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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Shannon Sinclair Lun Ene 07, 2013 4:07 pm

Morgan la acariciaba con sus manos grandes y firmes, la acariciaba como hacía mucho tiempo no lo hacía. La enloquecía, la elevaba y la bajaba con el juego de sus labios exigentes y suaves, con su lengua audaz que se sumergía dentro de ella hasta llevarla al cielo. Quería gritar, gemir, pero estaba demasiado ocupada en memorizar su tacto, en recordarlo, en saborearlo. Él la llenaba y la hacía sentir mujer nuevamente, la completaba con su cuerpo y con su alma. El clímax estaba a punto de llegar… Brianna abrió sus ojos, excita, asaltada por aquel sueño recurrente que se colaba en su inconsciente desde que había decidido no mantener más relaciones con su esposo. Se tocó el vientre voluminoso, intentando calmar su respiración, y con el dorso de su mano se enjugó la frente. Miró por la ventana, debían ser las tres de la madrugada. Durante tanto tiempo siendo nómade había terminado adquiriendo aquella extraña habilidad de saber la hora por la posición de la Luna. A las cuatro, su esposo debía levantarse y ella con él para prepararle la comida para la jornada. Hasta hacía no mucho tiempo, juntos hacían todas las tareas, pero desde que la enfermedad había tocado su puerta, la joven se había limitado a las tareas del hogar, se había confinado en su coraza donde no había nada más que ella y el bebé que esperaba, hasta sus hijos le exigían más atención, pero ella no podía, simplemente, cada vez que los veía imaginaba que no los vería crecer ni convertirse en hombres de bien como lo era su padre, tampoco los vería casarse ni tendría la oportunidad de acunar a sus nietos. Pero aquel sacrificio era por amor, por ese ser indefenso que habitaba dentro de ella, le daría su vida para que el retoño consolara las lágrimas de quienes se quedaran a llorarla. Mientras más se acercaba la fecha de parto, más formas de morir pensaba y en ocasiones, sentía que iba a enloquecer. No podía mentir y decir que deseaba aquello, nadie desea estar muerto, pero en cada momento que sentía a su hijo moverse o dar pataditas o cada vez que descubría algún gesto suyo en Malcolm o en Douglas, tenía la certeza de que viviría eternamente en aquello que dejaba en el mundo. Se cubrió los ojos para no llorar, no quería hacerlo, pero las lágrimas brotaban y bañaban sus sienes sin que pudiera controlarlas.

Brianna giró lentamente, a pesar de tener casi nueve meses de gestación, no había perdido la agilidad, y observó la espalda de Morgan. Él dormía con tranquilidad, con su cuerpo desnudo exhibido sin pudores. Hacía muchos meses que ella no se mostraba desnuda ante él, ni siquiera lo dejaba que viera su vientre hinchado, algo que con los embarazos anteriores no sucedía, siempre que tenía la ocasión, le quitaba la ropa y le hablaba a sus hijos y les daba besos a través de su panza mientras ella reía por las cosquillas que solía producirle. ¡Cuánto deseaba a ese hombre y qué felices habían sido! La luz de la luna que se filtraba por el vidrio lo bañaba y le confería una sombra helénica a sus músculos. No pudo evitar estirar la mano para acariciar suavemente con el dedo índice su columna, le encantaba contar cada una de sus vértebras y depositar besos a lo largo de ella. La tentación fue mayor y acercó sus labios a su hombro y sólo lo rozó, Morgan tenía el sueño liviano y estaba constantemente en alerta, cualquier cambio, por más dormido que estuviese, lo terminaba despertando. Cuidó de no moverse mucho, y disfrutó de la calidez de su piel junto a ella. El camisón era demasiada ropa teniendo a su marido así, y no pudo evitar imaginarse otra vez junto a él, en aquellas charlas eternas después de amarse y descubrirse, o envuelta en sus brazos para dormir a la intemperie, o quizá cuando entre los dos hacían dormir a los niños. Lo adoraba, y por ese mismo motivo había decidido alejarlo, porque no tenía que sentir tanto su pérdida, porque no debía extrañarla. ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo juntaría el valor para confesarle que le quedaba tan poco tiempo de vida y que no había tenido el coraje para hablarlo en su momento? Quería ahorrarle la angustia de pasar tantos meses esperando el desenlace fatídico, prefería que las cosas fueran así. El médico le había aconsejado que hablara con su esposo así la ayudaría a transitar el camino con resignación, pero tenía la certeza de que el profesional se las ingeniaría para convencer a Morgan de que interrumpieran el embarazo, y eso no iba a permitirlo. En un gesto protector, se abrazó el vientre y se mordió el labio, nadie le haría nada a su bebé.

Había perdido la noción del tiempo en sus cavilaciones y en observar a su hombre. Volvió a acariciarlo, primero sus brazos, luego su cadera, sus glúteos –adoraba su turgencia-, el recorrido era sereno y sin ánimos de despertarlo, sabía cómo tocarlo para que no se exaltase. Se detuvo un instante y comprobó que continuaba durmiendo, por lo que se acomodó con el codo apoyado en la almohada y su cabeza descansando en la palma de su mano. Ella recordaba que sus padres no dormían juntos, y una vez, supo escucharlos decir que luego de haberla concebido, nunca más habían consumado el matrimonio. Brianna había creído que aquello sería imposible, no con un marido como Morgan, y durante mucho tiempo lo fue. A veces creía que moriría de tristeza cuando lo rechazaba o cuando le demostraba asco a sus caricias o a sus besos, una daga se clavaba en su corazón cuando él quería contarle algún suceso y ella lo ignoraba o le cambiaba de tema. Habían peleado y su esposo le había exigido una explicación a su cambio radical, pero ella se limitaba a lanzarle miradas frías, sólo porque no sabía qué decirle, y así fueron pasando las semanas hasta que dejaron de hablarse, él llegaba, ella le depositaba el plato en la mesa y se encerraba a bordar o a tejer, y dejaba a los tres hombres de su vida comiendo solos. Tampoco participaba en los juegos que antes tanto les habían gustado, esos en que los cuatro corrían o competían a caballo. Ni mucho menos los acompañaba de paseo a la ciudad, todo aquello lo había asumido Morgan sin chistar, él era feliz consintiendo a sus niños, ejercía varios roles a pesar de que no estaba mucho en la casa. Cuando se encontraba a solas con Malcolm y Douglas, Brianna se limitaba a darles lecciones de gaélico e inglés o ayudarlos con sus tareas, eran muy inteligentes y aprendían con gran facilidad. Douglas era el que más cariño demandaba y cada vez se hacía más difícil ponerle excusas para no abrazarlo o besarlo; Malcolm se limitaba a observarla desde algún sitio, en ocasiones, su madre creía que él podía leerle la mente. Ya no pudo resistirse, y hundió sus manos en el cabello de Morgan, sabía que aquello podría despertarlo, pero debía hablar con él, debía decirle la verdad; y el contacto de sus hebras suaves y de su aroma a campo, la hizo llorar de la nostalgia. “Te amo tanto…” pensó al darle un beso en la nuca.


