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Dos pecados y una cama. (+18 - Lucca Battista Ferrandi - Marcu Galetti) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lucca Battista Ferrandi Lun Ene 14, 2013 7:33 pm


Dos pecados y una cama.


Caprichoso, como la mirada atrayente; ardiente, como el primer roce; suave, como la tela descubriendo la piel; sutil, como el gozo encarnado en suspiro; agudo, como el primer gemido; afilado, punzante y deseable; preciso, conciso, exacto; intrascendental, banal, fútil y perecedero. Imprescindible; vital. Único.

  Unos desganados dedos jugueteaban con el humo del incienso mientras su propietario divagaba, inapetente, sobre la relación entre las cualidades de los trazos que se desdibujaban en el aire con las propias del encuentro carnal. A ojos ajenos, y propios también, casi podía resultar patético, pero poco le importaba, pues se encontraba hastiado, sentado en un sofá rojo, refugiado en la baja luminosidad y reclinado hacia la mesa donde se emplazaba el artilugio aromático. También estaba, por decirlo de alguna manera, necesitado, necesitado de físico, de un cuerpo ajeno sobre el que desfogarse. No se trataba de falta de clientes, pues, en efecto, nuestro protagonista trabajaba vendiendo su cuerpo, sino, más bien, que el que había despachado hacía media hora, una vez terminado, se había marchado sin esperar a que él llegara al culmen del placer, a acariciar el cielo, a vaciarse. En unas pocas palabras: le había dejado con las ganas. No es que el aquel hubiera sido atractivo, pero, sencillamente, él era un hombre, un hombre relacionado con la promiscuidad y, por lo tanto, no le hacía mucha gracia que la hinchazón tuviera que bajarse por la ausencia de uso. Pero también tenía una parte de profesional o, al menos, de interesado y había descartado, por mucho que le apeteciese, el concluir por su propia mano lo ya empezado, consciente de que, quizás, el siguiente sí necesitase de una descarga con abundancia.

Dejando su inútil entretenimiento, se puso en pie y, decidido a solucionar su situación, a la par que cumplir con su cometido y llevarse un par de francos al bolsillo. Comenzó a caminar y el suelo de madera crujía sutilmente bajo su peso, amortiguado el ruido por las gruesas alfombras que cubrían el suelo. El ambiente estaba cargado, no sólo por las fragancias, sino también por el calor propio de la presencia del cuerpo humano, algo que lo hacía soporífero, pero que transmitía una sensación de cercanía, tan acogedor que buscaba hacer sentir tanta confianza como para poder disfrutar sin reparos de los placeres que se ofrecían allí. No se querían clientes insatisfechos. Sin embargo, la poca luz transmitía una sensación algo sombría, por entre la cual podía escabullirse aquel prostituto de origen corso. Lucca, o l’italien, como le llamaban erróneamente por su acento cisalpino, había llegado a París hacía meses y no había tardado demasiado en comenzar a ejercer aquella profesión. Necesitado en un principio de dinero, no podía decirse que le desagradara su desempeño y, debido a la longitud de sus dotes, tampoco se podía decir que sus usuarios estuvieran disconformes. De hecho, ya se había ganado varios clientes habituales, por lo que, lo que es pasar hambre, se podía decir que no pasaba.

Entrando a otro de los salones, observó la escena que allí se desarrollaba. Hombres y mujeres, generalmente ligeros de ropa, conversando con otros mejor vestidos, estos últimos casi todos varones. Las risas, los comentarios obscenos y las proposiciones inundaban el lugar y él, por su parte, buscaba una presa a la que atacar. Vestía un atuendo escueto, y con escueto se debe entender que escaso. Su torso aun sudoroso estaba carente de cualquier prenda que lo cubriese y en el resto de su cuerpo no portaba más que unos pantalones que le cubrían hasta la mitad de los gemelos y que sugerían la erección que, poco a poco, se iba relajando. Sus pies se hallaban descalzos, aunque fue a causa de un descuido, ya que no le gustaba andar sin protección fuera de su habitación a causa de varias astillas que ya se había clavado.

