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¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?  [Ainna Minel] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Albert Ollivier Sáb Dic 08, 2012 5:32 pm

Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos,
juntos desde la ropa a las raíces,
juntos de otoño, de agua, de caderas,
hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.

Soneto II - Cien sonetos de amor - Pablo Neruda.

Dentro de dos horas el sol se escondería por completo y él debería, al igual que esa estrella brillante da paso a otras que sólo se presentan en la oscuridad, dar paso también a la decisión que ha meditado durante tantas noches. Después del crepúsculo es un tiempo complicado para quien ha vivido sus más grandes batallas en las sombras. Las batallas contra los seres sobrenaturales, las batallas contra quienes piensan distinto de él, las batallas contra los miedos de su hija, las batallas que mantuvo con su ex esposa. Pero ahora libra la batalla más difícil de todas, ¿será capaz de dejar a un lado sus propias creencias para aceptar lo que siente por alguien en quien ni siquiera debería fijarse? Porque aunque sienta que no es la bendición de Dios sino el pecado quien los rodea, prefiere eso, porque la prefiere a ella. El infierno no luce como un futuro tan terrible cuando lo que está haciendo vale tanto la pena. Ella vale la pena, ella la que ahora no le permite dormir ni tampoco respirar como debiera, la presión dentro de su pecho aumenta, debe salir.

Mientras Albert va caminando y dejando atrás no sólo su casa y a su hija, deja también las convicciones bajo las que fue criado. Paris es una tentación constante aunque hasta entonces nunca había caído en ella. Es una mujer la que pone su mundo boca abajo y es la voz de una mujer la que espera escuchar mientras va a su encuentro. Quizás la escena que vea no le guste o tal vez ella simplemente se niegue a recibirlo, tiene todo el derecho después de que él no le informara que la iría a visitar esa noche. ¿Hasta cuándo deberá soportar no poder estar con ella cada vez que lo desee? Tiene un trabajo a medio terminar pero es imposible concentrarse cuando hay algo inconcluso en otro lado. Desde una cuadra antes se puede escuchar la música proveniente del burdel y también las risas y gritos que suelen acompañar los espectáculos que ahí se presentan. Tiene los hombros cubiertos por una chaqueta que tomó al salir tan rápido y ahora le estorba, tanto como los pensamientos que siguen agolpándose y clavándole en la nuca para hacerlo sentir culpable.

Una vez dentro algunas mujeres se le acercan y él aprovecha para preguntarles sobre aquella a la que busca, luego de algunas indicaciones logra encontrarla rodeada por dos hombres que a todas luces están haciéndole propuestas que ella puede aceptar. Albert tiene claro que no tiene algún derecho sobre ella y mucho menos a pedirle que rechace a esos clientes que podrían hacer de su noche algo productivo. Cada vez que la mira es como aquella primera vez, tan llena de luz aunque debería estar rodeada de sombras, ¿cómo podría creer que esa mujer es la definición del pecado? Cuando abre su boca el sonido no aparece, sólo se limita a sonreír y levantar una de sus manos para llamar su atención. Apenas ella se acerca mira alrededor para que nadie pueda oír lo que desea preguntar, no es su intención molestarla o perjudicarla de algún modo, — ¿podemos hablar? Acá o en otro lado… necesito hablar contigo… — más sonrisas nerviosas, no puede evitarlo, cuando Ainna aparece él es capaz de olvidar hasta su nombre, su procedencia, todo. — De preferencia en otro lado, lo que tengo que decirte es importante… —


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Mensaje por Ainna Minel Sáb Dic 08, 2012 8:38 pm

" ¿No se da cuenta?
Cada cosa que he hecho,
cada paso que he dado,
ha sido para acercarme un poco más a usted. "
[Memorias de una Geisha]


Un baño de rosas esperaba a la cortesana, esta se encontraba en su habitación escogiendo el corsé que usaría aquella noche, un negro, casi siempre usaba colores oscuros que hacían resaltar el color de su piel, había perdido bastante color a causa de su vida nocturna, Ainna unos años atrás poseía un color más bronceado .., pero esos solo eran recuerdos que se mantenían atrapados en la mente de Ainna.

Se la pasaba en un mundo ficticio, donde la verdad no pudiera alcanzarla, donde el dolor no era real, no sentía nada, su corazón permanecía dormido… hasta que él llego, hace algunos días, tal vez meses, no estaba segura, jamás contaba el tiempo, pero él la descontrolaba, la acercaba a las sensaciones de vacío y a la vez de felicidad, ¿Por qué? ¿Qué tenia de diferente aquel hombre de bellos ojos…

¿bellos ojos? ¿de qué color eran?, la muchacha que se encargaba de ayudar a preparar los baños de las cortesanas, despojo a Ainna de la bata que cubría su desnudez, como el hilo de sus pensamientos, giró el rostro hacia la chica que la desnudaba y le sonrió levemente apenas, agradeciendo de ese modo el baño, entro sintiendo el calor en su piel, aquel calor que la abrazaba y la hacía sentir de cierto modo en paz, se fue dejando resbalar hasta que de pies a cabeza se encontraba bajo el agua, donde solo el movimiento del agua lavaba sus ideas, enjuagaba sus tristeza, aliviaba todo el dolor que pudiera llegar a existir.

Todo era negro, todo estaba bien ahí, pero él nuevamente volvía a adueñarse de sus pensamientos ¿Cuándo lo volvería a ver?, el agua acariciaba su cuerpo, sentía la presión de esta y por un momento deseo que fuera el cuerpo del hombre que no parecía ceder y abandonar su mente, recordaba su rostro transformarse en una gran mueca de placer, el tacto de sus manos recorrer su piel, su cálido aliento recorrer su vientre… sus muecas al sonreír, esas arrugas que se formaban en su frente cuando fruncía levemente el ceño, la forma en que la miraba… la miraba, con aquellos ojos… ¡Mierda! ¿¡pero de qué color eran!?

Salió de golpe de la tina, con un jadeo a causa de haber estado tanto tiempo bajo del agua -¡¿De qué color eran!? la chica que terminaba de dejar la ropa de Annia en su lugar y algunas toallas para que se secara también se sobresalto al verla de ese modo, la cortesana se sonrojó y continuo con su baño como si nada hubiera pasado.

Cuando termino de vestirse aun con la incógnita del color de sus ojos, se sentía desanimada, no podía estar segura de que color eran, y no sabía cuando lo volvería a ver ¿volvería?.

– Señoritas, su mejor sonrisa, el show esta por comenzar anunció el anfitrión y entonces todo volvía a empezar, subir y actuar de la mejor forma si quería seguir ahorrando para sus hermanos… Albert tendría que esperar.

Camino hasta la barra bebiendo un poco de agua, no le gustaba el alcohol, rara vez lo tomaba y casi la mayor parte del tiempo, después de varios clientes por noche, en aquella ocasión dos hombres se habían acercado hasta ella pidiendo sus servicios, la cortesana solo sonreía, le ponía nerviosa el hecho de que fueran dos hombres que entre ellos reían y hablaban con ella para llevarla a una habitación… trabajo era trabajo… ¿la moral? Se había quedado en casa hace muchos, muchos años atrás.