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Mensaje por Carmichael Sinclair Dom Ene 27, 2013 2:24 am

Morgan odiaba la tensión que le recibía cuando cruzaba el umbral de su hogar. La impotencia que había sentido al ver desaparecer a la mujer que amaba tras esa máscara de indiferencia, le había abandonado cuando el resentimiento tocó a su puerta. Su mujer había creado un puente intransitable entre ellos. Ahora ni sus hijos podían andar por ese camino. Al principio, había buscado excusas para pasar por alto su comportamiento. Un mes después de asegurarle constantemente al pequeño Douglas que no había hecho nada malo para que su madre actuara como si no existiera, le había llevado a protagonizar interminables peleas. Era como si ella simplemente se hubiese desvanecido. No contestaba sus preguntas ni respondía a sus gritos. Cuando Brianna le había anunciado que estaba encinta de su primer hijo, la dicha había amenazado con consumirlo. No le había importado que se encontrasen en un país completamente nuevo o que incluso no tuviese un patrimonio sólido para ofrecer. Había contado los meses para su llegada. Las risas y las travesuras de Malcolm le recordaban el porqué había escapado de Las Highlands. Nunca se había arrepentido de su decisión. ¿Lo había hecho ella? Durante los últimos meses le había hecho esa cuestión. Si bien no había sido fácil empezar de cero, se había esforzado porque nunca pensara en cómo habría sido todo si no le hubiese elegido a él. ¿Había fallado? Y si lo había hecho, ¿era necesario que tratase a sus hijos como lo hacía? Pero sus preguntas nunca fueron contestadas. Ella se había encerrado en un caparazón y él había optado por permitírselo tras varios intentos fallidos. Después de llegar del trabajo, Morgan se llevaba a sus hijos fuera, como si de esa forma pudiese recompensar la poca atención que su madre les prodigaba. Malcolm le había dicho en más de una ocasión que sabía lo que hacía. Douglas, apenas y podía entender lo que sucedía. Estaba demasiado contento por la llegada de su nuevo hermano, siempre haciendo preguntas de cuánto tiempo más tenía que esperar. ¿Brianna no podía ver cuánto se estaba perdiendo? En los embarazos anteriores, no había reprimido sus deseos de tocarla. Esta vez, ella le había aislado. Las veces que intentó acariciar su vientre, de abrazarla en la cama, de hablar sobre las travesuras de los pequeños… ¿Cambiaría aquello cuando el nuevo miembro de la familia se les uniera? ¿Sería demasiado tarde para ellos? Su maldita indiferencia le había llevado a buscar el calor de otra fémina. Si aún no llegaba tarde a casa era debido a sus hijos pero, ¿cuánto más sería así? Si ella podía actuar como si no le importara, él podía hacer exactamente lo mismo.

La noche le había encontrado cabalgando. Había adquirido ese lugar por sus hectáreas y no por la casa. Quería que sus hijos se sintieran ligados de alguna forma a aquello que había dejado atrás. Le parecía egoísta no compartir con ellos cómo había sido su vida, así que esa noche – como muchas otras – había montado junto con Douglas. Malcolm les acompañaba en su propio semental. Morgan estaba orgulloso de él. Había desarrollado una afinidad con los caballos, recordándole a su hermano James. Les había contado historias sobre el clan al que había pertenecido. El menor siempre interrumpía, provocándole una sonrisa. Les habló sobre sus hermanos y de los problemas que enfrentaron. Así, cuando llegó a la habitación que compartía con su esposa, ésta ya se encontraba dormida. Cansado, se había desvestido y acostado a su lado. Reprimió las ganas de acercarla a él. Aquello solo derivaría en una pelea. Durante varios minutos le contempló. Su vientre hinchado le atraía. Recorrió sus facciones con la mirada. El olor de ella le envolvía. La forma en su pecho se elevaba ante cada respiración le excitaba. Una sonrisa curvaba sus labios, despertando su interés sobre qué estaría soñando. No supo cuándo se quedó dormido, pero la cercanía de su mujer pronto le despertó. Su sueño era ligero. Criado para ser un guerrero, Morgan protegía con fiereza lo que era suyo. Debido a la vida que llevaban, a los enemigos que habían ido sumándose a su lista, no podía darse el lujo de pasar por alto el cuidado de todos ellos. Su impulsividad había provocado una batalla entre los clanes vecinos, llevándose la vida de su madre y hermano. Aquél recuerdo aún le atormentaba. Le había marcado lo suficiente como para que fuese más brusco y violento cuando se trataba de dar órdenes. Era el general en casa, sus hijos habían aprendido a obedecer, sabían cuando los juegos se habían terminado. ¿Qué pretendía hacer su mujer? Esa era la primera noche, después de varios meses, que se le acercaba voluntariamente. Sus caricias pronto despertaron su apetito. Había estado mucho tiempo sin su esposa. Con cuidado, se giró para enfrentarla. Su cuerpo no ocultaba su deseo. La arrogancia de los Sinclair estaba grabada en su piel. Todo eso palideció cuando notó sus mejillas húmedas. Se levantó con rapidez de la cama. - ¿Es el bebé? Cuando ella no respondió, su ira aumentó. - ¡Demonios, Brianna! Háblame. ¿No me merezco siquiera eso? Su acento estaba marcado por un borde afilado.


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Mensaje por Shannon Sinclair Dom Feb 03, 2013 3:01 pm

¿Cuánto tiempo hacía que no estaban tan cerca ni se miraban? Mucho más del que hubiera sido posible soportar, pero la terquedad y la fiereza de los MacKenzie corrían por sus venas, y había demostrado ser más testaruda de lo que alguna vez imaginó. No estaba dispuesta a seguir con aquella farsa, estaba agotada de fingir y de rechazar todo lo que amaba y lo único que tenía, y la respuesta de su marido a aquellas simples caricias le hizo ver sus errores, sus equivocaciones, su mal accionar, sus pecados, su abandono, él la amaba y tenía derecho a saber que pronto debía encargarse solo de la crianza de sus hijos, que ella ya no estaría para ayudarlo o para guiarle, ni que tampoco compartirían más hermosos ni tristes momentos. El corazón se le estrujó cuando él se levantó de súbito y le hizo aquellas preguntas, había llegado la hora de la verdad y todo el coraje del que se había jactado en ese tiempo se hizo añicos, se desvaneció como el espejismo en medio del desierto que tienta al sediento y lo desespera. No podía enfrentarlo, era una cobarde, una niña tonta y cobarde que había tenido el suficiente valor para huir del altar junto al hombre que amaba, alejarse de todo cuanto conocía, aventurarse en países desconocidos, enfrentarse a peligros que jamás creyó que podían existir, parir dos hijos sanos y fuertes y llevar adelante un hogar, pero que no era capaz de decirle a su marido que estaba enferma y moriría. La expresión de Morgan la aterró, no porque fuera a hacerle daño, si no, por el daño que ella le había provocado, tuvo miedo de sí misma, de su crueldad, de su frialdad y de no conocer sus propias limitaciones. No podía más que llorar, y las lágrimas la ahogaban. Se sentía patética ante aquella situación de indefensión, en la que los ojos le dolían por no poder contenerse, y estando recostada casi hecha un ovillo mientras su esposo pedía las explicaciones que le correspondían. Él no estaría orgulloso de ella, de ese despojo de mujer con la cual se había casado y que mostraba una funesta actuación lacrimógena. Hizo acopio de la poca dignidad que le quedaba y se sentó. Ocultó el rostro entre sus manos, mientras negaba con la cabeza. —No grites, por favor, los niños están durmiendo —y rogó que hubiera entendido sus palabras expresadas con voz estrangulada.

