No quieres recordar [Privado]

por **Larisa Navratinova** Miér Dic 12, 2012 10:03 pm

La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse.
Roger Martin du Gard

Pestañeó un par de veces. Apenas era consciente de a dónde había llegado. Sin pensárselo siquiera, había terminado caminando por las concurridas calles de París. Eran alrededor de las seis de la tarde, por lo que las calles estaban pintorescamente llenas de gente. Lamentablemente, a Larisa no le gustaba demasiado la gente. Esas personas que la miraban con curiosidad, que se fijaban sobremanera en el color de su piel y cabello, y que soltaban risitas de conmiseración al escuchar su acento.

Pero necesitaba desesperadamente ese aire. Había tenido otra pesadilla… Bueno, no otra, sino la misma de siempre, que se repetía una y otra vez en su cabeza, como si de un deja-vu se tratase. Un hecho que había ocurrido hace demasiado tiempo como para regodearse en él, pero demasiado poco como para olvidarlo. Un hecho que hacía que la chica temblara de miedo y se le pusiera la carne de gallina.

Los dos hermanos, asechados por algo que no sabían qué era. La sensación de que su propio cuerpo se paralizaba y no la dejaba moverse a su voluntad. El gemido desesperado de Vladimir, que, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, la arrastró fuera del alcance de ese algo. El tacto rasposo de los árboles al subir sobre ellos, y el sonido de una rasgadura, posiblemente del vestido que llevaba en aquel momento. La promesa de Vladimir, “no moriré hasta que estés a salvo”. El ver con sus propios ojos cómo rompía esa promesa, siendo desgarrado con saña por aquella sombra velada a sus ojos. El terror que sintió al ver aquella mirada, cargada de odio y de locura. Y luego, la oscuridad. La oscuridad que precedía a la repetición de la misma imagen, una y otra vez.

Volvió a la realidad. Estaba respirando entrecortadamente. Las lágrimas a punto de salir de sus ojos. Y todos volvían a mirarla con curiosidad. Era más de lo que ella podía soportar. Con toda la dignidad que le quedaba, caminó lentamente, buscando un escondrijo en el cual pensar. Lo encontró en un pequeño callejón que se veía vacío. El lugar perfecto para dar rienda suelta a sus pensamientos confusos.

La pregunta que siempre se repetía. ”¿Por qué no puedo recordar lo que fue? ¿Por qué no puedo verlo?”. Se lo reprochaba a su cabeza, que para ese recuerdo había preferido la amnesia selectiva. Simplemente no quería recordar. O posiblemente el shock la hizo olvidar. O también esos cinco días en los que la catatonia se apoderó de ella. No lo sabía a ciencia cierta.

Lo único que Larisa Navratinova quería era recordar. Pero lo único que le decía su mente, en respuesta, era “No quieres recordar”.

por **Caliban/Lenore** Sáb Feb 16, 2013 6:40 pm

La soledad le sentaba bien, no podía negarlo; se sentía cómodo con ella como única compañía y tal hecho lo hacía ausentarse del mundo tanto como le era posible. Sin embargo, otra cosa que tampoco podía negar, era el hecho de que en ocasiones la soledad se tornaba un tanto insoportable, difícil de digerir; se anidaba entre sus costillas y lo partía desde adentro, y el dolor era insoportable. Caliban tenía una predilección por la gente muerta, encontraba a los cadáveres hermosos, perfectos; le gustaba que no lo miraran como lo hacía la gente viva, que no lo juzgaran, que se limitaran a hacerle compañía mientras él tenía el control de la situación. Los cadáveres no podían llamarlo inútil porque su único talento en la vida era embalsamarlos y lo hacía terriblemente bien. No obstante, de vez en cuando, a Caliban lo asaltaba una repentina necesidad de codearse con los vivos, de entablar una conversación, aunque estuviera prácticamente negado para llevarlo a cabo. A menudo lo atormentaba el no saber de qué hablar con esos con quienes tenía en común la vida y esto se debía a que sus únicos temas de conversación estaban relacionados a sus únicas dos actividades: la inquisición y la necrofilia, y ninguna de ellas era un tema del que pudiera hablar abiertamente.