Localizó al fin a alguien que parecía encajar con el perfil que buscaba, es decir, alguien que pudiera contratarle: un hombre de mediana edad, no fornido, pero tampoco muy entrado en carnes, quizás con alguna cana incipiente y no tan poco agraciado como para serle ciertamente desagradable, el cual, se percataba, no dejaba reposar su mirada sobre los senos de las mujeres, pero sí que lo hacía sobre los pectorales masculinos. Le gustaban los hombres y, casi seguro, su papel sería el de pasivo. Sin embargo, justo cuando iba a dirigirse a él, alguien más llamó su atención. Se quedó quieto, algo desconcertado, pues aquellos rasgos le recordaban a alguien, a alguien que había conocido muy bien; pero no podía estar seguro de que fuera aquel y, de todas formas, ¿qué hacía él allí, en París y, más concretamente, en aquel preciso burdel? Lucca ladeó la cabeza, intentando distinguir si su mente le estaba jugando una mala pasada o si, por el contrario, no se había equivocado en su suposición. A medida que la segunda opción ganaba fuerza, una sonrisa fue haciéndose dueña de sus labios.





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Mensaje por Marcu Galetti Miér Ene 29, 2014 10:34 pm

Ni en sus sueños más locos pensó que viajaría a Paris y sobre todo en las condiciones en las que había viajado, el dinero que le había dejado la mujer que pudo haber sido considerada su esposa le había ayudado tanto a esas alturas que incluso las pastelerías que le había dejado en herencia se hacían cada vez más famosas en París, nunca pensó en toda su vida que alguien como él pudiera “sacarse la lotería” de ese modo se lo había debido todo a su físico y la falta de una persona que compartiera la cama con su ya fallecida esposa.

Realmente nunca habían contraído matrimonio, pero en Paris no tenían por que saber que era solo el prostituto de la señora Togliatti aunque a simple vista fuera más que obvio, el abogado de la familia le recomendó que viajara lo antes posible a Paris para conocer a sus empleados y dejar a alguien de su entera confianza a la cabeza de la pastelería en Paris, estuvo retrasando el viaje hasta que ya no pudo hacerlo más.

Y asi fue como un par de semanas después de la muerte de su mujer viajó a Paris para conocer al actual encargado y ver si podía confiar en él o debía despedirle de una vez por todas, ahora que había tenido una plática amena con el hombre regordete de nombre Francis podría salir de su habitación de hotel y derrochar algunos francos, ahora mismo necesitaba tomar unas copas.

Francis intentando ganarse la “amistad” de su nuevo jefe insistió en llevarlo a un lugar donde pudieran beber a gusto y tener a su disposición a cientos de cortesanas que lo atendieran como se lo merecía, Marcu intentó zafarse de la invitación, pero después de pensarlo bien sabía que los hombres siempre sucumbían ante una buena copa y una bella mujer, podría conocer a ese hombre en otra de sus facetas.

Y como el hombre había prometido mujeres para todos los gustos y hombres para escoger salían y entraban por las puertas del burdel, se sentaron sobre la barra - ¿Qué te ofrezco? – dijo la voz de una joven en corset detrás de la barra que sonreía al joven Galetti -  un whisky por favor – Varias jóvenes se acercaron a ambos caballeros con la intención de llevarlos al piso de arriba, Marcu sonrió y se disculpo con las jóvenes mientras que su compañero no tardo en tomarlas en brazos y subir por las escaleras.

Marcu bufó dando un trago a su vaso cuando este fue puesto en su mesa por una nueva mesera mucho más joven que la anterior, agradeció con una sonrisa seductora, tan típica de él mientras miraba a su alrededor había decidido que tomaría un par de copas y se iría del lugar, sí, eso haría.

