Victorian Vampires
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} 2WJvCGs


Unirse al foro, es rápido y fácil

Victorian Vampires
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} 2WJvCGs
PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



NIGEL QUARTERMANE

ADMINISTRADOR

ENVIAR MP
NICOLÁS D' LENFENT

ADMINISTRADOR

ENVIAR MP
ESTACIÓN


Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24


COPYRIGHT/CRÉDITOS

En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.

Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.

Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.

Licencia de Creative Commons
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org


Últimos temas
» Savage Garden RPG [Afiliación Élite]
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMMiér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones

» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMMar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut

» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMMiér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane

» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMJue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar

» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMMiér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer

» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMSáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour

» orphée et eurydice ― j.
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMJue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour

» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMJue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke

» labyrinth ─ chronologies.
Cáusticos son los lazos que unen {Privado} NXLYMSáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour


<

Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Invitado Lun Ene 28, 2013 9:44 am

Por mucho que yo habitara en País de manera habitual, ya que era en la ciudad de la luz donde había establecido mi residencia en un palacete barroco tan sumamente elegante y, en cierto modo, frío, como lo era siempre el clasicismo francés, el país en el que establecía mi reino desde que había accedido al trono y, también, donde se acumulaba una importante parte de mis posesiones territoriales eran los Países Bajos. Sus habitantes, con su idioma tan característico, lo llamaban Nederland; el nombre significaba tierra baja, y el motivo por el que denominaban de una manera aparentemente tan extraña a un Estado con tanto potencial económico, derivado sobre todo del carácter comercial y marinero de sus gentes, es que era, con creces, el nombre más expresivo para el Estado en el que se desarrollaban, el de las tierras bajas. La mayor parte del terreno que no estaba ocupado por ciudades y casas era una sucesión de tierras que habían sido arrebatadas al mar mediante un ingenioso sistema de diques que les devolvía terrenos que denominaban pólders. Por descontado, las tierras que habían arrebatado al mar requerían, antes de poder dedicarlas a una función agrícola y ganadera productiva, una inversión de dinero que en muchas ocasiones ni siquiera se compensaba con los beneficios de la explotación que se pensara para aquella zona, razón por la cual ese sistema era significativo, sí, pero no daba las mejores tierras en términos de producción, razón por la cual estas solían situarse en el interior del país, una estrecha franja de territorio en la que apenas se contaban las mejores parcelas con los dedos de una mano por el proceso de concentración inherente a la mayoría de los Estados tan desarrollados como lo estaban los Países Bajos. En aquel caso particular, la presencia de una monarquía fuerte como lo era la que, en aquel momento, Dragos y yo constituíamos, rodeados de las distintas facciones aristocráticas, había conseguido que tuviéramos acceso a una gran cantidad de territorio.

La principal desventaja de no habitar en el mismo territorio en el que reinaba de hecho, pese a que transmitiera mis decisiones al consejo de regencia que me representaba allí a través de una burocracia bien engrasada y desarrollada, era que en los aspectos económicos muchas veces mis intereses no estaban puestos en los Países Bajos o, incluso, que no habían alcanzado allí su mayor exponente: es por esto que muchas de las tierras que poseía y que no servían para que las explotaran pequeños propietarios a los que se las arrendaba a cambio de una renta más que respetable. El problema de las manos muertas, que sabía que tenía que solucionar y que, de hecho, estaba trabajando para arreglar mediante tratos con las oligarquías locales para el reparto de las tierras, seguía siendo algo importante; incluso aunque no se supiera que yo era la reina del país, sí que se sabía que era la dueña de una gran cantidad de terreno baldío, y por eso mismo no habían dejado de llevarme misivas desde diferentes territorios para adquirir esos territorios por un precio, normalmente, muy inferior al que realmente valían. Normalmente quienes se encargaban de esa clase de negocios y triquiñuelas eran hombres que creían que, por ser una mujer, no sabría defender mis intereses, y siempre se enfrentaban con mi cordial pero a la vez firme negativa, ya que no conseguirían hacer que me deshiciera de las tierras si no me ofrecían algo que pudiera considerar a cambio. Con el tiempo, había terminado por declinar toda oferta por puro deporte, de la misma manera que ya no revelaba que era una mujer en las misivas que, a través de intermediarios, terminaban por llegarme, y el asunto de mis posesiones territoriales pasó a un segundo plano hasta que algo vino a alterar esa tendencia.