Aquello no llevaría a ninguna parte y decidió que debía comportarse como una adulta, como esa adulta que ese hombre que estaba frente a ella había formado. Sí, él la había hecho, él le había mostrado la vida, con sus miserias y sus bellezas. Dieciséis años había vivido en una burbuja, hasta que Charmichael Sinclair le demostró que había algo más allá de los terrenos de su padre, que los varones y las mujeres se acariciaban, se besaban y hacían el amor para formar sus familias y demostrarse cuánto se querían, que se acompañaban y compartían penas. No había sido nada hasta que él apareció frente a sus ojos, hasta que su mirada profunda y su porte de guerrero le hicieron ser consciente de emociones y sensaciones que nadie le había dicho que podían existir, y luego…la decisión, la dicha y la adrenalina de escaparse juntos y buscar la felicidad. ¿Qué podía hacer para remediar tantos meses de errores y decepciones? ¿Acaso él la perdonaría o le increparía? ¿Y si decidía llevarse a sus hijos lejos y dejarla a merced del destino y buscaba otra mujer con la cual formar una familia? No, Morgan no sería capaz de tamaña crueldad, él nunca la alejaría de sus niños ni rompería con los votos de fidelidad, lo estaba juzgando. Se puso de pie y suspiró, lo miró fijamente por unos segundos y le dedicó una mueca de ternura después del abismal tiempo transcurrido, esperó que aquello lo tranquilizara. Vaciló, pero ya no podía echarse atrás y hacer de cuenta que no lo había acariciado ni lo había buscado. Tampoco podía negar que lo deseaba con desesperación, ni que en sus sueños canalizaba aquello. Su bebé se movió levemente, era lo que siempre hacía cada vez que su papá llegaba o hablaba, no importaba si estaba lejos o cerca, él o ella parecía percibirlo, pues había notado que los pocos momentos en los que el retoño daba pataditas o se movía rápidamente, era cuando la risa de Morgan y los niños llegaba desde algún sitio de la casa o de las afueras. También había sido cruel con ese pequeño, pues le había negado las caricias de su padre. Era una mala madre, una mala esposa, una mala mujer...

Se levantó el camisón para quitarse el calzón blanco que le llegaba hasta las rodillas. Lo dejó a un costado y no se atrevió a mirar a la cara a su marido. Estaba completamente sonrojada ante su actitud, llevaban años de casados y ella siempre parecía aquella adolescente virgen e inocente que no supo cómo un niño llegaba el vientre de su madre hasta que Morgan le quitó la ropa y la amó con cuidado y pasión luego de haberse casado en secreto. Se deshizo lentamente de la prenda que restaba, y sus ojos se clavaron en el piso oscurecido, ¿qué estaba haciendo? Tuvo el impulso de cubrirse con sus manos y brazos las partes expuestas, pero a cambio, se acarició el vientre. Levantó la cara y observó a su esposo —Tu bebé…nuestro bebé, está bien —estiró su mano y tomó la de Morgan —Ven, aquí está —la apoyó en la parte baja y derecha, pues allí estaban sus piecitos —Siéntelo, está pateando porque te escucha hablar…siempre lo hace —aceptó y se mordió el labio inferior para frenar el llanto —Perdóname, por favor, perdóname, lo único que no mereces es cómo te he tratado todo éste tiempo —no fue consciente de sus palabras hasta que éstas salieron por completo de su boca y flotaron en el aire. Dio un paso adelante, apoyó la frente en el pecho de Morgan, y ya no pudo contener más las lágrimas.


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Mensaje por Carmichael Sinclair Dom Mar 31, 2013 8:05 pm

Los niños. Esas dos simples palabras le refrenaron. Lo que ellos significaban para Morgan, no tenía precedentes. Tenía que recordarse que no necesitaban ser testigos del abismo que amenazaba con consumirlos. Sus músculos – al igual que su mandíbula – se tensaron. La ira se negaba a abandonarlo. Centelleaba crudamente en sus orbes. Odiaba toda esa situación. Lo que ella les estaba haciendo. Siempre había pensado que juntos superarían cualquier obstáculo. ¡¿Había sido tan ingenuo?! Ella no estaba feliz con la vida que había elegido. Shannon había pertenecido a uno de los clanes más poderosos. Siempre lo había tenido todo. ¿Con cuánto ahínco extrañaba esa comodidad? Se pasó la mano por el cabello, un gesto que reflejaba su frustración. Hasta hacía poco creía conocerla. ¡Demonios! Había sido tan fácil leerla. ¿Cuándo las letras sobre las páginas se volvieron tan confusas? No le importaba porque tampoco tenía una jodida respuesta. Nunca había podido soportar las lágrimas de una mujer, ¡menos aún si se trataban de su mujer! El hecho de que ella no le dijera el motivo solo ofuscaba más su raciocinio. Verle deshacerse de la ropa no apaciguó en nada su malhumor. Deseaba tanto tocarla, emborracharse con su cercanía. La mirada colérica mutó rápidamente a una posesiva. Brianna era suya. No importaba si ahora se negaba a aceptarlo. Llevaba una parte suya – de ambos –. Nadie iba a conocerla de esa forma tan íntima. Al menos no mientras él estuviese con vida. Observó con imperceptible sorpresa, cómo su esposa acariciaba su vientre hinchado. En todos esos meses, jamás la había sorprendido reconfortando a su bebé. Antes, había sido tan natural encontrarla esbozando una sonrisa porque su hijo se había movido. Ni siquiera podía contar las veces que se le acercó para que él también pudiera sentirlos. Cuando su mano finalmente se unió a la suya, una ligera sonrisa tiró de sus comisuras. El gesto se interrumpió en el mismo momento en que las lágrimas la abordaron. No. No estaba preparado para escucharla. ¡Maldición! Había dejado de esperar que la mujer que amaba regresara. No quería sus respuestas ni sus explicaciones, porque si lo hacía, entonces él no tendría más excusas para su comportamiento. Cada vez que se metía en la cama de su amante, solo tenía que recordarse que Brianna no iba a calentarlo. Su indiferencia y amargura le habían conducido en una dirección que jamás se planteó.

Pero, ¿cómo iba a reconfortar a su mujer si no sabía qué le afligía? ¿Qué estaba mal con él? ¿Con ellos? Su mano acarició su cabello. Le parecía tan frágil, muy diferente a la mujer que había luchado a su lado. El odio que había sentido hacia ella por la manera en que trataba a sus hijos – ya ni siquiera se preocupaba si por sí mismo -, desapareció abrupta, súbitamente. Shannon nunca se había mostrado así, incluso cuando se encontraron frente al peligro. Era tan vivaz, tan… Ella. Morgan frunció el ceño. Todo estaba completamente mal. A su esposa le había estado preocupando algo y él había zanjado el tema solo porque no podía concebir su frialdad. Siempre habían hablado. ¿Era su culpa que ella hubiese decidido hacerlo a un lado? – Vamos a solucionarlo, Brianna. Sea lo que sea, vamos a solucionarlo. Su voz sonaba demasiado fuerte, como si diciéndolo de ese modo él también pudiese creérselo. Amaba a sus hijos. Amaba a su mujer. No tenía dudas de ello. Mataría a cualquiera que intentara hacerles daño. El pensamiento, que había iniciado como la simple llama de una vela, adquirió poderío conforme la idea se anclaba con fuerza al frente de su mente. Habían cambiado sus nombres incontables veces para burlar a sus enemigos. Desde el nacimiento de Malcolm, habían optado por establecerse, no queriendo que sus hijos crecieran entre mentiras. Para Morgan ya era terrible no poder llevarlos a Escocia. – Habla conmigo. Quiero entenderte. ¿Alguien nos ha descubierto? Atrapó su mentón y le obligó a mirarlo. Se había perdido incontables veces en esa mirada. Aún no podía creer que se hubiese dejado embaucar por ella. Había querido hacerle daño y en cambio, la mujer le había atrapado. - No tenemos que quedarnos más aquí. Los niños tendrán que aceptarlo. Podemos volver a empezar, siempre lo hacemos. Atrapó una lágrima que surcó su hermoso rostro y esperó. – Para ser sinceros, comenzaba a aburrirme de este sitio. Mintió, esperando se recompensado con una de sus sonrisas...


