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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Connor Kennway Mar Nov 20, 2012 10:43 am

Hacía ya varias horas que habían avistado tierra... hacía minutos que podía observar las luces del puerto a mi llegada. La luna brillaba en el cielo, destacaba entre la gran oscuridad como si fuese una perla; aquel día, su resplandor era más cegador de lo habitual. Las pequeñas olas de la corriente mecían el barco como si fuese una cuna, haciendo que la madera crujiese constantemente, pero de forma suave, como si fuese un arrullo.
Las órdenes iban y venían por la cubierta mientras los pasajeros esperabamos a que echasen el ancla... se hizo eterno.

Colocaron la pasarela y una multitud descendía con paso presto, algunos con deseos de ver a sus familiares y otros por simple cansancio además de que se respiraba un extraño miedo en el ambiente, algunos de los presentes temían la noche ¿Por qué? Sonreí, de forma casi invisible, de esa forma en la que si alguien lo percibe, no sabría si es un tic nervioso.
Descendí, al contrario que los demás, tan despacio como mi apesadumbrada alma me lo permitía. No sentía la más mínima gana de tomarme prisas en el asunto que me había traido de Inglaterra, pero contaba con que pudiese financiarme sin muchos problemas armamento y posiblemente información respecto a esa maldita estirpe. Fue ya a varios metros lejos del barco cuando un hombretón bajito y regordete se acercó con una sonrisa nerviosa. Atisbé el ligero resplandor de una calva prominente sobre su cabeza que aún no había terminado de cobrarse el resto del pelo. Parecía un fraile.
-Señor ¡Hola señor! ¿Es usted, verdad? El protector que mi señor ha hecho venir- no me sorprendió en absoluto que pensara que era yo aquel individuo y no otro de los pasarejos del barco ¿Acaso mi aspecto revelaba lo contrario? Para nada -No se ofenda, le he reconocido por el sombrero y la gabardina, como en las historias, ya sabe- remarcó aún más aquella sonrisa espantada cuando lo miré a los ojos, era consciente de que tenía cara de pocos amigos. De ninguno, en concreto. Tampoco los quería -¿Dónde tengo que ir?- pregunté y mi voz sonó tan ronca como un relámpago. Eché mano hacia un bolsillo interior de la gabardina y saqué una pequeña petaca de acero repleta de whiskey, mi vieja amiga. Di un par de tragos y la volví a guardar ante la atónita mirada del gordo fraile -Por aquí, señor. Le llevaremos hasta la residencia de los Mauleón- empezó a caminar mientras hablaba, por lo que lo seguí. Cargué mis dos maletas en el carruaje, de madera cara y de buena calidad, marrón y caoba -Puede permitirse un sueñecito si quiere- concedió amable mientras tomaba las riendas de los caballos -Ya dormiré bastante en la otra vida...- se hizo un largo y cómodo silencio para mi, posiblemente incómodo para él. Lo siguiente que se pudo escuchar era la puerta del coche cerrarse y el restallar del látigo.

Habría pasado alrededor de una hora de aburrido viaje debido a la lentitud que llevaba aquel tipo calvo al conducir a los caballos, hasta que llegamos a aquella mansión. Bajé del coche con parsimonia y recogí yo mismo mis maletas, sin esperar que el sirviente de quien quiera que fuera el que me había contratado me hiciese "los honores" como él habría dicho, demasiado servicial, un perro faldero que no se diferenciaba demasiado de un licántropo con su jefe
-Por aquí por favor- lo seguí hasta unas pequeñas escaleras semicirculares que daban a la puertas principales. Las abrió con una gran llave y dejó paso abierto para mi entrada, por primera vez, en aquel lugar. Las luces de las velas y candelabros casi me cegó al pasar al interior. Tanto lujo, tanto de todo... daba asco -Aguarde, por favor. Iré a comunicar su llegada- no respondí de otra forma mejor que soltar de golpe mis maletas, que provocaron un eco grave al impactar contra el suelo.

Observé abstraido los detalles de todo aquello ¿Cuan distinta habría sido mi vida si hubiese nacido en una familia así? Recordé los días que pasé con mi madre antes de que me echaran definitivamente de la aldea, así como sus lágrimas al verme marchar. Rememoré los días que había pasado siguiendo un sendero en un bosque invernal recubierto de nieve, alimentándome de cualquier planta o animal que pudiese coger para llevármelo a la boca... y el entrenamiento posterior con el gremio cuando llegué a Boston. Comparé mi vida a la interperie, los modales de ambas clases sociales así como el ambiente y la diferencia entre ambos paises. Saboreé los resquicios de la guerra de la independencia... y apostaba lo que fuera a que los Mauleón romperían a llorar si se les partía una uña. Me daba asco el mundo. En ese momento, dudaba de si repudiaba más a los burgueses que a las criaturas sobrenaturales


¡Bienvenido a mi hogar, Mr. Kennway!

Un hombre descendía con porte señorial de unas escaleras centrales en el Hall, que seguramente daría al piso de las habitaciones. Le saludé con un ligero movimiento de cabeza -Esperaba verle antes ¿Ha tenido problemas en el barco? ¿Quizá algún pirata extraviado que aún no ha querido extinguirse junto a los demás?- lo miré a los ojos -No me resultó importante venir antes ¿Es que debo protegerle acaso de algun lobo gigante o puede que de un chupasangre que le acecha?- aquel hombre rico comenzó a reir divertido. Se había llevado la mano a la barriga para moderar su tono de voz mientras se carcajeaba, una barriga no muy oronda, pero algo pronunciada quizá por la buena vida. Tenía el pelo un poco largo, peinado hacia atrás, entre cano lal igual que su elegante y perfilada barba -¿No me diga que usted cree en esos cuentos de hadas?- negué con la cabeza, sereno y frio -Claro que no...- mi "jefe" hizo un gesto y el criado fraile tomó mis maletas, llevándoselas a una habitación en la planta de arriba. No debí de fingir demasiado bien mi indiferencia, puesto que el apuesto señor no me sostuvo la mirada cuando se la devolví -No se preocupe, no es un sirviente cotilla. Todas sus cosas estarán en perfecto estado cuando abra sus maletas- avancé un paso hacia él, me sorprendió que fuera ligeramente más alto que yo, midiendo 1'80. En la distancia, había parecido algo más bajo -Apuesto a que sí- fue la primera vez que aquel hombre me vería sonreir, pero no de un modo amable o jocoso, sino una sonrisa irónica que, a juego con mi entonación, le hizo carraspear para cambiar de tema -Le presentaré a mi hija, estará bajo su protección hasta nuevo aviso. No se preocupe, le pagaré bien- retrocedió hasta acercarse nuevamente hasta las escaleras y miró hacia arriba -¡Helena, hija! ¿Puedes venir? Tenemos un invitado que debes conocer- vociferó, pero no de forma vulgar. Aquella forma de alzar la voz resultó tan elegante, cortés y agradable que me produjo cierta sensación de ser un salvaje comparado con él en cuestión de modales. Me enfurecí sin darme cuenta, pero me relajé al instante. Solo quedaba esperar a que aquella niña rica se prestase a aparecer ante mi presencia. Pensaba que no tendría más de diez años ¿Por qué un hombre iba a pedir protección para su hija, si no? Y más a un mercenario que vivía cruzando el mar... y aunque así fuese, no dejaba de resultarme extraordinariamente extraño.
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Mensaje por Helena Mauleón Mar Nov 20, 2012 12:10 pm

Habían pasado ya seis años desde la muerte de mi madre y la vida aun no había vuelto al hogar. Ya apenas había sonrisas, no abundaban las conversaciones que se prolongaban durante horas... nuestra alegría se consumía poco a poco. Tampoco es que tuviésemos un gran apoyo en nuestra familia para conseguir salir adelante. Mi madre no pudo tener más hijos, por lo que quedé yo como la hija única de la familia... y mi padre. Llevaba desde un tiempo llevando la cuenta de días en los que él y yo no discutiésemos, y podían contarse con los dedos de una sola mano. Compartíamos pocas palabras cada día, pues él dedicaba todo su tiempo al trabajo y yo simplemente me encerraba en mi habitación haciendo las cosas que se supone que mi clase me exigen: maquillarme, probarme tocados de más de 10.000 francos y cepillarme el pelo hasta que mi mano se resintiese y tuviese que encargárselo a Brigita. Aunque claro, quizá esto es lo que piense mi padre, pero... no era así del todo. Me pasaba las horas leyendo libros que conseguía adquirir en clandestinidad de la biblioteca pública, intentando darle un sentido lógico y no ficticio, como normalmente resultaba, a la muerte de mi madre. Tenía más que claro, que debía de partir en busca de mas pistas en cuanto la oportunidad de ofreciese su mano. Cualquier día... era idóneo para ello.

La noche se tornaba un tanto más fría y oscura de lo normal, o eso podía otear desde el ventanal de mi habitación. Miraba una y otra vez e intentaba calcular la distancia entre el suelo del jardín y mi habitación ¿ cuatro metro? ¿cinco? Suficientes como para que en una caída me descubriesen. Tenía que encontrar la manera de bajar sin levantar sospecha, aunque aún no era el momento. Me había vestido con mi falda de seda de color corinto y mi blusa blanca de encajes. Mis intenciones se tornaban en salir, oculta entre una de mis capas e ir hasta la biblioteca pública. Lo normal es que ha aquellas horas ya hubiese cerrado... pero tenía mis privilegios y contactos lo suficiente importantes como para que abriera solo para mi. necesitaba provisionarme antes de intentar ir a ninguna parte. Y el día, ya estaba cerca. Anduve hasta la cama, donde la capa posaba, para colocármela al rededor de mi cuello y cubrí mi rostro con ella una vez me encontrase fuera. Tomé la bolsita con monedas que estaban sobre la mesa de noche y la introduje bajo la partes superior de mi vestido. Estaba lista.

De repente, oí la voz de mi padre llamándome. Procedía de la entrada del hogar -Estupendo... voy a tener problemas para salir- Denotaba su voz demasiada alegría, un demasiado algo que me hacía saber que se avecinaba una nueva discusión en la que me haría llegar tarde a la biblioteca. Apagué las velas y salí de mi habitación. Recorrí el ancho pasillo que alejaba mi habitación de las escaleras y descendí al piso inferior para ver de que se trataba. Mientras lo hacía, no pude evitar parar y quedar mirando a mi padre y al hombre que se situaba a su vera. Estaba claro que hoy tocaba una batalla de indirectas. Por muy poca voluntad que tuviese para obviar el hecho de que tenía que discutir con mi padre, me resultaba, aún, indecoroso hacerlo delante de un desconocido. Cuando llegué hacia la pareja, realicé una reverencia educada hacia el nuevo invitado de aspectos andrajosos...No, no era un invitado normal. -¿Quien es padre?- Dije mientras sonreía, pues no iba andarme con rodeos. -Hija, este es el señor Connor Kennway. Estará con nosotros...contigo, durante un tiempo- Se acariciaba las manos y hablaba en un tono un tanto nervioso, sabía que yo no disimularía tanto -No comprendo- dije de forma cortante y seria -¿Ibas a salir hija? Sabes que no es propio salir en esta temporada de calor con esa capa- Le miré de forma seria, indicándole que no iba a creer nada de lo que dijese si se andaba con rodeos. Él se acercó hacia mi y me puso sus manos en mis hombros. Odiaba que lo hiciese, hacía que pareciese una adolescente todavía -Cariño... he de marcharme... a Lyon, por asuntos del trabajo. He encargado a este hombre que te proteja en mi ausencia- -Si pagáis a un hombre para que me proteja es que estaréis más de un par de semanas fuera - No pude evitarlo, otra vez ser marcharía, otra vez con el trabajo, otra vez sola - Hija, sabes que todo esto es por tu bien- Me alejé. El asunto iba a tornarse a mayores y no necesitaba que ningún andrajoso hiciese de espectador -Padre, estoy harta. Desde que murió madre no haces mas que trabajar y nosotros no hacemos mas que discutir. Y para colmo, me traes un guardaespaldas, como si yo no supiese cuidarme, como si aun tuviese diez años. Despierta padre. Tengo veinticuatro años y se que es el mundo, se que soy tu hija y que por eso algunos me tendrán odio y otros me desearan, pero no estoy dispuesta a estar bajo tu protección más tiempo- Giré la cabeza y pude ver en una esquina las pesadas maletas de viaje de mi familia -Si os vais ya, iros- miré hacia el guardaespaldas -Dele a ese hombre los miles de francos que le halla prometido y que se marche- volví a dirigirme a mi padre -Ojalá se te atragante el dinero que ganes en Lyon- dicho esto, agarré mi falda y subí las escaleras enfurecida y con paso firme. Llegué a mi habitación de un portazo. Estaba demasiado enfurecida, con demasiada rabia. Mi padre ya no pensaba lo suficiente en la familia, no pensaba en mi madre. Él se iba, a ganar mas dinero del que ya tenía y encima estaba dispuesto a dejarme aquí encerrada durante demasiado tiempo.

