Nada es color de rosas [Yura]

por **Amy Von Bennewitz** Jue Nov 22, 2012 10:01 pm

Sentada frente al tocador de mi habitación, veía en el espejo el reflejo de mi rostro maltratado, de mi cuerpo degastado por los golpes, había pasado una muy mala noche, una de esas en las que no sabes si has dormido o estuviste en vela toda la noche. Por la puerta de mi alcoba entraba mi fiel compañera mi Layla, que sosteniendo una bandeja entro con una bella sonrisa – Buenos Días My lady Amy – su energía siempre me haba contagiado y verla entrar solo me decía que el castigo se había terminado. Una semana y media Alexei, mi esposo, me había tenido enjaulada por decirlo de alguna forma , suspire y le ofrecí una de mis mejores sonrisas, su rostro cambio de manera gradual a la vez que veía los moretones y una que otra marca en mi cuerpo, dejo todo lo que tenía en la bandeja y corrió hacia mi – My lady, lo siento, pero no podía entrar… me tenían amenazada usted sabe como es el señor – Con una mirada suave asentí mientras ella desaparecía de mi vista, de seguro a buscar algún ungüento, y hierbas medicinales. En ese momento, me acerque a la bandeja y comencé a comer con cuidado, sentada en una de los sofás de la habitación. Al cabo de unos pocos minutos me había devorado todo, no comía bien hace días y Layla lo sabía. Ella llego con unas toallas húmedas y comenzó a limpiarme el cuerpo, mientras me embetunaba de aquellas hierbas y ungüentos, medicinales. Paso poco para que me quedara completamente dormida y por primera vez en esa semana pude dormir tranquila.

Varias horas más tarde.

Sentí como si volviera a ser la mujer que se me caracterizaba, el aroma a las hierbas aun estaba pegado en mi cuerpo y en las sabanas, pero otro aroma llamaba mi atención violetas y menta, Layla estaba en el baño esperándome para limpiar nuevamente mi cuerpo, a Dios gracias algunos moretones habían desaparecido. – Eres mi ángel pequeño, no sé que haría sin ti. Te estaré agradecida por siempre – mis palabras salieron con esa calidez que normalmente me caracterizaban, Layla conocía por todo lo que había tenido que pasar, mis problemas, mi condición y mi trabajo, aun así no me criticaba sino me ayudaba, y eso se lo pagaría algún día.

Esa noche tenía que ir a la joyería, seguro Gaspar habría notado mi ausencia y aun cuando Layla me había contado que le envió un mensaje era mejor presentarme lo más rápido posible. Mi esposo había salido de viaje hacia Alemania con Richard, su amante, así que tenía que aprovechar que tenía algunos días libres, para así poder llevar la joyería y el burdel con ayuda de mi nuevo socio. Cubrí mi cuerpo con un vestido completamente rojo, con detalles en blanco, un corcel ajustado y maquillaje fino. Sabía que no era la mujer más bella, ni delgada pero tenía mis encantos, si que los tenia.

Junto con la escolta salí de la mansión, aun había sol, así que podía caminar, necesitaba estirar las piernas, deje dicho al chofer que me recogiera al otro día en la joyería y como buen sirviente solo asintió, me acompaño hasta llegar al centro de la ciudad, de ahí caminaría sola.

La tarde estaba fresca, el aire no era frio del todo así que aun se podía pasear por el lugar, acomode mi sombrero y avance en silencio, ordenando mis pensamientos, observando el comercio que aun estaba abierto, a lo lejos vi el letrero de la joyería y me pareció bellísimo era mi primer paso para la independencia. Me quede parada frente a una tienda de vestidos, envidia me dio ver a las damas delgadas entrar en ellos y con cierta tristeza desvié mi vista al tiempo que un viento juguetón aparecía y se llevaba mi sombrero sin poder hacer nada por sostenerlo me di vueltas y vi como volaba en dirección contraria camine con rapidez para alcanzarlo.

