AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La primera salida a la noche ( Sølvi )
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La primera salida a la noche ( Sølvi )
Muchas incertidumbres rodaban por la cabeza del vampiro. Aun estaba perdido en el mismo mundo que vivió siempre, pero del cual no recordaba casi nada. Ahora veía todo distinto, parecía de pronto como si París hubiera adquirido vida, la gente se veía en su totalidad tentadora, sus venas invitaban a las mas peculiares atrocidades. Era esto mejor o peor? Aun no lo sabia.
Había decidido salir de su hospedaje apenas oscureció y, como pocas veces, notó que dejaba de sentirse adormilado para entonces. Seguramente era por esto que los vampiros sabían cuando despertaba la noche. Había decidido incluir en su habitación un ataúd, metido dentro de la parte menos visitada, el vestidor. Allí lo escondió detrás del montón de ropas y ordenó a los criados que no quería que limpiaran ese lugar por algún motivo estúpido, de los cuales ellos estaban acostumbrados a recibir hace mas o menos un año.
Vistió formal, debía mantener las apariencias a pesar de todo y solía usar unos polvos mezclados para poder darle algo de color a su cara fría, blanquecina y demacrada a causa de su reciente conversión. Sus ojos era algo que iba a poder disimular mas que con gafas, pero de noche estas se veían demasiado raras así que para ello usaba un sombrero. Tenia varios que compró combinando con su atuendo.
Había salido y pidió al cochero que lo llevara a dar una vuelta por la ciudad, por varias zonas. Paseó, al salir de la carretera que conducía a su casa encontró un poblado centro, lleno de luces que a pesar de la oscuridad daba la sensación de estar de día. Pasearon por las zonas de las plazas, de los restaurantes y cafeterías, por los hoteles mas majestuosos de la zona alta, todos estos lugares atestados de gente, estaba algo agotado de verlos, sabia que aun no sabia comportarse como era debido ni simulaba ser del todo humano, al verse al espejo se sentía extraño, sentía que algo en el era por demás sobrenatural. Cosas que con el tiempo se marcharían, pero por el momento todo era novedad.
La ciudad vivía, las calles eran como como cintas que transportaban mecánicamente. Estaba convencido que la gente hablaba muy fuerte, que sus pasos al igual que los latidos era muy poderosos, los susurros eran lo mas cercano a lo que él recordaba como una charla. Sus sentidos estaba apenas despertando y todo era mágico. Las estatuas y gárgolas lejos de parecer piedra cobraban vida ante sus ojos dejándolo perplejo. Le pidió frenar al cochero, quería conocer esto de cerca, bajó del coche y caminó varias cuadras, no contó cuantas escuchando los ruidos de la ciudad, perdiéndose en ellos. Escuchaba a la gente aun dentro de las casas y a veces si se concentraba mucho podía sentir lo que pensaban.
De pronto, el Louvre se plantó frente a él como si se tratara de la mas grande obra de arte que pudo tener ante sus ojos. El majestuoso edificio se erguía despampanante, y se metió en el con total libertad, la noche era suya y los lugares también. Apenas entró sofocó un grito de alegría al ver como una enorme estatua de la entrada le daba la bienvenida y lo invitaba a pasar. Era enorme y sus medidas llegaban tranquilamente a los 3 metros.
Había decidido salir de su hospedaje apenas oscureció y, como pocas veces, notó que dejaba de sentirse adormilado para entonces. Seguramente era por esto que los vampiros sabían cuando despertaba la noche. Había decidido incluir en su habitación un ataúd, metido dentro de la parte menos visitada, el vestidor. Allí lo escondió detrás del montón de ropas y ordenó a los criados que no quería que limpiaran ese lugar por algún motivo estúpido, de los cuales ellos estaban acostumbrados a recibir hace mas o menos un año.
Vistió formal, debía mantener las apariencias a pesar de todo y solía usar unos polvos mezclados para poder darle algo de color a su cara fría, blanquecina y demacrada a causa de su reciente conversión. Sus ojos era algo que iba a poder disimular mas que con gafas, pero de noche estas se veían demasiado raras así que para ello usaba un sombrero. Tenia varios que compró combinando con su atuendo.
Había salido y pidió al cochero que lo llevara a dar una vuelta por la ciudad, por varias zonas. Paseó, al salir de la carretera que conducía a su casa encontró un poblado centro, lleno de luces que a pesar de la oscuridad daba la sensación de estar de día. Pasearon por las zonas de las plazas, de los restaurantes y cafeterías, por los hoteles mas majestuosos de la zona alta, todos estos lugares atestados de gente, estaba algo agotado de verlos, sabia que aun no sabia comportarse como era debido ni simulaba ser del todo humano, al verse al espejo se sentía extraño, sentía que algo en el era por demás sobrenatural. Cosas que con el tiempo se marcharían, pero por el momento todo era novedad.