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Mensaje por Shannon Sinclair Miér Abr 03, 2013 11:08 pm

No era digna el amor de ese hombre que tenía frente a ella. No era digna de sus palabras, de sus caricias, ni siquiera era digna de los hijos que habían concebido. Cada palabra que emitían sus hermosos labios eran dagas que le ahuecaban el corazón. ¿Cómo había transitado ese camino de silencio egoísta sin detenerse en lo irreparable de la situación? Debería haber confiado en él y cubrirse de sus brazos hasta que su destino se consumara. No había cumplido ni uno solo de sus deberes en esos casi nueve meses, ni los de madre, ni los de esposa, ni siquiera los de compañera. Ellos habían sido compañeros durante esos siete años, compañeros de todas las maneras que se pueden serlo. Habían llorado juntos cuando él le confesó sus culpas, ella lo había acunado como si fuese un niño y le había besado las sienes susurrándole palabras de consuelo. Luego se habían amado con cautela y en sacro silencio, sólo sus respiraciones agitadas y gemidos por lo bajo habían irrumpido el ritual. Brianna jamás había podido expresarle temores o dolencias, salvo la indiferencia de su madre, había vivido entre las paredes del Castillo de Leoch, preservada de todo mal. Sus padres se habían encargado de mostrarle un mundo que no existía y ella los había aceptado porque sabía del dolor que les azuzaba el alma luego de la muerte de todos sus hijos. Ella era la única esperanza que les quedaba, se habían aferrado a su existencia hasta hacerle daño, le habían rasgado la piel. Junto a Morgan había pasado hambre, frío, penurias, miedos, pero él la había sostenido, y, de una forma u otra, ella sabía que él se apoyaba en ese amor puro y sincero. Por eso y mucho más, debía hablar, no quería transitar los últimos días de su embarazo en absoluta soledad, había sido suficiente para ambos. —No te merezco, soy demasiado inferior a ti —le dijo en un hilo de voz. ¿Cómo decirle que sí iba a tener que comenzar de nuevo, pero solo? Le tomó la mano y le beso la palma. Se detuvo allí porque no sabía cómo continuar, y le gustaba su piel curtida, sus dedos largos y su fortaleza. Deseaba abrazarlo, pero su vientre se interponía entre ellos. Giró sin soltarlo, y se apoyó en él, así podía sentirlo cerca y tibio, como siempre había sido. Le acarició con los labios la línea delgada de la cicatriz que representaba la herida que se habían hecho el día que se casaron, ese ritual pagano que había consistido en hacerse un corte, unir las muñecas derechas y luego atárselas con un pañuelo blanco, un juramento de sangre. —Eres sangre de mi sangre y hueso de mis huesos. Te doy mi cuerpo para que los dos seamos uno. Te doy mi espíritu para que los dos seamos uno —susurró en gaélico aquella frase que habían dicho, ni siquiera había esperado que él la escuchara, se recordaba a sí misma que ellos estaban unidos por algo más poderoso que el amor. Eran uno, en sus hijos, eran uno, en sus almas.

Llevó su mano izquierda hacia la nuca de Morgan y acercó el amado rostro rostro al suyo. —Ven —y como pocas veces, había sonado imperativa. Le urgía recordar a su hombre, pero temía que la rechazara. Lo besó con castidad, con los ojos cerrados. Él no se alejó, y terminó separándole los labios con los propios, se apretó a contra él, era tan fuerte, podía sentir todos sus músculos contra su espalda, podía delinearlos en su mente, uno a uno. Perdería la cordura, ¿o ya la había perdido el día que lo conoció? Estaba loca por él, y el tiempo no había hecho mermar el sentimiento, lo había intensificado. En un principio la había enamorado su seguridad, su compromiso, su encanto natural, su cuerpo perfecto, pero había terminado amando la esencia misma de Charmichael, sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus defectos. Recordó el motivo por el cual había terminado despertándolo y se alejó —No puedo decirte algo si estamos así —habló agitada, con la boca hinchada y la piel caliente. Lo guió hasta la cama y lo sentó, luego ella lo hizo. Estaba nerviosa, no sabía por dónde empezar. —Tampoco puedo concentrarme contigo desnudo —aclaró, sonrojándose. Le dio una almohada para que se cubriera, ella se envolvió con la sábana. Le había parecido que la idea de sus cuerpos desnudos como un paralelismo de su consciencia era conmovedora, pero Morgan despojado de prendas era un espectáculo admirable, lo último que le transmitía era ternura y siempre tenía el mismo efecto en ella. —Quiero aclararte que nadie sabe de nosotros, quédate tranquilo —aseguró— Necesito que me escuches sin interrupciones. No hables hasta que termine de contarte todo, y luego, por favor, no me condenes —arrugó la tela y jugueteó con sus dedos hasta que encontró el principio. —Hace un año que estoy ocultándote algo doloroso y profundo, siento que te he traicionado al no poder confesar esto que me pasa —no estaba siendo clara, y podía verlo en los gestos de su esposo— No has sido tú el causante de mi error, si no, mi propia cobardía, jamás me diste motivos para hacer esto, ¡por Dios! Si eres perfecto —se secó las manos transpiradas y exhaló, su bebé había dado una patadita— y no supe valorarte. Pensé que te perdería, que me abandonarías, pero luego me di cuenta que no eres así, que estarás conmigo a pesar de todo, como ha sido desde que estamos juntos —suspiró profundamente, largando el aire de manera entrecortada— Morgan, tengo u… —se vio interrumpida cuando la puerta se abrió de súbito y Douglas entró llorando y llamándola. Brianna dio un respingo y se puso de pie para tomarlo en brazos, detrás de él apareció Malcolm, que le pedía que regresara a la cama. El menor se había escondido en su cuello y le decía que había tenido una pesadilla. —Tranquilo, mi amor, tranquilo —le acariciaba la espalda mientras intentaba sentarse, acomodándolo de manera que no le molestara el vientre. Malcolm se sentó junto a ella, del lado contrario que su hermano, e intercaló miradas entre su padre y su madre, pero no hizo ningún comentario. Douglas terminó durmiéndose en el regazo de Brianna —No podemos hablar con los niños aquí —habló en voz baja mientras acariciaba el cabello del mayor, que había terminado con la cabecita apoyada en sus piernas —además…ya debes prepararte para la jornada —Douglas había sido demandante desde su primer instante de vida, siempre encima de su mamá, le parecía demasiado pensar en celos, sin embargo, había ocasiones en las que no dejaba que ella y Morgan estuvieran cerca, así había sido como tardaron tanto en concebir a su tercer hijo, pues Douglas parecía elegir los momento menos oportunos para interrumpir. Brianna evitó mirarlo, nuevamente, huía de sus responsabilidades.