Pasaron varios largos minutos. Me asomé por la ventana y vi como mi padre partía en carruaje hacia Lyon. Era el momento. Cogí todas las sabanas de algodón del armario, las até entre sí he hice una especie de cuerda que arrojé hacia el jardín, por la ventana, tras haberla sujetado de la cabecera de la cama. Probé que estaba bien sujeta y me atreví a bajar. Al principio dudé, después suspiré y segundos más tardes me decidí a hacerlo. Descendí por la fachada de la casa despacio, pues me temblaban las manos. Por suerte, en poco ya me encontraba con pie firme en el jardín. Tiré de las sabanas y las escondí tras unos matorrales. Me ajusté la bolsa que había tomado antes de partir con un par de libros, y por fin, llegó el momento. Antes de cruzar el jardín, me aseguré de que nadie pudiese verme, y una vez lo hice, corrí.
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Mensaje por Connor Kennway Miér Nov 21, 2012 9:38 am

Aquella aparición de la joven no pudo resultar más... "agradable". A juzgar por el comportamiento de la muchacha y el de su padre, estaba más que claro que era una ingenua malcriada que se vería por encima de muchos solo por tener dinero y ser hija de quien es... Incluso parecía verse por encima del señor Mauleón. Ciertamente, no comprendo la forma de actuar de los supuestos "civilizados" -Ruego que la disculpe, Mr. Connor- se frotó las manos nervioso y se inclinó ligeramente, como gesto de buena voluntad y disculpa. Le miré fijamente -No tiene de qué disculparse y deje de llamarme así de una vez- se oyó un portazo proviniente de la habitación de Helena, supuse entonces lo que iba a pasar... o lo que la mayoría hacía siempre. -Yo he de marcharme pues...- tomó su abrigo y su sombrero y se dispuso a salir por la puerta -Cualquier cosa que necesite, pídasela a Loumiere, estará encantado de complacerle- se marchó tras dedicarme aquellas palabras y permanecí en silencio en aquel gran Hall iluminado por el sin fin de velas hasta que oí a su carruaje partir. Suspiré muy apesadumbrado, pues la pereza de lidiar con niñatas inmaduras era lo que menos me apetecía... en ningún momento.

Haciendo caso a mis pesquisas, salí al igual que lo había hecho mi patrón y caminé en la penumbra hasta la gran salida del jardín hasta colocarme, apoyado, en uno de sus pilares. Saqué mi petaca y volví a beber de aquel licor que me hacía evadir mis pesares y me ayudaba a sobrellevar con entereza esa clase de situaciones que estaba viviendo. Seguramente, si ella era como yo creía que era, la pillaría cuando menos lo esperara. Y así fue.

Permanecí en silencio, jugando al ajedrez conmigo mismo en mi mente hasta que oí un ligero arrullo de pasos sobre el arenoso asfalto; debía de ser ella. Llevé mi mano derecha hasta mi espalda desde el interior de la gabardina y sostuve con firmeza mi daga, entonces esperé... y esperé... y esperé... hasta que la distancia que nos separaba eran apenas un par de metros. Salí de la esquina disparado como una sombra, como me había enseñado la experiencia y la agarré con la mano izquierda por su mismo hombro izquierdo, quedando el brazo cruzado entre nosotros. De esa forma, podría tirar de ella lo suficiente para hacerla dar la vuelta y ponerla de espaldas a mi, dejando fluir la hoja de plata de la daga, resplandeciente a la luz de la luna, como agua por su fina piel de la garganta
-¿Ibas a algún lado?- susurré y mi aliento alcoholizado no revelaría que estaba siendo totalmente consciente de lo que hacía -Me han contratado porque soy el mejor en mi trabajo... vas a necesitar algo más que unas palabras mordaces de esa lengua tan afilada de víbora que tienes si quieres librarte de mi- la atraje aún más hacia a mi, aferrándole el hombro pero sin lastimarla, una forma de sujetar hecha para inmovilizar pero sin incomodarla. Para rematar lo mal que me había caido esa mujer, olía de maravilla -Si no fuese yo y hubiese sido cualquier otro, quizá ahora mismo estarías abierta de piernas en el suelo o contra la pared mientras esparzo mi hombría por tu interior, despojándote de la más mínima dignidad que te quede después de tratar así a la única persona que realmente se preocupa por ti- pronuncie con un deje de desprecio y asco en mi voz, la solté con un ligero empujón y guardé mi arma tan rápido y ágilmente que cuando se girara, no alcanzaría a verme armado -Ahora empecemos de nuevo.- me incliné con fingida galantería -¿Hacia dónde os drigiis my lady? Quizá encontréis a bien mi compañía hacia ese lugar. A no ser, claro está, que vayáis a practicar el noble arte de la compañía nocturna cual cortesana- desde el comienzo hasta el final de la frase, mi voz fue cambiando de una enorme amabilidad y caballerosidad a nuevamente, aquel tono burlesco y despreciable. La primera impresión no había sido buena y me encargaría personalmente de que ella sintiera en su piel lo vil que me había resultado su comportamiento egoista -Podéis estar enormemente agradecida de que esté para velar por vuestra seguridad, dadlo por hecho- me ajusté el sombrero y la sombra de su ala se proyectó sobre mi rostro, ocultándolo de la luz azulada de la luna. La noche iba a ser muy larga... al igual que los días venideros hasta el retorno del señor Mauleón


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Mensaje por Helena Mauleón Miér Nov 21, 2012 10:15 am

Todo iba a ser fantástico, sin duda alguna. Había conseguido salir de casa de manera exitosa, y solo quedaba cruzar el umbral del jardín de forma sigilosa para quedar en la calle, andar dos manzanas más adelante, llegar a la biblioteca y huir. Me dispuse a ello. Aunque claro, todo era demasiado perfecto como para ser cierto. Justo en el momento en el que ya podía decir que me había librado de mis sirvientes. un cuerpo corpulento me tomó y me dio la vuelta hasta ponerme contra fuera quien fuese, impidiéndome ir a cualquier parte. Además, sentí como algo filoso lo hacía posar sobre mi cuello, pero no supe que era. En cuanto empezó a hablar, entendí que se trataba de aquel hombre a quien mi padre había pagado por mi protección. Su voz contenía un desdén irritante, me hacía sentir asco, literalmente. Me acercó aún más a él y mi respiración empezaba a acelerarse, de forma, que para saberlo solo habría que mirar mi pecho escotado, moviéndose deprisa. -¡Soltadme ahora mismo! Es usted un grosero ¿Como se atreve a tutearme?- decía mientras tiraba de mi hombro para que me soltase. No se denotaba ni un ápice de miedo en mis palabras, pues no lo sentía para nada en absoluto. Lo que si ocurría, es que ese hombre tan andrajoso y con peste a alcohol me estaba poniendo enferma. Él, por su parte, no pareció inmutarse para nada, y además, siguió hablando cosas tan grotescas que me vi obligada a ponerme a su nivel. Era un auténtico maleducado. -¿ Sabéis? Quizá sea eso lo que debiera de pasarme, deberíais hacerlo. Violadme. Acabareis muerto y mi padre quedará arrepentido por haberse ido- no controlaba ya ni la furia que acompañaba a mis palabras sulfuradas ni la acelerada respiración que me estaba provocando la ira. Tenía que marcharme ocurriese lo que ocurriese.

Aquel hombre por fin me liberó de sus grandes y asquerosas manos. Mi giré rápidamente. Estaba dispuesta a matarle como no dejase que me fuera. -Una vez más me insultáis. No es de vuestra incumbencia hacia donde me dirija y no necesito vuestra ayuda. Estoy dispuesta a doblaros la oferta que mi padre os halla ofrecido si os marcháis ya ¿veinte mil? ¿treinta mil? Entre ahí y coja cuanto le plazca, las lamparas, los marcos... muchos son de oro. Llevaoslos y desapareced de mi vista - Dicho esto, comencé a andar en dirección a la biblioteca a paso rápido, esperando haberle convencido y no ver a verle, ni olerle, ni que me volviera a tocar con sus sucias manos. Por supuesto que sabía de lo que hablaba. No me importaba cuantas riquezas pudiese robar aquel hombre. Al fin y al cabo, mi padre volvería en unos meses con el doble de lo que ya tenemos y no perderíamos nada. Jamás había adorado la riqueza, jamás.

Esperaba que mi camino se hiciese tranquilo. No estaba de humor.
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Mensaje por Connor Kennway Jue Nov 22, 2012 10:05 am

He de admitir que consiguió sorprenderme, al punto de que mis ojos se abrieron algo más de lo que ya estaban sin poder fingir el impacto de sus palabras ¿realmente pensaba que todo podía conseguirse con dinero? Me decepcionaba bastante la idea de tener que hacer de niñera más que de guardaespaldas, cosa que me dificultaría en gran medida el lograr mis objetivos en Francia -Quizá debería pasarte, sí... quizá debería ir calle abajo y gritar a los cuatro vientos que en la mansión Mauleón hay una puta barata, tan barata que cree que los demás están más por debajo de su propia miseria- espeté con total desagrado y escupí al suelo acto seguido. Mi voz quebrada y ronca, además de grave, retumbaba en el aire -No me importa tu edad ni tu pasado, pero me preocuparé lo suficiente por tu futuro, solo lo suficiente, para desearte que la vida te enseñe la importancia de la vida misma- gruñí echando a caminar hacia ella, para pasar a su lado sin llegar siquiera a rozarla. Aquel olor agradable volvió a envolverme -Maldita seas...- me detuve a escasos pasos de ella, tras haberla dejado atrás. La miré por encima del hombro -Es la primera vez que alguien consigue hacerme sentir frustrado en varios años. Considérate afortunada mocosa, de que mi revolver está en mi maleta. Cobraré mi dinero y me marcharé.- volví a retomar el paso, esperando perderme de su vista -Ni siquiera mereces que te tutee, maldita furcia engreida...- continué gruñendo hasta que me fundí con la sombra de uno de los árboles de aquel gran patio de la mansión de los Mauleón, era un manzano precioso y bastante amplio para asomarme desde la penumbra y observarla. La costumbre de ir de caza, no solo de animales salvajes sino de criaturas nocturnas, era más que suficiente para saber cuando podrían detectarme y cuando no. Teniendo en cuenta que era de noche y que era apenas una muchacha, dudaba muchísimo de su capacidad para ver en la oscuridad; es más, si lograba verme, era señal de que tendría que cazarla a ella.