La ciudad vivía, las calles eran como como cintas que transportaban mecánicamente. Estaba convencido que la gente hablaba muy fuerte, que sus pasos al igual que los latidos era muy poderosos, los susurros eran lo mas cercano a lo que él recordaba como una charla. Sus sentidos estaba apenas despertando y todo era mágico. Las estatuas y gárgolas lejos de parecer piedra cobraban vida ante sus ojos dejándolo perplejo. Le pidió frenar al cochero, quería conocer esto de cerca, bajó del coche y caminó varias cuadras, no contó cuantas escuchando los ruidos de la ciudad, perdiéndose en ellos. Escuchaba a la gente aun dentro de las casas y a veces si se concentraba mucho podía sentir lo que pensaban.
De pronto, el Louvre se plantó frente a él como si se tratara de la mas grande obra de arte que pudo tener ante sus ojos. El majestuoso edificio se erguía despampanante, y se metió en el con total libertad, la noche era suya y los lugares también. Apenas entró sofocó un grito de alegría al ver como una enorme estatua de la entrada le daba la bienvenida y lo invitaba a pasar. Era enorme y sus medidas llegaban tranquilamente a los 3 metros.
Última edición por Julien el Jue Mar 06, 2014 8:33 am, editado 1 vez
Julien- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 17/02/2014
Localización : Paris
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Re: La primera salida a la noche ( Sølvi )
La muerte tiene muchas caras, de eso no había la menor duda, pero a todos se les hacía extraño cuando venía acompañada de acontecimientos que, en sí mismos, eran demasiado desagradables para ser considerados parte de una muerte normal. Aquella mañana, la París victoriana había amanecido con un sabor agridulce. Los primeros periódicos matinales alarmaban a la población de que un nuevo peligro se cernía sobre ellos de forma incontrolada y, lo peor de todos, es que nadie podía dilucidar de dónde provenía. La noticia de que ocho nuevos cadáveres habían aparecido repartidos por diferentes puntos de la ciudad conmovió a los viandantes que, aturdidos, acudieron en masa como nunca a las pequeñas congregaciones de religiosos que gritaban a los cuatro vientos que el apocalipsis era inminente. Los jinetes destructores del Creador se habían alzado en contra de aquellos infieles que no seguían la fe religiosa. Aquello parecía una competición a ver cuál de los pastores de las diferentes doctrinas decía la mentira más gorda a fin de ganar más adeptos, o acercar su mensaje "divino" a aquellas ovejas descarriadas que se habían alejado de él. Pero las caras de la muerte son impredecibles, aunque ellos parecieran ignorarlo. Y el ángel oscuro que estaba destruyendo familias de forma violenta nada tenía que ver con los dioses. Ella tenía nombre propio.
Sølvi paseaba tranquilamente por las calles llenas del bullicio que siempre suele surgir ante acontecimientos de aquel tipo. Ajena a todo -en apariencia, al menos-, disfrutaba de la calidez de un Sol que en nada se parecía al que estaba acostumbrada. La vida nocturna no le desagradaba, realmente, pero su tez, cada vez más ceniza, necesitaba un poco de luz. O el pasar desapercibida se complicaría aún más. Su cuerpo, delgado y ágil, se desplazaba entre el gentío de forma despreocupada, observando a todo y todos, pero sin prestar demasiada atención a nada. Como suponía que solían hacer las chicas de su edad, y de la clase social que aquel día le había tocado fingir. Si tenía algo de bueno el ser una completa desconocida en un país tan liberal, era la cantidad de ideas creativas que se te ocurrían a fin de integrarte sin hacer el menor ruido. Aunque ella solía emplear aquella creatividad en fines más... Sangrientos. Pero eso no lo sabía nadie, salvo ella y sus desgraciadas víctimas. Aunque estas últimas nunca vivían para contarlo. Aquel día, el papel escogido, era el de mujercita de alta cuna que paseaba por las calles en busca de algún entretenimiento lo suficientemente jugoso para que su atención, siempre centrada en cosas "de nobles" -tal y como el papel requería- se centrara en algo diferente del precioso acabado de su manicura nueva.
