AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
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Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Sala Gasparini, Palacio Real de Madrid.
Una hora tras del ocaso.
La noche había llegado a Hispania y la vieja villa de Madrid se presentaba siniestra y extraña. Eran esas retorcidas calles las afectadas por el embrujo, pero lejos de intentar contrarrestarlo insistían en presentarse como madres de los angostos callejones, de un trazado y estrechez que delataba un origen más morisco que cristiano. Dicho conocimiento, sin embargo, quedaba más allá de la mano de Felipe de Mendoza, primer Conde de Minas, originario de Guadalajara, pero que había residido desde su tierna infancia en las Américas, más concretamente en el Virreinato de La Plata. Físicamente resultaba obvio que aún estaba lejos de la madurez, no siendo más que un muchacho que acababa de abandonar una juventud abruptamente rota por el fallecimiento de su madre, menos de dos años atrás. Ella era la única progenitora que se le conocía, pues había nacido bastardo, y sin embargo aquello no había resultado ser un condicionamiento tan adverso, ya que el privilegiado posicionamiento de la familia del Infantado, la más importante de España tras a la que tocara reinar, y un secreto que muchos murmuraban pero que pocos podrían confirmar, le habían garantizado un futuro estable y digno.
En ese mes de Junio regresaba a la metrópoli por segunda vez en su vida. Tras haber atracado en Cádiz, había tomado ruta norte, cruzando la árida meseta meridional hasta llegar a la capital del Reino e Imperio. Si bien en la ocasión anterior había necesitado la excusa de visitar a sus parientes arriacenses, ya no requería de ello y se dirigía directamente al punto más alto de la ciudad, donde antes se encontraba el frío Alcázar de los Austrias y ahora se erigía el Palacio Nuevo o Real. Precisamente, se proponía encontrarse con el rey. En vez de dirigirse a la puerta principal, la sur, su entrada iba a ser realizada por la este, de relativo mejor acceso. Se acercó a ella, dentro de un carruaje de caballos negros, en calidad del título que ostentaba, y descendió a pie de calle, dejando ver un vestido sobrio y no muy pesado, pero del que igualmente sobraban muchas piezas. A pesar de la ausencia de sol, hacía calor.
- Soy el Conde de Minas. Mandé avisar de que llegaría hoy, así que Su Majestad debiera estar al tanto – intentó mantener un tono regio, pero evitando la soberbia, ya que ni era su intención imponer ni dar a entender que su presencia pudiera ser más importante que los asuntos del monarca.
Le hicieron pasar al interior, conduciéndole a una sala donde la amplitud quedaba comida por la fastuosa decoración. Su primera sensación fue el agobio por lo recargado de los adornos y un disgusto que apaciguó por el consuelo de que aquello representara el poder de un imperio. Los muebles pasaban a ser un elemento secundario, ya que los mosaicos del suelo, las tapicerías de las paredes y los estucos del techo reclamaban toda la atención con una rica variedad tonal que, paradójicamente, daban armonía a la vez que caos. Se dejó perder en la multitud de motivos representados, en especial lo que aparentaba ser un pájaro sobre su cabeza, eso sí, tras dejar su cuerpo descansar en una silla, aunque apenas hubiera estado levantado. Y así esperó, centrándose en la vista para olvidar un corazón que latía desenfrenado en su pecho.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Le miraba fijamente. A esos anchos hombros y a esa espalda que se encontraba cubierta de impecable blanco. Y cómo no, a ese cabello rubio que acarició incansable en las noches que yacieron juntos entregándose a sus pasiones; entregándose mutuamente ilusiones y secretos que ahora descansaban en lo más recóndito de la memoria de quien evitaba que el silencio dominase la habitación con el movimiento rápido y danzante de sus dedos sobre las telas de marfil.
Después de varios meses en que no tenía ganas ni de abrir los ojos cada mañana, descubrió en aquel piano el consuelo que jamás creyó encontrar. Las primeras veces las notas iban cargadas de una profunda angustia, tanto que a menudo paraba a mitad de una pieza para rendirse al dolor con las manos al rostro. Sin embargo, y animado por sus acompañantes más cercanos prosiguió, hasta conseguir ese mismo día el tocar la pieza completa con una sonrisa, bajo la atenta mirada de su dama eterna ahora inmortalizada en un fresco hace unos dos meses.
Escuchó en su mente los aplausos de esas manos suaves y fuera de ella los golpes a la puerta anunciando la llegada de su invitado – Hacedle saber que voy en camino – Dijo con armoniosa serenidad y se levantó con lentitud, dirigiéndose al cuadro que descansaba cerca de su cama a pesar de los reparos de Isabell, sobre un mueble que tenía encima una vela y algunas esencias encendidas, lo que mantenía relajado al Monarca. Se detuvo frente a la figura y cerró los ojos con una mano en el pecho – Ya me voy, Tamina. Bendice mi suerte, por favor. – Los amantes se miraron silenciosamente y la difunta le observó retirarse unos segundos después, seguramente feliz por ver a su hombre con fuerzas renovadas, dispuesto ya a incluso enfrentar su pasado como siempre lo había hecho. Así sucedió con Antonio, Catalina y Marianne…sólo esperaba que Felipe no corriera con la misma suerte de los tres. No, no iba a permitirlo. Primero iban a tener que hacerlo desaparecer a él.
Con esa misma convicción llegó al salón quizás más pronto de lo que esperaba, llevado por el entusiasmo por lo nuevo e inesperado que hace mucho no vivía. ¿Cómo estaría? ¿Cómo sería exactamente? ¿Qué clase de cosas podría enseñar y qué cosas podría aprender de él? Lo averiguaría desde ya, ahora que tenía al joven dentro de su campo visual. Quizás estaba tan o más feliz que él, y también tan o más nervioso que él. Aunque era la cuarta vez que experimentaba una situación así, la emoción y el orgullo se mezclaban en su pecho como un torbellino. Tomó aire de forma no demasiado notoria para que no se notase como un suspiro cansado y con la sonrisa que no quería borrarse de su cara extendió sus brazos cuando le tuvo a una distancia reducida, pero aún insuficiente para las intenciones de ambos en ese encuentro – Felipe…ven aquí. Déjame verte bien…
Después de varios meses en que no tenía ganas ni de abrir los ojos cada mañana, descubrió en aquel piano el consuelo que jamás creyó encontrar. Las primeras veces las notas iban cargadas de una profunda angustia, tanto que a menudo paraba a mitad de una pieza para rendirse al dolor con las manos al rostro. Sin embargo, y animado por sus acompañantes más cercanos prosiguió, hasta conseguir ese mismo día el tocar la pieza completa con una sonrisa, bajo la atenta mirada de su dama eterna ahora inmortalizada en un fresco hace unos dos meses.
