AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
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Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
Y LOS ROCES QUE AÚN NOS QUEDAN
Lucca Battista Ferrandi
&
Arokh Von Feuer
Lucca Battista Ferrandi
&
Arokh Von Feuer
Un último gemido se perdió en el aire para ser sustituido por decrecientes jadeos; el colchón volvió a recoger al hombre que, girando, se colocó de nuevo boca arriba, junto al cuerpo que yacía, también sudoroso, junto a él. Cerró los párpados durante un instante, intentando calmar una respiración que sólo se iría normalizando paulatinamente con el paso de los segundos, así como ese latir que, no contento con hacerse dueño del pecho, se extendía por cada fibra de su cuerpo.
Lucca Battista acababa de experimentar uno de los escasos encuentros sexuales que le lograban llenar sinceramente; o vaciar, mejor dicho. Su compañero, o cliente, resultaba ser un joven rubio, delgado y musculoso que le había contratado por tercera vez. En realidad no conocía mucho más de él, pues, precisamente, la conversación no había reclamado un puesto primordial en sus reuniones. Podía decir que su nombre era Arokh, que su piel era tersa y que se dejaba manipular bien bajo el dominio de sus manos; también que era alguien callado y, desde luego, algo tímido, por lo que, al menos en un primer momento, había tenido que tomar la voz cantante hasta que éste lograra desasirse de su falta de decisión. Por supuesto, el dinero había sido la baza decisiva para que el prostituto se acostara con él, pero no se podía acusar al corso de no disfrutar de la oportunidad, ya que este muchacho se le antojaba atractivo, al menos en comparación con el promedio del resto de asiduos, a la vez que lograba llamar su atención, precisamente por aquella inocencia que había demostrado. Quizás fuera un incipiente sentimiento de protección hacia a él, aunque también era consciente de que no dejaría que eso le fuera un estorbo; al menos si quedaba en su mano.
- No ha estado mal. – le concedió y soltó una leve carcajada mientras se tomaba la licencia de golpearle suavemente con la palma de la mano en su muslo. Luego, hizo un acopio de fuerzas para retirarse la tripa de cerdo que enfundaba su ya no tan rígido miembro y para ponerse en pie con un quejido por lo costoso que le resultaba la acción. Se dirigió al tocador que se encontraba en una esquina de la habitación para verter el contenido de la jarra a su lado en la palangana y procedió a limpiar lo que quedaba del líquido expulsado y a refrescarse con el agua. Terminó secándose con la misma toalla que luego lanzó al chico, invitándole a imitarle – Y, como veo que repites, deduzco que yo también doy la talla. – le sonrió nuevamente, volviendo a deleitarse al mirar su cuerpo desnudo sin el pudor que había perdido meses atrás.
Lucca Battista acababa de experimentar uno de los escasos encuentros sexuales que le lograban llenar sinceramente; o vaciar, mejor dicho. Su compañero, o cliente, resultaba ser un joven rubio, delgado y musculoso que le había contratado por tercera vez. En realidad no conocía mucho más de él, pues, precisamente, la conversación no había reclamado un puesto primordial en sus reuniones. Podía decir que su nombre era Arokh, que su piel era tersa y que se dejaba manipular bien bajo el dominio de sus manos; también que era alguien callado y, desde luego, algo tímido, por lo que, al menos en un primer momento, había tenido que tomar la voz cantante hasta que éste lograra desasirse de su falta de decisión. Por supuesto, el dinero había sido la baza decisiva para que el prostituto se acostara con él, pero no se podía acusar al corso de no disfrutar de la oportunidad, ya que este muchacho se le antojaba atractivo, al menos en comparación con el promedio del resto de asiduos, a la vez que lograba llamar su atención, precisamente por aquella inocencia que había demostrado. Quizás fuera un incipiente sentimiento de protección hacia a él, aunque también era consciente de que no dejaría que eso le fuera un estorbo; al menos si quedaba en su mano.