por **Yura** Vie Dic 07, 2012 5:21 pm

¿Cómo se había metido en tal problema? ¿Y por qué demonios había aceptado sin pensarlo con más detenimiento? A pesar de que bien pudo haber sido encandilado por la dueña de la dichosa academia de música, fue más bien el apuro de buscar una salida a un predicamento, que la vocación por la enseñanza. Porque ahora que lo meditaba mejor, no podía hacer más que darse de cabezazos contra la pared como castigo por su ligereza de voluntad. De que tenía la habilidad para reproducir la música, su contexto, su arte en general, la tenía. De hecho, había visto un mundo que muchos de quienes se agregaban a sí mismos los vocativos de nobles, damas y caballeros, ni siquiera podrían imaginar. Había aprendido de los mejores, muchos de ellos amantes suyos que lo paseaban por teatros y hoteles como si no fuese más que una mascota, pero era una mascota bien educada, lo suficiente como aceptar aquel trato sin quejarse.

“Yura Chezhekov, maestro de música”. Se lo había repetido un millar de veces, pero aun así no acaba de cuadrar en su mente, porque tenía demasiado arraigada la idea de que no era más que un juguete, uno que estaba roto y que por el momento necesitaba esconderse y descansar de aquel tormentoso mundo de la carne y las sábanas. Por eso ahora caminaba, no sin cierta dificultad, cargado de paquetes que escondían algunos instrumentos y uno que otro repuesto, que le pidieron fuese a recoger a la tienda de un conocido luthier del centro de París.

De saber que se trataba de tantos, habría aceptado la ayuda de aquel otro profesor que más parecía estarle coqueteando descaradamente, quizás por esa misma razón fue que con su tono amable de siempre rechazó su oferta. ¿Aun en aquel ambiente casi sacrosanto sería perseguido con esos fines? A pesar de ello, podría soportar toda penuria, excepto la de ser reconocido por alguien debido a su ahora antigua profesión. Eso finiquitaría su último esfuerzo por escapar de su cruda realidad.

En esto estaba, pensando como cubrir cada una de sus huellas, cuando se vio parado frente al escaparate de una de las tiendas, observando el reflejo de aquel sujeto disfrazado de caballero, y que tenía su mismo rostro. Y pese a que no eran situaciones excepcionales en las que vestía de ese modo, le parecía una imagen irreal, sacada de un extraño sueño.

Suspiró, y como pudo se ajustó las gafas, usando el dorso de una de sus muñecas, para comenzar de nuevo el retorno a la academia. Era mejor no pensar en cosas profundas, porque sabía que podría terminar cayendo en de nuevo en el abismo. Por eso se obligó a esbozar una sonrisa, y volvió al camino, con un paso un poco más rápido. Eso hasta que una suave brisa, que de paso le refrescó el rostro, y que había le había robado el sombrero a alguna dama.

Por el más puro instinto soltó los paquetes que cargaba cayeron al suelo, generando los más variados ecos de cuerdas y madera, para con sus manos ya desocupadas, atrapar aquel sombrero antes de que fuese a dar a la calle. Instinto, porque aquella acción en ningún momento pasó por el filtro de su voluntad, solo hizo. Miró los rostros de las personas que ahora lo miraban a él, extrañados por aquel espectáculo, y no pudo más que agachar la cabeza en señal de disculpa.

Volvió a suspirar, esta vez resignado, y buscó hasta encontrar a la dueña del sombrero. Fue entonces que no pudo más que poner su mejor cara de idiota ante aquella imagen. La mujer del vestido rojo era la única que caminaba rápido, casi corría, en esa dirección, así que no podía ser nadie más. Se le hizo ligeramente familiar, pero descartó esa idea inmediatamente cuando intuyó que ella podría verlo, por lo que en ese mismo momento le hizo señas con el sombrero, sin atinar a un a recoger los paquetes diseminados por el suelo, y sin caer en cuenta de que su cara de idiota era perfecta para aquella escena.

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