es una catástrofe- Ya estaba bien de tanta desconfianza por parte mía -Mi nombre es Verona- estiré la mano en señal de paz para que la estrechase -Siento haber irrumpido con tan poco tacto- mis mejores disculpas... Y bastante que recordé dárselas. Me distraía con mucha facilidad, como el que se queda mirando un mosquito pulular -Tienes un trabajo muy interesante- volví la vista hacia las jaulas y contemplé a las fieras tristemente. Nuestro abrazo concluyó en su brevedad más cruda -¿Se trata de tu familia o sólo es caridad? Nunca había visto nada igual.
No era mi familia. Me habría gustado decir que al fin y por locuras del destino los había encontrado, pero era incierto como el anochecer. Cuando sólo era una niña, una vulgar neófita cambiante, fui arrebatada de los brazos de mi pueblo por hombres que conversaban tranquilamente unos con otros mientras un chico de doce años les limpiaba los zapatos por un par de monedas. Y por mucho que desease encontrar a mi pueblo, no fui capaz de afirmar que aquellos animales, eran los gitanos que me vieron nacer (que no crecer) y mis afirmaciones sólo habrían servido para demostrar un hecho: que me estaba mintiendo a mí misma. «Si al menos lograse verles cada vez que girase el rostro creyendo encontrarles»
Sin embargo, no podía marcharme y darles la espalda, porque pese a estar rodeada de gente las 24 horas del día, yo estaba sola, sola como la que más. Allí donde ponía un pie, ocurría algo terrible. Los problemas me perseguían sin dilaciones y las personas que me rodeaban, solían achacarlos a mi indomable conducta fuera de lugar. Cierto era que siempre terminaba en el peor sitio, en el peor momento y de la peor forma. ¿Pero acaso era culpa mía? ¿No sería el mundo, que empujaba mi rumbo hacia allí? ¿Era posible estarse quieta? Una pregunta que me hice en más de una ocasión tras levantarme de una silla demasiado deprisa y volverme a sentar. Pero el único obstáculo que planteaban los acontecimientos, era que estaban inmensamente aburridos. Fue mi conclusión, «así se aleje pegando una patada y se marche, desaparezca la culpa, lejos, muy lejos de mi camino» Y mis amigos preguntarían; «¿Quienes? ¿Quienes se aburren, Verona?» y yo apagaría el cigarrillo mirándoles con la ceja en alza y contestaría; «Los problemas» Como alguien dijo una vez; "Los pies en la tierra, la mirada en el cielo." Habría sido necio no darse cuenta antes y puede que una locura sacar dichas conclusiones... Pero lo cierto era que, ellos estaban aburridos y yo estaba aburrida de ellos.
Haciendo caso omiso, mis manos se aferraron al pelaje del animal y bordearon su cabeza descendiendo deliberadamente hasta el cuello de este. Era como meter las manos en algodón de azúcar. La carpa se suspendía en un silencio insondable en sepultura, similar al de una novela de misterio donde tras la calma, acontece un suceso inesperado que dará un giro a mi situación, hasta el momento incierta. Fue una mujer quien perturbó aquella serenidad y no corrí a esconderme ni aparté las manos del león. ¿Qué otra cosa haría salvo echarme? Para mí no era un peligro de primeras (aunque nunca has de fiarte); además su olor era similar al mío y al de todos aquellos que permanecieron en absoluto silencio o expectantes quizás. Abrí los ojos en cuanto escuché el timbre de su voz, un sonido en exceso hermoso para los oídos, pensando que estaba sola y que por lógica, se equivocaba de lleno. ¿Me hablaba a mí? Despegué la cabeza de los barrotes con suavidad, agarrándome aún a uno de ellos cuando dirigí la mirada hacia una jovencita mucho más extraviada y confusa que yo, servidora, que me había colado con toda mi cara en su carpa. Por casi rompo a reír -Problema. Curiosa palabra que alimenta mis recuerdos. Lo primero que le dijo la comadrona a mi madre fue; señora, tiene usted un problema- alcé una ceja enfatizando el chiste -Y sí, soy un cambiante. ¿Algún otro problema?- Puede que la situación me divirtiese o sólo puede que me hubiese transformado en una cínica completa, pero mi tono de voz no fue hostil ni mucho menos. El problema surgió cuando utilizó la peor palabra, en el peor sitio, con la peor persona. «Fíjate tú, se cumplieron los pronósticos»