Escuchó en su mente los aplausos de esas manos suaves y fuera de ella los golpes a la puerta anunciando la llegada de su invitado – Hacedle saber que voy en camino – Dijo con armoniosa serenidad y se levantó con lentitud, dirigiéndose al cuadro que descansaba cerca de su cama a pesar de los reparos de Isabell, sobre un mueble que tenía encima una vela y algunas esencias encendidas, lo que mantenía relajado al Monarca. Se detuvo frente a la figura y cerró los ojos con una mano en el pecho – Ya me voy, Tamina. Bendice mi suerte, por favor. – Los amantes se miraron silenciosamente y la difunta le observó retirarse unos segundos después, seguramente feliz por ver a su hombre con fuerzas renovadas, dispuesto ya a incluso enfrentar su pasado como siempre lo había hecho. Así sucedió con Antonio, Catalina y Marianne…sólo esperaba que Felipe no corriera con la misma suerte de los tres. No, no iba a permitirlo. Primero iban a tener que hacerlo desaparecer a él.
Con esa misma convicción llegó al salón quizás más pronto de lo que esperaba, llevado por el entusiasmo por lo nuevo e inesperado que hace mucho no vivía. ¿Cómo estaría? ¿Cómo sería exactamente? ¿Qué clase de cosas podría enseñar y qué cosas podría aprender de él? Lo averiguaría desde ya, ahora que tenía al joven dentro de su campo visual. Quizás estaba tan o más feliz que él, y también tan o más nervioso que él. Aunque era la cuarta vez que experimentaba una situación así, la emoción y el orgullo se mezclaban en su pecho como un torbellino. Tomó aire de forma no demasiado notoria para que no se notase como un suspiro cansado y con la sonrisa que no quería borrarse de su cara extendió sus brazos cuando le tuvo a una distancia reducida, pero aún insuficiente para las intenciones de ambos en ese encuentro – Felipe…ven aquí. Déjame verte bien…
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Los segundos se alargaban y cada decena de ellos llegaba a cubrir la extensión que debiera ocupar el minuto. El nerviosismo le embriagaba, no cabía duda de ello, y su mirada cambiante, que viraba de un lugar a otro, y sus piernas, alternándose un incesante movimiento, daban fe de ello. Uno tras otro, los suspiros se confundían con las exhalaciones que denotaban su impaciencia y, a su vez, el miedo. No conocía el estado de su padre y se preguntaba por él, a la par que le preocupaba. Era consciente de la pérdida que había sufrido unos meses atrás, de hecho esa era la razón por la que había hecho tan largo viaje, y no sabía hasta qué punto le podía seguir afectando. No sólo estaba inquieto por su progenitor, sino, además, por el monarca, pues tan duro golpe a la persona dejaba delicada la figura regia y bien es sabido que un rey débil implica un reino débil; más aún en aquel contexto adverso.
En determinado momento, las puertas se abrieron en un movimiento que a él, susceptible, le resultó violento. No pudo evitar el desviar la mirada al lugar por instinto y ese error casi hizo que su corazón desgarrase su pecho de la fuerza con la que latió. José avanzó y el hijo, conmocionado, no alcanzó ni a levantarse de su asiento. Los brazos abiertos, la mirada afectuosa y, casi podría asegurar, esperanzada; pero el infante se encontraba turbado por el cariño, el cual no rechazaba, pero tampoco terminaba de creer. Procurando evitar cualquier confusión, el muchacho se puso en pie, pero, lejos de acercarse más, realizó una inoportuna reverencia, limitada por el restringido espacio del que disponía.
- Su Majestad – pronunció como saludo. No dijo nada más, precavido y aguardando. Pese a que una parte de él lo quisiera fervientemente, no iba a tratarle con cercanía, no al menos hasta estar seguro. Era consciente de con quién trataba y también era consciente de que un fallo por la confusión podría resultar catastrófico, terminando por echar por tierra todas sus pretensiones, que no eran más que lo que le pertenecía por nacimiento y que se le había negado: el amor paterno. Esperó, pues, a que el soberano decidiese si la ignorada intuición atinaba en lo cierto o si, por el contrario, había hecho bien en hacer gala de esa cautela, que muchos podrían tachar de cobardía, pero en la que otros veían una sincera virtud.
En determinado momento, las puertas se abrieron en un movimiento que a él, susceptible, le resultó violento. No pudo evitar el desviar la mirada al lugar por instinto y ese error casi hizo que su corazón desgarrase su pecho de la fuerza con la que latió. José avanzó y el hijo, conmocionado, no alcanzó ni a levantarse de su asiento. Los brazos abiertos, la mirada afectuosa y, casi podría asegurar, esperanzada; pero el infante se encontraba turbado por el cariño, el cual no rechazaba, pero tampoco terminaba de creer. Procurando evitar cualquier confusión, el muchacho se puso en pie, pero, lejos de acercarse más, realizó una inoportuna reverencia, limitada por el restringido espacio del que disponía.