Pero nadie sabe qué tan pequeño es el mundo hasta que chocamos con alguien de frente, delante suyo un joven rubio que conocía muy bien ¿esto era una broma? De todos los lugares del mundo tenía que ser exactamente ese donde se encontraran ¿y la ropa? ¿trabajaba en el lugar? Marcu se levantó del banquillo mirándolo de frente, no sabía si acercarse o quedarse parado ¿Qué tal y todo era una ilusión? Una jugarreta de su cabeza o culpa del vaso de whisky que había bebido, si desaparecía frente suyo estaba loco… sino lo hacía era destino.
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Mensaje por Lucca Battista Ferrandi Sáb Feb 15, 2014 4:05 pm

Cuatro escasos metros era toda la distancia que había entre ellos. Cuatro metros y demasiados años de por medio. ¿Cuándo había sido la última vez que le había visto? Nuestro corso no tuvo que hacer memoria, pues recordaba perfectamente que dicha ocasión se había dado horas antes de su partida hacia el continente y con un beso de despedida que habían que tenido que esconder, como buena parte de su relación, a ojos de la gente de Corte, la pequeña ciudad en la que por aquel entonces vivían. Sí, estaba seguro, aquel no podía ser otro que aquel muchacho, ahora casi convertido en hombre. Entender el vínculo entre ellos resulta fácil y complejo a la vez, pues uno había sido miembro de una familia de patrones y el otro de trabajadores, por mucho que ambas parentelas hubieran sido casi igualmente pobres. Pero el trabajo codo con codo había terminado derivando en una amistad que, eventualmente, debió de transformarse en algo más; nunca se atrevieron a definir el qué porque tampoco había necesidad de ello. ¿Y la despedida en sí? No había resultado fácil, por supuesto, pero el patriotismo de Lucca había crecido en demasía importancia dentro de él y debía partir. ¡Oh, sí! ¡Córcega! ¿Qué si no le había impulsado a la vida que estaba llevando, tan alejado de los suyos y rodeado de tantos y tantos enemigos con los que tenía que compartir su lecho? Y, sin embargo, quizás resulte curioso, pero lo cierto es que no le resultaba tan despreciable el hecho de vender su cuerpo y sus atributos a aquellos que contribuían a la desgracia de su adorada tierra.

Pero dejemos ya el pasado donde está y centrémonos en el momento de la historia que nos interesa ahora. Lucca sentía el peso de su mirada y cómo sus propias pupilas sostenían ésta sin siquiera pestañear. El tiempo se quedó pendiente, como si, de pronto, dicho concepto se hubiese visto suspendido, y las personas de su derredor, aunque presentes, tampoco parecían estar allí. Al fin, una sonrisa decidió apoderarse de sus facciones, no una inocente, sino la pícara a la que ya se había llegado a acostumbrar. Avanzó entonces con paso firme a la par que levemente arrogante -soberbia que había adquirido a razón de su buen ver- hasta el punto de no quedar más de dos pies enrte ellos.

- Marcu Galleti – le nombró con una voz tan madura y grave como la que éste debiera recordar -. De todos los lugares del mundo éste hubiera sido uno de los últimos en el que hubiera creído llegar a encontrarte. París, en un burdel de París- resultaba lógico que la sorpresa de este otro hubiera sido mayor, pues nuestro hombre trabajaba en el lugar, dato que resultaba obvio por la manera en la que se desenvolvía y cómo se presentaba por ahí - ¿Qué haces en Francia? No te habrán seducido estos gabachos con su mentiras para arrastrarte para aquí? - se refirió a los franceses con un término con el que había escuchado hacía meses a un español referirse a éstos. Su forma de hablar resultaba desenfadada, por lo que nadie que pudiera entender el corso, idioma demasiado parecido al italiano septentrional, se sentiría ofendido. Dicho esto, le echó un vistazo de arriba a abajo, como si no le hubiera observado lo suficiente ya para sacar conclusiones, y la curvatura de sus labios quedó acrecentada -. Este par de años te han sentado bien. Bastante bien, a decir verdad – le regaló este cumplido aún sin saber cómo aquel podría tomárselo. Quizás ya no fuera el mismo muchacho por el que una vez había sentido aprecio.