Cuando decidió salir de casa, para realizar la compra de algunos de los productos que utilizaba en el embalsamamiento, lo hizo con la intención de pasar desapercibido lo mejor posible. Eligió una chaqueta amplia con corte largo que le rozaba las rodillas y que contaba pertinentemente con una capucha que le ayudaría a cubrirse la cabeza. Se colocó también unos guantes y, de ese modo, logró esconder lo que tanto solía escandalizar al mundo: las incontables marcas sobre su piel que le acompañarían hasta el último de sus días.

Oculto bajo sus negras ropas, caminó hasta el centro de la ciudad, pero nunca llegó a su destino porque la vida le tenía preparado otro trago amargo. Se le ocurrió parar en un pequeño mercado y tomar con una de sus manos una manzana apetitosa cuyo olor le había seducido al grado de querer saborearla. La dependienta del lugar se acercó de inmediato y quedó aterrorizada cuando la capucha del Cambiaformas cayó accidentalmente sobre sus hombros, revelando su inquietante identidad. Cientos de marcas negras quedaron a la intemperie, a la vista de todo aquel que circulaba a su alrededor. Caliban pudo sentir las decenas de ojos juzgándolo, maldiciéndolo, condenándolo a ser una especie de aberración de la naturaleza. No pudo soportarlo. Arrojó la manzana y, cubriéndose rápidamente, salió corriendo para buscar un escondite, algún sitio que lo dejara fuera de la vista de todos esos que ya sentía que lo odiaban sin razón alguna.

Entró corriendo a un callejón y encontró refugio junto a unas pequeñas escaleras, donde se instaló y permaneció por alrededor de media hora, hecho un ovillo. Allí, encontró nuevamente la paz y soledad que tan cómodo le hacía sentir, hasta que estas nuevamente le fueron perturbadas por una rubia cuyo gesto en el rostro demostraba que tampoco lo estaba pasando nada bien. Caliban la observó en silencio desde su escondite. Su primer pensamiento fue el de quedarse en su sitio hasta que ella se hubiera ido pero, cuando notó que ella estaba a punto de llorar, sintió una extraña e inexplicable empatía que lo orilló a cambiar abruptamente su plan.

— También los odio. — Murmuró, dando por hecho, quizá equivocadamente, que lo que la había hecho sentir de tal modo era también la gente. La cercanía entre ambos le garantizó que ella le escucharía. Se quedó inmóvil, fundido entre las sombras, pues lo menos que deseaba en ese instante era vivir de nuevo el rechazo si ella lo veía.

Off: Disculpa la demora, no volverá a ocurrir.

por **Larisa Navratinova** Dom Feb 24, 2013 9:49 am

Al escuchar una voz al lado suyo, la joven volvió la cabeza. Unos cuantos metros más allá estaba lo que parecía ser un bulto, uno que respiraba y hablaba, por lo que lógicamente debía ser una persona aovillada. Ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntarle quién era y cómo había llegado allí, porque sus ojos se abrieron confusos en cuanto escuchó las palabras que salían de su boca. ¿Odio? Era un término que no tenía cabida en ella, y que de cualquier modo tampoco entendía. Un sentimiento alejado del que Dios no la había dotado. Porque por mucho que lo intentara, ella jamás había podido odiar a alguien, por mucho que lo intentara.

-No los odio-respondió, igual de confusa que sus pensamientos-. No los odio porque ellos no tienen la culpa de nada. Son inocentes aunque no lo parezcan demasiado. ¿Quién soy yo para juzgar?

Y el silencio volvió a apoderarse del lugar por un tiempo, el suficiente como para que Larisa comprendiera. Allí estaba ella, blanca, radiante, luminosa como una aparición divina en medio de la calle. Brillando con una luz propia, un farol en medio de la oscuridad que amenazaba con cernirse sobre la gente. Y allí estaba el bulto, vestido con ropas oscuras y ocultando su rostro de esas mismas personas, un ser que se ocultaba en las sombras pero al mismo tiempo aspiraba desesperadamente a escapar de ellas.