- Su Majestad – pronunció como saludo. No dijo nada más, precavido y aguardando. Pese a que una parte de él lo quisiera fervientemente, no iba a tratarle con cercanía, no al menos hasta estar seguro. Era consciente de con quién trataba y también era consciente de que un fallo por la confusión podría resultar catastrófico, terminando por echar por tierra todas sus pretensiones, que no eran más que lo que le pertenecía por nacimiento y que se le había negado: el amor paterno. Esperó, pues, a que el soberano decidiese si la ignorada intuición atinaba en lo cierto o si, por el contrario, había hecho bien en hacer gala de esa cautela, que muchos podrían tachar de cobardía, pero en la que otros veían una sincera virtud.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Era la cuarta vez que le sucedía en tan poco tiempo, pero los sentimientos que afloraban en él eran los mismos en cada ocasión, aunque era mejor decir que eran casi los mismos. Sus deseos de proteger a los que tímidamente le miraban a los ojos como si fueran criaturas condenadas a muerte ante los ojos del León crecieron como la espuma a medida que aquellos rostros jóvenes desaparecieron; y con el joven que se notaba y observaba sobresaltado por el ingreso del Monarca al salón, ese deber de protección se hacía tan o más importante que su propia respiración; sin dejar de considerar a la adorable pareja que crecía preferente y principalmente entre las cuatro paredes de aquella habitación cuya decoración no había cambiado en absoluto desde que la cambiaformas que los había parido se había marchado a mejor vida, como un tributo a aquella dama que tanta felicidad les había traído a José y a sus convivientes por su forma de ser.
El joven Felipe había hecho caso omiso inconscientemente de la invitación abierta de su progenitor, pero no le importó. Por lo que habían alcanzado a conversar y por cómo lo habían hecho, pensó que se arrojaría a sus brazos por la impresión. Quizás había madurado un tanto, o quizás se lo estaba guardando, eso lo tenía sin cuidado. Lo que sí le llamó la atención, fue el cómo se dirigió hacia él. Y a su vez él se acercó hasta el joven que permanecía con la cabeza gacha como rezaba el protocolo, queriendo que ese a veces maldito procedimiento se fuera muy lejos, para dar espacio a esa pareja que lo único que deseaba –y que sabía que Felipe deseaba también- era un reencuentro espontáneo, sin ataduras.
- Felipe…-Susurró levemente, poco convencido de que eso era lo que quería expresar. Por eso carraspeó y tomó aire, botándolo para decir lo que realmente dictaba su deseo inconscientemente influenciado por los recatos de ser un “señor de la realeza” – Felipe Iñigo Francisco de Toledo y Mendoza, Conde de Minas. – Serio, imperturbable como en antaño, aunque fuera simplemente una máscara – El futuro Príncipe no debe actuar más como un invitado en este lugar. Todo esto es tan tuyo como lo es mío.- Explicó haciendo referencia a donde estaban sus pies hasta lo que estaba al otro lado de Europa – Así que levanta tu cabeza, mírame a los ojos, y ven a mí como lo que eres: mi hijo. - Sentenció volviendo a extender sus brazos, esperándole con el convencimiento a flor de piel de que ahora sí los nervios serían vencidos por aquel cachorro que volvía bajo la melena del León.
El joven Felipe había hecho caso omiso inconscientemente de la invitación abierta de su progenitor, pero no le importó. Por lo que habían alcanzado a conversar y por cómo lo habían hecho, pensó que se arrojaría a sus brazos por la impresión. Quizás había madurado un tanto, o quizás se lo estaba guardando, eso lo tenía sin cuidado. Lo que sí le llamó la atención, fue el cómo se dirigió hacia él. Y a su vez él se acercó hasta el joven que permanecía con la cabeza gacha como rezaba el protocolo, queriendo que ese a veces maldito procedimiento se fuera muy lejos, para dar espacio a esa pareja que lo único que deseaba –y que sabía que Felipe deseaba también- era un reencuentro espontáneo, sin ataduras.
- Felipe…-Susurró levemente, poco convencido de que eso era lo que quería expresar. Por eso carraspeó y tomó aire, botándolo para decir lo que realmente dictaba su deseo inconscientemente influenciado por los recatos de ser un “señor de la realeza” – Felipe Iñigo Francisco de Toledo y Mendoza, Conde de Minas. – Serio, imperturbable como en antaño, aunque fuera simplemente una máscara – El futuro Príncipe no debe actuar más como un invitado en este lugar. Todo esto es tan tuyo como lo es mío.- Explicó haciendo referencia a donde estaban sus pies hasta lo que estaba al otro lado de Europa – Así que levanta tu cabeza, mírame a los ojos, y ven a mí como lo que eres: mi hijo. - Sentenció volviendo a extender sus brazos, esperándole con el convencimiento a flor de piel de que ahora sí los nervios serían vencidos por aquel cachorro que volvía bajo la melena del León.
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
La convicción que pudiera haber sentido, el afecto que pudiera haber sugerido en sus cartas, todo ello quedaba irremediablemente presente en cada uno de esos latidos que casi le desgarraban el pecho, pero relegados a aquel lugar y a ningún otro más. Se mantenían callados, sólo pesando y haciendo casi insufrible la espera y la incógnita que ocultaba la naturaleza de aquel reencuentro y, sobretodo, de las intenciones del monarca, que, por muy claras que se presentasen, a él se le antojaban tan irreales que perdían cualquier probabilidad de certeza.
Al escuchar su nombre completo, un escalofrío le recorrió la espalda. La sensación fue parecida, si no igual, a la que su madre le ocasionaba en situaciones similares, justo antes de reprenderle por una falta cometida. Pronto olvidó eso, pues aún había un repertorio de palabras aguardando para él y la turbación que le iban a ocasionar. Si de la intervención del soberano hubiera de destacar dos únicos conceptos se quedaría con los que le hicieron más efecto, sumándose a su incredulidad, pero azuzando aún más la esperanza que le hizo hinchar el torso. Futuro príncipe y mi hijo. Felipe no podía dar crédito a lo que escuchaba.
Así, sin más, el pronto hijo de rey alzó la mirada, tal y como le ordenaban, sólo para encontrar a su padre con los brazos extendidos a ambos lados, creando el espacio entre ellos que estaba señalado a ocupar y que, de hecho, ocupó. Casi podría asegurar que su cuerpo estaba temblando cuando sus cuerpos chocaron, cuando el calor de su progenitor se fundió con el suyo como prueba física del amor que se profesaban. No pudo aguantar más la emoción e, irremediablemente, sus párpados se desbordaron, dejando que las lágrimas cayesen, una a una primero, pero luego derramándose por completo. Una parte de él quería separarse de él, diciéndole que era lo correcto, recuperar la compostura y no atosigarle, pero, sencillamente, le resultó imposible aflojar el abrazo, romper ese refugio que había buscado toda su vida y que sólo ahora parecía hacérsele factible.