Desde aquel recobeco, eché mano a mi gabardina y desenfundé con sumo cuidado mi revólver, abrí la batería y comprobé las seis balas que aún estaban dentro, cargadas. Giré el tambor y lo cerré, dejándola preparada para disparar en cualquier momento que fuese necesario. Permanecí observándola el tiempo que fuese necesario hasta que comenzara a moverse, por fin, confiada de que nadie la molestaría en esa travesía misteriosa que pretendía emprender. Se trataba de una novata, una "nueva rica", una de esas personas tan deplorables que no merecían ni un solo lamento a la hora de morir por un accidente, un atraco o tras sufrir una violación, esa clase de gente que creen que lo saben todo y que cualquiera tiene un precio eran de las calañas más bajas que jamás he conocido, amén de los vampiros, licántropos y cambiaformas. Por alguna razón, los gitanos y los brujos me eran más indiferentes, pues no dejaban de ser... humanos, en cierto modo.
De igual forma, aún, a pesar del paso de los años, poseía algo de honor. Me sabía ciertamente mal traicionar la confianza de aquel hombre y como no, renunciar al dinero que me podía ir otorgando con el paso del tiempo mientras cuidaba de su insoportable hija... mejor eso que tomar una gran cantidad de golpe y marcharme sin mantener un patrimonio constante. Era orgulloso, pero también inteligente. Procuré entonces mantener un ritmo para seguirla, despacio, haciendo el menos ruido posible al caminar y ocultándome umbriamente en cada rincón tenebroso que pudiese encontrar para camuflarme gracias al color de mis ropajes, tan oscuros como la noche
-Creo que voy a enseñarte a valorar tu vida y tu integridad, además de tu dignidad, sobre cualquier cosa en este mundo. Te vas a divertir...- esbocé una maliciosa sonrisa remarcada por un carcajeo casi gutural y siniestro, pues realmente, iba a ser una noche larga y entretenida


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Mensaje por Helena Mauleón Jue Nov 22, 2012 10:55 am

Aquel hombre sin duda era un auténtico sin vergüenza y un depravado ¿Que digo depravado estaba loco? Para añadir mas leña al fuego no le bastó el que le ofreciese la suficiente riqueza como para desentenderse de mi, sino que además, me lo agradeció insultándome de aquella manera. ¡Puta! ¡Me había llamado puta! - Sois un ser despreciable ¡Dais asco! ¡Sois un maleducado y aun sinvergüenza! - Dije a gritos, esperando que todo París, ojalá, lo oyese y lo matase. -Os estáis equivocando mucho conmigo ¡Os estáis equivocando demasiado! ¿ Sabéis que con un solo grito y un acto dramático puedo destrozaros vuestra asquerosa vida? - Y era así, solo tenía que fingir que había intentado violarme, atracarme e incluso matarme para que, con un poco de suerte, al día siguiente ya se encontrase colgando de una soga. ¿Y que había hecho mi padre? ¿Que diantres intentaba dejándome sola con aquel impresentable? ¡Estaban todos locos en esta ciudad!

Por suerte, y a pesar de todo, aquel hombre pareció perecer ante mis palabras, pues se alejó de mi, pasando por mi lado, en dirección hacia la casa. Por supuesto, me mantuve erguida y en ningún momento quise perder la compostura. Ni me giré, ni le miré, cuando él aún siguió de cháchara obscena a mis espaldas -Furcia... furcia será vuestra mujer, hombre. No se como de desesperado os tendrá para que vengáis tan furioso y tan... tan... - callé, la palabra que iba a decir resultaría demasiado indecorosa y demasiado del nivel de esa escoria para mi. -Ojalá no lleguéis a ver el próximo amanecer ¡Quedad agradecido de que vuestro acto no va a ser revelado por mis labios!... Me dais pena en cierto modo- Dicho esto, me alejé con paso firme, obviando lo que había acabado de ocurrir.

Por culpa de aquel hombre, había partido más tarde de lo normal. Mi destino era ir a la biblioteca, y esperar que aquel dueño la hubiese dejado abierta y tuviese la suficiente confianza en mí como para dejarla abierta a aquellas horas. Me eché la capucha sobre la cabeza y ajusté nuevamente mi bolsa. Saqué uno de los libros sobre mitos que llevaba en ella mientras caminaba, no había demasiada gente como para en un descuido tropezar, así que abrí el libro por la mitad y miré las paginas del mismo. De cierta forma, no tenía muy claro hacia donde ir después de ir a la biblioteca. necesitaba encontrar un lugar... un lugar en el que pudieran darme respuestas sobre aquel incidente. Necesitaba encontrar a ese alguien...

Llegué a la biblioteca antes de lo esperado. Solo con tener la mente ocupada en los libros y en aquel hombre me habían hecho olvidar lo tedioso del camino. Empujé con delicadeza la puerta ¡Estaba abierta! Bueno... no iba a ser todo tan malo a fin de cuentas. Miré a ambos lados asegurándome de que nadie me vería entrar, y entonces, crucé el umbral de la puerta y me decidí a buscar entre aquellas estanterías descuidadas. Saqué la bolsita de monedas y la coloqué en la mesa de la recepción. Era mi pago por poder hacer uso del lugar a aquellas horas. Encendí una vela que había sobre la misma mesa, pues sin ella, no podría ver ni si quiera la unta de mi nariz. Estaba todo tan oscuro...que daba escalofríos. Me dirigí rápidamente hacia la zona de mitologías, ciencias y medicina; y no hice más que buscar libros que me diesen un nombre... un lugar... que me ayudasen a saber que eran aquellas marcas que aparecieron en el cuello de mi madre. Tomé un libro... de cuentos, de vampiros. Sacudí la cabeza, sabía que era una estupidez, pero todo me indicaba el camino a ellos. Tomé un par de libros de ciencias que metí en mi bolsa, un par especializado en heridas... y otro par de cuentos que en vez de guardar, coloqué bajo mi brazo derecho.

Estaba lista, para irme de París e incluso irme de Francia.
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Mensaje por Connor Kennway Vie Nov 23, 2012 6:27 am

Tal y como tenía planeado, la seguí de forma sigilosa a lo largo de las calles parisinas en aquella hermosa noche de luna llena. El clima era muy agradable, pues el verano siempre traía consigo alguna que otra noche perfecta para una cacería ¿Pero quién me diría que mi primer objetivo iba a ser una "ovejilla descarriada"? Maldita sea, si esa niña supiera...

Deambulé tras su sombra, sin hacer el menor ruido. Me escondía en pequeños recodos y surcaba árboles como si fuese un demonio, incluso escalaba y la observaba desde lo alto; no debía descubrirme.
La vi entrar entonces en un edificio ¿la biblioteca? Esperé unos minutos pues no la consideraba tan estúpida como realmente parecía... y acerté, antes de entrar había mirado alrededor para percatarse de que nadie la veía entrar ni la seguía. Sonreí
-Si solo supieras la verdad...- descendí despacio del edificio contiguo a la biblioteca para seguir sus pasos. Descuidada, había dejado la puerta abierta tras entrar. Una vez dentro, observé aquel gran lugar, hermoso a su manera. El olor a papel viejo y a humedad se mezclaban, casi me recordaba a mi juventud, cuando estudiaba las características físicas de los monstruos. Me invadió la nostalgia durante unos segundos hasta detenerme en una pequeña bolsita que había en el mostrador -Ya veo...- palpé el objeto con el dedo índice y el pulgar: monedas -Así que tienes amiguitos en las esferas...- musité antes de ponerme en camino a las filas de estanterías, donde solo tenía que rastrear el ligero ruido que hacía al buscar libros, además del resplandor de la vela que encendió. Me asomé por una esquina y la vi, estaba alli, tomando libros. No pude ver de qué trataban... pero ¿por qué? Tenía el dinero suficiente como para comprar la biblioteca, seguramente ¿por qué ir de noche, arriesgándose? Decidí entonces ejecutar mi siguiente movimiento.

Me desplacé entre las estanterías como si fuera una silueta más a la luz de la llama de su vela, me posicioné, agazapado, tras ella y me moví con tanta parsimonia que apenas crujiría la madera del suelo justo antes de que la aferrase con mi mano izquierda, tapándole la boca con firmeza pero sin lastimarla y con la derecha, arrastrándola hacia su pecho, hacia sus senos, pero sin llegar a tocarla
-Por segunda vez, my lady...- susurré a su oido, no de forma seductora ni suave aunque tampoco amenazante, más bien con la diligencia con la que te habla un profesor -Esta vez estáis lejos de vuestro hogar, esta vez no tenéis sirvientes, ni policía ni nadie que os ayude. Aquí dentro solo estáis vos, los libros, alguna rata y yo.... ¿Qué impedíría que tomara vuestra virtud, anhelada por muchos y minusvalorada por vuestra gracia?- consciente de lo que podría desatar esa acción, le hablé con el respeto que se merecería si se lo hubiese ganado desde un principio. No sentía la más mínima lealtad hacia nadie ni respeto por la burguesía, pero aprendí que con los desconocidos, en un país extranjero, es mejor respetar sus costumbres -Procederé a soltaros, no os alarméis. Solo quiero que admitáis que cometéis un gran error al esquivarme como vuestro protector. Quizá, alguno de tantos que por suerte y vicisitudes del destino habéis logrado evitar esta fantástica noche no habría sido tan decoroso de dejaros marchar sin desperdigar su "descendencia" en vuestro interior... para después cercenaros vuestro cuello de cisne- me permití aquel lujo de orar como si fuese alguien que lo sabe todo. Quizá la gente de París no era tan oscura como la de Londres o Boston. Puede que quizá, solo quizá, no le hubiesen hecho nada.

Lentamente la solté y alejé las manos de ella, era evidente que no había llegado ni tan siquiera a rozar un milímetro de su piel, por lo que esperaba que su furia no se desatara de una forma terrible que me obligase a callarla de una forma quizá menos ortodoxa. Lamentaba no poder hacerlo de una forma más agradable... pero era mi forma de ser, es mi impetu y mis ideas quebradas por el peligro constante a lo largo de mi vida, peligro que me obligaron a enfrentar ¿qué mejor forma que hacérselo enfrentar a ella? Me recordaba tanto a mi en aquel entonces, cuando tenía apenas dieciseis años... era la oportunidad perfecta para redimirme, era como si pudiese hablar conmigo mismo, con mi otro "yo" del pasado y enseñarle las virtudes de la cautela para no perder algo más que la dignidad
-¿Vampiros...?- me fijé entonces en los libros que llevaba, que habían atraido mi atención poderosamente una vez la había soltado. Libros de ciencia y mitología, pero sobretodo de cuentos ¿acaso...? -Si os interesa... puedo contaros unas cuantas cosillas que traigo de mi tierra, si las aceptáis a modo de tregua- incliné ligeramente la cabeza, solo un poco, sin dejar de mirarla a los ojos una vez se girara para encararme. No era conveniente para mis planes que me odiase hasta el punto de mandarme a apresar, tenía que suavizar un poco la repentina tensión... pero ella tenía algo, algo en sus ojos, en su forma de pensar y de ver las cosas. Era una joven cuya valentía era tan grande que cruzaba sin vacilar la fina linea que separa el valor de la estupidez y la ignorancia. Ella misma era su peor enemigo... y posiblemente se podría convertir también en el mio


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Mensaje por Helena Mauleón Vie Nov 23, 2012 8:53 am

Estaba a punto de marcharme, lo tenía todo listo, todo preparado. Los libros que husmearía de camino a aquel lugar desconocido, mudas, y diarios de apuntes, además de dinero. Era joven, rica, hija única de un hombre viudo y por ello, jamás había salido del hogar y menos aún sola. Pero tenia veinticuatro años, los suficientes años como para viajar sola y resolver los problemas que me encontrase sin ayuda de nadie. Por ello, estaba decidida sin temor alguno a irme de Paris y descifrar el enigma que nunca pude obviar.