Tomé aire tratando de serenar mi labia y tras un breve paréntesis, decidí examinarla de cerca, ya que mi presencia era bienvenida. Supuse que no la molestaría. ¿Por qué habría de molestarse si mis intenciones no eran malas? La rodeé vigilándola a pocos metros y situé un dedo en la boca, pensativa, divagando cuál sería la causa para llamarme señorita y tratarme de manera educada -Eres demasiado correcta para ser un animal- Incluso me habría atrevido a especular, que iba demasiado limpia para vivir en un circo (o lo que yo consideraba ir arreglado, cuando me pasaba medio día en la calle vagando de contenedor en contenedor para luego regresar a mi casa como una andrajosa) Aún así, evité juzgarla. Cada cual es libre y mi comentario carecía de importancia. Al terminar de dar una vuelta completa a su alrededor y comprobar lo menuda y grácil que era, me situé frente a ella para asegurarme de hacérselo entender -No es una catástrofe- Ya estaba bien de tanta desconfianza por parte mía -Mi nombre es Verona- estiré la mano en señal de paz para que la estrechase -Siento haber irrumpido con tan poco tacto- mis mejores disculpas... Y bastante que recordé dárselas. Me distraía con mucha facilidad, como el que se queda mirando un mosquito pulular -Tienes un trabajo muy interesante- volví la vista hacia las jaulas y contemplé a las fieras tristemente. Nuestro abrazo concluyó en su brevedad más cruda -¿Se trata de tu familia o sólo es caridad? Nunca había visto nada igual.
Verona*- Cambiante Clase Alta
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Re: Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
Una ligera incomodidad fue lo que sintió al sentirse observa, más aún con aquellas miras poco gratas que recibía su persona, o al menos eso era lo que se imaginaba. Por lo regular, la cambiante siempre recibía tratos muy delicados, suaves y educados, incluso viviendo en un circo, y la razón principal sería que su hermano nunca dejaba a nadie acercarse demasiado, o que los dueños del circo fueran demasiado educados, tanto, como si estuvieran bajados de la cuna real. La chica se sintió perturbada, de cierta manera no sabía como responder a tales "insolencias", pero no se preocupó, pues su parte animal ni siquiera se había erizado o puedo en alerta, todo seguía en orden, solo estaba fuera de lugar aquella incomodidad que experimentaba, y que propiamente sabía finalizado el encuentro ya no volvería a sentir. Se mordisqueó el labio inferior con ligereza, intentando aguantar las ganas de contestar, por muy educada que fuera, su gata interna era muy arisca, y todo de nuevo, gracias a su hermano. Se quedó pensativa, intentando en su mente poder escoger las palabras correctas, pero conforme pasaba el tiempo, notaba que en realidad las palabras se le iban borrando de la cabeza, y prefirió rendirse, pues ella no era una joven de analizar demasiado las situaciones, así que prefirió guardar silencio, y aprender de aquello que estaba pasando.
Los ojos de Zavannah se desviaron de forma abrupta hacía la jaula, dónde se encontraba un grupo de animales que la veían con mucho amor, incluso estando en aquella zona que les limitaba demasiado de algo clave en su naturaleza: la libertad. Aquellas criaturas no se podían negar, y de cierta manera no lo hacían, pues a pesar de tener las garras y dientes listos para atacar y con eso encontrar su alimento diario, se contenían de lastimar de forma salvaje. Se trataba de una familia de cambiantes que, habían tenido una suerte muy mala a lo largo de su vida, y que la bondad de sus corazones era más grande que su hambre, por esa razón, preferían encerrarse y comer cómo cualquier otro animal. La más pequeña de los hermanos Zöllner los había encontrado detrás de las carpas del circo, su instinto de familiaridad con los de su misma especie le hizo ayudarles, y al poco tiempo montaron tremendo espectáculo jamás antes visto, claro, sin que Zigmund, su hermano mayor, supiera la totalidad de la verdad de lo que acontecía, pues ella, ignorante demasiado de su condición cuando llega a cambiar a su forma animal, no deseaba lastimarle con algún error. Por un momento ella quiso justificar sus acciones, contarle la historia a la nueva integrante de la carpa, pero de nuevo se quedó en silencio, sintiendo de nueva cuenta la incomodidad.