Al cabo de un rato, el rioplatense se alejó, aún con la respiración alterada. Se intentó limpiar el rostro, como si unos torpes movimientos de sus dedos pudieran hacerle recuperar una apariencia presentable y el dominio de sí mismo, algo que no estaba, ni de lejos, en su poder. Intentó hablar, pero, emocionado, le costó.
- Padre – logró exhalar en poco más que un suspiro, mirando directamente al susodicho – Padre, dígame que esto no es un sueño – añadió después.
Al escuchar su nombre completo, un escalofrío le recorrió la espalda. La sensación fue parecida, si no igual, a la que su madre le ocasionaba en situaciones similares, justo antes de reprenderle por una falta cometida. Pronto olvidó eso, pues aún había un repertorio de palabras aguardando para él y la turbación que le iban a ocasionar. Si de la intervención del soberano hubiera de destacar dos únicos conceptos se quedaría con los que le hicieron más efecto, sumándose a su incredulidad, pero azuzando aún más la esperanza que le hizo hinchar el torso. Futuro príncipe y mi hijo. Felipe no podía dar crédito a lo que escuchaba.
Así, sin más, el pronto hijo de rey alzó la mirada, tal y como le ordenaban, sólo para encontrar a su padre con los brazos extendidos a ambos lados, creando el espacio entre ellos que estaba señalado a ocupar y que, de hecho, ocupó. Casi podría asegurar que su cuerpo estaba temblando cuando sus cuerpos chocaron, cuando el calor de su progenitor se fundió con el suyo como prueba física del amor que se profesaban. No pudo aguantar más la emoción e, irremediablemente, sus párpados se desbordaron, dejando que las lágrimas cayesen, una a una primero, pero luego derramándose por completo. Una parte de él quería separarse de él, diciéndole que era lo correcto, recuperar la compostura y no atosigarle, pero, sencillamente, le resultó imposible aflojar el abrazo, romper ese refugio que había buscado toda su vida y que sólo ahora parecía hacérsele factible.
Al cabo de un rato, el rioplatense se alejó, aún con la respiración alterada. Se intentó limpiar el rostro, como si unos torpes movimientos de sus dedos pudieran hacerle recuperar una apariencia presentable y el dominio de sí mismo, algo que no estaba, ni de lejos, en su poder. Intentó hablar, pero, emocionado, le costó.
- Padre – logró exhalar en poco más que un suspiro, mirando directamente al susodicho – Padre, dígame que esto no es un sueño – añadió después.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Aquel momento era otro de los que se quedaría grabado a fuego en la memoria del Rey; con la diferencia de que al final era una vivencia positiva. Tanto Felipe como él mismo necesitaban un momento así, debido a las circunstancias que les habían envuelto a ambos de manera reciente y no tan reciente, sobretodo al mayor de ellos, que percibía la venida y llegada de su enésimo primogénito como una vuelta paulatina a la vida tras haber rozado la muerte.
El abrazo se cerró más entre la humanidad del Príncipe cuando le escuchó llorar, y es que él también estaba emocionado. Ahora, con tanta desgracia, estaba en una etapa en que conseguir su llanto era tan fácil como desenvainar un arma o efectuar un disparo. Pero no podía mostrarse débil ante él, no al menos en esa instancia que resultaba tan importante para los dos. Felipe había llegado en el momento justo a darle la fortaleza y el temple que tanto había requerido.
La presión cedió y los cuerpos se separaron, quedando el León contemplando a su cachorro que trataba de secarse las lágrimas como tratando de cazar una mosca con sus garritas. En silencio el Monarca negó pero con una sonrisa en el rostro, compartiendo su idéntica sensación de incredulidad por lo que estaba sucediendo. Para él también era una especie de sueño, pero éste había perdido definitivamente su condición de onírico. Ahora era algo concreto, una realidad. Se había convertido en un “sueño cumplido”. – No, Felipe. No es un sueño. Ya no más. Es algo que estamos viviendo los dos – Le respondió con calma, tomando aire y botándolo luego lentamente para luego volver a acercarse a su nuevo bastón y bastión, al emblema de su vida a partir de ahora que se sumaba a Mauricio y a María. Posó una mano en el hombro y luego, como arrepintiéndose de ello, rodeó su cuello suavemente con el mismo brazo, acercándose a su oído para susurrar - ¿Podrás perdonarme, Felipe? Por todo lo que viviste y sufriste…
El abrazo se cerró más entre la humanidad del Príncipe cuando le escuchó llorar, y es que él también estaba emocionado. Ahora, con tanta desgracia, estaba en una etapa en que conseguir su llanto era tan fácil como desenvainar un arma o efectuar un disparo. Pero no podía mostrarse débil ante él, no al menos en esa instancia que resultaba tan importante para los dos. Felipe había llegado en el momento justo a darle la fortaleza y el temple que tanto había requerido.
La presión cedió y los cuerpos se separaron, quedando el León contemplando a su cachorro que trataba de secarse las lágrimas como tratando de cazar una mosca con sus garritas. En silencio el Monarca negó pero con una sonrisa en el rostro, compartiendo su idéntica sensación de incredulidad por lo que estaba sucediendo. Para él también era una especie de sueño, pero éste había perdido definitivamente su condición de onírico. Ahora era algo concreto, una realidad. Se había convertido en un “sueño cumplido”. – No, Felipe. No es un sueño. Ya no más. Es algo que estamos viviendo los dos – Le respondió con calma, tomando aire y botándolo luego lentamente para luego volver a acercarse a su nuevo bastón y bastión, al emblema de su vida a partir de ahora que se sumaba a Mauricio y a María. Posó una mano en el hombro y luego, como arrepintiéndose de ello, rodeó su cuello suavemente con el mismo brazo, acercándose a su oído para susurrar - ¿Podrás perdonarme, Felipe? Por todo lo que viviste y sufriste…
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Aunque no hubiera rasgo ineludible que expusiera la conmoción, Felipe veía ésta claramente en los ojos de su padre, aunque quizás, según él, sólo fuese una consecuencia directa de su deseo porque así fuese. No podía quejarse, sin embargo, las palabras que aquel le había otorgado cumplían no sólo sus expectativas, sino, también, sus más viscerales deseos. Y, contra todo pronóstico, no se sentía vacío, exento de metas, porque con aquella nueva puerta abierta se le desvelaba un largo camino por recorrer; uno por el que aún no sabía el precio que podría llegar a pagar.