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Mensaje por Marcu Galetti Mar Feb 18, 2014 9:18 pm

"En donde sea quien esté pensando en ti,
ahí es donde se encuentra tu hogar."
- Kishimoto Masashi

El tiempo pasa aunque uno no lo  desee, pasa… lentamente los días se convierten en meses, los meses en años y cada persona tiene que enfrentarse a los obstáculos y premios que la vida les ofrece pintando uno a uno cada paso en la línea de la vida, le parecía algo extraño y a la vez absurdo que las líneas de la vida que tiempo atrás los habían alejado los pusieran de nuevo frente a frente sobre todo en aquel lugar tan peculiar.

Lucca y Marcu ambos crecieron juntos y se convirtieron en grandes amigos, durante su infancia Marcu tuvo que convertirse en el hombre de la casa y mantener a su familia, los minutos con Lucca después de esas largas jornadas de trabajo lo hacían recordar que no era más que un niño; era su fuerza y su estabilidad, un lazo que parecía no romperse una amistad que se fue conservando hasta convertirse en tal vez más que amistad.

El destino había separado a los jóvenes, los caminos que ambos habían elegido los alejó uno del otro, el joven cortesano había viajado hasta Francia como parte de las ideas de Revolución que añoraban, Marcu por su parte viajo hasta Italia protegiendo a la poca familia que tenía pero nunca olvidó Córcega, su hogar.

Había conservado en su memoria recelosa cada uno de los días felices en su hogar y en cada uno de ellos Lucca había tenido un lugar especial, muchas noches en el lecho con su “esposa” había deseado tomar las maletas y correr hasta no poder más, volver a Córcega con la tierna esperanza de que alguien lo estaría esperando… Pobre e inocente Marcu se decía asi mismo borrando esos pensamientos… La única persona que le hubiera gustado que le estuviera esperando no estaba en Córcega se encontraba en Paris ¿Dónde? Ahora sabía dónde.

¿Estaba soñando? No, no estaba soñando él estaba ahí parado como muchas veces antes lo había imaginado, Marcu se mantuvo en silencio observándolo como quien mira a un fantasma, una mera recreación de sus pensamientos esperando que se desvaneciera, pero no… ahí estaba él.

 - Señor Ferrandi – hizo una pequeña reverencia a su acompañante como en los viejos tiempos, los años habían pasado rápido y el cuerpo del joven cortesano se marcaba más aun en bellos músculos como no lo había visto antes, sonrió de medio lado por el cumplido que le había dado el joven, trago saliva antes de atreverse a abrir la boca. – No tengo nada que ver con los franceses al menos no por mi propio gusto, solo un simple viaje de negocios – intento no dar explicaciones, no le interesaba que supiera su pasado… solo su futuro.

– Ha pasado tanto tiempo que no estoy seguro como referirme a usted y no puedo creer – calló acariciándose la barbilla con el dedo pulgar y el índice. - ¿Por qué esta aquí? – Córcega había perdido todo sentido, la niñez, los buenos recuerdos… algo en su interior parecía arder, su hogar era donde estaba la persona en la que pensaba todas las noches… si él estaba en Paris como cortesano ¿Córcega le había dado la espalda? Antes de poder añadir algo una voz chillona masculina comenzó a gritar el nombre Marcu, era Francis y estaba seguro de eso; no necesitaba voltearse para comprobarlo. Intentó no ser muy rudo con su acompañante y tomándolo del brazo le jaló a una zona más tranquila para poder hablar, a pasos agigantados necesitaba alejarse de todos menos de él.