Pero, dicen que cuando menos te lo esperas… la vida te sonríe, ahí estaba él, llamando su atención con la mano… pero lo que realmente capto su atención era su mirada, despacho a los hombres con una sonrisa mientras se alejaba de ambos hasta Albert… -Verdes… tus ojos son verdes – dijo en voz alta como si él entendiera a que se refería, como si él fuera capaz de leer su mente… a veces lo creía.

Quería hablar, ella también, lo había extrañado, asintió levemente tomando la mano del hombre para dirigirlo hacia las habitaciones ¿Qué lugar era más privado que aquel?.Tiró de su mano un segundo, solo para comprobar su pensamiento -claro, ¿subimos?


Última edición por Ainna Minel el Miér Dic 12, 2012 5:20 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Albert Ollivier Mar Dic 11, 2012 4:51 pm

Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.

Entonces, ¿dónde estabas?
¿Entre qué gentes?
¿Diciendo qué palabras?
¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?

Poema X - Pablo Neruda

¿Sus ojos son verdes? ¿Qué tiene que ver eso con todo lo que está sucediendo? Albert no entiende pero sonríe, le sonríe a ella sólo con escuchar su voz, quiere estrecharla entre sus brazos y mantenerla ahí hasta que ambos estén cansados de estar tan juntos. Quiere decirle que ella tiene los ojos más lindos que pudiera haber visto alguna vez, tiene tanto por decirle y tan poco tiempo. Se siente a ratos maldecido pero luego recuerda que es él mismo quien se ha buscado ese castigo divino. Cuando decidió cruzar la puerta del burdel por primera vez creyó que sólo sería una ocasión que no volvería a repetirse, luego de conocerla le quedó claro que debía tomar una decisión y aunque ahora se sienta a ratos sucio, contaminado, lleno de pecado, es, para él, la mejor sensación que existe. Después de la segunda vez de entrar a su habitación ya no había vuelta atrás. — Sí… subamos… — y pese a que su intención original era salir de ese lugar y evitar estar en espacio tan cerrado con ella simplemente no es capaz de negarse. Annia lo dirige y aunque no lo llevara de la mano él seguiría sus pasos, le cuesta concentrarse sabiendo que no sólo estarán cerca, también tendrán una cama a tan sólo un par de metros.

Pero aunque el deseo por ella sea algo que está siempre presente, esta noche está enfocado en algo más, en eso que lo tiene tan nervioso como en aquellas veces que debe entregar un informe ante sus superiores y cree que podrán leerle la mente y saber que estuvo con ella la noche anterior. ¿Qué le dirían? ¿Acaso le prohibirían que volviera a verla o simplemente lo expulsarían aunque realice un buen trabajo? Escucha ruidos que no necesita ser un experto para adivinar de donde provienen, camina en silencio aprovechando para mirar a su Ainna, porque si Dios así lo quiere será por siempre suya. Su cuerpo está apenas cubierto por retazos de seda negra, es como una obra de arte a medio terminar, una musa inconclusa, esperando que las manos del pintor decidan finalizarla. Es la misma habitación de siempre, extrañamente Albert se siente en casa, respira profundo y sólo luego de que ella cierre la puerta lanza la chaqueta a la primera silla que encuentra y acorta la distancia para abrazarla como tanto anhelaba. Un segundo, dos segundos, un minuto, todo un minuto sólo para aferrarla con fuerza, — no es posible que te extrañe tanto… — pero lo es, porque así fue. Su cuerpo se relaja al sentirse aliviado, le preocupa ella, teme por su seguridad y por sobre todo tiene miedo de que no sea real. Ainna es a veces más peligrosa que una criatura sobrenatural, sólo el pecado pudo haberla creado para él.

Con un paso atrás retrocede y con un movimiento le toma el rostro, las manos acarician esa piel tan perfecta y los dedos recorren los contornos que en sus recuerdos ya son imborrables. Albert se inclina y su frente toca la de ella, — vine para hablar contigo y todo lo que quiero es besarte, ¿qué haré primero? — quiere dejar en Ainna la responsabilidad de lo que suceda a continuación, sentirse así menos culpable si el desenlace termina siendo uno inesperado. Pero no espera respuestas.— Después… te besaré después de que escuches lo que tengo que decir… ¡No! Mejor serás tú quien me bese después de oír, si es que aún quieres hacerlo, claro… — y ahora se separa y camina por la habitación como un animal enjaulado, busca en el silencio el orden que necesitan sus palabras. ¿Cómo explicar lo que necesita decir sin ser malinterpretado? Se detiene, abre la boca, niega con la cabeza y continúa con aquel paseo. Se muerde los labios, está más nervioso, respira hondo y cuando cree que será mejor salir de ahí o quizás dejar para otro momento toda esa confesión la ve de reojo. Ainna sigue ahí, con la misma luz, con los mismos ojos abiertos y brillantes, con el mismo gesto que él quiere creer aparece sólo cuando están juntos. Se mueve hasta ella y sin tocarla la mira directamente, — te amo… eso es lo que vine a decirte… —
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Mensaje por Ainna Minel Mar Dic 11, 2012 8:17 pm

¡Ven, dulce noche, amor de negro rostro!
Dame a mi Romeo y, cuando muera, tómalo,
Y haz de sus pedazos estrellas diminutas
Que iluminen el rostro del cielo, de tal forma
Que el mundo entero ame la noche.

- Romeo y Julieta, acto lll escena ll


Por un segundo quiso cambiar de opinión con respecto al subir, tal vez él no quería subir, tal vez lo que él quería era terminar con ese lazo que los unía ¿Qué lazo?, claro, lo único que los unía era una relación de trabajo, por llamarlo de un modo decente, aun así subió con él tomándolo de la mano, caminaba delante de él para evitar verlo a los ojos, si pudiera verle notaría la tristeza que se había dibujado en aquellos ojos café, con la mano libre limpio sus ojos por si alguna lagrima traicionera se atrevía a cruzar su rostro y arruinar su maquillaje y no solo eso, hacerle ver que había confundido lo que pasaba entre ambos, tal vez había encontrado a otra cortesana mucho más experta que ella, que no guardara silencio y que no pareciera perdida en un mundo inexistente.

Uno a uno sus pasos los llevaron a aquella habitación que había sido testigo de noches juntos, donde solamente ambos habían visto el cuerpo del otro, como si ese lugar fuera su casa y su vez su confidente… muchos hombres habían pasado por esa misma cama, incluso las mismas sabanas, pero él era diferente, evitaba recordar cada uno de los encuentros que tenia, pero los de él no quería ni intentar borrarlos, quería aferrarlos así misma, más que su propia piel.