- ¿Perdonarle, padre? – el muchacho miró unos instantes a su progenitor, sospechando, otra vez, que había entendido mal, llegando a la misma conclusión que antes, es decir, que no había errado. Negó efusivamente con la cabeza en contestación – No, padre, no hay nada que perdonar. Sé cuál es el lugar en este mundo para los bastardos. Recibí mucho más que lo que me pertenecía por ley y estoy agradecido por ello. – el vástago hablaba con sinceridad, pues no era con su familia a quien dirigía su rabia, sino a un mundo que era demasiado cruel con algunas cuestiones. Incluso guardaba aprecio al antiguo rey, en cierto modo, por haberle garantizado un título y un futuro que, si bien no resultaba tan opulento como el que hubiera tenido un príncipe, sí le había permitido vivir holgadamente y sin preocupaciones – Me hace feliz poder estar aquí con usted y no se hace la idea de lo que significa para mí lo que acaba de hacer. – pronunció en un tono más reducido y con una cabeza nuevamente gacha que sólo se levantó para reafirmar el cometido de su viaje, buscando expresar sinceridad en el intercambio de miradas – Pero estoy aquí para ayudarle en estos tiempos turbios, en cualquier cosa que me requiera. Daré lo mejor de mí para hacerle feliz como usted me acaba de hacer a mí. España necesita un rey fuerte. – sentenció con voz suave y sonriendo levemente. Luego, reprimió un bostezo que le intentó asaltar. Era tarde y estaba cansado del largo viaje.
- ¿Perdonarle, padre? – el muchacho miró unos instantes a su progenitor, sospechando, otra vez, que había entendido mal, llegando a la misma conclusión que antes, es decir, que no había errado. Negó efusivamente con la cabeza en contestación – No, padre, no hay nada que perdonar. Sé cuál es el lugar en este mundo para los bastardos. Recibí mucho más que lo que me pertenecía por ley y estoy agradecido por ello. – el vástago hablaba con sinceridad, pues no era con su familia a quien dirigía su rabia, sino a un mundo que era demasiado cruel con algunas cuestiones. Incluso guardaba aprecio al antiguo rey, en cierto modo, por haberle garantizado un título y un futuro que, si bien no resultaba tan opulento como el que hubiera tenido un príncipe, sí le había permitido vivir holgadamente y sin preocupaciones – Me hace feliz poder estar aquí con usted y no se hace la idea de lo que significa para mí lo que acaba de hacer. – pronunció en un tono más reducido y con una cabeza nuevamente gacha que sólo se levantó para reafirmar el cometido de su viaje, buscando expresar sinceridad en el intercambio de miradas – Pero estoy aquí para ayudarle en estos tiempos turbios, en cualquier cosa que me requiera. Daré lo mejor de mí para hacerle feliz como usted me acaba de hacer a mí. España necesita un rey fuerte. – sentenció con voz suave y sonriendo levemente. Luego, reprimió un bostezo que le intentó asaltar. Era tarde y estaba cansado del largo viaje.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
A todos les había dicho lo mismo, y todos se las habían arreglado para dejarle gratamente sorprendido y a la vez orgulloso en sus respuestas. Y es que el León, a pesar de su orgullo característico, no podía evitar sentirse culpable –y con razón después de las diversas situaciones que habían tenido que atravesar sus hijos bastardos, todas distintas por cierto – por el pasado que había tenido cada uno de sus cachorros; principalmente por el dolor que debía significar el no tener a ambos progenitores durante su niñez y adolescencia. José no podía no pedir perdón aunque no fuere necesario, era una exigencia de su corazón el, al menos, pronunciar aquellas palabras de arrepentimiento que, inclusive, no le correspondían a él decirlas, pero el verdadero responsable ya yacía bajo tierra, libre de todo reproche y responsabilidad. Aquello se le traspasaba a él de la misma forma en que lo hacían sus privilegios y sus potestades.
¡Tanto había costado que su sonrisa regresara, y ahora ésta no quería desaparecer de su rostro! Las palabras de su joven León no pudieron hincharle más el sensible pecho de orgullo, y tuvo que separarse unos momentos para poder contemplarlo mientras hablaba, proyectándose mentalmente a unos años más cuando fuera un De Castilla hecho y derecho, con sus garras afiladas listas para repeler a quien quisiera importunar la grandeza Española y a sus habitantes, con su mirada llena de temple y sabiduría, esa que le haría tomar las mejores decisiones para el pueblo que tanto había protegido durante su mandato, y con la corona bien ceñida a la cabeza como señal de autoridad y poder, como también de orgullo. La vista era maravillosa, y a la vez brillante. El futuro se veía brillante…al fin.
No pudo evitar acariciar la cabeza del joven como analogía a la lamida del adulto a su cachorro en respuesta al bostezo, quitando un poco de formalismo a la situación. Iba a aprovechar de mimarlo en todo lo que pudiera, por muy mayor que pareciese. Era una deuda pendiente que de inmediato comenzaría a pagar – Y yo daré lo mejor de mí para hacerte un Príncipe idóneo y un futuro Rey aún más vigoroso que yo. – Le respondió cruzándose de brazos un instante, mirándole con esa sonrisa decidida que se le había extraviado un poco. – ¿Te gustaría conocer a tus hermanos? Les he hablado de ti, y creo que se han entusiasmado con la idea de verte. – A veces los bebés eran más inteligentes que algunos humanos, y parecía ser el caso de los gemelos que le había dejado Tamina. – Son muy jóvenes, pero creo que son bastante atentos. Creo que salieron con los genes felinos de ella. – Dijo con una agradable nostalgia, de esa que ya no le causaba pena. Dio unos pasos en dirección al pasillo, y animó a Felipe con la mirada.- Ven. Sígueme. – Le dijo, queriendo que se pusiera a su lado. De igual a igual con él.