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Mensaje por Lucca Battista Ferrandi Miér Feb 26, 2014 10:52 am

En aquella estancia, y en el burdel en general, hacía calor; demasiado calor. Pero no resultaba un bochorno desagradable, al contrario, se trataba de una temperatura producto de la acumulación de personas y del fuego ardiendo en la chimenea, cuyos olores no podían molestar a los allí presentes al verse éstos mitigados hasta su casi total enmascaramiento por el incienso. Por lo tanto, la sensación más común era la de verse seducido. Las risas, lo comentarios candentes, todo configuraba un aura de confidencia y falsa amistad que pretendía ocultar la verdad: aquello no era más que un espectáculo con fines lucrativos, de supervivencia en algunos casos. En el de Lucca, en concreto, se mezclaba dicha cuestión con su particular necesidad y de lealtad, que siglos después algunos tildarían de estúpida, para con Córcega. Los standitus se autofinanciaban en su práctica totalidad y la mayoría de ellos no tenían tantos medios como para poder dedicarse por completo a dicho desempeño -no directamente, al menos-. Su solución a la necesidad de ingresos podría ser considerada poco inteligente, dado que aquel grupo al que ahora pertenecía había constituido uno de los últimos estratos de la sociedad durante la mayor parte -si no la totalidad- de la Historia de la humanidad. Pero tal había sido su decisión y ya no le sería tan sencillo corregirla, aún en el caso de querer.

El corso se comía con la mirada a su interlocutor, aunque nadie podría ver algo extraño en ello; a lo sumo Marcu, que era el único de aquel lugar que podía intuir que los sentimientos pasados habían sobrevivido en un rincón de su corazón a la espera de que el objeto de su devoción regresara a él. Y había vuelto. Por eso Lucca se mostraba tan feliz e, incluso, ilusionado. Le sonreía, pero esta vez sus intereses no eran económicos, sino de otro tipo que él no podía -o no quería- definir.

- Tutéame, Marcu – le recomendó -. No creo que las cosas entre nosotros hayan podido cambiar tanto, ¿no? - preguntó, en realidad esperanzado, aunque no sabía qué pudiera haber sido de él en todo ese tiempo. Quiso seguir contestándole, pero, entonces, él le agarró el brazo, desconcertándole por un instante.

Volver a sentir piel con piel, aunque fuera un contacto tan corriente como casto y teniendo como receptor alguien acostumbrado al roce, ocasionó que su aliento quedase un instante en suspensión. Años atrás posiblemente hubiera tenido que reprimir el suspiro que ahora se mostraba ausente. Pero él tiró de él, fuerza a la que él no respondió al instante, precisamente debido a tal abstracción.

- ¡Eh! ¡Eh! ¿Tan rápido? - murmuró acercándose a él para agarrarle de la cintura, sintiendo así la complexión de su cuerpo bajo la firme, aunque gentil, presión de sus manos -. Yo también te he extrañado, pero... - no llegó a terminar la frase. Su mirada se fijó en su expresión, entendiendo que su deducción no había sido la correcta y que, posiblemente, dichas palabras hubieran sido un error - ¿Qué sucede, Marcu? ¿Hay algún problema? - se separa de él, volviendo a dejar un paso entre ellos. Sin embargo, por alguna razón, el calor del cuerpo del otro quedó ligado a su cuerpo. Se mordió el labio inferior, ya que eso sólo hacía que deseara -aún más- estar con él, y no precisamente de la misma forma en la que ya se encontraban entonces. Además, si todavía quedaba alguna duda de si todavía guardaba emociones por aquel joven hombre, éstas quedaron desterradas definitivamente.

Habían cambiado de estancia, estando ahora en un salón también ocupado por otras cinco personas, una pareja y un trío que no merece la pena describir, ya que Lucca tampoco reparó demasiado en ellos. Era más íntimo que la sala que acababan de abandonar y la luz era mucho más tenue, pero, a su parecer, aún era demasiado público como para hablar tranquilamente y sin tapujos.

- ¿Quieres que vayamos a mi habitación? - le propuso – Sin duda estaremos mejor allí. Tú y yo solos – añadió y que él entendiese lo que quisiera. Cualquier cosa estaría bien.




