Caminaba y mira que encontre!!! (Eustace)

Había salido a caminar para aprovechar aquella exquisita mezcolanza de brisa y sol que muy rara vez de daba en el húmedo y caluroso clima de Francia, ye que seguramente encontraría realmente insoportable si no fuera porque había sido nacido y criado en él. Andaba de ocioso, recién había obtenido una nueva cuota de sus tan preciados secretos de juventud. Si tan sólo el resto supiera su verdadera edad, de seguro le mirarían tan horrorizados como lo hicieron sus hermanos en otrora época, cuando él se les presentó con la escasa esperanza de volver a recuperar parte de sus raíces y lo que había sido la espectacular docena infantil de los Molyneux.

Era imposible que los recuerdos no se le atiborraran en la mente cada vez que pensaba en su pasado, era inevitable que se pusiera un poco melancólico y con ello pretendiera luchar consigo mismo para intentar pensar en otra cosa que no implicase uno de esos bajones anímicos que le daba cada vez que recordaba aquello que realmente era lo único que le dolía; el rechazo de su familia.

Y que mejor receta para la melancolía que ponerse un poco insufrible con alguna niñita de bien, buscar alguna prostituta en un burdel, quizás dos o tres, y además conseguir un poco de dinero gratis para, textualmente hablando, no derrochar en cosas tan banales, parte de sus preciados ahorros. Y es que claro, a Eustace jamás le había gustado cualquier puta, a él le gustaban las mejores y las más expertas y aquellas eran precisamente las mas costosas y las que siempre estaban ocupadas, por lo que además de sus precios, debía pagar una que otra soborna para conseguir colarse de los primeros en sus atenciones, pero... evidentemente no tenía tanto dinero disponible para ese tipo de cosas, aún a pesar de ser un Senador de la República.

Y como si fuera un verdadero milagro ante sus ojos, una billetera se le cayó a un hombre que parecía adinerado, sólo bastaba cruzar del otro lado de la calle para recogerla porque hasta ahora nadie parecía haberse dado cuenta. Y así lo hizo, corrió cruzándose por delante de uno de los carruajes que casi lo atropella, pero el dinero, el poder y el placer eran cosas que siempre valían la pena para Eustace Dubois.

Ya estaba a punto de llegar a ella cuando una chiquilla enclenque le ganó la partida y le hizo maldecir con rabia. Resopló quedándose por un momento en el mismo lugar mientras pensaba en si quedarse de brazos cruzados y buscar algún otro objetivo, pero finalmente decidió darle una especie de escarmiento a esa muchacha entrometida y se lanzó a su persecución para alcanzarla justo cuando estaba a dos metros de llegar hasta el hombre, le cogió desde la billetera para arrebatársela justo en el momento en que le hacía una especie de barrida con sus piernas para hacerle caer de bruces al suelo y llevarse el botín.

— Gracias — le dijo con una sonrisa burlesca y una vocecita cantarina.

Y se echó a correr en dirección contraria para escapar con la billetera, no sabía si la chica le perseguiría o si no, pero si lo hacía... sin duda de divertiría con ella. Después de todo, no todos los días se conseguía dinero y diversión por el mismo precio.

Corría y corría, no tan rápido como hubiera sido lo apropiado, pues Eustace pecaba de confiado; tenía su ego por las nubes y éste muchas veces le hacía creer que era prácticamente invencible, tal y como la liebre de aquella famosa fábula en la competía con la tortuga, por supuesto, que la chica que le seguía era la tortuga.

Le hubiera gustado que ella hubiera caído al suelo cuando le barrió las piernas, hubiera sido un bonito recuerdo para archivarlo en su memoria de situaciones graciosas, pero al parecer ella tuvo suerte y sólo se salvó por alguna influencia del terreno o quizás del viento, jamás de los jamases por tener buenos reflejos.

Corrió con confianza y no con tanta prisa como hubiese debido ¿Cuándo podría alcanzarle una mujercita de clase con semejantes vestidos? Jamás! Por eso se dio hasta el tiempo de fingir hacer deporte y sonreír a una que otra muchacha a su paso con aquella mirada coqueta que a veces relucía de sus dientes blanquecinos. Miró hacia ambos lados de la calle que le antecedía y cruzó justo por delante de un carruaje, que a distancia prudente, le permitió mantener la calma con la que avanzaba.

— ¡Si tuviera puesta mi ropa de entrenamiento esto no te sería tan fácil! — gritó una voz femenina a su espalda.

Quiso el destino y su curiosidad, que el brujo se diera la vuelta cuando la mujer se le abalanzaba encima, como una verdadera loca de manicomio. De todos sus años de vida callejera, jamás se había topado con una “señorita” tan imprudente como aquella. Sin embargo, no había sido su falta de educación lo que había llamado su atención, sino el contenido de sus palabras de locura ¿Ropa de entrenamiento? ¿Ella? ¿Una mujer? Estaba más que claro que la mujer no era una deportista, ni tampoco policía ¿Qué más podía ser si no? «¡Cazadora!» exclamó su cabeza al mismo tiempo que sus ojos se abrían de par en par, como dos enormes ventanales cuyas persianas se alzan de sopetón.

Su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo, amortiguado por su propia espalda que fue la encargada de recibir todo aquel en impacto antes de rebotar en su cabeza, provocándole un fuerte golpe que le dejó ligeramente atontado, siendo apenas consciente de la mujer que le había caído encima, ya que la rapidez sobrenatural de la mujer, a penas y le dio tiempo para recuperarse y darse cuenta que acababa de quitarle la cartera.

Inmediatamente la gente llegó a asistirlo, pues Eustace seguía tirado en el piso con una expresión que era una mezcla extraña de desconcierto y dolor. Se palpó por detrás de la cabeza, pues había empezado a sentir una especie de líquido caliente que finalmente descubrió que se trataba de sangre. ¡Le había roto la cabeza! ¡La condenada mujer le había roto la cabeza!

El brujo miró sus dedos manchados con sangre e intentó ponerse de pie cuando las personas cercanas le aconsejaron lo contrario y le obligaron a quedarse en el suelo.

— Mi cartera — murmuró con un tono lo suficientemente audible — La maldita mujer se ha robado mi cartera — le informó a la gente de alrededor, pero ya un par de caballeros había ido tras la mujer y con ellos la policía misma.

Esa mujer, de seguro acababa de cometer el peor error de su vida, pues aunque le hubiese dejado atrás, los trucos del mago bien demostraban que no tan sólo constaban de magia, sino también de un poco de ingenio. Después de todo, quien ríe al último, ríe mejor.