AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
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Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
Encerrada en su luminoso despacho, decidió poner orden al elevado montón de misivas que había recibido en los últimos días. Al parecer, muchos miembros de la clase alta estaban interesados en que hubiesen clases de danza para poder apuntar a sus hijas. Una parte fundamental en la época de las presentaciones en sociedad, eran los bailes. No importaba cual fuera o de que nacionalidad proviniera. Una jovencita debía conocer los pasos, y ser una armoniosa bailarina, para poder dejarse llevar, como si de una pluma se tratase, por el joven que la acompañara en dicha danza.
Suspiró resignada, muchos padres sabían que sus hijas, a pesar de tener numerosos profesores, no tenían talento para la danza. Algunas de las jóvenes que nombraban en sus cartas, confundían la derecha con la izquierda, creando un caos en cada paso que realizaba. Por supuesto, los profesores de baile de estas jóvenes, no duraban mucho tiempo en las mansiones, toda persona tiene su límite, pero para los padres es inconcebible la idea de pensar que sus "pequeñas flores silvestres", como así las denominaba en la carta, tuvieran nulo talento, a la hora de mover sus pies acorde con la música.
Enderezándose en el cómo sillón que presidía, junto a su escritorio, su despacho, comenzó a pensar en la idea de ofrecerse a sí misma como profesora. Aunque no tenía el hermoso talento de los músicos de su escuela, sus miembros ágiles y flexibles, parecían ser su talento. En todos sus años de vida, había aprendido numerosos tipos de baile, e independientemente de su pareja de baile, jamás se perdía un paso. Éste era uno de los motivos, por los que los miembro de la alta clase la consideraba como una de las jóvenes casaderas más propensas a encontrar matrimonio en su primera temporada.
Riendo con suavidad, sacudió su cabeza ligeramente, mientras dejaba la carta del señor Fare en el montoncito de "buscar solución". La idea que tenían los miembros de la alta clase sobre ella era errónea. Y no errónea en ligeros matices, sino en todos ellos. No deseaba encontrar matrimonio, pues a pesar de que muchos decían que era hermosa, sus habilidades mágicas le hacían saber que la codicia que sentían, no tenía nada que ver con su belleza. Más bien, era una joven heredera multimillonaria, por lo que su nombre estaba unido a una larga fila de caza fortunas. ¡Qué dicha la mía!, pensó amargamente.
Levantándose del sillón, decidió que necesitaba un descanso. Si después de treinta cartas mis pensamientos sólo se dirigen al hecho de que seré vendida como un mero animal de ganado, sólo significa que necesito alejarme de mis lúgubres pensamientos.
Sus pasos recorrieron la amplia sala de su despacho. A pesar de lo que se pudiera pensar, era bastante sencillo, contaba con un alto ventanal que cubría las tres paredes que rodeaban su escritorio. Bajo su escritorio se encontraba una alfombra enorme, de una suavidad exquisita. Cualquiera que se sentase frente a ella, vería matizado sus nervios por la mullida superficie que le rodearía sus pies. Los únicos armarios de la estancia, se acomodaban armónicamente, en la única pared revestida. Frente a éstos armarios se encontraba una pequeña mesa de té, con un completo servicio para ofrecer, dicha bebida, a aquellos que la visitasen.
Con prontitud, sus pasos llegaron a la puerta de madera, y girando el pomo, comenzó a dar un paseo por uno, de los largos pasilllos, de la escuela. Deteniéndose para saludar a profesores y alumnos, su sonrisa, cada vez más amplia con cada encuentro, sólo demostraba el cambio sutil que estaba sufriendo su estado de ánimo. Se sentía dichosa y plena. Saber que todos estos músicos han encontrado un hogar dentro de su escuela, era un sueño hecho realidad. La hacía flotar en una nube de felicidad, pues como una joven madre, cada vez que sus oídos recibían una felicitación por su obra, ella se erguía orgullosa.
Poco a poco, sus pasos la llevaron ante las aulas de ensayos, ahora silenciosas. Cuando iba a darse la vuelta para dirigirse a las aulas, percibió el sonido vibrante que sólo podía crear un pianoforte. Curiosa ante la melodía que comenzaba a cruzar el espacio con suaves notas, dirigió sus pasos ante el origen del sonido.
Cada paso que daba hacia la música, facilitaba la distinción de la cadencia que representaba la melodía. Era suave, incitadora, con algunas florituras difíciles que sólo unos pocos músicos podían lograr, pero en su totalidad, era una melodía sumamente sensual. Incluso ella, que poco sabía de esos menesteres, podía distinguir las notas más bajas del pianoforte, como si de un susurro ronco se tratase. Casi parecía estar escuchando la voz ronca y áspera de un hombre, que acorde a la melodía, la estremecería con propuestas candentes.
El saber que éste sentimiento, nuevo para ella, llegaba a través de los dedos mágicos de un músico, sólo hacía que quisiese descubrir su identidad. Durante unos minutos, sólo cerró sus ojos ante la puerta entre abierta, por la que fluían las notas de la melodía. Aquellas notas que, como pequeños entes vivientes, la habían buscado y atraído a esta estancia, y ella, mecida y excitada ante el ingenio del intérprete, había abandonado todo decoro, y había seguido a los pequeños diablillos sonantes.
Dejando su timidez de lado, decidió que debía felicitar a aquel intérprete, fuese quien fuese. Pues si había despertado en ella semejante estado de embriaguez musical, a penas podía concebir cuales serían sus efectos en otros oyentes. Con suavidad, abrió la puerta, a tiempo de observar cómo un joven y atractivo hombre finalizaba la melodía. Dejando unos segundos de silencio, para que el joven se recuperase de la exposición magistral que había realizado, se apoyó al marco de la puerta.
Mientras el joven cerraba con suavidad la tapa que cubría las teclas del pianoforte, comencé a aplaudir con suaves toques. Notando la rigidez de la postura del joven, entendí que lo había sobresaltado, así que dejé que mis palabras lo tranquilizasen:
- ¡Bravo!, ha sido la melodía más sensual que he escuchado jamás. Debería decirle, aún a riesgo de que considere banales mis palabras, que si me dijese ahora que responde ante el nombre de Morfeo, podría confundirle con el talentoso hombre que consiguió dormir al fiero Cancerbero.- Con una sonrisa abierta, proseguí- Me llamo, Ruslana del Mar, y ha sido un honor escucharle, Monsieur- finalicé dirigiéndole una ligera reverencia.
Suspiró resignada, muchos padres sabían que sus hijas, a pesar de tener numerosos profesores, no tenían talento para la danza. Algunas de las jóvenes que nombraban en sus cartas, confundían la derecha con la izquierda, creando un caos en cada paso que realizaba. Por supuesto, los profesores de baile de estas jóvenes, no duraban mucho tiempo en las mansiones, toda persona tiene su límite, pero para los padres es inconcebible la idea de pensar que sus "pequeñas flores silvestres", como así las denominaba en la carta, tuvieran nulo talento, a la hora de mover sus pies acorde con la música.
Enderezándose en el cómo sillón que presidía, junto a su escritorio, su despacho, comenzó a pensar en la idea de ofrecerse a sí misma como profesora. Aunque no tenía el hermoso talento de los músicos de su escuela, sus miembros ágiles y flexibles, parecían ser su talento. En todos sus años de vida, había aprendido numerosos tipos de baile, e independientemente de su pareja de baile, jamás se perdía un paso. Éste era uno de los motivos, por los que los miembro de la alta clase la consideraba como una de las jóvenes casaderas más propensas a encontrar matrimonio en su primera temporada.
Riendo con suavidad, sacudió su cabeza ligeramente, mientras dejaba la carta del señor Fare en el montoncito de "buscar solución". La idea que tenían los miembros de la alta clase sobre ella era errónea. Y no errónea en ligeros matices, sino en todos ellos. No deseaba encontrar matrimonio, pues a pesar de que muchos decían que era hermosa, sus habilidades mágicas le hacían saber que la codicia que sentían, no tenía nada que ver con su belleza. Más bien, era una joven heredera multimillonaria, por lo que su nombre estaba unido a una larga fila de caza fortunas. ¡Qué dicha la mía!, pensó amargamente.
Levantándose del sillón, decidió que necesitaba un descanso. Si después de treinta cartas mis pensamientos sólo se dirigen al hecho de que seré vendida como un mero animal de ganado, sólo significa que necesito alejarme de mis lúgubres pensamientos.
Sus pasos recorrieron la amplia sala de su despacho. A pesar de lo que se pudiera pensar, era bastante sencillo, contaba con un alto ventanal que cubría las tres paredes que rodeaban su escritorio. Bajo su escritorio se encontraba una alfombra enorme, de una suavidad exquisita. Cualquiera que se sentase frente a ella, vería matizado sus nervios por la mullida superficie que le rodearía sus pies. Los únicos armarios de la estancia, se acomodaban armónicamente, en la única pared revestida. Frente a éstos armarios se encontraba una pequeña mesa de té, con un completo servicio para ofrecer, dicha bebida, a aquellos que la visitasen.