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Dos pecados y una cama. (+18 - Lucca Battista Ferrandi - Marcu Galetti) Empty Re: Dos pecados y una cama. (+18 - Lucca Battista Ferrandi - Marcu Galetti)

Mensaje por Marcu Galetti Lun Abr 21, 2014 7:00 am

Según Francis aquel lugar era uno de los mejores burdeles de Paris, el lugar siempre estaba repleto de cortesanas  y cortesanos  dispuestas a satisfacer los más bajos deseos y hasta el momento no se había equivocado;  aquel lugar era más de lo que Marcu hubiera esperado, el lugar estaba lleno, los clientes entraban en grandes cantidades por esas puertas acompañados por las muchachas y jóvenes que los abordaban en el momento en que pusieran un pie dentro del local, ahí no había diferencias todos estaban ahí por la misma razón, satisfacer un placer carnal.

Minutos antes se preguntó si eso era un día habitual en aquel burdel pero ahora pensar en ello no hacía más que darle nauseas una sensación de cólera tal vez, que le recorría entero ¿celos? Si, en demasía aunque no les pusiera ese nombre, pensar no en los clientes que entraban al establecimiento sino exactamente en la cantidad de personas que pedían servicios del cortesano, de aquel chico que había sido el primer y único amor de Marcu, de todos los lugares del mundo le seguía sorprendiendo en donde lo había llegado a encontrar.

Estaba tan contento y confundido que no cabía en sí pero había soñado tanto con ese momento que ahora mismo parecía todo irreal, un engaño de su subconsciente,   se sentía de nuevo como un adolescente, escondiéndose de sus padres para que ninguno de los dos se metiera en aprietos después de todo aunque habían crecido juntos había una delgada línea que los dividía por una o por otra razón, en primer lugar eran hombres y las diferencias eran claras Lucca era de una familia mucho más prometedora que la de él, Marcu era su empleado y ahora parecía que los papeles se llegaban a voltear.

Pero no era la intención de Marcu comprarlo por una noche, o por una par de noches, en el joven corso no había cambiado nada con respecto a los sentimientos que había provocado el rubio ¿pero que llegaba a sentir él por Marcu? Noto el agarre en su cintura y giró la cabeza para mirarlo cuando le oyó decir lo que muchas veces había anhelado “yo también te he extrañado” pero no supo actuar y su indecisión causo la lejanía de apenas un paso que le pareció una distancia kilométrica.

Siempre había pensando que actuaba con valentía pero resultó que solamente había demostrado abyecta forma de cobardía, se negó a mirar las cosas directamente a la cara y lo único que sentía era remordimiento, una paralizante sensación de su propia estupidez… y en ese momento se juró que no volvería a pasar.

-  En aquella estancia se encuentra uno de mis empleados –dudó un segundo pero comenzó a hablar de nuevo, explicándose para no ser tomado como grosero o que sentía pena que lo vieran con él – Solamente deseo estar con usted… contigo Lucca, lejos de todos, tengo tanto que decirte y a la vez no se por dónde empezar – el rubio le indico que fueran a su habitación un lugar donde podrían estar mucho más cómodos, el joven asintió y camino cerca del cortesano hasta la habitación, el camino le pareció lo más largo que hubiera caminado pero por fin habían llegado, era momento de actuar y dejar cualquier duda atrás.

Dejo entrar primero al cortesano y cerró la puerta detrás de sí y sin dejar que el tiempo continuara su curso como había hecho con ambos todo este tiempo le tomo el rostro entre las manos y le beso… no fue un beso cualquiera era un beso cargado de necesidad y de las muchas cosas que no podía plasmar con palabras, había pasado noches en vela desde que le conoció y ahora estaba ahí… – Yo también te eche de menos – susurró
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Mensaje por Lucca Battista Ferrandi Dom Jun 22, 2014 8:05 pm

mayor tomó la mano de aquel con el fin de volver a sentir su roce, en cierta medida satisfecho con sus palabras, pero tan sólo por creer que entre ellas se escondía algo más que la mera intención de conversar. Avanzaron así por los corredores, no pegados, pero sí juntos. En cierto modo parecían dos completos desconocidos si se les comparaba con aquellos que fueran en su momento, y, sin embargo, seguían conservando ese íntimo lazo que irremediablemente se instalaba entre ellos para atraerlos. Se podría decir que, en su historia, aquel era un nuevo capítulo con sus nuevas circunstancias, pero en el fondo conservando los mismos fundamentos sobre los que se erguía su vínculo. O al menos inconscientemente así lo quería ver Lucca.

