La leyenda del hada y el mago

Había sido idea de Clotilde. Yo jamás me habría aventurado a una locura semejante. Pero Clotilde era así. Siempre deseando de probar cosas nuevas, de conocer originales maneras de vivir. No le pidas a Clotilde que piense, actúe y sienta como lo mandan los convencionalismos, porque entonces no sería Clotilde.

En el fondo, le debía mucho a mi hermana. Sin ella, posiblemente nunca me habría dedicado a la música, ni sería el segundo violín de la Orquesta General de Viena. Con Clotilde, sentía que podía pensar a lo grande. Y por eso decidí invitarla a pasar unos días conmigo a París, donde la Orquesta tocaría durante tres semanas en la Ópera Garnier.

Por supuesto, debí suponer que cuando viera algo así Clo no podría resistirse. Había sido ella la que me había convencido a acudir a la subasta de ricos, porque, según ella esto era París, y en París había que hacer locuras. Yo giré los ojos y me dejé llevar. A decir verdad, adoraba aquéllo de Clotilde; esas ganas de vivir y experimentar.

Accedí entonces a su oferta descabellada sin más pretensiones que las de asistir y ver. Pero mi hermana tenía otros planes bien diferentes. Salimos pues del Hôtel Des Arenes y pusimos rumbo a la Ópera de París, que era donde se celebraba el evento. Clo había insistido en que me arreglase, así que me puso uno de mis trajes que utilizaba para las funciones de la Orquesta.

Cuando llegamos allí me sentí fuera de lugar al momento. Las fiestas y el lujo nunca habían sido mi estilo. Sin embargo, mi hermana se sentía como pez en el agua. Parecía haber nacido para aquellas altas élites. Tomamos nuestros asientos reservados, y no pude evitar preguntarle a mi hermana:
-Oye, Clo. ¿Cuánto te han costado las invitaciones? Esto tiene pinta de ser demasiado...
-Chst. Calla y disfruta, Carolina. Siempre te preocupas demasiado por todo. Ése es tu fallo. Ah, y toma un poco de caviar. Te relajará.

Hice lo que me pidió y me callé. El invitado especial de aquella gala era un tal Jean Baptiste Fontaine. Al parecer era uno de los solteros más codiciados del país, pero yo no tenía ni idea de quién era. Una foto suya colgaba de un gran marco apoyado en el escenario. Las expresiones regias de su rostro le conferían un aspecto atractivo. Salió al escenario la que presumía ser la hermana del tal Jean Baptiste. "No lo sabe pero uno de los solteros que están ahí atrás no será subastado si no rifado..." A continuación, se apresuró a anunciar a la ganadora.

Me quedé en blanco cuando escuché mi nombre completo salir de los labios de aquella mujer.

Miré a mi hermana. Había sido cosa suya. Ella había metido mi nombre en la rifa a pesar de mis constantes negativas.
-¡Vamos! ¡Que suba al escenario la afortunada!

Mi hermana dejó escapar una sonrisa maliciosa mientras me daba empujoncitos para que saliera de mi asiento. Yo todavía no podía articular más frase que no fuera "ésta me la vas a pagar", pero ella parecía más divertida que temerosa.

Subí al escenario, con los pies temblando y deseando que la Tierra me tragase por completo. Me tragase y me volviese a escupir de nuevo en mi casa en la calle Höfster, en Viena.

Miles de miradas depositadas en la pareja ganadora. Sentía ganas de salir corriendo de allí, pero éso no sería propio de una Van de Valley. Los aplausos llenaban toda la sala, y no era para nada parecido a los que recibía cuando terminaba alguna función. Ésos últimos siempre estaban cargados de una gran satisfacción ante un trabajo bien hecho (que no era sólo mérito mío, obviamente, si no también del resto de mis compañeros de la Orquesta).

