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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Azoth Miér Dic 26, 2012 10:14 pm

-¿Qué te apuestas que consigo darle a la vieja en el culo?

El niño lanzó la piedra ante las miradas atónitas de sus amigos. Era pequeña y apenas hubiera sido notable de no ser porque tuvo la puntería de dar en el codo de la señora a quien tenían en su punto de mira. Esos golpes siempre duelen y la mujer, colérica, bramó toda clase de improperios en francés mientras buscaba a los culpables con la mirada. No tardó en localizarles y señalarles de forma acusadora. Aún en su obesidad, algo raro en la clase baja y media de Francia que delataba que, a saber cómo, ganaba mucho más dinero del que decía poseer, trató de darles alcance con aquella masa de carne oscilando de un lado a otro como el preludio de los problemas que tendrían si no huían pronto. Pero esos alborotadores eran jóvenes e imprudentes. Apenas pasaban los seis años. Se mofaron de la pobre mujer e incluso hubo quien se bajó las calzas para mostrarle el trasero de la forma más vil y poco caballerosa posible. Luego echaron a correr y la mercante gritó para hacerse oír y que alguien la ayudase a atraparles.

Era la señal que Azoth estaba esperando.

Por entre los puestos improvisados de aquel mercado ambulante que cada día se desplazaba por las calles hasta dar con el lugar idóneo para ofrecer sus productos, comenzó a arrastrarse una figura alargada y escuálida que trataba de abrirse paso por el revuelo de ruedas y piernas de los carros y los transeúntes sin ser aplastado en el proceso. Azoth tenía un don para moverse como si de un animal se tratara y no era la primera vez que se asociaba por interés con bandas de pequeños insensatos que estarían dispuestos a hacer lo que sea, hasta vender su alma, por un pedazo de pan. El almuerzo de aquel día sería mucho más sano. Hacía calor y Azoth sentía el antojo que sólo el color rojo de aquellas manzanas podía producirle. Aprovechando la persecución de la verdulera, se acuclilló tras la mesa de madera y abrió el saco que hasta entonces hubo colgado de su espalda. Una manzana por cada niño que lo ayudó, dos para sí mismo por el riesgo extra, entraron en la tela antes de que apretara las cuerdas y se la volviera a echar sobre el hombro para salir de allí antes de que la mujer volviese. El camino de vuelta no fue tan sencillo como hubiera esperado y tuvo que esperar, muy a su pesar, hasta que una pareja de jinetes hubieron cruzado la avenida a caballo para poder ponerse en pie con el consecuente crujido de sus rodillas y su espalda.

-¡Almuerzo gratis! -exclamó cuando vio venir de lejos a los cuatro niños que le habían ayudado.

Les dio sus respectivas manzanas y comenzaron a devorarlas de inmediato. Los pobres solían pasar mucha hambre, demasiada, siendo ése uno de los motivos por los que Azoth prefería aliarse con niños. Aparte de que fueran más inocentes y no se atrevieran a estafarle, podían ganarse su premio muy merecidamente después de su colaboración y el trabajo en equipo. Después de todo eran los más necesitados y también el futuro de Paris, si es que lograban sobrevivir a los crudos inviernos que se cernían sobre la capital francesa. Azoth cerró de nuevo el saco para evitar que viesen que llevaba otras dos manzanas dentro. Eran inocentes, pero no estúpidos, y seguramente se las pedirían si lo supieran.


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Mensaje por Odette Demouy Jue Dic 27, 2012 1:00 pm

-¿Podrías por favor recordarme cual es la razón por la cual estoy aquí? - Odette esperó por algunos segundos a que su acompañante encontrara las agallas suficientes como para contestarle honestamente, cosa que hizo para su completa sorpresa - Usted está aquí Madame porque decidió que quería acompañarme a mercar los víveres de la semana para comprobar los precios… y que yo no estuviera gastando más de lo debido.

Le agradaba aquella chica, su honestidad y franqueza no tenía límite y mientras pensaba en esto una enorme sonrisa se extendió por su rostro. No le alegraba que pensara que desconfiaba de ella. Bien sabía que tenía suficiente dinero como para no preocuparse por que inflaran o no algunos pocos gastos de su hogar. Sin embargo, después de todo lo vivido, no contaba con la confianza suficiente como para confesar que lo que deseaba era simplemente salir de casa, así que camuflaba sus verdaderas intenciones cada vez que se presentaba la oportunidad. Lamentablemente, la mayoría de las veces, las únicas oportunidades que se le presentaban iban invariablemente supeditadas a lo que ella llamaba “daño colateral” para sus empleados. No se enorgullecía de aquello pero tampoco encontraba el valor suficiente para terminar de comprender que ahora podía hacer lo que quisiere sin necesidad de justificarse ante nadie, además, por descontado ya era bastante molesto tener que admitir que necesitaba justificar sus salidas ante la servidumbre.