No paso más de un segundo en que cruzaron esa puerta y aquellos brazos rodearla la hicieron sentir bien, reconfortada, protegida, todos los miedos del camino del salón hasta la habitación, y sin tardar los propios rodearon la figura masculina, haciéndose más pequeña para caber perfectamente en el hueco de entre sus brazos y su pecho.
Cada segundo que pasa tan cerca de él, le hace temer por la despedida, cada día que pasa se siente más la necesidad de pasar aunque sea un día más con él, y al día siguiente la necesidad vuelve a aparecer, es una persona egoísta y a la vez ilusa, tiene que dejarle ir, tal vez lo que venía pensando en el camino era su subconsciente avisando que era mejor dejarle ir ella, por el bien de su familia… si, necesitaba el dinero para volver a casa, aunque ya lo había conseguido, de cierto modo no se quería ir a París… muchas veces él era el motivo.

– yo también te extrañe – confesó al final, mientras quería seguir abrazada a él, pero se vio privada de su abrazo, cuando se separo, aquellas manos suaves se deslizaron por su rostro, Ainna solo cerraba los ojos sintiendo la caricia, su frente descansar en la propia… ¿Cómo podría haber algo tan mágico en un lugar como ese?, antes de que se le ocurriera separar las manos de su rostro, Ainna se apoderó de estas entrelazando los dedos. ¿Con que derecho?... al final, ella era una cortesana… a ella le pagaba él, pero aun así había sido un pequeño impulso que no pudo evitar.

“— vine para hablar contigo y todo lo que quiero es besarte, ¿qué haré primero? —“ Besame... primero, besame , piensa Ainna pero no se atreve a hacérselo saber, al menos no con palabras, sino acercando su rostro al del inquisidor, en busca de sus labios que apenas se rozan con los suyos, él sigue hablando y ella quiere que calle.
“Mejor serás tú quien me bese después de oír, si es que aún quieres hacerlo, claro…” – Ainna cada vez esta más confundida, que no sabe si hablar o permanecer callada aunque su ceño esta fruncido y más cuando él se aleja de ella caminando por la habitación. – Albert… lo anima a hablar, entonces las palabras vuelven a salir de los labios del joven hombre, si antes estaba muda, ahora no solo eso, si no que parece que no respira, ha oído un “te amo”, quiere contestar que ella también, ¿pero es eso lo que ella siente?, ¿esta enamorada? ¿es ese el nombre que se le da al conjunto de sensaciones que él le hace sentir?

– Yo… tam… enmudece, es que aquello es tan perfecto que no sabe si es real, ella se vende, pero con él jamás ha sido un teatro…

– No deberías estar diciendo esas cosas… le da la espalda un segundo, debe irse… un segundo, y ¿si se va?, ¡No!, no puede irse sin saber la verdad - Albert… yo también, pero esto no esta bien… tu eres un hombre de sociedad, yo soy... yo soy esto, será mejor que te vayas y si lo esta corriendo ¿Por qué da un paso y lo besa con fuerza? Mente, contra corazón.
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Mensaje por Albert Ollivier Mar Dic 11, 2012 9:24 pm

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.

Poema XIV - Pablo Neruda


Alguien ha metido la mano en su pecho y le estruja el corazón para dejarlo sin sangre, alguien le quita el aire de los pulmones y no permite que vuelva a respirar. Alguien, esa es Ainna, le da la espalda y con eso logra que el alma se le trice un poco, que comience a pensar mil cosas que sólo empeoran con las palabras que salen de esa boca que aún quiere besar. ¿No debería? ¡Por supuesto que debería! ¡Quiere decirlo de nuevo! Quiere decirle en cada segundo, en cada momento que pueda, que la ama por sobre todo, que nada importa ni siquiera la profesión que alguno de los dos tenga. Albert tiene apenas algunos minutos para poder hablar, al menos cree eso mientras la escucha pero todo se olvida cuando sus labios se unen. Es ella quien lo besa y quizás es aquello una mejor respuesta que otro “te amo” o el mismo “yo también” que le acaba de decir. — No hay un pero en el te amo… — ¿acaso tiene lógica? No lo sabe, pero para él suena tal como lo piensa. Se acerca y la besa de nuevo, más lento, con más cuidado. En otro momento le habría hecho caso y sin ninguna réplica habría tomado su chaqueta para salir buscando en el camino a su casa los errores que ha cometido. Porque es su culpa, siempre, sea lo que sea que pase, es su culpa.

De lo que Ainna ha confesado, sólo una cosa se ha mantenido rondando. Albert la atrae nuevamente hacia él tal como la primera vez. ¿Algo acaso ha cambiado? Para él se siente del mismo modo aunque quizás está más aliviado, sin el peso sobre los hombros que se sumaba al que ya muchos otros ponen ahí. — No puedo irme aún… te amo, ¿dije que te amo? Te amo sin peros, sólo te amo… — y una risa algo repentina se escapa, le vuelve a tomar el rostro con las manos pero esta vez se encarga de llenar cada sector de pequeños besos. Es como un niño al que le han dado la oportunidad de dormir tarde o quizás obtener todos los dulces que quiera. Albert es un niño y Ainna es el castillo de dulces más exquisito de todos. — Nunca me ha importado en que trabajas, porque para mí es sólo eso, un trabajo… lo que tú eres es distinto, lo que tú eres es… — y sonríe, se separa y sigue sonriendo, no quiere tocarla para que su punto quede claro sólo a través de las palabras, de esa mirada que le da directo a los ojos justo ahora, cuando aunque los ruidos del exterior puedan sentirse, todo lo que él escucha es ella, — tú eres una mujer… increíble, hermosa, inteligente, tú eres un corazón dulce y bondadoso… tú eres un alma llena de bondad y calidez… tú eres lo que quiero para mí, lo que quiero para toda mi vida… —

Cuando camina hacia la chaqueta no piensa que está cometiendo un error, porque la verdad es que no piensa. Sólo se mueve hasta tomar la prenda y volver donde está ella. ¿Es posible que sea tan… — hermosa? — Albert se siente emocionado pero por sobre todo, sabe que es un hombre afortunado. La besa nuevamente entre risas nerviosas, entre respiraciones agitadas, entre intervalos que le permiten respirar y volver a besarla. — Quiero besarte de nuevo, quiero que me beses después de lo que tengo que decirte… — porque el te amo anterior no era el único motivo por el que vino esta noche. Cuando Albert se arrodilla se arrepiente por un par de segundos de lo que acaba de hacer, es muy pronto, recién le ha manifestado sus sentimientos, pero en la relación que tienen nada ha sido como en una pareja “normal”, para ellos no existe el salir tomados de la mano a pasear por el centro de Paris o conocer a las familias que han planeado la unión. Lo que para otros es correcto, para ellos simplemente no sirve. De la chaqueta que tiene entre las manos saca dos anillos, uno de ellos tiene una pequeña piedra, no es algo llamativo pero logra que se diferencien entre ellos. — Me gustaría que fueras mi mujer, que estuvieras conmigo todo lo que nos quede de vida… ¿puedo pedirte que lo pienses? — sus ojos se alzan hasta encontrar los de Ainna, antes de que ella responda necesita decir algo más, — si tengo dos anillos acá es porque uno de ellos es para mí… cuando aceptes, si es que aceptas, quiero que todos sepan que te pertenezco… —
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Mensaje por Ainna Minel Miér Dic 12, 2012 5:44 pm

“¿Dices que es tierno el amor?
es demasiado duro,
áspero y violento ,
y pincha como el espino.”

