AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Reminiscence [Victorio Lambert]
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Reminiscence [Victorio Lambert]
En realidad no sé cómo las cosas terminaron así. Cómo terminé en un lugar como éste, y en una situación como ésta. Había sido el festival de las malas ideas, esa mágica alineación de coincidencias que hacían que todo saliera mal, peligrosamente mal.
Recuerdo haber abierto los ojos a la noche en la comodidad de mi cama y sentir mi cuerpo entumecido, lo suficiente como para quedar paralizada y desperdiciar casi una hora de flamante oscuridad. Pensaba en la nada. Porque eso era lo que venía sucediendo de un tiempo a esta parte. Nada. Quizás calma. Pero era tan incómodo, como si presagiara que algo malo iba a pasar. No me había cruzado con ninguno de aquellos que pretendían ser verdugos de sobrenaturales, ni siquiera con el que me tuvo ese par de días encerrada en una miserable mazmorra. Era extraño y al mismo tiempo aburrido, porque si no había mayor dificultad en el alimentarse perdía parte del interés y de la diversión. De hecho, ahora que razono sobre ello, tampoco me he cruzado con otro como yo últimamente…
Bueno el caso es que era mejor no pensar en el porqué del aura que repelía al resto de los objetivos interesantes. Así que decidí darme un baño para tratar de despertar por completo, pero he ahí la primera mala idea del día. Cuando salí de aquellas aguas en la bañera, que de a poco se habían ido enfriando considerablemente alrededor de mi cuerpo, por curiosidad me ubiqué frente al espejo. Tenía los rizos desechos y pegoteados en la espalda, la piel tan aberrantemente pálida como siempre y la misma contextura que las últimas cinco décadas. Me pregunté cómo habría sido si no hubiese acabado siento esto, o si hubiese sido al menos unos cuantos años después. Todo era lo suficientemente bien proporcionado, quizás un poco escuálido, salvo los pechos, que era obvio no habían alcanzado lo que debió ser su plenitud, aunque también caía la posibilidad de que jamás estuviesen destinados a ello.
Tomé la ropa que las doncellas del servicio habían preparado, sin cuestionarme la elección de aquel vestido rojo aterciopelado, y volví a mirarme en el espejo, llegando a la conclusión de que era algo difícil emular el cuerpo de una completa adulta, pero que aquello tampoco era necesario, porque… ¿No lo había usado? Fruncí el ceño inmediatamente, porque nunca me había cuestionado aquello, de hecho tampoco recuerdo haberme interesado en aquel tipo de placeres, ¿Pero por qué no? Habían muchachas aún más jóvenes que vivían de esas labores, así que no acababa de entender el motivo de mi indiferencia por el tema. El resto es historia conocida.
Acabé en el burdel, observando a la gente ir y venir, beber y coquetear. Pero era obvio que desencajaba en aquel sitio, eso hasta que el sujeto que atendía la barra dijo algo sobre que no me veía hace tiempo. ¿Acaso solía frecuentar este lugar? ¿Con qué motivo? Para cuando me resigné en inventar una historia que calzara con ello, el hielo del vodka ya había desaparecido, pero antes de que pudiese siquiera llamar al mesero para que trajese uno más, otro sujeto se apostó en el taburete contiguo lo hizo por mí. Volví a fruncir el ceño cuando me habló. No lo conocía ni remotamente, o más bien, no lo recordaba ni remotamente, tampoco es que me diese confianza ni nada parecido, pero cuando comenzó a platicar sobre cosas a las que no puse atención, me di cuenta que al contrario de la mayor parte de la gente que había en el burdel, estaba completamente sobrio, y sí, tampoco estaba tan mal, físicamente hablando.
Me habló por un rato más, con un quedo dejo de familiaridad que podría significar que me conocía de algo, no diré que fue eso lo que me convenció de aceptar su invitación a una de las habitaciones del sitio, porque no lo fue. Sino que el hecho de que mi curiosidad nuevamente le ganaba a la precaución. No me había planteado el probar ese tipo de sensaciones, pero si se ofrecía tan amablemente, y de manos de alguien que además podría resultar ser mi cena, supongo que sumaba lo suficiente como para aceptar jugar con él un rato.
Pero he ahí el más grande error de la noche. Quizás no había desconfiado de él porque me sentía segura de poder controlarlo, segura de que no era más que un humano dado que esa había sido la tónica el último tiempo, pero así fue como las cosas acabaron así. Ya que apenas la puerta se cerró, y mientras estaba de espaldas a él, mirando la habitación por si conseguía reconocer algo, sentí en la nuca la fría caricia de un arma que despedía un suave olor a pólvora percutida hace tiempo. Entonces un par de amenazas, la historia de su mujer muerta, y obviamente, la revelación de que él era un cazador y de que su muerte había sido obra mía. Suspiré y traté de recordar dada la descripción y el nombre que me dio, pero nada, se parecía a otro sinnúmero de mujeres de las que me había alimentado, así que su historia bien podría ser cierta, pero lo único que me importaba era salir de aquel lío sin mayor herida que la del orgullo por haber bajado la guardia.
Recuerdo haber abierto los ojos a la noche en la comodidad de mi cama y sentir mi cuerpo entumecido, lo suficiente como para quedar paralizada y desperdiciar casi una hora de flamante oscuridad. Pensaba en la nada. Porque eso era lo que venía sucediendo de un tiempo a esta parte. Nada. Quizás calma. Pero era tan incómodo, como si presagiara que algo malo iba a pasar. No me había cruzado con ninguno de aquellos que pretendían ser verdugos de sobrenaturales, ni siquiera con el que me tuvo ese par de días encerrada en una miserable mazmorra. Era extraño y al mismo tiempo aburrido, porque si no había mayor dificultad en el alimentarse perdía parte del interés y de la diversión. De hecho, ahora que razono sobre ello, tampoco me he cruzado con otro como yo últimamente…
Bueno el caso es que era mejor no pensar en el porqué del aura que repelía al resto de los objetivos interesantes. Así que decidí darme un baño para tratar de despertar por completo, pero he ahí la primera mala idea del día. Cuando salí de aquellas aguas en la bañera, que de a poco se habían ido enfriando considerablemente alrededor de mi cuerpo, por curiosidad me ubiqué frente al espejo. Tenía los rizos desechos y pegoteados en la espalda, la piel tan aberrantemente pálida como siempre y la misma contextura que las últimas cinco décadas. Me pregunté cómo habría sido si no hubiese acabado siento esto, o si hubiese sido al menos unos cuantos años después. Todo era lo suficientemente bien proporcionado, quizás un poco escuálido, salvo los pechos, que era obvio no habían alcanzado lo que debió ser su plenitud, aunque también caía la posibilidad de que jamás estuviesen destinados a ello.
Tomé la ropa que las doncellas del servicio habían preparado, sin cuestionarme la elección de aquel vestido rojo aterciopelado, y volví a mirarme en el espejo, llegando a la conclusión de que era algo difícil emular el cuerpo de una completa adulta, pero que aquello tampoco era necesario, porque… ¿No lo había usado? Fruncí el ceño inmediatamente, porque nunca me había cuestionado aquello, de hecho tampoco recuerdo haberme interesado en aquel tipo de placeres, ¿Pero por qué no? Habían muchachas aún más jóvenes que vivían de esas labores, así que no acababa de entender el motivo de mi indiferencia por el tema. El resto es historia conocida.
Acabé en el burdel, observando a la gente ir y venir, beber y coquetear. Pero era obvio que desencajaba en aquel sitio, eso hasta que el sujeto que atendía la barra dijo algo sobre que no me veía hace tiempo. ¿Acaso solía frecuentar este lugar? ¿Con qué motivo? Para cuando me resigné en inventar una historia que calzara con ello, el hielo del vodka ya había desaparecido, pero antes de que pudiese siquiera llamar al mesero para que trajese uno más, otro sujeto se apostó en el taburete contiguo lo hizo por mí. Volví a fruncir el ceño cuando me habló. No lo conocía ni remotamente, o más bien, no lo recordaba ni remotamente, tampoco es que me diese confianza ni nada parecido, pero cuando comenzó a platicar sobre cosas a las que no puse atención, me di cuenta que al contrario de la mayor parte de la gente que había en el burdel, estaba completamente sobrio, y sí, tampoco estaba tan mal, físicamente hablando.
Me habló por un rato más, con un quedo dejo de familiaridad que podría significar que me conocía de algo, no diré que fue eso lo que me convenció de aceptar su invitación a una de las habitaciones del sitio, porque no lo fue. Sino que el hecho de que mi curiosidad nuevamente le ganaba a la precaución. No me había planteado el probar ese tipo de sensaciones, pero si se ofrecía tan amablemente, y de manos de alguien que además podría resultar ser mi cena, supongo que sumaba lo suficiente como para aceptar jugar con él un rato.
Pero he ahí el más grande error de la noche. Quizás no había desconfiado de él porque me sentía segura de poder controlarlo, segura de que no era más que un humano dado que esa había sido la tónica el último tiempo, pero así fue como las cosas acabaron así. Ya que apenas la puerta se cerró, y mientras estaba de espaldas a él, mirando la habitación por si conseguía reconocer algo, sentí en la nuca la fría caricia de un arma que despedía un suave olor a pólvora percutida hace tiempo. Entonces un par de amenazas, la historia de su mujer muerta, y obviamente, la revelación de que él era un cazador y de que su muerte había sido obra mía. Suspiré y traté de recordar dada la descripción y el nombre que me dio, pero nada, se parecía a otro sinnúmero de mujeres de las que me había alimentado, así que su historia bien podría ser cierta, pero lo único que me importaba era salir de aquel lío sin mayor herida que la del orgullo por haber bajado la guardia.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/04/2011
Edad : 33
Localización : En tu ocaso
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
En todos mis años, siento que nunca había estado tan agotado.
Realmente, Carmmine había cambiado más de lo que yo podía imaginarme en un principio. Después de aquel inesperado y fatídico encuentro en el que solo fui capaz de ver como se marchaba, decidí investigar por mi cuenta. El que perdiera la memoria todavía resultaba algo increíble. Al día siguiente, incluso me preguntaba si todo había sido parte de mi imaginación. Si deseaba tanto un encuentro, que mis sueños habían empezado a volverse extremadamente reales. Pero no. Lo primero que hice, nada más esconderse el sol, fue ir al único lugar de su vida que todavía conocía. Su mansión. Y allí la encontré de nuevo. Sí, realmente, había perdido todo recuerdo sobre mi y nuestro tiempo juntos. De ningún modo aquello había sido un sueño, de lo contrario, aquella casa que tan bien conocía no sería el lugar al que habría regresado. Si de verdad supiera quién soy, habría huido mucho más lejos. ¿Qué suerte, no?. Patético, más bien. Porque no podía hacer nada más que observarla subido en uno de los árboles que rodeaban la finca. Uno de los más altos, que justo me permitía ver directo a su habitación. Se había arreglado y ya no quedaba ninguna marca en ella. Con uno de sus tan elegantes vestidos, volvía a ser la Carmmine de mis recuerdos. Sin embargo, la que había visto el día anterior no se me borraría de la mente tan fácilmente. Esa piel dañada por cortes y rozaduras. Esos ojos fríos e indiferentes, que me miraban fijamente. Esa sensación de no saber, en absoluto, que se le estaba pasando por la mente.
Obviamente, no podía entrar como si nada en su vida una vez más. Si me descubría esta vez, todo estaría perdido. Si descubría que ese "desconocido" con el que se había topado en realidad no era un desconocido, tenía muy claro que huiría esta vez a dónde no pudiera seguirla. Por ello, me mantuve al margen. Un día tras otro, me conformé con tan solo observarla unas pocas horas. Y con solo eso, pude notar como mis instintos retornaban. Solo necesitaba saber que estaba a salvo en su hogar para tener hambre de nuevo. Y hambre de todo tipo. Recordando la sensación de tenerla entre mis brazos, la excitación se encendía como se prende la llama de una vela. Esa parte si resultaba bastante frustrante, por mucho que lo deseara, no era el momento para darme a conocer. Paciencia. Me repetía, continuamente. Era lo único que necesitaba. La paciencia suficiente para superar día tras día hasta que llegara el indicado. Suprimir todos mis anhelos, hasta ese día. Aunque probablemente, llegado el momento de liberarlos, sería aún peor por haberme obligado a ignorarlos durante tanto tiempo.
Seguir a Carmmine allá a dónde fuera empezó a convertirse en un hábito. No siempre estaba en casa así que cuando iba a la ciudad, discretamente la observaba desde la distancia. Al principio, ejercer como guardaespaldas fue solo una casualidad. Tanto me molestaba en mirar, no solo a ella, sino también a los que la rodeaban en cada momento que fue muy fácil descubrir cuando alguien no le estaba profesando precisamente buenos deseos. Uno se convirtió en dos. Dos en tres. Y, de esa forma, sin darme cuenta me vi noqueando a todo aquel que hacía un mínimo movimiento hacia ella con aparentes malas intenciones. ¡Cuantos eran! ¿Desde cuándo era ella tan obvia? O.. ¿Tenía tan mala fama? Claramente, algo había pasado en esos meses de ausencia. Algo había echo que no solo afectó a su mente, sino también a su comportamiento con los seres humanos. Carmmine nunca había sido alguien que atrajera la atención de cazadores con frecuencia, debido a su forma tranquila de convivir con la gente y de pasar desapercibida. Eso, se había esfumado. Mirándola con nuevos ojos, podía ver a un verdadero vampiro. Tal vez, una parte que nunca pretendió mostrarme y que tras mi partida se descontroló.