Así que allí estaba, aguantando el escándalo de los tenderos pregonando sus mercancías, soportando los empujones ocasionales de los compradores que, en medio de su afán, no se fijaban que en realidad acababan de tropezar una mujer elegantemente vestida, y arrugando ocasionalmente la nariz ante los hedores de la fruta y la verdura que en algunos de los puestos empezaba a echarse a perder. Definitivamente no sería un lugar en el cual hubiese puesto un pie hace algunos años, pero también era verdad que ella misma había cambiado mucho en un periodo de tiempo relativamente corto.

- Por aquí Madame – la llamó la muchacha a la par que señalaba con su mano el siguiente destino. Se trataba de tal vez el puesto con peor aspecto del lugar: el puesto de la carne. Miró con aprehensión por algunos segundos, y de manera intermitente, a la muchacha y luego al local. No pensaba acercarse allí ni aunque su vida dependiera de ello. Sacó un delicado pañuelo de encaje de su bolso de mano y bloqueo sus fosas nasales con él - ¿porque no vas tu sola? Creo que ya vi suficiente… y al parecer todo está en orden - Hubiese querido transmitirle a la chica tranquilidad, que ella supiese que no le culpaba por nada pero su fachada, aquella que no le fallaba ante nadie que conociese su pasado, se lo impidió y aunque las palabras fueron expresadas en tono amable sus ojos continuaron fríos y distantes. - Como desee, Madame .

Esperó hasta estar sola para dar media vuelta y apresurar el paso en busca de la salida del mercado. Se había alejado algunos pocos metros cuando un alborotó llamó su atención. Al parecer algunos críos habían jugado una mala pasada a una de las rechonchas vendedoras de verduras. Llevándose el pañuelo nuevamente hasta la nariz y haciendo un gesto de disgusto, decidió continuar su camino, pero entonces percibió un movimiento cerca de donde se encontraba. Se trataba de un joven que se desplazaba hasta uno de los puestos para luego robar algunas de las manzanas mientras el dueño se encontraba distraído por el alboroto. Rápidamente el ladronzuelo abandonó el lugar, antes de que Odette pudiese alertar al desprevenido mercader. Debería haber seguido su camino pero le molestó sobremanera la escena, en especial porque era obvio que todo había sido fríamente calculado.

Se dirigió tras el rufián sin pensarlo ni un segundo, pues, si así lo hubiese hecho, de seguro que habría olvidado el incidente sin necesidad de ponerse a sí misma en peligro. Pero bueno, no es que fuese conocida precisamente por su instinto de supervivencia, su pasado resaltaba muy bien ese hecho.

Caminaba hacia al lugar por donde había escapado el chico cuando cuatro, mucho más pequeños, la sobrepasaron. Se trataban, evidentemente, que los críos que había causado el alborotó para el que el mayor pudiese robar. Frunciendo el ceño los siguió, dispuesta a llamar la atención de los gendarmes, o al menos causar suficiente ruido, como para que los demás mercaderes atrapasen a esta “banda organizada”. Pero el grito se ahogó en su garganta al acercarse lo suficiente como para poder percatarse de dos cosas: primero la condición lamentable que presentaban todos los allí presentes y segundo, como el muchacho repartía el botín entre unos colaboradores dolorosamente hambrientos.

Se congeló, no sabía que hacer a continuación. No quería revelar el lugar donde se encontraban pues un sentimiento de protección se había instalado en su estómago al ver como los críos devoraban aquellas simples manzanas. Después de todo ¿quién era ella para juzgar el hambre de aquellos niños? Dio media vuelta con la intensión de desaparecer sin llamar la atención, podrían ser niños pero sabía que no les había ninguna gracia el hecho de que les hubiese descubierto, sin embargo su falda se enredó en unas cajas de madera abandonadas las cuales cayeron estrepitosamente al suelo. Sorprendida levantó la mirada hacia el grupo, preparada para lanzar alaridos de socorro si veía que lo necesitara, después de todo siempre podría también asustarse y solo abandonar el lugar.


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Mensaje por Azoth Jue Dic 27, 2012 3:16 pm

La pequeña comitiva de ladrones echó a caminar por la calle entre risas y bromas sin ser conscientes de que les seguían muy de cerca por la última persona que hubieran imaginado que pondría interés en sus destinos. Azoth encabezaba el grupo asomándose por las esquinas para asegurarse de que no hubiera moros en la costa. Terminaron por bordear uno de los muchos almacenes parisinos donde los cocheros guardaban sus carruajes mediante alquileres relativamente generosos en función del distrito donde los consiguieran. El almacén estaba cerrado, por supuesto, pero Azoth sabía que el callejón de atrás tenía las paredes lo suficientemente altas como para que las piedras y los ladrillos los protegieran del sol y el calor. Caminó hacia allí con los cuatro niños pisándole los talones y el saco con las dos manzanas restantes sobre su hombro izquierdo. Era diestro y prefería tener el brazo derecho despejado por si algún otro bandido les salía al paso y trataba de atacarles confundiéndolos con mercaderes o compradores. Aunque sólo bastaba echar un vistazo a la cantidad de suciedad y mugre en sus cuerpos para darse cuenta que lo único que poseían eran sus vestiduras y que algunas de ellas ni siquiera merecían llamarse de tal forma.