El encargado de despertar de nuevo mi interés fue un español, de nombre Carlos. En cuanto recibí su primera misiva interesándose por mis tierras, mi primera tendencia fue a rechazarlo amablemente, alegando que los terrenos no estaban en venta a menos que me hiciera una oferta tan loca que me fuera imposible rechazarla, pero algo en su nombre o en su carta despertó mi interés, quizá su manera de exponer que tenía motivos sobrados para querer el terreno baldío en cuestión, uno de los más potencialmente productivos, o quizá que algo en su tono me decía que no aceptaría un no como respuesta. Aquello bastó para que, haciendo gala de mis contactos, me informara sobre él y sus actividades mercantiles, y todo en lo que me había insistido a la hora de argumentar su deseo por mis tierras encajaba. También estaba el hecho de que había evitado la deliberada trampa burocrática que había tendido entre el terreno y yo, una por la que no se me llegaba a tratar directamente y que hacía difícil llegar a mí, para lograr que leyera su carta; a lo mejor fue por todos los aspectos combinados, pero cuando escribí la respuesta para él mi negativa no fue tan categórica como otras veces, y eso fue, seguramente, lo que provocó que él siguiera insistiendo, sin importar cuántas veces declinara su oferta o cuánto tardara en, alegando en mi defensa motivos de diversa índole, aceptar verlo. Su tenacidad fue lo que me convenció de que no lo haría cambiar de opinión fácilmente por mucho que pareciera tenerlo todo en su contra, y sabedora de que es inútil luchar contra la corriente acepté un encuentro... con mis condiciones. No le aseguré que habría venta, sino una simple charla para ver hasta qué punto mostraba interés en la tierra que quería adquirir, y además lo obligué a que se trasladara a los Países Bajos, exactamente a una construcción de tipo temporal, una cabaña, que había en el terreno en cuestión. Una vez determinadas la fecha y la hora del encuentro, nos veríamos las caras y, así, podríamos hablar de negocios.

Ya era suficientemente admirable per se que hubiera conseguido convencerme para estar dispuesta a escucharlo respecto a un tema en el que, francamente, hacía tiempo que ignoraba todo intento de venta que no me pareciera producente, así que cualquier otro exceso resultaría, sin duda, una hazaña por su parte. Lo que a primera vista podía parecerlo, como una reunión en el mismo terreno, obedecía no obstante a motivos diferentes totalmente: la fecha en la que lo había citado tenía que estar en Ámsterdam para tratar asuntos reales que requerían mi atención más inmediata y que tenían que ver con la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y su proceso de desaparición, ya que habían dejado de ser productivas. Así, lo que en principio sería un viaje para encargarme de asuntos públicos del estado se convirtió en un viaje que también incluía intereses privados, y ese fue el motivo por el que, a la hora citada, un carruaje procedente de la capital del reino y decorado de manera discreta se abría paso a través de un camino sinuoso que, en medio de la tierra baldía y cercada que abarcaba varias hectáreas, culminaba en una pequeña casita de madera que, en tiempos, había sido la casa del pastor que se había encargado de la tierra, pero que ya simplemente servía como añadido visual útil en circunstancias excepcionales, como lo era aquella. El carruaje se detuvo frente a la endeble edificación y el cochero se bajó para abrirme la puerta y, como era propio, ayudarme a descender, aunque no era realmente necesario. Era de noche, con una amplia luna llena que iluminaba el cielo como si fuera de día, y a esa claridad vespertina se sumaban antorchas puestas a ambos lados del camino para que cualquiera que no conociera el terreno pudiera avanzar sin miedo a perderse. Mi cochero me ofreció asiento en una improvisada silla que había en el interior de la cabaña, pero rechacé su oferta y permanecí en pie, con la tela del vestido azul turquesa revoloteando a mi alrededor con cada soplido del viento del este, impregnado de sal marina, oteando el camino a la espera de ver el carruaje que esperaba.
Anonymous
Invitado
Invitado


Volver arriba Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Re: Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Carlos A. Garay Lun Feb 11, 2013 4:32 pm



Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia,
sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos.
Thomas Carlyle


¡Señor! ¡Tiene respuesta!

Cuando uno de sus más allegados secretarios interrumpió en su despacho, gritando semejante cosa, Carlos ni siquiera se fijo en lo impropio de esa acción teniendo en cuenta que siempre debía llamarse antes de entrar. Y que en su despacho, era de los pocos lugares en los que se encerraba cuando no quería ser molestado. Nada de eso importaba, para ninguno de los dos. Él sabía perfectamente a qué carta se estaba refiriendo y el por qué de la euforia. Los más cercanos conocían de su interés en lo que aquel trozo de papel contenía; solo Carlos sin embargo comprendía su valor real.

Por la presente estamos dispuestos..
[...]
Será necesario que nuestro encuentro se efectúe en los terrenos..
[...]