- No ha estado mal. – le concedió y soltó una leve carcajada mientras se tomaba la licencia de golpearle suavemente con la palma de la mano en su muslo. Luego, hizo un acopio de fuerzas para retirarse la tripa de cerdo que enfundaba su ya no tan rígido miembro y para ponerse en pie con un quejido por lo costoso que le resultaba la acción. Se dirigió al tocador que se encontraba en una esquina de la habitación para verter el contenido de la jarra a su lado en la palangana y procedió a limpiar lo que quedaba del líquido expulsado y a refrescarse con el agua. Terminó secándose con la misma toalla que luego lanzó al chico, invitándole a imitarle – Y, como veo que repites, deduzco que yo también doy la talla. – le sonrió nuevamente, volviendo a deleitarse al mirar su cuerpo desnudo sin el pudor que había perdido meses atrás.
Lucca Battista Ferrandi- Prostituto Clase Baja
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Re: Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
Era la tercera vez en apenas unas semanas en que mi corazón quería salirse de mi pecho por el intenso momento experimentado. Mi cuerpo estaba aún tenso y empapado de sudor, y mis manos recién tras unos segundos comenzaron a soltar las sábanas tan firmemente agarradas que eran apenas un detalle a la hora de la reunión que habíamos hecho. Suspiré profundamente y me relajé por fin, quedando muy cerca de ser un trapo de limpieza por lo desparramado que me veía a ojos de otro, de él.
Maik había dejado un espacio vacío demasiado grande en mí, y tras haber decidido el rendirme en su búsqueda pasaba tirado en la cama que solíamos compartir, apenas con ganas de comer y salir a recorrer las calles que prácticamente me había aprendido de memoria durante esos meses de martirio e incertidumbre en que no sabía nada de él, y que terminé por no saber nada de él. Era como si nunca hubiera existido: no quedó ningún rastro de su presencia que no fuera su casa y las pertenencias que habían dentro. A veces me abrazaba a una de sus camisas y lloraba toda la noche sintiendo su olor tan salvaje, ese que al posarse delante o detrás de mí me encandilaba y me poseía con una autoridad que creía nunca más volvería a experimentar. No hasta que conocí a Lucca.
Dicen que las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, y por ello me adentré al tormentoso mundo del burdel con una bolsa de francos, buscando a alguien que pudiera quitarme esa sensación de despecho que tenía. Lo encontré a él, a un italiano que no tuvo problemas en atenderme, aunque al parecer mi exhasperante tartamudeo casi arruina las cosas. Después de esa noche, me “repetí el plato” y fui de nuevo unos días después, concertando esta tercera reunión que supuse pronta a terminarse. Por lo general era solamente “hacerlo” e irme, pero ahora, por alguna razón, me daban ganas de quedarme más rato con el hombre.
Le escuché levantarse y apreté los ojos un poco por la palmada, pero una sonrisa se formó en mis labios. Que alguien como él me diera un cumplido me hacía sentir particularmente feliz, considerando que él era un cortesano de quizás cuántos años en el oficio y yo un sumiso que se abría de piernas sólo para su amistad más preciada. Me moví como pude en la cama quedando con la espalda contra el colchón y atrapé la toalla con una mano, sentándome lentamente para poder sacarme parte del sudor que había quedado en todo mi cuerpo. Lo que no podía quitarme era el sonrojo causado por sus palabras. ¿Cómo responderle a algo tan…pudoroso? Sí, llevábamos tres noches teniendo relaciones pero no era lo mismo un cortesano que una persona con la que llevabas años haciendo lo mismo. Le correspondí la mirada con timidez, asintiendo dando cuenta de mi acuerdo con lo que había dicho. Todavía no era capaz de expresar ese tipo de cosas en palabras con desconocidos.