¡Tanto había costado que su sonrisa regresara, y ahora ésta no quería desaparecer de su rostro! Las palabras de su joven León no pudieron hincharle más el sensible pecho de orgullo, y tuvo que separarse unos momentos para poder contemplarlo mientras hablaba, proyectándose mentalmente a unos años más cuando fuera un De Castilla hecho y derecho, con sus garras afiladas listas para repeler a quien quisiera importunar la grandeza Española y a sus habitantes, con su mirada llena de temple y sabiduría, esa que le haría tomar las mejores decisiones para el pueblo que tanto había protegido durante su mandato, y con la corona bien ceñida a la cabeza como señal de autoridad y poder, como también de orgullo. La vista era maravillosa, y a la vez brillante. El futuro se veía brillante…al fin.
No pudo evitar acariciar la cabeza del joven como analogía a la lamida del adulto a su cachorro en respuesta al bostezo, quitando un poco de formalismo a la situación. Iba a aprovechar de mimarlo en todo lo que pudiera, por muy mayor que pareciese. Era una deuda pendiente que de inmediato comenzaría a pagar – Y yo daré lo mejor de mí para hacerte un Príncipe idóneo y un futuro Rey aún más vigoroso que yo. – Le respondió cruzándose de brazos un instante, mirándole con esa sonrisa decidida que se le había extraviado un poco. – ¿Te gustaría conocer a tus hermanos? Les he hablado de ti, y creo que se han entusiasmado con la idea de verte. – A veces los bebés eran más inteligentes que algunos humanos, y parecía ser el caso de los gemelos que le había dejado Tamina. – Son muy jóvenes, pero creo que son bastante atentos. Creo que salieron con los genes felinos de ella. – Dijo con una agradable nostalgia, de esa que ya no le causaba pena. Dio unos pasos en dirección al pasillo, y animó a Felipe con la mirada.- Ven. Sígueme. – Le dijo, queriendo que se pusiera a su lado. De igual a igual con él.
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
Rey. Esa fue la palabra que le costó asimilar. Una cuestión era que se convirtiese en hijo legítimo del soberano, ser reconocido oficialmente como vástago de su padre, algo que había anhelado con toda su alma; otra muy diferente era volverse el próximo regente de la antigua Hispania. ¿Acaso él tenía madera de gobernante? No había sido criado más que para administrar una pequeña villa cuya creciente importancia se debía a las minas adyacentes, no para que el Imperio más extenso del mundo dependiera directamente de él. Le asustaba la idea aún y cuando no acababa de comprenderla, pues, pese al teórico derecho que ahora recaía en él, él comprendía la vasta responsabilidad que suponía, aún más en el panorama que acaecía entonces, tan turbulento pues se hallaba inscrito en una época que amenazaba con profundos cambios. ¿Pero quién sino él sería mejor para el puesto? Por convicción había abrazado los propios ideales que ahora apuntaban hacia el desmembramiento de España y, sin embargo, por respeto a su sangre, debía evitarlo a toda costa. Por lo tanto, si algún día llegaba a gobernar, su destino era intentar que ambas cuestiones del reino se viesen equilibradas para mantener la estabilidad y, a su vez, lograr mantener la paz de aquellas dos porciones de él que se le presentaban tan importantes: sus principios y su familia.
Se hallaba ciertamente cansado, algo que influía en su ánimo, pero volvió a mostrar un aspecto amable, feliz, pues era precisamente cómo se sentía, pretendiendo ocultar cualquier indicio de sueño, sin resultados realmente satisfactorios. Asintió entonces a su propuesta, sabiendo que, antes o después, debería conocer a sus hermanastros, además de que era su intención complacer a su progenitor.
- Sí, padre. Me gustaría. – y cumplió con lo comandado, tomando dirección al pasillo para dejar que él les guiara en un camino cuya dirección desconocía. Mientras tanto, él se dedicaría a contemplar las paredes recubiertas de seda, los techos ricamente decorados y los suelos alfombrados. Definitivamente aquel era el edificio más lujoso que jamás había visto y tenía por seguro que aún quedaban muchos secretos que se mantenían escondidos.
¿Cómo serían ellos, sus medio hermanos? ¿Serían también rubios como su padre y él? ¿Tendrían los ojos de esa madre que él sólo conocía por rumores? Felipe no tenía idea alguna y tan siquiera sabía si debía preocuparse. De no ser por su existencia, ellos serían los legítimos sucesores al trono y, de hecho, él mismo los consideraba como tal hasta hacía unos segundos. ¿Debía temer entonces por su vida ahora? El joven apartó cualquier pensamiento al respecto, pues se dio cuenta de que no era su raciocinio lo que le hacía preocuparse, sino que era a causa de su debilidad física que le dominaba de tal manera el fatalismo.
Se hallaba ciertamente cansado, algo que influía en su ánimo, pero volvió a mostrar un aspecto amable, feliz, pues era precisamente cómo se sentía, pretendiendo ocultar cualquier indicio de sueño, sin resultados realmente satisfactorios. Asintió entonces a su propuesta, sabiendo que, antes o después, debería conocer a sus hermanastros, además de que era su intención complacer a su progenitor.
- Sí, padre. Me gustaría. – y cumplió con lo comandado, tomando dirección al pasillo para dejar que él les guiara en un camino cuya dirección desconocía. Mientras tanto, él se dedicaría a contemplar las paredes recubiertas de seda, los techos ricamente decorados y los suelos alfombrados. Definitivamente aquel era el edificio más lujoso que jamás había visto y tenía por seguro que aún quedaban muchos secretos que se mantenían escondidos.