Empecé a pensar y, mientras tanto, continuaba haciendo lo que según yo era una protección encubierta. No sé si ella llegaba a notar cada uno que la miraba con malas intenciones, si era consciente del peligro que corría o si esa mente se había vuelto tan retorcida como para provocarlo y desearlo. Ni lo sabía ni me importaba. Yo, simplemente, me ocupaba de todo aquel que le procuraba algún mal. Tampoco me importaba si sus motivos eran honrados o vengativos. Puede que una parte de mi cambiara, pero yo nunca he sido ni seré alguien que se preocupe por esa clase de cosas. No soy honrado. Soy egoísta y solo me preocupo de mi y de lo que yo quiero. Y Carmmine es lo que yo quería y, por lo tanto, de lo que tenía que preocuparme.
― ¿Dónde..? Mierda ―
No estaba, por ninguna parte. Esa noche habíamos ido a un lugar bastante particular que, sinceramente, no visitaba desde mi último intento fallido hacía muchos meses. El burdel. Ella solo buscaba alimentarse, sin embargo. No la había visto intimar con ningún hombre. Tampoco es como si hubiera permitido semejante cosa. Pero había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Puede que mis sentidos se hubiesen acostumbrado tanto a perseguirla, que al no encontrarla se olieran algo malo. O tal vez, solo era una paranoia mía. Su olor subía por las escaleras, hacia las habitaciones privadas. ¿Pretendería algo más que alimentarse? Ese hombre, a penas había tenido tiempo de echarle una mirada.
¡Me las pagarás! Tú, monstruo. Arderás en el infierno.
La voz que alertó a mis sentidos provenía de una de las habitaciones, la más lejana a la entrada. Todo me decía que allí era dónde estaba Carmmine, encerrada con algo más que una cena. Parado frente a la puerta, cerré los ojos para profundizar el olfato y el oído. Jadeos. Olor de pólvora. Click. Ese sonido me alertó de mala manera. Sin pensarlo si quiera, mi cuerpo se movió por si solo. Primero, un golpe sordo en la puerta para distraer su atención del gatillo. Segundo, una patada que rompería la cerradura y abriría la puerta. Tercero, derribar al agresor y arrebatar el arma de sus manos. Cuarto, a la primera oportunidad, agarrar su cuello entre mis brazos y partirlo. La muerte más limpia y silenciosa que puede haber, que no deja rastro alguno. Y listo, situación solucionada. Ahora... solo estaba el problema de haberlo echo frente a sus ojos. En ese mismo momento, me estaba observando. A mi, sobre el cadáver del humano que acaba de matar. Debía actuar rápidamente o, de lo contrario, notaría que en realidad temía por su reacción. Después de levantarme y lanzar el arma por la ventana, me ocupé de la puerta derribada. ― Esto no durará, pero servirá para que no se den cuenta hasta que alguien entre ― Comenté, de casualidad en voz alta. La había anclado nuevamente al marco, claro que, en cuanto alguien intentara entrar y utilizara un poco de fuerza, volvería a desplomarse. Entonces verían al humano muerto, se sucederían una serie de gritos y lo mismo de siempre; cundiría el pánico. Pero nosotros ya estaríamos lejos de allí cuando eso sucediera.
Sin pensarlo si quiera, la agarré de la muñeca arrastrándola hasta pararla frente al ventanal. ― No tenemos mucho tiempo. O saltas, o te empujo. Decide ― Y como señal de que no iba en broma, apoyé una de mis manos en su espalda. Aunque era un roce suave, me atreví esta vez a mirarla fijamente a los ojos solo para decirle sin palabras que no me costaba absolutamente nada convertir ese ligero roce en uno que la precipitara fuera de la habitación.
Realmente, Carmmine había cambiado más de lo que yo podía imaginarme en un principio. Después de aquel inesperado y fatídico encuentro en el que solo fui capaz de ver como se marchaba, decidí investigar por mi cuenta. El que perdiera la memoria todavía resultaba algo increíble. Al día siguiente, incluso me preguntaba si todo había sido parte de mi imaginación. Si deseaba tanto un encuentro, que mis sueños habían empezado a volverse extremadamente reales. Pero no. Lo primero que hice, nada más esconderse el sol, fue ir al único lugar de su vida que todavía conocía. Su mansión. Y allí la encontré de nuevo. Sí, realmente, había perdido todo recuerdo sobre mi y nuestro tiempo juntos. De ningún modo aquello había sido un sueño, de lo contrario, aquella casa que tan bien conocía no sería el lugar al que habría regresado. Si de verdad supiera quién soy, habría huido mucho más lejos. ¿Qué suerte, no?. Patético, más bien. Porque no podía hacer nada más que observarla subido en uno de los árboles que rodeaban la finca. Uno de los más altos, que justo me permitía ver directo a su habitación. Se había arreglado y ya no quedaba ninguna marca en ella. Con uno de sus tan elegantes vestidos, volvía a ser la Carmmine de mis recuerdos. Sin embargo, la que había visto el día anterior no se me borraría de la mente tan fácilmente. Esa piel dañada por cortes y rozaduras. Esos ojos fríos e indiferentes, que me miraban fijamente. Esa sensación de no saber, en absoluto, que se le estaba pasando por la mente.
Obviamente, no podía entrar como si nada en su vida una vez más. Si me descubría esta vez, todo estaría perdido. Si descubría que ese "desconocido" con el que se había topado en realidad no era un desconocido, tenía muy claro que huiría esta vez a dónde no pudiera seguirla. Por ello, me mantuve al margen. Un día tras otro, me conformé con tan solo observarla unas pocas horas. Y con solo eso, pude notar como mis instintos retornaban. Solo necesitaba saber que estaba a salvo en su hogar para tener hambre de nuevo. Y hambre de todo tipo. Recordando la sensación de tenerla entre mis brazos, la excitación se encendía como se prende la llama de una vela. Esa parte si resultaba bastante frustrante, por mucho que lo deseara, no era el momento para darme a conocer. Paciencia. Me repetía, continuamente. Era lo único que necesitaba. La paciencia suficiente para superar día tras día hasta que llegara el indicado. Suprimir todos mis anhelos, hasta ese día. Aunque probablemente, llegado el momento de liberarlos, sería aún peor por haberme obligado a ignorarlos durante tanto tiempo.
Seguir a Carmmine allá a dónde fuera empezó a convertirse en un hábito. No siempre estaba en casa así que cuando iba a la ciudad, discretamente la observaba desde la distancia. Al principio, ejercer como guardaespaldas fue solo una casualidad. Tanto me molestaba en mirar, no solo a ella, sino también a los que la rodeaban en cada momento que fue muy fácil descubrir cuando alguien no le estaba profesando precisamente buenos deseos. Uno se convirtió en dos. Dos en tres. Y, de esa forma, sin darme cuenta me vi noqueando a todo aquel que hacía un mínimo movimiento hacia ella con aparentes malas intenciones. ¡Cuantos eran! ¿Desde cuándo era ella tan obvia? O.. ¿Tenía tan mala fama? Claramente, algo había pasado en esos meses de ausencia. Algo había echo que no solo afectó a su mente, sino también a su comportamiento con los seres humanos. Carmmine nunca había sido alguien que atrajera la atención de cazadores con frecuencia, debido a su forma tranquila de convivir con la gente y de pasar desapercibida. Eso, se había esfumado. Mirándola con nuevos ojos, podía ver a un verdadero vampiro. Tal vez, una parte que nunca pretendió mostrarme y que tras mi partida se descontroló.
Empecé a pensar y, mientras tanto, continuaba haciendo lo que según yo era una protección encubierta. No sé si ella llegaba a notar cada uno que la miraba con malas intenciones, si era consciente del peligro que corría o si esa mente se había vuelto tan retorcida como para provocarlo y desearlo. Ni lo sabía ni me importaba. Yo, simplemente, me ocupaba de todo aquel que le procuraba algún mal. Tampoco me importaba si sus motivos eran honrados o vengativos. Puede que una parte de mi cambiara, pero yo nunca he sido ni seré alguien que se preocupe por esa clase de cosas. No soy honrado. Soy egoísta y solo me preocupo de mi y de lo que yo quiero. Y Carmmine es lo que yo quería y, por lo tanto, de lo que tenía que preocuparme.
― ¿Dónde..? Mierda ―
No estaba, por ninguna parte. Esa noche habíamos ido a un lugar bastante particular que, sinceramente, no visitaba desde mi último intento fallido hacía muchos meses. El burdel. Ella solo buscaba alimentarse, sin embargo. No la había visto intimar con ningún hombre. Tampoco es como si hubiera permitido semejante cosa. Pero había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Puede que mis sentidos se hubiesen acostumbrado tanto a perseguirla, que al no encontrarla se olieran algo malo. O tal vez, solo era una paranoia mía. Su olor subía por las escaleras, hacia las habitaciones privadas. ¿Pretendería algo más que alimentarse? Ese hombre, a penas había tenido tiempo de echarle una mirada.
¡Me las pagarás! Tú, monstruo. Arderás en el infierno.
La voz que alertó a mis sentidos provenía de una de las habitaciones, la más lejana a la entrada. Todo me decía que allí era dónde estaba Carmmine, encerrada con algo más que una cena. Parado frente a la puerta, cerré los ojos para profundizar el olfato y el oído. Jadeos. Olor de pólvora. Click. Ese sonido me alertó de mala manera. Sin pensarlo si quiera, mi cuerpo se movió por si solo. Primero, un golpe sordo en la puerta para distraer su atención del gatillo. Segundo, una patada que rompería la cerradura y abriría la puerta. Tercero, derribar al agresor y arrebatar el arma de sus manos. Cuarto, a la primera oportunidad, agarrar su cuello entre mis brazos y partirlo. La muerte más limpia y silenciosa que puede haber, que no deja rastro alguno. Y listo, situación solucionada. Ahora... solo estaba el problema de haberlo echo frente a sus ojos. En ese mismo momento, me estaba observando. A mi, sobre el cadáver del humano que acaba de matar. Debía actuar rápidamente o, de lo contrario, notaría que en realidad temía por su reacción. Después de levantarme y lanzar el arma por la ventana, me ocupé de la puerta derribada. ― Esto no durará, pero servirá para que no se den cuenta hasta que alguien entre ― Comenté, de casualidad en voz alta. La había anclado nuevamente al marco, claro que, en cuanto alguien intentara entrar y utilizara un poco de fuerza, volvería a desplomarse. Entonces verían al humano muerto, se sucederían una serie de gritos y lo mismo de siempre; cundiría el pánico. Pero nosotros ya estaríamos lejos de allí cuando eso sucediera.
Sin pensarlo si quiera, la agarré de la muñeca arrastrándola hasta pararla frente al ventanal. ― No tenemos mucho tiempo. O saltas, o te empujo. Decide ― Y como señal de que no iba en broma, apoyé una de mis manos en su espalda. Aunque era un roce suave, me atreví esta vez a mirarla fijamente a los ojos solo para decirle sin palabras que no me costaba absolutamente nada convertir ese ligero roce en uno que la precipitara fuera de la habitación.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/06/2011
Localización : No quieras saberlo.
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
Me lo merecía. Solo eso. Y pese a que no había tenido demasiado tiempo para siquiera cuestionármelo, era la única respuesta que podía darme, incluso antes de hacerme la típica pregunta de “¿Por qué a mí?” Pues simplemente me lo merecía. Había estado viviendo una constante transgresión a mis propias reglas, cruzando los límites intentando buscar algo que llenase o reemplazara el vacío con un poco de emoción. Estúpida, infantil, descuidada. Se me acababan los calificativos aunque debería desperdiciar estos segundos en buscar una salida. ¿Y si no me movía? ¿Y si estaba desesperadamente buscando una forma de destruirme? No tenía miedo, y esta era una buena oportunidad.
Por eso me quedé quieta, sin decir nada ni para negociar, ni para defenderme. Y la verdad es que no sé cuánto habrá durado aquel discurso lleno de ira, porque no tenía intención de gastar mi tiempo escuchándolo. ¿Por qué no disparaba de una vez? Justo en aquel punto en que el borde del arma se restregaba contra mi nuca, punto del que probablemente no podría reponerme. No cerré los ojos, no quería, y simplemente esperé.
Por instinto mi cuerpo se contrajo cuando ese seco ruido rasgó los delirios de aquel sujeto, y lo admito, temí, incluso cerré los ojos con tanta fuerza que podría provocarme una migraña. Pero nada. Casi. Silencio tal vez. Hasta que el sonido de unos huesos desencajándose de su sitio me alertaron de que ni siquiera esto saldría como lo esperaba. Me forcé a voltear y ver qué demonios había pasado, pero de nuevo no hubo reacción. No porque no hubiese nada mal, sino porque había tantas posibilidades reacciones que no sabía cuál escoger. Sorpresa. Alivio. Rabia. Sí, rabia. No podía creer que de nuevo fuera él. Y de hecho, no me dio tiempo siquiera a corroborar que lo fuera, por lo que de no ser porque volvió a hablar, no me hubiese convencido de que era él.