Maik había dejado un espacio vacío demasiado grande en mí, y tras haber decidido el rendirme en su búsqueda pasaba tirado en la cama que solíamos compartir, apenas con ganas de comer y salir a recorrer las calles que prácticamente me había aprendido de memoria durante esos meses de martirio e incertidumbre en que no sabía nada de él, y que terminé por no saber nada de él. Era como si nunca hubiera existido: no quedó ningún rastro de su presencia que no fuera su casa y las pertenencias que habían dentro. A veces me abrazaba a una de sus camisas y lloraba toda la noche sintiendo su olor tan salvaje, ese que al posarse delante o detrás de mí me encandilaba y me poseía con una autoridad que creía nunca más volvería a experimentar. No hasta que conocí a Lucca.
Dicen que las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, y por ello me adentré al tormentoso mundo del burdel con una bolsa de francos, buscando a alguien que pudiera quitarme esa sensación de despecho que tenía. Lo encontré a él, a un italiano que no tuvo problemas en atenderme, aunque al parecer mi exhasperante tartamudeo casi arruina las cosas. Después de esa noche, me “repetí el plato” y fui de nuevo unos días después, concertando esta tercera reunión que supuse pronta a terminarse. Por lo general era solamente “hacerlo” e irme, pero ahora, por alguna razón, me daban ganas de quedarme más rato con el hombre.
Le escuché levantarse y apreté los ojos un poco por la palmada, pero una sonrisa se formó en mis labios. Que alguien como él me diera un cumplido me hacía sentir particularmente feliz, considerando que él era un cortesano de quizás cuántos años en el oficio y yo un sumiso que se abría de piernas sólo para su amistad más preciada. Me moví como pude en la cama quedando con la espalda contra el colchón y atrapé la toalla con una mano, sentándome lentamente para poder sacarme parte del sudor que había quedado en todo mi cuerpo. Lo que no podía quitarme era el sonrojo causado por sus palabras. ¿Cómo responderle a algo tan…pudoroso? Sí, llevábamos tres noches teniendo relaciones pero no era lo mismo un cortesano que una persona con la que llevabas años haciendo lo mismo. Le correspondí la mirada con timidez, asintiendo dando cuenta de mi acuerdo con lo que había dicho. Todavía no era capaz de expresar ese tipo de cosas en palabras con desconocidos.
Arokh Von Feuer- Cazador Clase Media
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Re: Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
Lucca observaba al muchacho que, mudo, se negaba a pronunciar palabra alguna y, pudoroso, se obcecaba en mantener esa mirada pasiva. Era tímido incluso después de haber tomado la determinación de ir y regresar a aquel burdel y de haber vivido uno de los instantes más íntimos que dos personas podían compartir, entregando su cuerpo a un ya no tan desconocido prostituto. Éste se vio asaltado por la necesidad de sonreír al contemplar esa característica del chico, pues delataba una inocencia y pureza que, por alguna razón que no entendía, le hacía sentirse bien. El corso, entonces, pasó a analizar otra evidencia, ésta ya no sólo concerniente a él. De su bronceado rostro, más incluso que el del mediterráneo, se podía adivinar una corta vida que, de pronto, contrastaba con la propia.
- ¿Qué edad tienes? – le preguntó mientras se acercaba para tomar asiento junto a él, sin pegar su muslo a su pierna, pero casi haciéndolo, girando la cabeza para buscar con su mirada clara la azul de él. - Y no me vengas con que no puedes decirlo, eso es un privilegio que sólo tienen las señoritas; y las señoras. - en realidad no le importaba mucho la diferencia, sólo era mera curiosidad; al fin y al cabo, iba a seguir cumpliendo con su servicio sin poner ninguna pega.
Miró las manos del rubio y, sin pedirle permiso, la tomó entre las suyas, teniendo la certeza de que él no la iba a retirar. Le intrigaba aquel muchacho, aunque no era un misterio que le robara el sueño, sólo un sano interés de saber más de aquel joven que destacaba de entre el resto de sus clientes precisamente por esa personalidad dúctil y restringida. Ningún otro había robado su atención de tal manera en los largos meses que había estado lejos de su patria y Lucca no podía mirar con malos ojos a tener una distracción que relajase la tensión que era estar trabajando en lo que consideraba territorio enemigo.