Después de enfrascarse en la lectura de esas ligeramente breves pero importantes palabras, habiéndolo incluso releído, dejó el trozo de papel a un lado y se puso a meditar. Meditar sobre lo que acababa de leer; sobre lo que le estaban pidiendo que hiciera. Bien, lo cierto, es que llevaba casi un año insistiendo por ese terreno. Un terreno valioso para sus ojos, que después de habérsele metido por los ojos no había cesado en su intento por hacer que se lo vendieran después de la primera y rotunda negativa. Él no aceptaba de eso. ¿Cómo si no habría conseguido llegar hasta dónde estaba? No a base de "Nos", más bien, a base de un Sí tras otro después de, en algunos casos como ocurría entonces, no dejar de insistir. Tarde o temprano, caerían. ¿Cual podía ser entonces, la pequeña pega que lo hacía pararse a meditar? El que, sin haber dado un Sí, le pidieran reunirse en los mismos terrenos que deseaba adquirir. Teniendo en cuenta que estábamos hablando de unas tierras procedente de los Países Bajos.. le estaban pidiendo, siendo claros, que viajara todo el recorrido con el único propósito de discutir la negociación. No de cerrar el trato, ni de hablar sobre cómo el modificaría los terrenos. No. Simplemente, el dueño quería discutir su propuesta en persona. Carlos rió ante ese pensamiento. ¿Cómo podía ser tan obvio? Veía, claramente, que lo estaba probando. "¿Cuánto desea esos terrenos? ¿Estaría dispuesto, inclusive, a venir hasta aquí sin saber que los va a obtener?" Al final, esas eran las preguntas no escritas que le habían echo en la carta. Un claro y total desafío.

Pues si un desafío era lo que quería; un desafío tendría.

***
Dos semanas después.
Países Bajos

¿Está seguro de que es por aquí? No parece haber nada.. de interés.
Lo hay, créame. Siga todo recto y después desvíese hacia dónde indique el sendero. Es un camino de tierra pero liso, no se preocupe por los caballos, van a estar en perfecto estado. No está lejos.
Como ordene, señor.

Por supuesto que se conocía el camino. Se lo conocía de arriba a abajo. No solo porque lo recordaba de la primera vez que estuvo allí, dado que de eso ya hacía un tiempo considerable, sino porque estaba harto de mirarlo y remirarlo en el mapa. Simplemente, no había podido dejar estar esa idea desde que vio el lugar. A primera vista, estando lo que diríamos desierto, no parecía gran cosa. No para alguien que, aun entendiendo, sea "corto" de miras. Sin duda era un terreno que necesitaba mirarse a largo plazo, sabiendo que sería indispensable hacer una inversión cuantiosa. Inversión que, pasado el tiempo, tornaría con buenos intereses. Todo eso y más, era lo que Carlos había sabido ver en solo una mirada. En un solo instante. De esa forma le había entrado en la cabeza y no saldría hasta que fuera suyo. Por lo mismo, verlo deshabitado, le parecía además un sacrilegio y se había propuesto convencer a su dueño que parecía dispuesto a no soltarlo por nada del mundo. No, esto no iba a ser algo que poder comprar con sus billetes. Esto, iba a tener que ganárselo en un pulso que bien sabía Dios conseguiría. No se marcharía de allí sin tener, aunque puede que no un rotundo Sí, sí un indicio considerable. De la misma forma que se había dicho lo mismo cuando recibió el primer no por respuesta, y ahora estaba allí, de camino a reunirse con el propietario, al otro lado del mundo. Era una suerte que, después de todo, a estas alturas no le faltaran recursos.

Creo que ya hemos llegado, señor.

Inmerso en su mundo. Inmerso en lo que su imaginación le dictaba del cómo iría aquel encuentro. Inmerso en las palabras que iba a utilizar. Solo las palabras del cochero, anunciando el final del viaje, lograron devolverle a la realidad. Sacando ligeramente la ventana por la cabeza con el fin de observar si llevaba razón, se encontró con la espléndida vista de aquello que en ese momento tanto ansiaba y por lo que recordaba que valía la pena todas las horas de viaje, incluido el sueño que llevaba encima todavía por no haber descansado. Entre transporte y transporte, tampoco le había dado tiempo; sin contar la expectación. Tan poco acostumbrado como estaba a ese tipo de situaciones. Y a no muchos pasos de su carro, observó otro estacionado justo frente a la caseta de albañil que supuso habrían colocado allí para hacer saber que no estaba deshabitado el lugar. Efectivamente Tras abrir la puertecilla, descendió de un salto; obviando el escalón que el propio coche le ofrecía. Una costumbre, de los viejos tiempos. Una mala costumbre, que evitaba utilizar en presencia de ajenos a plena luz del día; en este caso ya hacía unas cuantas horas que el sol se había escondido dejando el lugar iluminado solo por las luces artificiales.