- Romeo y Julieta



Se queda quieta, ha llevado una mano al rostro de su amado mientras corresponde a cada beso, no puede evitar soltar una risita nerviosa cada vez que aquellos labios acarician los propios, lo oye hablar y no puede creer que todo eso sea real, ¿de verdad se merece esto, ó simplemente es una broma macabra y cruel de la vida?

No entiende nada, ni quiere entenderlo, no quiere despertar y darse cuenta que nada de eso está pasando y que toda esa magia desaparezca en un abrir y cerrar de ojos.

¿Por qué la cuida tanto? ¿Por qué se enamora de una mujer que vende su cuerpo a la noche?, pero aun así sabiendo que eso está mal, aun cuando se da cuenta de lo que está pasando no lo aleja, solo lo oye decir cosas buenas de su persona y Ainna no puede evitar sonrojarse, no ve de donde ha sacado todas esas cosas buenas que dice que ella tiene, en cambio él, si tiene muchas cosas buenas que admira, que le gustan, su dedicación al trabajo, el amor a su hija, su carácter, su sonrisa, su inteligencia…

Pero no lo dice, se queda callada disfrutando de sus labios una vez más, su sed por ellos crece sin que pueda evitarlo, lo extraño muchísimo, cada vez que habla quiere callarlo aprisionando con más fuerza sus labios, ¿Por qué tiene que hablar? ¿de verdad necesita decirle esas cosas?.

De un momento a otro él se aparta de sus labios y ella simplemente se muerde el labio, al sentir el vacio y la ausencia de su droga, lo ve tomar el abrigo y le da miedo que se le ocurra partir ahora, estira la mano hacia el frente para aferrarse a su camisa, pero antes de llegar a tocarlo su mano retrocede cuando mira los dos anillos en la mano de Albert, los ojos de Ainna se abren grande y un jadeo de sorpresa se escapa de sus labios al intentar decir su nombre que se queda atorado en el nudo de su garganta.

“¿puedo pedirte que lo pienses?” ¿pensar?, le esta pidiendo matrimonio, sabe que eso sigue estando mal, debe parar eso ahora mismo, antes de que sea tarde para ambos y sufran más de lo que deben, él no se merece esa vida, el no merece el dolor de vivir con una mujer asi, quiere decirle que si, pero no puede decir nada, su cabeza da vueltas y se siente aterrada.

– Albert… yo no – no se atreve a terminar la oración, esta confundida en lo que debe o no hacer, asi que se limita a sonreir tomando ambos anillos para dejarlos en uno de los vasos limpios y vacios que se encontraban en la mesita del lugar con la única intensión de no perderlos, estira una mano hacia su rostro paseando la mano por todo su contorno, acariciando ahora con las yemas de los dedos sus parpados, haciendo que los cierre tan solo un segundo.
– Verdes…- susurra como al principio, para jamás olvidarlos.

Sigue deslizando los dedos por su nariz, pasando hasta sus labios acariciando y delineando ambos labios suavemente, a su vez la otra mano rodea su cuello para atraerlo hacia ella.

Cerró los ojos ella y acercó sus labios a los contrarios dejándolos sobre de estos - Si abro los ojos… ¿estarás aquí?¿no desapareceras? – de verdad tenia un miedo que él desapareciera.

– No desaparezcas… - pide a su amado, antes de cerrar su suplica con un beso, no tan arrebatado como el del principio, no tiene prisa, no le importaría que le llamen la atención, no le importaría incluso dejar de laborar ahí, si sigue en París es por él, entonces, ¿Por qué no acepta simplemente su petición?.

Por eso que le ruega, tiene miedo a que la deje, que sea un capricho y que la deje sola y muerta del dolor, pero no quiere pensar en ello, sus labios siguen besando los del inquisidor, mientras camina hacia atrás, dirigiéndolo hacia la cama… si es un sueño, quiere que termine con un felices para siempre… al menos.

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¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?  [Ainna Minel] Empty Re: ¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron? [Ainna Minel]

Mensaje por Albert Ollivier Jue Dic 13, 2012 8:35 pm

De todas las cosas que he visto
a ti quiero seguir viendo,
de todo lo que he tocado,
solo tu piel quiero ir tocando:
amo tu risa de naranja,
me gustas cuando estás dormida.

Amor – Pablo Neruda


Aquello no es un “no” rotundo, ni tampoco una negativa de ningún modo. No puede celebrar porque tampoco ha aceptado. ¿Entonces qué le queda? ¿Qué puede hacer ahora? ¿Acaso debe presionarla para obtener la respuesta que quiere? Pero si todo lo que quiere es a ella y ya la tiene entre los brazos. La tiene sobre los labios y también dentro del corazón. En aquel lugar que incluso comenzaba a llenarse de telarañas ahora hay espacio para todo. Desde que Ainna llegó se ha abierto también a la opción de quizás tener amigos, aunque claro, no es algo fácil de hacer y mucho menos dentro de su mundo. Apenas se acerca a alguien suelen creer que es extraño, que pasa demasiado tiempo encerrado en su sótano, que es raro por estar siempre pensando en la siguiente creación, porque de aquello es todo sobre lo que habla, sólo hay tres temas que le interesan: su hija, su amada y su trabajo. Y mientras más conoce sobre ellos, más se da cuenta que tal vez nunca podrá unirlos, Ainna y su hija desconocen su real trabajo, su hija y su trabajo no saben de Ainna. ¿Cómo demostrarle que no desea esconderla? ¿Qué no es ella el problema si no que precisamente lo contrario, que los otros son el problema? Aún cuando sus ojos se cierran ella sigue presente, — nunca voy a desaparecer, no al menos mientras así lo quieras… —

¡Y ahí está! La más clara muestra de que tal vez ha sido malinterpretado. Aquel beso es distinto, la intención es distinta. Ahora es él quien la rechaza, pero mas bien deja el tema en pausa, se sienta en el borde de la cama y la mira bastante confundido, intentando entender si detenerse será lo que lo arruine todo o que quizás es necesario que hablen antes de continuar. — Amor mío, si este es tu modo de decirme que no, te pediré matrimonio cada noche… — su ánimo sigue festivo, aunque está nervioso mantiene la sonrisa en el rostro. Albert la toma por la cintura y la sienta sobre sus piernas, le recorre el cuello con la nariz para captar su aroma y con eso reafirmar cada cosa que hace. — Ya dije antes que quiero que lo pienses, no tomes una determinación apresurada… yo se que es mucho lo que estoy pidiendo… — porque no es sólo que se paren frente a un altar para que un sacerdote bendiga esa unión, es también que deje su trabajo en el burdel, que se traslade a vivir con él y su hija, que conozca lo que él realmente hace, es demasiado aún cuando Ainna desconoce esto último. — Pero tenemos tiempo… el tiempo hoy es nuestro aliado. —