La parte trasera era un callejón que unía la plaza del mercado con la calle principal de la avenida. Estaba llena de cajas cerradas y sacos cuidadosamente apilados y podían oír las voces de hombres y mujeres que trataban de hacerse oír por encima de la multitud para hacer negocio. Los cinco se sentaron en cajas y dejaron sus pies descalzos al aire. Pies maltratados y algunos de ellos con cortes por culpa de piedras o cristales con los que hubieran topado en sus muchas correrías. Azoth les observó mientras comían. A Dorian, el mayor de los cuatro críos, le faltaban varios dientes y hacia esfuerzas para dar buena cuenta de su manzana. Tenía el pelo rubio ceniza, aunque muchos mechones sudorosos se veían oscurecidos por el carbón; su padre se ganaba el dinero limpiando chimeneas y a veces le ayudaba acabando con las fachas que presentaba en ese momento. Luego miró a Louis, otro joven de pelo castaño y vivaces ojos verdes que casi había llegado al hueso de la fruta. Azoth lo conocía porque, como él, se había criado en el orfanato. Si las cosas no habían cambiado y Louis no se hubiera fugado, debería seguir pasando allí las noches al carecer de otro sitio adonde ir. Los dos restantes eran gemelos y Azoth desconocía sus nombres. Lo único que sabía, es que eran amigos y vecinos de Dorian y que estaban igual de dispuestos a llenar sus estómagos a costa de un trabajo tan sencillo como el que les había propuesto.

Las risas y las bromas se cortaron de golpe y todos, los cinco a la vez, giraron sus cabezas hasta la entrada del callejón. Azoth fue el primero en levantarse cuando vio una silueta recortada a contraluz y el revuelo estrepitoso que habían ocasionado las cajas al caerse. O más bien tirarlas, a juzgar por la pose tan quieta y delatora que hubo tomado el culpable. Azoth sintió que se le venía el mundo abajo porque seguramente las cajas habrían alertado a la gente del mercado y, aunque ya no tenían pruebas que los culpasen -obviando las dos manzanas del saco-, siempre podían reconocerles y verse en problemas. El muchacho avanzó a zancadas hacia la figura, a quien miraba iracundo en un intento de infundir miedo y respeto.

-¡Eh! ¡¿Se puede saber qué coño haces?! -bramó con su voz grave y enronquecida...

... Y se detuvo de golpe...

Aquél que hubo creído otro ladrón o metomentodo, no era sino una mujer joven que desde luego no tenía pinta de pertenecer a los bajos fondos. Azoth examinó la riqueza de las telas que formaban su vestido y el pequeño pañuelo de encaje que sostenía entre sus manos. Siguió subiendo la mirada hasta que sus ojos se perdieron dentro de los de la extraña como si se vieran atrapados por el magnetismo de lo que es extraño y prohibido al mismo tiempo. No fue hasta que oyó el grito de advertencia de Dorian, que se dio cuenta de la situación y retrocedió componiendo una mueca desganada de disgusto. Seguramente era una de esas "niñas de papá" que se dedicaban a husmear donde no debían y por ende se metían en líos que después veían solucionados siempre en beneficio propio y no del verdaderamente desfavorecido. El muchacho contempló con horror cómo dos guardias se abalanzaban sobre los niños mientras un tercero se dirigía a ellos. Azoth miró con urgencia los ojos azules de la mujer y se agachó, o más bien lanzó al suelo, para desengancharle el vestido a base de tirones.

-¡Corre! -le advirtió mientras se levantaba y el tercer guardia caía sobre él creyendo que buscaba sabotear las mercancías que esperaban fuera del almacén o, peor aún, agredir físicamente a la muchacha que tenía delante de forma muy poco galante y caballerosa para su intimidad.


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Mensaje por Odette Demouy Jue Dic 27, 2012 7:37 pm

-¡Oh, Dios! – pensó al notar como los cinco pares de ojos caían sobre sí. No había sido el momento más apropiado para hacer gala de su torpeza y ahora solo esperaba ansiosa que la reacción del grupo no incluyera la violencia, especialmente porque cuando intento moverse se percató de que se encontraba firmemente enganchada a una de aquellas estúpidas cajas de madera. Entonces el mayor de los chicos, el que había robado las manzanas, se levantó de improviso y se acercó a ella con una actitud nada amigable.

Era mucho mayor de lo que había pensado. También era bastante más alto de lo que había percibido antes, aunque bien podría tratarse de un efecto visual debido a su delgadez. Y sus ojos, esos ojos claros que serían muy hermosos si no se mostraran tan iracundos, la mantuvieron congelada en el lugar en el que se encontraba… bueno, eso y que definitivamente no había manera de que intentara escapar con una caja de ese tamaño a rastras.