No quería saber por qué estaba aquí o por qué había hecho aquello, y aunque fuese inevitable que me lo preguntara en algún momento, nuevamente no tuve tiempo porque comenzó a tirar de mi muñeca para que me acercara a la ventana. Esta vez sí fui dueña de mí y como es obvio me resistí, en vano, pero me resistí. Rabia. Tanta que hasta mis ojos se habían puesto algo llorosos, y si las lágrimas no caían era solo porque era incapaz de parpadear debido a la impotencia que me provocaban sus palabras.
Luego aquella mano en mi espalda provocándome escalofríos de nuevo. Iguales a los de aquel día en el bosque. ¿¡Quién demonios se creía que era!? Cuando me volteé me encontré con esa mirada tan fija que daba cuenta de que estaba hablando en serio, de que era capaz de empujarme a la menor muestra de resistencia de mi parte. Bueno, entonces debía darle una muestra mayor.
Solo atiné a asestarle una bofetada que sonoramente retumbó por toda la habitación, mientras que con la respiración entrecortada y los ojos llenos de rabia me envalentonaba para darle un nuevo empujón para que no pudiese acorralarme contra el ventanal – ¡El que no tiene tiempo eres tú! – grité sin dar paso alguno, ni adelante ni hacia atrás – Yo no lo maté. Tú irrumpiste aquí como un animal tirando la puerta – dije mientras de a poco intentaba calmarme y volver a mis cabales.
Un animal, quizás lo éramos ambos. Pero al menos yo ya no era un animalillo herido que buscaba refugio, era uno que intentaba cazar su alimento antes de que otro idiota y engreído lo empujara para evitar que cayera en la trampa de un cazador. Yo no se lo había pedido. Y esta vez no iba a aceptar, ni a regañadientes como… ¿La primera vez? Esto se sentía asquerosamente familiar, y eso que aquel día en el bosque ni siquiera me había alcanzado a ayudar como se había ofrecido. Aunque si reflexionaba en ello un poco más, sí había servido de algo.
Con firmeza había tomado la resolución de dejar de indagar en aquel año perdido de mi memoria, dejar incluso de buscar y preguntar si había algo importante que no debía olvidar. Y eso había sido gracias a él. Ya que si algo tenía que ver conmigo, no quería saberlo. Porque no me gustaba en lo que me convertía cuando estaba cerca de mí. Débil, llena de dudas e inseguridades que no parecían tener una causa probable. ¿Qué tan lejos tenía que irme para que esto acabara de una vez?
- O te vas o grito que estás tratando de matarme también – dije con más desprecio que frialdad – Decide – agregué de la misma forma que él había hecho, en un evidente gesto de ironía. Era obvio que aquellas voces que ya murmuraban algo aturdidas en el pasillo estaban buscando la habitación en que se había gestado el ruido, y que no tardarían en encontrarnos, pese a que un par de gritos más podían ayudar a acelerar su búsqueda.
No tenía intención alguna de ir a ningún sitio que lo involucrara también, por el resto podía arreglármelas sola torciendo un poco las cosas a mi favor. Tampoco me importaba que fuesen a arrestarlo. Y de hecho, ahora veía lo ridícula que había sido esa amenaza que hice casi sin pensar, pero no podía dar pie atrás, porque cualquier intento por alejarlo de mí era bienvenido.
Cuando tomé consciencia de que yo misma estaba aún obstruyendo el ventanal, me apoyé de costado en la pared, mirándolo desafiante – Vete – le ordené, dándole la oportunidad de que saliera libre de todo esto. Sin agradecer, sin preguntar motivos, sin acusación alguna. Solo quería que se fuera y me dejara en paz de una vez por todas, aunque lógicamente no esperaba que lo hiciera de forma definitiva, pero de eso me encargaría en cuanto salvara este bache. Cualquier lugar en el mundo sería mejor opción que quedarme en esta maldita ciudad.
Por eso me quedé quieta, sin decir nada ni para negociar, ni para defenderme. Y la verdad es que no sé cuánto habrá durado aquel discurso lleno de ira, porque no tenía intención de gastar mi tiempo escuchándolo. ¿Por qué no disparaba de una vez? Justo en aquel punto en que el borde del arma se restregaba contra mi nuca, punto del que probablemente no podría reponerme. No cerré los ojos, no quería, y simplemente esperé.
Por instinto mi cuerpo se contrajo cuando ese seco ruido rasgó los delirios de aquel sujeto, y lo admito, temí, incluso cerré los ojos con tanta fuerza que podría provocarme una migraña. Pero nada. Casi. Silencio tal vez. Hasta que el sonido de unos huesos desencajándose de su sitio me alertaron de que ni siquiera esto saldría como lo esperaba. Me forcé a voltear y ver qué demonios había pasado, pero de nuevo no hubo reacción. No porque no hubiese nada mal, sino porque había tantas posibilidades reacciones que no sabía cuál escoger. Sorpresa. Alivio. Rabia. Sí, rabia. No podía creer que de nuevo fuera él. Y de hecho, no me dio tiempo siquiera a corroborar que lo fuera, por lo que de no ser porque volvió a hablar, no me hubiese convencido de que era él.
No quería saber por qué estaba aquí o por qué había hecho aquello, y aunque fuese inevitable que me lo preguntara en algún momento, nuevamente no tuve tiempo porque comenzó a tirar de mi muñeca para que me acercara a la ventana. Esta vez sí fui dueña de mí y como es obvio me resistí, en vano, pero me resistí. Rabia. Tanta que hasta mis ojos se habían puesto algo llorosos, y si las lágrimas no caían era solo porque era incapaz de parpadear debido a la impotencia que me provocaban sus palabras.
Luego aquella mano en mi espalda provocándome escalofríos de nuevo. Iguales a los de aquel día en el bosque. ¿¡Quién demonios se creía que era!? Cuando me volteé me encontré con esa mirada tan fija que daba cuenta de que estaba hablando en serio, de que era capaz de empujarme a la menor muestra de resistencia de mi parte. Bueno, entonces debía darle una muestra mayor.
Solo atiné a asestarle una bofetada que sonoramente retumbó por toda la habitación, mientras que con la respiración entrecortada y los ojos llenos de rabia me envalentonaba para darle un nuevo empujón para que no pudiese acorralarme contra el ventanal – ¡El que no tiene tiempo eres tú! – grité sin dar paso alguno, ni adelante ni hacia atrás – Yo no lo maté. Tú irrumpiste aquí como un animal tirando la puerta – dije mientras de a poco intentaba calmarme y volver a mis cabales.
Un animal, quizás lo éramos ambos. Pero al menos yo ya no era un animalillo herido que buscaba refugio, era uno que intentaba cazar su alimento antes de que otro idiota y engreído lo empujara para evitar que cayera en la trampa de un cazador. Yo no se lo había pedido. Y esta vez no iba a aceptar, ni a regañadientes como… ¿La primera vez? Esto se sentía asquerosamente familiar, y eso que aquel día en el bosque ni siquiera me había alcanzado a ayudar como se había ofrecido. Aunque si reflexionaba en ello un poco más, sí había servido de algo.
Con firmeza había tomado la resolución de dejar de indagar en aquel año perdido de mi memoria, dejar incluso de buscar y preguntar si había algo importante que no debía olvidar. Y eso había sido gracias a él. Ya que si algo tenía que ver conmigo, no quería saberlo. Porque no me gustaba en lo que me convertía cuando estaba cerca de mí. Débil, llena de dudas e inseguridades que no parecían tener una causa probable. ¿Qué tan lejos tenía que irme para que esto acabara de una vez?
- O te vas o grito que estás tratando de matarme también – dije con más desprecio que frialdad – Decide – agregué de la misma forma que él había hecho, en un evidente gesto de ironía. Era obvio que aquellas voces que ya murmuraban algo aturdidas en el pasillo estaban buscando la habitación en que se había gestado el ruido, y que no tardarían en encontrarnos, pese a que un par de gritos más podían ayudar a acelerar su búsqueda.
No tenía intención alguna de ir a ningún sitio que lo involucrara también, por el resto podía arreglármelas sola torciendo un poco las cosas a mi favor. Tampoco me importaba que fuesen a arrestarlo. Y de hecho, ahora veía lo ridícula que había sido esa amenaza que hice casi sin pensar, pero no podía dar pie atrás, porque cualquier intento por alejarlo de mí era bienvenido.
Cuando tomé consciencia de que yo misma estaba aún obstruyendo el ventanal, me apoyé de costado en la pared, mirándolo desafiante – Vete – le ordené, dándole la oportunidad de que saliera libre de todo esto. Sin agradecer, sin preguntar motivos, sin acusación alguna. Solo quería que se fuera y me dejara en paz de una vez por todas, aunque lógicamente no esperaba que lo hiciera de forma definitiva, pero de eso me encargaría en cuanto salvara este bache. Cualquier lugar en el mundo sería mejor opción que quedarme en esta maldita ciudad.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
Nadie dijo que iba a ser fácil.
Es más, todo lo contrario. Carmmine nunca había sido algo fácil ¿Por qué demonios pensé, ni por un segundo, que cedería a la primera de cambio a alguna de mis peticiones? Que iluso. Dejando a un lado el echo de que perdiera todo recuerdo sobre mi, ella no era alguien a quien pudieras domar con un par de frases. Ni que obedeciera a la primera. Vale, sí, aceptaré que después de que se enamorase de mi esa tozudez y rebeldía interna se debilitaron en gran medida. ¿Sería por eso? ¿Por qué esos eran mis últimos recuerdos? Que estúpido por mi parte, creer que todo seguiría igual. Realmente, no importaba que hubiese perdido la memoria, porque aún con ella, no iba a ser la Carmmine que meses atrás dejé. Por eso precisamente. Lo sé. Sabía que dejarla la dañaría, aunque en el fondo yo sabía que no quería dañarla. En el fondo, sabía que estos extraños sentimientos que en tan poco tiempo habían crecido no podrían evaporarse de la noche a la mañana. Ni en un día. Una semana. Un mes o un año. El tiempo no importaba. Pero esa fue mi decisión. Mi decisión fue abandonarla para darme cuenta meses más tarde de la gran y jodida estupidez que había cometido. Y por eso había vuelto. Había vuelto a enfrentar las consecuencias de mi error. Dispuesto a, aunque suene extraño de mi, pedir disculpas. Disculpas que, posiblemente, ella no iba a aceptar tan fácilmente. Pero no importaba, porque tarde o temprano volvería a ganarme su alma. Ya no se trataba de corazones; pues a ambos nos había dejado de latir hacía años.
El panorama que me había encontrado, sin embargo, no podía haber resultado más imprevisible. ¿Cómo imaginar por lo que ella habrá pasado para llegar a perder todo recuerdo? De mi, al menos. La culpabilidad me carcome. No puedo pensar que yo soy el único causante; tiene que haber algo más que haya desencadenado esa pérdida. Hasta que lo averigüe ¿No podré dejar de torturarme en mis pensamientos? Pensar de esa forma, joder, es una puta tortura.
Pero ese no era el momento para ponerme sentimental (Quién lo hubiera dicho ¡Yo! Sentimental), ni para pensar en mis errores o en lo que pudo haber sido. El pasado, pasado estaba tanto como que lo que hice no podía ser deshecho. En ese momento, tenía frente a mi a una renovada Carmmine. Con todo ese fuego interior, todavía sin domar. Pensándolo de ese modo, resultaba todo un reto que dudaba fuese a aburrirme. ¿Dónde quedó aquel tiempo en que todo me aburría? Seguramente, antes de conocerla. Hermosa, se paraba frente a mi con un par bien puestos. Por supuesto, ella era de mi especie y había dejado atrás a esa mujer que en un tiempo quiso terminar con su vida. La mujer a la que rescaté (¿Realmente fue un rescate?) ya no estaba, podía sentir su espíritu vibrar con cada poro muerto de mi piel. Ella no era débil. Ni entonces lo había sido, ni ahora.
Y yo tampoco lo era.
Mis ojos la penetraron, mirándola mucho más allá de la ropa. De arriba a abajo. Y nada disimuladamente. Torcí el gesto en lo que parecía querer ser una sonrisa a medias. Después, una carcajada se me escapó, casi a propósito. ― Ah no no no... Creo que aquí ha habido una confusión muy mala ― Tras la primera carcajada fue la segunda y una tercera más hasta que mis labios simplemente se quedaron juntos y curvados. Esta vez, en una sonrisa ligeramente maquiavélica. No es como si pudiera ver mi cara, pero me conocía lo suficientemente bien como para saber que mis graciosos pensamientos estaban totalmente reflejados en mi cara. Sin disimulo alguno. ― Definitivamente, te has confundido ― Un paso hacia delante, un paso mío, me llevó a acorralarla contra la parte de la ventana en la que ella se había apoyado. La parte cerrada. Contra el cristal. Mis manos, una a cada lado de su rostro y el resto de mi cuerpo pulsaban en su dirección. Arrinconándola. Aprisionándola. No dándole alternativa alguna. Así mismo, mis sentidos estaban completamente alerta. No caería dos veces en pensar que iba a ser tan fácil tratar con ella cuando en lo que a obedecerme o permanecer tranquila se refería.