Se levanta con ella y la aferra con firmeza, la toma entre sus brazos como si recrearan esa escena de los esposos que ingresan a la habitación por primera vez. Para Albert su muchacha es frágil aunque tenga que ser fuerte para todo el resto, para él, aunque no lo necesite, para él es una flor delicada que requiere cuidado. La deposita sobre la cama y luego se aleja, el paso que retrocede es sólo para mirarla por completo. Se deleita con lo que ve y lo demuestra con todas esas sonrisas que entrega. — Yo te amo… y quiero que sepas que te amo por la mujer que eres conmigo, no por lo que hacemos acá… — quiere que su punto quede claro pero de todos modos se enreda bastante, — lo que quiero decir es que también amo lo que hacemos acá, porque amo todo lo que tenga que ver contigo… — ahora cree que suena un poco exagerado. Albert cierra los ojos y pasa la mano por su cabello despeinándolo, sabe que lo está arruinando todo y que si ella no quiere casarse con él es precisamente por su culpa. Nunca debió declarar nada, nunca debió preguntarle nada. ¿Entonces por qué ahora abre los botones de su camisa y la deja caer al piso? Luego de quitarse los zapatos se sube a la cama y se inclina sobre ella dejándole el más suave beso en los labios, — no se si lograste entenderme pero intentaba decirte que te amo… —

“Ninguna persona que haya sido dedicada como anatema será redimida; ciertamente se le dará muerte.” – Levítico 27, 29.
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Mensaje por Ainna Minel Vie Dic 14, 2012 4:09 pm

«—Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? (...) Jesús se incorporó y les dijo:—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. (...) Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro. (...) hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía
allí. Entonces él se incorporó y le preguntó:
—Mujer, ¿dónde están?¿Ya nadie te condena?
—Nadie, Señor.
—Tampoco yo te condeno… »

Juan 8:4,5,7-11


Ainna no entiende nada, es de lo único que está segura, todo aquello es tan perfecto, tan irreal, su sueño hecho realidad y a la vez una pesadilla ¿Cómo puede ser que algo tan mágico le sucede a ella y a la vez su felicidad esta sobre la del hombre que ama sobre cualquier cosa en esta vida?, Sabe que ella jamás podrá hacerlo feliz, también sabe que las habladurías aunque no te matan en vida, también no te dejan prosperar, Albert se gana la vida creando artefactos que se le ocurren, ¿qué pasa si se casa con una cortesana? Y peor aún, ¿qué pasa si alguno de sus clientes, fue cliente de la esposa del hombre?, una mujer de familia debía ser un modelo de elegancia y moral, ella hace mucho tiempo que perdió todo eso, hace mucho tiempo que sus sueños infantiles, como casarse y formar una familia se habían esfumado, incluso el convertirse en una bailarina profesional había sido arrancado…

“— Pero tenemos tiempo… el tiempo hoy es nuestro aliado. — “ y ahí entra el conflicto nuevamente, ese hombre la ama, tanto como ella a él, está dispuesto a todo por ella, pero él no solo debe pensar en él, y en la idea del amor perfecto… también tiene una hija… – ojala todo fuera asi de perfecto – susurra, era un pensamiento en voz alta, ni siquiera se dio cuenta que lo dijo, pero nuevamente su razonamiento se ve apartado al sentir la punta de su nariz en su cuello, sentir su respiración que causa un estremecimiento que la recorre completamente, la cortesana enreda sus dedos en el cabello del inquisidor.

¿Cómo puede tener la noche varias horas y a su lado parecen un segundo?, siempre deseo que la noche fuera eterna cuando entre sus brazos descansaba, y ahora que llega él y le ofrece no una noche, si no todas las noches a su lado ¿Por qué titubea? ¿Por qué no lo acepta? Era lo que siempre había querido.

- ojalá el tiempo se congelara en este preciso momento y que no avanzara más, eso digo cada noche cuando estoy entre tus brazos – Ainna tiene miedo de lo que pueda pasar mañana si dice que si, o dice que no, todo puede cambiar con una simple palabra, su futuro, el de él, el de los dos.

“(...) De la costilla que Dios había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó «Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer porque del Hombre ha sido tomada». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y pasan a ser una sola carne.Los dos estaban desnudos, hombre y mujer, pero no sentían vergüenza”

- Gen 2: 21-25


La levanta en brazos y ella solamente rodea su cuello con un brazo para sostenerse, no tiene miedo de caer, sabe que él jamás la dejaría caer, la deposita en la cama con cuidado y esta con ayuda de sus brazos se corre hacia arriba para acomodarse, delante de ella se encuentra el hombre más perfecto que ha visto en su vida, ese hombre que ama y que todo lo que ve en él es perfecto, cada uno de sus gestos, cada uno de sus movimientos, cada una de sus risas, ha entendido el concepto de lo que dice pero sus enredos le causan risa, siempre ha sido así, cada vez que habla, no le da risa él, sino que aunque ninguno se sepa expresar ambos se entienden.

Delante de ella aparece un torso desnudo y lo más bello que sus ojos han visto, tiene sed, sed de sus labios y parece que ha oído sus suplicas cuando sus labios se unen contra los de ella en un tierno y suave beso, Ainna deja que su cerebro siga hablando e intentando hacerla entrar en razón que deje de hacer lo que está haciendo, que salga de esa habitación y pida que prohíban a ese hombre que la busque, pero solo es una estúpida voz que no sabe lo que dice.

Lleva una mano hasta su nuca acercando más a su amado, poco a poco el beso se vuelve un poco más intenso, pero sin dejar de ser tierno, la sonrisa de Ainna es suave y no puede evitar sustituir su sonrisa por una pequeña risa. –También te amo – ¿Dónde estaba esa voz que no dejaba de molestarla? Ya no la oía, sus labios la acallaban – Me casaría contigo mañana mismo, me casaría contigo hoy, me casaría contigo justo ahora, pero no solo depende de lo que yo quiera y tu lo sabes… Si, me casaría contigo, pero por ahora solo bésame, bésame… que te extrañe -

(...) Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará.