Sus intenciones, sin embargo, estaban claras desde el principio. Al menos, para ella. Sus pasos, seguros aunque lentos debido a la necesidad de pasar por una niñita de mamá y papá, se dirigieron directamente desde una casa cualquiera en que se había colado la noche anterior -y de donde había robado el vestido-, hasta el Museo del Louvre donde, al ver su atuendo, la atendieron como si fuese la mismísima reina. Que gente tan patética. Y aunque escabullirse del regimiento de guías necesitadas de atención, no fue demasiado fácil, logró esconderse en el baño el tiempo suficiente hasta que llegara otra muchachita rica a la que pudieran ir a halagar con sus cumplidos baratos. Una vez se deshizo del disfraz de noble, la delgadez de su cuerpo, que apenas comenzaba a desarrollarse, denotaba claramente que ese no era su nivel social, aunque su ropa, barata pero cuidada, tampoco terminaba de situarla al mismo nivel que los más pobres. Y sabía que eso era lo mejor. Ahora comenzaba la segunda parte de su plan. "Asesinato en el Louvre", solo de imaginarse el predecible titular y ya se le dibujaba una sonrisa. Embadurnaría a la Gioconda con la sangre de los miembros del cuerpo de seguridad, y se llevaría uno de sus cuadros favoritos "La bella Jardinera", a fin de decorar las desnudas paredes de su minúsculo salón. El gusto por el arte era algo que no entendía de clases sociales, ¿no?
Y con ese macabro fin, se escondió las horas de Sol que restaban sin que nadie nunca sospechara de aquella noble que entró, y en algún momento salió, aunque sin ser vista. Si algo tenía de bueno la nobleza, era la falta de preguntas a las que eras sometidos. Como si tener dinero les hiciera mejores personas. No fue demasiado difícil, aunque sí extremadamente tedioso, el mantenerse oculta en las rendijas de ventilación mientras mujeres aburridas contaban sus vidas aburridas con pelos y señales a otras señoras a las que se veía a kilómetros que no les interesaba lo más mínimo lo que estaban diciendo. Y, cuando el cielo se oscureció, la muerte, disfrazada de aquella muchachita menuda y con rostro aparentemente inocente, descendió de las alturas, alzándose con una sonrisa que hubiese helado la sangre en las venas a cualquiera. Sus instrumentos de tortura estaban preparados. Era la hora.
Sølvi paseaba tranquilamente por las calles llenas del bullicio que siempre suele surgir ante acontecimientos de aquel tipo. Ajena a todo -en apariencia, al menos-, disfrutaba de la calidez de un Sol que en nada se parecía al que estaba acostumbrada. La vida nocturna no le desagradaba, realmente, pero su tez, cada vez más ceniza, necesitaba un poco de luz. O el pasar desapercibida se complicaría aún más. Su cuerpo, delgado y ágil, se desplazaba entre el gentío de forma despreocupada, observando a todo y todos, pero sin prestar demasiada atención a nada. Como suponía que solían hacer las chicas de su edad, y de la clase social que aquel día le había tocado fingir. Si tenía algo de bueno el ser una completa desconocida en un país tan liberal, era la cantidad de ideas creativas que se te ocurrían a fin de integrarte sin hacer el menor ruido. Aunque ella solía emplear aquella creatividad en fines más... Sangrientos. Pero eso no lo sabía nadie, salvo ella y sus desgraciadas víctimas. Aunque estas últimas nunca vivían para contarlo. Aquel día, el papel escogido, era el de mujercita de alta cuna que paseaba por las calles en busca de algún entretenimiento lo suficientemente jugoso para que su atención, siempre centrada en cosas "de nobles" -tal y como el papel requería- se centrara en algo diferente del precioso acabado de su manicura nueva.
Sus intenciones, sin embargo, estaban claras desde el principio. Al menos, para ella. Sus pasos, seguros aunque lentos debido a la necesidad de pasar por una niñita de mamá y papá, se dirigieron directamente desde una casa cualquiera en que se había colado la noche anterior -y de donde había robado el vestido-, hasta el Museo del Louvre donde, al ver su atuendo, la atendieron como si fuese la mismísima reina. Que gente tan patética. Y aunque escabullirse del regimiento de guías necesitadas de atención, no fue demasiado fácil, logró esconderse en el baño el tiempo suficiente hasta que llegara otra muchachita rica a la que pudieran ir a halagar con sus cumplidos baratos. Una vez se deshizo del disfraz de noble, la delgadez de su cuerpo, que apenas comenzaba a desarrollarse, denotaba claramente que ese no era su nivel social, aunque su ropa, barata pero cuidada, tampoco terminaba de situarla al mismo nivel que los más pobres. Y sabía que eso era lo mejor. Ahora comenzaba la segunda parte de su plan. "Asesinato en el Louvre", solo de imaginarse el predecible titular y ya se le dibujaba una sonrisa. Embadurnaría a la Gioconda con la sangre de los miembros del cuerpo de seguridad, y se llevaría uno de sus cuadros favoritos "La bella Jardinera", a fin de decorar las desnudas paredes de su minúsculo salón. El gusto por el arte era algo que no entendía de clases sociales, ¿no?