Estaba a punto de salir de París, más aún, ,estaba a punto de salir de la biblioteca fui detenida de forma totalmente involuntaria. Alguien había conseguido entrar en la biblioteca, y quisiera lo que quisiese, tenía que ver conmigo. Entonces me puse nerviosa, jamás había respirado tan rápido y tan entrecortadamente como en aquel momento. Quise gritar, pero tenia tapada mi boca con una se sus manos. De repente, sentí como su otra mano se dirigía hacia la parte superior de mi pecho, y entonces comprendí cuales eran sus intenciones. Grité aunque solo se oyesen ruidos, y me moví nerviosa aunque no pude escapar. Estaba perdida. Y entonces... oí su voz susurrar en mi oído, y cuando la pude identificar... todo mi miedo se tornó en ira y desconcierto. Se trataba de aquel hombre con quien, hacia escasos minutos, mantuve una discusión impropia en el jardín de la casa. Lo curioso, es que volvió a las primeras palabras de advertencia que me dedicó al principio ¿Es que solo había querido asustarme? ¿Todo era un susto? Se me humedecieron más los ojos cuando comencé a sentirme avergonzada y no podía contrarrestar aquel sentimiento con mis atrevidas palabras, pues seguía reteniendome. Y entonces, me habló con voz tranquila, mostrándome sus verdaderas intenciones las cuales anteriormente adiviné. Y entonces me soltó. Me di la vuelta lentamente, aun atemorizada -¿Quien...quien diantre sois vos?- Dije con una voz rota mientras me acariciaba el pecho. -¡¿Que queréis de mi haciéndome esto?! ¿ Estáis ya contento? ¿Me habéis visto ya asustada? ¿Os habéis vengado ya? ¡Pues dejadme en paz de una santa vez! - Me sentía indignada, me sentía avergonzada, me sentía como si acabasen de darme una paliza en público. Pero estaba claro, que tratando a aquel hombre de la mejor forma que sabía, no iba a llegar a ninguna parte.

Estaba ya cansada de aquel lugar, aún me temblaban las manos y quería irme. Me agaché para coger el libro que había caído de mis brazos con aquel susto, pero antes de que pudiese tomarlo, aquel hombre lo vio. -No os incumbe- dije con voz serena cuando ya lo guardaba en la bolsa. -No quiero saber nada de vuestras historias, ni de vuestra persona. No quiero treguas, ni conversaciones, ni si quiera miradas con vos. Ya os habéis reído bastante de mi esta noche, así que dejadme en paz. Me inventaré cualquier cosa cuando mi padre esté de vuelta para que no denuncie vuestra ausencia. Ahora, dejad que me vaya, tengo asuntos que me reclaman.- dije con la voz más calmada y en el tono más bajo que pude, a demás de avergonzado. Me preguntaba por qué mi padre había contratado a una persona así, incluso me cuestioné si su cabeza andaba tan bien como antes. Solo sabía, que no quería saber nada más de él. No daría parte a nadie de lo que había hecho, intentaría olvidar aquella situación y poco más... Solo quería irme, no quería perder la oportunidad de salir de París... aunque a aquellas horas... ya era imposible.

Me marché de la biblioteca rápidamente, volví a ponerme la capucha y anduve hacia mi casa a paso lento. Ya no me sorprendía nada más que ocurriese esa noche. Tomé mi bolsa, y la aferré contra mi pecho. Aunque fuese verano, hacia frió... y no iba a permitir que nadie más pudiese tener una idea sobre mis planes.
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Mensaje por Connor Kennway Sáb Nov 24, 2012 5:53 am

Escuché atentamente todas y cada unas sus palabras, escuché y acepté el rechazo a que le contase tantísimas cosas que podían serle de mucha ayuda, si acaso le interesaba lo que yo creía que le interesaba. Estaba nerviosa y asustada, avergonzada, abochornada, había caido en mi trampa y la había dejado finalmente en evidencia... opté por no decir nada más, solo la miré a los ojos hasta que se dispuso a marcharse de alli a paso ligero. Recuerdo que sonreí y la dejé ir ... unos cuantos metros.

Una vez me hube asegurado de que la muchacha caminaba despacio, sin llamar la atención por la nocturna calle, casi solitaria, opté por sorprenderla de una forma un tanto menos cruel. Volví a hacer uso de callejones y de pequeñas galas de escalación para adelantarla desde las alturas y bajar nuevamente, apareciendo por una esquina a unos pocos metros por delante de ella
-No he oido nunca de nadie que salga de noche, soborne al bibliotecario para que le deje la puerta abierta y tomar libros sobre mitología por mero placer. Sois realmente extraña, Helena Mauleón- pronunció su nombre con formalidad, recordando que ella no conocía su nombre completo... ni se lo revelaría de momento -Lamento muchísimo haberos defraudado tanto, pero por desgracia para vos y vuestros deseos, me veo en la obligación de acomapañarla pues mis efectos personales están en su hogar- el deje irónico y burlón en mi voz no pudo ser disimulado al mismo tiempo que comenzaba a caminar junto a ella, cuando pasaba por mi lado -Es una desgracia que lleguéis a odiarme tanto por solo querer enseñaros algo cotidiano de la vida, algo básico para sobrevivir, algo simple para conseguir lo que quieres conseguir- saqué la petaca y volví a dar un ligero sorbo al whiskey -Mis historias, las que he oido, son tan mágicas e increibles que hasta parecen...reales- volví a dar otro sorbo y la guardé en el bolsillo de la gabardina. A juzgar por mi aspecto zarrapastroso y desaliñado, así como la constante ingesta de bebida alcoholica, me hacía parecer más un borracho que un cazador. En cierto modo me convenía dicho aspecto, pues ayudaba en investigaciones y persecuciones, pero para esa niña no serían más que cuentos de tabernas y cortesanas -Os haré un favor entonces y me marcharé, pero no esta noche, sino al amanecer- atajé la conversación hasta ese punto, no me marcharía y pasaría la noche a la interperie por caprichos de una mocosa por muy acostumbrado que ya lo estuviera -No me veréis al amanecer, pero podéis visitarme si gustais en la penumbra. No me malinterpretéis, no deseo vuestro cuerpo, lo más mínimo- era consciente de que ese comentario podía resultar ofensivo a una mujer joven y de buen ver como ella... me importaba muy poco -Mis historias se vendrán conmigo y si os interesa lo suficiente para hacer lo que habéis hecho... quizá no perdáis nada por probar- esbocé una sonrisa siniestra mientras caminaba más rápido, ya casi llegabamos a la mansión, estaba a unos pocos pasos. Sentía cierta inseguridad, algo violento en el ambiente, quizá nos estuviesen vigilando... qué tontería ¿cuando no nos vigilan? "Ellos" son así... y desconocía si me buscaban a mi o a ella, pero sabía que no se atreverían a atacar, no esa noche o ya lo habrían hecho. Escruté las sombras con un rápido vistazo, absteniéndome de caminar durante unos segundos, mirando calle abajo por la que habíamos venido -Quizá debería cerrar bien las ventanas esta noche, señorita Mauleón. Nunca se sabe cuando en pleno verano puede azotar un viento helado o romper a llover...- seguí caminando tras ella, deseando llegar al hogar y comprobar que mis cosas estaban en perfecto estado y preparadas para cualquier cosa...


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Mensaje por Helena Mauleón Sáb Nov 24, 2012 8:17 am

No sabía con exactitud, si aquella noche veraniega traía consigo una brisa demasiado fresca, o era mi cuerpo el que me estaba proporcionando tal frío después del susto de aquel impresentable. Tenía mi bolsa aferrada a mi pecho y me encontraba triste ¿Por que? El supuesto guardaespaldas había conseguido retrasarme e incluso hacerme pensar que no, que a sabiendas de que ya ningún cochero me llevaría hacia el puerto más cercano, tampoco merecía la pena tomar uno de mis caballos y montar por el bosque hasta dar con otra ciudad. No tenía más remedio que desvestirme, ponerme mi camisón y...dormir, esperar otra oportunidad.

Cuando ya pensé que la noche no podía ir a peor, me di cuenta de que no debería haberlo pensado -¡Pero bueno! ¿Es que no os dais por vencido?- aumenté la velocidad de mis pasos. El señor Kennway había vuelto a aparecer de entre las sombras para acompañarme en el paseo de vuelta a mi casa -Esta claro que cada vez que abrís la boca mostráis vuestra mala educación. Os vuelvo a decir que no os incumben mis planes por muy extraña que os parezca. ¿Es que aún queréis a avergonzarme y reíros más? Hasta nunca señor Kennway - Dije mientras giraba una esquina deseando perderle de vista. No fue así. Era cierto que su equipaje aún se encontraba en mi hogar... bueno, aunque tuviese que acompañarle a recogerlos, podría sacar ventaja de aquello. A partir de entonces, mi tono de voz se relajó un poco más y obvié la repugnante insistencia de mi acompañante - Permitid que os confiese que no necesito vuestros consejos más de los que cualquier otra persona. Es más, no necesito consejos en los que un hombre simule querer aprovecharse de mi- Durante todo ese tiempo, hablaba mirando al frente, sin torcer en ningun momento la vista, excepto con ese comentario. El olor a alcohol que ese hombre desprendía mientras bebía empezaba a agobiarme. Realmente solo me transmita asco, sólo asco y ya nada de pena.

Comenzó a hablar de sus historias fantásticas, y en ese momento, decidí no contestar. Primero, por que aquel hombre cuando hablaba de aquello parecía como si hablase tan en serio que las historias se tornasen en reales, y segundo, porque no quería volver a ponerme en evidencia mostrandole a un desconocido mi estúpido interés sobre la relación con los vampiros y el asesinato de mi madre. No creía en ellos, y revelando dicho interés, parecería lo contrario... pero sólo quería saber por qué el asesino dejó tales huellas. El guardaespaldas siguió hablando. Para mi alivio personal, por fin pareció querer marcharse aunque fuese al amanecer. Me incomodaría dormir en una casa con ese hombre acostado en una de las habitaciones contiguas a la mía... pero, por alguna extraña razón, quería esta vez que permaneciera ahí. Anteriormente, cuando le pregunté quien era, no había respondido... y quizás su equipaje si que me lo revelase en cuanto quedase dormido. Cuando llegamos a las puertas de la mansión, paré, y me posicioné frente a él. -Hagamos un trato mejor. Dormid esta noche, descansad. En vez de iros al amanecer, esperad. Contadme antes de partir que sabéis y yo, os olvidaré, os pagaré el doble si lo deseáis y haré como si nada hubiese sucedido. Además... yo también necesito dormir.-

Abrí las puertas de la mansión yo misma, pues a aquellas horas, los sirvientes se encontrarían en sus casas descansando a sabiendas de que yo estaría en las buenas manos del supuesto guardaespaldas. Subí las escaleras principales, sosteniendo mi falda para no tropezar. Por desgracia o por suerte, mi padre había mandado a colocar su equipaje en una habitación que se situaba justo en frente de la mía... supongo que por inmediata protección. -Esta es vuestra habitación, señor Kennway. El baño esta al fondo del pasillo y la cocina abajo. Ahora, si me disculpáis...- Me dirigí hacia la habitación de en frente, mi habitación. Entré y rápidamente cerré la puerta. Recordé que antes de entrar me había sugerido que cerrase las ventanas -Ni hablar, no pienso seguir más tus palabras- Las abrí de par en par. Por mucho trato que tuviésemos, no me fiaba ni un pelo de él. No era guardaespaldas, se podía ver a leguas que no. ¿Pero quien era? ¿Por que lo había contratado mi padre? Eso era, lo que sin duda alguna, iba a averiguar.


