Como un cuento... la vida {Hero Jaejoong}

Había pasado el día a las afueras de la una Iglesia, y es que los primeros días de verano invitaban realmente a las actividades al aire libre, y los niños jugaban en las plazas y frente a cada plaza, generalmente, se montaba una imponente Iglesia que se encargaba de propinar la frescura de su sombra. Después de todo ¿quién dijo que las Iglesias sólo servían como casas de culto? En su caso era la sombra perfecta, en el lugar perfecto, junto a los niños, sus adorados conejillos de Indias, a quienes iba orientado su trabajo. Ella misma les leyó partes de sus propios cuentos, quería averiguar de ese modo si acaso gustaba o no lo que escribía y que mejor manera de averiguarlo que el método directo y con sus propios futuros clientes.

Leyó toda la tarde, con más o menos público que fluctuaba desde niños muy pequeños que todo lo preguntaban a padres y adultos curiosos que incluso ponían mala cara. Tampoco podía quejarse, las opiniones de todo tipo debían ser bien recibidas, pues así es como aprendería de sus errores; a través de la critica y las caras disconformes.

Fue así como la luz del Sol se comenzó a ocultar y supo que era hora de regresar, pero como siempre, también hubo un grupo de rezagados que le obligó a leer hasta bajo la luz del farol. Sin embargo, no quiso extenderse por mucho, pues bien había aprendido ya de la existencia de criaturas nocturnas y que éstas no eran precisamente amigables. Así se puso de pie, pero la cara que aquella acción le hizo poner fue verdaderamente de antología ¡Las piernas se le habían dormido! Tanto rato sentada que la circulación se le había menguado y ahora el horrible hormigueo en ellas le hacía poner las caras más agrias y ridículas de su vida, mas tampoco faltaron los niños traviesos que al comprender lo que pasaba, se le tiraron encima para apretarle los músculos adormilados que le hicieron chillar del dolor y el nerviosismo.

— ¡¡Aaaah!! ¡Horribles criaturas pestilentes!! ¡Salid de aquí o os jalaré de los mocos! — les gritó procurando espantarlos a ellos o a sus padres mientras se reía y se quejaba al mismo tiempo por esa maldita y estúpida sensación.

Se compuso por fin y se arregló el cabello en una improvisada trenza antes de recoger su libreta para guardarla en una especie de morral. Vestía un vestido simple, uno de aquellos que usaban las campesinas y que gracias a ello, podía permitirse el sentarse incluso en el suelo, arrojarse al césped, montar a caballo y hasta escalar montañas si así lo quisiera; a sus ojos, la comodidad estaba primero.

Llenó sus pulmones de aire y se despidió de los pequeños para marchar a la Hostal en donde se alojaba, pero en el camino y ya habiendo cruzado hacia el parque, el maullido de un gato en apuros llamó su atención. Buscó su ubicación, dando con él rápidamente, el pobre mínimo se encontraba aferrado a una de las ramas en la parte alta de unos de los árboles del jardín. Casi rió por lo cliché de la situación, claro... cliché en su mundo de cuentos y no en la realidad en donde los gatos suelen ser más osados y valientes, pero siempre hay alguna excepción.

Fue en ese momento en que vio a otro hombre, bastante bien vestido, que miraba al pequeño felino, por lo que no dudó en adelantársele y sacarse el morral por encima de la cabeza para prácticamente tirárselo a él — Sostenedlo — le indicó en un modo imperativo, pues ya le enseñaría ella a hacer las cosas que los hombrecitos de bien no podían hacer.

En un dos por tres se brincó a la copa del árbol para ir en la ayuda del animalejo, mas en medio de su ascenso, se resbaló con su propio vestido haciéndole palidecer de pronto, y no por el susto sino más bien porque acababa de caer en cuenta sobre el espectáculo que podría estar propinando a su espectador. Miró hacia abajo y sus ojos asesinos se clavaron en los masculinos.

— Os advierto que si acaso estáis mirando lo que no debéis, yo misma bajaré y os arrancaré los ojos con la cuchara de mi postre.