Odette dio un respingo al escuchar al joven gritarle y por primera vez sintió miedo al creer, por un segundo, que él la golpearía. Un flashback se sobrepuso a la escena real que tenía enfrente: otro hombre, uno impecablemente vestido, se acercaba a ella vociferando, levantando su mano derecha para luego descargarla con fuerza contra su rostro… un gemido salió de sus labios, tan bajo que dudó que alguien más que ella lo hubiese escuchado. Y entonces el joven se detuvo. Estaba demasiado asombrada por el inesperado cambio de actitud como para sentirse molesta por tener que soportar el escrutinio de aquel desconocido, y entonces, cuando los ojos de él se toparon con los suyos, presintió que no le haría daño. Soltó el aire que había retenido durante aquellos segundos y se relajó ligeramente.

Estaba por hablarle cuando un grito le distrajo. Se trataba de uno de los chicos, el del pelo rubio, quien advertía a los demás sobre la presencia de los gendarmes. Odette no comprendió la mirada ni los actos del joven. ¿Por qué se molestaría en liberarla?, la razón de aquel “porque” importaban y debía haberse centrado en ese desconcertante acto de altruismo, sin embargo lo primero que pasó por su cabeza fue la lamentable pérdida de aquel adorable vestido.

Su rostro se moteo de escarlata al caer en cuenta de su esnobismo y padecer una profunda vergüenza por el mismo, pero no hubo tiempo de repensar el asunto antes de que el joven le gritara nuevamente. - ¿Por qué? – contestó extrañada. En su cabeza no había ninguna razón para que un uniforme se relacionara con la necesidad de huir. Por lo menos no hasta ese momento. Incrédula y aterrada observó cómo dos de los hombres se abalanzaban sin contemplación sobre aquellas hambrientas y andrajosas criaturas. No podría clasificarlas como indefensas pues, por lo visto, eran más que capaces de enfrentar aquella situación.

Peor aún, vio como otro de los hombres de “ley” saltaba sobre el joven. Algo en ella despertó ante esa injusticia. No iba a permitir que le maltrataran, no estaba haciendo nada malo… bueno, además de robar algunas manzanas y enojar a una verdulera. Si tan solo hubiera caído en cuenta de eso antes se habrían podido evitar todo aquello. Se creía educada y conocedora, pero en realidad estaba completamente ciega. Enfurecida, tanto con ella misma como con la ironía de la situación, arremetió contra el gendarme empujándolo con sus limitadas fuerzas. Por lo visto era lo último que el hombre esperaba, pues cedió fácilmente y, tambaleándose, cayó sobre una de las pilas de sacos.

Ahora sí estaba en problemas, y antes de averiguar qué tan serios serían decidió seguir el consejo del joven. Tomándolo de la mano lo haló hacia sí - ¡Vamos! – lo apremio a la par que con la otra mano levantaba un poco sus faldones y empezaba a correr, tratando de alejarse de aquellos hombres, pero sin saber hacia dónde dirigirse.


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Mensaje por Azoth Dom Dic 30, 2012 6:58 am

Siempre odió los encajes, pero ese día su odio se vio incrementado por culpa de aquel condenado vestido. El tiempo apremiaba y los gendarmes no tardarían en tomarlo como su víctima y acusarlo de cualquier cosa creíble o no para desquitarse con él. A los niños no podían tocarlos, pero otro gallo cantaba con alguien acostumbrado a burlar la justicia. Vio la sombra del tercer oficial abalanzarse sobre él y no se le ocurrió otra cosa de dar un tirón al vestido. Se rasgó sonoramente, pero su dueña estaba en libertad y lista para correr a pesar de que no lo hizo de inmediato.

El primer golpe llegó a su hombro derecho y le hizo tambalearse hacia el lado contrario por la sorpresa. Azoth sintió que el músculo comenzaba a arderle y supo que muy seguramente le saldría otro moratón más como los que ya estaba acostumbrado a lucir en esas ocasiones en las que no tenía tanta suerte para librarse de los problemas. Se giró y trató de arremeter contra el gendarme. Él lo esperaba y forcejearon. Azoth era delgado y estaba hambriento, pero aún así tenía fuerza y eso sorprendió al oficial. Cuando se hubo desecho del chico, lo miró de arriba a bajo con ojo crítico.

-Si no fueras una rata callejera -comenzó a decirle jadeante-. Habrías resultado buen partido para ser uno de los nuestros.