El reloj hizo sonar las cuatro de la mañana. Yo no había dormido nada, por supuesto. Pero para hacer bien mi papel, me desnudé y me puse el camisón de seda blanco y una bata, fina, del mismo color encima, para evitar toda transparencia.Aun así. seguía con mi recogido de cabellos. Me aseguré de que el inquilino había entrado en su habitación y permanecía en ella, esperaba que durmiendo. Salí de mi habitación de la forma más sigilosa que pude, crucé el pasillo y pegué mi oído a la puerta. no pude oír nada, así que me atreví a girar el pomo de su habitación y dar un paso hacia delante. Al ver que no reaccionaba con mi presencia, supuse que estaba dormido. Con cautela y extremo silencio, me dirigí hacia su equipaje, que estaba sobre una de las pequeñas mesas de color madera que hacían juego con la cenefa de la habitación. Me dirigí hacia ella y me dispuse a abrirla, fuera como fuese, no me iba a ocultar mucho tiempo quien era y que quería.
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Mensaje por Connor Kennway Lun Nov 26, 2012 9:40 am

Mordaz como siempre, optó por rechazar toda oferta que tuviese que ofrecerle menos la de quedarme una noche a dormir. Era obvio que no pensaba marcharme así como así, pero ya había tenido suficiente discusión por esa noche. Cuando me guió hasta mi habitación, me embargó un enorme sentimiento de pesadez en los hombros ¿cuanto tiempo llevaba sin dormir? Quizá más de 48 horas, las ojeras me hubiesen delatado si Helena se hubiese dignado a mirarme un poco más de lo que ya hacía: nada.

Antes de marcharse, me señaló donde se encontraba el baño y la cocina. No se lo agradecí con palabras, pero sí en espiritu. Aguardé su marcha y me sorprendió comprobar que su habitación era justo la que estaba frente a la mía, con solo unos tres o cuatro pasos de pasillo por delante... qué ironía. Entré en mi dormitorio y tanto lujo me asqueó, además de incomodarme de forma inimaginable. Acostumbraba a frecuentar tascas, tabernas o a dormir en los barcos donde más fácil se me hacía cazar a algún vampirillo o cambiaformas despistado que se creían demasiado especiales o poderosos para perecer ante un "pobre" hombre que yacía sin hogar sobre fría madera en alta mar... Neonatos... son los que más aprecio. Tan inútiles como vampiros que en ocasiones ni los suyos se dignan a ayudarlos...

Me deshice de mi gabardina y la dejé caer sobre la cama, así como me despojé de mi daga y de los enfundados revolver, con sus respectivos cartuchos con balas de plata. Desabotone mi camisa y salí de aquella sala en silencio para tomarme un baño de agua tibia, pues no hacía demasiado calor ni demasiado frio, era una noche perfecta de verano. Allí postrado en el agua, repasé la estúpida noche que había vivido junto a la doncella... y la curiosidad por aquellos libros empezó a hacer mella en mi cabeza ¿los buscaba? ¿Por qué sería tan imprudente? Lo desconocía, pero no me olvidé del tema hasta que pasados unos largos minutos, regresé a mi habitación, me volví a vestir con mi pantalón negro y mi camisa blanca, ancha y lánguida y me acosté en aquel mullido colchón de ricos.

Cuan sorprendido me hallé cuando oí la puerta abrirse de forma sumamente cuidadosa; aferré la daga que escondí previamente bajo la almohada, fingiendo estar dormido. Helena dijo que haría caso omiso a mi advertencia de dejar la ventana cerrada ¿habrían entrado? ¿Estaría muerta y ahora venían a por el cazador? En ocasiones esos hijos de puta tenían la vista y el olfato lo suficientemente agudo para saber quién lleva armas de plata encima. Alcé la cabeza con suma delicadeza cuando pude escuchar que los pasos no se dirigían hacia la cama en la que descansaba... y la vi. La luz de la luna que se filtraba por las ventanas la delató. Helena, curiosa, se dirigía hacia mi maleta. Se demoró unos segundos en cómo abrirla sin hacer ruido, tiempo suficiente para levantarme de la cama explotando mi agilidad y sobretodo, su lujo, evitando cualquier crujido revelador. Me acerqué a ella desde su espalda sigiloso, como si fuese mi presa. Cuando abriese la maleta, para su sorpresa, no hallaría nada, absolutamente nada, estaba vacía completamente
-Tan vacía como tu moral, Lady Mauleón- recuerdo que mi voz restalló como un látigo en la oscuridad, produciendo un siniestro y ligero eco en toda la habitación, cuan grande era -Para detestarme y no querer saber nada de mi, si parece que os llama poderosamente la atención mi equipaje ¿buscais acaso si he robado alguna de sus prendas personales y me las llevo como recuerdo?- sonreí y enfundé la daga en mi cinturón -Espero de corazón un buen motivo para haber cometido semejante tropería. Una señorita de su clase no debería comportarse como una vil ladrona ¿o sois igual que las ratas que infestan las calles? ¡Oh!- a pesar de que no era en absoluto común en mi, mostré una mirada cómplice incluso pícara al mismo tiempo que me llevé una mano a la boca de forma amanerada, imitando a un sin fin de damiselas "en apuros" que había visto a lo largo de mi vida con esas teatralidades tan falsas y exasperantes -¿Debería preocuparme por la integridad de mi cuerpo virginal, en esta hermosa noche de verano?- no pude evitarlo y rompí a reir a carcajadas casi asmáticas y mudas, llevándome la mano al rostro -Ahora en serio... Madame Helena Mauleón registrando mi maleta como una vulgar furcia escruta los bolsillos del pobre diablo que se la ha tirado... Espero que tengáis la decencia de no sentiros encima de todo insultada y tengáis la vergüenza suficiente para decir qué buscabais...- la seriedad regresó a mi rostro, no, era algo más que seriedad, era frialdad. Era una sensación de odio tan profunda que casi incendiaba la habitación. No la odiaba a ella en sí, odiaba que intenten registrarme, que intenten descubrirme... Yo soy quien soy y nadie más debe saberlo si no le doy mi beneplácito. Ella había intentado descubrir algo de mi, eso estaba claro. Quizá pensara que había robado algo de la casa o quién sabe. La furia se adueñó de mi, avivando aún más la tensión que se podía respirar en la habitación mientras me sentaba en la cama y dejaba un pesado suspiro al posarme en el colchón de plumas, cuando descubrí que el hecho de tener la maleta vacía me hacía infinitamente más sospechoso que si hubiese descubierto una cabeza humana -Comprenderéis que no vais a salir de mi habitación sin responder y darme una explicación...- incliné la cabeza hacia abajo ligeramente, alzando los ojos hacia ella, intimidante -Podemos hacerlo de dos formas... formalmente, como personas civilizadas, hablando tranquilamente... o bien puedes alterarte, creerte mejor que yo y con derecho a hacer lo que estabas haciendo y entonces me tomaré mi propia ley- chasqueé la lengua y me crucé de brazos, mirándola atentamente de arriba abajo, vestida con ese camisón blanco, pero no lascivamente, claro -Te escucho- se hizo el silencio


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Mensaje por Helena Mauleón Lun Nov 26, 2012 10:14 am

Chack. Aquella maleta que componía el equipaje de Kennway se había abierto, por fin. Sentía la imperiosa necesidad de saber quien era, no porque me interesase cual chiquilla adolescente, sino para saber quien era en cuanto a oficio y dedicaciones... y para saber por que diantres mi padre había contratado a un guardaespaldas que se saltaba las normas de todos los demás. Para mi sorpresa, estaba vacía -¿Vacia? ¿Como puede...?- Y entonces me sobresalté, hice un grito aspirado y me giré. Me había descubierto. Me había adentrado en la boca del lobo que se encontraba despierto.

Al principio no supe que responder, sólo sabía llevarme la mano al pecho a causa del sobresalto. Pero no tenía miedo. Y menos aún cuando comenzó con una burla nueva. Mi rostro sorprendido se tornó en un rostro totalmente serio que mostraba ni más ni menos que desprecio. Me crucé de brazos, doblemente indignada, tanto por las bromas como por no haber hallado nada en esa maleta. -Callaos de una vez- Dije cuanto sus burlas empezaban a pasar a chanzas acompañadas de parodias. -Si claro, es que quizás me quedé con ganas de que el susto entre nosotros hubiese llegado a más- dije con asco ante aquello de ''cuerpo virginal'' Si intentaba hacerse pasar por mi ¿Que sabía él? Y si iba por él, ni en sueños iba a creérmelo.

Al ver como se calmaban sus risotadas, decidí sentarme en la silla del escritorio de caoba, de forma grácil y de toda una señorita: de piernas cruzadas sujetando las rodillas con mis dos manos. Poco me importaba en realidad el hecho de que me viese en ropas de dormir, sabía ya que eso, en parte, le iba a dar igual... y tampoco se merecía que vistiese mejor para su vista. - No me importa tu ley lo más mínimo tras saber que solo se basa en sustos. Hagámoslo de forma civilizada. Me he atrevido a entrar en vuestra a habitación sin ningún temor a sabiendas de que si me descubríais no me haríais nada que quedase en mi consciencia eternamente, pues si realmente quisierais, ya habríais tenido oportunidad de hacerlo- dije con tono serio, mostrándole que no le tenía un miedo aparente aprovechable para seguir con sus burlas y sustos. -Y lo que busco... es saber quien sois. Os lo pregunté en la biblioteca tras aquel acto tan vulgar y no me respondisteis. Se que no sois guardaespaldas, miraos, parecéis un borracho pobre si es que no lo sois ya. Quiero saber por qué mi padre contrató a un hombre con equipaje vacío antes de irme- Miré atentamente a los ojos al hombre, pues también tendría que responderme sobre ello. Me levanté del asiento y di varios pasos al rededor de la habitación - Quiero saber, por que mi padre se está comportando de esa manera tan... tan imposible antes de marcharme de Francia durante una temporada y... ¿Que queréis ahora a cambio de que me contéis esas historias de ficción sobre criaturas fantásticas?... Por que tras esto, algo querréis a cambio, supongo- dije mientras con los brazos señalaba a la maleta vacía.