Con prontitud, sus pasos llegaron a la puerta de madera, y girando el pomo, comenzó a dar un paseo por uno, de los largos pasilllos, de la escuela. Deteniéndose para saludar a profesores y alumnos, su sonrisa, cada vez más amplia con cada encuentro, sólo demostraba el cambio sutil que estaba sufriendo su estado de ánimo. Se sentía dichosa y plena. Saber que todos estos músicos han encontrado un hogar dentro de su escuela, era un sueño hecho realidad. La hacía flotar en una nube de felicidad, pues como una joven madre, cada vez que sus oídos recibían una felicitación por su obra, ella se erguía orgullosa.
Poco a poco, sus pasos la llevaron ante las aulas de ensayos, ahora silenciosas. Cuando iba a darse la vuelta para dirigirse a las aulas, percibió el sonido vibrante que sólo podía crear un pianoforte. Curiosa ante la melodía que comenzaba a cruzar el espacio con suaves notas, dirigió sus pasos ante el origen del sonido.
Cada paso que daba hacia la música, facilitaba la distinción de la cadencia que representaba la melodía. Era suave, incitadora, con algunas florituras difíciles que sólo unos pocos músicos podían lograr, pero en su totalidad, era una melodía sumamente sensual. Incluso ella, que poco sabía de esos menesteres, podía distinguir las notas más bajas del pianoforte, como si de un susurro ronco se tratase. Casi parecía estar escuchando la voz ronca y áspera de un hombre, que acorde a la melodía, la estremecería con propuestas candentes.
El saber que éste sentimiento, nuevo para ella, llegaba a través de los dedos mágicos de un músico, sólo hacía que quisiese descubrir su identidad. Durante unos minutos, sólo cerró sus ojos ante la puerta entre abierta, por la que fluían las notas de la melodía. Aquellas notas que, como pequeños entes vivientes, la habían buscado y atraído a esta estancia, y ella, mecida y excitada ante el ingenio del intérprete, había abandonado todo decoro, y había seguido a los pequeños diablillos sonantes.
Dejando su timidez de lado, decidió que debía felicitar a aquel intérprete, fuese quien fuese. Pues si había despertado en ella semejante estado de embriaguez musical, a penas podía concebir cuales serían sus efectos en otros oyentes. Con suavidad, abrió la puerta, a tiempo de observar cómo un joven y atractivo hombre finalizaba la melodía. Dejando unos segundos de silencio, para que el joven se recuperase de la exposición magistral que había realizado, se apoyó al marco de la puerta.
Mientras el joven cerraba con suavidad la tapa que cubría las teclas del pianoforte, comencé a aplaudir con suaves toques. Notando la rigidez de la postura del joven, entendí que lo había sobresaltado, así que dejé que mis palabras lo tranquilizasen:
- ¡Bravo!, ha sido la melodía más sensual que he escuchado jamás. Debería decirle, aún a riesgo de que considere banales mis palabras, que si me dijese ahora que responde ante el nombre de Morfeo, podría confundirle con el talentoso hombre que consiguió dormir al fiero Cancerbero.- Con una sonrisa abierta, proseguí- Me llamo, Ruslana del Mar, y ha sido un honor escucharle, Monsieur- finalicé dirigiéndole una ligera reverencia.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 415
Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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Re: Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
Se había escapado de casa, porque era eso, una casa, no su hogar, él no tenía un hogar, solo la jaula en que su amo insistía en encerrarlo sabrá su dios por qué motivo. ¿Cómo alguien que se preciaba de servir a la sociedad cazando a aquellos que denominaban amenazas a la seguridad, podía ser tan cruel? Tampoco es que esperase más de él, de hecho, ni siquiera había aumentado el nivel de sus insultos, maltratos o torturas, sino que era el mismo Yura quien había disminuido su nivel de tolerancia a todo ello, y quizás al mundo en general. Cada vez se le dificultaba más pasar a interpretar el papel que desde que tenía memoria se le había dado tan bien: complacer adaptándose a las características del dueño.
Estaba cansado, y no era porque el cuerpo ya no estuviese para esos trotes, sino que el alma era la que se había desgastado al punto de demacrar incluso la felicidad que producía el éxtasis del calor ajeno. Lo necesitaba, y lo sabía. Pero ya no tenía fuerzas para buscarlo. De hecho, era como quien sabiendo que tiene la necesidad de comer, se ve incapaz de levantarse para servirse por sí mismo del gran banquete que la vida ponía a su merced. Eso era él. Un cuerpo inmóvil en una cama vacía.
Pensó en buscar alguien a quien acudir, pero desistió en el momento que recordó que salvo sus conocidos en el burdel y los clientes que lo frecuentaban, no tenía a nadie. No obstante, en esas condiciones tan patéticas en las que se encontraba, el solo ver una cara relativamente conocida le aliviaría lo suficiente como para tener las fuerzas para resistir el día. Por eso enfiló primero al burdel, que para su sorpresa se encontraba con las puertas cerradas ¡Claro! A pesar de que para el común de los mortales era temprano, para quienes laboraban ahí aún era hora de reponer energías. Pero claramente no todos tendrían la misma consideración sobre su derecho a descansar, entre ellos aquel viejo que solía buscarlo de vez en cuando, que ahora golpeaba insistentemente las puertas.
Ya no supo cómo, pero acabó en su carruaje. Tal vez por culpa de la estúpida idea de que se sentiría mejor si trabajaba un poco, si su cuerpo recibía algo de atención y si podía de algún modo, serle útil a alguien más, aunque fuese de aquella forma tan deshonrosa a la que estaba acostumbrado, sería suficiente para apaciguar a los demonios que sentados en su hombro le decían que no valía la pena levantarse por las mañanas. Pero su fortuna solo acababa de empeorar, no había notado que el sujeto apestaba a opio y alcohol, una combinación ridículamente peligrosa. Por lo que cuando no iban ni diez minutos de viaje en aquel carruaje, su acompañante comenzó a desfallecer hasta que su arrugada piel se tornó azulada. Como pudo trató de avisarle al cochero, pero cuando éste se detuvo y mostró su cara por la ventanilla ya era demasiado tarde. Así que aterrado, insistió a gritos que debían llamar a la policía. Entonces el aterrado fue Yura ¿Cómo demonios iba a explicar que se dirigían a la casa del viejo adinerado que llevaba la sangre cargada de opio y alcohol? Sí decía la verdad, lo encerrarían por… por ser lo que era, aun peor dado que era varón, y si mentía ¿Quién le iba a creer que no tenía nada que ver con el asunto?
Convenció al cochero que fuese corriendo al cuartel de policía más cercano, y cuando tuvo certeza de que estaba lo suficientemente lejos aprovechó de escapar. Pero no llegaría muy lejos antes de que comenzaran a buscarlo en los alrededores, así que lo más prudente sería encontrar un lugar que lo cobijara hasta que no hubiese suficiente luz diurna como para reconocer su cara en la vía pública.
Su corazón latía desbocado dentro de su pecho. Estaba al límite de su resistencia, por lo que cuando vio un montón de gente salir de una especie de academia, decidió perderse entre ellos. Era un lugar lo suficiente público para encontrar entre quienes perderse, y a la vez lo suficientemente privado como para esconderse hasta que fuese seguro. Era sencillamente perfecto. Incluso, no tardó en encontrar uno de los salones vacíos, en cuyo proscenio no había más que un imponente pianoforte.
Suspiró aliviado, y se sentó al lado de la criatura de madera hasta que su corazón se calmara lo suficiente, incluso pensó en la desfachatez de dormir una siesta mientras se hacía de noche, pero la tentación de acariciar al menos unos instantes aquellas teclas pudo más. Había sido amaestrado como una mascota, y en piano sabía hacer trucos muy interesantes. Así que simplemente dejó de resistirse, y se colocó en la postura perfecta y comenzó a interpretar una de aquellas piezas poco clásicas. Una que bien podría ser censurable en un lugar como aquel, pero que al mismo tiempo era demasiado como para interpretarse en un cabaret o en uno de esos teatros de lo absurdo.
Sintió como con las primeras notas su alma comenzó a limpiarse. Era como si pudiera respirar de nuevo con propiedad, pero con ello llegaba la necesidad de más, de inhalar aún más de esa pura melodía que llenaba por completo el salón. Por eso se dejó llevar, sin darse cuenta de que lo que había comenzado como una suave melodía, para evitar ser escuchado, se fue transformando en un canto desesperado de sus manos, uno que ansiaba una libertad a la que nunca había tenido acceso. Era inconsciente de aquellas perladas gotitas de sudor resbalaban por su frente, también lo era de que la perfecta postura con que se había sentado en el banquillo había mutado por el puro éxtasis.