Y con ese macabro fin, se escondió las horas de Sol que restaban sin que nadie nunca sospechara de aquella noble que entró, y en algún momento salió, aunque sin ser vista. Si algo tenía de bueno la nobleza, era la falta de preguntas a las que eras sometidos. Como si tener dinero les hiciera mejores personas. No fue demasiado difícil, aunque sí extremadamente tedioso, el mantenerse oculta en las rendijas de ventilación mientras mujeres aburridas contaban sus vidas aburridas con pelos y señales a otras señoras a las que se veía a kilómetros que no les interesaba lo más mínimo lo que estaban diciendo. Y, cuando el cielo se oscureció, la muerte, disfrazada de aquella muchachita menuda y con rostro aparentemente inocente, descendió de las alturas, alzándose con una sonrisa que hubiese helado la sangre en las venas a cualquiera. Sus instrumentos de tortura estaban preparados. Era la hora.
Sølvi Hjördís- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 30/11/2013
Re: La primera salida a la noche ( Sølvi )
El cochero no lo siguió, no le había dejado ni la mas mínima de las indicaciones para que volviera por él, la única amenaza era la mortecina luz solar y solo esa lo podía hacer volver a la cueva a la que se autocondenó por sus actos.
"Todo tiene un porque en la vida, las cosas que pasan, convienen siempre" se volvía a recordar cada vez que su mente empezaba a torturarlo con preguntas como: Que habré hecho para merecer esto?, Por qué no vi venir este asesinato? y otras por el estilo. De una forma u otra siempre le encontraba el placer de ser una criatura de la noche, el poder, la sed de sangre lo llevaban a los puntos mas altos de autoestima, aunque no podía negar que le hubiera gustado poder seguir sintiendo el sol contra su cara, continuar con sus reuniones en la empresa, su oficina, escondiendo no solo la tortura que expedía contra sus empleados sino sobre las posibles victimas que irremediablemente terminaban encadenadas, en la habitación contigua que disimulaba como una inmensa bóveda donde supuestamente guardaba su dinero. Cualquier atrevido que se animara a entrar terminaba amarrado a esa inmensa celda de tortura donde pagaba por el pecado de la curiosidad y la avaricia. Viéndolo de esa forma, Julien era un vengador, su egocentrismo lo llevaba a pensarse asi, a verse en el espejo y no ver a un asesino o un sádico sino a un hombre con un sentido practico de la vida que decidía sobre la vida y la muerte del resto, un semi dios. Nada mas lejos de la realidad...
Tenia los ojos fijos en los cuadros mas deslumbrantes que había visto en su vida. Los cuadros no habían cambiado en absoluto, pero la sangre vampírica le había renovado no solo las fuerzas sino que había despertado sus sentidos de una forma magnifica. Escuchaba todo cuanto se hablaba a su alrededor, aunque fuese un susurro, podía observar mas alla de lo que su vista le permitía sin necesidad de un larga-vistas, olía sangre por todos lados como si la gente se bañara en sangre antes de salir a dar un paseo. Al principio se había aterrado de ello, no podía negarlo, le costó asumir su nueva condición, por al menos un año hasta estos últimos días que lo sorprendió la capacidad que tenia de adaptarse lentamente a estos cambios. Ya no se sentía tan neófito aunque sabia que había muchas cosas por aprender de si mismo, estaba confiado.
Se quedó frente a la Gioconda en uno de los salones principales, viendo como su sonrisa se doblaba dejándole a su cara una sonrisa y como esta luego cambiaba a triste mientras el vampiro la coordinaba con sus propias caras, entendía ahora el motivo de la percepción de la que muchos hablaban. No había pasado ni media hora cuando los guardias pasaban por los pasillos principales indicando que estaban próximos a cerrar el establecimiento y que procedieran a retirarse en 15 minutos máximo. A Julien no le importaba el tiempo, realmente ya nada le importaba mas que dejarse llevar por lo que realmente le interesaba, en ese momento era seguir observando las otras obras, no había necesidad de iluminación para ello. Se fue hasta uno de los salones alejados y se dispuso detrás de una gran tumba labrada y permaneció allí sentado esperando que las luces bajaran hasta dejarlo solo en la oscuridad donde podría continuar con su visita, en caso de toparse con algún guardia de la noche tranquilamente lo dejaría vacío y a su vez podría saciar su sed que lentamente volvía a arderle en lo mas profundo de su pecho donde no había mas que ardor sin el mas mínimo rastro de vida.