Para rematar el momento, la forma en que se le hablaba seguía siendo no muy grato, pero la joven pensó que quizás aquella mujer simplemente sabía comportarse de esa manera, y por so no objetó. Suspiró de forma profunda, y se agachó frente a los grandes barrotes, no ignoraba nada de lo que hiciera la mujer, pero tenía muchas ganas de saber si sus cambiantes amigos estaban bien. Así fue cuando estiró su mano entre los barrotes, y los animales se acercaron a lamer sus dedos con mucha devoción, se podía notar lo contentos que estaban pese a su situación de vida, y eso era lo que dejaba tranquila a Zavannah, quien odiaba incluso verlos así. Fue entonces cuando a se volvió a poner de pie a la brevedad, y escuchó el nombre de la mujer arqueando una de sus cejas, aquello demostraba su inseguridad por aquella presentación. Lo cierto es que no le quedaba de otra más que confiar.
- Es cierto, no he llevado demasiado a la luz mi parte animal, pues en mi hogar quien poseía éste don falleció al parirme, mi padre y hermano al ser solo humanos, y demasiado protectores, no me dieron libertades o enseñanzas relacionadas con esto. Nací en cuna de oro, y terminé en un circo, pero la educación que he recibido durante toda mi vida, no se puede borrar de la noche a la mañana. - La castaña se sorprendió demasiado al notarse al natural al hablar, ni siquiera un titubeo salió de sus labios al dirigirse a la mujer, que a su consideración, pese a parecer demasiado salvaje, le parecía hermosa en demasía, e interesante. Quizás su parte animal influía demasiado en eso. Sonrió de forma amplia, y luego se acercó un poco, cediendo al momento.
- Zavannah Zöllner - Mencionó de forma dudosa, cantarina y dulce, lo primero nunca podía evitarlo, pues aún le sabía bastante mal tener que decir otro apellido. Le gustaba su verdadero apellido, pero sabía que, de ser escuchado por alguien más, aquello podría ser un error garrafal, y que su hermano quizás la mataría, o no, peor, terminaría echándole en cara todo lo que había hecho por ella, y la forma en la que ella se empeñaba en arruinar las cosas. Su hermano era un tema que siempre salía a la luz, de forma inevitable, en sus pensamientos, o en una conversación, pues era prácticamente la otra mitad de la joven, o quizás él se había encargado de hacerle creer eso. Mientras le estrechaba la mano, se percató que su media "naranja" no llegaba desesperado a saber noticias de ella, lo cual sintió alivio, y comenzó a sentirse cómoda con la situación.
- En realidad no es un trabajo, es diversión, me gusta hacer reír a los niños, hacerles creer que nada malo pasa a su alrededor al menos por unos momentos, y para mi buena suerte ellos me ayudan - Les echó una ojeada breve y se dio cuenta que estaba apretando de forma ruda la mano ajena. ¿En qué momento había estrechado su mano? Zavannah se sonrojó, y luego la soltó - Si, podría decir que es mi familia, aunque sólo tengan un mes a mi lado - Se encogió de hombros - Aunque no lo crea, son felices así, les gusta estar ahí, tienen un pensamiento especial… creo que tampoco saben mucho de nuestra naturaleza, o quizás la evitan, no sabría decirle, yo también soy una ignorante del tema, pero… ¿Qué hay de usted? ¿Qué me puede decir acerca de lo que somos? - Finalizó, pero en sus ojos se notaba un brillo extraño, el de la curiosidad y emoción. A esas alturas, Zavannah lo que menos sentía era incomodidad.
Los ojos de Zavannah se desviaron de forma abrupta hacía la jaula, dónde se encontraba un grupo de animales que la veían con mucho amor, incluso estando en aquella zona que les limitaba demasiado de algo clave en su naturaleza: la libertad. Aquellas criaturas no se podían negar, y de cierta manera no lo hacían, pues a pesar de tener las garras y dientes listos para atacar y con eso encontrar su alimento diario, se contenían de lastimar de forma salvaje. Se trataba de una familia de cambiantes que, habían tenido una suerte muy mala a lo largo de su vida, y que la bondad de sus corazones era más grande que su hambre, por esa razón, preferían encerrarse y comer cómo cualquier otro animal. La más pequeña de los hermanos Zöllner los había encontrado detrás de las carpas del circo, su instinto de familiaridad con los de su misma especie le hizo ayudarles, y al poco tiempo montaron tremendo espectáculo jamás antes visto, claro, sin que Zigmund, su hermano mayor, supiera la totalidad de la verdad de lo que acontecía, pues ella, ignorante demasiado de su condición cuando llega a cambiar a su forma animal, no deseaba lastimarle con algún error. Por un momento ella quiso justificar sus acciones, contarle la historia a la nueva integrante de la carpa, pero de nuevo se quedó en silencio, sintiendo de nueva cuenta la incomodidad.