Estaba perdido, había dejado su alma completa en aquella pieza, razón por la que no escuchó la puerta abrirse. Pero cuando ya las fuerzas flaqueaban y la melodía se acercaba a su gran final, sus manos y su pecho exhalaron los últimos suspiros necesarios para completar la catarsis. Entonces prácticamente solo había silencio, y era prácticamente porque sus desbocados latidos parecían poderse escuchar rebotar en la acústica del salón. Sintió una de esas gotitas de vida deslizarse por su mejilla, así que descuidadamente trato pasó su antebrazo por la frente, antes de ocultar con delicadeza las teclas.
Entonces aquellos suaves aplausos que impidieron que los latidos de su pecho volvieran a la normalidad empezaron a rebotar en sus oídos. Abrió los ojos de sobremanera ante la sorpresa, y se apresuró a levantarse del banquillo. Lo habían atrapado ¿¡Cómo pudo ser tan descuidado!? Se regañó. Ahora tendría que inventar alguna excusa plausible, dar una disculpa y buscar otro sitio donde esconderse. Pero por algún motivo… la señorita no parecía estar enfadada por la irrupción en el salón.
- Lamento haber entrado sin autorización, yo… - dijo acercándose a ella, y haciendo una leve reverencia, que al mismo tiempo hacía las veces de disculpa. Pero al ver que ninguna excusa pasaba por su mente, que había quedado completamente en blanco, no atinó más que a presentarse – Mi nombre es Yura… Chezhekov - dijo tomando sin permiso el nombre de su amo, aunque ni él lo supiera, también era el suyo – Le agradezco mucho los esmerados cumplidos, pero esa no es en absoluto una interpretación digna de tanta alabanza, al contrario, resultó más un caos que un conjunto ordenado – dijo encogiéndose de hombros, con un esbozo de sonrisa en los labios, y notando de paso que unas cuantas personas se paraban en la puerta del salón.
¿Sería porque habían entrado a buscarlo ahí? ¿O había causado alguna especie de alboroto? ¿O quizás era solo que en ese lugar se iba a impartir alguna clase, y el solo estaba generando el inconveniente de la tardanza? Como fuese, sería mejor buscar otro lugar para esconderse.
- Yo… debo irme – dijo señalándole la gente apostada en la entrada, y estando ya dispuesto para correr a la menor señal de alerta – Lamento todas las molestias causadas, señorita Del Mar – terminó, ofreciéndole una nueva reverencia que reforzara su disculpa.
Estaba cansado, y no era porque el cuerpo ya no estuviese para esos trotes, sino que el alma era la que se había desgastado al punto de demacrar incluso la felicidad que producía el éxtasis del calor ajeno. Lo necesitaba, y lo sabía. Pero ya no tenía fuerzas para buscarlo. De hecho, era como quien sabiendo que tiene la necesidad de comer, se ve incapaz de levantarse para servirse por sí mismo del gran banquete que la vida ponía a su merced. Eso era él. Un cuerpo inmóvil en una cama vacía.
Pensó en buscar alguien a quien acudir, pero desistió en el momento que recordó que salvo sus conocidos en el burdel y los clientes que lo frecuentaban, no tenía a nadie. No obstante, en esas condiciones tan patéticas en las que se encontraba, el solo ver una cara relativamente conocida le aliviaría lo suficiente como para tener las fuerzas para resistir el día. Por eso enfiló primero al burdel, que para su sorpresa se encontraba con las puertas cerradas ¡Claro! A pesar de que para el común de los mortales era temprano, para quienes laboraban ahí aún era hora de reponer energías. Pero claramente no todos tendrían la misma consideración sobre su derecho a descansar, entre ellos aquel viejo que solía buscarlo de vez en cuando, que ahora golpeaba insistentemente las puertas.
Ya no supo cómo, pero acabó en su carruaje. Tal vez por culpa de la estúpida idea de que se sentiría mejor si trabajaba un poco, si su cuerpo recibía algo de atención y si podía de algún modo, serle útil a alguien más, aunque fuese de aquella forma tan deshonrosa a la que estaba acostumbrado, sería suficiente para apaciguar a los demonios que sentados en su hombro le decían que no valía la pena levantarse por las mañanas. Pero su fortuna solo acababa de empeorar, no había notado que el sujeto apestaba a opio y alcohol, una combinación ridículamente peligrosa. Por lo que cuando no iban ni diez minutos de viaje en aquel carruaje, su acompañante comenzó a desfallecer hasta que su arrugada piel se tornó azulada. Como pudo trató de avisarle al cochero, pero cuando éste se detuvo y mostró su cara por la ventanilla ya era demasiado tarde. Así que aterrado, insistió a gritos que debían llamar a la policía. Entonces el aterrado fue Yura ¿Cómo demonios iba a explicar que se dirigían a la casa del viejo adinerado que llevaba la sangre cargada de opio y alcohol? Sí decía la verdad, lo encerrarían por… por ser lo que era, aun peor dado que era varón, y si mentía ¿Quién le iba a creer que no tenía nada que ver con el asunto?
Convenció al cochero que fuese corriendo al cuartel de policía más cercano, y cuando tuvo certeza de que estaba lo suficientemente lejos aprovechó de escapar. Pero no llegaría muy lejos antes de que comenzaran a buscarlo en los alrededores, así que lo más prudente sería encontrar un lugar que lo cobijara hasta que no hubiese suficiente luz diurna como para reconocer su cara en la vía pública.
Su corazón latía desbocado dentro de su pecho. Estaba al límite de su resistencia, por lo que cuando vio un montón de gente salir de una especie de academia, decidió perderse entre ellos. Era un lugar lo suficiente público para encontrar entre quienes perderse, y a la vez lo suficientemente privado como para esconderse hasta que fuese seguro. Era sencillamente perfecto. Incluso, no tardó en encontrar uno de los salones vacíos, en cuyo proscenio no había más que un imponente pianoforte.
Suspiró aliviado, y se sentó al lado de la criatura de madera hasta que su corazón se calmara lo suficiente, incluso pensó en la desfachatez de dormir una siesta mientras se hacía de noche, pero la tentación de acariciar al menos unos instantes aquellas teclas pudo más. Había sido amaestrado como una mascota, y en piano sabía hacer trucos muy interesantes. Así que simplemente dejó de resistirse, y se colocó en la postura perfecta y comenzó a interpretar una de aquellas piezas poco clásicas. Una que bien podría ser censurable en un lugar como aquel, pero que al mismo tiempo era demasiado como para interpretarse en un cabaret o en uno de esos teatros de lo absurdo.
Sintió como con las primeras notas su alma comenzó a limpiarse. Era como si pudiera respirar de nuevo con propiedad, pero con ello llegaba la necesidad de más, de inhalar aún más de esa pura melodía que llenaba por completo el salón. Por eso se dejó llevar, sin darse cuenta de que lo que había comenzado como una suave melodía, para evitar ser escuchado, se fue transformando en un canto desesperado de sus manos, uno que ansiaba una libertad a la que nunca había tenido acceso. Era inconsciente de aquellas perladas gotitas de sudor resbalaban por su frente, también lo era de que la perfecta postura con que se había sentado en el banquillo había mutado por el puro éxtasis.
Estaba perdido, había dejado su alma completa en aquella pieza, razón por la que no escuchó la puerta abrirse. Pero cuando ya las fuerzas flaqueaban y la melodía se acercaba a su gran final, sus manos y su pecho exhalaron los últimos suspiros necesarios para completar la catarsis. Entonces prácticamente solo había silencio, y era prácticamente porque sus desbocados latidos parecían poderse escuchar rebotar en la acústica del salón. Sintió una de esas gotitas de vida deslizarse por su mejilla, así que descuidadamente trato pasó su antebrazo por la frente, antes de ocultar con delicadeza las teclas.
Entonces aquellos suaves aplausos que impidieron que los latidos de su pecho volvieran a la normalidad empezaron a rebotar en sus oídos. Abrió los ojos de sobremanera ante la sorpresa, y se apresuró a levantarse del banquillo. Lo habían atrapado ¿¡Cómo pudo ser tan descuidado!? Se regañó. Ahora tendría que inventar alguna excusa plausible, dar una disculpa y buscar otro sitio donde esconderse. Pero por algún motivo… la señorita no parecía estar enfadada por la irrupción en el salón.
- Lamento haber entrado sin autorización, yo… - dijo acercándose a ella, y haciendo una leve reverencia, que al mismo tiempo hacía las veces de disculpa. Pero al ver que ninguna excusa pasaba por su mente, que había quedado completamente en blanco, no atinó más que a presentarse – Mi nombre es Yura… Chezhekov - dijo tomando sin permiso el nombre de su amo, aunque ni él lo supiera, también era el suyo – Le agradezco mucho los esmerados cumplidos, pero esa no es en absoluto una interpretación digna de tanta alabanza, al contrario, resultó más un caos que un conjunto ordenado – dijo encogiéndose de hombros, con un esbozo de sonrisa en los labios, y notando de paso que unas cuantas personas se paraban en la puerta del salón.