¿Cómo serían ellos, sus medio hermanos? ¿Serían también rubios como su padre y él? ¿Tendrían los ojos de esa madre que él sólo conocía por rumores? Felipe no tenía idea alguna y tan siquiera sabía si debía preocuparse. De no ser por su existencia, ellos serían los legítimos sucesores al trono y, de hecho, él mismo los consideraba como tal hasta hacía unos segundos. ¿Debía temer entonces por su vida ahora? El joven apartó cualquier pensamiento al respecto, pues se dio cuenta de que no era su raciocinio lo que le hacía preocuparse, sino que era a causa de su debilidad física que le dominaba de tal manera el fatalismo.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
La mirada lozana y curiosa se movía de lado a lado, de cuadro a cuadro recorriendo la vasta mas no completamente honrosa historia de la Monarquía Española, que en aquella actualidad buscaba redimirse de las acciones y actitudes que el antecesor de quien caminaba mirando de reojo a su heredero había dejado en recuerdos y en múltiples escrituras. Sin embargo, el León de España no necesitaba mirar a los costados, o hacia atrás. No tenía la necesidad de rememorar lo que se había hecho antes: no era parte de sus intenciones tener como referencia lo pasado: lo suyo correspondía al frente, al presente y al futuro, a la puerta que se abría de par en par con sirvientes y otros subordinados recibiéndoles en una matemática reverencia en dos filas paralelas; a ese par de futuros pilares que sostendrían junto con Felipe – o antes o después que él tal vez, si es que Dios gustaba de imponer otras circunstancias- la Nación Española.
Tamina no se perdía un solo detalle de la situación, observando a la distancia aquella cuna de madera de roble y terminaciones y metales preciosos, cuyas sábanas de fina seda bordada en oro ocultaban las igualmente finas y cómodas ropas vestidas por aquel par de infantes que recibieron como si fuera por protocolo a su padre con sus enternecedoras sonrisas. Éste se inclinó un momento para besar la rubia cabeza de ella y la castaña de él, delineando unos momentos aquellas suaves y rosadas mejillas que dejaban espacio a los infantiles intentos de balbuceos de ambos. José no pudo evitar –o más bien no quería- una sonrisa llena de ternura y orgullo y les habló mientras observaba aquellos pares de ojos castaños y verdes, sabiendo por alguna razón que le iban a entender – Hoy van a conocer a su medio hermano mayor. Se llama Felipe, y estoy seguro de que les agradará mucho. – Se incorporó y se dirigió al aludido, moderando con esfuerzo la sonrisa desmesurada de su rostro. – Ellos son Mauricio José y María Daniela – Le dijo, apartándose sutilmente para que al acercarse pudiera contemplarles con plenitud e incluso interactuar con ellos. – No me gusta la idea de decir “medios hermanos”, pero supongo que ese es el término formal que hay que usar. Aunque yo quisiera que tuvieran la cercanía de los hermanos de sangre. Ese es mi deseo. – Comentó sin que sonara a alguna orden ni nada, sincerándose con él antes de darle el espacio necesario para aquel momento sin duda importante.
Tamina no se perdía un solo detalle de la situación, observando a la distancia aquella cuna de madera de roble y terminaciones y metales preciosos, cuyas sábanas de fina seda bordada en oro ocultaban las igualmente finas y cómodas ropas vestidas por aquel par de infantes que recibieron como si fuera por protocolo a su padre con sus enternecedoras sonrisas. Éste se inclinó un momento para besar la rubia cabeza de ella y la castaña de él, delineando unos momentos aquellas suaves y rosadas mejillas que dejaban espacio a los infantiles intentos de balbuceos de ambos. José no pudo evitar –o más bien no quería- una sonrisa llena de ternura y orgullo y les habló mientras observaba aquellos pares de ojos castaños y verdes, sabiendo por alguna razón que le iban a entender – Hoy van a conocer a su medio hermano mayor. Se llama Felipe, y estoy seguro de que les agradará mucho. – Se incorporó y se dirigió al aludido, moderando con esfuerzo la sonrisa desmesurada de su rostro. – Ellos son Mauricio José y María Daniela – Le dijo, apartándose sutilmente para que al acercarse pudiera contemplarles con plenitud e incluso interactuar con ellos. – No me gusta la idea de decir “medios hermanos”, pero supongo que ese es el término formal que hay que usar. Aunque yo quisiera que tuvieran la cercanía de los hermanos de sangre. Ese es mi deseo. – Comentó sin que sonara a alguna orden ni nada, sincerándose con él antes de darle el espacio necesario para aquel momento sin duda importante.
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
La mirada del por poco tiempo Mendoza surcaba el espacio, perdiéndose en ínfimos detalles cuya importancia venía a ser pronto eclipsada por la siguiente bagatela que le distrajese en un camino que pronto habría de acabar. Escenas repletas de figuras con incuestionable importancia, pero sin significado preciso, se repartían por las paredes, como un desfile de alegorías con una única misión: glorificar a la monarquía de España y demostrar su innegable grandeza. Ante aquella visión, Felipe se sintió deslumbrado y honrado a la par que incómodo, pues lo que contemplaba no era mucho más que leyendas y mitos que justificaban ilusoriamente un mandato bendito y divino o, como mucho, eventos históricos cuidadosamente escogidos de entre la gran amalgama de hechos que se repartían en el pasado del vasto Imperio hispano. Sin embargo, pronto aquellos pensamientos abandonarían su intelecto para verse sustituidos por la inquietud y la curiosidad de conocer a lo que quedaba de aquella parte de la familia que siempre le había estado vedada en su gran mayoría. Antes incluso de poder mirar al cómodo redil en el que descansaban los infantes, se permitió distraerse un momento más, ciertamente incómodo. Fue a perderse a un lateral del cuarto donde se encontraba una mujer de cabello castaño y ojos claros, que clavaba su mirada insistentemente en las propias pupilas del rioplatense. No tenía ni la más remota idea de quién se trataba ella, pero, dado que se encontraba en un lugar sumamente privado del palacio, no cabía duda de que o bien se trataba de alguien importante o, más probablemente, de alguien a quien el soberano tuviera especial aprecio. Le inquietó, pero no pronunció pregunta alguna para despejar sus dudas, pues aún se sentía cohibido en demasía. Entonces, el rey llamó su atención al pronunciar aquellas palabras que le obligaron a mirar a la cuna y acercarse a ella, pretendiendo no mostrar titubeo para no decepcionar a su progenitor. Frente a él se revelaron dos pequeños niños que no debían tener mucho de vida, pero que ya parecían tener la suficiente consciencia como para examinarle. La sonrisa que surgió en la niña le arrancó una tímida marca que pretendía ser gemela en sus propios labios.