Para rematar el momento, la forma en que se le hablaba seguía siendo no muy grato, pero la joven pensó que quizás aquella mujer simplemente sabía comportarse de esa manera, y por so no objetó. Suspiró de forma profunda, y se agachó frente a los grandes barrotes, no ignoraba nada de lo que hiciera la mujer, pero tenía muchas ganas de saber si sus cambiantes amigos estaban bien. Así fue cuando estiró su mano entre los barrotes, y los animales se acercaron a lamer sus dedos con mucha devoción, se podía notar lo contentos que estaban pese a su situación de vida, y eso era lo que dejaba tranquila a Zavannah, quien odiaba incluso verlos así. Fue entonces cuando a se volvió a poner de pie a la brevedad, y escuchó el nombre de la mujer arqueando una de sus cejas, aquello demostraba su inseguridad por aquella presentación. Lo cierto es que no le quedaba de otra más que confiar.
- Es cierto, no he llevado demasiado a la luz mi parte animal, pues en mi hogar quien poseía éste don falleció al parirme, mi padre y hermano al ser solo humanos, y demasiado protectores, no me dieron libertades o enseñanzas relacionadas con esto. Nací en cuna de oro, y terminé en un circo, pero la educación que he recibido durante toda mi vida, no se puede borrar de la noche a la mañana. - La castaña se sorprendió demasiado al notarse al natural al hablar, ni siquiera un titubeo salió de sus labios al dirigirse a la mujer, que a su consideración, pese a parecer demasiado salvaje, le parecía hermosa en demasía, e interesante. Quizás su parte animal influía demasiado en eso. Sonrió de forma amplia, y luego se acercó un poco, cediendo al momento.
- Zavannah Zöllner - Mencionó de forma dudosa, cantarina y dulce, lo primero nunca podía evitarlo, pues aún le sabía bastante mal tener que decir otro apellido. Le gustaba su verdadero apellido, pero sabía que, de ser escuchado por alguien más, aquello podría ser un error garrafal, y que su hermano quizás la mataría, o no, peor, terminaría echándole en cara todo lo que había hecho por ella, y la forma en la que ella se empeñaba en arruinar las cosas. Su hermano era un tema que siempre salía a la luz, de forma inevitable, en sus pensamientos, o en una conversación, pues era prácticamente la otra mitad de la joven, o quizás él se había encargado de hacerle creer eso. Mientras le estrechaba la mano, se percató que su media "naranja" no llegaba desesperado a saber noticias de ella, lo cual sintió alivio, y comenzó a sentirse cómoda con la situación.
- En realidad no es un trabajo, es diversión, me gusta hacer reír a los niños, hacerles creer que nada malo pasa a su alrededor al menos por unos momentos, y para mi buena suerte ellos me ayudan - Les echó una ojeada breve y se dio cuenta que estaba apretando de forma ruda la mano ajena. ¿En qué momento había estrechado su mano? Zavannah se sonrojó, y luego la soltó - Si, podría decir que es mi familia, aunque sólo tengan un mes a mi lado - Se encogió de hombros - Aunque no lo crea, son felices así, les gusta estar ahí, tienen un pensamiento especial… creo que tampoco saben mucho de nuestra naturaleza, o quizás la evitan, no sabría decirle, yo también soy una ignorante del tema, pero… ¿Qué hay de usted? ¿Qué me puede decir acerca de lo que somos? - Finalizó, pero en sus ojos se notaba un brillo extraño, el de la curiosidad y emoción. A esas alturas, Zavannah lo que menos sentía era incomodidad.