Espere aquí, hasta que yo salga. Será bien recompensado.

Después de entregar el saco con las monedas de oro pertinentes, solo por el viaje de ida pero con una promesa de que le saldría a bien quedarse, se encaminó hasta el carro de su "adversario". De alguna forma, no podía dejar de pensar para él mismo en todo aquello como una de sus misiones en combate. Casi siempre tenía esa mala costumbre (otra más) cuando se enfrentaba a un negocio complicado; y aquel lo era sin duda.

La visión de lo que se ocultaba tras el vehículo de cuatro ruedas lo dejo.. poco menos que impresionado. Ligeramente perplejo, podría ser una buena palabra. Aunque, por supuesto, luchó por no demostrar más que una impasible indiferencia con su cara más habitual. Soy el señor Garay y me temo, que esto no es lo que acordamos Observando primero a la mujer de caros ropajes y después al hombre a un lado de ella. Primero pensó que ese sería su rival pero no, las ropas que portaba le indicaban que no era más que un cochero como el suyo propio. Así pues, no lograba comprender, que pintaba la mujer en todo el asunto. Una pregunta indirecta que tenía una fácil respuesta directa para Carlos; nada. No pintaba nada. El dueño me aseguró que se reuniría conmigo en persona si me molestaba en venir personalmente hasta aquí. ¿Puedo saber, por qué ha mandado a su... bueno, por qué no está él aquí? Palabras que dijo con la mayor formalidad con la que puede expresarse algo pero que, sin embargo, tenían un trasfondo por un lado fácil de adivinar; y por otro difícil si no se le conocía. Lo más acertado era pensar en su enojo, por haberse molestado en viajar hasta tan lejos y no encontrarse con quien había esperado; lo que no se veía sin embargo era que el que fuera una mujer el causante de su enfado empeoraba notablemente las cosas

¿Por qué? ¿De todas las personas que pudo enviar, por qué había tenido que ser precisamente una mujer?
Carlos A. Garay
Carlos A. Garay
Humano Clase Alta
Humano Clase Alta

Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 06/10/2012

Volver arriba Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Re: Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Invitado Dom Feb 17, 2013 9:07 am

Las únicas luces que daban su brillo a la, por lo demás, oscura noche eran las de las antorchas dispuestas a ambos lados del camino, a una distancia razonable para que no fueran un peligro para cualquiera que pasara pero lo suficientemente cerca para auxiliar a la luna en su función de faro del escenario en el que tendría lugar el acuerdo. Las llamas que hacían de lámparas bailaban al son de una melodía lenta y tranquila, una que sólo escuchaban ellas y que la leve brisa que soplaba desde el mar provocaba como si fuera el impulso que necesitara para que el instrumento de viento que eran los objetos colocados de manera fortuita en el campo despertara apenas tras un toque. Todos aquellos detalles pasarían seguramente desapercibidos para un observador humano, alguien que estaría demasiado centrado en la espera en sí y en la incertidumbre que suponía siempre reunirse con alguien para hacer un trato de negocios, pero yo no era una humana, era una vampiresa, y por eso mismo había ejercitado mi paciencia durante los siglos hasta un punto en el que ya me resultaba natural esperar a los humanos, sobre todo cuando tenían un buen motivo para retrasarse, no provocado simplemente por mi manía de ser puntual. ¿Qué mejor motivo tenía él, Carlos, a quien jamás había visto y a quien seguramente habría cogido por sorpresa con mi petición de un encuentro, para llegar después de mí que el largo viaje que tenía que efectuar desde París? Pocas se me ocurrían, y por eso mismo ni siquiera me importó quedarme inmóvil, tan serena como una escultura de mármol de las muchas que poblaban los pasillos del museo del Louvre, mientras el cochero, más impaciente, se ocupaba de los caballos y de su bienestar.

