The beginning of a family {Privado}

Empezó a despertarse lentamente, notando el frío que hacía a su alrededor. No entendía porque estaba tan helada, ni el motivo de tanta incomodidad, así que frunció levemente el ceño y abrió sus ojitos, encontrando algo que no esperaba. No había colores cálidos a su alrededor, ni un armario enfrente de ella, ni cuatro paredes y un techo... Ella solo veía oscuridad y asfalto, piedra en los muros de su alrededor y, en lo alto, el cielo nocturno.

Al principio la niña no comprendía que había pasado. No sabía donde estaba, ni siquiera como se llamaba. Ella solo sabía que tenía muchísimo frío y que el camisón blanco que llevaba no le abrigaba mucho. Miró a su alredor, angustiándose por momentos y temblando de miedo se echó a llorar, llevando las manitas a su rostro y acurrucándose en un rincón de aquel callejón en el que alguien la había dejado. Tenía muchísimo miedo de estar allí sola sin ningún tipo de compañía. No sabía que iba a hacer ni como debía comportarse. Después de todo solo era una pequeña niña desamparada. ¿Pero siempre había sido así? ¿Acaso ella no tenía una familia que la quisiera? No podía recordarlo. Por algún extraño motivo no recordaba nada anterior a su despertar nocturno en aquel oscuro y tenebroso callejón.

Sus ojitos, aunque la mayor parte del tiempo estaban cerrados por los lloros, no paraban de ver sombras por todas partes, haciéndola tener muchísimas ganas de salir corriendo de allí. Pero, ¿y si había alguien malo fuera? La niña no se atrevía a moverse. ¿Y si la venían a buscar? Si, aunque tuvera miedo ella sabía en su interior que alguien la vendría a buscar, que no la dejarían sola así.

La niña no podía dejar de temblar, tenía muchísimo frío y cada vez estaba más asustada. ¿Por qué nadie iba recogerla? ¿Por qué la habían dejado completamente sola? Entonces miró a su osito de peluche, el cual acunó con fuerza en sus pequeños brazos. Era mentira, no la habían dejado del todo sola, lo tenía a él... Tenía a su osito, que sabía bien que él jamás la había dejado sola.


-T-tran...qui...lo... Vendrán...- Las lágrimas, después de un rato, ganaban a cualquier otra cosa en el rostro. Fue entonces cuando escuchó algo acercarse y empezó a temblar más, cerrando los ojos con fuerza hasta que oyó las voces.

Al principio tenía muchísimo más miedo. ¿Y si era gente mala? Pero entonces salió una mujer, diciéndole que fuera y entrándola al carruaje. Estaba helada y cansada, así que se fue con la mujer, aun llorando y abrazando con fuerza a su osito. Escuchaba su conversación a medias, pues estaba más ocupada en dejar de llorar. Parecía que ya estaba a salvo, la habían venido a buscar... O eso pensaba. Alzo el rostro, más tranquila pero con los ojos brillantes de las lágrimas y miró al hombre que no parecía de buen humor. Por el contrario, las mujeres la estaban sonriendo así que alzó los bracitos hacia la mujer que había dicho que entrara.

No sabía quienes eran esas personas, pero la niña no dudo en pensar que era su familia. ¿Sino por qué la habían ido a buscar?. Ella estaba segura de que estarían preocupados, tenían que estarlo... Se abrazó a la mujer hasta que volvió a posar los ojitos en el hombre. No le gustaba que la gente estuviera triste, ¡quería que sonriera! Así que alzó los bracitos hacia él, esperando que la cogiera en brazos.

La pequeña miraba a todos los que estaban ahí, sintiéndose entre triste y contenta; contenta porque ya no estaba sola, triste porque su padre estaba muy enfadada y no sabía que había hecho... Aun que sabía bien que no volvería a hacer algo que lo molestara. Ella tenía que portarse y no hacer enfadar a las personas con las que estaba.

No era niña llorona, al contrario, se tomaba las cosas con tranquilidad e intentaba entender lo que ocurría a su alrededor, aunque pocas veces lo conseguía y menos en esos instantes. Ella no quería ir con las mujeres, estaban contentas la miraban con sonrisas y se sentía bastante cómoda con su presencia, pero él que estaba enfadado era el hombre y la pequeña solo quería que él se animara.