- Spoiler:
- Lamento mucho la tardanza, espero me sepas disculpar, prometo ya no volverá a pasar u.u
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 02/05/2012
Edad : 34
Re: Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
Nunca he tenido problemas de audición y no voy a jurarlo por la virgen del Pilar, que ya debe estar hasta el moño de oír la misma historia, pero sí lo haré por mi madre que es igual de santa y ahora debe estar en el cielo llevándose las manos a la cabeza (como yo haría si no fuera demasiado explícito) tras escuchar lo que mis oídos acababan de escuchar. «Pánico» La única vez que cohibí mis instintos animales me pasé la noche entera arañando las paredes del cuarto y poco faltó para atacar a las cortinas. La instructora se despertó en medio de la noche creyéndose que se había colado un animal por la ventana (siendo verano abrieron los 58 ventanales del edificio gris y deprimente del orfanato evitando así que nos cociésemos del calor); ella no se esperaba encontrarme arrodillada frente a la pared. Forzada a odiarme, a agarrarme de los cabellos como el que atrapa un saco para sacarme de la habitación a rastras, mi espalda recorrió el pasillos principal hasta su despacho (suerte que evitamos las escaleras), sacó un madero del escritorio, una especie de vara cubierta de astillas y golpeó mis manos con tesón, la friolera de 25 golpes por comportamiento improcedente y no contentándose, añadió que, hasta en el Congo los monos tienen más respeto por su hogar.
El apretón de manos fue lo que más me dolió. Porque, a parte de confirma mi teoría, me dolió físicamente. «Y qué fuerza de voluntad» Provoca tensiones, mal fario. Una gitana, una gitana de verdad, habría vuelto la cabeza y escupido a un lado. Y sinceramente, a mi me habría sido imposible hacer lo mismo. ¡Para volverse loca! Ha de soltarse al animal de vez en cuando aunque sea para que corra por un prado. Aquella muchacha iba en contra de toda natura. ¿Creyó acaso que una es libre a la hora de pedirle permiso a la celadora para transformarse en gato? ¡Ni se me ocurriría! Me habría encerrado una semana en el agujero por insensata o peor aún, en un hospital médico junto al hombre que se cree panda y a la mujer serpiente. ¡Inconcebible!
Si su familia era cuadriculada de mente, no existía arreglo alguno. Sin embargo, me comprometí a salvarla de esa vida tan horrible porque algo dentro de mí, inconscientemente, me hacía creer que el mundo no estaba perdido, que había esperanza allí donde nadie era capaz de verla, como cuando agarras del árbol una manzana y la descubres podrida. ¿Por qué desecharla? «Alguien pegará el bocado, alguien lo hará» Aunque sólo sea para evitar que termine en la jaula. No querría que pasara de cuidadora a prisionera. «La vida es corta y no hay más que una» Cruel. Real. Mi cara se cubrió de un gesto rígido al tener que contestar a una pregunta que nunca creí que un cambiante, una fiera similar a mi naturaleza, llegase a formularme a estas alturas. Yo le diría la verdad.
-Se que el animal es salvaje porque no sabe ser de otra manera. Nadie le enseñó a ganarse el pan trabajando, nadie le dijo "¿Eres consciente de que no te vendrían nada mal unos pantalones?" Nadie se molestó en advertirle que la selva está llena de bestias. Aprendió a no meter la pezuña donde no le llaman por pura supervivencia. El instinto de vigilia, el instinto maternal... un animal reconoce a otro animal porque la oscuridad es su aliada. ¡Se ha criado a oscuras mientras los lobos aullaban! Y un animal no conoce el miedo, no... el animal no es malo ni es bueno, es la cadena alimenticia quien lo decide todo, y se quién me supera ¡Y se quien huye despavorido! Pero te diré algo que muy pocos saben, Zavannah- sostuve sus mejillas entre las manos y el recuerdo de mi madre vino como el monzón en una selva virgen, y todas las cosas hermosas, y todas esas almas perdidas a lo largo de la Sabana, que caminan sin rumbo porque se abandonaron, sin fuerzas para agarrar un timón que velase por ellas, por nosotras, por aquellos que nos dieron la semilla, ante mis ojos de par en par, el principio de la creación -somos los seres más racionales, más bellos y más justos del mundo por nuestra irracionalidad- retiré las manos pese a que desprendiese auténtico fuego en desacuerdo con ese vil humano egoísta y envidioso -Tu hermano es idiota- Tras quedarme conforme, porque lo necesitaba, (no supe la razón, pero quedé más a gusto que un arbusto); me di la vuelta buscando cómo calmar mi temperamento tras cubrirme la cara y masajearme el cuello pesarosa. «Quizás hablé demasiado» O tal vez fueron las formas. El caso es que me odie. Fruncí el ceño al volver a encontrarme con ella.