Por fin, tras lo que a mí apenas me parecieron unos segundos, la figura de un coche tirado por caballos se recortó contra el horizonte. Apenas lo oteé, me giré en dirección a la cabaña construida de manera tan precaria que parecía que se iba a caer en cualquier momento, y le hice un gesto al cochero para que se centrara únicamente en los animales y en el estado del carruaje, nada más, puesto que deseaba cierta intimidad a la hora de desarrollar la negociación y no la tendría si tenía pendiente de mis palabras a alguien que, además, era parte de mi guardia personal. Tras aquel gesto, me giré de nuevo hacia el camino para atender a los movimientos de mi invitado, y me sorprendió bastante ver que se trataba de un hombre joven, menor de lo que yo esperaba encontrarme, aunque eso explicaba en gran medida que no se hubiera rendido a la mínima de cambio, ya que la testarudez y el vigor de la juventud seguían aún muy presentes en él. La misma sorpresa que me invadió a mí, además, hizo lo propio con él, si bien sus motivos, como enseguida se encargó de dejarme claro, fueron totalmente diferentes. Sus palabras no me provocaron sorpresa o indignación, como podría parecer en primer lugar teniendo en cuenta mis circunstancias, ya que precisamente por estas estaba acostumbrada a ser tratada como alguien inferior por ser mujer, así que ya estaba curada de espanto. No pude evitar, no obstante, cierta decepción, ya que por un momento había pensado que él sería distinto a los demás candidatos a comprar el terreno, idea motivada precisamente por su insistencia, y aquello confirmaba que tenía más en común con ellos de lo que creía.

– Monsieur Garay. – musité, e hice una breve reverencia, apenas una inclinación de cabeza, que bastó como saludo, algo que él había dejado olvidado en el carruaje, no como su presentación. – Podría mandar a mi marido a hablar con vos, pero me temo que él no tiene ni idea de las características del terreno en el que nos encontramos. También podría, como deseáis, mandar al dueño a hablar con vos en persona, efectivamente, pero eso sería caer en una absurda redundancia que no creo que os interese a vos. A mí, desde luego, me parece una pérdida de tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que os encontráis frente a quien es poseedor de esta tierra que tanto os interesa. Mi nombre es Amanda Smith, y aunque puede que os sorprenda, yo poseo los documentos que acreditan su propiedad. Si, por algún motivo, no creéis mi palabra os los enseñaré. De hecho... – expuse, y después le hice una señal al cochero, que se dirigió hacia mí con la prontitud propia de quien había estado pendiente, desde lejos, de que se le iba a hacer un gesto para que se acercara y lo estaba esperando. Le susurré una orden en mi perfecto holandés, y diligentemente sacó de entre sus pertenencias una pequeña carpeta de piel que contenía varios documentos de papel, escritos en holandés pero, por si acaso, también en francés, ya que prefería tener duplicados en varios idiomas para agilizar procesos de negociación como el que Carlos, delante de mí, quería iniciar. Escogí el que estaba en francés, una copia del original escrito con filigranas muy decoradas y lenguaje jurídico, pomposo e incomprensible a mi juicio salvo en el mensaje principal: el territorio situado [...] en los Países Bajos, por la presente, pertenece a Su Majestad [...] Amanda Smith. Con el documento en la mano y bajo la atenta mirada de mi cochero, se lo extendí a Carlos.

– Como veréis, todo está en orden. Os he acercado ese documento en particular porque en él se especifica el tamaño exacto del terreno, sus prestaciones y, sobre todo, los pocos trabajos que han sido realizados en él. Eso os hará posible haceros una idea de la situación actual del terreno, y de lo necesaria que es una cuantiosa inversión para hacerlo productivo. Mi pregunta es, en vista de lo que aparece aquí, ¿por qué os interesa tanto adquirirlo? – inquirí, mirándolo a los ojos con genuina curiosidad... una que, en realidad, sentía, aunque no tanto por la respuesta en sí sino, más bien, por él. Con mis palabras no quería ver sus motivos, sino que quería saber exactamente hasta qué punto llegaba su voluntad de adquirir el terreno y, sobre todo, si estaría dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo. Dada su insistencia en la correspondencia que habíamos intercambiado y que, finalmente, nos había conducido hasta aquel encuentro, suponía que su tenacidad sería más fuerte que aquella prueba, y en realidad así lo esperaba, puesto que de lo contrario nuestra negociación no serviría para nada más que para perder el tiempo, algo que no me gustaba nada, y mucho menos cuando había sido yo quien había cedido y había aceptado los deseos de otro.
Anonymous
Invitado
Invitado


Volver arriba Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Re: Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Carlos A. Garay Lun Abr 29, 2013 1:13 pm

[...]os encontráis frente a quién es poseedor de esta tierra que tanto os interesa.[...]