Tras demasiados pasillos semi-iluminados, que de hecho se hicieron más largos de lo que realmente eran, llegaron a la puerta tras la que se ocultaba el habitáculo asignado al italien. La abrió y la atravesó primero porque así se lo pidió su invitado. No le quedó demasiado tiempo para observar el interior, pues pronto su visión quedó anegada por el rostro de Marcu. Éste le tomó por sus mejillas y le besó.

Lucca no se resistió, se dejó llevar por esa calidez que, aunque no lo hubiera admitido hasta ese instante, también había echado de menos. La pasión del más bajo hizo mella en el prostituto, despertando su corriente lujuria, aunque ésta por primera vez en mucho tiempo tenía un tinte particular. Le agarró la espalda y le hizo toparse con la misma superficie de roble que acababa de  cerrar, empotrando el cuerpo del uno contra el del otro. Era ávido y, aunque no era fuego, sí era una llama a punto de contagiarse por su interior. Sus labios reclamaban los contrarios, no pudiendo saberse si luchaban o pretendían ayudarse a alcanzar algún incomprensible objetivo, dado que no existía fin concreto a todo aquello, tan sólo una necesidad que justificaba la acción. Creyó degustar un sabor familiar y, aunque él nunca hubiera sido bueno para describir las sensaciones del paladar, creyó reconocer una leve salinidad que sólo aderezaba la suavidad con la que sentía su piel. ”¡Ah, Marcu! ¡Ah, Marcu!” se dijo por unos instantes mientras su pensamiento se iba perdiendo en la fogosidad del reencuentro. Sin embargo, pronto debió de querer romper el hechizo al pausar el beso y, aunque el efecto no fue inmediato, la duda ya se instaló en él.

Nuestro corso le asió por la cintura y cambió posiciones para volver a empujarle, en esta ocasión directo al modesto lecho, separándoles. Su intención había sido la de lanzarse sobre él, mas algo debió de detenerle, pues allí quieto permaneció. Por su mente se hizo presente el interrogante de, en realidad, qué estaba haciendo, de si aquel era el Marcu que había conocido o no. No pudo responder a esa cuestión, pero sí sabía que el no era el mismo Lucca que había dejado en Córcega. No, ahora su profesión era diferente y, por alguna razón, se estaba lanzando a vender su mercancía sin haber siquiera fijado el precio. Pero, ¿la estaba vendiendo realmente? Ahí yacía el meollo de la cuestión. Permaneció unos segundos inmutable, tan sólo mirándole sin ver y permitiendo a su alterada respiración hacer que el desnudo pecho ascendiese y se relajase una y otra vez. Un poco más abajo, el bulto en sus pantalones volvía  a ser obvio. Al final, negó con lentitud mientras una pequeña a la par que pícara sonrisa se hacía dueña de su comisura izquierda. Aquello fue el gesto que comunicaba que la obra iba a a continuar.

Avanzó hacia él, apoyando sus rodillas sobre las sábanas para comenzar a gatear. Su recorrido era corto, pero se lo tomó con la suficiente parsimonia como para disfrutarlo. Y no retiró sus pupilas de las ajenas en ningún momento, cual felino observando a su presa, hasta que ambas estuvieron a la misma altura. Se relamió, solo para lamer de igual manera los labios de él. En el fondo, Lucca era juguetón.

- ¿De verdad me has echado de menos? - la calidez inicial se había vuelto lascivia. El corso no podía permitirse en esos instantes dejarse por completo a sus sentimientos; antes debieran de hablar y ese no era el momento - ¿Y qué más has extrañado, Marcu? ¿Qué más has extrañado de mí? - volvió a atrapar sus labios con los propios, aunque en un único movimiento que apresuró a terminar - ¿Quizás esto? - preguntó al tiempo que tomaba su mano y la depositaba con fuerza en la propia entrepierna. Lucca era consciente de que la dureza que encontraría debiera de ser suficiente como para excitarle.




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