La traición es una mancha que jamás envejece |Flashback| Privado

por **Amancay** Vie Jul 06, 2018 9:11 pm

El engaño es una elección, no un error.
Paulo Coelho

Boudica la amaba, siempre se lo decía y Amancay no tenía motivos para no creer en sus palabras… hasta ahora. ¿Cómo podía alguien que decía amarla arrebatarle lo más querido? ¿Por qué Boudica era así? Las preguntas no la dejaban, eran un tormento constante en su mente. Lo único que tenía claro era que no quería verla, que no quería estar con ella por varias noches, hasta que pudiese olvidar las imágenes dolorosas que había presenciado.

-Necesito marcharme, esto… no puedo con esto –le había dicho sin mirarla y había corrido hasta su caballo para guiarlo hacia el centro de la ciudad a una velocidad que le había hecho sacar espuma por la boca al bueno de Jerry. Amancay se había ido sin que le importase qué haría Boudica a continuación, solo esperaba que no la siguiera.

¿Qué había sucedido para que su corazón frío se hubiera roto de esa manera? ¿Qué había hecho Boudica para que Amancay solo tuviera deseos de alejarse de ella? Le había matado a su Mimí.

Mimí, hermoso de pelaje multicolor y suave. Su cabecita turquesa, sus alas verdes y amarillas, su pechito celeste… Lo había comprado hacía poco más de un mes –cinco semanas para ser exacta- en el mercado nocturno. El vendedor le había asegurado que ese lorito podía hablar y Amancay lo había creído pues en América –donde ella había nacido hacía demasiado tiempo ya- había de esas aves habladoras. Cuando ella le preguntó entusiasmada si ese pájaro era americano el vendedor le aseguró que sí, aunque el cartel decía que eran traídos especialmente desde África. El hombre mentía al ver el entusiasmo de la posible compradora, pero a Amancay no le importó eso porque estaba deseosa de hacerse con el ave.

-Mimí, te llamas Mimí –le dijo en cuanto hubo pagado por él, montó su caballo y con una mano sujetó las riendas porque con la otra sostenía la jaula de su nueva mascota-. Mimí, vamos a ver a Boudica…

Pasó todo el camino repitiendo su nombre, Boudica, Boudica, Boudica y Boudica, pero fue solo hasta que llegaron a la zona residencial que Mimí comenzó a hablar. Sí, lo primero que dijo fue Boudica y eso a Amancay le dio la seguridad de que había hecho lo correcto al comprarlo.

Nada había ido bien luego de eso porque a Amancay le gustaba pasar tanto tiempo con el pájaro que Boudica acabó por detestarlo, al parecer no le gustaba su voz estridente, tampoco que repitiese todo el tiempo su nombre… La frases más comunes en Mimí eran Boudica, Boudica; Boudica, amor mío y Malditos inquisidores. Las últimas dos las había aprendido solo de tanto pasar tiempo con ellas… pero ni siquiera eso parecía hacerle gracia a Boudica que terminó de odiarlo cuando Mimí comenzó con el vicio de picotearle los pies. Solo a ella se lo hacía, con Amancay no se metía y tampoco con las ocasionales empleadas que contrataban para asear la casa. Solo a Boudica le arruinaba el calzado y más de una vez llegó a picotearle la piel. Sí, era muy molesto… Amancay lo aceptaba, ¿pero era ese motivo suficiente para asesinarlo? Mimí era simpático, sus palabras eran graciosas y le robaban carcajadas a ella en los momentos más impensados, además él se emocionaba con la luz del sol y ellas desde su refugio bajo tierra lo podían oír, Amancay recordaba lo lindo que se sentía sentir el sol en la piel gracias a su animalito… Tal vez tendría que haberlo encerrado en su jaulita cuando Boudica mostró su descontento, pero no lo hizo porque le gustaba verlo caminar y volar dentro de la casa. Oh, sus patitas… Boudica le había arrancado las patitas.