¿Es una broma?
No, por supuesto que no. Sin embargo, fue lo único que se le pudo pasar a Carlos por la cabeza en ese momento. Intento prestar atención a lo siguiente, pero su mente seguía repitiéndose las mismas palabras. “Propietario” “Dueña”. Ella, una mujer, era la dueña de ese terreno que cómo bien había remarcado; tanto le interesaba. Le interesaba mucho. Una mujer era la que lo había estado obligando a correr de un lado a otro (metafóricamente hablando) sólo por un mísero encuentro. Porque eso era. Un mísero encuentro, en el que ni siquiera tenía asegurado (en absoluto, de hecho) que le fueran a vender el terreno. Incluso se había desplazado hasta aquella tierra a petición del dueño. Dueña. De aquella mujer. Ella era la que lo había citado allí. Darse cuenta de eso y asimilarlo le tomó más de unos cuantos minutos en los que permaneció con su habitual rostro indiferente, pero conmocionado en realidad. Incluso se podría decir que su ceño estaba ligeramente fruncido, un acto completamente involuntario e inevitable. No se lo podía creer, así de simple. Y, al mismo tiempo, tenía la absoluta certeza de que todo lo que decía la mujer era cierto. Ella era la dueña, no su marido. Sus palabras habían sido claras, concisas y totalmente seguras de si mismas. El documento que pretendió entregarle después no podía importarle menos. No necesitaba algo como eso para creerla. Si bien desconfiaba del género femenino cómo el que más, también sabía distinguir a los tipos de mujeres. Amanda Smith no sólo era una mujer de, aparentemente, armas tomar sino que no era una mentirosa. Iba completamente en serio tanto con él cómo con el terreno. Algo que, pensándolo bien, se le hacía todavía más extraño. ¿Para qué quería ella un terreno tan amplio y deshabitado? Ni lo había comprendido meses atrás después de sus negativas ni lo comprendía ahora, conociendo al dueño personalmente.

Pero era un hecho. Allí estaban. El encuentro que tanto había “deseado” y en el que había puesto tantos pensamientos durante los días anteriores, y ahora estaba poco menos que en blanco. Su mente se enfriaba por momentos, recordando lo pensado. Las palabras con las que convencería al propietario y con las que ganaría el terreno. Era sencillo.. Era. Ciertamente podía no parecerlo pero que fuera una fémina lo descuadraba. Él, que había sido el hombre impenetrable durante las peores guerras y en escenarios inimaginables, podía ser desarmado por una simple presencia femenina. Menos mal que nadie sabía de tal cosa, aunque sus compañeros conocían de su poco agrado en cuánto a ese género. Pero ni se imaginarían tal cosa. Menos mal. De lo contrario, su reputación no sobreviviría.

No lo necesito De alguna forma logró articular algo parecido a una frase; inclusive diría que su voz sonaba tranquila y corriente. Como en cualquier otro negocio. Como si no tuviera que enfrentarse a la idea de que en los próximos minutos iba a tener que pelear con una mujer por un terreno; situación que no se había imaginado jamás. ¿Las mujeres, empresarias? Dios, esta sería una entre un millón. O, mejor dicho, esperaba que lo fuera. En cualquier caso, era un reto en toda regla. Y a Carlos no se le interpondría nada a la hora de conseguir ese terreno, nada. Ni siquiera una mujer. No importaba el qué, los últimos meses no habrían sido en vano. Él nunca hacía nada en vano, muchos menos perder el tiempo. Carraspeó y en un movimiento imperceptible relajó los hombros, tensos como una roca hasta el momento, liberando (o intentándolo) las tensiones acumuladas en cuestión de segundos. Seguía pareciéndole increíble la situación. No tengo por costumbre persistir en algo que no conozco cómo la palma de mi mano. Durante estos meses, me he tomado la libertad de analizar por mi propia cuenta y de la forma más precisa que se me permitía cada metro cuadrado de este terreno y en el estado en el que se encontraba. Por ende, sé perfectamente la cantidad requerida para dicha inversión. Cantidad que poseo. Bien, nada mal. Dentro de lo que cabe, ya se había esperado que le preguntaran qué pretendía hacer con algo tan grande y cuantioso. Era de lógica. Fuera hombre y mujer, si le costaba tanto venderlo, haría un cuestionario a aquel que pudiera a ella interesarle como comprador. En este caso, Carlos. Que ya se había preparado para dicho cuestionario; después de todo, no tenía nada que ocultarle.