- ¿Te vas a quedar o tienes que marcharte? – lanzó otra pregunta con la mera intención de saber si hacer planes para lo que quedaba de noche o dedicársela a él. En lo que al hombre respectaba, había cumplido con sus obligaciones y podía permitirse el tomarse libre el resto de velada, un pequeño capricho que estaba dispuesto a concederse.
Como si quisiera adelantarse a la contestación, o quizás pretendiendo que ésta atendiese a sus deseos, llevó su mano a acariciar con suavidad su mejilla en un acto tierno que sólo sirvió de introducción a otro más brusco. Llevó ese mismo brazo a rodear sus hombros y, también carente de solicitud, se giró para tumbarse de nuevo en el lecho arrastrándole con él para hacerle apoyar su cabeza en su pecho. No pudo contener la carcajada que, sincera y profundo, surgió de él.
- ¿Qué edad tienes? – le preguntó mientras se acercaba para tomar asiento junto a él, sin pegar su muslo a su pierna, pero casi haciéndolo, girando la cabeza para buscar con su mirada clara la azul de él. - Y no me vengas con que no puedes decirlo, eso es un privilegio que sólo tienen las señoritas; y las señoras. - en realidad no le importaba mucho la diferencia, sólo era mera curiosidad; al fin y al cabo, iba a seguir cumpliendo con su servicio sin poner ninguna pega.
Miró las manos del rubio y, sin pedirle permiso, la tomó entre las suyas, teniendo la certeza de que él no la iba a retirar. Le intrigaba aquel muchacho, aunque no era un misterio que le robara el sueño, sólo un sano interés de saber más de aquel joven que destacaba de entre el resto de sus clientes precisamente por esa personalidad dúctil y restringida. Ningún otro había robado su atención de tal manera en los largos meses que había estado lejos de su patria y Lucca no podía mirar con malos ojos a tener una distracción que relajase la tensión que era estar trabajando en lo que consideraba territorio enemigo.
- ¿Te vas a quedar o tienes que marcharte? – lanzó otra pregunta con la mera intención de saber si hacer planes para lo que quedaba de noche o dedicársela a él. En lo que al hombre respectaba, había cumplido con sus obligaciones y podía permitirse el tomarse libre el resto de velada, un pequeño capricho que estaba dispuesto a concederse.
Como si quisiera adelantarse a la contestación, o quizás pretendiendo que ésta atendiese a sus deseos, llevó su mano a acariciar con suavidad su mejilla en un acto tierno que sólo sirvió de introducción a otro más brusco. Llevó ese mismo brazo a rodear sus hombros y, también carente de solicitud, se giró para tumbarse de nuevo en el lecho arrastrándole con él para hacerle apoyar su cabeza en su pecho. No pudo contener la carcajada que, sincera y profundo, surgió de él.
Lucca Battista Ferrandi- Prostituto Clase Baja
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Re: Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
Todavía no podía creer a dónde habían llegado las cosas. ¿Yo en un burdel con un señor con que me había acostado ya tres veces? ¿Realmente era yo el que estaba allí sentado en la cama, completamente desnudo y mirando a una persona que quizás nunca hubiera conocido en otras circunstancias? Me sentía extraño por eso, con una mezcla de profunda vergüenza por lo que había decidido hacer; y con una sensación más rara aún de “no arrepentirme de nada”. ¡Si mis padres supieran lo que estoy haciendo me hubieran desheredado y echado a patadas de casa sin una sola moneda! Pero si estuvieran vivos no estaría pasando por esto, porque no habría venido a París en búsqueda de alguien que me acogiera, y eso me llevaba a otra pregunta: ¿Eso me hacía un arrastrado? ¿Un…inútil que sólo se siente vivo con otra persona?
No me atreví a preguntárselo a Lucca – ni a nadie, en realidad.- y me quedé ahí con los labios sellados y la cabeza gacha mirando las sábanas semicaídas de la cama hasta que una presión a mi lado me sobresaltó y me hizo regresar la mirada hacia arriba, a sus ojos que querían explorarme tanto o más que sus manos. ¿Qué pensaría si le decía mi edad real? ¿Dejaría de tratarme como lo estaba haciendo? ¿Se negaría a algún nuevo encuentro? Mientras me atormentaba con la evaluación de mi respuesta me agregó otra pregunta a la canasta, que tenía una respuesta algo más fácil. Entre quedarme solo en casa el resto del día y estar con él…bueno…no había donde perderse, creo.