La observaba fijamente, en un silencio que solo era interrumpido por los pasos fuera de la habitación. Como bien había predicho, no iban a tardar mucho en descubrir lo que se cocía allí dentro, después de haber oído el estruendo. Lo acepto, un error por mi parte; odiaba llamar la atención. Pero en mi defensa diré que tampoco tuve demasiado tiempo para pensar. ¿No es verdad? ― Puesto que realmente no pareces conocerme, te lo voy a pasar por alto. Pero ¿Hablas en serio? ― Me carcajeé, una vez más. Mis ojos, un par de esferas azuladas como el mar bajo el sol, la miraban fijamente con diversión. Agarré un mechón de su pelirrojo y rizado cabello con uno de mis dedos, enroscándolo sin tirar. ― Creer que el hombre que viste en la cabaña es mi yo por naturaleza, sería un jodido error. No te equivoques, pelirroja. Ni creas que haberte salvado, me convierte en un perro al que ordenar ― Tras tirar del mechón, mi mano pasó a agarrar su barbilla con fuerza, alzándola hacia mi. Obligándola a que me mirase y aceptara las palabras que iba a decirle. ― Aquí, eres tú la que obedece. He dicho que te vienes conmigo por las buenas o por las malas. ¿Has decidido por las malas? Bien, que así sea ― En una última carcajada la solté y, por supuesto, no le di tiempo a que reaccionase.
Antes de lo que se dice un suspiro, ya estaba subida a mi hombro cual saco de patatas y mis pies colocados en el borde de la ventana dispuestos para saltar a la callejuela que conducía. Una altura considerable, teniendo en cuenta que eran un par de pisos los que nos elevábamos, pero nada importaba obviamente. Al final, ni siquiera el suelo fue nuestro destino, sino que lo fue el balcón del edificio que había en frente. También a una distancia considerable. Y de ese balcón, fue que salté al siguiente y al de más allá. No fue hasta un rato después, cuando me aseguré que nos habíamos alejado lo suficiente y que la zona era segura que percaté de lo que estaba llevando a mis hombros cargado como un simple objeto.
Mierda, la cosa iba de mal en peor.
Es más, todo lo contrario. Carmmine nunca había sido algo fácil ¿Por qué demonios pensé, ni por un segundo, que cedería a la primera de cambio a alguna de mis peticiones? Que iluso. Dejando a un lado el echo de que perdiera todo recuerdo sobre mi, ella no era alguien a quien pudieras domar con un par de frases. Ni que obedeciera a la primera. Vale, sí, aceptaré que después de que se enamorase de mi esa tozudez y rebeldía interna se debilitaron en gran medida. ¿Sería por eso? ¿Por qué esos eran mis últimos recuerdos? Que estúpido por mi parte, creer que todo seguiría igual. Realmente, no importaba que hubiese perdido la memoria, porque aún con ella, no iba a ser la Carmmine que meses atrás dejé. Por eso precisamente. Lo sé. Sabía que dejarla la dañaría, aunque en el fondo yo sabía que no quería dañarla. En el fondo, sabía que estos extraños sentimientos que en tan poco tiempo habían crecido no podrían evaporarse de la noche a la mañana. Ni en un día. Una semana. Un mes o un año. El tiempo no importaba. Pero esa fue mi decisión. Mi decisión fue abandonarla para darme cuenta meses más tarde de la gran y jodida estupidez que había cometido. Y por eso había vuelto. Había vuelto a enfrentar las consecuencias de mi error. Dispuesto a, aunque suene extraño de mi, pedir disculpas. Disculpas que, posiblemente, ella no iba a aceptar tan fácilmente. Pero no importaba, porque tarde o temprano volvería a ganarme su alma. Ya no se trataba de corazones; pues a ambos nos había dejado de latir hacía años.
El panorama que me había encontrado, sin embargo, no podía haber resultado más imprevisible. ¿Cómo imaginar por lo que ella habrá pasado para llegar a perder todo recuerdo? De mi, al menos. La culpabilidad me carcome. No puedo pensar que yo soy el único causante; tiene que haber algo más que haya desencadenado esa pérdida. Hasta que lo averigüe ¿No podré dejar de torturarme en mis pensamientos? Pensar de esa forma, joder, es una puta tortura.
Pero ese no era el momento para ponerme sentimental (Quién lo hubiera dicho ¡Yo! Sentimental), ni para pensar en mis errores o en lo que pudo haber sido. El pasado, pasado estaba tanto como que lo que hice no podía ser deshecho. En ese momento, tenía frente a mi a una renovada Carmmine. Con todo ese fuego interior, todavía sin domar. Pensándolo de ese modo, resultaba todo un reto que dudaba fuese a aburrirme. ¿Dónde quedó aquel tiempo en que todo me aburría? Seguramente, antes de conocerla. Hermosa, se paraba frente a mi con un par bien puestos. Por supuesto, ella era de mi especie y había dejado atrás a esa mujer que en un tiempo quiso terminar con su vida. La mujer a la que rescaté (¿Realmente fue un rescate?) ya no estaba, podía sentir su espíritu vibrar con cada poro muerto de mi piel. Ella no era débil. Ni entonces lo había sido, ni ahora.
Y yo tampoco lo era.
Mis ojos la penetraron, mirándola mucho más allá de la ropa. De arriba a abajo. Y nada disimuladamente. Torcí el gesto en lo que parecía querer ser una sonrisa a medias. Después, una carcajada se me escapó, casi a propósito. ― Ah no no no... Creo que aquí ha habido una confusión muy mala ― Tras la primera carcajada fue la segunda y una tercera más hasta que mis labios simplemente se quedaron juntos y curvados. Esta vez, en una sonrisa ligeramente maquiavélica. No es como si pudiera ver mi cara, pero me conocía lo suficientemente bien como para saber que mis graciosos pensamientos estaban totalmente reflejados en mi cara. Sin disimulo alguno. ― Definitivamente, te has confundido ― Un paso hacia delante, un paso mío, me llevó a acorralarla contra la parte de la ventana en la que ella se había apoyado. La parte cerrada. Contra el cristal. Mis manos, una a cada lado de su rostro y el resto de mi cuerpo pulsaban en su dirección. Arrinconándola. Aprisionándola. No dándole alternativa alguna. Así mismo, mis sentidos estaban completamente alerta. No caería dos veces en pensar que iba a ser tan fácil tratar con ella cuando en lo que a obedecerme o permanecer tranquila se refería.
La observaba fijamente, en un silencio que solo era interrumpido por los pasos fuera de la habitación. Como bien había predicho, no iban a tardar mucho en descubrir lo que se cocía allí dentro, después de haber oído el estruendo. Lo acepto, un error por mi parte; odiaba llamar la atención. Pero en mi defensa diré que tampoco tuve demasiado tiempo para pensar. ¿No es verdad? ― Puesto que realmente no pareces conocerme, te lo voy a pasar por alto. Pero ¿Hablas en serio? ― Me carcajeé, una vez más. Mis ojos, un par de esferas azuladas como el mar bajo el sol, la miraban fijamente con diversión. Agarré un mechón de su pelirrojo y rizado cabello con uno de mis dedos, enroscándolo sin tirar. ― Creer que el hombre que viste en la cabaña es mi yo por naturaleza, sería un jodido error. No te equivoques, pelirroja. Ni creas que haberte salvado, me convierte en un perro al que ordenar ― Tras tirar del mechón, mi mano pasó a agarrar su barbilla con fuerza, alzándola hacia mi. Obligándola a que me mirase y aceptara las palabras que iba a decirle. ― Aquí, eres tú la que obedece. He dicho que te vienes conmigo por las buenas o por las malas. ¿Has decidido por las malas? Bien, que así sea ― En una última carcajada la solté y, por supuesto, no le di tiempo a que reaccionase.
Antes de lo que se dice un suspiro, ya estaba subida a mi hombro cual saco de patatas y mis pies colocados en el borde de la ventana dispuestos para saltar a la callejuela que conducía. Una altura considerable, teniendo en cuenta que eran un par de pisos los que nos elevábamos, pero nada importaba obviamente. Al final, ni siquiera el suelo fue nuestro destino, sino que lo fue el balcón del edificio que había en frente. También a una distancia considerable. Y de ese balcón, fue que salté al siguiente y al de más allá. No fue hasta un rato después, cuando me aseguré que nos habíamos alejado lo suficiente y que la zona era segura que percaté de lo que estaba llevando a mis hombros cargado como un simple objeto.
Mierda, la cosa iba de mal en peor.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
¿Por qué no podía simplemente aceptar aquello? ¿Por qué no podía simplemente alejarse de mí? Era tan fácil como tomar la opción que le había dado, pero incluso yo, que era quien más deseaba que lo hiciera, sabía que no lo haría. Aunque lo admito. Aquel abismal cambio que había experimentado su semblante desde la vez pasada no me era del todo desagradable, se podría decir que casi podría preferirlo de este modo. Casi. Porque tampoco iba a soportar el hecho sus gestos, sus palabras, su cuerpo, todo él, intentase someterme… dominarme.
No quería dejarme. No lo iba a hacer, pero en el momento en que me acorraló de ese modo, supe que las cosas no saldrían bien, que yo no saldría indemne de esta indescriptible situación. ¿Qué nombre podría ponérsele? Era como si dos objetos estuviesen destinados a estrellarse una y otra vez, porque sus orgullos no les permitían dar un paso al costado. Pero yo no creía en un destino, ni tampoco era tan estúpida como para dejar que mi orgullo me gobernara del todo, del modo que fuese, buscaría una salida lateral, quizás menos digna, pero si definitiva, porque no me gustaba el ser en que él me convertía.
Y por supuesto, cómo esa habilidad suya conseguía que mi cuerpo reaccionara a sus estímulos sin que mi voluntad pusiese controlarlo, como ahora, en que mi espalda y mis manos buscaban desesperadamente algo más allá de la pared, donde agradecía cualquier milímetro que me alejara de él. Incluso sentí la pared deslizándose debajo de mí, restándome un par de centímetros de altura, centímetros que obviamente no iban a obstar aquel aterrador e insistente contacto visual. ¿Qué no parecía conocerlo? ¿Quién se creía él como para que yo tuviese que conocerlo? A cada palabra y carcajada que salía de su garganta se me antojaba más arrogante. Por eso no pude más que fruncir el ceño cuando se puso a juguetear con un mechón de mi cabello, conteniendo todo impulso… Mentira. No podía moverme. Por más que quisiera destrozarle aquella mano no podía, porque toda mi concentración se gastaba en mis vanos intentos por respirar de forma controlada, sin que se notara ni el más mínimo cambio.
De nuevo esa palabra… “Pelirroja”… que lejos de provocar la ira de la vez anterior, fue el factor que me quitó toda la tensión que tanto me esforzaba por controlar. ¿Por qué? Ya le había dicho que no soportaba aquel apodo, pero como en todo lo que era obvio me molestaba, el sujeto seguía insistiendo. Se podría decir que en ese instante toda la resistencia que me quedaba acabó por quebrarse. Supongo que ni siquiera había rasgo alguno de fiereza en mis ojos, quizás ¿Debilidad?
“No te he tratado como a un perro, solo quería que te alejaras” Aunque sí, era él quien se comportaba como tal, persiguiéndome como si no tuviese nada mejor que hacer, cosa que estaba dispuesta decirle de no ser porque rompió con aquella orden y esa risa que no podía entender. Qué demonios… ¡Estaba loco! Grité mentalmente mientras cualquier intento de bajarme de él se volvía infructuoso, parte porque no me había dado cuenta de sus planes sino hasta que fue demasiado tarde.
- ¡Suéltame de una vez, animal! – alcancé a gritar antes de que comenzara con aquellos trucos de ir de balcón en balcón – No sé quién demonios te crees para tratarme así – seguí quejándome en los intervalos en que pisábamos un suelo relativamente firme, quejándome y nada más, porque sabía que habían un par de cosas que podía hacer para zafarme de su agarre, pero que de concretarse no servirían de nada ¿Cuánto tardaría en volver a encontrarme? Así que si quería evitarlo, debía saber el por qué.
Un par más de fingidos forcejeos, hasta que por fin parecía que se había detenido. Y por supuesto, no esperaba que fuese a bajarme amablemente, por lo que deslicé hasta el suelo sin mayor delicadeza, haciendo que aquel brazo con que otrora se había asegurado de que no me iría a soltar, se deslizara del mismo modo por mi espalda. Por eso cuando tomé consciencia de ello bruscamente busqué dar pasos hacia atrás, los que me fueran posibles, para mantener una distancia prudente que me sirviera para mantener unos posibles nervios bajo control.
Pero no. ¡Una maldita maceta! Y el endeble equilibrio que entregaban un par de tacones, dieron como resultado lo obvio. Había caído perfectamente sentada en el suelo, mirándolo con una indignación que iba dirigida hacia mí misma, porque no había palabra o gesto que fuese a aliviar la vergüenza que sentía, y que seguramente ya había teñido de rojo mis mejillas.