El gendarme alzó la porra y Azoth cerró los ojos para recibir un golpe que nunca llegó. En su lugar oyó un barullo que le obligó a abrirlos a tiempo de ver cómo el hombre se desplomaba sobre unos sacos de los que comenzaron a manar fluidos. Qué irónico resultaba pensar que al final los gendarmes habían hecho más daño al almacén que los propios ladrones. Y qué lástima que los únicos testigos presentes fuesen los que más tenían que perder. Azoth elevó la mirada y se incorporó. Aquella mujer de apariencia distinguida y lejana le había salvado de ser maltratado y apresado por los policías. Tragó saliva y trató de darle las gracias, pero su orgullo y el desconcierto le impidieron poder articular palabra tan pronto. En su lugar, se vio nuevamente sorprendido cuando ella, una extraña de otra clase social, tomó la mano sucia de Azoth sin remilgos ni asqueamientos y tiró de él tratando de ponerle a salvo antes de que el gendarme abatido o cualquiera de sus dos compañeros reaccionaran. Azoth la siguió trotando tras ella y miró de vez en cuando por encima del hombro. Los niños habían sido liberados sin daños porque los oficiales consideraron que Azoth y su salvadora eran más peligrosos o importantes que ellos. Volvió a mirar al frente. Acababan de regresar al mercado y allí la gente les entorpecería el paso a todos, pero especialmente a ellos. Azoth volvió a tomar las riendas de la situación adelantándose y siendo él quien ahora guiaba a la joven por las callejuelas embutidas de gente de todo tipo. La llevó hasta los puestos del mercado y se fundió todo cuanto pudo con la multitud comprante. A pocos pasos distinguió un puesto de telas y otro de ropa -nunca le hubo gustado y siempre pensó que muy bien no podrían oler si a pocos metros tenían en el de la carne por un lado y el del pescado al otro-, la condujo hasta allí. No había mucho donde elegir ni tampoco lugar donde esconderse. Soltó la mano de la mujer y rodeó su cintura empujándola suavemente hasta la vendedora.

-Mi señora quiere probarse uno de tus sombreros -mintió a la mujer de avanzada edad que se encontraba tras estos.

La anciana le sonrió con ternura y Azoth se giró buscando con los ojos entre la multitud. Había perdido de vista a los gendarmes, pero sabía que les estarían siguiendo. Tal y como sospechaba, los distinguió abriéndose paso en la calle. Azoth se giró con la misma naturalidad de quien está allí por casualidad y extrajo su propia gorra ajada y maltratada del cinturón. Se la colocó y fingió que estaba interesado en la hija de la pescadera, porque desde luego con su suciedad y sus pintas no hubiera sido creíble que se presentase allí para hacer sus compras.


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Mensaje por Odette Demouy Lun Dic 31, 2012 12:18 pm

Hasta donde Odette podida recordar nunca se había alegrado menos por tener que usar aquellas incomodas enaguas. Claro que una cosa era que estorbaran para subir a un carruaje y otra muy distinta es que le impidiesen a sus piernas moverse tan rápido como quisiera en ese momento. Aun así continuó luchando contra la tela hasta que otra barrera limitó aún más su avance: el gentío del mercado. – Con permiso… disculpe usted… perdón – se vio gritando mientras empujaba, tal vez con demasiada consideración, aquellos cuerpos que invariablemente les cerraban el paso. Sabía que era una tontería pero algunas costumbres están demasiado arraigadas.

En algún punto entre el momento en que empujaba a un hombre para que le diera paso y el torrente de disculpas apresuradas para con una muchacha a la que había pisado sin querer, el joven la adelantó tomando el mando de la situación. Odette le siguió un tanto aliviada al saber que alguien con un mínimo conocimiento sobre el lugar en el que se encontraban fuera quien decidiera la mejor ruta y, al mismo tiempo, aterrada de saberse metida en un lio tal vez más grande de lo que había pensado. ¿Qué diría si los atrapaban? ¿Le creerían que solo se trataba de una víctima de las circunstancias o la relacionarían con tan burda banda de ladronzuelos? Tenía que admitir que tal vez la palabra “metiche” aplicara mucho mejor que la de “victima”, al final de cuentas el problema no era suyo y aun así había tenido que inmiscuir sus narices.

Y hablando de narices, la de Odette se arrugo de pronto al percibir un nauseabundo olor que aumentaba conforme avanzaban. – ¡Por ahí no! – alcanzó a exclamar antes de que los olores mezclados de pescado y carne crudos le produjeran arcadas, y como para empeorar la situación había perdido su adorado pañuelito de encaje. A pesar de su negativa la mano que la sujetaba continuó halándola y ella no tuvo más remedio que continuar adelante con el estomago revuelto y la mano libre sobre su nariz y boca. Finalmente se aproximaron a un puesto de ropa en el cual ella no había reparado. Por supuesto jamás compraría nada de un lugar como aquel, y no solo porque aquella ropa estaba confeccionada con las más espantosas de las telas, sino porque muy seguramente estarían impregnadas con los desagradables efluvios de los puestos circundantes.