¿Por qué le interesaba tanto adquirirlo? Una pregunta simple, para él, que tenía una contestación igual de simple. No creo que haya ningún motivo que yo pueda argumentar que sea lo suficientemente pesado como para convencerla, cuando lleva tanto tiempo dando negativas a todo aquel que le hacía una oferta. Sólo diré que me gustó desde el primer momento en que lo vi y que me pareció un desperdicio mantenerlo inhabitado. Por supuesto, tengo la absoluta certeza de que no será una inversión fallida y me atrevo a afirmar que mis impresiones no suelen ser poco acertadas. Sin embargo, lo que haga con él una vez sea de mi propiedad, creo que me incumbe sólo a mi. Le doy mi palabra de que será tratado por profesionales a mi cargo y le permitiré revisiones de cortesía si así lo desea una vez esté en marcha el proyecto. Nada más a añadir Carlos no era un pelota. Sus millones los había ganado gracias a su buena intuición y a sus buenos negocios, no por ir detrás de aquellos que tuvieran dinero y poder. No de esa manera. Las cosas estaban claras, para él al menos, y esperaba que se las hubiese dejado a ella también. Aspectos del acuerdo que no le había mencionado por carta, puesto que sin al menos un acuerdo previo como garantía no tenía sentido exponer su punto de vista. Y ahora que lo había conseguido, tal cómo estaba previsto, lo había hecho. Al final había podido superar la presencia femenina que, con los minutos, se había convertido en una forma asexual. Ni hombre, ni mujer. Era el “propietario”, sin sexo alguno. Mientras no se fijara en su belleza, vestido o joyas que la delataran como lo que en verdad era, no tenía por qué tener problemas.

Claro que, no iba a ser fácil, ya lo sabía. Nada fácil.
Carlos A. Garay
Carlos A. Garay
Humano Clase Alta
Humano Clase Alta

Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 06/10/2012

Volver arriba Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Re: Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Invitado Sáb Mayo 25, 2013 5:51 pm

Carlos Garay mostraba la seguridad absoluta de quien ha estudiado sus papeles con firme tesón y puede responder absolutamente cualquier pregunta que se le plantee sobre un tema, en concreto el terreno en el que nos encontrábamos. Me recordaba a los estudiantes de otras épocas, que leían y aprendían de memoria un texto frente a un maestro que, vara en mano, los golpeaba si no pronunciaban el latín que habían asimilado a la perfección, sin un solo fallo. Mientras por un lado su esfuerzo no dejaba de parecerme loable, por otro realmente me parecía, en cierto modo, algo apresurado por su parte no dejarme siquiera explicarle los riesgos. Parecía seguro de conocerlos, con una actitud que me impedía a mí dudar de que él era perfectamente consciente de cada uno de los problemas que podrían llegar a salirle, pero redundaba en mi mayor interés ser sincera, si quería al menos dilucidar si era un comprador con más posibilidades de convencerme que los demás. A juzgar por su actitud tensa, casi huidiza, los negocios eran lo primero para él, y de nuevo volvía a producirse la contraposición entre lo loable que me parecía aquello y lo apresurado que implicaba su actitud respecto a un potencial trato. Parecía como aquellas nuevas fábricas en Inglaterra que empezaban a producir, como ellos lo llamaban, en cadena, que se aseguraban de perder el toque de identidad de cada producto y la firma en él del artesano en pos de una mayor velocidad de producción, y eso podía estar muy bien en el ámbito textil, pero en el campo de los negocios, con alguien tan reluctante como lo era yo, podía resultarle incluso contraproducente.

– Habéis estudiado bien la lección, monsieur. No necesitáis asegurarme que disponéis de la cantidad, vuestro lenguaje corporal así lo revela incluso aunque vos no os deis cuenta. No hace falta ser un juez de carácter para ver vuestra certeza, vuestra seguridad tan absoluta que os ha llevado hasta aquí para insistir ante mí por un deseo tan intenso como el que albergáis por esta tierra. Parecéis de fiar, pero como comprenderéis no me gusta confiar en las apariencias. – evalué, con los documentos aún en las manos. Él había venido tan preparado como deseoso de atravesar la línea defensiva que yo había trazado en torno a mí, pero si algo me caracterizaba, entre otras muchas cosas, era mi testarudez, y por mucho que estuviera causándome una buena impresión (porque era inevitable que lo hiciera, con aquella actitud de trabajador que parecía caracterizarlo, al menos en torno a los negocios) no iba a ceder tan fácilmente, mucho menos con, precisamente, lo otro que caracterizaba a esa actitud. Estaba jugando, seguramente sin saberlo, a una estrategia de doble filo, que por un lado me ablandaba y por otro me endurecía la capa de protección que estaba alrededor de la parte de mí que sencillamente quería abandonar aquel terreno a su suerte pero que se alegraba de que hubiera alguien que no estuviera dispuesto a desaprovecharlo tanto que estaba dispuesta a considerar su oferta.