- ¿Esto era lo que buscabas? – le pregunté mientras ponía mis manos en el suelo para poder inclinarme cómodamente hacia atrás, como si tomar el fresco en un momento como este fuese lo más normal del mundo – Si no, pues te agradecería que me lo dijeras. Porque el que se trata como un perro, eres tú, persiguiéndome como si no tuvieses nada mejor que hacer – aunque si lo pensaba mejor… bueno, yo tampoco tenía mucho más que hacer, así que esto había sido lo más divertido que me había pasado en un buen tiempo, aunque claro, no se lo iba a agradecer abiertamente.
Lo que debía era averiguar por qué insistía en rondarme, lo que en sus palabras se reducía a ayudarme, algo que yo no había pedido, mucho menos de un caballero en brillante armadura tan poco convencional. Finalmente miré hacia arriba para poder reír en paz, sin ese contacto visual que me cohibía más de lo sano.
Sorprendentemente, aquello me hizo sentir mejor, liberándome de la presión de medir cada palabra y gesto mío frente él, quitándome todo ese miedo. Por eso reacomodándome un poco con las rodillas flectadas, le tendí una mano para que me ayudase a levantarme - ¿Me dirás quién eres realmente, Victorio Lambert? – añadí a aquel gesto, dando a entender que si tomaba mi mano, tendría que decirme qué rayos estaba pasando y quién era él como para meterse en mi vida de este modo. Su nombre, no me sonaba de nada, salvo aquel día en la cabaña en que él mismo se había presentado… ¿No?
No quería dejarme. No lo iba a hacer, pero en el momento en que me acorraló de ese modo, supe que las cosas no saldrían bien, que yo no saldría indemne de esta indescriptible situación. ¿Qué nombre podría ponérsele? Era como si dos objetos estuviesen destinados a estrellarse una y otra vez, porque sus orgullos no les permitían dar un paso al costado. Pero yo no creía en un destino, ni tampoco era tan estúpida como para dejar que mi orgullo me gobernara del todo, del modo que fuese, buscaría una salida lateral, quizás menos digna, pero si definitiva, porque no me gustaba el ser en que él me convertía.
Y por supuesto, cómo esa habilidad suya conseguía que mi cuerpo reaccionara a sus estímulos sin que mi voluntad pusiese controlarlo, como ahora, en que mi espalda y mis manos buscaban desesperadamente algo más allá de la pared, donde agradecía cualquier milímetro que me alejara de él. Incluso sentí la pared deslizándose debajo de mí, restándome un par de centímetros de altura, centímetros que obviamente no iban a obstar aquel aterrador e insistente contacto visual. ¿Qué no parecía conocerlo? ¿Quién se creía él como para que yo tuviese que conocerlo? A cada palabra y carcajada que salía de su garganta se me antojaba más arrogante. Por eso no pude más que fruncir el ceño cuando se puso a juguetear con un mechón de mi cabello, conteniendo todo impulso… Mentira. No podía moverme. Por más que quisiera destrozarle aquella mano no podía, porque toda mi concentración se gastaba en mis vanos intentos por respirar de forma controlada, sin que se notara ni el más mínimo cambio.
De nuevo esa palabra… “Pelirroja”… que lejos de provocar la ira de la vez anterior, fue el factor que me quitó toda la tensión que tanto me esforzaba por controlar. ¿Por qué? Ya le había dicho que no soportaba aquel apodo, pero como en todo lo que era obvio me molestaba, el sujeto seguía insistiendo. Se podría decir que en ese instante toda la resistencia que me quedaba acabó por quebrarse. Supongo que ni siquiera había rasgo alguno de fiereza en mis ojos, quizás ¿Debilidad?
“No te he tratado como a un perro, solo quería que te alejaras” Aunque sí, era él quien se comportaba como tal, persiguiéndome como si no tuviese nada mejor que hacer, cosa que estaba dispuesta decirle de no ser porque rompió con aquella orden y esa risa que no podía entender. Qué demonios… ¡Estaba loco! Grité mentalmente mientras cualquier intento de bajarme de él se volvía infructuoso, parte porque no me había dado cuenta de sus planes sino hasta que fue demasiado tarde.
- ¡Suéltame de una vez, animal! – alcancé a gritar antes de que comenzara con aquellos trucos de ir de balcón en balcón – No sé quién demonios te crees para tratarme así – seguí quejándome en los intervalos en que pisábamos un suelo relativamente firme, quejándome y nada más, porque sabía que habían un par de cosas que podía hacer para zafarme de su agarre, pero que de concretarse no servirían de nada ¿Cuánto tardaría en volver a encontrarme? Así que si quería evitarlo, debía saber el por qué.
Un par más de fingidos forcejeos, hasta que por fin parecía que se había detenido. Y por supuesto, no esperaba que fuese a bajarme amablemente, por lo que deslicé hasta el suelo sin mayor delicadeza, haciendo que aquel brazo con que otrora se había asegurado de que no me iría a soltar, se deslizara del mismo modo por mi espalda. Por eso cuando tomé consciencia de ello bruscamente busqué dar pasos hacia atrás, los que me fueran posibles, para mantener una distancia prudente que me sirviera para mantener unos posibles nervios bajo control.
Pero no. ¡Una maldita maceta! Y el endeble equilibrio que entregaban un par de tacones, dieron como resultado lo obvio. Había caído perfectamente sentada en el suelo, mirándolo con una indignación que iba dirigida hacia mí misma, porque no había palabra o gesto que fuese a aliviar la vergüenza que sentía, y que seguramente ya había teñido de rojo mis mejillas.
- ¿Esto era lo que buscabas? – le pregunté mientras ponía mis manos en el suelo para poder inclinarme cómodamente hacia atrás, como si tomar el fresco en un momento como este fuese lo más normal del mundo – Si no, pues te agradecería que me lo dijeras. Porque el que se trata como un perro, eres tú, persiguiéndome como si no tuvieses nada mejor que hacer – aunque si lo pensaba mejor… bueno, yo tampoco tenía mucho más que hacer, así que esto había sido lo más divertido que me había pasado en un buen tiempo, aunque claro, no se lo iba a agradecer abiertamente.
Lo que debía era averiguar por qué insistía en rondarme, lo que en sus palabras se reducía a ayudarme, algo que yo no había pedido, mucho menos de un caballero en brillante armadura tan poco convencional. Finalmente miré hacia arriba para poder reír en paz, sin ese contacto visual que me cohibía más de lo sano.
Sorprendentemente, aquello me hizo sentir mejor, liberándome de la presión de medir cada palabra y gesto mío frente él, quitándome todo ese miedo. Por eso reacomodándome un poco con las rodillas flectadas, le tendí una mano para que me ayudase a levantarme - ¿Me dirás quién eres realmente, Victorio Lambert? – añadí a aquel gesto, dando a entender que si tomaba mi mano, tendría que decirme qué rayos estaba pasando y quién era él como para meterse en mi vida de este modo. Su nombre, no me sonaba de nada, salvo aquel día en la cabaña en que él mismo se había presentado… ¿No?
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
Cagada.
Todo había sucedido demasiado rápido. Yo matando al humano, Carmmine resistiéndose a mis “órdenes”, lo que tuvo por consecuencia que me enfadara y me la echara a los hombros para después salir por la ventana e ir de un lado a otro. Sin soltarla. Completamente absorbido por la rabia del momento, que había sido lo único que me había impulsado a tratarla de esa manera. Un yo que hacía mucho tiempo no salía frente a Carmmine. Un yo que, tal vez, llevaba mucho tiempo queriendo rebelarse contra la mujer que lo mantenía manso. Sin embargo, la rabia ya había abandonado mi mente y mi cerebro se despejaba con rapidez, lo suficiente para darme cuenta de lo mucho que la había cagado montando semejante numerito. No porque hubiese permitido a ese yo dominante salir y, finalmente, dominarla. Eso al fin y al cabo daba igual porque era parte de mi y no cambiaría pasara el tiempo que pasara. Si la había cagado, era porque la había llevado conmigo y había permitido a esa especie de sentimientos que yo tenía por ella inmiscuirse. Sentimientos que, supuestamente, debían permanecer cómo algo que sólo yo supiera. ¡Ella ni siquiera tendría que haberme visto! De hecho. Llevarla conmigo, en lugar de huir por mi cuenta, esa había sido definitivamente mi cagada más grande. Tanto tiempo de secretismo, de vigilarla en la sombra, para nada. ¡Para nada!. Y como es de esperar en un momento en el que no sólo estás enfadado contigo mismo sino que además te sale todo mal, intenté bajarla con delicadeza pero por algún motivo que desconozco terminó tropezándose y cayendo en el suelo de culo. Bueno, en realidad, sí pude percibir por qué. Sólo fueron unos milisegundos pero nuestros cuerpos se rozaron más de la cuenta, momento en el que ella intentó apartarse de un empujón que la catapultó hasta la maceta que tenía detrás de si. La visión no fue mala, lo admito. Pude percibir lo suficiente para que mi cuerpo recordara según que imágenes y sensaciones del todo inapropiadas en ese momento. Automáticamente, aparté la vista y eché un paso hacia atrás. Por suerte estaba tan ocupado despejando mi mente que no me entraron ni ganas de reír por la torpeza de su caída, o habría sido ya la hecatombe.
Unos segundos, o minutos, pasaron hasta que se decidió a hablar. Yo ya había dicho demasiado ¿No? Sería mejor no volver a hablar la boca. La levantaría, me marcharía y adiós muy buenas...
..el que se trata como un perro, eres tú, persiguiéndome como si no tuvieses nada mejor que hacer.
Mala idea.
Muy mala idea. Mierda. Mentalmente no hacía otra cosa que maldecir. Maldecir una y otra vez. ¿Cómo que yo la perseguía? ¡Bueno, sí es cierto! ¿Pero cómo es que ella lo sabía? No, no lo sabía. Debía decírmelo a mi mismo. Recordarme que había sido extremadamente cuidadoso y en ningún momento parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Eso lo estaría diciendo por la vez de la cabaña, mi casa, pero supuestamente alguna especie de refugio para ella. Sólo era eso. Ella no podía saber nada sobre mi, porque no me recordaba en absoluto y seguía sin recordarme. Mi cara probablemente era un mapa en ese momento, un mapa de emociones contradictorias. Con el ceño fruncido miraba en su dirección pero no estaba observando nada, ya se me había pasado cualquier tipo de calentura. Mantener mi identidad escondida se había convertido en algo realmente importante, por lo menos, hasta que recuperase la memoria. Tener una oportunidad hasta entonces era algo primordial. Joder, tener algo tan importante por una vez en mis ciento sesenta años de vida, era una puta mierda. Una real mierda.
Su mano, extendida hacia mi para que la ayudara, me preguntaba quién era yo. “¿Quién eres, Victorio Lambert?” Ah, si pudiera contestar. ¿Podía? Sí, podía. Pero no debía. Si se lo contaba todo lo destruiría. Destruiría cualquier resquicio de poder recuperar algo de lo que tuvimos. De poder recuperarla a ella, con o sin sus recuerdos. Ella seguía siendo ella. Su cabello pelirrojo, un cuerpo que me volvía loco, una mirada que me atravesaba y sabía verme. Siempre me había visto, desde el primer momento en que nuestras vidas se cruzaron. Y volveríamos a estar bien. Yo era quién lo había fastidiado todo; yo sería quién de la misma forma lo arreglara. Empezando desde ese mismo instante. Ya no huiría más. No podía. Tenía que enfrentarme a la realidad de que todo había cambiado, para mal o para bien, pero lo había hecho.
Ignorando su mano, mi cuerpo se inclinó hasta agarrarla por la cintura con un brazo y alzarla, de nuevo pegados. Y bastante. ― He sido muchas personas, Carmmine ― Susurré y, seguidamente, esta vez fui yo el que puso distancia de una forma algo menos accidentada y más tranquila, incluso cómo si tocarla no tuviera el poder de revivir mi corazón putrefacto. Cómo si, simplemente, fuera indiferente. O casi. ― Pero eso no te incumbe ― Mi voz había vuelto a ser glacial y mis ojos, mirándola fijamente, la taladraban. Aunque el enfado y la rabia ya eran agua pasada, no podía volver a mostrarle a ese Victorio débil, casi indefenso, que había visto días atrás. El hombre atormentado que había sido hasta volver a verla. Ese hombre seguía dentro de mi, torturándose por momentos, pero también estaba mi auténtico yo. El antiguo Vic al que nada le importaba, y que con gusto tomaría las riendas durante una buena temporada. Hasta que todo se solucionara. Hasta que pudiera mostrar, una vez más, a mi nuevo y todavía algo irreal yo. ― ¿De verdad piensas que te persigo? ― Mis labios, antes sellados, se curvaron formando una sonrisa burlona y mostraron parte de mi blanquecina dentadura. ― Qué interesante. Yo sólo perseguía a una presa que, por casualidad, resultó que quería matarte. Lo de después.. ― Bufé, rodando los ojos ― Sólo fue porque me cabreaste cuando intentaba ser un buen samaritano. Así que no deberías tomártelo como algo personal, preciosa ― Mis ojos le dieron un rápido repaso justo en ese instante. Estaba algo andrajosa pero, como era costumbre en ella, no perdía su sensualidad. Se veía atractiva de cualquier manera a mis ojos.