La mano que la sujetaba le soltó entonces solo para enredarse un segundo después en su cintura y empujarla ligeramente hacia el puesto. Haciendo acopio de todo su entrenamiento en protocolo se esforzó por ofrecerle una sonrisa a la vendedora aunque en realidad no consiguió eliminar por completo la expresión de repugnancia que tenia firmemente impresa en el rostro. - Si… aquel sombrero…- articuló con los dientes firmemente apretados y señalando con el dedo el sombrero más grande y espantoso que hubiese visto en su vida, al cual, una vez en sus manos, observo con una expresión de completo espanto. La vendedora cambio su expresión amable por una un poco recelosa, pues era evidente que aquella chica elegante no quería calzarse aquel sombrero, y estaba a punto de quitarselo de las manos cuando Odette finalmente se arrancó el hermoso ornamento que sujetaba su cabellera y se lo calzó.

Era tan grande que ocultaba parte de su rostro y como Odette había sospechado, efectivamente permanecía en él un fuerte aroma a pescado. Cubrió rápidamente su boca con la mano al sentir como su cuerpo se convulsionaba por las nauseas. Sería un poco más sencillo si pudiese respirar ligero, pero aún estaba agitada por la carrera, así que lo único que podía hacer era quedarse allí, tratando de apaciguar su sensible estomago y escondiéndose bajo los enormes, desentonados y mal olientes alerones. Estaba tan ensimismada en los olores, su malestar y el sombrero que no se dio cuenta de en qué momento el joven se había calzado una desgastada gorra y se había alejado un poco para situarse junto al puesto de los pescados, lugar en donde ahora coqueteaba tranquilamente con una chica poco menos que agraciada.

Esto es increíble refunfuño en un tono bajito mientras observaba al par de tórtolos. Negó ligeramente con la cabeza y luego permitió que sus ojos vagaran por entre el gentío pero, al darse cuenta de que algunos uniformes resaltaban sobre los transeúntes y compradores, se giró rápidamente y bajo un poco más las alas del sombrero como queriendo desaparecer bajo el mismo. La anciana mujer la observaba ahora con sospecha e intento estirarse para saber qué era lo que la había incomodado – Ejem, quisiera ver alguno de esos pañuelos… no, ese no, el de abajo… más abajo.. – la idea era distraer a la vendedora lo suficiente como para que no reparara en los gendarmes y al parecer funcionó, pues esta se inclinaba sobre la pila de pañuelos tratando de encontrar aquel que ella deseaba olvidándose momentáneamente de curiosear.

Con los nervios a flor de piel Odette esperaba el momento en que una mano la aferrara, pero con el paso de los minutos se dio cuenta de que tal vez el ardid había funcionado. Girando suavemente, y aun medio escondida bajo el sombrero, observó con atención el gentío pero por más que se esforzó no logró ubicar a los gendarmes. Solo entonces se permitió exhalar con alivio. Luego, tomando precauciones extremas para no pisar más vísceras de las necesarias, se acercó al puesto del pescado. – ¿No podrías habernos dirigido en una dirección menos olorosa? – le recriminó al chico en medio de una expresión de repulsión. La airada mirada que la muchacha del puesto le ofreció le confirmó que la altivez propia de su clase había regresado. Los colores subieron a su rostro al darse cuenta de lo odioso de su comentario. Separo ligeramente los labios para pedir una disculpa pero las palabras no salieron así que dándoles la espalda se acercó a la vendedora, le regresó el sombrero y le ofreció un par de monedas - por las molestias -.


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Mensaje por Azoth Lun Dic 31, 2012 1:41 pm

Azoth no era en absoluto un Don Juan y estaba teniendo sus propios problemas con la hija de la pescadera. Ella esperaba que fuese un galán experimentado que le dijera lo que quería oír y que probablemente llegase otro día con un regalo que pudiese exhibir a sus amigas para darles envidia. Pero si en algo tenía razón el gendarme que lo asaltó, era que la esencia de aquel chico residía en ser una rata callejera y, como tal, no tenía nada. Por no tener, no tenía siquiera dónde dormir. Una noche lo hacía en la calle, otrora en la taberna donde trabajaba y la siguiente a saber lo que le depararía el destino. Aquella joven se presentó como Angy y comenzaba a impacientarse por las vacilaciones de su pretendiente. Azoth hizo de tripas corazón y la atrajo pasionalmente hasta su propio cuerpo rodeándole la cintura. Ella rió.

-¡No hagas eso! -le recriminó en voz baja-. Padre podría vernos.

Volvió a reír. A Azoth le resultaba cada vez más enfermiza y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no rodar los ojos hasta ponerlos en blanco de pura exasperación. Por contra se inclinó y posó los labios en el cuello de la muchacha sin ser consciente de que, en el puesto de las telas, la dama que le había sacado del apuro les estuviese mirando.

-No veo a tu padre aquí... -protestó cuando subió unos besos cortos por su cuello y alcanzó el oído.