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Mensaje por Carmichael Sinclair Miér Mayo 15, 2013 11:21 pm

Su entrecejo se había ido profundizando conforme el nerviosismo de su esposa iba en aumento. La forma en que tergiversaba las palabras y jugaba con la sábana, había advertido a Morgan de la problemática. No podía imaginar porqué de pronto le era difícil dirigirse a él. Le escuchó sin interrupciones, aunque por mezquinas razones. Ella le había desplazado de su vida sin ninguna maldita buena explicación y, de alguna forma, quería castigarle. No iba a facilitarle más esa conversación. Quizás si hubiese sido lo que él creía, habría optado por ponerse en su situación pero, en cuanto le aseguró que sus identidades no habían sido descubiertas, su semblante se endureció. ¿De verdad creía que cualquier cosa que saliera de su boca serviría para borrar los últimos condenados meses? Los huesos de su mandíbula casi parecían crujir ante su poderosa fuerza. Estaba claro que el cazador estaba llegando al límite de su paciencia. Si Douglas no hubiese irrumpido en la habitación en ese preciso momento, habría explotado en una avalancha de improperios. ¿Tan incompetente lo creía para ocultarle lo que le aquejaba? La observó con una mirada ilegible aunque, dedicó un breve asentimiento a su primogénito. Desde que se había anunciado la llegada de su segundo hijo, Morgan había advertido a Malcolm de las responsabilidades que tendría al ser el hermano mayor. El niño no lo había decepcionado. Cuidaba del más pequeño con esmero. Había elegido llevar una vida peligrosa y eso significaba que la de ellos también lo era. Ese era suficiente motivo para tomar precauciones por si algo le sucedía. Sintió una punzada en el pecho al observar a su familia. Su matrimonio estaba desmoronándose y no había podido evitarlo. El cabello rubio de Douglas – al igual que el de su madre – contrastaba notablemente con el de Malcolm, quien había sido dotado con sus rasgos. Se preguntó cómo sería el tercer miembro. ¿Tendría un poco de ambos? Morgan estaba, verdaderamente, orgulloso de su descendencia. Para él, eran los niños más hermosos que existían. Cuando su mirada se encontró con la de su esposa, se aseguró de que con su expresión entendiera que no habían terminado.

Se levantó sin decir una palabra. Se vistió con lo primero que encontró, lo cual resultó ser el pantalón de la noche anterior. – Haré que me preparen un baño. Agregó secamente, sin siquiera molestarse en reprenderla por rehuirle la mirada. No se sorprendía. Había evitado su compañía durante tanto tiempo que no había razón para creer que eso había cambiado. – Confío en que estés haciendo lo correcto. Aunque no agregó las palabras ‘por ellos’, éstas parecieron llenar el silencio. Se disponía a alejarse cuando la voz de Malcolm le detuvo. El pequeño le preguntaba sino iba a despedirse de su madre. Había algo en su rostro que decía que entendía lo que pasaba entre ellos. Morgan estaba casi seguro de ello, después de todo, durante cinco años había sido testigo del amor entre sus padres. Le revolvió el cabello a su hijo antes de inclinarse para depositar un beso en la frente de su esposa. – Cuida de ellos, Malcolm. Había aprendido que el niño se enorgullecía cuando era tratado como un igual. Lo entendía. Él se había comportado así cuando tenía su edad. Su padre no había querido saber nada de sus hijos, a cierto nivel tampoco de él. Sloan solo estaba interesado en su clan – no podía ver más allá – así que había protegido a James, aunque éste nunca lo necesitó como Archie lo hizo cuando nació. Sintió el peso de la mirada de su esposa mientras cruzaba la distancia que lo separaba de la puerta y, aunque esperaba que dijera algo, ésta se mantuvo en silencio. En el pasillo encontró a una de las criadas. Se había hecho de una pequeña fortuna como para disfrutar de algunas comodidades. Había contratado incluso una institutriz para los niños. Ordenó a la joven que le preparasen un baño en los aposentos de su esposa puesto que los niños y Brianna descansaban en el de él. Su voz era más severa de la que pretendía. No podía sacarse de la mente que su esposa le ocultaba sus problemas, ni la revelación de que ella no le creía capaz de cometer traición. Si tan solo supiera, pensó con enfado. Antes de que marchara, le exigiría que terminase de explicarse.


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Mensaje por Shannon Sinclair Sáb Jun 15, 2013 1:46 am

Los primeros cantares de las aves anunciaron la llegada pronta del amanecer. Brianna estaba sentada en la cama, envuelta en la sábana, y con sus dos niños durmiendo con las cabecitas apoyadas en su pecho. El bebé que contenía en su cuerpo estaba inquieto, pocas eran las ocasiones que pateaba tanto. Estaba dolorida, pero no quería moverse, Malcolm y Douglas dormían plácidamente, y hacía meses que no los tenía tan cerca, con sus alientos cálidos acariciándole la piel y sus manitos enredadas en su cabello. No había podido dormir, y su mente se había perdido en recuerdos agradables y amorosos. Una empleada había buscado ropa de su marido y se la había llevado, intentando no hacer ruido creyéndola dormida. Brianna la había observado en silencio y cuando la vio tomar unas prendas que no eran de trabajo, la corrigió en susurros que casi matan del susto a la mujer, que se sorprendió y ahogó un grito para no despertar a los pequeños. Le señaló lo que debía llevarle, y la joven se retiró agradeciendo. Desde hacía siete años era ella quien le preparaba la muda de ropa diaria, a pesar de que Morgan era independiente y podía valerse por sí mismo. Brianna disfrutaba de servirle, de atenderlo, de cuidarlo y complacerlo. Cuando los primeros rayos asomaron, se levantó con sumo cuidado, tapó a los pequeños y le pidió ayuda a una doméstica para asearse, luego se enfundó en un sencillo atuendo en color lavanda, y no cruzó palabras con su esposo, que desayunaba. Ella sólo tomó una manzana y salió a observar el alba. Le gustaban los primeros movimientos de los empleados, el mugir lejano de las vacas, el relinchar de algún caballo y los ladridos de Athos y Lothus que la interceptaron saltándole y a los cuales saludó con amabilidad. Sus hijos amaban a esos dos canes, y ella los envidió por ser tan lejanos al dolor que azuzaba el alma de sus amos. Aquella superficie verde en la cual habían construido su hogar era la representación física de su amor, de su esfuerzo. Habían llegado con una mano atrás y otra adelante, con un pequeño recién nacido y con hombres peligrosos tras sus pasos, sin embargo, habían vencido la adversidad y se habían establecido. Con sus manos habían edificado, Brianna ya no tenía las manos sedosas de tiempos pasados, cuando era Shannon MacKenzie y no movía un solo dedo para sus quehaceres, cuando era la verdadera princesa del Castillo de Leoch y tenía un clan entero a sus pies y dispuesto a protegerla. Los había traicionado por un sentimiento que la dominaba y del cual no se arrepentía, y luego, había traicionado a ese mismo sentimiento por su propio temor.
 