¿Sería porque habían entrado a buscarlo ahí? ¿O había causado alguna especie de alboroto? ¿O quizás era solo que en ese lugar se iba a impartir alguna clase, y el solo estaba generando el inconveniente de la tardanza? Como fuese, sería mejor buscar otro lugar para esconderse.
- Yo… debo irme – dijo señalándole la gente apostada en la entrada, y estando ya dispuesto para correr a la menor señal de alerta – Lamento todas las molestias causadas, señorita Del Mar – terminó, ofreciéndole una nueva reverencia que reforzara su disculpa.
Yura- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/02/2012
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Re: Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
Sonriendo abiertamente ante el señor Chezhekov, correspondió su reverencia con otra propia. Aprovechándose de su posición agachada, lo estudió superficialmente, tanto física como sentimentalmente. Era indudable la belleza que desprendía, su piel nacarada, los labios rojos y aquellos ojos oscuros e intensos lograban otorgarle un aspecto puro e inalcanzable. Pero sus sentimientos y su postura tensa demostraban que aquel rostro armónico sólo trataba de ocultar los males de su alma. Miedo, soledad, astío... Aquel joven parecía estar sufriendo mucho por algo, y eso tocaba su corazón. Le era totalmente inaceptable ver sufrir a alguien, aún más sabiendo todo el talento que poseía.
- Encantada de conocerle Monsieur Chezhekov. Espero que no crea que me ha causado molestia alguna, en realidad, su melodía me ha atraído hacia usted.- Levantando un dedo hacia él como disculpa, le dije: Si me disculpa unos segundos...- Dándome la vuelta, coloqué mis brazos en las caderas y miré a tres de mis alumnos.
- Caballeros, creo que hace varios minutos que empezó su clase, y si no me equivoco, vuestro profesor es muy estricto con el horario, así que más vale que os adelantéis o os quedaréis sin clase.- Suspiré para mis adentros, mientras observaba como el trío asentía, no sabía que hacer con aquel trío, cada vez que llegaba un joven apuesto siempre se perdían tras sus pasos.
Con una sonrisa traviesa sacudí mi cabeza- Discúlpeles Monsieur, son completamente franceses, cada vez que ven un joven hermoso como vos, suelen fingir estar perdidos.- Reí suavemente hacia él. Notando su mirada sorprendida, le susurré: Monsieur... en esta escuela no permito discriminación alguna. Sea por el motivo que fuere, todos los integrantes en esta escuela son una familia. Sólo tienen permitido discutir por música.
Escuchando cómo mi estómago comenzaba a protestar por la falta de alimento, me sonrojé.
- Discúlpeme, es que hace varias horas que he retrasado el desayuno en pos de mis deberes en la escuela.- Suspiré haciendo una mueca triste- Nos hace falta un profesor, pero necesito a alguien especial. Que pueda....hipnotizar con cada nota.- Mirándole a los ojos me di cuenta de que quizás tuviera a mi nuevo profesor ante mi, y no me hubiese dado cuenta. Si al final del día lograba que aceptase mi súplica, el Conservatorio iba a contar con un gran músico entre sus paredes.
- ¿Sería tan amable de acompañarme hasta mi despacho?. Avisaré de que le sirvan algo de comer también, y por favor, no me diga que no.- Lanzándole mi mejor sonrisa, le ofrecí mi brazo para que él pudiera tomarlo entre los suyos y me acompañase.
Espero que acepte mi propuesta, pensé mientras lo miraba a aquellos ojos negros e intensos.
- Encantada de conocerle Monsieur Chezhekov. Espero que no crea que me ha causado molestia alguna, en realidad, su melodía me ha atraído hacia usted.- Levantando un dedo hacia él como disculpa, le dije: Si me disculpa unos segundos...- Dándome la vuelta, coloqué mis brazos en las caderas y miré a tres de mis alumnos.
- Caballeros, creo que hace varios minutos que empezó su clase, y si no me equivoco, vuestro profesor es muy estricto con el horario, así que más vale que os adelantéis o os quedaréis sin clase.- Suspiré para mis adentros, mientras observaba como el trío asentía, no sabía que hacer con aquel trío, cada vez que llegaba un joven apuesto siempre se perdían tras sus pasos.
Con una sonrisa traviesa sacudí mi cabeza- Discúlpeles Monsieur, son completamente franceses, cada vez que ven un joven hermoso como vos, suelen fingir estar perdidos.- Reí suavemente hacia él. Notando su mirada sorprendida, le susurré: Monsieur... en esta escuela no permito discriminación alguna. Sea por el motivo que fuere, todos los integrantes en esta escuela son una familia. Sólo tienen permitido discutir por música.
Escuchando cómo mi estómago comenzaba a protestar por la falta de alimento, me sonrojé.
- Discúlpeme, es que hace varias horas que he retrasado el desayuno en pos de mis deberes en la escuela.- Suspiré haciendo una mueca triste- Nos hace falta un profesor, pero necesito a alguien especial. Que pueda....hipnotizar con cada nota.- Mirándole a los ojos me di cuenta de que quizás tuviera a mi nuevo profesor ante mi, y no me hubiese dado cuenta. Si al final del día lograba que aceptase mi súplica, el Conservatorio iba a contar con un gran músico entre sus paredes.
- ¿Sería tan amable de acompañarme hasta mi despacho?. Avisaré de que le sirvan algo de comer también, y por favor, no me diga que no.- Lanzándole mi mejor sonrisa, le ofrecí mi brazo para que él pudiera tomarlo entre los suyos y me acompañase.
Espero que acepte mi propuesta, pensé mientras lo miraba a aquellos ojos negros e intensos.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Yura esperaba con una fe casi religiosa, que la mujer aceptara su disculpa y se despidiera, incluso cuando ella se volteó para medio reprender a los muchachos que se habían detenido en la entrada cerró los ojos para pedirle al dios de turno que le concediera al menos aquello. Estaba tan nervioso que apenas y había reparado en los curiosos, y de hecho no lo hizo sino hasta que la señorita Del Mar se volteó para volver a hablarle, pero entonces, lejos de obtener las palabras que tanto había deseado, se encontró con algo más confuso.
Abrió los ojos ligeramente más de lo normal como respuesta a aquel comentario, por unos segundos sintió que había conseguido atravesar cada uno de los velos bajo los que usualmente se escondía su esencia para leerla sin mayor dificultad. Se sintió algo indefenso producto de aquel imponente semblante de seguridad que emitía la mujer ¿Sería alguna profesora? Era lo más probable, quizás por ello esa sensación de chiquillo a punto de ser atrapado en alguna travesura. Con sus siguientes palabras esa probabilidad disminuyó, porque parecía hablar de la escuela con cierta propiedad que generalmente solo maestros que llevan décadas o bien dueños o directores tendrían ¿Sería algo así?
Iba a responder a aquella disculpa que le dio intercediendo por sus pupilos, cuando un sonido que parecía provenir de su estómago lo detuvo. La miró perplejo por unos segundos antes de que ella se volviese a disculpar nuevamente aunque en realidad no hubiese nada que sentir, porque quien más que él sabía lo que era sufrir el hambre en que a veces su ahora ex amo lo sumía solo para torturarlo y tratar de quebrar su voluntad. Cada vez que pensaba en ese mocoso casi se le escapaban los gruñidos, pero este no era el momento… mucho menos después de aquello que prácticamente parecía una propuesta.
Ahora sí estaba tan inmensamente perplejo, tanto como para asentir casi por inercia a la invitación al tardío desayuno. Cuando la señorita Ruslana le extendió el brazo para que la acompañara fue que consiguió despabilar para intentar volver a su papel, cosa que se dificultaba cada vez que ella lo miraba a los ojos de ese modo tan particular. En cualquier otro momento hubiese intentado contrarrestar esa especie de poderío con su habitual galantería, pero ahora simplemente no le salía.
Procedió a tomarla del brazo mientras volvía a la calma y miraba a los alrededores por si alguien parecía buscarlo. Para su fortuna nadie, pero no se podía retractar ni rechazar aquel ofrecimiento que había resultado también ser un escondite perfecto – Se lo agradezco mucho, la verdad es que tampoco he tenido tiempo de comer nada esta mañana – dijo aceptando ya más formalmente su propuesta – Y por favor, puede llamarme solo Yura – agregó, al tiempo que se maldijo por no usar un nombre falso.