- Romeo y Julieta


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Mensaje por Albert Ollivier Vie Dic 14, 2012 6:36 pm

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Poema V - Pablo Neruda


Cada vez que el sol se esconde algunos creen que se lleva consigo el calor, que el frío que todos sienten es porque aquel astro es egoísta y no permite que nadie más disfrute de lo que sólo él puede entregar. ¿Entonces de dónde proviene el ardor que ahora le enciende la sangre? Todo es ella, incluso ahora, todo es ella. Cuando Albert la besa no tiene límites, esta vez comienza como un roce suave, como un beso tierno como aquel que se dan los niños a escondidas pero es tan fácil transformarlo en fervor desenfrenado. Él ríe y esa risa se quiebra en un murmullo de palabras incoherentes, varios susurros desde donde todo lo que puede entenderse son las declaraciones del amor ahora expuesto. El corazón se le inflama y la mente está más clara que nunca, aquel te amo tiene respuesta, aquella petición tiene también una réplica, la idea loca que antes se mantuvo sólo como una ilusión que tal vez no tenía sentido, ahora es concreto, tan real como los besos que sigue dándole. ¡No quiere pensar más! Ahora lo que hace es amar, amar con los labios, amar con el cuerpo, amar todo entero. Albert se pone de rodillas con las piernas a cada lado de las de ella y desde ahí, con el pelo revuelto y los ojos brillantes, la mira. — Depende de lo que tú quieras y será cuando quieras… yo también te extrañé… vamos a hacer que la distancia nunca más sea inacabable… —

De pie sobre la cama es aún más torpe que sobre el piso, acá la superficie no es estable y le cuesta bastante quitarse el pantalón. Aún cuando han pasado tantas noches desnudos, para él sigue siendo molesto el tener que desnudarse con ella mirándolo. ¿Cómo podría algún día competir con la perfección que Ainna encarna? Ella es la imagen más clara de la superioridad de su esplendor sobre el de cualquiera. A diferencia de otras noches, ahora no le pedirá que la luz sea más tenue, ya conoce las cicatrices que marcan su rodilla, aunque claro, tal como muchos, desconoce el real origen de ellas. — Yo debería poder hacer esto más rápido… — susurra cuando cae muy cerca de uno de los pies de su ahora futura esposa, elige entonces sentarse en el borde de ese lecho y terminar ahí la tarea que lo tiene bastante complicado. Albert entonces vuelve y se recuesta junto a ella para abrazarla un instante, las palabras que su mujer ha pronunciado antes vuelven a él como un golpe que sólo logra que la realidad se haga más precisa. — Amor mío… si el tiempo no avanzara más nos quedaríamos aquí para siempre… ¿no quieres conocer el mundo conmigo? ¿No quieres salir de estas paredes para caminar juntos de la mano? — porque aunque, para él, tenerla entre los brazos es el mejor panorama posible para cada noche, quiere que sea ella la compañera de sus viajes, quien lo motive a descubrir más allá de lo que los libros pueden mostrarle.

El recuerdo de su trabajo aparece una vez más, ¿deberá dejarlo para hacer todo eso? Suelta el abrazo un instante y vuelve a estar sobre ella, necesita sentirla de un modo distinto. — Vamos a olvidar por un instante todo lo que nos aqueja, déjame amarte de nuevo… — con Ainna las palabras nunca son las suficientes, tampoco las correctas, a ella se entrega con los ojos cerrado y los brazos abiertos. Albert le besa el cuello con paciencia, sus dedos bajan hasta el borde de la ropa interior negra como la noche que los ampara y comienzan a deshacerse de ella para poder así observar el contraste de su piel clara con los trazos de tela que quedan. Sus dedos se mueven con dificultad, cada vez que él toma la iniciativa está nervioso, como si ella de algún modo estuviera evaluándolo. Este no es su ambiente ni tampoco es un experto en el tema, hasta antes que Ainna llegara sólo estuvo con un par de mujeres y una de ellas era su ex esposa. — Quiero tanto ser lo que mereces, lo que necesitas… dime que puedo hacer para nunca te vayas de mi lado… — ¡Y ahí está! Ese el miedo que Albert tiene, el temor a que ella abra los ojos y mire todas sus imperfecciones, ese terror a que se de cuenta que no vale la pena dejar su trabajo y su vida para tener una nueva con él, todo será peor si le revela lo que realmente hace. — Hay algo más que necesito decirte… — ¿por qué entre cada beso él tiene que arruinar todo y comenzar a hablar? Albert nunca aprenderá a cerrar la boca cuando corresponde.
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Mensaje por Ainna Minel Lun Dic 17, 2012 5:40 pm

"No nos arden los labios de fiebre ni de frío.
Es el primer beso que de verdad hace que se me agite algo en el pecho,
algo cálido y curioso.
Es el primer beso que me hace desear un segundo."




No estaba preparada en absoluto,
pensaría que después de todas las horas que había pasado con Gale
sabría todo lo que había que saber sobre sus labios.
Pero no me había imaginado qué cálidos se sentirían presionados contra los míos.
O cómo esas manos,
que podrían preparar la más intrincada de las trampas,
podían atraparme con la misma facilidad."

- Los Juegos del Hambre


¿Hace cuanto tiempo había sonreído tanto en una sola noche? Aquella noche era especial, todo parecía distinto y aun cuando conocía el cuerpo de su amado, con toda su perfección con todas imperfecciones, que para ella no existían, aquella noche era como la primera vez, como si volvieran a conocerse, Ainna se volvería una mujer casada, su mujer, prácticamente sentía que estaba entregando su cuerpo por primera vez, tal vez no era el lugar que cualquier chica esperaría como el lugar donde entregarse a su amado la primera vez, pero nada entre ellos había sido común, ¿Por qué no uno de esos escenarios tan vulgares podrían ser para la cenicienta el gran baile?, ¿solo porque la sociedad lo decía?, eso era una barbaridad.

Albert casi cae sobre sus piernas y en vez de preocuparse solo se reía, se sentía la mujer más afortunada del mundo, nada de lo que pudiera decir o hacer cambiaría aquello, de verdad lo amaba y cada segundo se daba cuenta de que era más fuerte el sentimiento que tal vez su sentido común.

– ¿Es necesario hacerlo rápido? Ainna se levantó un poco de la cama cuando Albert se sentó en la orilla para quitarse el pantalón que tan estorboso era, aflojando el cordel de su corsé, ahora no era más que una pequeña tela que cubría sus pechos, que caería con un suave movimiento de la mano de su amado, esa era la idea, se acomodó entre sus brazos acurrucada en el espacio entre su pecho y sus brazos y cabía perfectamente, era como si hubiera nacido para estar en aquel lugar, solo suspiraba, había encontrado un lugar seguro, un lugar donde podría ser feliz, y ese era junto a él, sin buscarlo, sin pedirlo había llegado, simplemente como un imán sus corazones se habían atraído mutuamente desde la primera vez que habían estado juntos.

Solo se dedica a oír la música que produce los latidos de su corazón hasta que habla y levanta el rostro como una niña que sale de su escondite, con media sonrisa dibujada en su rostro, no le gustaba el mundo, salir le producía un miedo que no podía explicar, solo salía cuando era de suma importancia hacerlo.

– Si, quiero conocer el mundo contigo, iría hasta el mismísimo infierno calló, no era nada romántico hablar sobre ese tema.