Profundamente angustiada llegó a la ciudad y decidió parar porque supo que su hermoso caballo ya no aguantaba tanto esfuerzo. Se bajó de un salto y rápidamente se abrazó a él.

-Perdóname por cansarte así. Jerry, quiero cuidarte –le dijo angustiada, pensando en que no había podido proteger a Mimí.

Cuando sacó de entre los pliegues de su vestido una moneda para darle al chiquillo que cuidaría su caballo –que necesitaba desesperadamente agua y alimento-, Amancay se dio cuenta de que no había llevado consigo mucho dinero. No importaba, ella siempre encontraba algún borracho toquetón que le pagase un trago. Era justo lo que necesitaba así que sin mirar nada más que la puerta de la taberna, Amancay cruzó la calle. Solo pensaba en que quería olvidarse cuánto amaba a Boudica, quería dejar de pensar en lo cruel que había sido con Mimí. Quería ser libre.

El humo de los fumadores le dio la bienvenida, las risas de los hombres –y algunas mujeres- obraron como música mientras Amancay buscaba a quién pedirle un trago. Acabó optando por el hombre triste que estaba solo en la mesa del fondo. ¿Le habría pasado lo mismo que a ella? ¿Su amor le habría hecho una maldad imperdonable? Se encaminó hasta él, sin mirar nada más, incluso se chocó con la mesera pero no le importó, ni siquiera se disculpó con ella. Amancay se sentó frente al hombre con la actitud de una mujer que se sabe esperada –aunque en ese caso no lo era-, la mesa estaba sucia y las paredes también, pero ella no se escandalizó porque en peores sitios había estado.

-¿Por qué estás tan triste? Si quieres puedo contarte porqué estoy triste yo –dijo, sin siquiera presentarse porque lo único que buscaba era poder desahogar sus penas-. ¿Puedo? –le preguntó, aunque ya le había quitado el vaso de las manos y se servía de la botella de whisky ella misma.

por **Jacob Lennox** Mar Ago 14, 2018 2:27 pm

Jane había muerto. Su Jane, su preciosa y amada esposa, había cerrado los ojos para siempre. Jacob aún no había terminado de asimilar lo ocurrido. ¡Si hacía tan sólo unos días estaba radiante y llena de vida! No supo qué la había hecho enfermar, pero maldijo a Dios por habérsela llevado a ella en vez de a él. Su calidez, su dulzura y su saber hacer se habían ido con ella, llevándose así la felicidad del barón. Volver a Escocia se le antojaba una dura prueba, porque sin ella nada volvería a ser igual.

Pasó varias horas en la habitación del hotel donde se hospedaban mirando la cama vacía. El cuerpo de su esposa se lo habían llevado a la morgue, donde estaría hasta que pudieran extraditarlo a su hogar. Jacob se había negado a que lo movieran de allí para poder estar junto a ella las horas que le quedaban antes de partir, pero el gerente del hotel había insistido en sacarlo de allí porque tener un cadáver en el hotel no era buen augurio para el resto de huéspedes. ¡Menudo desconsiderado! Su Jane descansando en una camillla fría, rodeada de otros cuerpos sin vida en un lugar que sólo podía oler a muerte.

Jacob tuvo que salir de la habitación porque el techo y las paredes se le caían encima. No hacía más que preguntarse qué habría sido de ellos si no hubieran ido a París. ¿Acaso estaba sellado el destino de Jane y habría enfermado en cualquier otra parte en la que estuviera? Se maldijo una y otra vez mientras sus pies lo llevaban por las calles, sin rumbo. ¿Seguiría viva de haberse quedado en Escocia? Ya no tenía sentido lamentarse, y él lo sabía, pero no podía evitarlo. Era tan fuerte el dolor que no tenía control sobre su mente.

Escuchó unas voces provenientes de un local y un fuerte olor a tabaco y alcohol. Una taberna. Jacob entró sin pensarlo dos veces y metió una mano en el bolsillo para sacar un puñado de monedas, que dejó sobre la barra sin ganas.