Los dos perros, que se habían echado a su lado, se levantaron moviendo la cola. Brianna notó que llegaba la institutriz de sus hijos, y recordó que estaban dormidos. Saludó a la mujer, que tenía unos sesenta años, una figura espigada, el cabello entrecano, un rostro atractivo y una elegancia sin igual, y si bien era severa, los niños la respetaban y querían. Le explicó brevemente que estaban durmiendo en su habitación, que podía despertarlos, excusándose en que estaba atareada, aunque lo cierto era que no quería cruzarse a Morgan. La señora se adentró, y Brianna, seguida de los perros, se dirigió a su jardín. Quitó las malas hierbas, buscó cerveza y un trapo, y con eso limpió las hojas de algunas plantas, mientras les tarareaba una canción de cuna, que parecía gustarle a su bebé, pues se movía constantemente, arrancándole quejidos mezclados con risa. Esa vida que venía, junto a Douglas y Malcolm, eran su refugio, y pensar en ellos sólo le daba alegría. Ya era la hora en que su marido se retiraba, hacía tiempo que ella no preguntaba qué era lo que debía hacer ese día o si estaría muy ocupado. Cuando notaba que faltaba algún arma del sitio donde las tenían habitualmente, rezaba para que Dios lo protegiese de todo mal,  y para que volviera junto a sus hijos con salud. Hasta ese día, sus plegarias jamás habían fallado. Se sentó en una banca de madera que Morgan le había construido y colocado en el jardín, y se acarició el vientre, sintiendo los pies de su hijo a través de la piel y la tela. Era mágico. Los gruñidos de Athos y Lothus la arrancaron del ensimismamiento y le hicieron elevar la vista. Hacia ella caminaba una figura de mujer, aunque no lograba distinguirla por el sol a sus espaldas. Se puso de pie, y cuando los perros quisieron atacarla, Brianna logró tomarlos de los collares y dándoles una orden, estos se quedaron sentados, aunque por los pelos del lomo encrespados, podía notarse su desconfianza hacia la desconocida. Cuando la tuvo a unos pasos, distinguió la cabellera rojiza y brillante mecida por la suave brisa, un elegante vestido verde musgo le pronunciaba el talle, se sostenía la falda para que no se ensuciase con tierra. Más cerca, vio sus ojos negros y profundos, de pestañas arqueadas y cejas gruesas, la piel blanca y la boca roja. No quiso aceptarlo, pero sintió una punzada de envidia ante la elegancia y belleza de la dama, se notaba a leguas su alta condición social y Brianna se preguntó qué hacía allí, al mismo tiempo que se miraba su vestido simple, de pocas enaguas, su vientre y pechos hinchados, y a pesar de que el estado de buena esperanza la ilusionaba, se sintió espantosa. La desconocida se plantó a sólo cinco pasos de ella, y le sonrió.
 
Buenos días. Estoy buscando a Morgan Storr —aseguró, y la miró de pies a cabeza, analizándola. Una mueca despectiva se dibujó en su boca.
 
Buenos días —respondió Brianna y correspondió la sonrisa, con una más tímida— Él se encuentra dentro. Iré por él si así lo desea, ¿quién lo busca?
 
Tú debes ser Brianna —susurró— Dile que lo busca la única mujer capaz de complacerlo —dicho esto, en su rostro apareció la figuración del triunfo ante la repentina palidez mortal de la joven.
 
¿Perdón? Creo que entendí mal. ¿Quién es usted? —repitió la pregunta en un hilo de voz.
 
Entendiste bien, cariño. Ve por él, y come algo dulce, no tienes buen semblante.
 
Brianna no respondió y giró sobre sus talones. Las sienes le martilleaban y cientos de pensamientos se cruzaban por su cabeza. Simplemente, aquello no podía estar sucediendo, era una confusión. Se cruzó a la institutriz junto a los niños, en voz baja, le pidió a la mujer que sacara a sus hijos de allí en ese instante. No les contestó cuando estos se despidieron. Al entrar, vio a Morgan revisando el filo de un cuchillo. El corazón le dio un vuelco, y a pesar de que deseó increparlo, adoptó aquella postura que era el calco de la que usaba su madre cuando algo no le gustaba. El mentón en alto, los brazos en jarra, y la espalda erguida.
 
Carmichael Sinclair, te espero en el jardín. Ya mismo —dicho esto, volteó y caminó rápidamente, sin esperar a que él la siguiera. Pero cuando vio a la mujer parada en el mismo lugar, y cómo su rostro se iluminó al mirar hacia ella, supo que su marido venía atrás.  


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Mensaje por Carmichael Sinclair Vie Nov 01, 2013 9:30 pm

El que su esposa usara el nombre de Carmichael para dirigirse a él, le tomó con la guardia baja. Fue tan inesperado, tan sorpresivo, que la hoja del cuchillo que había estado revisando, pasó limpiamente por la yema de su dedo. Bien. Ya no necesitaba preocuparse por su filo. Levantó el rostro para clavar la mirada en ella, pero todo lo que vio fue su espalda, dado que ya se alejaba. Frunció el ceño mientras cogía el trapo que había estado usando para limpiar sus armas y la siguió. Hacía tanto tiempo que no había escuchado a Brianna llamarlo por su antiguo nombre. Habían acordado no hacerlo. Morgan no quería confundir a sus hijos. Ellos no tenían edad para comprender porqué sus padres habían cambiado de identidad. Algunas veces, sin embargo, había susurrado el nombre de Shannon durante la intimidad. Pero de eso hacía tanto. Los mismos meses que llevaba su embarazo. No, ni siquiera eso. Su hijo menor los había interrumpido en varias ocasiones que, él había estado preocupado porque esa vez no fuera una de esas. Luego, su mujer se había distanciado y él había estado tan frustrado y enojado por no saber el porqué de su comportamiento, que dejó de intentarlo. - ¡Papi! Douglas se agarró a la pernera de su pantalón. Por la manera en que respiraba era evidente que había estado corriendo. Se había escapado de la institutriz, como casi siempre solía hacer. – Señor Storr. Morgan ya había cogido a su hijo, a sabiendas de que la mujer iría a la búsqueda de éste. – La señora me ha pedido que… Las palabras se murieron cuando el cazador la atravesó con su fría mirada. – Malcolm y yo queríamos jugar en el jardín antes de empezar con la lección. Empezó a explicar rápidamente el niño, ajeno al intercambio entre su padre y la institutriz. - Pero mamá nos ha echado. ¡Ni siquiera me dejó saludar a Athos! Terminó con un puchero, el labio inferior sobresaliendo. ¿Quién podía negarle algo cuando se ponía así? Recordó cuán aburrido habían sido las lecciones para él y su hermano. No podía ser tan terrible darles un poco de libertad a los niños. No era como sino fuesen a cumplir con sus responsabilidades. - ¿Puede, por favor, traer a Malcolm? No se quedó a escuchar la respuesta de la mujer. – Vayamos a ver qué quiere tu madre. Salió al jardín, con el niño sosteniéndose a su cuello.

No sabía qué había estado esperando encontrar cuando Brianna le pidió que saliera a su encuentro, pero definitivamente no era eso. ¡¿Qué demonios hacia ella en su casa?! La furia lo consumió. Había sido claro. Malditamente claro. Douglas soltó un gritito cuando su mascota corrió a su encuentro. El labrador se paró, dejándose las patas delanteras en su pantalón, queriendo alcanzar al niño. Brianna tenía esa mirada acusatoria. ¿Qué sabía? ¿Lo sabía? Volvió a mirar a la mujer que había convertido en su amante por los últimos meses. - ¿Es tu hijo? Morgan no respondió. Bajó al niño. Tenía la mandíbula fuertemente apretada. – Ve a jugar adentro. – Pero papi… - Douglas, haz lo que te pido. Había alzado la voz, algo que rara vez hacía. No miraba al niño, así que no vio cómo a éste se le llenaron los ojos de lágrimas no derramadas. La tensión era palpable en el ambiente. Su hijo corrió a abrazar a su madre. Vio cómo ella enterraba su mano en los rizos rubios. ¿Le temblaban los dedos? – Hazlo entrar, Brianna. ¡Con qué facilidad olvidaba que él mismo lo había llevado al jardín! La voz que estaba utilizando advertía que no volvería a pedirlo. La institutriz – tras su espalda – llamó a su pupilo, pero el infante gimoteaba y se negaba a obedecer el llamado. No fue hasta que Malcolm pronunció su nombre que éste levantó su carita enrojecida del vestido. Morgan no se estaba tentando el corazón. – No sabía que tenías hijos. Lucrèce mentía. ¡Por supuesto que lo sabía! Él había dejado en claro que era un hombre de familia. Ella había enviudado siendo joven, la había visto una de esas noches caminando por las calles de Paris, ajena a los peligros que acechaban en la oscuridad. Morgan la censuró con su gélida mirada. Los niños se fueron, llevándose consigo a los perros. – Tienes que irte. Tres simples palabras, afiladas. Su esposa no necesitaba saber nada. Mucho menos, cuando su embarazado estaba bastante avanzado.