Estaba de problemas hasta el cuello, con su amo persiguiéndolo probablemente para azotarlo y la policía para castigarlo por algo que no hizo, y es que daba por hecho ambas cosas porque era lo que le darían a alguien como él, sin permitirle siquiera abrir la boca para defenderse o replicar porque así había sido siempre y la verdad es que no tenía mucha esperanza de que las cosas fuesen a cambiar en algún momento.
Suspiró luego de pensar en ello, y volvió a esbozar una sonrisa para la dama al tiempo que se dejaba dócil ante ella para que guiara el camino a su despacho - ¿No es usted solo una profesora de este Conservatorio, verdad? – dijo usando aquella habilidad de leer a las personas, sus gustos y necesidades, que tanto había pulido desde que tenía memoria – Tal vez se impone como una, pero es algo más ¿No es así? – agregó refiriéndose a ese pequeño altercado con los tres estudiantes de antes. La verdad es que no sabía exactamente qué estaba haciendo, ni hasta cuanto tendría que sostener la sonrisa y el encuentro. El plan por el momento era huir en cuanto las aguas se calmaran, pero los planes no siempre salen como uno los espera.
Abrió los ojos ligeramente más de lo normal como respuesta a aquel comentario, por unos segundos sintió que había conseguido atravesar cada uno de los velos bajo los que usualmente se escondía su esencia para leerla sin mayor dificultad. Se sintió algo indefenso producto de aquel imponente semblante de seguridad que emitía la mujer ¿Sería alguna profesora? Era lo más probable, quizás por ello esa sensación de chiquillo a punto de ser atrapado en alguna travesura. Con sus siguientes palabras esa probabilidad disminuyó, porque parecía hablar de la escuela con cierta propiedad que generalmente solo maestros que llevan décadas o bien dueños o directores tendrían ¿Sería algo así?
Iba a responder a aquella disculpa que le dio intercediendo por sus pupilos, cuando un sonido que parecía provenir de su estómago lo detuvo. La miró perplejo por unos segundos antes de que ella se volviese a disculpar nuevamente aunque en realidad no hubiese nada que sentir, porque quien más que él sabía lo que era sufrir el hambre en que a veces su ahora ex amo lo sumía solo para torturarlo y tratar de quebrar su voluntad. Cada vez que pensaba en ese mocoso casi se le escapaban los gruñidos, pero este no era el momento… mucho menos después de aquello que prácticamente parecía una propuesta.
Ahora sí estaba tan inmensamente perplejo, tanto como para asentir casi por inercia a la invitación al tardío desayuno. Cuando la señorita Ruslana le extendió el brazo para que la acompañara fue que consiguió despabilar para intentar volver a su papel, cosa que se dificultaba cada vez que ella lo miraba a los ojos de ese modo tan particular. En cualquier otro momento hubiese intentado contrarrestar esa especie de poderío con su habitual galantería, pero ahora simplemente no le salía.
Procedió a tomarla del brazo mientras volvía a la calma y miraba a los alrededores por si alguien parecía buscarlo. Para su fortuna nadie, pero no se podía retractar ni rechazar aquel ofrecimiento que había resultado también ser un escondite perfecto – Se lo agradezco mucho, la verdad es que tampoco he tenido tiempo de comer nada esta mañana – dijo aceptando ya más formalmente su propuesta – Y por favor, puede llamarme solo Yura – agregó, al tiempo que se maldijo por no usar un nombre falso.
Estaba de problemas hasta el cuello, con su amo persiguiéndolo probablemente para azotarlo y la policía para castigarlo por algo que no hizo, y es que daba por hecho ambas cosas porque era lo que le darían a alguien como él, sin permitirle siquiera abrir la boca para defenderse o replicar porque así había sido siempre y la verdad es que no tenía mucha esperanza de que las cosas fuesen a cambiar en algún momento.
Suspiró luego de pensar en ello, y volvió a esbozar una sonrisa para la dama al tiempo que se dejaba dócil ante ella para que guiara el camino a su despacho - ¿No es usted solo una profesora de este Conservatorio, verdad? – dijo usando aquella habilidad de leer a las personas, sus gustos y necesidades, que tanto había pulido desde que tenía memoria – Tal vez se impone como una, pero es algo más ¿No es así? – agregó refiriéndose a ese pequeño altercado con los tres estudiantes de antes. La verdad es que no sabía exactamente qué estaba haciendo, ni hasta cuanto tendría que sostener la sonrisa y el encuentro. El plan por el momento era huir en cuanto las aguas se calmaran, pero los planes no siempre salen como uno los espera.
Yura- Prostituta Clase Baja
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Se rió con abandono, mientras lo guiaba por el pasillo.- ¿Profesora?. - Movió su cabeza de un lado a otro, si sus profesores escuchasen eso, seguramente se reirían hasta caer al suelo.- No, monsieur Chezhekov. Ojalá tuviera el don de usted, y pudiese encantar a la gente con mis interpretaciones. Soy un mero intento de intérprete y amante de la música.- Le sonrió con amabilidad mientras le apretaba, con suavidad, su brazo.
Se detuvo frente el comedor, y observó cómo los estudiantes los seguían con la mirada. Muchos con una sonrisa, algunos con una muestra de curiosidad, y el resto... Suspiró con frustración, e hizo un puchero con los labios, "el resto mostraba miradas pasionales, de la forma más educaba que encontraban, desviándola por todo su cuerpo". Sintiendo cómo el cuerpo del joven Chezhekov se tensaba, le dedicó un gesto de súplica. Pediría la comida, y lo guiaría a su despacho, así tendrían intimidad.
Sonriendo a la cocinera, ordenó la comida que deseaba, y después le dejó al sorprendido hombre de ojos misteriosos, la carta con los alimentos, dejándole plena libertad de elegir lo que desease. - No se preocupe, puede pedir lo que desee, no tiene nada que pagar, es mi invitado de honor .- Sonrió con despreocupación y fingió estudiar las diferentes frutas que se mostraban en una bandeja, para que pudiese pensárselo sin sentirse obligado.
Mientras giraba una manzana verde en sus manos, pensó en el extraño sentimiento de pánico que rodeaba a aquel joven. No sabía qué lo asustaba, sólo una extraña necesidad de hacerlo sentir mejor. De protegerlo. Ella sabía lo que era sentirse perdida, abandonada en una tierra que no era suya, y sin otra opción que adaptarse al medio. Un internado te hacía aprender a sobrevivir, a no depender de nadie, sino de ti misma. Y más, si tú eres la única niña rica, bastarda y huérfana. Su tía había evitado que la alta sociedad supiese su condición, pero sus profesores, habían sido advertidos para evitar que cometiese alguna falta de honor. Al parecer, los bastardos cometemos los mismos "errores que nuestros padres".
Sacudió su cabeza con fuerza, y alejó el intenso dolor que la comenzaba a entumecer. Su vida pasada, seguiría siendo eso, pasado. Algo que jamás volvería. Escuchando la comida que había pedido Yura, levantó su mirada y mordió la manzana como una niña pequeña, sonrojándose cuando su estómago volvió a gruñir.
- Sígame, mi despacho está muy cerca de aquí- Tomando su brazo de nuevo, lo guió hasta su despacho, dejando que un silencio cómodo y gratificante se instalase entre ambos. Al parecer, ambos compartían la necesidad de lavar sus preocupaciones con el silencio o con la música. Sonrió y abrió la puerta de su despacho.- Tenía usted razón señor Yura, no soy una mera profesora, soy la directora del Conservatorio.- Se rió con suavidad y se sentó en el cómodo y sofá de la cristalera. Señalando al sofá contiguo, animó a Yura a sentarse,- Por favor, tome asiento. Todo lo que ve, está a su disposición.
Observándolo a los ojos con intensidad, le preguntó lo que llevaba pensando todo el camino.- ¿Me creería si le dijese que le ofreceré mi ayuda en aquello que le atormenta, sin esperar nada a cambio?.
Se detuvo frente el comedor, y observó cómo los estudiantes los seguían con la mirada. Muchos con una sonrisa, algunos con una muestra de curiosidad, y el resto... Suspiró con frustración, e hizo un puchero con los labios, "el resto mostraba miradas pasionales, de la forma más educaba que encontraban, desviándola por todo su cuerpo". Sintiendo cómo el cuerpo del joven Chezhekov se tensaba, le dedicó un gesto de súplica. Pediría la comida, y lo guiaría a su despacho, así tendrían intimidad.
Sonriendo a la cocinera, ordenó la comida que deseaba, y después le dejó al sorprendido hombre de ojos misteriosos, la carta con los alimentos, dejándole plena libertad de elegir lo que desease. - No se preocupe, puede pedir lo que desee, no tiene nada que pagar, es mi invitado de honor .- Sonrió con despreocupación y fingió estudiar las diferentes frutas que se mostraban en una bandeja, para que pudiese pensárselo sin sentirse obligado.