– Vuestra seguridad me resulta apabullante. Es evidente que ya tenéis planes para este uso, y que esos planes no me implican a mí, lo cual es comprensible, no os lo negaré, teniendo en cuenta vuestra actitud de emprendedor. Sin embargo, en eso no puedo mostrarme de acuerdo. Tengo interés personal en ver el avance de vuestra inversión en la tierra, en caso de llegar a un acuerdo, no porque tenga el menor deseo de arrebataros lo que habríais conseguido, sino porque todo lo que suceda en este Estado en el que ahora os encontráis me afecta, de una manera o de otra. – comenté, con tono suave en el que no estaba ausente, sin embargo, la firmeza de una idea que no sería capaz de arrebatarme. Al margen de mi posesión o no de aquellas tierras, la situación también tenía trascendencia a un nivel más profundo, uno que tenía que ver con la posición a la que mi forzado matrimonio me había obligado a afrontar. Lo que seguramente Dragos había visto como una manera de atarme era, para mí, una manera de vincularme a un reino como aquel, con el que había tenido fructíferos contactos en el pasado y los seguiría teniendo en el presente, incluso aunque me librara de aquel terreno. No tenía interés únicamente en los mecanismos de funcionamiento del Estado, sino también en los individuales que lo conformaban, fueran personas o parcelas incultas de terreno arrebatadas, mediante un pólder, al mar.

– Habréis podido daros cuenta de que no soy una mujer cualquiera, a estas alturas, porque lo contrario sería poner en duda vuestra inteligencia y es exactamente lo contrario a lo que deseo. – comencé, acercándome a él apenas un paso, quizá para reforzar mis palabras. – Nada en esta situación es habitual, lo admito, pero mucho menos lo es que una mujer sea dueña de una tierra como esta. Uno de los motivos por los que me niego a considerar la venta de esta propiedad es que los hombres parecen considerar que, por mi condición femenina, soy menos capaz que ellos y pretenden tratos de valor irrisorio. No voy a insultaros tampoco asumiendo que sois uno de ellos, puesto que vuestra sorpresa inicial es comprensible y hasta razonable. Lo que sí os pido es que, dado que esto es una negociación, negociéis y no asumáis cosas que aún no han sucedido, quizá imbuido por la errónea idea de que no sé lo que estoy haciendo si no es rodeada de asesores hombres, eso es cosa vuestra y de vuestro mundo interno, y podéis pensar lo que queráis siempre y cuando no interfiera en nuestros posibles negocios. Como muestra de mi buena voluntad, puedo deciros que por mi posición tengo un interés político en el asunto que nos atañe en este momento, y ese es el motivo por el cual me veo obligada a insistir en estar al tanto de lo que suceda con más profundidad que simples revisiones ocasionales, si se produce la venta. Condición sine qua non. – concluí, cruzando los brazos sobre el pecho y clavando mis ojos, casi verdes, en los suyos, que bien lo parecían en la masa predominante de gris que los componía.

La firmeza de mi mirada era similar a la de mis palabras. Si alguna vez había negociado con alguien tan duro de convencer como yo, sabría que pasara lo que pasara terminaría obteniendo lo que deseaba si su intención era la de conseguir la tierra a cualquier precio, ya que para ello tendría que ceder a mis deseos. Algunos podrían pensar que eran caprichos, pero no había nada más lejos de la realidad; era, simplemente, una manera como otra cualquiera que tenía para controlar mi reino al margen del simple gabinete de gobierno que había establecido para que se ocupara de los asuntos mundanos del Estado.
– Podéis estar tranquilo, no planearía interferir en vuestra toma de decisiones, ese sería asunto únicamente vuestro en caso de que se produzca la venta. Si eso es lo que os preocupa, haría que mi presencia aquí fuera lo menos notoria posible. Lo único que implicaría mi presencia sería garantizar que nada de lo que se produzca aquí vaya en contra de los intereses económicos de los Países Bajos. Si estáis dispuesto a aceptar eso, estoy dispuesta a continuar negociando. Es elección vuestra, monsieur Garay. – aclaré, plantada en el suelo donde estaba, frente a él, a una distancia igualmente respetuosa que al principio. Él quería proteger sus negocios añadiendo una inversión a la que veía futuro, y yo quería proteger mi reino y utilizar la actividad de Carlos Garay para favorecer el balance económico de los Países Bajos. Si lo entendía como yo, los dos podríamos resultar beneficiados, pero mientras la balanza estuviera únicamente inclinada a su favor, no alcanzaríamos jamás un trato, por mi parte.
Anonymous
Invitado
Invitado


Volver arriba Ir abajo

Cáusticos son los lazos que unen {Privado} Empty Re: Cáusticos son los lazos que unen {Privado}

Mensaje por Contenido patrocinado


Contenido patrocinado


Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.