De pronto las luces bajaron a nada solo manteniéndose la iluminación de algunos elementos en concreto y las del pasillo para permitirle el paso a la guardia. Salió de su escondite y comenzó a moverse como una sombra entre los pasillos optando por las zonas mas oscuras y atento a posibles ruidos de pisadas alrededor y se mantuvo fijo observando nuevamente la escultura que adornaba la entrada, solo que ahora lo hacia desde el primer piso. Porque le llamaba tanto su atención esa obra? Robar en el Museo Louvre no pasaría desapercibido, mejor abandonaba las esperanzas.
"Todo tiene un porque en la vida, las cosas que pasan, convienen siempre" se volvía a recordar cada vez que su mente empezaba a torturarlo con preguntas como: Que habré hecho para merecer esto?, Por qué no vi venir este asesinato? y otras por el estilo. De una forma u otra siempre le encontraba el placer de ser una criatura de la noche, el poder, la sed de sangre lo llevaban a los puntos mas altos de autoestima, aunque no podía negar que le hubiera gustado poder seguir sintiendo el sol contra su cara, continuar con sus reuniones en la empresa, su oficina, escondiendo no solo la tortura que expedía contra sus empleados sino sobre las posibles victimas que irremediablemente terminaban encadenadas, en la habitación contigua que disimulaba como una inmensa bóveda donde supuestamente guardaba su dinero. Cualquier atrevido que se animara a entrar terminaba amarrado a esa inmensa celda de tortura donde pagaba por el pecado de la curiosidad y la avaricia. Viéndolo de esa forma, Julien era un vengador, su egocentrismo lo llevaba a pensarse asi, a verse en el espejo y no ver a un asesino o un sádico sino a un hombre con un sentido practico de la vida que decidía sobre la vida y la muerte del resto, un semi dios. Nada mas lejos de la realidad...
Tenia los ojos fijos en los cuadros mas deslumbrantes que había visto en su vida. Los cuadros no habían cambiado en absoluto, pero la sangre vampírica le había renovado no solo las fuerzas sino que había despertado sus sentidos de una forma magnifica. Escuchaba todo cuanto se hablaba a su alrededor, aunque fuese un susurro, podía observar mas alla de lo que su vista le permitía sin necesidad de un larga-vistas, olía sangre por todos lados como si la gente se bañara en sangre antes de salir a dar un paseo. Al principio se había aterrado de ello, no podía negarlo, le costó asumir su nueva condición, por al menos un año hasta estos últimos días que lo sorprendió la capacidad que tenia de adaptarse lentamente a estos cambios. Ya no se sentía tan neófito aunque sabia que había muchas cosas por aprender de si mismo, estaba confiado.
Se quedó frente a la Gioconda en uno de los salones principales, viendo como su sonrisa se doblaba dejándole a su cara una sonrisa y como esta luego cambiaba a triste mientras el vampiro la coordinaba con sus propias caras, entendía ahora el motivo de la percepción de la que muchos hablaban. No había pasado ni media hora cuando los guardias pasaban por los pasillos principales indicando que estaban próximos a cerrar el establecimiento y que procedieran a retirarse en 15 minutos máximo. A Julien no le importaba el tiempo, realmente ya nada le importaba mas que dejarse llevar por lo que realmente le interesaba, en ese momento era seguir observando las otras obras, no había necesidad de iluminación para ello. Se fue hasta uno de los salones alejados y se dispuso detrás de una gran tumba labrada y permaneció allí sentado esperando que las luces bajaran hasta dejarlo solo en la oscuridad donde podría continuar con su visita, en caso de toparse con algún guardia de la noche tranquilamente lo dejaría vacío y a su vez podría saciar su sed que lentamente volvía a arderle en lo mas profundo de su pecho donde no había mas que ardor sin el mas mínimo rastro de vida.
De pronto las luces bajaron a nada solo manteniéndose la iluminación de algunos elementos en concreto y las del pasillo para permitirle el paso a la guardia. Salió de su escondite y comenzó a moverse como una sombra entre los pasillos optando por las zonas mas oscuras y atento a posibles ruidos de pisadas alrededor y se mantuvo fijo observando nuevamente la escultura que adornaba la entrada, solo que ahora lo hacia desde el primer piso. Porque le llamaba tanto su atención esa obra? Robar en el Museo Louvre no pasaría desapercibido, mejor abandonaba las esperanzas.