- Hola – saludó con un mero susurro, sintiéndose inocente y algo ridículo al estar hablándole a un ser que aún no podía comprenderle -. Como desee, padre – añadió al final ese apelativo -; son sus hijos, al igual que yo y, por lo tanto, debo honrar ese hecho. Serán mis hermanos completos – aseguró él, aunque, en el fondo, era consciente de que no todo dependía de su proceder sino, además, de la aceptación de los que, hasta entonces, habrían sido los posibles herederos al trono; por suerte, aún no tenían el entendimiento necesario para poder comprender esa situación. El Conde de Minas intentó volver a mirar a sus parientes, pero un bostezo le impidió hacerlo, obligándole a reaccionar con rapidez para taparse la boca y no parecer descortés -. Lo siento, estoy cansado del viaje – se excusó, deseando que a éste no le importase aquello, pero sin arriesgarse a proponer una solución a aquel problema que no podía evitar.
- Hola – saludó con un mero susurro, sintiéndose inocente y algo ridículo al estar hablándole a un ser que aún no podía comprenderle -. Como desee, padre – añadió al final ese apelativo -; son sus hijos, al igual que yo y, por lo tanto, debo honrar ese hecho. Serán mis hermanos completos – aseguró él, aunque, en el fondo, era consciente de que no todo dependía de su proceder sino, además, de la aceptación de los que, hasta entonces, habrían sido los posibles herederos al trono; por suerte, aún no tenían el entendimiento necesario para poder comprender esa situación. El Conde de Minas intentó volver a mirar a sus parientes, pero un bostezo le impidió hacerlo, obligándole a reaccionar con rapidez para taparse la boca y no parecer descortés -. Lo siento, estoy cansado del viaje – se excusó, deseando que a éste no le importase aquello, pero sin arriesgarse a proponer una solución a aquel problema que no podía evitar.
Felipe de Castilla- Licántropo/Realeza
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Re: Pater. Filius. (Felipe de Mendoza & José Alfonso de Castilla)
El bostezo de su joven heredero le hizo ver el poco cuidado de sus actos, una vez más. El viaje había sido largo y tedioso, y al no tener al menos unos momentos de descanso la sensación de agotamiento se hacía más evidente al pasar los minutos. José cerró los ojos un momento, recriminándose silencioso –aunque sentía que aquella mujer de ojos claros se le clavaba en la espalda a modo de regaño – por la falta de cuidado en sus acciones. Ese entusiasmo había vuelto a jugarle una mala pasada, aún a su edad.
- No, yo lo lamento. Debí haberte dejado descansar de inmediato. – Sonrió algo culpable, cual cánido que baja sus orejas por haber hecho algo que mereciera un reproche. – Me apresuré y no pensé en lo que podías estar sintiendo…te enseñaré tu habitación. – Le dijo al tiempo que se acercaba a él y rodeaba su espalda con un brazo en señal de cercanía. – No dejo de cometer errores – dijo con un semblante evidentemente bromista dentro de su seriedad – pero es en estos momentos cuando debes cometerlos. En otras circunstancias, esos errores cuestan vidas. – Entrecerró los ojos dando la sensación de que se había dicho eso a sí mismo en voz alta y liberó aquel agarre para iniciar la caminata nuevamente por los pasillos, acompañado esta vez de una de sus criadas que le indicaba que la habitación estaba lista, y de otra que tras reverenciarse ante él se encaminó a la habitación recién abandonada para encargarse de los cuidados de los pequeños. Ésta le dedicó una tímida sonrisa al joven León y se centró en sus labores.
Una vez que llegaron a la puerta –ya abierta- de la habitación, el mayor de los rubios se colocó a un costado de la entrada cual guardia, dándole completa libertad de ingreso con la salvedad de que sus maletas ya estaban acopladas a un costado de la lujosísima cama, listas para ser manipuladas por el antes De Mendoza. – Si necesitas algo, puedes pedirlo con toda confianza. – Le dijo poniendo sus brazos en jarra, animándole con la mirada para que hiciera lo que estuviera bajo su voluntad, esa que esperaba tomase las riendas de su Pueblo cuando llegase el momento.
- No, yo lo lamento. Debí haberte dejado descansar de inmediato. – Sonrió algo culpable, cual cánido que baja sus orejas por haber hecho algo que mereciera un reproche. – Me apresuré y no pensé en lo que podías estar sintiendo…te enseñaré tu habitación. – Le dijo al tiempo que se acercaba a él y rodeaba su espalda con un brazo en señal de cercanía. – No dejo de cometer errores – dijo con un semblante evidentemente bromista dentro de su seriedad – pero es en estos momentos cuando debes cometerlos. En otras circunstancias, esos errores cuestan vidas. – Entrecerró los ojos dando la sensación de que se había dicho eso a sí mismo en voz alta y liberó aquel agarre para iniciar la caminata nuevamente por los pasillos, acompañado esta vez de una de sus criadas que le indicaba que la habitación estaba lista, y de otra que tras reverenciarse ante él se encaminó a la habitación recién abandonada para encargarse de los cuidados de los pequeños. Ésta le dedicó una tímida sonrisa al joven León y se centró en sus labores.
Una vez que llegaron a la puerta –ya abierta- de la habitación, el mayor de los rubios se colocó a un costado de la entrada cual guardia, dándole completa libertad de ingreso con la salvedad de que sus maletas ya estaban acopladas a un costado de la lujosísima cama, listas para ser manipuladas por el antes De Mendoza. – Si necesitas algo, puedes pedirlo con toda confianza. – Le dijo poniendo sus brazos en jarra, animándole con la mirada para que hiciera lo que estuviera bajo su voluntad, esa que esperaba tomase las riendas de su Pueblo cuando llegase el momento.
José Alfonso De Castilla- Vampiro/Realeza
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