El roce en mi mejilla me derritió –más aún- y no me dejó replicar aquel cambio de posiciones. Lejos de acurrucarme me separé un poco sonrojado para mirarle cohibido por cómo estábamos –ignorando el hecho de que me había acostado tres veces con él – y hablar por fin aunque con lo bajo de mis susurros era lo mismo que no haber emitido palabra alguna – Tengo…dieciocho…y no…no tengo nada que hacer…-dije y ahí si que me apegué al pecho de él, mirando a un costado para no tener que mirar su reacción. Su torso era cálido…pero no era lo mismo que con él…
No me atreví a preguntárselo a Lucca – ni a nadie, en realidad.- y me quedé ahí con los labios sellados y la cabeza gacha mirando las sábanas semicaídas de la cama hasta que una presión a mi lado me sobresaltó y me hizo regresar la mirada hacia arriba, a sus ojos que querían explorarme tanto o más que sus manos. ¿Qué pensaría si le decía mi edad real? ¿Dejaría de tratarme como lo estaba haciendo? ¿Se negaría a algún nuevo encuentro? Mientras me atormentaba con la evaluación de mi respuesta me agregó otra pregunta a la canasta, que tenía una respuesta algo más fácil. Entre quedarme solo en casa el resto del día y estar con él…bueno…no había donde perderse, creo.
El roce en mi mejilla me derritió –más aún- y no me dejó replicar aquel cambio de posiciones. Lejos de acurrucarme me separé un poco sonrojado para mirarle cohibido por cómo estábamos –ignorando el hecho de que me había acostado tres veces con él – y hablar por fin aunque con lo bajo de mis susurros era lo mismo que no haber emitido palabra alguna – Tengo…dieciocho…y no…no tengo nada que hacer…-dije y ahí si que me apegué al pecho de él, mirando a un costado para no tener que mirar su reacción. Su torso era cálido…pero no era lo mismo que con él…
Arokh Von Feuer- Cazador Clase Media
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Re: Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
Cuando se levantó de su pecho, no pudo evitar observarle con una mirada que denotaba afecto. Y sin embargo, no era sólo ternura. Resultaba algo obvio, pues no es que hubiera ocultado en ningún momento lo que le inspiraba aquel muchacho, más bien lo había expuesto y amplificado para cubrir su cuerpo con su piel, recorrer ésta misma con sus labios y arrancarle uno a uno jadeos, gemidos y cualquier otra muestra de placer que pudiera expeler. No había necesidad de sentimientos cuando lo único que importaba era la respuesta física y las emociones derivadas de ésta. Había disfrutado en cada uno de los tres encuentros y rezaba a Dios, a cualquiera que le escuchase o, al menos, que existiese, porque quisiera volver a requerir sus servicios y tuviera francos para pagarlos. Pero las mismas virtudes también presentaban una parte negativa. Si bien su timidez le agradaba en sobremanera, también le podía irritar, aunque era una reacción que se callaba para sí: su cometido era satisfacer ante todo y andar criticando el comportamiento ajeno no era algo que él viese que fuera a ayudar a ello.
Lucca desvió sus pupilas al techo cuando se vio privado del contacto con las de él y llenó su pecho por completo de aire al escuchar su respuesta. Nueve años de diferencia. En realidad se había esperado una cifra similar, quizás algo menor, pero similar igualmente; y, sin embargo, aparentaba ser mucho más que antes, ahora que ya resultaba algo confirmado.
– Entonces supongo que dormirás aquí. – le respondió – No es que sea un palacio y a veces hay ruidos de las otras habitaciones, pero, al menos, no te faltará calor. – bromeó sonriendo aunque no pudiese verle y rodeando con un brazo su tronco, acariciándole suavemente.