Mientras giraba una manzana verde en sus manos, pensó en el extraño sentimiento de pánico que rodeaba a aquel joven. No sabía qué lo asustaba, sólo una extraña necesidad de hacerlo sentir mejor. De protegerlo. Ella sabía lo que era sentirse perdida, abandonada en una tierra que no era suya, y sin otra opción que adaptarse al medio. Un internado te hacía aprender a sobrevivir, a no depender de nadie, sino de ti misma. Y más, si tú eres la única niña rica, bastarda y huérfana. Su tía había evitado que la alta sociedad supiese su condición, pero sus profesores, habían sido advertidos para evitar que cometiese alguna falta de honor. Al parecer, los bastardos cometemos los mismos "errores que nuestros padres".
Sacudió su cabeza con fuerza, y alejó el intenso dolor que la comenzaba a entumecer. Su vida pasada, seguiría siendo eso, pasado. Algo que jamás volvería. Escuchando la comida que había pedido Yura, levantó su mirada y mordió la manzana como una niña pequeña, sonrojándose cuando su estómago volvió a gruñir.
- Sígame, mi despacho está muy cerca de aquí- Tomando su brazo de nuevo, lo guió hasta su despacho, dejando que un silencio cómodo y gratificante se instalase entre ambos. Al parecer, ambos compartían la necesidad de lavar sus preocupaciones con el silencio o con la música. Sonrió y abrió la puerta de su despacho.- Tenía usted razón señor Yura, no soy una mera profesora, soy la directora del Conservatorio.- Se rió con suavidad y se sentó en el cómodo y sofá de la cristalera. Señalando al sofá contiguo, animó a Yura a sentarse,- Por favor, tome asiento. Todo lo que ve, está a su disposición.
Observándolo a los ojos con intensidad, le preguntó lo que llevaba pensando todo el camino.- ¿Me creería si le dijese que le ofreceré mi ayuda en aquello que le atormenta, sin esperar nada a cambio?.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
Así que tenía razón después de todo, no era profesora, pero tenía cierta autoridad. Sus instintos no se había oxidado y al parecer tampoco aquel magnetismo que su cuerpo parecía expeler constantemente ¿O la estarían mirando a ella? La verdad es que prefería pesar eso, porque esas miradas que antes que antes correspondía con gusto ahora le incomodaban al extremo de parecerle intimidantes, quizás por la situación o porque algo en su interior se había quebrado. Sí. Esa fuerte coraza que resistía esas miradas, maltratos y la falta de dignidad había sucumbido ahora que había tocado fondo. ¿Podría llegar más bajo? Siempre se podía seguir cayendo, pensó.
Pasó por alto aquel comentario posterior sobre la relación que ella decía que ambos tenían con la música y solo espabiló cuando le volvieron a hablar para presentarle la carta con las opciones para el desayuno. La verdad es que ya ni recordaba hace cuanto que no comía decentemente, pero tampoco tenía demasiado apetito, por lo que le señaló a la cocinar lo más sencillo del menú, o al menos era sencillo en relación a los manjares a los que estaba acostumbrado antes de que su vida se viniera a pique el día que fue comprado por aquel mocoso – Solo una taza de Earl Grey, un trozo de tarta de frutas y unas cuantas galletas de mantequilla – le pidió a la cocinera. No era excesivo para un desayuno, pero tampoco sabía cuándo iba a tener la oportunidad de volver a comer bien, así que no podía desperdiciarla.
Trató de sonreírle luego de eso, pero se le dificultó un poco al darse cuenta de que su estómago estaba a punto de hacer el mismo sonido que el suyo, de hecho, ahora rodeado de comida, podía sentirse bastante famélico. Tanto como para tomar un pequeño racimo de uva que controlara su hambre un tiempo. Pero entonces Ruslana se tomó de su brazo, no dándole tiempo a comer ninguna. Suspiró y volvió a sus cabales, recuperando también la compostura y la tranquila sonrisa con la que respondió a su pedido de acompañarla.
No tenía derecho a quejarse, y lo sabía, ya era bastante el hecho de que no hubiese armado un justo alboroto al verlo irrumpiendo en su salón y que encima lo invitase a desayunar. Y aunque no entendía en absoluto sus motivos. Estaba acostumbrado a que las personas se le acercaran de ese modo cuando querían algo de él, sí, podían empezar con buenas maneras al principio pero luego mostraban sus verdaderas intenciones. Pero definitivamente ella no parecía ser ese tipo de persona, por lo que Yura aún no podía descifrar que había detrás de aquella invitación a desayunar.
La respuesta, a su interrogante de antes al menos, no tardó en llegar en cuanto abrió la puerta de un enorme despacho. Otro punto para él. No era maestra, pero tenía autoridad, y qué mayor autoridad que la de una directora. Ahora solo quedaba responder a una cosa. Una que tampoco se hizo esperar en cuanto se dejó caer con delicadeza sobre el sofá que le había sido señalado.
Abrió los ojos de sobremanera, al menos por unos instantes, debido a la sorpresa, pero pronto recuperó de nuevo la compostura. No se consideraba a sí mismo el rey de la obviedad, sino que al contrario, era un profesional en esconder lo que pasaba por su cabeza y refractar luego lo que quien tenía al frente necesitaba ver. Pero esta vez o había fallado, o se había encontrado alguien capaz ver más allá de lo que él quería mostrar. Quizás ambas.
- ¿Qué le hace pensar que algo me está atormentando? – preguntó con un ápice de nerviosismo mientras se llevaba una uva a los labios – Y de ser así, no crea que mis problemas tienen relación con el dinero – dijo sin querer admitiendo que sí había algo que lo estaba atormentando, tal y como ella había dicho antes. Miró el suelo y suspiró – No es la primera persona que me ofrece lo mismo, pero como ve, no es algo que yo pueda aceptar, ni algo que usted pueda solucionar – dijo con una sonrisa amarga en el rostro al recordar al rústico muchacho que él mismo alejó cuando quiso aliviar su existencia.
Claro. Sus problemas no eran de dinero, pues de eso tenía suficiente. Se había degrado a límites que nunca antes había conocido para reunir el dinero suficiente como para comprar a diez o quince como él, pero el mocoso que era su amo lo había rechazado, ocasionando que huyera tan intempestivamente de casa.
Levantó el rostro e intentó de volver a fingir una sonrisa cálida y tranquila, pero era tan difícil que acabó por levantarse del sofá y hacerle una corta reverencia – No quiero ser maleducado con usted, pero no creo que haya mucho más que pueda hacer aquí – dijo mientras se encaminaba hacia la puerta, dónde se volteó y levantó la mano que aun cargaba el pequeño racimo de uvas – Y gracias – agregó dispuesto a salir. Qué haría de ahora en adelante no lo sabía, y quizás no lo quería saber, pero cualquier cosa era mejor que permanecer estático en un mundo que no dudaría en pasarle por encima.
Pasó por alto aquel comentario posterior sobre la relación que ella decía que ambos tenían con la música y solo espabiló cuando le volvieron a hablar para presentarle la carta con las opciones para el desayuno. La verdad es que ya ni recordaba hace cuanto que no comía decentemente, pero tampoco tenía demasiado apetito, por lo que le señaló a la cocinar lo más sencillo del menú, o al menos era sencillo en relación a los manjares a los que estaba acostumbrado antes de que su vida se viniera a pique el día que fue comprado por aquel mocoso – Solo una taza de Earl Grey, un trozo de tarta de frutas y unas cuantas galletas de mantequilla – le pidió a la cocinera. No era excesivo para un desayuno, pero tampoco sabía cuándo iba a tener la oportunidad de volver a comer bien, así que no podía desperdiciarla.
Trató de sonreírle luego de eso, pero se le dificultó un poco al darse cuenta de que su estómago estaba a punto de hacer el mismo sonido que el suyo, de hecho, ahora rodeado de comida, podía sentirse bastante famélico. Tanto como para tomar un pequeño racimo de uva que controlara su hambre un tiempo. Pero entonces Ruslana se tomó de su brazo, no dándole tiempo a comer ninguna. Suspiró y volvió a sus cabales, recuperando también la compostura y la tranquila sonrisa con la que respondió a su pedido de acompañarla.
No tenía derecho a quejarse, y lo sabía, ya era bastante el hecho de que no hubiese armado un justo alboroto al verlo irrumpiendo en su salón y que encima lo invitase a desayunar. Y aunque no entendía en absoluto sus motivos. Estaba acostumbrado a que las personas se le acercaran de ese modo cuando querían algo de él, sí, podían empezar con buenas maneras al principio pero luego mostraban sus verdaderas intenciones. Pero definitivamente ella no parecía ser ese tipo de persona, por lo que Yura aún no podía descifrar que había detrás de aquella invitación a desayunar.