Sabía que cabía la posibilidad de que aquel hombre me ofreciese la narración se sus historias solo para tener algo más con lo que reírse de mi persona. Pero tratándose de un tema tan importante para mi, me daba igual. Quería saber como son las creencias de vampiros de su país, saber si tenían relación con alguna otra cosa real, saber si la gente desquiciada practicaba características similares a los de aquellas criaturas. Cualquier cosa quizás me serviría. -Dentro de poco amanecerá y usted y yo tomaremos rumbos distintos. Pedid lo que queráis, y por favor, demoraros pero no os dejéis nada sin contar-
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Mensaje por Connor Kennway Mar Nov 27, 2012 6:37 am

Definitivamente, no era una gatita juguetona y sumisa. A pesar de haber irrumpido en la que temporalmente era mi habitación, se atrevía a hablarme con esos aires y a mandarme a callar. No obstante, fue lo bastante prudente como para saber que no estaba en posición de imponerse sobre mi. De igual forma, afirmó no tener miedo a sabiendas de que nunca había llegado a hacerle nada... pobre ilusa, pues si su integridad física seguía intacta era porque me interesaba que así fuera, de momento. Ya había golpeado, herido, asesinado e incluso mutilado mujeres antes, no me asustaría volver a hacerlo, aunque esta vez se tratase de una humana y no una vampira o una lycan. Terminó también por confirmar sus planes, admitiendo que le gustaría saber quien era realmente, pues era cierto que no poseía aspecto de guardaespaldas y era consciente de ello, además mencionó que se iría -¿Iros?- entrecerré los ojos y escruté su rostro con la mirada -¿A dónde va a ir una niña que cree que deambular por las calles nocturnas, sola, es seguro?- Yo soy quien soy, muchacha[/color][/b]- [i]me levanté de la cama y caminé despacio hacia ella -Soy solo el rufián que vuestro padre ha contratado para proteger vuestra integridad de algo, de alguien ¿de quién? Lo desconozco, pero teme por vuestra salud. Quizá desconfíe de vos lo suficiente para saber que cometeríais las irresponsabilidades de esta noche o tal vez tenga ciertas deudas que el dinero no pueda pagar- abri los brazos en cruz, abarcando la habitación -Solo soy...- los bajé, como si pesaran toneladas -un hombre, señorita Mauleón. No tenéis por qué temerme, ni buscar quien soy. Soy alguien que no tiene nada en este mundo y por eso mi equipaje está vacío. Soy el que sabe hacer bien su trabajo y porta maletas vacías para camuflar sus intenciones, soy un simple mercenario encargado de protegeros- le sostuve la mirada -Y si queréis oir al final mis historias... tampoco esperéis algo profundamente revelador- hice un gesto señalando uno de los elegantes sillones, invitándola a tomar asiento. Yo me senté en la cama nuevamente -En mi país, América, se cuentan historias... y algo más que historias, son rumores, susurros en las tinieblas. Muchos son los que juran y lloran tantas lágrimas al recordar y contar sus experiencias con hombres y mujeres tan hermosos y elegantes que quitan el aliento. Hombres y mujeres de piel tersa, blanca como la luz de la luna, tan suave y perfecta a la vista que imaginar el simple hecho de acariciarla acelera el corazón del ser humano. Esas criaturas hermosas y únicas que moran la noche en busca de compañía, en busca de sustento... en busca de sangre.- era un buen orador para ese tipo de historias, mi enfasis crecía a cada palabra que salía de mis labios -Nadie escapa de su abrazo oscuro, absolutamente nadie... solo aquellos que fueron lo suficientemente inteligentes para cuando los vieron acercarse y huyeron fueron los que cuentan esto. Otros, son incluso familiares, amigos que acompañaban a los desdichados y observaron aterrorizados como los colmillos se hundían en la carne, perforando la piel y dejando manar el cálido liquido rojo que teñía los labios de aquellas criaturas malditas...- esbocé una casi imperceptible sonrisa -Esas historias no difieren demasiado de las londinenses, pues en inglaterra es más de lo mismo. Hombres y mujeres hermosas, a veces incluso niños, que juegan con las personas, las seducen hasta el punto de hacerles desear pasar una noche en la cama con ellos para luego beber hasta su último aliento. Solo imaginarlo me pone enfermo...- corregí aquel deje de asco y desprecio con un carraspeo y cambié de tema -Pero claro, habéis estado buscando sobre vampiros. También hay otras historias, hombres y mujeres bestias, lobos enormes que aullan a la luz de la luna y no es solo la sangre lo que anhelan, sino la carne. Otros son cambiaformas, se transforman en cualquier animal... inlcuso personas que son capaces de hacer... magia- negué con la cabeza y esta vez, la sonrisa se pudo vislumbrar -No os juzgo por querer saber sobre ellos, pues las mitologías son extremadamente atractivas. Si quereis creer que existen, tampoco me reiré de vos. Juro por Dios que hay ocasiones...- desvié una mirada oscura hacia la ventana, observando la noche estrellada -en las que juraría que los he visto, en los tejados, observando un mundo que podrían hacer suyo si así quisieran. Hay ocasiones en las que ir por el bosque se hace tan peliagudo cuando sientes que algo te observa y no lo puedes ver... pero el miedo, es el miedo lo que hace creer que es así, que es real. Aprendí a no tener miedo... y no los he vuelto a ver en las sombras- le devolví la mirada nuevamente, fingiendo que era un simple hombre entrando en la madurez que había vivido y sufrido lo suficiente para despreocuparme por cuentos de hadas. En mi mente, mientras tanto, recordaba cada enfrentamiento, cada palabra cruzada con ellos y cada herida que me habían provocado -¿Y vos por qué queréis saber de ellos? Por simple curiosidad. El pago a mis servicios como orador e historiador, porque sé más de lo que os he contado esta noche, es ir con vos, lady Mauleón- compuse una mirada cómplice -Dejadme cumplir la voluntad de vuestro padre, hasta su regreso. Así podré compartir mis conocimientos con vos cada vez que gustéis. Ya habéis comprobado que no soy alguien que sea capaz de violaros o trataros como una mujer que debería estar limpiando o cosiendo o haciendo cualquier cosa que se supone que las mujeres debéis hacer y los hombres no. Tenéis más suerte de la que sois consciente...- me levanté y me dirigi hacia la mesa junto al cabecero de la cama, tomé la petaca y me la llevé a los labios. Aún bebiendo me volví a sentar a los pies de la cama y esperé la reacción de la mujer. Dijera lo que dijera, iba a acompañarla. Quizá, sin quererlo, ignorante de todo, me condujera hasta alguno de ellos. Si los encontraba, encontraría a la Hermandad, donde tomar provisiones. Estaba cansado de fingir ser un hombre cortés... pero debía tener paciencia -Aún queda noche... podéis marcharos si os dais por satisfecha o podéis seguir preguntando, indagad cuanto queráis, pero yo indagaré en vuestro interior. Así que podéis empezar a relatarme todo lo que pasa por vuestra cabeza, el motivo de vuestra intención de marchar y por qué os interesan los vampiros y las ciencias...- volví a beber, esperando su respuesta.


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Mensaje por Helena Mauleón Mar Nov 27, 2012 8:45 am

Esperé a que respondiese a la serie de preguntas que le formulé, y no me sorprendí cuando desvió el tema sin dudar a mi marcha. No respondí, simplemente desvié la mirada que tenía fija en su rostro a un rincón de la habitación cualquiera. No quería que nadie supiese el porqué de mi marcha, sentía que no debía de contárselo ni al ser más cercano, pues era... demasiado misterioso, demasiado peligroso, el hecho que me consternaba. De todas formas, no perdí la calma en ningún momento. A pesar de lo vivido, habíamos conseguido unos minutos de paz en los que dí mi brazo a torcer porque no los debía desperdiciar. Cuando comenzó a relatar indirectamente quien era, volví a dirigir mi mirada a el, demasiado enigmática como para saber que sentía en apariencia. -Os creeré, pero aún así, es extraño en mi padre que contrate a un hombre que no está dedicado y sabe lo suficiente como para ser guardaespaldas... De ser cierto lo que decís, solo me quedará dudar seriamente de mi padre- dije mientras me llevaba una mano a la barbilla. Estas palabras no estuvieron cargadas con ningún ápice de desprecio, orgullo o semejante, sino mas bien con un tono de tristeza y desconcierto. Al estar atenta a sus acciones, y ver que con un gesto de brazos me ofrecía asiento para oír sus historias, decidí obedecer y me senté nuevamente de la misma postura de piernas cruzadas. De esa forma, tenía totalmente en frente mía al señor Kennway mientras este reposaba en la cama.

Escuché con absoluta tranquilidad y sin interrumpir las palabras de aquel hombre. Nada que no supiese por lo pronto... pero se me hizo difícil oírle poco a poco. Con sus relatos, conseguía hacerme recordar e incluso imaginar lo que ocurrió aquel día de invierno tan trágico. Hubo un momento en el que desvié mi mirada al suelo, y la dejé perdida. Incluso me llevé una mano a los ojos y me los acaricié intentando aparentar ante aquel hombre un tanto de cansancio, en vez de hacer descubrir que mis ojos estaban húmedos del terrible dolor que me provocaba aquello. Quizá, era la primera y la única vez que el mercenario me vería de aquella forma tan seria y preocupada.

-Lo que quiero saber sobre ellos se remonta a un pasado que no quiero recordar más señor Kennway- dije mientras me levantaba del asiento y volvía a quedar de pie cruzada de brazos. Cuando me desveló que sus intenciones eran ir como mi acompañante, mi cara de tristeza se tornó a una seria y preocupada que le miraba fijamente a los ojos -Dijisteis que os iríais al amanecer ¡Sed un hombre de palabra! Además, necesito ir sola no puedo cargar con nadie en esto- me giré con la intención de salir por la puerta e irme, pero antes de hacerlo, me volví y caminé hasta quedar justo en frente de él mientras bebía -No, no y no... no vais a venir ¿Que más queréis aún que no os halla ofrecido? Además, cuando mi padre regrese no pienso estar en París, ni si quiera estaré en Francia, así que dejaos de querer las voluntades de personas que no conocéis señor Kennway. Ademas, si nos ven juntos por ahí, vos con...estas pintas y yo con las mías, pensarán cosas que le perjudicaran seriamente. Escribiré una nota de mi puño y letra... diré... diré que mi cabezonería no os ha dejado seguir actuando y eso de seguro que se lo creerá. Y no os buscará, creedme... Pero los asuntos que me mantienen sumida en pensamientos que me llevarán a hacer locuras, son privados- Empezaba a ponerme nerviosa, hasta tal punto que mientras hablaba no podía evitar estar dando vueltas de un lado a otro. Aquel hombre había mostrado cierto interés en seguir la encomendacion de mi padre... pero yo le tenía que ganar en cabezonería. Decidí marcharme esta vez, tomé el pomo de la puerta para abrirla del todo, pero antes de soltarlo y sin girarme a mirarle, le dediqué las que esperé que fueran mis últimas palabras hacia él -Además, quizá no merezcáis poneros en peligro por ''una niña que cree que deambular por las calles nocturnas, sola, es seguro''- dije con un tono de voz muy bajo recordando las palabras que anteriormente me había dedicado.

Me dirigí hacia mi habitación y abrí la bolsa que contenía los libros, la cual estaba colocada sobre la cama, sin sabanas. De alguna forma, Kennway me había hecho reflexionar y sabía que necesitaría más de lo que portaba anteriormente. Abrí el armario y tomé un par de prendas más, además de varias cosas que también necesitaría que, de forma rápida, metí en la bolsa. Quise quitarme el camisón y vestirme, pero recordé que la puerta estaba abierta aún, así que antes la cerré de, casi, un portazo. Me vestí con el vestido más pomposo que tenía, de color corinto y varias capas en la parte inferior de tela gruesa. Sí, no eran los ropajes apropiados para emprender un viaje de tal grado, pero yo sabía por qué debía de ponemelo. Una vez lista, me coloqué la bolsa de forma que quedase apoyada en mi espalda y bajé las escaleras rápidamente, me dirigí hacia una estancia que sólo mi padre solía frecuentar. Me subí sin zapatos al sofá y separé de la pared el enorme cuadro de colores firmados por un gran pintor, para desvelar una caja fuerte de la cual, yo sabía la clave para abrirla. Giré la rueda de dicha caja, pero no se abrió -¡Maldita sea! ¿Como sabía que sería capaz de coger su trabuco?- Sin duda alguna, mi padre había cambiado la clave para que no la abriese. Me dirigí entonces hacia la cocina, tomé un cuchillo y lo guardé en la bolsa -Esto servirá para defenderme... por ahora- Y por último, me dirigí hacia la puerta principal, abrí un pequeño mueble que había junto a esta, rebusqué entre los cajones y tomé un llavero grande y oxidado, que portaba un par de llaves, las cuales también guardé en la bolsa. - Me habéis hecho entrar en razón con vuestras palabras señor Kennway. Lo mejor será que me marche ya- dije, suponiendo que seguramente, me estaba oyendo. Y Dicho esto, por fin, marché.