Vista ante la que el antiguo Victorio no pudo resistirse, claro. ― Ahora que lo pienso, he sido demasiado bueno llevándote conmigo ― Un paso. Dos. Ya estábamos de nuevo frente a frente. Mi mano volvió a agarrar uno de esos mechones ondulados y rojos como el fuego. ― Se me ocurren un par de maneras de que me lo agradezcas ― Tironeé del cabello al mismo tiempo que me acercaba todavía más, esta vez, sólo mi rostro. A milímetros de sus labios, suspiré.
Todo había sucedido demasiado rápido. Yo matando al humano, Carmmine resistiéndose a mis “órdenes”, lo que tuvo por consecuencia que me enfadara y me la echara a los hombros para después salir por la ventana e ir de un lado a otro. Sin soltarla. Completamente absorbido por la rabia del momento, que había sido lo único que me había impulsado a tratarla de esa manera. Un yo que hacía mucho tiempo no salía frente a Carmmine. Un yo que, tal vez, llevaba mucho tiempo queriendo rebelarse contra la mujer que lo mantenía manso. Sin embargo, la rabia ya había abandonado mi mente y mi cerebro se despejaba con rapidez, lo suficiente para darme cuenta de lo mucho que la había cagado montando semejante numerito. No porque hubiese permitido a ese yo dominante salir y, finalmente, dominarla. Eso al fin y al cabo daba igual porque era parte de mi y no cambiaría pasara el tiempo que pasara. Si la había cagado, era porque la había llevado conmigo y había permitido a esa especie de sentimientos que yo tenía por ella inmiscuirse. Sentimientos que, supuestamente, debían permanecer cómo algo que sólo yo supiera. ¡Ella ni siquiera tendría que haberme visto! De hecho. Llevarla conmigo, en lugar de huir por mi cuenta, esa había sido definitivamente mi cagada más grande. Tanto tiempo de secretismo, de vigilarla en la sombra, para nada. ¡Para nada!. Y como es de esperar en un momento en el que no sólo estás enfadado contigo mismo sino que además te sale todo mal, intenté bajarla con delicadeza pero por algún motivo que desconozco terminó tropezándose y cayendo en el suelo de culo. Bueno, en realidad, sí pude percibir por qué. Sólo fueron unos milisegundos pero nuestros cuerpos se rozaron más de la cuenta, momento en el que ella intentó apartarse de un empujón que la catapultó hasta la maceta que tenía detrás de si. La visión no fue mala, lo admito. Pude percibir lo suficiente para que mi cuerpo recordara según que imágenes y sensaciones del todo inapropiadas en ese momento. Automáticamente, aparté la vista y eché un paso hacia atrás. Por suerte estaba tan ocupado despejando mi mente que no me entraron ni ganas de reír por la torpeza de su caída, o habría sido ya la hecatombe.
Unos segundos, o minutos, pasaron hasta que se decidió a hablar. Yo ya había dicho demasiado ¿No? Sería mejor no volver a hablar la boca. La levantaría, me marcharía y adiós muy buenas...
..el que se trata como un perro, eres tú, persiguiéndome como si no tuvieses nada mejor que hacer.
Mala idea.
Muy mala idea. Mierda. Mentalmente no hacía otra cosa que maldecir. Maldecir una y otra vez. ¿Cómo que yo la perseguía? ¡Bueno, sí es cierto! ¿Pero cómo es que ella lo sabía? No, no lo sabía. Debía decírmelo a mi mismo. Recordarme que había sido extremadamente cuidadoso y en ningún momento parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Eso lo estaría diciendo por la vez de la cabaña, mi casa, pero supuestamente alguna especie de refugio para ella. Sólo era eso. Ella no podía saber nada sobre mi, porque no me recordaba en absoluto y seguía sin recordarme. Mi cara probablemente era un mapa en ese momento, un mapa de emociones contradictorias. Con el ceño fruncido miraba en su dirección pero no estaba observando nada, ya se me había pasado cualquier tipo de calentura. Mantener mi identidad escondida se había convertido en algo realmente importante, por lo menos, hasta que recuperase la memoria. Tener una oportunidad hasta entonces era algo primordial. Joder, tener algo tan importante por una vez en mis ciento sesenta años de vida, era una puta mierda. Una real mierda.
Su mano, extendida hacia mi para que la ayudara, me preguntaba quién era yo. “¿Quién eres, Victorio Lambert?” Ah, si pudiera contestar. ¿Podía? Sí, podía. Pero no debía. Si se lo contaba todo lo destruiría. Destruiría cualquier resquicio de poder recuperar algo de lo que tuvimos. De poder recuperarla a ella, con o sin sus recuerdos. Ella seguía siendo ella. Su cabello pelirrojo, un cuerpo que me volvía loco, una mirada que me atravesaba y sabía verme. Siempre me había visto, desde el primer momento en que nuestras vidas se cruzaron. Y volveríamos a estar bien. Yo era quién lo había fastidiado todo; yo sería quién de la misma forma lo arreglara. Empezando desde ese mismo instante. Ya no huiría más. No podía. Tenía que enfrentarme a la realidad de que todo había cambiado, para mal o para bien, pero lo había hecho.
Ignorando su mano, mi cuerpo se inclinó hasta agarrarla por la cintura con un brazo y alzarla, de nuevo pegados. Y bastante. ― He sido muchas personas, Carmmine ― Susurré y, seguidamente, esta vez fui yo el que puso distancia de una forma algo menos accidentada y más tranquila, incluso cómo si tocarla no tuviera el poder de revivir mi corazón putrefacto. Cómo si, simplemente, fuera indiferente. O casi. ― Pero eso no te incumbe ― Mi voz había vuelto a ser glacial y mis ojos, mirándola fijamente, la taladraban. Aunque el enfado y la rabia ya eran agua pasada, no podía volver a mostrarle a ese Victorio débil, casi indefenso, que había visto días atrás. El hombre atormentado que había sido hasta volver a verla. Ese hombre seguía dentro de mi, torturándose por momentos, pero también estaba mi auténtico yo. El antiguo Vic al que nada le importaba, y que con gusto tomaría las riendas durante una buena temporada. Hasta que todo se solucionara. Hasta que pudiera mostrar, una vez más, a mi nuevo y todavía algo irreal yo. ― ¿De verdad piensas que te persigo? ― Mis labios, antes sellados, se curvaron formando una sonrisa burlona y mostraron parte de mi blanquecina dentadura. ― Qué interesante. Yo sólo perseguía a una presa que, por casualidad, resultó que quería matarte. Lo de después.. ― Bufé, rodando los ojos ― Sólo fue porque me cabreaste cuando intentaba ser un buen samaritano. Así que no deberías tomártelo como algo personal, preciosa ― Mis ojos le dieron un rápido repaso justo en ese instante. Estaba algo andrajosa pero, como era costumbre en ella, no perdía su sensualidad. Se veía atractiva de cualquier manera a mis ojos.
Vista ante la que el antiguo Victorio no pudo resistirse, claro. ― Ahora que lo pienso, he sido demasiado bueno llevándote conmigo ― Un paso. Dos. Ya estábamos de nuevo frente a frente. Mi mano volvió a agarrar uno de esos mechones ondulados y rojos como el fuego. ― Se me ocurren un par de maneras de que me lo agradezcas ― Tironeé del cabello al mismo tiempo que me acercaba todavía más, esta vez, sólo mi rostro. A milímetros de sus labios, suspiré.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/06/2011
Localización : No quieras saberlo.
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
Estaba llena de inconsecuencias, incoherencias y contradicciones ¿Cómo era posible que este sujeto desencadenara todo eso? A mí, que me preciaba de tener todo calculado, todo claro. Sé que en este último tiempo no había sido la reina de la sensatez, pero cada vez que me lo encontraba terminaba haciendo cosas de las que no tardaba en arrepentirme. Ya casi no sabía qué clase de persona era. Estaba aún más perdida que antes. De hecho, creo que ni siquiera había un antes, porque a lo pasado en Londres no se le podía llamar un algo, el vivir “resguardada” entre cuatro paredes, entre libros y un ambiente controlado, como si no fuese más que una muñeca con que la jugar.
¿Qué había sido de ese tiempo en París? ¿Cómo era la Carmmine que aprendía a vivir en el mundo real? Realmente creí que podía hacer un borrón y cuenta nueva de todo aquello, pero estaba muy equivocada. No podía seguir quedándome en esta ciudad así, sin saber nada, sin ser nadie. Y como dije, no creo en algo tan ridículo como el destino, pero si por segunda vez tenía que cruzarme con este sujeto, era por algo. Así que ahora estaba decidida a averiguar la conexión, costara lo que costara.
Pero al parecer no sería fácil sacarle nada. Por más que me esforzara en mantener las distancias con él, desbarataba todo mis esfuerzos con una facilidad increíble. Como ahora que pasaba olímpicamente de ayudarme a levantarme en la forma en que lo había pedido. Trataba de no tomármelo mal, de considerarlo solo una especie de casanova que se trataba de divertir un poco conmigo, y por lo tanto, trataba de no darle la mayor importancia. Y mi cabeza me respondía, pero mi cuerpo era cosa aparte.
Este tipo de… cercanía, solo la tenía con aquellos que se estaban convirtiendo en mi alimento, por lo que no estaba para nada acostumbrada a que alguien jugara conmigo de este modo, mucho menos usando mi memoria, que era exactamente lo que parecía hacer ahora, buscando una forma de hacerse más interesante a mis ojos con cada una de sus negativas a decirme quien era realmente. Y por más que quisiera resistirme, él estaba ganando.
Por eso agradecí cuando puso cierta distancia de por medio, incluso esa forma indiferente de tratarme se me antojaba un momentáneo alivio. Momentáneo porque aun pasando de mí de ese modo, tenía cierto encanto, porque casi parecía que buscaba que yo me esforzara por llegar hasta él, que me ganara un trato mejor. Y si eso era necesario para conseguir respuestas a mis preguntas, me rebajaría a jugar su juego.
Luché para que mi semblante se mantuviera impasible pese a la cercanía y a la distancia, como si me diera igual, como si fuese solo otro más. Pero todo eso se quebró cuando volvió a abrir la boca.
“¿De verdad piensas que te persigo?”. Eso dolió. De una manera inesperada y prácticamente como un balde de agua fría, uno que me despertaba a la idea de que quizás él no estaba jugando a hacerse el difícil, el indiferente, sino que realmente era así. Tenía miedo, un miedo irracional y sin fundamento que no hacía referencia a la situación, sino que a él. Le temía a él.
- Nada personal – repetí inconscientemente mientras trataba de convencerme de que probablemente él estaba en lo cierto, de que no había ningún motivo por el cual tuviese que tratar conmigo y “perseguirme” – Disculpa la paranoia, pero eres la única persona que he visto dos veces en esta ciudad, y es extraño – reconocí casi como un signo de inminente derrota, al tiempo que me cruzaba de brazos en un vano intento por evitar que me mirara de ese modo, más bien demostrando el descontento por esa descarada forma de hacerlo.
¡Retrocede, maldición! Me decía a mí misma cuando lo vi acercarse nuevamente. Pero mi mente y mi cuerpo parecían no coordinarse entre sí, ni tampoco querían cooperar con mantener mi estado mental, basado en una frágil seguridad que de a poco se había ido desquebrajando – Yo no te pedí nada – murmuré casi para mí, en un sonido que se debilitó a medida que acercaba su mano a mi cabello, igual que antes, para jugar con él, o conmigo. De nuevo me sentía como una muñeca, sin voluntad.
No quería cerrar los ojos, de verdad no quería, era obvio que eso demostraría que había sido derrotada, pero tampoco fue algo que pudiese controlar, porque luego de aquel suspiro que pude sentir en la piel de mis labios, aquel músculo que bombeaba sangre ajena pareció removerse en mi pecho, pidiendo mi rendición incondicional. Tenía miedo incluso de moverme, de que esos escasos milímetros que nos separaban desaparecieran, y al mismo tiempo, tampoco tenía el valor de apartarme porque había algo que no estaba bien pero que tenía una razón de ser. Algo importante, y tan obvio que lo estaba pasando por alto.
Por eso busqué la salida más diplomática. Llevé una mano a su pecho, con la falsa intención de apartarlo – Debo insistir en que quien no entiende eres tú – susurré prácticamente en sus labios antes de llevar esa misma mano a su cuello para acercarlo, al mismo tiempo que desviaba de forma precisa mi rostro para evitar algún tipo de contacto como el de antes, dejando subsistente apenas un roce de mejillas – Así que reformularé, porque no me interesa conocer tus historias, ni tus nombres, ni tu pasado – dije honestamente, mientras deslizaba esa mano a su nuca para casi juguetear con su cabello, en lo que era una vuelta de mano a lo que había hecho antes - ¿Quién eras, para mí? – agregué secamente.
Había quedado perfectamente claro que para alguien como él se molestase en ayudar a alguien más debía haber cierto interés de por medio, y si este interés tenía que ver conmigo lo iba a averiguar, aunque tuviese que apostar aquel “agradecimiento” que le debía. Después de todo ¿No era esa mi intención al ir al burdel? Esto era solo un pequeño cambio de planes.
- Es obvio que en lo del agradecimiento no te refieres a dinero – dije seguido de una corta risa, tras la cual no pude evitar acercar mi torso un poco más al suyo, en parte para que se lo tomara lo siguiente como un ofrecimiento serio – Pero si respondes a mis preguntas, te lo agradeceré apropiadamente – un suave tironeo a su cabello para despertarlo, y de nuevo llevé la mano a su cuello para alejar su rostro unos centímetros, de modo que con mis labios pudiese reglarle un par de caricias en la comisura de los suyos.
La verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que estaba haciendo, solo que sabía que al parecer aquello funcionaria como una forma de convencerlo, o al menos la única que se me ocurría de momento, porque mi curiosidad ya había despertado y volverla a dormir sería imposible. Aunque eso significara que siguiese sorprendiéndome a mí misma con estas actitudes que solo había visto de reojo en las cortesanas del burdel. Era escalofriante replicarlo. Pero no tenía otra opción.
Después de dejarlo encantarse unos momentos más, lo aparté de golpe con la otra mano – Tú dirás – le inquirí por última vez, con una sonrisa desafiante, una que debía admitir no provenía solo de una fachada para convencerlo, sino que realmente me estaba divirtiendo, porque de cierto modo Victorio parecía agradarme después de todo.
¿Qué había sido de ese tiempo en París? ¿Cómo era la Carmmine que aprendía a vivir en el mundo real? Realmente creí que podía hacer un borrón y cuenta nueva de todo aquello, pero estaba muy equivocada. No podía seguir quedándome en esta ciudad así, sin saber nada, sin ser nadie. Y como dije, no creo en algo tan ridículo como el destino, pero si por segunda vez tenía que cruzarme con este sujeto, era por algo. Así que ahora estaba decidida a averiguar la conexión, costara lo que costara.
Pero al parecer no sería fácil sacarle nada. Por más que me esforzara en mantener las distancias con él, desbarataba todo mis esfuerzos con una facilidad increíble. Como ahora que pasaba olímpicamente de ayudarme a levantarme en la forma en que lo había pedido. Trataba de no tomármelo mal, de considerarlo solo una especie de casanova que se trataba de divertir un poco conmigo, y por lo tanto, trataba de no darle la mayor importancia. Y mi cabeza me respondía, pero mi cuerpo era cosa aparte.
Este tipo de… cercanía, solo la tenía con aquellos que se estaban convirtiendo en mi alimento, por lo que no estaba para nada acostumbrada a que alguien jugara conmigo de este modo, mucho menos usando mi memoria, que era exactamente lo que parecía hacer ahora, buscando una forma de hacerse más interesante a mis ojos con cada una de sus negativas a decirme quien era realmente. Y por más que quisiera resistirme, él estaba ganando.
Por eso agradecí cuando puso cierta distancia de por medio, incluso esa forma indiferente de tratarme se me antojaba un momentáneo alivio. Momentáneo porque aun pasando de mí de ese modo, tenía cierto encanto, porque casi parecía que buscaba que yo me esforzara por llegar hasta él, que me ganara un trato mejor. Y si eso era necesario para conseguir respuestas a mis preguntas, me rebajaría a jugar su juego.
Luché para que mi semblante se mantuviera impasible pese a la cercanía y a la distancia, como si me diera igual, como si fuese solo otro más. Pero todo eso se quebró cuando volvió a abrir la boca.
“¿De verdad piensas que te persigo?”. Eso dolió. De una manera inesperada y prácticamente como un balde de agua fría, uno que me despertaba a la idea de que quizás él no estaba jugando a hacerse el difícil, el indiferente, sino que realmente era así. Tenía miedo, un miedo irracional y sin fundamento que no hacía referencia a la situación, sino que a él. Le temía a él.
- Nada personal – repetí inconscientemente mientras trataba de convencerme de que probablemente él estaba en lo cierto, de que no había ningún motivo por el cual tuviese que tratar conmigo y “perseguirme” – Disculpa la paranoia, pero eres la única persona que he visto dos veces en esta ciudad, y es extraño – reconocí casi como un signo de inminente derrota, al tiempo que me cruzaba de brazos en un vano intento por evitar que me mirara de ese modo, más bien demostrando el descontento por esa descarada forma de hacerlo.
¡Retrocede, maldición! Me decía a mí misma cuando lo vi acercarse nuevamente. Pero mi mente y mi cuerpo parecían no coordinarse entre sí, ni tampoco querían cooperar con mantener mi estado mental, basado en una frágil seguridad que de a poco se había ido desquebrajando – Yo no te pedí nada – murmuré casi para mí, en un sonido que se debilitó a medida que acercaba su mano a mi cabello, igual que antes, para jugar con él, o conmigo. De nuevo me sentía como una muñeca, sin voluntad.
No quería cerrar los ojos, de verdad no quería, era obvio que eso demostraría que había sido derrotada, pero tampoco fue algo que pudiese controlar, porque luego de aquel suspiro que pude sentir en la piel de mis labios, aquel músculo que bombeaba sangre ajena pareció removerse en mi pecho, pidiendo mi rendición incondicional. Tenía miedo incluso de moverme, de que esos escasos milímetros que nos separaban desaparecieran, y al mismo tiempo, tampoco tenía el valor de apartarme porque había algo que no estaba bien pero que tenía una razón de ser. Algo importante, y tan obvio que lo estaba pasando por alto.
Por eso busqué la salida más diplomática. Llevé una mano a su pecho, con la falsa intención de apartarlo – Debo insistir en que quien no entiende eres tú – susurré prácticamente en sus labios antes de llevar esa misma mano a su cuello para acercarlo, al mismo tiempo que desviaba de forma precisa mi rostro para evitar algún tipo de contacto como el de antes, dejando subsistente apenas un roce de mejillas – Así que reformularé, porque no me interesa conocer tus historias, ni tus nombres, ni tu pasado – dije honestamente, mientras deslizaba esa mano a su nuca para casi juguetear con su cabello, en lo que era una vuelta de mano a lo que había hecho antes - ¿Quién eras, para mí? – agregué secamente.
Había quedado perfectamente claro que para alguien como él se molestase en ayudar a alguien más debía haber cierto interés de por medio, y si este interés tenía que ver conmigo lo iba a averiguar, aunque tuviese que apostar aquel “agradecimiento” que le debía. Después de todo ¿No era esa mi intención al ir al burdel? Esto era solo un pequeño cambio de planes.
- Es obvio que en lo del agradecimiento no te refieres a dinero – dije seguido de una corta risa, tras la cual no pude evitar acercar mi torso un poco más al suyo, en parte para que se lo tomara lo siguiente como un ofrecimiento serio – Pero si respondes a mis preguntas, te lo agradeceré apropiadamente – un suave tironeo a su cabello para despertarlo, y de nuevo llevé la mano a su cuello para alejar su rostro unos centímetros, de modo que con mis labios pudiese reglarle un par de caricias en la comisura de los suyos.
La verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que estaba haciendo, solo que sabía que al parecer aquello funcionaria como una forma de convencerlo, o al menos la única que se me ocurría de momento, porque mi curiosidad ya había despertado y volverla a dormir sería imposible. Aunque eso significara que siguiese sorprendiéndome a mí misma con estas actitudes que solo había visto de reojo en las cortesanas del burdel. Era escalofriante replicarlo. Pero no tenía otra opción.
Después de dejarlo encantarse unos momentos más, lo aparté de golpe con la otra mano – Tú dirás – le inquirí por última vez, con una sonrisa desafiante, una que debía admitir no provenía solo de una fachada para convencerlo, sino que realmente me estaba divirtiendo, porque de cierto modo Victorio parecía agradarme después de todo.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
“Se lo ha tragado” Pensé, momentáneamente. El teatro en el que yo era un vampiro más al que por casualidad se encontraba por segunda vez, funcionaba. Parecía increíble, después de todo por lo que habíamos pasado, pero claro ella no era esa mujer. Era sólo una parte. Una parte en la que no había ni rastro de mi, no más de lo que acababa de pasar y pasó días atrás en la cabaña. Puta mierda. Eso era. No la situación. La situación era.. extraña. Sí, pero comprensible. Esas cosas pasaban ¿No? A veces. La puta mierda era lo que pensar en ello me provocaba. Esa sensación de intranquilidad cuándo me ponía a pensar en todo lo ocurrido, sobretodo, en que ella no se acordaba de mi. En lo que le debía de haber ocurrido por la estúpida decisión de alejarme de su lado. Ya era suficiente. No podía continuar con esa jodida tortura. Un día tras otro, desde que volví. Un día tras otro, desde que volví a verla. Esto era un punto y a parte. Había decidido seguir adelante, hacer borrón y cuenta nueva. Hasta... ¿Quién sabe? Hasta que ella recuperase sus recuerdos, si lo hacía. Hasta nunca, en el caso contrario. Lo que tuvimos, podíamos volverlo a tener. Mejor, inclusive. Esta vez sin cobardías. El pasado, pisado quedaba.
Por qué, entonces, la intranquilidad de mi podrido corazón no desaparecía.
La cercanía aumentó. Para mi sorpresa, ella no se negó... del todo. ¿Qué era eso que olía? ¿Excitación? ¿Sería posible? No debía estar muy equivocado cuándo no me apartó como yo esperaba. “No te tomes tantas confianzas” O algo parecido esperaba escuchar. En lugar de eso, fue una de sus manos en mi pecho lo que recibí como respuesta. Una mano intrépida que se deslizó lentamente hasta el nacimiento de mi cabello en la nuca. Deliciosamente tiró y yo casi tengo un jodido orgasmo. Peor aún, mi falo se hinchó lleno de vida (irónicamente) entre mis pantalones. Y eso no había forma, humana o sobrenatural, de ocultarlo. Un simple toque suyo consiguió, una vez más, revivir lo que llevaba meses muerto. Lo que hasta ese momento había sido un simple trozo de carne muerto, como el resto de mi. Muerto, en vida. Ella, sin embargo, me resucitaba con cada aliento. Con cada palabra. Con sólo verla, juraría escuchar mi corazón latir de nuevo. Si era capaz de pensar tales cursilerías... estaba claro que algo mucho más grave me había ocurrido. No era momento, en cualquier caso, de dejar aflorar semejantes conclusiones. Era mi antiguo Vic al que le tocaba actuar durante una buena temporada y me aseguraría de ello. No me resultaría nada complicado, a decir verdad, él llevaba demasiado tiempo esperando este momento.
Los caninos se alargaron a la mitad de su tamaño involuntariamente, de placer. Ella tenía que haber notado mi placer ante su toque, y su inesperado atrevimiento, pero no me importaba en absoluto. Formaba parte de mi arrogancia. Me había excitado, sí ¿Y qué? Yo era el mejor de los machos y me enorgullecía de demostrarlo tan abiertamente. Aunque ella no tenía ni una ligera idea de que no cualquiera (nadie, en ese momento) podía ponerme en ese estado, claro. Resultaba hasta divertido lo ingenua que se veía entre mis brazos, intentando mostrarse ligeramente seductora. En su estilo, Carmmine hasta en la seducción era elegante. Sutilmente rozaba su cuerpo contra el mío. Sus labios, que casi me besaron, se apartaron con rapidez en cuánto terminó sus argumentos. “Tú dirás” ¡Sí, claro! Yo diré. Acababa de ofrecerme sexo a cambio de información sobre su pasado. Sobre el yo de su pasado, concretamente. Y yo tenía que decir. Increíble pero cierto. Tanto tiempo esperando este momento. Tantas veces que había soñado con una oportunidad semejante, para.. nada. Nada, nada de nada. Ni por un polvo suyo soltaría prenda. De hecho, intuía que si aceptaba iba a ponérselo demasiado fácil. Había sido suficiente con hacerle saber lo atractiva que resultaba a mis ojos y la facilidad con la que era capaz de excitarme. Miedo me daba que se las diera ahora de seductora con los hombres, después de semejante experiencia conmigo.. Tendría que confiar en que con ningún otro le atraería de la misma forma ponerse en semejante situación. Y no debía olvidar que el misterio que ella pensaba (con razón) que yo ocultaba, era un aliciente muy importante en semejante alocado intercambio. Gruñí descaradamente, con frustración. ― Esa es una oferta demasiado tentadora y peligrosa para una muchachita como tú ― No iba a seguirle el juego y caer (aún más) como un tonto a sus pies. Por algún lado tenía que salir, sin embargo. Antes de poner la distancia oficial entre nosotros, le apreté con ansia una de sus nalgas, lo suficiente para comprobar que continuaban siendo deliciosas. Y los idiotas de mis dientes se alargaron de deseo por morderlas. “Aleja esos pensamientos, hombre”. ― Sin embargo.. ― Me crucé de brazos, mirándola con altiveza ahora desde mi altura. Con una sonrisa burlona, murmuré. ― Para puta, lo haces bastante bien. Casi había olvidado cuál era el sitio dónde nos encontramos ― Reí, esta vez con guasa. ― Voy a pasar por alto la oferta por ahora, me apetece algo más.. vivo. Pero espero poder cobrármelo en otra ocasión en la que me sienta más comunicativo ― Susurré esta última frase en su oído. Y en un visto y no visto, ya había huido a cualquier lugar oscuro que camuflara mi presencia de ella.
Por esa noche había sido suficiente. No más vigilancia. No más obsesión. Volveríamos a encontrarnos cuándo el destino así se lo propusiera y, para entonces, ya no quedaría ni rastro del antiguo yo que tanto me molestaba.
Por qué, entonces, la intranquilidad de mi podrido corazón no desaparecía.
