Un encuentro inusual [Thérèse Bussiére]

por **Guy Reynard** Mar Dic 11, 2012 4:32 pm

Era por la tarde, y aunque aun quedaba algo de luz, el sol no tardaría en esconderse. Aquella noche tenía que reunirme con alguien en el centro de París, lo cual era parte de la razón por la que aún seguía en la ciudad y no había vuelto a embarcarme, pero hasta entonces tenía algunas horas libres y me aburría. Había pensado en acercarme a una taberna o incluso al burdel, pero por algún motivo la idea de quedarme bajo techo no me resultaba apetecible en aquellos momentos, así que en lugar de eso me había montado en el caballo que me había procurado el día de mi llegada y me había dirigido a las afueras de la ciudad para dar un paseo. Siempre que desembarcaba para pasar una temporada en una ciudad y creía que necesitaría moverme bastante, robaba un caballo cualquiera para disponer de un medio de transporte. O más bien lo tomaba prestado, pues volvía a abandonarlo cuando ya no me parecía útil. No se podía llevar a un caballo a un barco.

Aquel en concreto era una robusta yegua de capa castaña y crines oscuras que se había comportado con excepcional tranquilidad, como si no hubiera notado el cambio de dueño. Era algo bueno, porque la mayoría se volvían decididamente irascibles, y a pesar de que con los años había aprendido a la fuerza a ser un jinete excelente, siempre era más sencillo cuando tu montura colaboraba. A pesar de todo, y a decir verdad, no acababa de sentir demasiado aprecio por aquellos animales.

Pronto llegué a las afueras de la ciudad y tiré de las riendas con suavidad para reducir el ritmo de la yegua a un paso lento, mientras miraba como el sol ya empezaba a rozar la línea del horizonte.

por **Thérèse Bussiére** Lun Dic 31, 2012 6:23 am

Abrí los ojos con un grito sintiéndome cada vez mas impotente. Aquel día los sueños habían llegado a su punto cumbre. Las premoniciones se hacían insoportables y mi fiel ayudante no podía hacer nada para remediarlo. Kelevra llego a mi lado en cuanto sus agudos oídos me escucharon y me sostuvo la mano mientras yo jadeaba. Su aroma era el único que me tranquilizaba en los momentos de máxima tensión pero en ese instante ni siquiera él podía contra el futuro y contra mas muertes y desgracias –Otra vez lo vi, otra muerte, Paris esta maldito querido amigo– murmure sintiendo como las lagrimas descendían desde mis inútiles ojos. No podía ver pero podía llorar mas de lo que muchas personas lloraban en mucho tiempo. Me sentía como una niña débil que necesitaba ser consolada y las caricias suaves de mi fiel amigo no ayudaban en sentirme mas fuerte ¿Que diría una persona de clase alta si me viese casi desnuda, en un camisón, en mis propias habitaciones con mi ayudándote consultándome y tocándome suavemente a placer? –Basta- musite en cuanto la mano de Kelevra fue bajando sobre mi espalda. Él era como todos los amigos y muchos lazos de sangre de nuestra familia un lobo muy dominante. Su condición de licántropo no hacia mas que aturdirme pero estaba decidida a buscarme entre las inmensidades de Paris sin la necesidad de niñeras así que le empuje con suavidad y empecé a darle ordenes. Poco podía hacer cuando el lado mezquino salía de mis genes –Quiero mi vestimenta de montar y unos caballos. Vamos ir a las afueras porque si no hago algo con estas premoniciones me voy a volver loca– gruñí por lo bajo.

Pude escuchar como Kelevra rechinaba los dientes bajo mis ordenes pero pronto empezó a moverse dejando su lado lobuno y dominante de lado para cuidar de mis necesidades. El sabia que lo necesitaba a mi lado para ser mis ojos pero no para ser mis oídos ni mi tacto, ni tampoco mi olfato a pesar de su insistencia. Pronto llego con la vestimenta que le había pedido y me ayudo a desvestirme, a tomar un calido baño y a vestirme. Fue tan atento con todos y cada una de mis necesidades que mi enfado por sus exagerados toques se esfumo al instante –Muchas gracias– murmure en un final mientras me cogia de la mano y me ayudaba a evitar los obstáculos de la habitación de hotel que aun no conocía.

Poco tiempo después ya estábamos a las afueras de la ciudad intentando encontrar el punto exacto donde mis sueños y premoniciones me habían avisado de la llegada de un extraño –Es imposible, es imposible con mis inútiles ojos– me queje pues el tiempo ya había pasado y un hormigueo en lo alto de la nuca me decía que el sol ya había empezado a descender para dejar paso a la noche –Mira otra vez hacia el norte Kelevra pero tiene que ser una yegua de capa castaña y crines oscuros– no tardo nada en marcharse en dirección contraria mientras yo a duras penas intentaba bajarme del precioso ejemplar árabe para tocar suelo bajo mis pies y no sentirme tan fuera de lugar. Estaba muy ensimismada con mi decepción pero eso no fue suficiente como para no escuchar el bufido de un caballo –¿Kelevra?– dirigí todo mi cuerpo hacia el sonido pero mi inútil vista aun estaba perdida en la nada. Solo veía sombras y eso raras veces aunque en momentos como aquellos cuando la noche se cernía sobre las personas eso no me era de grana ayuda.

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