A pesar de que las piernas le temblaban involuntariamente- y la joven aún no sabía por qué, siendo que alrededor suyo no había peligro visible-, sintió compasión por aquella criatura que trataba de salir de su escondite-aún cuando éste no era visible tampoco-. A pesar de que nada en ella respondía, quería acercarse y decirle que aún había esperanza, que todo podía arreglarse. Pero, ¿Por qué no podía hacer nada de lo que su cabeza pensaba? Era como si entre medio de ambos hubiera una barrera que de cualquier modo la chica no quería saltar.

En vez de todos sus castillos en el aire, sólo una pregunta salió de sus labios.

-¿A qué le tienes miedo?

por **Caliban/Lenore** Mar Abr 23, 2013 10:36 pm

—No son tan inocentes como parecen. Quizá aún no los conoce lo suficiente… —respondió, sin imprimir en su voz algún tono de resentimiento en particular. Su voz era más bien monótona, como si estuviera sumido en un letargo eterno del que él mismo se negaba despertar, quizá porque en el fondo se sentía cómodo así, sedado todo el tiempo, aunque lo llamaran tonto o raro, aunque la gente siguiera hablando de él, de todos modos lo harían, ¿no? Permaneció en su lugar sin mover un solo dedo, entablando esa extraña conversación con la mujer desconocida, algo que ya de por si era bastante peculiar, pues un chico como Caliban, que era naturalmente antisocial, no solía ir por la vida haciendo nuevos amigos.

—A mí mismo… —pensó al instante como respuesta a la pregunta de la muchacha— A nada… —mintió finalmente, después de un rato de silencio mortuorio en el que ninguno de los dos personajes se atrevió a hablar. Él no podía hablarle de sus temores porque no la conocía, y porque tampoco sabía cómo explicar ese sentimiento horrible que lo invadía cada vez que sentía que algo no estaba bien con él, que había algo oscuro en su ser que no terminaba de explicarse. Esto se debía a que Caliban aún no era consciente de la doble personalidad que venía sufriendo desde años atrás. No conocía las atrocidades que había realizado, todas las muertes que Zeke, su segundo u más atroz él, había provocado. Negó con la cabeza para despabilar un poco la mente de esas ideas que consideraba absurdas, y volvió a permanecer en silencio por un largo rato. Cuando entendió que aquella quietud empezaba a ser incómoda, ladeó su rostro, asomándolo fuera de su improvisada guarida apenas unos centímetros, y lo alzó al cielo, pestañeando aliviado cuando fue consciente de que la luz del sol comenzaba a extinguirse y que en un par de horas ya no habría razón para esconderse más y podría ir a casa, o a donde él quisiera. Pero, antes de volver a esconder su cabeza, sintió una enorme curiosidad por saber cómo era el rostro de la joven que sin querer se había vuelto su compañera esa tarde, porque el que él no quisiera que lo conocieran no significaba que él no deseaba conocer a otros. Alargó entonces el cuello largo y pudo observarla. Desde ese ángulo, y con las muy útiles habilidades propias de su raza, podía distinguir con mayor claridad el cabello rubio de la muchacha, también podía ver que tenía los ojos azules y que los tenía cristalinos, húmedos y un poco hinchados, lo que era capaz de delatar a cualquiera que había estado llorando por un largo rato. Pero no fueron sus ojos lo que llamó peculiarmente su atención, sino su rostro entero. Algo en ella le resultó tremendamente familiar, llenándolo de curiosidad y miedo, ambas cosas a la vez y en las mismas proporciones.

—Entonces, ¿por que está aquí? —la pregunta se le escapó sin poder evitarlo, su curiosidad era mucho más grande que su temor— si no les tiene miedo, si no los odia, ¿qué le ha hecho refugiarse aquí, lejos de todos ellos? Usted… —hizo una pausa en busca de las palabras mas apropiadas— usted no parece del tipo de persona que deba huir, no hay nada malo con usted —cierta melancolía se dejó entrever en su última frase, y es que si algo le avergonzaba, hasta cierto punto, era su apariencia, que aterrorizaba a todo el mundo.

Off: Lo siento mucho, dije que no demoriaría pero las ocupaciones me impidieron postear antes. Espero sinceramente que no vuelva a pasar.

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