-Cochero ¡Al bosque, la parcela de los Mauleón!-
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Mensaje por Connor Kennway Miér Nov 28, 2012 9:34 am

Le conté mis historias, le conté incluso más de lo que sería una historia. Recordar los encuentros, el aspecto, el olor, la esencia que los envolvía me hacía pronunciar cada palabra como si lo hubiese vivido y quizá una persona con más luces que Helena lo hubiese descubierto ¿realmente existía un cuentacuentos tan hábil que parece que cada historia es real? De no ser así, quizá me podría ganar la vida como un antiguo juglar. La cuestión es que tras acabar, la muchacha no quiso aceptar mi condición... y no es algo a lo que suelo renunciar. Cuando pongo precio a algo que me concierne, a algo que sale de mi, es invariable. Así que dejé que hablara, dejé que ofreciera todo cuanto quisiera hasta que salió de la habitación. Bufé.

Me puse en pie a toda prisa y recogí mis cosas: mi gabardina, pistolas, daga y sombrero y salí por la ventana. Cuando caí al suelo volví a recordar a mi padre y todo lo que le debía, entre tantas cosas, no haberme quebrado las rodillas en ese pequeño salto por aprender a caer desde alturas considerables sin mayores rasguños que algún arañazo y resentimiento en los músculos y articulaciones. Avancé en la noche oscura, tan oscura que anunciaba un amanecer no muy lejano.
-Creo que confundes el juego niña... tu no eres la cazadora que domina el tablero...- musité, acercándome a paso ligero hacia el coche de caballos que allí estaba, frente a la puerta de la mansión, siempre listo para cualquier urgencia. El cochero dormido estaba sentado en el carro, posiblemente sumido por morfeo debido a la agradable temperatura de la noche y un manto de estrellas digno de admiración. Me posicioné a su lado, lo agarré del brazo y lo arrastré hasta el suelo, con el que se golpeó fuertemente. Justo antes de que levantara la cabeza y me mirase, le propine un fuerte puñetazo en la nuca que lo dejó semi insconsciente durante un rato, lo bastante para arrastrarlo hacia un arbusto del patio y usurpar su lugar como conductor. No sabía cuanto tardaría, pero había dicho que lo mejor era marchar pronto, de modo que no sería demasiado... y así fue. Agradecí enormemente ser tan arriesgado como para poder haberme tirado horas esperando a que saliera de la casa... porque no fue así. También era oportuna su ignorancia, pues ni siquiera reparó en quién conducía el coche. Ordenó que fueramos al bosque, a la parcela de su familia. Yo desconocía su situación, de modo que igualmente, la dejaría en el bosque y la seguiría a hurtadillas... era lo único que podía hacer. El látigo centelleó y restalló en los caballos que relincharon antes de partir rumbo al bosque.

Sería cuestión de veinte o treinta minutos lo que tardamos en llegar al bosque y poco menos de cinco antes de estar ya en su interior, en la espesura, donde solo había árboles por doquier. Tiré de las riendas y los caballos empezaron a detenerse. Antes de que el coche dejase de moverse, me puse en pie sobre el asiento y salté como pude hacie un árbol, aferrándome a una rama para dejarme caer, aterrizando acuclillado para hacerme menos daño
-Pues otra vez... empieza a ser aburrido esto de perseguirte, lady Mauleón... es tan sencillo...- suspiré y me escondí entre la cantidad de árboles, esperando que la señorita saliese del carruaje y tomase camino por su propio pie. Si preguntaba o buscaba al cochero, no encontraría nada ni nadie, solo unos caballos nerviosos por la oscuridad y el continuo aullido de lobos y cántico de buhos -Seguís de suerte... esos aullidos son de lobos normales...- murmuré para mi, oculto tras unos arbustos entre dos árboles, con el revolver en la mano derecha, por lo que pudiese ocurrir. Solo quedaba esperar...


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Mensaje por Helena Mauleón Miér Nov 28, 2012 10:43 am

Antes de salir, volví a ponerme la capa negra sobre los hombros, sin la capucha. No resultaba indecoroso que una dama de mi clase vistiese caras prendas y diese un paseo en coche aunque fuese a esas horas... pero del frío del amanecer tenía que protegerme.

Cuando monté en el coche, eché de menos la mano del choffer, la cual solía ayudarme a subir. Supuse que estaría un poco dormido y que por ello se le había olvidado. Yo sabía subir sola y no era de esas ricas mandonas que castigan a los sirvientes que no cumplen que su deber. Así que simplemente, una vez subí y me senté en el siento, olvidé aquel suceso. Cuando los caballos comenzaron a andar, y a causa de esto, el coche comenzó a moverse, no pude evitar mirar por la ventana la fachada de mi hogar. No iba a volver a verla en mucho tiempo... quien sabe si no la volvería a ver nunca. La cuestión, es que había dejado al señor Kennway en ella... y por su bien, esperaba que no le prendiese fuego o destruyera de alguna forma el único recuerdo de mi pasado antes de que ocurriera el fatal accidente. Era una imprudencia, sin duda, el haberme marchado así por que si, pero si aquel hombre cumplía su trato, no habría de qué preocuparse. Mi padre volvería en un par de meses... quizá en tres, al regresar no me encontraría ni a mi ni a el guardaespaldas en la casa... y seguramente, lo entendería todo. Mandaría partidas de hombres en mi búsqueda, pero no me encontrarían, pues en tres meses, esperaba estar lo suficientemente lejos de París como para que nadie pudiese saber de mi.

El viaje se hacia lento, pero no tedioso. Me gustaba mirar por la ventanilla y apreciar el paisaje que me envolvía, sobretodo cuanto más lejos de la ciudad estaba y cuanto más cerca del bosque me encontraba. Entonces, decidí terminar el viaje dejando de mirar por la ventana y husmeando uno de los libros de vampiros que había tomado de la biblioteca. Todo lo que leí, no hacía más que recordarme las palabras del mercenario, su voz resonaba en mi cabeza mientras leía y no podía de dejar de sentir ese mal estar que me procuraban mis recuerdos. ¿Por que quería acompañarme en mi viaje? Ahora que lo pensaba con más calma, se me hacía extraño. Aquel hombre quería emprender el viaje conmigo alegando querer no fallar las palabras de mi padre; pero al fin y al cabo, ese hombre no nos conocía a ninguno de los dos ¿Por que no tomar todo el dinero que le había ofrecido? ¿Por que no marcharse y liberarse de mi tediosa carga? ¿Por que? Por muchas vueltas que le diese, no tenía demasiada pinta de ser un hombre de palabra... quería algo más. De repente, el coche paró en seco en medio del bosque. Quedaba poco para llegar hasta la parcela... pero ¿Por que no me había llevado hasta la puerta? Decidí salir del coche, con cautela, para saber que estaba ocurriendo. Caminé hasta el asiento del cochero pero... no estaba -¿Hola?- pregunté nerviosa y en voz baja, aunque la soledad y el eco hicieran que pareciese lo contrario. Nadie respondió. -¿Hay....Hay alguien ahí?-¿Que había ocurrido? Solo se oía el desagradable piar de los cuervos y, para mi desgracia, el aullido de los lobos. No pude evitarlo, obvié el hecho de que el cochero hubiese desaparecido y emprendí mi camino hasta la parcela familiar a paso ligero. Esta vez si que me puse la capucha sobre la cabeza, además de abrigarme tomando los lados de la capa y haciendo que se cruzasen en mi torso para darme calor, pues el bosque, era demasiado húmedo.

Tras una caminata ligera que duró unos 5 minutos, conseguí llegar hasta las grandes puertas de hierro negro que separaban mi propiedad de tierra del estado. Saqué rápidamente las llaves que había tomado antes de salir y abrí el par de candados que mantenían la puerta inmóvil. Jadeé un poco, pues el paso ligero y la sensación de estar desprotegida me hacían respirar con dificultad. Entré a la parcela, pero no sin antes cerrar las puertas, y caminé hacia la pequeña casita que allí teníamos a paso lento. Abrí la puerta con la segunda llave, y comencé a buscar por los muebles de toda la casa un arma. -Creías que no llegaría muy lejos sin un arma de fuego ¿Verdad padre?- dije, cuando di con un trabuco en uno de los cajones del salón. Esta vez, no lo guardé, sino que lo coloqué en el lazo que tenía ajustado en la cintura, y lo mismo hice con el cuchillo. Iba a coger a unos de mis caballos para salir de allí y necesitaba salir sana y salva del bosque para hacerlo. Salí de la casa y me dirigí hacia las cuadras. Una de mis mayores aficiones siembre había sido montar a caballo, de ahí a que una de las yeguas de las cuadras, de un color blanco bellisimo, fuese personalmente mía. Suna, la yegua que siempre había montando, la que me regalaron por mi décimo cumpleaños... yacía en el suelo, aún agonizando, herida, y repleta de sangre. Los demás caballos no estaban, sus puertas estaban rotas y quebrajadas por el suelo. Algo había entrado ahí y había asustado a los caballos... y había mordido a Suna. Corrí y me senté junto a ella. Inspeccioné sus heridas, todas eran de claros mordiscos de lobos -Lobos... Pero los lobos, jamás han atacado de tal forma en el bosque. No... no puede ser- Acaricié a la yegua, manchándome las manos de su sangre. Realmente me dolía demasiado verla agonizar, pero no sabía si tenía el suficiente valor como para quitarle la vida con el cuchillo en ese preciso momento. Mis ojos se humedecieron al ver que otro gran recuerdo de mi infancia se desvanecía entre mis manos repleto de sangre. -Shh...Shh- es lo único que sabía decir cuando Suna se movía con dolor. Y entonces, oí un sonido que me provocó más pavor aún: el gruñido de un lobo.

Ahí estaba, quieto, en la puerta de la cuadra, gruñendo y en posición agresiva, mirándome fijamente advirtiendo de que yo sería su próxima presa. Tomé lentamente el trabuco de mi cintura, posicionandolo entre mis dos manos temblorosas a la altura del pecho. Y Entonces, el lobo se acercó, disparé y no sucedió nada -No... no tiene pólvora- a causa de este terrible no hallazgo, me puse nerviosa, me asusté, casi no podía respirar de la conmoción. Estaba perdida, y me arrepentí de haberle dicho a Connor que no me acompañase, pues quizá, solo quizá, me ayudase. Entonces, tomé el cuchillo rápidamente y el lobo se abalanzó sobre mi haciéndome caer al suelo. Forcejeé con él durante unos segundos, unos segundos en los que la sangre del suelo me ensuciaron, en los que la ropa se rasgó por varias partes, en los que mi recogido de cabellos se esfumó, dejándolos sueltos... y en los que, por un golpe del animal, el cuchillo se desprendió de mi mano hasta quedar lo suficientemente lejos de mi alcance como para que, al mirar hasta donde había llegado y estirar la mano hasta él inútilmente... supe que estaba perdida. Solo supe gritar.
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Mensaje por Connor Kennway Jue Nov 29, 2012 10:53 am

La seguí a través de los abundantes árboles que había a lo largo del bosque tras observar la reacción de la muchacha, la cual parecía bastante preocupada por la ausencia de aquel que creía era el cochero... mi desaparición. Anduvo a paso ligero hasta una pequeña casa en mitad del bosque en la que entró mientras yo aguardaba fuera. Maldita niña... por qué tendría que ir al bosque en plena noche... los aullidos de los animales no eran exactamente lo más amenizador de la noche. -Vamos...- salió en aquel momento y se dirigió a lo que parecía ser una caballeriza que había tras la casa. La seguí, pero algo se movió en la oscuridad, algo que preferí ignorar de momento. Descubrí entonces al llegar a las cuadras como estaba arrodillada junto a un hermoso corcel blanco. Sentí una ligera punzada de lástima en el pecho, era un animal precioso, señorial... y tras Helena, estaba su agresor. La muchacha intentó defenderse, pero cuando el trabuco que llevaba, muy antiguo por cierto, emitió un "click" mustio casi inaudible, la esperanza se borró de su rostro. El animal se avalanzó sobre ella y la desarmó del cuchillo que había tomado como defensa, si hubiese estado sola habría perecido bajo la furiosa bestia... si hubiese estado sola.