- ¿Vamos a casa? -miró a la mujer y luego llevo su pequeña manita a la boca, evitando que vieran el bostezo que salía de sus labios. Entonces miró por la ventana y la señaló, riendo al ver un caballo descansando- ¡Caballito! -sonrío mientras miraba el movimiento de fuera y luego bajó la mirada al ver como se caía su osito. Se movió en las piernas del hombre e intentó cogerlo, sacando medio cuerpecito del asiento y estando a punto de caer al suelo del carruaje.

Por fin llegaron a la casa y ella no sabía muy bien que hacer. Se sentía mal por no recordar absolutamente nada, ¿y si no le gustaba a su familia? Aunque parecían comprender que ella no tenía en la memoria sus rostros, lo cual conseguía tranquilizarla levemente. No quería que le echaran la bronca y tenía la sensación de que había hecho algo malo, aunque no sabía bien el que era.

Observo la casa sorprendida, sin comprender como no podía recordar haber vivido en un sitio tan magnífico como aquel. A Caliope le gustaban las cosas bonitas, y aquel lugar le parecía realmente sorprendente a los ojos. Dejó que la llevaran con calma, observando de re-ojo como su padre y la otra mujer se iban dejándola con la que le tenía cogida la mano. También vió un hombre a la entrada, un jardín fuera y la casa simplemente le parecía enorme. Estaba totalmente encandilada por aquel extraño e inmeso lugar, le parecía todo para gigantes y ella se sentía una pequeña hormiguita. Si se hubiera quedado sola ya se habría perdido entre tantos lugares... ¿Y esa era su casa? Le iba a costar acostumbrarse, y lo tenía bastante claro en su mente.

Observó a la mujer unos instantes, negando con la cabeza pues no tenía ni idea de que le hablaba, pero a la vez, le gustaba muchísimo aprender cosas nuevas. ¿Quién sería la musa? ¿Le habrían puesto entonces el nombre por ella? ¿Y qué era una musa? Tenía muchas dudas en su pequeña cabecita, que estaba segura que no tardarían en ser saciadas.

-No... ¿Quién es? Quero saber...-alzó la cabeza para mirarla con curiosidad, justo antes de entrar en la que sería su habitación.

Se quedó quieta unos instantes, mirando todo y sin creerse que aquel lugar sería para ella. Sonrío contenta y se puso a pensar. ¿Qué era lo que le gustaba? En si no lo sabía, porque había muchas cosas: los ositos de peluche, los animales... pero entonces fue algo a su mente que tenía demasiado claro en la cabeza, como si no hubiera opción porque era lo que más la calmaba. Se río y se acercó con cuidado a la cama.

-¡La noche! ¡Con estrellas y gatitos! -en si le gustaban los tonos azules, cualquier cosa que la hiciera sentirse tranquila y los animales.

Entonces entró el mismo hombre que había visto nada más entrar y no pude evitar fijarse sobretodo en la leche y las galletas. De repente tenía muchísima hambre así que se acerco a él, cogiendo levemente el final de su chaqueta. Sonrío contenta cuando le tendió la leche y luego lo miró alejarse, sabía que ese hombre le caería bien, pero, ¿quién no le caía bien a la niña? Caliope no entendía muy bien que pasaba, pero se sentía a gusto con aquellas mujeres a su lado pero se olvidó de todo cuando escuchó la palabra baño. Miró a ambas con ojitos brillantes y empezó a dar pequeños saltitos.

-¡Si! ¡Baño! ¡Quero bañarme!-le gustaba estar limpita y bien arreglada, y algo le decía que en esos instantes no estaba precisamente así. Entonces miró a todas partes, ladeando un poco la cabeza.- ¿Con papi? ¿No vene papi?

Caliope se quedó mirando a ambas mujeres. Estaba contenta y con las cosas que le decían no podía dejar de sonreír. ¡Iban a comprarle ropa! Le gustaba mucho tener vestidos y presumir de ellos, quería ser una niña mayor para ponerse los que llevaban aquellas mujeres. Las veía preciosas con ellos y no podía dejar de pensar si le comprarían uno parecido. Pero lo primero era estar limpitado, así que asintió a sus palabras y dejo que Xaziel la cogiera en brazos.