La muchacha se estremeció en sus brazos y le rodeó el cuello sin reparos. Azoth se sorprendió de lo rápido que podían llegar a entregarse algunas muchachas a completos desconocidos y sintió aún más repugnancia por sí mismo de la que ya estaba experimentando. Por increíble que pareciese, a sus veinte años no había yacido nunca con mujer alguna. Había sentido deseos, por supuesto, como en ese momento en que Angy coló las manos entre sus cuerpos y empezó a acariciarle de forma descarada. Seguía siendo hombre y su cuerpo se encendió como otras muchas veces. Pero era su mente y la aversión que sentía hacia esas facilidades lo que le impedía seguir adelante. Quizá el haberse criado yendo y viniendo del burdel donde trabajaba su madre hubiera contribuido a ello. Estaba tan acostumbrado a ver auténticas niñas que incluso con catorce o quince años ya vendían sus cuerpos a ancianos por necesidad, que él, simplemente, no quería acabar cayendo tan bajo como todos ellos. Si alguna vez estuviera realmente con una mujer, sería formalmente y desde el respeto. No como en ese momento, con Angy, donde las manos de la chica delataban que Azoth no era el primer joven que trataba de cortejarla. Pero ella seguía riendo con esa falsa inocencia con la que pretendía hacerse la casta mientras su madre, ajena a los coqueteos, seguía ofreciendo a pleno pulmón su pescado. O puede que los hubiese visto y decidiera hacer ojos ciegos para no causarle problemas a su hija.

Azoth la obligó a girarse fingiendo que lo que quería era acorralarla contra el poste de madera que sostenía los toldos de la pescadería. Angy se mordió el labio provocativamente y dio un tirón a la camisa de Azoth para atraerlo hacia ella. Desde esa posición, tenía una buena exhibición del escote de la muchacha. Desgraciadamente su atención estaba puesta en la marea de gente que había al otro lado. Besó de nuevo el cuello de la muchacha y escrutó todas las cabezas que iban y venían hasta que dio con los uniformes. Entre el arranque de pasión y la gorra, ninguno de los oficiales se dio cuenta de la presencia de Azoth ni tampoco de la de la joven de clase alta que lo ayudó, quien también estaba probándose un sombrero que desencajaba totalmente con su vestido. En otro momento hubiese reído por lo absurdo de la situación, pero para eso debía bajarse primero el corazón de la garganta. Los gendarmes pasaron de largo permitiéndole respirar y apartó los labios de Angy de pronto, como el que despierta de un trance.

- ¿Qué pasa? -preguntó la muchacha.

Y su pregunta fue respondida, sólo que de la forma que ninguno de los dos hubiese esperado. La desconocida pudo haberse marchado sin decir nada y seguir su camino después de la pequeña aventura que habían tenido en el mercado. Azoth lo hubiese creído lógico. Sin embargo se acercó a ellos y le recriminó la decisión que había tomado al llevarla a esa parte del mercado. Aunque lo hubiese intentado, Azoth no habría sabido decir qué cara, entre la suya propia y la de Angy, reflejaba más estupefacción. Lo peor de todo, es que dada la escasez de cerebro que poseía esa niña, casi podía estar seguro de lo que estaba pensando.

-No es lo que parece -se excusó sin necesidad.

Pero la mano de Angy voló igualmente y le asestó un guantazo en la mejilla que si no resonó en media plaza, poco le hubo faltado. La escasez mental de la pobre la había llevado a pensar que aquella mujer de noble cuna era también su amante y que por eso se había sonrojado tras decir aquellas palabras. Quizá incluso la hubiese malinterpretado y pensase que sus recriminaciones no se debían exactamente al hedor de la pescadería, sino a encontrarle a él en ella y con las manos en la masa, como suele decirse. Azoth frunció los labios, se llevó la mano a la mejilla y, ahora sí, rodó los ojos con ganas.

-Yo también te quiero, encanto -proclamó mientras se giraba-. Aunque beses igual que un becerro buscando la teta de su madre.

Esquivó ágilmente otra bofetada y arrastró consigo mismo a tan distinguida acompañante antes de que los gritos de aquella loca alertasen a su padre y tuviesen más problemas. Por aquel día ya tenían suficientes, ambos. Después de que hubiese pagado una recompensa a la vendedora de telas -a saber por qué-, le hizo señas para que se alejasen de allí y por ende de los olores que tanto parecían molestarle a la señorita.

-Perdonad mi osadía, alteza -ironizó mirándola como si de verdad se encontrase arrepentido-. La próxima vez llamaré mi carruaje para llevaros a mi modesto palacio de oro y piedras preciosas. Así podréis esconderos, descansar y tomar el té al mismo tiempo sin sulfuraros.

No se lo creía ni él. Cabeceó suspirando y se frotó los ojos. Sus manos estaban ahora incluso más sucias que antes y frunció el ceño preguntándose desde cuándo no se lavará la hija de la pescadera para tener la ropa tan carcomida de mierda.

-Gracias -dijo después deteniéndose bruscamente, sin atreverse a mirarla de forma directa a los ojos-, por la ayuda y todo eso.