En el silencio que se creó a continuación, el corso comenzó a pensar qué era lo que podía haber traído al rubio a requerir esos servicios, si había algo especial en él o si, sencillamente, era otro más con unos gustos reprendidos por la sociedad. A sus ojos, esa última baza tenía apariencia de ser la ganadora. Y esa reflexión le llevó a rememorar por qué había acabado en aquel trabajo, como si debiera recordárselo para poder asegurarse de que era lo correcto. Había llegado de Córcega sin apenas dinero y no sólo debía conseguir comida y alojamiento, sino que, además, tenía que ayudar económicamente al grupo de agentes con los que trabajaba en pos de la independencia de su nación. Aquella salida se le había acabado presentando y, debido a sus dotes y a la facilidad de la tarea, no había querido rechazarla. Y ahora le había llevado a esa situación, a tener a un casi niño desnudo sobre su torso. Tampoco es que le molestara en tamaña medida la desemejanza de sus edades ya que había oído, visto e incluso vivido cuestiones que podían ser del desagrado de muchos; en especial del de esas señoras cuyo mal humor seguro se derivaba de la vara que debían tener insertada por el recto para lograr conservar su postura aún en la vejez.
- Arokh. – susurró entonces, comenzando a acariciar su costado lentamente, extendiéndose poco a poco y terminando por descender hacia su pecho en movimientos circulares. Quiso luego bajar hacia su abdomen sin siquiera saber bien qué estaba haciendo, quizás no más que jugando, sencillamente dejándose llevar pues dudaba que el muchacho se fuera a ofender, al menos no por aquella provocación.
Lucca desvió sus pupilas al techo cuando se vio privado del contacto con las de él y llenó su pecho por completo de aire al escuchar su respuesta. Nueve años de diferencia. En realidad se había esperado una cifra similar, quizás algo menor, pero similar igualmente; y, sin embargo, aparentaba ser mucho más que antes, ahora que ya resultaba algo confirmado.
– Entonces supongo que dormirás aquí. – le respondió – No es que sea un palacio y a veces hay ruidos de las otras habitaciones, pero, al menos, no te faltará calor. – bromeó sonriendo aunque no pudiese verle y rodeando con un brazo su tronco, acariciándole suavemente.
En el silencio que se creó a continuación, el corso comenzó a pensar qué era lo que podía haber traído al rubio a requerir esos servicios, si había algo especial en él o si, sencillamente, era otro más con unos gustos reprendidos por la sociedad. A sus ojos, esa última baza tenía apariencia de ser la ganadora. Y esa reflexión le llevó a rememorar por qué había acabado en aquel trabajo, como si debiera recordárselo para poder asegurarse de que era lo correcto. Había llegado de Córcega sin apenas dinero y no sólo debía conseguir comida y alojamiento, sino que, además, tenía que ayudar económicamente al grupo de agentes con los que trabajaba en pos de la independencia de su nación. Aquella salida se le había acabado presentando y, debido a sus dotes y a la facilidad de la tarea, no había querido rechazarla. Y ahora le había llevado a esa situación, a tener a un casi niño desnudo sobre su torso. Tampoco es que le molestara en tamaña medida la desemejanza de sus edades ya que había oído, visto e incluso vivido cuestiones que podían ser del desagrado de muchos; en especial del de esas señoras cuyo mal humor seguro se derivaba de la vara que debían tener insertada por el recto para lograr conservar su postura aún en la vejez.
- Arokh. – susurró entonces, comenzando a acariciar su costado lentamente, extendiéndose poco a poco y terminando por descender hacia su pecho en movimientos circulares. Quiso luego bajar hacia su abdomen sin siquiera saber bien qué estaba haciendo, quizás no más que jugando, sencillamente dejándose llevar pues dudaba que el muchacho se fuera a ofender, al menos no por aquella provocación.