Mientras la hablaba, ella intentó imaginarse todo el cuarto lleno de estrellas y de diferentes azules. Además de con gatitos y peluches como osito. ¡Osito! Sus ojos fueron directos al suelo de la habitación donde se había caído. Luego lo cogería, en esos momentos se quedó mirando el cuarto de baño, intentando también imaginárselo con estrellas y gatitos. Le gustaba mucho su casa y su cuarto gigante, ¡tenía mucho sitio para jugar y lugares para esconderse!

Entonces la metió en la bañera, haciendo que ella jugara con el agua. Le encantaba sentirse limpia y estar entre el agua, era como su juego predilecto, pero es vez no salpicó ni nada y solo sonrío, sintiendo como lavaban su cabeza. Escuchaba hablar a la mujer y la miraba mientras, comprendiendo lo que decía en parte y contenta por tener a su familia que la quería y la iba a cuidar.

-¡Trato! -sonríe contenta.- ¿Y me dirás que es una musa?-la niña tenía ansias de saber cualquier cosa nueva, le gustaba aprender como nada.

Entonces entró la otra mujer y la pequeña la miró con los ojos brillantes al ver el vestido. Corrió hacia ella, dando saltitos hasta que le enseñó el vestido el cual le encantó. Intentó ponérselo sola, cayendo varias veces al suelo hasta que sintió que alguien la ayudaba a ponerse todo. No eran aquellas mujeres, se habían ido y como estaba tan ensimismada con el vestido no se había percatado.

Cuando terminan de vestirla coge a la criada de la mano, corriendo hacia alguna parte de la casa para ir a comer. No en sí porque tuviera hambre, sino porque quería estar con su familia. La mujer la guió hasta el comedor, donde se encontraba su padre sentada. No dudo ni un instantes en soltarse la mano y correr hacia él hasta llegar a sus piernas, donde las tocó levemente y luego alzó los bracitos para que la cogiera en brazos.

-¡Papi! ¡Papi! ¡Tengo vestido nuevo! ¡¿Te guta?!

La niña no se enteraba de mucho aunque viera las expresiones de todo el mundo. No solían escapársele esas cosas, pero siempre hacía el visto el gordo porque a veces ella no debía preguntar para no hacer sentir mal a las personas, sabía cuando debía callarse. Sonrió cuando al final la cogió en brazos, sentándola en una silla a su lado lo que la hizo mirar desde un poco más arriba y ver lo grande que era todo. ¿Cómo no podía acodarse de una casa así? No le importaba, ella solo pensaba en esos instantes que estaba feliz con su padre.

-¡Si! Me lo ha compado Isis...-sonrío mientras bajaba la mirada para verse el vestido nuevo. Estaba contenta pues se veía realmente bonita con el y además parecía mucho más limpita de lo que estaba con el que llevaba puesto cuando la encontraron en la calle.

Al ver la comida notó como su pequeño estomaguito se quejaba, ¿hacía cuanto no había comido? No lo sabía, en si le importaba poco hasta esos momentos, ya que lo primero para ella era que fueran a buscarlas. Cogió la cucharra con su pequeña mano y la cerró en un puño, metiéndola en el plato mientras escuchaba a su padre hablar. Se llevó la cuchara a la boca, disfrutando de la rica sopa pero volvió a dejar la cuchara en el plato mientras volvía a mirarle.

¿Saber quien era? Ella no recordaba nada, ya daba por hecho que era su hija y no se lo había replanteado mucho. Ante su pregunta se quedó pensando, también sin saber que contestar. Caliope era una niña, por eso tenía miedo a cosas ilógicas y ninguno a cosas que sería lógicas que las tuviera, pero en si quizá se refería a algo particular que ella no comprendía. Fue en esos momentos cuando entró André y ella sonrió, revolviéndose en la silla mientras alzaba los bracitos hacia él.

-¡André!-se sentía orgullosa por recordar el nombre y aun más por lo que él decía.-¡Me parezco a papi y tías! ¿Sí?!-Caliope miró a ambos y aun riendo posó los ojitos en su padre, sabiendo que debía responder.- A eso le tengo medo.-señaló la vela que tenía delante, refiriéndose al fuego de la llama.- Y a perder a papi y tías... -en si ella no sabía quien era su verdadera familia, solo tenía claro que en aquel callejón quería verles y estar con ellos.