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Mensaje por Odette Demouy Mar Ene 01, 2013 3:12 pm

Odette se encogió ligeramente en consideración ante el inequívoco sonido de un bofetada, sin embargo se negó a ofrecer una nueva mirada a la, hasta entonces, romántica escena. No sabía cuál había sido la razón por la cual la chica había decidido retirar sus manos del cuerpo del joven y utilizarlas para expresar sin palabras su enojo. En otra época muy seguramente hubiese podido encontrar jocosa la escena, ahora no estaba muy segura. En realidad se encontraba dividida entre sentirse divertida por lo ocurrido o en sentir empática con el chico, pues nadie merecía ser golpeado.

La vendedora le estaba gradeciendo la gentileza y le ofrecía a cambio de sus monedas un triste pañuelillo (que ella, por supuesto, reusó amablemente) cuando observó como el joven le hacía señas para que lo siguiese. Debía estar loca, ¿Cuál sería la razón lógica que la impulsaría a seguirle nuevamente? Ninguna, esa era la respuesta y aún así le siguió. Al menos había algo positivo y es que se estaban alejando del fétido olor. Algo curioso es que sus nauseas habían disminuido notablemente en el tiempo en que permanecieron allí, tal vez era así como la gente del común soportaba esos efluvios: simple y llana costumbre. Igual, era suficiente para ella y probablemente se lo pensaría dos veces la próxima vez que decidiera acompañar a alguno de sus criados al mercado.

Y ahora que lo pensaba mejor toda la “aventura” que acaba de vivir podría convertirse en un incidente verdaderamente desafortunado. Si a su clase llegase el rumor que la señora Demouy había sido detenida por robar en el mercado ambulante… Se estremeció de solo pensarlo, era algo que no podía permitir que ocurriese nunca, ya era bastante malo haber tenido que soportar lo que soportó en el pasado como para que ahora, que quería de alguna manera reiniciar su vida, fuese excluida de aquello que conocía, o recordaba, por un rumor falso.

Escuchó las palabras irónicas que el chico le soltaba y, si no hubiese sido por que la mirada de él contradecía las mismas, muy probablemente le hubiese aplicado gustosa todo el sarcasmo del que era capaz. Pero ella más que nadie sabía que las palabras podían ser utilizadas como escudos, meras barreras que interponíamos a nuestro juicio entre la realidad y nuestra propia vulnerabilidad. Así que, mordiéndose la lengua ignoró aquel comentario contentándose solo con ofrecerle una mirada de incredulidad y escepticismo.

Por poco choca con él cuando detuvo su avance de manera cortante. No podía estar más atónita ante el agradecimiento. Era evidente que le costaba decirlo y eso solo lograba que aquellas sencillas palabras tuviesen mucho más valor. – No ha sido nada, y tu también me ayudaste a mi miró significativamente la porción rasgada de su vestido. Luego inclinó y movió su cabeza tratando de buscar la mirada del muchacho quien le había hablado sin establecer contacto visual - ¿Por qué me ayudaste a escapar? - le preguntó. Era algo extraño, él podría haber huido fácilmente si no hubiese sido porque se entretuvo liberando su vestido de aquellas cajas.

Entonces recordó algo más. Poniéndose de puntillas levantó una porción de la ropa que ocultaba el hombro sobre el cual el gendarme había descargado su ira. Quería saber que tan maltratado o mal herido se encontraba pues, aunque él no se hubiese quejado, ella había sido testigo de la fuerza de aquel golpe. - Lo siento, todo esto es mi culpa. Es que a veces soy incapaz de controlar mi curiosidad y, como en este caso, termino metida en líos que me superan por mucho -se disculpó mientras palpaba la porción de hombro descubierta. No veía ninguna herida abierta sin embargo solo él sabía que tanto daño le habían causado y estaba segura que como mínimo tendría un feo cardenal durante días.

Se sentía tan culpable que en realidad no le importó que tan sucio o andrajoso estuviese él. En realidad ella misma no tenía un buen aspecto en ese momento. Su vestido estaba rasgado, la carrera le había salpicado de toda clase de desperdicio y suciedad, y el exquisito tour por los puestos más olorosos y nauseabundos del mercado la había dejado no solo “perfumada” sino bastante despeinada. Iba a disfrutar enormemente al ver el rostro de su ama de llaves cuando la viera llegar en esa facha. Ese pensamiento le arrancó una risa nerviosa - A propósito, soy Odette - se presentó con una sonrisa en los labios - y aunque no lo crea usted Monsieur, no suelo golpear gendarmes ni mezclarme con ladronzuelos de manzanas - bromeó tímidamente. Era otra oportunidad más para abandonar el lugar que ignoraba. A pesar de los riesgos y los peligros que habían vivido en ese cortó lapsus de tiempo, a causa de la adrenalina se sentía llena de energía y hasta un tanto eufórica, por ello en realidad lo último que deseaba en ese momento era ir a encerrarse en su aburrido hogar.




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