Lucca Battista Ferrandi- Prostituto Clase Baja
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Re: Y los roces que aún nos quedan [+18] (Lucca Battista Ferrandi & Arokh Von Feuer)
“Sí, supongo”, le respondí mentalmente con la resignación involuntaria de que iba a pasar otra noche con él. “¿Por qué resignación?”, me pregunté yo de inmediato bajo el silencio de la habitación que era perturbado únicamente por nuestras respiraciones dentro y por algunos sonidos que nosotros habíamos replicado por un par de horas hace minutos atrás. De hecho mi corazón todavía estaba algo acelerado por lo hecho, pero Lucca se estaba encargando – no sé si con intención o no- de mantener mis latidos a un ritmo intranquilo mientras sus manos se reencontraban con mi piel como si no se hubieran visto en bastante tiempo. No podía evitar sentirme algo nervioso por la idea de quedarme con él en la noche, aunque no sabía si era por la nula capacidad de sobreponerme a la ausencia de Maik en donde vivíamos, o porque tenía miedo de que Lucca fuera el causante mañana por la mañana de que no pudiera sentarme con comodidad.
Sus manos rodeándome y acariciándome en esa precisa posición me trajeron a la mente recuerdos que, aunque bonitos y valiosos, no los quería en mi cabeza en ese momento. ¿Qué opinaría Lucca de un chico que se ponía a llorar de la nada? ¿Me dejaría? Y no es que no quisiera consuelo de su parte, pero el hecho de que lo dijera me obligaba a agarrarme a los brazos de alguien hasta que se me pasara la angustia de las vivencias pasadas. Y, aunque aún estaba nervioso por estar con él en esa situación –y posición- comprometedora, el cortesano me daba una especie de seguridad. No era sobrenatural por lo que había podido revisar disimuladamente entre sus características – su fuerza y vigor eran incomparables a las de Maik en la cama -, y aunque lo fuera, creo que no me hubiera importado. Después de todo, ya era la tercera noche que yacía con él, y tenía el presentimiento de que esa cantidad se multiplicaría.
Su susurro me hizo levantar la cabeza unos momentos, perturbado un tanto por las caricias que ejercía en mi costado y que al parecer querían ir más abajo por la traviesa mano que jugaba en los alrededores de mi cintura. Ahogué un jadeo por el escalofrío que me produjo su tacto y, en vez de preguntarle con la mirada qué estaba planeando, apegué mi cabeza a su cuello, encerrándome en la base de su hombro. El sólo recordar que estaba cerca de mi cuerpo me estremecía haciendo que mi cuerpo, igual que alguien que recién comienza con un vicio, desee cada vez más de él.
Sus manos rodeándome y acariciándome en esa precisa posición me trajeron a la mente recuerdos que, aunque bonitos y valiosos, no los quería en mi cabeza en ese momento. ¿Qué opinaría Lucca de un chico que se ponía a llorar de la nada? ¿Me dejaría? Y no es que no quisiera consuelo de su parte, pero el hecho de que lo dijera me obligaba a agarrarme a los brazos de alguien hasta que se me pasara la angustia de las vivencias pasadas. Y, aunque aún estaba nervioso por estar con él en esa situación –y posición- comprometedora, el cortesano me daba una especie de seguridad. No era sobrenatural por lo que había podido revisar disimuladamente entre sus características – su fuerza y vigor eran incomparables a las de Maik en la cama -, y aunque lo fuera, creo que no me hubiera importado. Después de todo, ya era la tercera noche que yacía con él, y tenía el presentimiento de que esa cantidad se multiplicaría.
Su susurro me hizo levantar la cabeza unos momentos, perturbado un tanto por las caricias que ejercía en mi costado y que al parecer querían ir más abajo por la traviesa mano que jugaba en los alrededores de mi cintura. Ahogué un jadeo por el escalofrío que me produjo su tacto y, en vez de preguntarle con la mirada qué estaba planeando, apegué mi cabeza a su cuello, encerrándome en la base de su hombro. El sólo recordar que estaba cerca de mi cuerpo me estremecía haciendo que mi cuerpo, igual que alguien que recién comienza con un vicio, desee cada vez más de él.
Arokh Von Feuer- Cazador Clase Media
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