Julien- Vampiro Clase Alta
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Re: La primera salida a la noche ( Sølvi )
Su cuerpo se deslizaba lentamente entre la oscuridad reinante en el lugar. Sus ojos brillabas fieros, felinos, amenazadores, como si no le costara ningún esfuerzo adaptar su visión a la poca claridad que aún quedaba en el museo cerrado al público. Una bestia acechando desde las sombras. Eso era. Una bestia terrible encerrada en un cuerpo demasiado pequeño, un cuerpo que nunca levantaría sospechas. La hoja plateada del cuchillo brillaba cada vez que se movía, titilante, ante los pocos rayos de luz que lograban alcanzar su superficie. Lisa. Afilada. Manchada con las lágrimas escarlata de sus últimas víctimas. Ella nunca limpiaba sus armas de la sangre de los caídos. Era su especie de gratificación personal, su extraño trofeo. Coleccionaba sus esencias en cada cuchillo que usaba para despedazarlos. Los disponía en fila en una estantería del sótano, expectantes. Casi podía afirmar sin equivocarse que era la persona que más presente tenía a los muertos que ella misma había provocado. Mientras el resto echaban tierra encima de sus cuerpos en proceso de descomposición, ella guardaba como amuletos aquellos objetos que les dieron muerte. ¿Acaso podía haber mejor lápida que esa? No les dedicaba palabras bonitas y manchadas de hipocresía, sólo les recordaba tal cuales eran antes de dejar de existir. La muerte tiene una cualidad especial, y es que muestra a las personas como siempre fueron, y se empeñaron en esconder. Aquella asesina les conocía mejor que los familiares a los que abandonaban. ¿No se daban cuenta de lo irónico del asunto? Al menos ella no iba a fingir que los echaría de menos, cuando sabía de antemano que no era cierto. Para ella aquello era un tablero de ajedrez, una obra de teatro con el final aún indefinido. Y los muertos eran simples piezas, actores, que acabaron su papel.
En cada escena del crimen, siempre había oculta una marca personal, una medalla o un dibujo de la misma, con un símbolo que adoraba a Satán, como para querer dejar claro que aquella fantástica obra estaba siendo dirigida por la misma persona. Aunque algunas veces fuese más fácil de encontrar que otras. Aquella noche se sentía benevolente. No la escondería demasiado. Así podrían distraerse más en llorar a los muertos que en ponerle nombre al asesino. Si ellos supieran que bajo aquellos baños de sangre se ocultaba el rostro frágil de una chiquilla que no llamaba en nada la atención. Examinó desde las sombras los que sería sus actores en aquella noche primaveral. Víctimas nuevas, misma satisfacción, y una nueva oportunidad de exprimir su genio creativo. Era una artista del asesinato, una virtuosa del cuchillo. Sus crímenes eran obras de arte. ¿Y qué mejor lugar para exponer una de sus obras maestras, que el museo más famoso del mundo? Daría un nuevo color a las obras, una pincelada de vida a las esculturas. Casi podría saborear el miedo que se alzaría sobre la ciudad a la mañana siguiente. Los gritos de pánico. Las lágrimas de angustia. Y ella, como siempre, allí estaría, disfrutando en silencio de todos aquellas muestras de respeto hacia su trabajo. Terror halagador. Porque como el escritor, o el pintor, ella también necesitaba reconocimiento. Las lágrimas y los gritos a sus oídos eran aplausos, tal era el nivel de indiferencia que había alcanzado su conciencia. O su nivel de maldad.
Se acercó por la espalda al primero de los guardias, con una sonrisa que haría helar la sangre en las venas a cualquiera. Blandió el cuchillo bajo sus costillas sin dificultad, en un suave murmullo, como si hubiese ensayado aquel movimiento un millón de veces y supiera a la perfección dónde debía hacer presión. El rostro del hombre se descompuso en una mueca de dolor. Y quiso gritar, retorcerse, pero su cuerpo ya no le hacía caso a él. Las palabras susurradas por aquella muchacha de mirada implacable se clavaban directamente en su cerebro, en su alma, obligándole a obedecer. Su voluntad se fue difuminando a medida que sus ojos se convertían en dos huecos vacíos e inexpresivos. La sangre comenzó a salir de la herida a borbotones, con violencia, dibujando en el suelo un oscuro charco. - Säg mig ditt namn... -Sus órdenes eran claras y concisas. Calculadas. Como si no importase en absoluto el hecho de que no supiera el idioma en que se las decía. El hombre respondió con un hilo de voz, notando cómo la vida se le escapaba de las manos, pero siendo incapaz de reaccionar a ello como era debido. - Tja, James. Ta denna kniv och skär tårna. Nu! -Intentó resistirse con todas sus fuerzas, pero era imposible. Su mente era presa de un embrujo demasiado fuerte para que su mente pudiera deshacerse de él. Cercenó sus falanges una a una, llorando de impotencia, incapaz de gritar. - Lägg dem i en rad sedan början av hallen. Kom igen! Kryp! -Siseó como si se tratase de una serpiente a punto de inyectar su veneno.