-Hay... una fiesta al otro lado del puente- una voz que rechina -Si quieres quedarte aquí, adelante- bien se que me dolerá -Pero si me sigues...- dejé escapar la posibilidad dando un paso hacia ella -si confías en mí, como yo confío en ti; te prometo que no lo lamentarás- dije con el corazón en un puño, latía igual que un tambor proclamándola -Te espero a la entrada de la ciudad, en cuanto veas asomar los primeros tejados- y tras concretar donde nos reuniríamos, anduve moviéndome con mi camisa y mis pantalones nuevos hasta el extremo de la carpa por donde entré. No estaba muy convencida de que Zavannah fuese a seguirme. La duda se manifestaba en cada uno de mis movimientos. Alcé la tela que cubría el lugar preguntándome aún si lo único que hice fue asustarla. Qué decir... ¿No me falles? -Se que puedes dar más- sonreí maternal escabulléndome por el hueco, desapareciendo tras las telas.
El apretón de manos fue lo que más me dolió. Porque, a parte de confirma mi teoría, me dolió físicamente. «Y qué fuerza de voluntad» Provoca tensiones, mal fario. Una gitana, una gitana de verdad, habría vuelto la cabeza y escupido a un lado. Y sinceramente, a mi me habría sido imposible hacer lo mismo. ¡Para volverse loca! Ha de soltarse al animal de vez en cuando aunque sea para que corra por un prado. Aquella muchacha iba en contra de toda natura. ¿Creyó acaso que una es libre a la hora de pedirle permiso a la celadora para transformarse en gato? ¡Ni se me ocurriría! Me habría encerrado una semana en el agujero por insensata o peor aún, en un hospital médico junto al hombre que se cree panda y a la mujer serpiente. ¡Inconcebible!
Si su familia era cuadriculada de mente, no existía arreglo alguno. Sin embargo, me comprometí a salvarla de esa vida tan horrible porque algo dentro de mí, inconscientemente, me hacía creer que el mundo no estaba perdido, que había esperanza allí donde nadie era capaz de verla, como cuando agarras del árbol una manzana y la descubres podrida. ¿Por qué desecharla? «Alguien pegará el bocado, alguien lo hará» Aunque sólo sea para evitar que termine en la jaula. No querría que pasara de cuidadora a prisionera. «La vida es corta y no hay más que una» Cruel. Real. Mi cara se cubrió de un gesto rígido al tener que contestar a una pregunta que nunca creí que un cambiante, una fiera similar a mi naturaleza, llegase a formularme a estas alturas. Yo le diría la verdad.
-Se que el animal es salvaje porque no sabe ser de otra manera. Nadie le enseñó a ganarse el pan trabajando, nadie le dijo "¿Eres consciente de que no te vendrían nada mal unos pantalones?" Nadie se molestó en advertirle que la selva está llena de bestias. Aprendió a no meter la pezuña donde no le llaman por pura supervivencia. El instinto de vigilia, el instinto maternal... un animal reconoce a otro animal porque la oscuridad es su aliada. ¡Se ha criado a oscuras mientras los lobos aullaban! Y un animal no conoce el miedo, no... el animal no es malo ni es bueno, es la cadena alimenticia quien lo decide todo, y se quién me supera ¡Y se quien huye despavorido! Pero te diré algo que muy pocos saben, Zavannah- sostuve sus mejillas entre las manos y el recuerdo de mi madre vino como el monzón en una selva virgen, y todas las cosas hermosas, y todas esas almas perdidas a lo largo de la Sabana, que caminan sin rumbo porque se abandonaron, sin fuerzas para agarrar un timón que velase por ellas, por nosotras, por aquellos que nos dieron la semilla, ante mis ojos de par en par, el principio de la creación -somos los seres más racionales, más bellos y más justos del mundo por nuestra irracionalidad- retiré las manos pese a que desprendiese auténtico fuego en desacuerdo con ese vil humano egoísta y envidioso -Tu hermano es idiota- Tras quedarme conforme, porque lo necesitaba, (no supe la razón, pero quedé más a gusto que un arbusto); me di la vuelta buscando cómo calmar mi temperamento tras cubrirme la cara y masajearme el cuello pesarosa. «Quizás hablé demasiado» O tal vez fueron las formas. El caso es que me odie. Fruncí el ceño al volver a encontrarme con ella.