—Sácame la mejor botella de whisky que tengas.

El tabernero vio las monedas y no escatimó en complacer al extraño hombre. Sacó una botella añeja y un vaso y se lo tendió, guardándose todo el dinero con prisa por si el cliente cambiaba de opinión. Jacob ni miró cómo desaparecían los francos —una cantidad muy superior a lo que realmente valía la botella— y eligió una mesa apartada en una esquina del local.

Los primeros tragos le supieron fuertes, pero era lo que necesitaba para diluir la tristeza que lo embargaba. Bebió un vaso tras otro y, cuando se hubo terminado alrededor de media botella, vio que una mujer se sentaba frente a él y le quitaba el vaso de las manos para servirse ella. Jacob había bebido mucho y muy rápido, así que no se encontraba en su mejor momento.

—Porque se ha muerto mi esposa —contestó, con la lengua pastosa y un nudo en la garganta—. ¿Por qué estás triste tú?

por **Amancay** Miér Oct 10, 2018 5:02 pm

¡Pobre hombre! Amancay entendía perfectamente su dolor, estaban unidos esa noche, dos personas sufriendo a causa de las muertes de sus seres amados. Mimí, perfecto y alegre Mimí… Quería mirarlo a los ojos una última vez, oír su canto y decirle que lo amaba, que le había dado mucha felicidad ese corto tiempo que habían compartido.

-Han matado a mi hijito –le dijo al hombre con seriedad en la mirada y angustia en la voz-, la persona que más amo ha matado a mi hijo. ¿Cómo podré volver a mi casa ahora? ¿Cómo podré perdonar? Esta es mi tragedia.

Un lorito muerto y una esposa muerta. Podría decirse que eran dolores similares, pero al de Amancay debía sumarse la desilusión que le daba saber que Boudica había hecho aquello. A pesar de todo, no podía dejar de amarla, querría que estuviese allí a la mesa bebiendo con ellos, querría poder decirle lo triste que se sentía.

-He visto su cuerpito destrozado –le contó-, sus ojitos sin vida que parecían mirarme por última vez… ¡Qué dolor tan grande! No lo resisto, no lo resisto.

Alzó la mano hacia el cantinero para pedir una botella más, como no era la que pagaba agregó, con voz firme, que quería uno de mejor calidad que el que compartían ahora. A ella el alcohol no le hacía daño, pero le gustaba fingir que sí. Cuando bebía con algún hombre –por lo general un inquisidor, en plan de seducción, al que acabaría atrapando para matarlo-, Amancay disfrutaba de jugar a ir ebria. Se reía por demás, actuaba como mareada y arrastraba las palabras como si proviniera de Austria. Tenía que esforzarse por cumplir el papel y lo hacía, porque era en extremo divertido, una especie de tentempié antes de cenarse al inquisidor en cuestión. A este hombre, en cambio, no quería comérselo. Era un hombre bueno, su aura lo delataba, solo estaba extremadamente triste.

-Me llamo Amancay. Amancay es una flor amarilla, ese es mi nombre aunque no nací con cabello dorado. ¿Cómo te llamas, querido? –Tomó la mano del hombre justo en el momento en que una de las meseras dejaba la nueva botella y un vaso para Amancay, para que no tuviese que usar el mismo que el caballero. –Eres un viudo muy… agradable. Eres precioso, mira esa boca –le pasó el dedo por los labios y luego por los ojos para secarle una lágrima-. Ya no llores, a tu esposa no le gustaría saber que estás tan triste. –Era pésima consolando, pero nadie podría decir que no lo intentaba.

Así fue como dejó de pensar en Boudica. No le importaba todo el daño que le había hecho en las últimas horas, pero tampoco todas las virtudes que su amada tenía. No la extrañaba, no la necesitaba y no quería volver a verla…

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