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Mensaje por Shannon Sinclair Jue Ene 02, 2014 5:35 pm

Brianna lamentó haber conocido tanto a su marido. Le bastó una sola mirada hacia su rostro, para saber que las dagas en forma de palabras que la pelirroja había emitido, eran un torrente de sangrientas verdades. Si hundió sus dedos en los cabellos de Douglas, fue por pura inercia. No estaba allí, y sólo era consciente de la realidad porque un fuerte dolor en la nuca comenzaba a nacer. El vientre se le había endurecido, y creía sentir cómo su pequeño ejercía presión hacia abajo. Estaba mareada, el estómago le había dado un vuelco, lo mismo que el corazón. ¿Realmente era tan tonta? No podía creer que la amante de su esposo estaba parada frente a ella, en el jardín de su hogar, que había visto a sus hijos, a sus perros, y que miraba a Morgan con un deseo que abarcaba todo el espacio. Ella conocía bien ese sentimiento, y no podía culparla. Sus ojos se posaban en él, luego en la extraña, y volvían a su marido. Así se mantuvo, ajena a lo que veía. Morgan lo negaría, estaba segura; pero ella no le creería. Hacía unos meses había escuchado a dos empleadas murmurar que el patrón, seguramente, tenía quien le calentara la cama, ya que su esposa no cumplía con sus deberes. “Es normal, todos los hombres lo hacen. ¡Y más uno como ese!”, había exclamado una entre risas. Brianna había interrumpido la charla con tibias órdenes, y descubrió que la miraban con pena. Ahora entendía por qué. Se había pasado todos esos meses ocultando una verdad que los lastimaría, preservándolo, y él no había tardado en meterse en las sábanas de otra. La sola idea le provocó unas náuseas espantosas, pero no se atrevía a moverse. Sólo sus manos habían cubierto su vientre, protectoras. A lo largo de su matrimonio, y de los viajes emprendidos, habían sido muchas las que habían intentado acercarse a él, o provocar discordia entre ellos, pero Brianna siempre había confiado, sabía cuándo Morgan decía la verdad y cuándo mentía. Lo conocía en todas su facetas, y al menos le quedaba ese consuelo. Nadie, jamás, lo conocería como ella. ¿De cuánto databa la relación? ¿Se habrían burlado de una Brianna redonda como un globo terráqueo? Guiada por un impulso, caminó hacia él, y lo tomó de un brazo con ambas manos. Lo apretó con fuerza, cuando una contracción espantosa amenazó con partirla en dos. Su rostro se mantuvo impávido, y recordó el día que un empleado mató a su perro.

Señora —la voz no le titubeó, y eso le impartió fortaleza—, mi marido y yo estamos de salida —Brianna advirtió que la otra no le creía, pero no se inmutó, y siguió mirándola como si fuera una niña estúpida. Cosa que era. —Si usted pudiera regresar en otro momento, le estaríamos muy agradecidos. ¿O no, cariño? —no esperó a que él respondiera, y volvió a clavar las yemas de sus dedos en el antebrazo de Morgan. No le gustaba en absoluto el poco tiempo que había separado una contracción de la otra— Será bienvenida la próxima semana, y podrá arreglar los asuntos que tenga pendientes con Morgan. Lamento ser descortés, y no crea que la estoy echando —habría deseado lanzarle una de las calabazas de su huerta, pero a duras penas podía respirar. Los pies se le habían clavado en la tierra, lo mismo que la mentira en el pecho. Para su sorpresa –y la rubia sospechó que también para la de Morgan- la pelirroja sonrió triunfal, y se despidió con un “adiós, querido, nos veremos donde siempre”. Shannon se mantuvo aferrada a Carmichael, mientras Brianna soltaba a Morgan lentamente, cuando un suave cambio en el viento los envolvió, anunciando una pronta lluvia. Las nubes comenzaron a cubrir el Cielo, mientras el Sol se apagaba, del mismo modo que la joven escocesa. No hablaron, no había nada que decir. Brianna cayó en la triste conclusión de que la única culpable de la muerte del amor no era más que ella, que había elegido callar y rechazar a su esposo. Fue ella misma quien lo empujó a los brazos de su amante. Sin embargo, jamás pensó que él dejaría de quererla con tanta facilidad, que se enamoraría de otra mujer en tan poco tiempo, y que ella quedaría relegada a la crianza de los hijos, mientras él se fundía de pasión bajo las sábanas de otra. Su madre ya se lo había vaticinado, cuando aún no sabía ni cómo era que los bebés llegaban a las panzas de sus progenitoras. Pero eso había sido en otra vida, como Shannon y Carmichael. <<Shannon y Carmichael>> pensó con honda angustia, y evocó, extrañamente, el diario que tenía en Leoch, y el corazón con esos dos nombres que había dibujado a escondidas y que luego había quemado por temor a ser descubierta. Agachó la cabeza, dio un paso atrás, y si antes estaba pálida, su rostro tomó un color ceniciento horroroso, hasta los ojos se le opacaron— Sangre… —alcanzó a murmurar al notar que unas gotas más oscuras bañaban la tierra bajo sus pies, cuando otra contracción la obligó a doblarse.


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Mensaje por Carmichael Sinclair Lun Mar 10, 2014 12:42 am

Morgan estaba hecho una furia. Lucrèce, evidentemente, solo había llegado a su hogar para causarle problemas. No era de extrañar que la mujer siempre le cuestionara sobre la vida que llevaba. Él nunca le había respondido. Para el escocés, todo lo que la mujer había necesitado saber, era que tenía una esposa e hijos; que lo suyo sería algo pasajero y, por supuesto, ¡que tenía que ser discreto! En su ira, ni siquiera notó la manera en que su esposa lo sujetaba del brazo hasta que fue demasiado tarde. Se despreció por el dolor que se filtró en sus palabras. Él había jurado que nunca sería como su padre. Sloan, a pesar de que sentía aprecio por su mujer, había tenido sus amoríos. Todos en el clan lo sabían. El Sinclair pensaba que su actuar lo hacía más hombre. James y él, habían visto cómo sufría su madre; quien sí había llegado amar al laird. Maldijo entre dientes. ¡Nunca quiso ser así! No había sido jamás su intención. Amaba a su mujer. En verdad, la vida que llevaban había sido pacífica. Antes de que la conociera, si alguna vez dedicó un pensamiento sobre cómo sería su vida cuando fuese el líder, fue que aquello significaría que le pondría fin a su soltería. Habría necesitado una esposa para que diera luz a sus hijos. No aspiraba a mucho más en un matrimonio. Éstos eran un arreglo entre familias. Creía recordar que su padre ya había firmado uno para él. Pero entonces la había conocido y aquello no había importado. Sloan habría dicho que Brianna era la culpable por no cumplir con sus responsabilidades maritales, pero Morgan ya no estaba tan seguro de ello. Bien podría haber sido solo algo pasajero, producto de su embarazo. Su auto desprecio pronto se convirtió en determinación. Le hablaría a su mujer. Ella entendería. Tenía que hacerlo. Soltó un gruñido al escuchar las palabras de Lucrèce. Por supuesto que iría al lugar de siempre, pero solo para terminar con esa relación. Una fría ráfaga los envolvió y, al mismo tiempo que ella, vio la sangre. El miedo lo envolvió. Estaba seguro que eso era lo que reflejaba su rostro. El embarazo ya había entrado a los nueve meses, pero no esperaban al nuevo miembro de la familia hasta dentro de unas dos semanas. Rápidamente, deslizó sus brazos bajo las piernas de su esposa. La acunó contra su pecho mientras a grandes zancadas los dirigía al interior de la casa.