-Hay... una fiesta al otro lado del puente- una voz que rechina -Si quieres quedarte aquí, adelante- bien se que me dolerá -Pero si me sigues...- dejé escapar la posibilidad dando un paso hacia ella -si confías en mí, como yo confío en ti; te prometo que no lo lamentarás- dije con el corazón en un puño, latía igual que un tambor proclamándola -Te espero a la entrada de la ciudad, en cuanto veas asomar los primeros tejados- y tras concretar donde nos reuniríamos, anduve moviéndome con mi camisa y mis pantalones nuevos hasta el extremo de la carpa por donde entré. No estaba muy convencida de que Zavannah fuese a seguirme. La duda se manifestaba en cada uno de mis movimientos. Alcé la tela que cubría el lugar preguntándome aún si lo único que hice fue asustarla. Qué decir... ¿No me falles? -Se que puedes dar más- sonreí maternal escabulléndome por el hueco, desapareciendo tras las telas.
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Re: Alcohol, drogas y otros desastres [Zavannah Zöllner]
Se dio cuenta que jamás había visto a una criatura tan transparente como la joven que tenía frente a ella. La cambiante no lo hacía de mala manera, o para parecer una completa grosera, simplemente oliscaba a la chica porque su olor le parecía tan familia, tan dulce y al mismo tiempo salvaje. Era como haber buscado ese olor o ese sentir desde hace demasiado tiempo, como si supiera que su madre hubiera tenido ese mismo olor. Quizás esa era la razón del porque estaban juntas, la madre de la joven pudo haberla mandado, o bueno, la idea era demasiado bonita, el haber crecido sin una madre sin duda le afectaba, la alteraba y le había jodido toda la existencia. Pensar en lo malo cuando las posibilidades en su vida eran buenas le era siempre inevitable, su naturaleza negativa siempre había estado a flor de piel, y de cierta manera no era mala, pues le había evitado demasiado malas experiencias, pero también la había privado, y le había impedido conocer la verdadera naturaleza de su hermano. ¿Acaso era posible que alguien estuviera completamente cegada por una persona? Si, en el caso de ella si era posible, era momento de abrir los ojos a la realidad.
La claridad de Verona perturbaba un poco a la joven, su naturaleza tan libre y animal le hacía sentir un poco de envidia, celos, y dolor, ¡Hubiera querido ser un animal libre! Si, estar siempre en esa forma gatuna, poder andar, buscar comida, y ronronear a cuanto humano que gustara de los animales, pero no podía dejar solo a su hermano, a ese que había dado tanto por ella, ese que se aferraba demasiado a decirle las cosas, a recordárselas más que nada. No quiso pensar de nuevo en su hermano, pero era inevitable hacerlo, su vida se había resumido siempre a él, no había otra cosa más que una Zavannah siempre con un Zigmund, el uno no podía sin el otro. Si, puede leerse muy enfermo, pero la realidad era esa, y por primera vez ella se veía o se sentía tentada a romper esa tradición. Salir y darse a conocer sin su hermano mayor, aunque ella esperaba no se diera cuenta.
No le dijo nada en medio de la invitación, simplemente asintió para darse media vuelta y volver al remolque, al entrar, para su buena suerte estaba el lugar vacío, seguramente su hermano se había ido a bañar, o a comer algo, lo que fuera, pero ella se había salvado de una gran regañada. Se recostó en el pequeño catre, así estuvo hasta que cerró los ojos y su hermano por fin había aparecido, no tardó demasiado en acomodarse a su lado, en decirle palabras dulces al oído y al poco tiempo quedó dormido, se notaba cansado después de un día largo de trabajo, la joven a pesar de haber fingido que dormía, pudo resistir el tiempo suficiente hasta que los ronquidos de su chico favorito se hicieron presentes. Sus ojos comenzaron a visualizar entre la oscuridad, se fue moviendo con lentitud y así pudo escapar de aquella pequeña cama. Dio un brinco más fuera del remolque y comenzó a caminar.
Se quedó parada en el lugar dónde la cambiante le había dicho se podrían ver. Zavannah jamás había asistido a una fiesta, de hecho solo tenía idea de aquellas a las que había asistido en su tiempo de niña de sociedad, pero esas celebraciones no tenían nada que ver con una fiesta normal, o bueno una fiesta de barrio, no se tenían canciones atrevidas, o alcohol, no había sexo desenfrenado, y no es que quisiera eso, hace tiempo que no pensaba en un hombre como con Elouan por ejemplo, pero ella buscaba amor, no sexo ¿o si lo buscaba? Daba igual, ella debía esperar y ser paciente. Suspiró girando su cuerpo un poco, así podía captar por todos lados si su hermano no venía, probablemente se trataba de la paranoia del momento, del miedo a ser descubierta, pero solo era eso, nada más que eso. Tragó saliva y vio hacía el cielo, eso si que podía relajarla.