La respuesta, a su interrogante de antes al menos, no tardó en llegar en cuanto abrió la puerta de un enorme despacho. Otro punto para él. No era maestra, pero tenía autoridad, y qué mayor autoridad que la de una directora. Ahora solo quedaba responder a una cosa. Una que tampoco se hizo esperar en cuanto se dejó caer con delicadeza sobre el sofá que le había sido señalado.
Abrió los ojos de sobremanera, al menos por unos instantes, debido a la sorpresa, pero pronto recuperó de nuevo la compostura. No se consideraba a sí mismo el rey de la obviedad, sino que al contrario, era un profesional en esconder lo que pasaba por su cabeza y refractar luego lo que quien tenía al frente necesitaba ver. Pero esta vez o había fallado, o se había encontrado alguien capaz ver más allá de lo que él quería mostrar. Quizás ambas.
- ¿Qué le hace pensar que algo me está atormentando? – preguntó con un ápice de nerviosismo mientras se llevaba una uva a los labios – Y de ser así, no crea que mis problemas tienen relación con el dinero – dijo sin querer admitiendo que sí había algo que lo estaba atormentando, tal y como ella había dicho antes. Miró el suelo y suspiró – No es la primera persona que me ofrece lo mismo, pero como ve, no es algo que yo pueda aceptar, ni algo que usted pueda solucionar – dijo con una sonrisa amarga en el rostro al recordar al rústico muchacho que él mismo alejó cuando quiso aliviar su existencia.
Claro. Sus problemas no eran de dinero, pues de eso tenía suficiente. Se había degrado a límites que nunca antes había conocido para reunir el dinero suficiente como para comprar a diez o quince como él, pero el mocoso que era su amo lo había rechazado, ocasionando que huyera tan intempestivamente de casa.
Levantó el rostro e intentó de volver a fingir una sonrisa cálida y tranquila, pero era tan difícil que acabó por levantarse del sofá y hacerle una corta reverencia – No quiero ser maleducado con usted, pero no creo que haya mucho más que pueda hacer aquí – dijo mientras se encaminaba hacia la puerta, dónde se volteó y levantó la mano que aun cargaba el pequeño racimo de uvas – Y gracias – agregó dispuesto a salir. Qué haría de ahora en adelante no lo sabía, y quizás no lo quería saber, pero cualquier cosa era mejor que permanecer estático en un mundo que no dudaría en pasarle por encima.
Yura- Prostituta Clase Baja
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Las personas somos como instrumentos musicales, si sabes tocarlos puedes sacar de ellos melodías perfectas, pero la mayoría de las veces andamos por el mundo completamente desafinados, tocando cada uno una partitura diferente, que el otro no conoce.
Se levantó con lentitud del sillón en el que se encontraba, y fue hasta la enorme pared de cristal que se encontraba en el extremo opuesto del joven. Era evidente que lo había asustado y que aún necesitaba entender qué era lo que quería hacer con su vida. Presionarlo ahora, no iba a servirle de ayuda.
Suspirando, apoyó una de sus manos en el cristal, y observó a los jóvenes que paseaban fuera, la belleza que se extendía en el centro de París mientras ella la observaba florecer tras la jaula de cristal que conformaba su despacho. - Es libre de marcharse si lo desea.- Le dijo con suavidad, mientras le daba la espalda para centrarse en el exterior.- Pero le advierto que los problemas le seguirán donde quiera que vaya, hasta que los enfrente.- Se giró con lentitud, y se encaminó hasta el escritorio. Tomando un papel, mojó la pluma en el tintero, y con trazos suaves y elegantes escribió la dirección de su casa y su nombre. Si se marchaba, al menos le dejaría unas reseñas para que pudiera encontrarla, puesto que, por mucho que lo deseara, si no aceptaba que tenía un problema, poco podría hacer para ayudarlo. Levantando su vista, sonrió al ver que continuaba en la puerta, observándola con curiosidad.
Justo en ése momento, tocaron en la puerta, y un sirviente entró con un carrito lleno del desayuno que habían pedido. Acercándose al hombre que colocaba la mesa, indiferente a Yura, tomó las manos del mayordomo, y negó con la cabeza, mientras le señalaba la puerta para que se marchara. Asintiendo, el hombre se fue, no sin antes inclinarse ante Yura, y cerró la puerta. Tomando el té de sabor delicado y aromático, coloqué su taza frente al sitio que había abandonado, y le serví, con la elegancia y diligencia que había aprendido.- Hay algo peculiarmente relajante, en la forma de servir un té.- le dije con voz arrulladora.- Cuando nos centramos en algo, y lo hacemos con todo el amor que llevamos dentro, el resultado es....- Me detuve, para poder servirme un poco de té a mi también, y oliéndolo, suspiré con satisfacción.- ..Impresionante.- Tomé un sorbo de té mientras lo observaba por encima de la taza. Era tan inocente, y estaba tan herido, que era incapaz de aceptar las cosas buenas que le ofrecían. Dejando mi taza, le sonreí.- No he mencionado el dinero, monsieur. Sólo quería ofrecerle algo en lo que centrarse. Algo en lo que poder abandonarse, y evadirse de todo. Lo único que hace que cualquier ser humano florezca, a pesar de las adversidades.- Incliné mi cabeza observando sus sentimientos.- Pero poco importa lo que le ofrezca, si no escucha mis palabras. Corra, monsieur Yura. Corra todo lo que pueda, y no se detenga hasta que caiga exhausto, porque la soledad que le persigue, no se detendrá jamás, a menos que la enfrente.- Deslizando el papel que había escrito con mi dirección y mi nombre, le dejé la propuesta de ser profesor en una carta sellada bajo mi puño y letra.- Si desea luchar, abra el sobre monsieur. Ahora, sólo disfrute del desayuno. Suelo ser una compañía agradable cuando no hablo de más.- Aligeré mis palabras con una risa suave.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
Oh simple thing where have you gone
I'm getting old and i need something to rely on
So tell me when you're gonna let me in
I'm getting tired and i need somewhere to begin
I'm getting old and i need something to rely on
So tell me when you're gonna let me in
I'm getting tired and i need somewhere to begin
Una sonrisa amarga en respuesta a sus palabras, seguida de la irrupción del mayordomo. De nuevo el destino y su don de la oportunidad le hacían jugarretas a su voluntad, mermándola o haciéndola parecer un mal chiste. Porque sí, ella tenía razón, los problemas lo perseguirían por más que intentara escapar, pero ¿De qué servía poner esfuerzos en solucionarlos cuando el destino de un suspiro podía tirar todo al piso? ¿No había pasado ya un par de veces? O tal vez no es que fuese el destino, eran las personas, era un mundo frío y cruel que no tenía compasión con quienes tropezaban. Pero él… él había nacido en el suelo.
Prácticamente había ignorado la presencia del mayordomo, igualmente lo hizo cuando se retiró, porque decidió concederse el lujo de descansar de tener que seguir fingiendo sonrisas y respeto donde no había más que amargura y rebeldía. Incluso pensaba en contestarle ahora de forma agresiva, pero ella había vuelto a hablar, poniendo palabras dolorosas para alguien que no sabía quién era y que hasta ahora no tenía dentro de él nada siquiera un poco parecido al amor por algo. ¿Qué podía saber de eso alguien que probablemente lo había tenido? No quería juzgar, no, pero lo que había dentro de él, su pasado y el mismísimo vacío que había cavado, solo eran de conocimiento propio… Incluso cuando trató… terminó apartando a esa persona.
Se volteó, dispuesto a responderle, pero se estrelló con la verdad que acababa de decir. Ella no había siquiera mencionado el dinero ¿Entonces a qué clase de ayuda se refería? Era imposible que supiera el motivo por el que se había refugiado en su academia, porque de saberlo lo habría mandado a sacar a la fuerza o bien lo habría entregado. Pero no. Ella seguía hablando, más bien describiendo, sus eternas pesadillas.
- Creí tener ese algo en que centrarme, pero una vocación impuesta y que además le destruye no puede ser buena – dijo mientras veía que acercaba visiblemente un trozo de papel y acababa por resignarse, pegando la espalda en la puerta y deslizándose un par de centímetros – Y si la escucho, aunque creo que no hace falta que lo haga, porque lo que hace es relatar mis miserias como si las conociera, y de verdad le agradezco sus esfuerzos pero... ¿Para qué involucrarse y arriesgarse a salir perjudicada? Salvo su excelente análisis no sabe mucho más de mi – “supongo… espero”, omitió decir.
No se había presentado realmente la posibilidad de que ella lo conociera de algún modo u otro, pero la duda se sembraba en que de conocerlo, probablemente jamás hubiese tenido la intención de meter a alguien como él en una academia ¿Por qué esa era su intención, no? Tampoco era demasiado difícil de deducir si se conectaba con lo que había dicho antes sobre ofrecerle algo en que centrarse, ¿Pero qué podía hacer alguien como él? ¿Hacer las veces de luthier y evadirse en ello hasta que acabara por huir de ello también? No. La verdad es que ya estaba cansado de huir.