“Vamos a olvidar por un instante todo lo que nos aqueja, déjame amarte de nuevo…” ninguno de los dos estaba preparado para estar juntos esa noche, era mejor callar que hablar, y parecía que ambos lo entendían, rodeaba su cuello con ambos brazos acariciando ahora la espalda desnuda de su amado, paseando los dedos a lo largo de su columna vertebral, su cuello se ladeo automáticamente al sentir los labios cálidos, hacían que su respiración se entrecortara de segundo al otro, parecía nervioso, era mejor que ella tomará la iniciativa, no le molestaba hacerlo, mientras fuera con él, Ainna comenzó a besar su cuello lentamente, haciendo que giraran para quedar ella sobre de él, el corsé dejaba ver más de su busto ahora que estaba suelto, si, estaba nervioso, más que en otras ocasiones. – Shh… ya eres lo que quiero… lo que necesito decía entre pequeños besos en su cuello mientras sus manos se paseaban por el pecho desnudo masculino, comienza a bajar por su garganta para llenar con besos hasta la mitad de su vientre, pero no se atreve a bajar más sus labios piden a gritos los labios contrarios asi que necesita subir a volver a besarlo.

Cada vez que habla tiene miedo que sea él quien se dé cuenta que es un locura todo lo que está pasando, y que todo sea una broma cruel, la sangre se le congela cuando lo oye decir lo que ninguna chica quiere oír… “tenemos que hablar”, Ainna se separa de sus labios mordiéndose el inferior, está asustada, terriblemente asustada. - ¿Si? Dime - le sonríe aunque es una sonrisa vacía y llena de miedos, recostándose a un lado suyo en la cama, subiendo el corsé a su posición inicial cubriendo su cuerpo como si de una sabana se tratara. Era mejor ahora que más tarde… ya se habían ilusionado tanto, más sería peor.
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Mensaje por Albert Ollivier Miér Dic 19, 2012 9:37 pm

Yo les lancé a los ojos las lanzas deslumbrantes
de nuestro amor clavando tu corazón y el mío,
yo reclamé el jazmín que dejaban tus huellas,

yo me perdí de noche sin luz bajo tus párpados
y cuando me envolvió la claridad
nací de nuevo, dueño de mi propia tiniebla.

Soneto LVII - Pablo Neruda


Renunciar a tener la voluntad de hacer lo correcto es incluso más difícil que renunciar a decir la verdad. Mentir sigue siendo la mejor opción, la más simple. ¿Para qué complicarse justo ahora? Tiene todo lo que necesita y lo que desea. Como cuando un parche se une a una herida en cicatrización, lo mejor es retirarlo de una vez, de un tirón para que no duela, así sería mucho menos doloroso hacerlo pero Albert se mira a si mismo, a su casi total desnudez, a la de Ainna que vuelve a cubrirse como si debiera protegerse de alguien, de él. — Lo que tengo que decirte es importante… creo que debí decírtelo antes pero… pero no me atrevía. — En el campo de batalla es valiente, cuando crea algo para exterminar a los sobrenaturales que no ayudan a que la sociedad sea mejor es siempre valeroso, pero cuando se trata de enfrentarla directamente, mirándola a los ojos, es un cobarde como cualquier hombre enamorado. No puede no pensar en la posibilidad de que todo acabe cuando revele lo que realmente hace cada noche. Una de sus manos se estira y acaricia las cicatrices de su pierna, están justo sobre las rodillas, en ambas, porque el golpe lo hizo caer de ese modo. — ¿Alguna vez te conté como me hice esto? —

Sí lo hizo, pero fue aquella versión que también conoce su hija y otras personas que han preguntado por la cojera que lo aqueja en las noches más frías. — Se que te dije que me había golpeado muy fuerte y que por eso me quedaron estas heridas, pero eso no es del todo cierto… — necesita ponerse de pie y caminar para descargar la tensión pero hacerlo sería alejarse de ella y entregar un mensaje confuso, no quiere que ella lo vea a los ojos como quien mira a un mentiroso pero también necesita ese contacto con su piel para jamás olvidar las motivaciones de cada cosa que hace. — Cuando nací mi familia ya había elegido lo que yo haría con mi vida… durante toda mi infancia me criaron y entrenaron para ser un soldado, para luchar en una guerra que aún se disputa pero que muy pocos conocen… — ¿sabe acaso Ainna sobre la existencia de seres no-humanos? Recién se lo pregunta y aún cuando ha visto a algunos de ellos rondar por el burdel quizás ella no es de las cortesanas elegidas para atenderlos. Albert cruza los dedos para que así sea. — Mi familia y algunas otras se han unido para pelear contra los seres que van en contra de los mandatos de Dios… me preparé para a los 18 años ser parte de eso… —

Hasta el momento dice la verdad, intenta por un lado decirle lo más posible sobre su tarea pero sin tampoco entregarle tanta información que pueda ponerla en riesgo. — Cuando estaba a punto de entrar a la última etapa en mi formación como soldado salimos con otros muchachos de mi edad, era una especie de prueba previa… esa noche uno de esos seres me atacó, me rompió la rodilla derecha y dejó bastante dañada la izquierda… — su mirada se aleja, sus recuerdos lo llevan a esos años, a la frustración de no poder realizar lo que siempre ha deseado, a las miradas desilusionadas de su padre y sus maestro, porque como es costumbre, si alguien es culpable de ese ataque, es él, por no estar lo suficientemente preparado o no haber sido más rápido. — Me tomó años poder recuperarme y para ese entonces no tenía muchas opciones para realizar dentro de la organización a la que pertenezco… — sus ojos ahora están sobre sus propias manos, cruzadas en su regazo, esperando esa frase de Ainna que le indique que es mejor no seguir o quizás lo último antes de que lo expulse. — Mi misión ahora es crear elementos y artefactos para que los soldados puedan matar a otros… soy un asesino aunque no me ensucie las manos… —
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Mensaje por Ainna Minel Vie Dic 21, 2012 7:45 pm

”(…)Si las víctimas persiguen a sus asesinos, ¡Sígueme!
Si hay espíritus que andan errantes por el mundo, quédate siempre conmigo, toma cualquier forma,
¡Vuleveme loco! ¡Pero porfavor!, no me dejes en este abismo en donde no puedo hallarte.
¡Oh dios mio! ¡¿Cómo decírtelo?! ¡Yo no puedo vivir sin mi vida! no, ¡Yo no puedo vivir sin mi alma!”

- Cumbres borrascosas


Hace minutos antes cuerpo a cuerpo empezaban a unirse, sus labios habían terminado lo que las palabras no habían podido decir, también sus manos se habían encargado de unir lo que la ropa antes separaba, pero ahora era una distancia de unos pocos centímetros acostados uno frente al otro, una muralla que habían puesto entre ambos, ¿Por qué?, porque él tiene algo que decirle, su mente divago un segundo, una lucha mente- corazón de nuevo, las ideas principales que cruzaron su mente fueron, “sigue casado”, le dolería demasiado que fuera así, pero estaba dispuesta a soportarlo y continuar, sabía que era muy bueno para ser real.

Pero no fue así, menciono las marcas de sus rodillas que vio muchas veces antes, que al contrario de él, que parecían avergonzarse de ellas, ella las recordaba como una marca tan característica suya, alguna de sus cicatrices formaban figuras y esos eran parte de los pensamientos que le robaban en el sueño la mayor parte del tiempo, se pasaba horas mirando al techo, recordando y volviendo a re aprender cada centímetro del cuerpo masculino.

