Uno, dos, tres... [Victorio Lambert]

Aquella noche prometía y la verdad todavía no podía creerme que hubiese aceptado otra de las invitaciones de Delilah. Os preguntareis ¿quién es Delilah? Pues una mocosa. Sí, una mocosa que se había ganado mi amistad a pulso tras demostrarme que se la merecía, al igual que me merecía yo la suya claro. Para su mala fortuna su contador de vida se paró aproximadamente sobre los dieciseis años y os podreis imaginar cual fue mi reacción al verla por primera vez ¿verdad? En fin, eso ya forma parte del pasado y tengo que situaros en el presente.

En el presente me encontraba frente a un espejo mientras me daba los últimos retoques al traje que ella misma me había comprado otra de las veces que acudí con ella a uno de esos bailes a los que la invitaban. Oh sí, otro dato sobre ella era que se codeaba con las mejores gentes, tenía dinero para dar y tomar. A veces inclusive yo me aprovechaba un poco de ello ¿La confianza da asco verdad? Muchos lo dicen, yo solo lo confirmo.

Tras ajustarme la corbata y ponerme la chaqueta miré el reloj de bolsillo. Pasaban un par de minutos de medianoche lo que quería decir que ya llegaba tarde, habiamos quedado a en punto. Claro que no era raro en mi si no más bien habitual, todo eso me recordaba mucho a mi antigua vida, todas esas fiestas deslumbrantes que a muchos le entraban por los ojos de ver tanto diamante junto. De ver tanta joya sobre el cuerpo femenino, yo fui uno de los primeros a los que le deslumbró ese lujo, claro que, de eso ya hacía bastante tiempo. Ahora no producían el menor efecto en mi, mi pacifica vida como un aparente hombre de clase mediana era suficiente.

Cojí uno de los carruajes que por casualidad pasaban por mi calle. La cara de sorpresa del cochero al indicarle que era el palacio allá a donde iba precisamente a mi no me sorprendió; dada la zona de la que venía era de extrañar que fuese allí. Aunque mis ropas ya pudiesen indicar que no iba a cualquier lugar, eran de un cierto alto standing, de seda y bastante remilgadas. Completamente diferentes de las que utilizaba normalmente. Por no hablar del pelo, ligeramente engominado dándome así un toque morderno a la vez que elegante.

El trayecto no duró más de cinco o diez minutos y eché casi a correr en cuanto paró, dejandole la propina adecuada al muchacho que llevaba el carrito. Poco a poco la gente iba entrado dentro y no tardé ni dos segundos en avistar a mi compañera ¿Cómo no hacerlo? Estaba deslumbrante además de que a tan "joven" edad y luciendo esas ropas tan adultas siempre destacaba allá a donde iba. - Ya estoy aqui Nena, siento el retraso - me incliné para besar una de sus mejillas asegurandome de rasparle ligeramente con la perilla pues sabía que eso le molestaba. - ¿Entramos? - alzé una ceja y ofrecí uno de mis brazos para que se agarrara, como todo buen caballero. Vale sí, puede que mi entrada no hubiese sido de lo más formal pero de vez en cuando el acudir a mis viejos formalismos tampoco estaba tan mal.

No pude evitar sonreir ante su advertencia con ese tono de molestia pero sabiendo que lo dejaría pasar, como todo lo que se refería a mi. Era una de las ventajas de ser tan cercanos que a pesar de tu nefasto humor me lo perdonaba todo; por eso también me gustaba molestarla. Cuando la conocí yo me consideraba de un humor ciertamente serio, no demasiado altivo pero sí exigente, ahora ya sé que ella me supera con creces. A su lado no parezco otra cosa que un trozo de pan, tal vez no demasiado blando, pero lo uno no quita lo otro. Blando si que no lo sería nunca, la vida ya me había enseñado mucho y con cada nueva experiencia ganaba aptitud.

Me paré con las manos entrelazadas hacia delante mientras se disponía a arreglarme la corbata, cosa que veía venir - Ya sé que no te gustan, por eso lo digo; preciosa - usé un tono ligeramente recochineante al pronunciar un nuevo apelativo, uno de los muchos por los que llamaba a las mujeres con las que tenía confianza. O bien aquellas con las que pasaba una noche y, por la contra, no me importaban absolutamente nada. La cuestión esque pocas veces acababa llamandolas por su nombre, si eso, utilizaba una abreviación.