Observó con satisfacción cómo el hombre, impedido ahora para caminar, se arrastraba hasta el pasillo y colocaba uno por uno cada trozo de dedo, conformando un camino de "migas" para que el próximo guardia se topase con el regalo. Era consciente de sus emociones, volubles. Su sufrimiento era palpable, y la satisfacía enormemente. Su cuerpo se movía involuntariamente, para luego detenerse junto a la silueta de su agresora. Sentía frío. Un frío que se parecía demasiado al de la muerte. Gélida. A su mente acudieron los recuerdos de una familia a la que sabía que no volvería a ver. Pero una nueva orden provocó que la tristeza y el dolor se viese sustituido por alegría. Una alegría irónica que le hirió desde lo más hondo. ¿Acaso había algo más cruel que no permitirle sentir lo que debería? Estaba claro que no iba a dejarle ir en paz. Moriría riéndose de su desgracia, tal y como ella estaba haciendo. Volvió a hundir la hoja del cuchillo en los muslos del hombre, provocándole un dolor penetrante. Aun cuando el hombre ya había dejado de respirar, la asesina siguió clavando el cuchillo por diversas zonas de su cuerpo, tratando de discernir cuál era de la que más sangre brotaba. Y fue en el suelo donde dibujó el símbolo, bajo los pies de un retrato de la Virgen María llorando a los pies de su hijo. Rió de satisfacción, embadurnándose el rostro con la sangre de la víctima. Una carcajada infantil salió de su garganta mientras arrastraba el cuerpo sin vida hasta la pared, donde lo colocó con los brazos extendidos a cada lado de su cuerpo, en un burdo intento de imitar al crucificado.
En el lienzo en blanco del muro escribió cuidadosamente su pasaje de la Biblia favorito. " ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a la tierra dominador de naciones! Tú que dijiste en tu corazón: 'Al cielo subiré, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión en el extremo Norte. Subiré a las alturas del nublado, y seré como el Altísimo. ", para luego firmar bajo la cita con un categórico "Yo soy Dios". Con arrogancia, se comparó con el ser supremo al que los cristianos adoraban, como si se mirase en un espejo. Ella era más letal aun siendo finita. ¿Acaso eso no tenía más mérito? La primera escena había sido completada. Se deslizó nuevamente hacia la oscuridad de la sala contigua, donde permanecería oculta hasta que un nuevo juego se iniciase. Los gritos de pavor del infeliz que había sido guiado por los "caramelos" hacia su obra de arte la hicieron sonreír en las tinieblas. Le escuchó correr hacia la entrada, y la maldición que escupió en voz alta al encontrarse con la puerta que ella misma se había encargado de cerrar minutos antes.
Aquella noche, la muerte se alzaría con la victoria.
En cada escena del crimen, siempre había oculta una marca personal, una medalla o un dibujo de la misma, con un símbolo que adoraba a Satán, como para querer dejar claro que aquella fantástica obra estaba siendo dirigida por la misma persona. Aunque algunas veces fuese más fácil de encontrar que otras. Aquella noche se sentía benevolente. No la escondería demasiado. Así podrían distraerse más en llorar a los muertos que en ponerle nombre al asesino. Si ellos supieran que bajo aquellos baños de sangre se ocultaba el rostro frágil de una chiquilla que no llamaba en nada la atención. Examinó desde las sombras los que sería sus actores en aquella noche primaveral. Víctimas nuevas, misma satisfacción, y una nueva oportunidad de exprimir su genio creativo. Era una artista del asesinato, una virtuosa del cuchillo. Sus crímenes eran obras de arte. ¿Y qué mejor lugar para exponer una de sus obras maestras, que el museo más famoso del mundo? Daría un nuevo color a las obras, una pincelada de vida a las esculturas. Casi podría saborear el miedo que se alzaría sobre la ciudad a la mañana siguiente. Los gritos de pánico. Las lágrimas de angustia. Y ella, como siempre, allí estaría, disfrutando en silencio de todos aquellas muestras de respeto hacia su trabajo. Terror halagador. Porque como el escritor, o el pintor, ella también necesitaba reconocimiento. Las lágrimas y los gritos a sus oídos eran aplausos, tal era el nivel de indiferencia que había alcanzado su conciencia. O su nivel de maldad.