- ¿Qué se supone se hace en las fiestas? ¿Debo tomar una actitud correcta? ¿Debo portarme como no es debido? ¿En que debo preocuparme? Quisiera me dijera, no es que este muy acostumbrada a estas cosas, así que como verá, me siento bastante abrumada - Comenzó a parlar cuando sintió el olor de la cambiante ir acercándose poco a poco a ella. Lo incierto, lo desconocido le daba demasiado miedo, no podía negarlo, y lo que le daba más miedo es que podía ser incluso rechazada en esas áreas desconocidas. Suspiró e intento relajarse, si ya estaba ahí, debía disfrutar, la chica debía relajarse por su bien, simplemente aprender a ser libre, la libertad suele pesar, suele asustar, pero se aprende a manejar.
La claridad de Verona perturbaba un poco a la joven, su naturaleza tan libre y animal le hacía sentir un poco de envidia, celos, y dolor, ¡Hubiera querido ser un animal libre! Si, estar siempre en esa forma gatuna, poder andar, buscar comida, y ronronear a cuanto humano que gustara de los animales, pero no podía dejar solo a su hermano, a ese que había dado tanto por ella, ese que se aferraba demasiado a decirle las cosas, a recordárselas más que nada. No quiso pensar de nuevo en su hermano, pero era inevitable hacerlo, su vida se había resumido siempre a él, no había otra cosa más que una Zavannah siempre con un Zigmund, el uno no podía sin el otro. Si, puede leerse muy enfermo, pero la realidad era esa, y por primera vez ella se veía o se sentía tentada a romper esa tradición. Salir y darse a conocer sin su hermano mayor, aunque ella esperaba no se diera cuenta.
No le dijo nada en medio de la invitación, simplemente asintió para darse media vuelta y volver al remolque, al entrar, para su buena suerte estaba el lugar vacío, seguramente su hermano se había ido a bañar, o a comer algo, lo que fuera, pero ella se había salvado de una gran regañada. Se recostó en el pequeño catre, así estuvo hasta que cerró los ojos y su hermano por fin había aparecido, no tardó demasiado en acomodarse a su lado, en decirle palabras dulces al oído y al poco tiempo quedó dormido, se notaba cansado después de un día largo de trabajo, la joven a pesar de haber fingido que dormía, pudo resistir el tiempo suficiente hasta que los ronquidos de su chico favorito se hicieron presentes. Sus ojos comenzaron a visualizar entre la oscuridad, se fue moviendo con lentitud y así pudo escapar de aquella pequeña cama. Dio un brinco más fuera del remolque y comenzó a caminar.
Se quedó parada en el lugar dónde la cambiante le había dicho se podrían ver. Zavannah jamás había asistido a una fiesta, de hecho solo tenía idea de aquellas a las que había asistido en su tiempo de niña de sociedad, pero esas celebraciones no tenían nada que ver con una fiesta normal, o bueno una fiesta de barrio, no se tenían canciones atrevidas, o alcohol, no había sexo desenfrenado, y no es que quisiera eso, hace tiempo que no pensaba en un hombre como con Elouan por ejemplo, pero ella buscaba amor, no sexo ¿o si lo buscaba? Daba igual, ella debía esperar y ser paciente. Suspiró girando su cuerpo un poco, así podía captar por todos lados si su hermano no venía, probablemente se trataba de la paranoia del momento, del miedo a ser descubierta, pero solo era eso, nada más que eso. Tragó saliva y vio hacía el cielo, eso si que podía relajarla.
- ¿Qué se supone se hace en las fiestas? ¿Debo tomar una actitud correcta? ¿Debo portarme como no es debido? ¿En que debo preocuparme? Quisiera me dijera, no es que este muy acostumbrada a estas cosas, así que como verá, me siento bastante abrumada - Comenzó a parlar cuando sintió el olor de la cambiante ir acercándose poco a poco a ella. Lo incierto, lo desconocido le daba demasiado miedo, no podía negarlo, y lo que le daba más miedo es que podía ser incluso rechazada en esas áreas desconocidas. Suspiró e intento relajarse, si ya estaba ahí, debía disfrutar, la chica debía relajarse por su bien, simplemente aprender a ser libre, la libertad suele pesar, suele asustar, pero se aprende a manejar.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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