Decidí irrumpir entonces con toda la velocidad que fui capaz hasta acercarme unos varios metros, apunté al animal y apreté el gatillo. El revolver emitió un estruendoso cañonazo que terminó con la muerte del lobo, que caería pesadamente junto al cadaver de la muchacha.
-Los lobos... - me di la vuelta, oyendo como los aullidos se acercaban. No solo eran aullidos, sino ladridos, gruñidos... eran animales sociales y su manada no andaba lejos. Al contario... estaban justo encima nuestro -¡Entra en el establo, cierra la puerta!- ordené furioso mientras apuntaba nuevamente a los cinco lobos que se acercaban. Disparé una vez, dos, tres veces... y tres fueron los animales cadáveres que regaron de sangre el suelo oscuro del bosque -Por todos los demonios...- apreté el gatillo dos veces más y el tambor quedó vacío de balas; solo había muerto uno. El que quedó con vida correteó a mi alrededor intentando intimidarme mostrandome sus colmillos y ladrandome de forma amenazadora. Saqué mi daga de plata -Vamos...- me incliné ligeramente hacia delante, extendí los brazos en el aire con la guarda alta y flexioné un tanto las rodillas -Vamos...- el animal seguía dando vueltas, furioso, con miedo, asustado, loco... En cualquier momento se precipitaría sobre mi... y debía de ser encarándome con él -¡Vamos!- espeté dando un paso cuando el lobo estaba frente a mi, lo cual lo provocó para que se avalanzara contra mi y mi daga, aguda, de un blanco plateado impoluto, se tiñó de sangre mientras abrazaba el cuerpo del animal que caía muerto sobre mi cuando el arma blanca penetró limpiamente en su corazón -Lo siento- musité apesadumbrado, dejando al lobo caer suavemente, postrándolo en el terreno. Acto seguido, me dirigí, recolocándome el sombrero, hacia la yegua -Ya puedes salir- observé al animal con cuidado. Tenía el torso y el estomago perforado por los mordiscos del lobo, demasiado perforado. Las dentelladas eran casi invisibles debido a la gran cantidad de sangre que manaba del animal. Suspiré -Solo queda una cosa por hacer- saqué seis balas de plata y las comencé a cargar en el revolver, giré el tambor y se lo cedí a Helena -Tengo un profundo respeto por el alma de los animales y una gran devoción por su existencia- la miré profundamente a los ojos -Si este lugar os pertenece, sois su dueña. Es vuestro deber poner fin a su sufrimiento... debéis hacerlo vos- le acerqué aun más el arma -Seguro que ella lo prefiere así...- el corcel emitio un ligero relincho que fue más un gemido que otro tipo de expresión. Agitaba la cabeza algo nerviosa y un poco las patas delanteras, se desangraba, se sentiría cansada y muy dolorida. En esas circunstancias no tenían método para salvarla por mucho que la intentasen curar -Que el gran espíritu del Hacedor te conduzca hacia la más pura de las praderas...- me arrodillé junto al animal tras cederle el revolver a Helena y le acaricié el lomo al dolorido animal, era todo el ritual que había aprendido desde pequeño en mi tribu. Los caballos, los osos, los lobos, los buhos... todos son espíritus guardianes de la naturaleza, todos sin excepción. Pronuncié algunas palabras en mi idioma natal, un idioma que seguramente Helena desconocería... al igual que otros muchos, por estar casi extinto. Le deseé en ese pequeño rito la ascensión de su alma al reino al que pertenece. Entonces aguardé en silencio a la ejecución, sin alzar la vista a Helena. Simplemente la dejé a solas con su dolor y su decisión, mientras yo esperaba, arrodillado en el suelo, a ver la paz en el animal


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Mensaje por Helena Mauleón Jue Nov 29, 2012 11:55 am

Sentía como aquel atroz animal me desgarraba el vestido e incluso la piel de mis brazos cuando intentaba quitármelo de encima. Cada milésima de segundo que pasaba, más de daba por perdida, y a causa de ello, menos resistencia oponía hasta que... murió. Fue todo muy rápido, casi imperceptible, el cañonazo de una pistola y la bala de la misma había perforado la piel del lobo de tal manera que se desvaneció su vida rápidamente sobre mi cuerpo. Me giré entre gemidos y me levanté corriendo del suelo. Y era él... Kennway me había salvado. No tuve tiempo de agradecer nada, ni si quiera de caer en la cuenta de que una vez más me había estado siguiendo. Cuando me ordenó que me encerrara en uno de los establos, lo hice sin dudar un segundo. Estaba aterrada, el corazón me latía a mil por hora de tal manera que parecía que iba a salirse de su sitio. Me refugié en una esquina, sentada, tomando mis rodillas con las manos y obviando los mechones de pelo que caían sobre mis ojos, lacios y negros, y que me dificultaba además de la puerta, toda visión sobre lo que ocurría fuera. -Dios mio, Dios mio, Dios mio- Intenté relajarme, pero no podía. Hubo un momento en el que me llevé las manos a los oídos para oír menos el sonido del revolver... y para no oír lo que temía oír: Que uno de los lobos consiguiese placar al hombre con la misma facilidad que a mi.

Todo fue mura rápido, pero para mi, eterno. Las palabras de Connor, sólo sus palabras acompañadas de un absoluto silencio, indicándome que ya podía salir de aquel lugar lleno de paja, me sentaron como una mana caliente en un día de invierno helado. Me levanté d forma torpe y caminé despacio, pues me tablaban las piernas, hasta que abrí la puerta pequeña de madera del establo y salir por ella. Pude ver, con absoluta tranquilidad, que el hombre había salido ileso de aquella masacre... pero Suna era evidente que no. Sin mediar palabra, me arrodillé junto a ella, puede decirse que incluso me recosté en su cuerpo y la acaricié, contemplando como el movimiento de su cuerpo al respirar cada vez se había más lento y pesado. Me daba igual llenarme completamente de sangre. Al caer anteriormente con el lobo, ya me había manchado un tanto de sangre y mugre del suelo, además de que notaba un dolor punzante en el brazo derecho que seguramente sería provocado por una herida que también estaría ensuciando la ropa. Además de esto, estaba despeinada y sin recogido, así que el aspecto que daba no podría empeorar mucho. Los ojos se me humedecieron aún más... no quería llorar delante de aquel hombre, pero me dolía demasiado ver a Suna de aquella forma. Dejé de recostarme en su cuerpo para quedar sentada, gimoteando mientras me llevaba un mechón de pelo hasta detrás de la oreja. - No podéis imaginar cuanto me duele verla así...- dije. Entonces, él, me ofreció su arma ara acabar con la agonía del animal. Sabía que era lo correcto, lo adecuado, lo mejor que podría hacer por ella ahora mismo -No.. yo no se si...- no terminé de decir mi frase, pues lo cierto es que prefería disparar antes a un humano que a un animal. Pero... no había nada que hacer. Connor se había posado a su lado, y cuando estuve segura de que ya no la acariciaba y dejó de hablar en un idioma que no entendí, coloqué mis finas manos en posición de disparar, cerré los ojos, y lo hice.

Me costó volver a abrirlos, sin duda, pues cuando lo hice, dos lágrimas salieron descontroladas de mis ojos, paseando por mis mejillas para acabar arrojadas al suelo. Le dí el arma al hombre, sin mirarle, pues no podía dejar de mirar al animal, ya descansando en paz. -Es la segunda vez... que aquellos que más feliz me hizo una vez... se desvanece entre mis brazos- Me puse en pie, un poco aturdida -Si la dejo aquí, los lobos terminarán con lo que queda de ella. Señor Kennway... sé que no debería, es más, se que con lo que ha ocurrido no debería volver a dirigios la palabra y más aún cuando me habéis ayudado... y a ella también. Pero me gustaría pediros un favor que no sabría como recompensarlo- me acerqué a él a paso lento. Era la primera vez que me detenía a observar nuestras diferencias, sobretodo, porque él era muchísimo más alto y más ancho que yo y aquello me hacía ver que ni mi físico era favorable para partir sola -Ayudadme... por favor- dije solamente, pues esperé que solo con eso entendiera que le pedía ayuda para darle sepultura al caballo.

Arrastré el cuerpo del animal, esperaba, con ayuda de aquel hombre hasta un gran terreno de césped que había en la parte trasera de la parcela, hasta que por fin, pude decir claramente, que Suna, descansaba en paz.

Me crucé de brazos mientras admiraba la huella en tierra que había dejado aquel entierro de casi una hora, y que sabía, que era otra marca que jamás olvidaría -Me habéis seguido hasta aquí- rompí el silencio - Me habéis seguido hasta aquí... porque de verdad os agrada seguirme, o por que mantenéis vuestra idea de mantener la promesa que le hicisteis a mi padre. De ser lo segundo... os necesito. Está claro que no puedo hacerlo yo sola- me dirigí hasta Connor para hablarme más claramente mirando su alto rostro - Si de verdad queréis emprender un viaje conmigo... necesito que durante el viaje me contéis más cosas que sepáis sobre criaturas o hechos peculiares que se hallan o no resuelto. Quiero empezar por España... quiero buscar algo, alguien, que más adelante os revelaré pero que ahora, no puedo- Caminé a paso lento, ajustándome la bolsa y dejando al joven hombre detrás, hasta la salida de la parcela -Al menos ahora, no habrá que preocuparse por nuestras diferencias... así vestida, me parezco más a vos- dije, mientras giré mi rostro para mostrarle una sonrisa burlona y comprendiera, que esta vez, aquellas palabras no iban con intención de ofenderle, sino de darle a entender, que ahora si que se ponía en pie nuestra ''tregua''

Podría decirse, que en ese momento, comenzó el viaje.
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Mensaje por Connor Kennway Sáb Dic 01, 2012 7:06 am

Todo terminó rapidamente, como mejor beneficiaba a la bestia que sucumbió, en silencio, tras el estallido del revolver. Connor tomó su arma de las manos de la muchacha y la enfundó mientras ella murmuraba algo sobre perder algo importante por segunda vez. Me puse en pie cuando dejó de hablar y guardé silencio con las manos cruzadas tras mi espalda, rezando en silencio por el alma del animal. Finalmente, Helena agradeció mi acción y reconoció que mi ayuda había terminado por servirle, por lo que me pidió que la acompañara en el viaje y le contase más sobre aquellas historias que ella creía mitología... iba a ser dificil no entrar en verdaderos detalles -De acuerdo... pero más os vale que no os comportéis como soléis hacerlo- suspiré.

Enterramos al animal con esfuerzo debido al peso de la yegua y de la gran cantidad de tiempo que empeñé en cavar un hoyo lo bastante grande para su cuerpo, cuestión de una hora o más aproximadamente.
-Volvamos al coche... más vale que toméis una decisión sobre el destino rápido. Pronto saldrá el sol- eché a caminar hacia el carruaje nuevamente, que estaba bastante alejado de aquel lugar -Y definitivamente estáis mejor así que recubierta de ropajes caros y peinados decorosos. Siempre me resultó más útil una apariencia salvaje- dije sin mirarla, solo acercándome más a aquel coche de caballos, sin tener intenciones de que pareciera una frase con segundas, esperando a que la muchacha dijera hacia donde ir


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