Al subir las escaleras del escenario, me encontré de bruces con el tal Jean Baptiste Fontaine. Me tendió la mano y yo correspondí a su saludo. Desde aquel lugar se tenía una visión totalmente perfecta de todos los invitados a la gala. Mis ojos azules se cruzaron con los de mi hermana Clotilde, y una mueca se dibujó en mi rostro, que iba dirigida a ella, por supuesto. "Lo mejor es decir que ha habido un error. Que yo no iba a participar en el sorteo, que lo cambien, lo rehagan o yo qué sé".

Estaba tensa y el joven se percató. "Descuide, cuando nadie esté viendo corremos"
-Me parece un plan perfecto -murmuré entre dientes, sin saber que hasta hacía unos minutos esa opción se me había pasado por la cabeza como un plan plausible.

Poco a poco, el ambiente se fue relajando. Sonreí ante el comentario de la hermana y cogí el sobre que me tendía. Al abrirlo me topé con un millar de fotos de una cabaña y paisajes idílicos. "Esto tiene que ser una broma". Me escuché a mí misma balbucear tres o cuatro palabras sin sentido hasta que llegó mi hermana. Casi no me había dado cuenta de que el evento estaba cerrando.
-Fíjate, Carolina. Este sitio es una preciosidad. ¡Qué suerte has tenido! -me dijo, propinándome un codazo, lo que provocó que me tambaleara unos metros de mi sitio.
-Ah... yo... No creo que pueda. Quiero decir que... Muchas gracias y eso, pero tengo trabajo. En la Orquesta, tocamos toda la semana y no creo que...
-¡Oh, venga ya! Seguro si se lo cuentas pueden poner al segundo violín de repuesto y darte unos días libres. Además sólo te saltarías una función. Tampoco es mucho.

Como siempre. Mi hermana ayudando.
-Si no lo haces, te arrepentirás.
Lo medité unos instantes. Estaba casi segura de que iba a decir que no, devolver el premio, marcharme de allí y echarle una buena bronca a Clotilde cuando llegásemos al hotel. Pero las miradas insistentes de mi hermana y la otra chica me abrumaban.
-Ah, vale. Está bien. Hablaré con el director

Imaginé que podría haber sido peor. Mucho peor. Podría haber sido un millonario obeso de sesenta años en busca de una esposa a la que seducir y encadenar de por vida a una existencia basada en lujos superficiales y secreta soledad. La primera parte, al menos, saltaba a la vista que no era cierta. Ya veríamos a ver la segunda. Por el momento, la impresión de Jean Baptiste Fontaine había sido buena, e incluso hasta podría decírse que se le veía igual de incómodo que yo con esa situación. Intentó relajar el ambiente con algún comentario divertido, al que yo correspondí con un par de sonrisas ladeadas.

"A menos que tenga un novio celoso, entonces no podríamos hacer nada". Aquel comentario me llevó justo al rincón de mi mente donde más lejos quería estar. Mi hermana me dedicó una mirada que yo sabía perfectamente cómo interpretar. No dije nada, sin embargo, y guardé la compostura. No había ninguna necesidad de montar una escena ante dos completos desconocidos. El cálido tacto de Clotilde en mi hombro hizo que me sintiera mejor. "Ya verás cómo esto te hace bien", escuché susurrándome en el oído.

-La Orquesta General de Viena. Estamos ahora mismo alojados en el Hôtel Montparnasse, al lado del Teatro Montparnasse -contesté casi automáticamente a la pregunta del joven- ¿Cuándo salimos a esa cabaña de ensueño? -inquirí algo socarrona en la última parte-Imagino que antes tendré que pasar por el hotel a recoger mis cosas y eso...-Había sonado demasiado impetuosa, tal vez, pero lo cierto era que estaba deseando salir de allí. No pretendía ser descortés, tampoco, así que tendría que hacer esto lo más llevadero posible. "Estás ahí dos días. Sólo son dos días. Y luego, te largas. Adiós, muy buenas, monsieur Baptiste. Un placer. Blá, blá, blá" Ah, sí. Y después mataría a Clotilde.