Empezamos a caminar de nuevo una vez hubo finalizado el arreglo y entramos en aquel enorme palacio comenzando por la salita principal. Allí estaba uno de los mayordomos con la lista de invitados, como no pues era obvio que no iban a dejar pasar a cualquiera - Vaya que raro en ti, normalmente prefieres observar posibles presas para la noche - utilizé un susurro como respuesta a su pregunta, no sería demasiado bueno gritar eso a los cuatro viento o según que se enterara podría pensar cosas muy raras. Tal vez ciertas o tal vez falsas pero al fin y al cabo extrañas - ¿Sus nombres por favor? - escuché que nada más pararos frente al recepcionista del evento pidió nuestros nombres; Delilah era la "reina" por así decirlo puesto que yo ejercía de acompañante pero aún así no se veía del todo bien que fuese ella la que hablara - Delilah Blackheart y Victorio Lambert - le miré a los ojos observando que él comprobaba los nombres en la lista, esos pequeños segundos de espera acababan por ponerme algo nervioso. Si algo no soportaba eran las equivocaciones - Bienvenidos madame e monsieur - tras un leve movimiento de cabeza como simbolo de agradecimiento reanudamos el caminar esta vez ya dando paso al gran salon.


Paré mis pasos y volteé mi rostro hacia mi acompañante; ya tenía demasiado visto aquel lugar como para sorprenderme como muchos hacían. Diferente decorado pero mismo estilo - Bien Del ¿ahora que toca, relacionarse? - hablé de manera ironica y con una pequeña sonrisa en mi rostro mientras afianzaba el agarré que tenía ella a mi cuerpo; pegándola a mi unos centímetros más. Era obvio que no lo dije enserio, si algo nos desagradaba a ambos era fingir amabilidad o cortesía frente a otros, sin embargo, muchas veces a ella si le tocaba pasar por eso y como me divertía yo viendola en esas situaciones.

La respuesta de mi compañera me sacó una pequeña sonrisa pues no la adiviné dificilmente. Mi pregunta fué totalmente irónica. Sabía que Del no era precisamente a las que le agradaba socializar con los ajenos a ella. Nisiquiera en la esfera que solía rodearse, de grandes e importantes personas. Posiblemente nisiquiera conseguirían obligarla a ello y en ningún momento era tampoco mi intención. Sociabilizar no era lo mío en ninguno de los casos, las relaciones que se me presentaban acababan siendo siempre fortuitas, de pura casualidad o no que yo hubiese previsto, demandado.

La miré de la misma manera en la que ella me miraba, directamente y mis labios se movieron. No para hablar pero sí para sonreir. Una sutil sonrisilla ligeramente pícara que corroboraba el que yo tenía el mismo pensamiento al suyo. Además de parecerme una muy buena convinación el comer y bailar. Ambas cosas se nos daban de maravilla a ambos ¿para qué negarlo? Nos encantaba también crear expetaciones en los chismosos de la sala. Humanos que tenían una vida tan patética que no podían hacer otra cosa que no fuese hablar sobre la vida ajena y la pareja que formabamos Del y yo era sin duda una bastante resaltante. Una mocosa que resultaba no ser tan mocosa y un apuesto jovencito de ojos como la mar que encandilarían a cualquier bella jovencita que pasara por delante. Explosiva era la única palabra que se me venía a la mente en ese momento. Convinación explosiva.

Agarré con sutileza la mano que se paseaba por mi mentón, juntando palma con palma al mismo tiempo que mi otra mano se posaba sobre su cintura. De esta manera, nuestra posición era muy similar a la de un posible baile - Te diría que las damas primero, pero dejaré lo cortés para el caballero que intente hacerte sucumbir esta noche - casí reí más me aguante la carcajada. Y entonces al escuchar como lentamente la música del vals iba apareciendo, un vals bastante famoso cabe decir, empezé a mover mi cuerpo junto al suyo en dirección a la pista de baile situada tan solo a unos metros de nuestra actual posición.

Sabía que Del podía ser de lo más sutil o por la contra carecer de ello a la hora de mandar al carajo a cualquier pringado que intentara acercarsele con fines no demasiado buenos. O con fines buenos. Todo daba igual porque para ella muy pocas personas podían considerarse de su atención ¿Debía yo considerarme afortunado? La fortuna, el destino. No era algo en lo que yo creyera y por ende ese sentimiento tampoco formaba parte de mi. Y, en caso de no ser así, se podría decir que ambos habíamos corrido la misma suerte. Lo que estaba claro es que, si nuestras personalidades habían sido mínimamente compatibles como para establecer el tipo de relación que teníamos era porque nos aportabamos cosas. Malas o buenas. Pero lo suficientemente fuerte como para unirnos.

Más allá de lo romantico. Ambos careciamos del romanticismo necesario como para ser una pareja de "novios" si podriamos llegar a serlo ¿Por qué no? Ella era mujer y yo un hombre. Sexos opuestos que en algún momento se sentirían atraídos, la naturaleza después de todo. Pero desdeluego no comunes. Nada en nosotros era común. Empezando por nuestra vida humana y acabando por los echos tras nuestra muerte en vida.