La cercanía aumentó. Para mi sorpresa, ella no se negó... del todo. ¿Qué era eso que olía? ¿Excitación? ¿Sería posible? No debía estar muy equivocado cuándo no me apartó como yo esperaba. “No te tomes tantas confianzas” O algo parecido esperaba escuchar. En lugar de eso, fue una de sus manos en mi pecho lo que recibí como respuesta. Una mano intrépida que se deslizó lentamente hasta el nacimiento de mi cabello en la nuca. Deliciosamente tiró y yo casi tengo un jodido orgasmo. Peor aún, mi falo se hinchó lleno de vida (irónicamente) entre mis pantalones. Y eso no había forma, humana o sobrenatural, de ocultarlo. Un simple toque suyo consiguió, una vez más, revivir lo que llevaba meses muerto. Lo que hasta ese momento había sido un simple trozo de carne muerto, como el resto de mi. Muerto, en vida. Ella, sin embargo, me resucitaba con cada aliento. Con cada palabra. Con sólo verla, juraría escuchar mi corazón latir de nuevo. Si era capaz de pensar tales cursilerías... estaba claro que algo mucho más grave me había ocurrido. No era momento, en cualquier caso, de dejar aflorar semejantes conclusiones. Era mi antiguo Vic al que le tocaba actuar durante una buena temporada y me aseguraría de ello. No me resultaría nada complicado, a decir verdad, él llevaba demasiado tiempo esperando este momento.
Los caninos se alargaron a la mitad de su tamaño involuntariamente, de placer. Ella tenía que haber notado mi placer ante su toque, y su inesperado atrevimiento, pero no me importaba en absoluto. Formaba parte de mi arrogancia. Me había excitado, sí ¿Y qué? Yo era el mejor de los machos y me enorgullecía de demostrarlo tan abiertamente. Aunque ella no tenía ni una ligera idea de que no cualquiera (nadie, en ese momento) podía ponerme en ese estado, claro. Resultaba hasta divertido lo ingenua que se veía entre mis brazos, intentando mostrarse ligeramente seductora. En su estilo, Carmmine hasta en la seducción era elegante. Sutilmente rozaba su cuerpo contra el mío. Sus labios, que casi me besaron, se apartaron con rapidez en cuánto terminó sus argumentos. “Tú dirás” ¡Sí, claro! Yo diré. Acababa de ofrecerme sexo a cambio de información sobre su pasado. Sobre el yo de su pasado, concretamente. Y yo tenía que decir. Increíble pero cierto. Tanto tiempo esperando este momento. Tantas veces que había soñado con una oportunidad semejante, para.. nada. Nada, nada de nada. Ni por un polvo suyo soltaría prenda. De hecho, intuía que si aceptaba iba a ponérselo demasiado fácil. Había sido suficiente con hacerle saber lo atractiva que resultaba a mis ojos y la facilidad con la que era capaz de excitarme. Miedo me daba que se las diera ahora de seductora con los hombres, después de semejante experiencia conmigo.. Tendría que confiar en que con ningún otro le atraería de la misma forma ponerse en semejante situación. Y no debía olvidar que el misterio que ella pensaba (con razón) que yo ocultaba, era un aliciente muy importante en semejante alocado intercambio. Gruñí descaradamente, con frustración. ― Esa es una oferta demasiado tentadora y peligrosa para una muchachita como tú ― No iba a seguirle el juego y caer (aún más) como un tonto a sus pies. Por algún lado tenía que salir, sin embargo. Antes de poner la distancia oficial entre nosotros, le apreté con ansia una de sus nalgas, lo suficiente para comprobar que continuaban siendo deliciosas. Y los idiotas de mis dientes se alargaron de deseo por morderlas. “Aleja esos pensamientos, hombre”. ― Sin embargo.. ― Me crucé de brazos, mirándola con altiveza ahora desde mi altura. Con una sonrisa burlona, murmuré. ― Para puta, lo haces bastante bien. Casi había olvidado cuál era el sitio dónde nos encontramos ― Reí, esta vez con guasa. ― Voy a pasar por alto la oferta por ahora, me apetece algo más.. vivo. Pero espero poder cobrármelo en otra ocasión en la que me sienta más comunicativo ― Susurré esta última frase en su oído. Y en un visto y no visto, ya había huido a cualquier lugar oscuro que camuflara mi presencia de ella.
Por esa noche había sido suficiente. No más vigilancia. No más obsesión. Volveríamos a encontrarnos cuándo el destino así se lo propusiera y, para entonces, ya no quedaría ni rastro del antiguo yo que tanto me molestaba.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/06/2011
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Re: Reminiscence [Victorio Lambert]
Era ciertamente diferente al sujeto de aquel día en la cabaña, tanto que casi podía dudar de que fueran la misma persona, pero no era el único que se había vuelto irreconocible ¿Cómo podía estar emulando este tipo de intimidad con un completo desconocido? Iba prácticamente en contra de todo lo que yo creía que era, aunque la verdad es que ya no estaba demasiado segura en qué debía creer, o a quien. Pero de no intentarlo no podrían culparme. Estaba tratando de saber, poniendo parte de mi fe en las endebles palabras ajenas, con la esperanza de que sonaran familiares, de que de cierto modo sabría si eran verdades o solo inventos suyos.
Tenía demasiadas expectativas respecto a esto, y no tardé demasiado en darme cuenta que había pecado de ingenua. Aunque físicamente había conseguido mi objetivo ¡Y vaya que sí! Había fallado al subestimarlo, al creer que los impulsos que el cuerpo exigía serían suficientes para convencerlo de esta estupidez ¡Enhorabuena por su fuerza de voluntad!
La negativa que se vino con aquello de que hacer esa oferta era demasiado para alguien como yo fue solo el primer golpe, y no todos venían de su parte, yo misma me hacía sentir asquerosa por lo que acababa de hacer, porque había ido en contra de todo lo que supone que yo creía, al ofrecerme de aquel modo tan básico. Ahora lo único que quería era apartarme de él, darme la media vuelta y largarme, pero nuevamente era él quien me arrebataba el control de la situación y volvía endeble toda mi credibilidad, todo con un estúpido agarrón en mi trasero. Me sentía indignada y asqueada, y mi rostro no se tardó en demostrarlo con el ceño fruncido y una mirada que, de poder, ya lo habría incinerado.
Luego aquel apelativo ¡Eso ya era demasiado! Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar esa palabra con que solían referirse a las cortesanas, hasta volver a pronunciarla, aun mentalmente, me sentaba mal ¿Cómo se atrevía? Y aún más, agravó la falta riéndose de mí. Sí, yo misma me había puesto en esa situación, y este tipo de reacción debía estar dentro de las posibilidades, pero el hecho de provenir de él hacía que ¿Doliera?
Ya había abierto los labios para replicar, aunque no sabía con qué palabras hacerlo, quizás solo un “basta”. Pero continuó. No era suficiente humillación el saber que mi pequeño plan había fracasado tan patéticamente, además tenía que mencionar que iría a por “algo más vivo”. Eso fue lo último, lo que me hizo enfadar de verdad, más allá de lo que era razonable.
No sé por qué, pero quería creer que solo estaba jugando conmigo, que eso último no era verdad, pero su arrogancia, y cómo no, la sangre que se agolpaba en el bulto entre sus piernas, eran suficiente para presumir lo contrario. “Pues bien, tírate a quien quieras”, pensé, son controlar el hecho de que obviamente podría escucharme. Solo atiné a voltear el rostro, que ahora estaba teñido de rojo, parte rabia, parte vergüenza.
Aparte de unos cuantos improperios, no había nada más que pudiese articular para él, y por suerte no tuve que concretar ninguno, porque con ese susurro burlón, que lejos de darle esperanzas a mi idea de obtener información de él, hacía que viera lo ridículo que era ese plan. Iba a responderle, a decirle que lo olvidara y que se fuera al carajo, pero para cuando sentí mi garganta lo suficientemente despejada como para articular palabras de nuevo, ya era demasiado tarde. Lo único que quedaba era esa suave brisa dándome una bofetada en el rostro.
No tenía sentido que siquiera intentara buscarlo ¿Para qué? ¿Para humillarme más a mí misma? Creo que ya había tenido suficiente por hoy. Primero con el imbécil que casi me mata y luego con él otro imbécil que hacía que quisiera morirme. Había apostado lo único que tenía y que parecía interesarle, pero lo había hecho mal, de hecho, ni siquiera sabía si le estaba apostando a las pistas correctas ¿Qué tal si él no sabía más que yo? Me había arriesgado demasiado por hoy, y quizás me estaba haciendo un favor al irse sin más.
Después de todo, tal vez sabía por qué las cosas habían terminado así, conmigo en el burdel. Solo no quería estar sola en esa enorme casa, tal vez por eso había preferido esa casita suya, tal vez por eso había buscado una especie de sucedáneo del consuelo – Tal vez. Tal vez – me repetí en voz alta mientras entraba a aquella casa, a sabiendas de que no había nadie en estos momentos. Casi esperaba que hubiese alguien, pero hoy no tocaría más que otra noche conmigo misma, una en que la obsesión por saber de esos recuerdos había desaparecido ¿Para qué volver a molestarme? Respirar era ya lo suficientemente agotador como para intentar hacer algo más.
Tenía demasiadas expectativas respecto a esto, y no tardé demasiado en darme cuenta que había pecado de ingenua. Aunque físicamente había conseguido mi objetivo ¡Y vaya que sí! Había fallado al subestimarlo, al creer que los impulsos que el cuerpo exigía serían suficientes para convencerlo de esta estupidez ¡Enhorabuena por su fuerza de voluntad!
La negativa que se vino con aquello de que hacer esa oferta era demasiado para alguien como yo fue solo el primer golpe, y no todos venían de su parte, yo misma me hacía sentir asquerosa por lo que acababa de hacer, porque había ido en contra de todo lo que supone que yo creía, al ofrecerme de aquel modo tan básico. Ahora lo único que quería era apartarme de él, darme la media vuelta y largarme, pero nuevamente era él quien me arrebataba el control de la situación y volvía endeble toda mi credibilidad, todo con un estúpido agarrón en mi trasero. Me sentía indignada y asqueada, y mi rostro no se tardó en demostrarlo con el ceño fruncido y una mirada que, de poder, ya lo habría incinerado.
Luego aquel apelativo ¡Eso ya era demasiado! Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar esa palabra con que solían referirse a las cortesanas, hasta volver a pronunciarla, aun mentalmente, me sentaba mal ¿Cómo se atrevía? Y aún más, agravó la falta riéndose de mí. Sí, yo misma me había puesto en esa situación, y este tipo de reacción debía estar dentro de las posibilidades, pero el hecho de provenir de él hacía que ¿Doliera?
Ya había abierto los labios para replicar, aunque no sabía con qué palabras hacerlo, quizás solo un “basta”. Pero continuó. No era suficiente humillación el saber que mi pequeño plan había fracasado tan patéticamente, además tenía que mencionar que iría a por “algo más vivo”. Eso fue lo último, lo que me hizo enfadar de verdad, más allá de lo que era razonable.
No sé por qué, pero quería creer que solo estaba jugando conmigo, que eso último no era verdad, pero su arrogancia, y cómo no, la sangre que se agolpaba en el bulto entre sus piernas, eran suficiente para presumir lo contrario. “Pues bien, tírate a quien quieras”, pensé, son controlar el hecho de que obviamente podría escucharme. Solo atiné a voltear el rostro, que ahora estaba teñido de rojo, parte rabia, parte vergüenza.
Aparte de unos cuantos improperios, no había nada más que pudiese articular para él, y por suerte no tuve que concretar ninguno, porque con ese susurro burlón, que lejos de darle esperanzas a mi idea de obtener información de él, hacía que viera lo ridículo que era ese plan. Iba a responderle, a decirle que lo olvidara y que se fuera al carajo, pero para cuando sentí mi garganta lo suficientemente despejada como para articular palabras de nuevo, ya era demasiado tarde. Lo único que quedaba era esa suave brisa dándome una bofetada en el rostro.
No tenía sentido que siquiera intentara buscarlo ¿Para qué? ¿Para humillarme más a mí misma? Creo que ya había tenido suficiente por hoy. Primero con el imbécil que casi me mata y luego con él otro imbécil que hacía que quisiera morirme. Había apostado lo único que tenía y que parecía interesarle, pero lo había hecho mal, de hecho, ni siquiera sabía si le estaba apostando a las pistas correctas ¿Qué tal si él no sabía más que yo? Me había arriesgado demasiado por hoy, y quizás me estaba haciendo un favor al irse sin más.
Después de todo, tal vez sabía por qué las cosas habían terminado así, conmigo en el burdel. Solo no quería estar sola en esa enorme casa, tal vez por eso había preferido esa casita suya, tal vez por eso había buscado una especie de sucedáneo del consuelo – Tal vez. Tal vez – me repetí en voz alta mientras entraba a aquella casa, a sabiendas de que no había nadie en estos momentos. Casi esperaba que hubiese alguien, pero hoy no tocaría más que otra noche conmigo misma, una en que la obsesión por saber de esos recuerdos había desaparecido ¿Para qué volver a molestarme? Respirar era ya lo suficientemente agotador como para intentar hacer algo más.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/04/2011
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