- No sé hasta qué punto cree que pueda serle útil aquí – dijo acabando de deslizarse hasta quedar sentado en el piso, como si hubiese admitido prematuramente la derrota – Ya se debe haber dado cuenta que soy una persona algo problemática – agregó refiriéndose al pequeño altercado con sus estudiantes afuera del salón y luego en la cafetería – Así que a menos que esté planeando una especie de claustro en el que pueda reparar y afinar instrumentos… - dijo a modo de broma al tiempo que pegaba la nuca a la pared y miraba el techo, quizás contemplado en serio aquella posibilidad.
Prácticamente había ignorado la presencia del mayordomo, igualmente lo hizo cuando se retiró, porque decidió concederse el lujo de descansar de tener que seguir fingiendo sonrisas y respeto donde no había más que amargura y rebeldía. Incluso pensaba en contestarle ahora de forma agresiva, pero ella había vuelto a hablar, poniendo palabras dolorosas para alguien que no sabía quién era y que hasta ahora no tenía dentro de él nada siquiera un poco parecido al amor por algo. ¿Qué podía saber de eso alguien que probablemente lo había tenido? No quería juzgar, no, pero lo que había dentro de él, su pasado y el mismísimo vacío que había cavado, solo eran de conocimiento propio… Incluso cuando trató… terminó apartando a esa persona.
Se volteó, dispuesto a responderle, pero se estrelló con la verdad que acababa de decir. Ella no había siquiera mencionado el dinero ¿Entonces a qué clase de ayuda se refería? Era imposible que supiera el motivo por el que se había refugiado en su academia, porque de saberlo lo habría mandado a sacar a la fuerza o bien lo habría entregado. Pero no. Ella seguía hablando, más bien describiendo, sus eternas pesadillas.
- Creí tener ese algo en que centrarme, pero una vocación impuesta y que además le destruye no puede ser buena – dijo mientras veía que acercaba visiblemente un trozo de papel y acababa por resignarse, pegando la espalda en la puerta y deslizándose un par de centímetros – Y si la escucho, aunque creo que no hace falta que lo haga, porque lo que hace es relatar mis miserias como si las conociera, y de verdad le agradezco sus esfuerzos pero... ¿Para qué involucrarse y arriesgarse a salir perjudicada? Salvo su excelente análisis no sabe mucho más de mi – “supongo… espero”, omitió decir.
No se había presentado realmente la posibilidad de que ella lo conociera de algún modo u otro, pero la duda se sembraba en que de conocerlo, probablemente jamás hubiese tenido la intención de meter a alguien como él en una academia ¿Por qué esa era su intención, no? Tampoco era demasiado difícil de deducir si se conectaba con lo que había dicho antes sobre ofrecerle algo en que centrarse, ¿Pero qué podía hacer alguien como él? ¿Hacer las veces de luthier y evadirse en ello hasta que acabara por huir de ello también? No. La verdad es que ya estaba cansado de huir.
- No sé hasta qué punto cree que pueda serle útil aquí – dijo acabando de deslizarse hasta quedar sentado en el piso, como si hubiese admitido prematuramente la derrota – Ya se debe haber dado cuenta que soy una persona algo problemática – agregó refiriéndose al pequeño altercado con sus estudiantes afuera del salón y luego en la cafetería – Así que a menos que esté planeando una especie de claustro en el que pueda reparar y afinar instrumentos… - dijo a modo de broma al tiempo que pegaba la nuca a la pared y miraba el techo, quizás contemplado en serio aquella posibilidad.
Yura- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/02/2012
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Re: Siguiendo el camino que marca tus notas (Privado)
"Nadie nos advirtió que la vida era dura, ni cuán difícil resultaría luchar por lo que queremos".
Lo estudió en silencio. Bebiendo su té y esperando a que terminase de hablar. Cuando vio que miró al techo con desesperación, tuvo que morderse el labio para no sonreír. Parecía un niño travieso, un pequeño que se había negado a comer algo que le ofrecía su madre, y después se preguntaba a qué sabría lo que se había negado a probar. - No entiendo porqué considera que me daría problemas.- Dejó la taza vacía en el plato a juego, y se sirvió un poco más de té. Sus movimientos eran pausados y lentos, como si el mínimo ruido pudiera hacerlo escapar de su lado. - Me gustaría una explicación, pero algo me dice que no hablará conmigo de ello.- Sonrió al muchacho y tomó el pastel que había pedido. Se metió una pequeña cucharada en la boca y suspiró con placer. Estaba delicioso, era suave y cremoso. Tan blando, que se deshacía en su lengua.
- No le ofrezco afinar instrumentos, ya tengo alguien que lo haga.- Continuó comiendo, ignorando su presencia y creando un silencio cómodo entre ambos. Era extraño, porque eran dos desconocidos, dos personas que se cruzan en el camino, y que lo más probable sería que siguieran cada uno por su lado, sin volverse a cruzar de nuevo. Pero algo había cambiado. Él no había huido. Quizás ése era el motivo por el que estaba tan asustado. Todos teníamos una gran dificultad para cambiar nuestras costumbres, llegar a cambiar nuestra forma de ser, debía ser aún más difícil. ¿Por qué se resignaba a sobrevivir, por qué no podía vivir por una vez?.
No lo miro de nuevo, hasta que terminó de comerse la porción de pastel. Saciada su hambre, dejó el plato sobre la mesa, y lo miró a los ojos.- Deseo que sea profesor. Alguien como usted, será un buen guía para los demás.- Alzó una mano en el aire y endureció su mirada.- No discuta eso conmigo, sé juzgar a las personas. Tengo.... una habilidad especial para ello.- Le sonrió y tomó el té para soplar el humo que salía de la taza.- 1500 francos al año. Si termina el año y continúa el segundo, su sueldo aumentará a los 2500. El alojamiento y la comida, corren a gasto de la escuela. Aunque si desea residir en otro lugar, los gastos correrán por su cuenta. - Bebió un sorbo de té y suspiró. ¿Siempre era tan difícil convencerlo?. Miró hacia el enorme ventanal, qué fácil se veía todo desde su posición. Quizás ése era su problema, que se limitaba a observar a los demás y no a pensar el porqué actuaban como lo hacían.
Lo estudió en silencio. Bebiendo su té y esperando a que terminase de hablar. Cuando vio que miró al techo con desesperación, tuvo que morderse el labio para no sonreír. Parecía un niño travieso, un pequeño que se había negado a comer algo que le ofrecía su madre, y después se preguntaba a qué sabría lo que se había negado a probar. - No entiendo porqué considera que me daría problemas.- Dejó la taza vacía en el plato a juego, y se sirvió un poco más de té. Sus movimientos eran pausados y lentos, como si el mínimo ruido pudiera hacerlo escapar de su lado. - Me gustaría una explicación, pero algo me dice que no hablará conmigo de ello.- Sonrió al muchacho y tomó el pastel que había pedido. Se metió una pequeña cucharada en la boca y suspiró con placer. Estaba delicioso, era suave y cremoso. Tan blando, que se deshacía en su lengua.
- No le ofrezco afinar instrumentos, ya tengo alguien que lo haga.- Continuó comiendo, ignorando su presencia y creando un silencio cómodo entre ambos. Era extraño, porque eran dos desconocidos, dos personas que se cruzan en el camino, y que lo más probable sería que siguieran cada uno por su lado, sin volverse a cruzar de nuevo. Pero algo había cambiado. Él no había huido. Quizás ése era el motivo por el que estaba tan asustado. Todos teníamos una gran dificultad para cambiar nuestras costumbres, llegar a cambiar nuestra forma de ser, debía ser aún más difícil. ¿Por qué se resignaba a sobrevivir, por qué no podía vivir por una vez?.
No lo miro de nuevo, hasta que terminó de comerse la porción de pastel. Saciada su hambre, dejó el plato sobre la mesa, y lo miró a los ojos.- Deseo que sea profesor. Alguien como usted, será un buen guía para los demás.- Alzó una mano en el aire y endureció su mirada.- No discuta eso conmigo, sé juzgar a las personas. Tengo.... una habilidad especial para ello.- Le sonrió y tomó el té para soplar el humo que salía de la taza.- 1500 francos al año. Si termina el año y continúa el segundo, su sueldo aumentará a los 2500. El alojamiento y la comida, corren a gasto de la escuela. Aunque si desea residir en otro lugar, los gastos correrán por su cuenta. - Bebió un sorbo de té y suspiró. ¿Siempre era tan difícil convencerlo?. Miró hacia el enorme ventanal, qué fácil se veía todo desde su posición. Quizás ése era su problema, que se limitaba a observar a los demás y no a pensar el porqué actuaban como lo hacían.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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