La pequeña miraba todo el rato a André y a Santhiago, preguntándose que pasaba para que el primero negara con la cabeza. Ella no entendía, pero sabía que era cosas de mayores y que, aunque preguntara, probablemente no entendería, así que se quedo callada, comiendo un poco pues aun tenía hambre. Entonces su padre habló y ella contempló como el mayordomo se iba, dejándola sola con su padre al cual sonrió.

No entendía bien a que se estaba refiriendo, pero no comprendía como iba a comprar aquello. Allí no había fuego y no iba a salir espantada de unas velas. Entonces observó como se levanta, fijando su vista en como la silla salía volando hacia atrás, haciendo que la pequeña sonriera y diera un par de palmadas, admirada por ello. Para ella su papi era fuerte y el mejor que había, como toda cría de su edad, pero eso aun le daba más motivos para pensarlo.

-¡Papi fuerte!-Entonces escuchó algo y giró el rostro, poniéndose blanca al ver el fuego de la chimenea. Un pequeño grito salió de sus labios, acurrucándose en la silla presa del miedo.- ¡Papi!- La llamó, acurrucándose más al sentir como explotaban los critales. ¿Por qué de repente pasaba eso? Ella no lo entendía, solo era una pequeña aterrada por uno de sus mayores temores.

Alzó la cabeza en su busca, con los ojos llenos de lágrimas y no lo vió, lo que la dejó aun más aterrada, pero fueron los gritos de sus tías lo que hizo que intentara bajar a toda velocidad de la silla. Corrió hacia la puerta, ignorando después lo que decían, pues no entendía como iba a salvarse sin ellos. Empezó a saltar, intentando llegar al pomo de la puerta para poder abrirla hasta que llegó a colgarse de ello, cayendo al suelo después. Después se le ocurrió una idea, intentando olvidar el fuego que estaba a su alrededor, aunque sin para de llorar y temblar del miedo. Cogió la silla más cercana y empezó a empujarla con dificultad hacia la puerta, volcándose esta después. Caliope no tenía fuerzas suficientes para moverla, pero aun así lo intento como pudo. En esos momentos solo tenía en la cabeza que tenía que salvar a sus tias, que tenía que estar con las personas que quería.

La pequeña Caliope seguía tirando de la silla, intentando llevarla hacia la puerta cuando de repente, el candelabro cayó sobre la mesa y todo explotó. Ella no pudo hacer otra cosa que esconderse tras el respaldo de la silla, con el corazón a mil por hora por el medio que tenía. ¡Había muchísimo fuego! Y sentía que era casi imposible que dejara de temblar, por lo menos estaba conteniendo las lágrimas, aun cuando veía esa cantidad inmensa de fuego yendo a por ella como si quisiera devorarla. Oía aquella voz, pero por má que miraba no le veía y eso la tenía desesperada. No quería estar sola, quería ayuda.

¿Qué había hecho para estar sola? La pequeña no recordaba nada, había dado por hecho que, al recogerla en la calle, ellos eran su verdadera familia. Había llamado padre a Santhiago nada más verla, pero era porque sentía que necesitaba eso. Ese amor paternal que no había tenido, pero ni siquiera recordaba que le faltara. En esos momentos escuchó la puerta y los gritos de sus tías. Empezaba a querer salir de ahí, pero no sin antes encontrar a su padre, porque el no estaba tras aquella puerta.

-¿Papi?-Alzó la mirada, empezando a tener los ojos llorosos cuando ellas entraron. La piel de la niña se puso blanca del miedo y no puedo evitar soltar un grito da pánico, mientras de sus ojos salían esa inmensidad de lágrimas que estaba repimiendo.

Fue en esos instantes cuando un dolor de cabeza golpeó su cabeza, llevándole una imágen de horas anteriores. Estaba dormida en su camita cuando un hombre la cojió. La reconoció al instante y solo se dejó caer, llevándose las mananitas a los ojos y deshogando así todo el dolor y el miedo que estaba sufriendo en esos instantes. No sabía que hacer, no sabía reaccionar y tan solo acabó contestando a aquella pregunta anterior que le había formulado la voz. ¿Qué había hecho? No lo sabía, pero mejor afrontar eso que lo que tenía ante sus ojos.

-Me dejó... Sola calle... Hombe malo de mami... -Cada vez sus lágrimas eran más inmensas mientras temblaba por todo lo que ocurría: por el fuego, por sus tías y por aquellos recuerdos que golpeaban su cabeza, haciendo que notara un golpe en la parte de atrás de esta.