Siempre que hablaba ella callaba, no podía hacer más, a veces, y le costaba aceptarlo cuando oía hablar a alguien lo hacía con toda la atención del mundo, por que le costaba entenderlos, como si estuvieran en una esquina contraria a donde ella se encontraba parada, incluso si estuvieran viéndose frente a frente, aunque siendo sinceros casi nunca ponía atención a lo que le decía la gente, los hombres solamente se la pasaban hablando de su cuerpo, diciendo cosas sobre cómo se movía, las mujeres con las que hablaba, todas eran cortesanas que hablaban de cosas parecidas, los clientes, quien había tenido más, chismes de las esposas de sus clientes, su tormentosa vida, nadie estaba obligada a estar ahí, aun, incluso ella sabía que no era su única opción, podría haber buscado un trabajo más decente, pero había decidido trabajar de lo que era, las decisiones son importantes en la vida de una persona, bien o mal nos convierten en humanos.

¿una guerra que pocos conocen?, Ainna frunce el ceño, a esa altura no entendía nada, pero lejos de echarle la culpa a su falta de lógica para expresarse, se echaba la culpa a si misma, por ser tan lenta y no entender el mundo real, ella estaba consiente que ella simplemente sobrevivía en un mundo de gente diferente a ella, era como una pieza de rompecabezas que no formaba parte del rompecabezas correcto

Aquella mirada en los ojos de su amado, es lejana a otra época en donde Ainna no existía, donde ambos vivían su vida lejos del otro en caminos totalmente diferentes, Ainna posa la mano en su mejilla acariciando suavemente la piel de Albert, tal vez su miedo al sufrimiento contrario, la había orillado a traerlo consigo, cuando los ojos de ambos se encontraron Ainna sonrió ampliamente.

Deshace la cama con ayuda de sus piernas para no perder el contacto visual, cuando la sabana cede estira la mano para tomarla y cubrir su cuerpo, quitando el corset que no era más que eso, un retazo de tela que cubría su desnudez.

– Inclusive si mataras por placer… por el placer de arrebatar una vida, te amaría, creo que inclusive eres un héroe, un hombre que está dispuesto a poner en riesgo su vida, por la de los demás, ¿Cuál es tu miedo?, ¿alejarme de ti?, Imposible, duro, doloroso, imposible - por fin se atreve a cortar el silencio que había sellado sus labios, su mano volvía a su mejilla cálida, no podía ver de un modo diferente a Albert, nada de lo que ese hombre le dijera podría causar una cara de repugnancia ¿importa los hechos que marquen nuestra vida más que nuestra propia esencia?, Ainna no lo creía así.

- Mi única duda es que seres son esos a los que te refieres, como si no fueran humanos - Ainna no conocía nada de la gente sobrenatural, tenia sus dudas, como casi todos, con cada nuevo cliente, pero, al final creía que todo era parte de su mente, imaginativa, realmente su mundo mental y el real no eran tan diferentes.



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Mensaje por Albert Ollivier Dom Ene 20, 2013 2:27 pm

La luz de cada día,
su llama o su reposo
nos entregan, sacándolos del tiempo,
y así se desentierra
en la sombra o la luz nuestro tesoro,
y así besan la vida nuestros besos:
todo el amor en nuestro amor se encierra:
toda la sed termina en nuestro abrazo.

Mi muchacha salvaje – Pablo Neruda.



Explicarle o seguir adelante. Cuando la escucha es difícil comprender que se refiera a él, que esas palabras estén describiéndolo. Él no es un héroe ¿o sí? Él es un asesino, uno que no tiene piedad con sus víctimas, uno que de no ser por aquel accidente estaría ahora en la calle con todos los medios posibles para exterminarlos. Sus facciones se transforman, se hacen más duras y por algunos segundos olvida donde está, con quién está. La cercanía de Ainna a veces le hace pensar que en realidad el monstruo es él y no todos los seres que cree están malditos. Tiene ahora los ojos abiertos de par en par, enfocados en ella, sus preguntas se mantienen en el aire, ¿cómo responder sin volver a mentir? Podría inclinarse sobre ella y besarla, evitar así tener que seguir hablando y distraerla a punta de caricias. Claro que lo desea, pero si ya comenzaron esa conversación es mejor terminarla de una vez antes de que sea demasiado tarde o ella salga corriendo cuando se entere de la verdad. — Tengo miedo de perderte, de que te des cuenta de quién es el que tienes al lado… ¿vale la pena estar con un asesino? — no deja de llamarse de ese modo, así lo siente.

Si es difícil contarle todo a Ainna no quiere ni imaginar como será cuando tenga que enfrentarse a su hija y comenzar a revelarle de a poco lo que esconde su familia. En ciertas ocasiones Albert agradece a Dios por no darle un hijo, si su pequeña fuera un hombre no podría haberla mantenido alejada de ese mundo como lo ha hecho, la presión familiar se habría hecho sentir apenas el niño comenzara a caminar y su destino elegido por alguien más, justo como sucedió con él. ¿Eso le esperaba si tenía hijos con su futura esposa? Ni siquiera sabe si Ainna desea tenerlos pero luego de tener que criar solo a la pequeña Aileen, a ratos a imaginado en secreto poder cargar en sus brazos a otra niña, esta con los ojos de su amada y con la esperanza de que ambos estarán siempre presentes. Tal vez es mejor que ese accidente ocurriera, de otro modo nunca habría cambiado de trabajo, nunca habría acudido al burdel y nunca la habría conocido a ella. — Aquellos seres no son humanos o al menos no del todo… — aún con su mano sobre su mejilla su voz no se suaviza, tiene un gesto serio marcado en el rostro y la dificultad de encontrar las palabras correctas.

Cuando inspira lo hace profundamente, sus ojos bajan, pero la valentía no está en esa sábana que apenas cubre el cuerpo que desea, tampoco en la cama que en vez de ser testigo de su pasión se ha convertido en el confesionario más digno de esa iglesia que visita cada semana. — Allá afuera habitan criaturas que se transforman en animales, otros que son a la vez humanos y lobos… y otros, mi amor, que beben sangre de las personas e intentan arrebatarles el alma… — no quiere asustarla, pero decirlo de otro modo sería subestimarla y lo que menos desea en este momento es que ella pueda dudar de la confianza que deposita sobre sus hombros. — Todos poseen nombres distintos, si no conoces su existencia es fácil no notarlos, pero una vez que observas con atención te darás cuenta que están en todos lados… eligen la noche al día, los rincones apartados para atrapar a sus presas… — quien habla es el inquisidor, no el Albert que susurra palabras delicadas cuando hacen el amor, — porque para ellos somos eso, unas presas débiles si no nos preparamos para enfrentarlos… ellos son los leones y nosotros las gacelas… y es por eso, mi amor, que tengo miedo… que tenía miedo, miedo de contarte esto, miedo de que sepas la verdad y que pueda afectarte de algún modo. Todos mis miedos se resumen en mi miedo a perderte. —
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¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?  [Ainna Minel] Empty Re: ¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron? [Ainna Minel]

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