Profirió órdenes al primer sirviente que encontró. Brianna estaba fría en sus brazos o al menos, eso fue lo que le pareció. Tenía el rostro ceniciento. - ¿Amor? ¿Puedes hablarme? Ella se dobló en sus brazos y eso fue suficiente para que Morgan empezara a ladrar de nuevo. – ¡Llamen a la partera! Traigan mantas, agua, ¡lo que sea necesario! Subió las escaleras hacia su dormitorio. Los niños ya habían salido de la habitación donde tomaban las lecciones. Douglas aún lo miraba acusatoriamente, lo mismo que Malcolm. Al parecer, ellos creían que su madre se encontraba en esa situación por su culpa. ‘Y no están equivocados’, pensó. Abrió la puerta de un golpe. Por suerte, ésta solo había estado entreabierta. Su mujer agarraba y retorcía su camisa en su pequeño puño. Suavemente, la colocó en la cama. Tuvo que liberar sus dedos una vez otra de las contracciones terminó. Besó los nudillos de ésta antes de alejarse y acercarse de nuevo a la puerta. ¡¿Es que eran inútiles sus trabajadores?! ¡¿No había ya exigido que se apuraran?! – ¡Maldita sea! ¿Dónde demonios está la partera? Su cuestión no necesitó respuesta, pues la mujer ya se dirigía a toda prisa a la habitación, acompañada de un par de sirvientes, que llevaban agua tibia y mantas. Se hizo a un lado para dejarlos pasar. Un grito, casi silencioso, le hizo volver la atención a su mujer. Si tuviese al alcance a Lucrèce, cerraría su mano en su cuello hasta retorcérselo, como venganza por lo que había logrado. Acto reflejo, deslizó su mano por su cabello, sintiéndose un completo inútil. No había nada que pudiera hacer por ella, excepto esperar; tal como había hecho en los anteriores partos. Éste no tenía que ser diferente. Su hijo o hija, simplemente ya estaba listo para nacer, trató de convencerse. Caminó hasta la barandilla, para echar un vistazo al primer piso, buscando centrarse en algo. No quería ser un estorbo, ni alterar más a su mujer con su presencia. Vio a Malcolm consolar a su hermano. El mayor debió sentir el peso de su mirada, porque clavó la suya en la de él. Había decepción y algo más que no supo nombrar. Cuando volvió a centrar sus ojos en sus aposentos, supo que algo iba mal. En toda su vida, jamás había sentido tanto miedo como en esos momentos.


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Mensaje por Shannon Sinclair Vie Mar 14, 2014 4:46 pm

El Universo entero daba vueltas. Sólo era consciente de un dolor intenso y lacerante, que en ninguno de sus otros partos había tenido. Sabía que su bebé nacería, sentía la fuerza que ejercía desde su interior para salir. No se dio cuenta de que su marido la había tomado en brazos hasta que la depositó en la cama, su sangre le había teñido la ropa, y él parecía no haberse dado cuenta. Impartía órdenes con su rostro transformado por un gesto de preocupación, que lejos de tranquilizarla, la desesperaba aún más. Él era el culpable de que los acontecimientos se hubieran dado de aquella manera, él y su amante, que había tenido la brillante idea de pararse frente a ella con un desparpajo del que no creía capaz a ningún ser vivo. Apretó los dientes para frenar el grito que deseó expulsar, cuando otra contracción la dobló. Morgan había desaparecido de su campo visual, pero sentía su presencia. Alzó su mano, alguien la tomó y tuvo la esperanza de que fuera él, pero cuando volteó el rostro, lo que vio, fue el de la comadrona, una mujer regordeta otrora esclava, que habían comprado y liberado para que ejerciera como cocinera. Brianna no le tenía confianza, quería a su médico, pero no había tiempo que esperar. Los dedos de la mujer le secaron las mejillas, y en ese momento descubrió que estaba llorando. Tenía terror, tenía pánico. Se quejó cuando la incorporaron dos empleadas, una de las cuales era la hija de la partera, y le quitaron el vestido, dejándole sólo la camisola. Bajo sus caderas, la sangre empapaba las sábanas. Ya había parido a dos hijos, y jamás había sangrado de aquella manera. Miró con horror a la sirvienta, que se había arremangado y se higienizaba hasta los codos. La siguió con la vista hasta que se colocó entre sus piernas y cerró los ojos cuando los dedos ajenos se introdujeron. No necesitaba la confirmación para saber que su hijo estaba a una contracción, pero se sentía extremadamente débil. “¡Puje, señora!” escuchó que le gritó, pero simplemente, no podía. <<Dios mío, no te pido fuerza para ver a mis hijos crecer, sólo para traer éste bebé al mundo>> pensó cuando el instinto la llamó a pujar, y lo hizo, una, dos, tres veces, y esbozó una sonrisa al ver los rostros de las ayudantes, que se alegraban ante la nueva vida. En la cuarta puja, salió la placenta. <<¿Por qué no llora?>> se preguntó con desesperación, hasta que el gemido irradió, llenándola de tranquilidad. Echó la cabeza hacia atrás.

Es una niña —murmuró la negra cuando acercó el pequeño bulto lleno de sangre y líquido amniótico a su rostro. Los orbes azules la miraban con intensidad, le pareció increíble que tuviera los ojos abiertos.

Nerys, dígale que se llama Nerys —habló, emocionada, antes de perder el conocimiento.

La comadrona le entregó la pequeña a su hija, para que la limpiara y se la presentara a su padre. Cuando se detuvo en la parturienta, esbozó una mueca de alarma. No era normal la pérdida, se había desgarrado. Le tocó la frente y sintió cómo la vida se le iba lentamente. Cuando su primogénita estuvo a punto de salir de la habitación con Nerys en brazos, le hizo un gesto para que se acercara. La muchacha asintió a cada frase que repitió su madre y no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas al pensar que esa bebé que tenía en brazos, jamás conocería a quien la dio a luz. Le echó un último vistazo a la rubia, susurró un rezo en su lengua originaria, un dialecto africano perdido en el tiempo, y salió, cuidando de no tropezar. Se acercó a su jefe y le entregó a la pequeña.

Dice la señora que se llama Nerys —la joven supo que ese nombre tenía algún significado para ambos, poseía la intuición heredada de la parte materna, no así los poderes que su progenitora poseía. —La señora… —a pesar de intentar buscar las palabras, repitió las que le dijeron— está mal, hay complicaciones. Mi madre quiere saber si usted está dispuesto a aceptar que haga lo que sea para salvarla —ellas sospechaban de la profesión que tenían sus patrones, y no traicionarían la confianza de los Storr realizando hechicería bajo su techo. La responsabilidad de la vida de Brianna estaba en manos de su esposo. La muchacha vio movimiento a su lado, y extendió su mano para que Malcolm y Douglas no se acercaran a conocer a su hermana. —Es realmente necesario. Su mujer se muere —afirmó, por las dudas necesitara un empujón. Les había tomado cariño a los niños de la casa, y un nudo en la garganta la atormentaba de sólo imaginar que crecerían sin su mamá.


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