Se acercó por la espalda al primero de los guardias, con una sonrisa que haría helar la sangre en las venas a cualquiera. Blandió el cuchillo bajo sus costillas sin dificultad, en un suave murmullo, como si hubiese ensayado aquel movimiento un millón de veces y supiera a la perfección dónde debía hacer presión. El rostro del hombre se descompuso en una mueca de dolor. Y quiso gritar, retorcerse, pero su cuerpo ya no le hacía caso a él. Las palabras susurradas por aquella muchacha de mirada implacable se clavaban directamente en su cerebro, en su alma, obligándole a obedecer. Su voluntad se fue difuminando a medida que sus ojos se convertían en dos huecos vacíos e inexpresivos. La sangre comenzó a salir de la herida a borbotones, con violencia, dibujando en el suelo un oscuro charco. - Säg mig ditt namn... -Sus órdenes eran claras y concisas. Calculadas. Como si no importase en absoluto el hecho de que no supiera el idioma en que se las decía. El hombre respondió con un hilo de voz, notando cómo la vida se le escapaba de las manos, pero siendo incapaz de reaccionar a ello como era debido. - Tja, James. Ta denna kniv och skär tårna. Nu! -Intentó resistirse con todas sus fuerzas, pero era imposible. Su mente era presa de un embrujo demasiado fuerte para que su mente pudiera deshacerse de él. Cercenó sus falanges una a una, llorando de impotencia, incapaz de gritar. - Lägg dem i en rad sedan början av hallen. Kom igen! Kryp! -Siseó como si se tratase de una serpiente a punto de inyectar su veneno.
Observó con satisfacción cómo el hombre, impedido ahora para caminar, se arrastraba hasta el pasillo y colocaba uno por uno cada trozo de dedo, conformando un camino de "migas" para que el próximo guardia se topase con el regalo. Era consciente de sus emociones, volubles. Su sufrimiento era palpable, y la satisfacía enormemente. Su cuerpo se movía involuntariamente, para luego detenerse junto a la silueta de su agresora. Sentía frío. Un frío que se parecía demasiado al de la muerte. Gélida. A su mente acudieron los recuerdos de una familia a la que sabía que no volvería a ver. Pero una nueva orden provocó que la tristeza y el dolor se viese sustituido por alegría. Una alegría irónica que le hirió desde lo más hondo. ¿Acaso había algo más cruel que no permitirle sentir lo que debería? Estaba claro que no iba a dejarle ir en paz. Moriría riéndose de su desgracia, tal y como ella estaba haciendo. Volvió a hundir la hoja del cuchillo en los muslos del hombre, provocándole un dolor penetrante. Aun cuando el hombre ya había dejado de respirar, la asesina siguió clavando el cuchillo por diversas zonas de su cuerpo, tratando de discernir cuál era de la que más sangre brotaba. Y fue en el suelo donde dibujó el símbolo, bajo los pies de un retrato de la Virgen María llorando a los pies de su hijo. Rió de satisfacción, embadurnándose el rostro con la sangre de la víctima. Una carcajada infantil salió de su garganta mientras arrastraba el cuerpo sin vida hasta la pared, donde lo colocó con los brazos extendidos a cada lado de su cuerpo, en un burdo intento de imitar al crucificado.
En el lienzo en blanco del muro escribió cuidadosamente su pasaje de la Biblia favorito. " ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a la tierra dominador de naciones! Tú que dijiste en tu corazón: 'Al cielo subiré, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión en el extremo Norte. Subiré a las alturas del nublado, y seré como el Altísimo. ", para luego firmar bajo la cita con un categórico "Yo soy Dios". Con arrogancia, se comparó con el ser supremo al que los cristianos adoraban, como si se mirase en un espejo. Ella era más letal aun siendo finita. ¿Acaso eso no tenía más mérito? La primera escena había sido completada. Se deslizó nuevamente hacia la oscuridad de la sala contigua, donde permanecería oculta hasta que un nuevo juego se iniciase. Los gritos de pavor del infeliz que había sido guiado por los "caramelos" hacia su obra de arte la hicieron sonreír en las tinieblas. Le escuchó correr hacia la entrada, y la maldición que escupió en voz alta al encontrarse con la puerta que ella misma se había encargado de cerrar minutos antes.
Aquella noche, la muerte se alzaría con la victoria.
- Traducciones:
- Säg mig ditt namn: Dime tu nombre.
- Tja, James. Ta denna kniv och skär tårna. Nu!: Bien, James. Coge este cuchillo y córtate los dedos de los pies. ¡Ahora!
- Lägg dem i en rad sedan början av hallen. Kom igen! Kryp!: Colócalos en fila desde el inicio de la sala. ¡Vamos! ¡Arrástrate!
Sølvi Hjördís- Hechicero Clase Media
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