Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Chesire A. Firenze Lun Feb 04, 2013 8:39 am

"Eso de que el dinero no da la felicidad son voces que hacen correr
los ricos para que no los envidien demasiado los pobres."

Jacinto Benavente (1866-1954)

○•○•○
Aun recordaba lo roja que se había puesto mi cara cuando Afrodita, compañera en el Sanatorio y una mujer a la que podía considerar amiga, al menos por mi parte, me había ofrecido salir a tomar algo después del trabajo. El calor en mis mejillas en seguida me indicó la incomodidad que sentí. ¿El motivo? Era simple, yo no podía permitirme ir a un café un día cualquiera, como mucho podría ir una vez al año, por algún motivo en especial. Solo tenía un par de zapatos y un vestido que pudiera considerar digno de ser mostrado en público, y en comparación con mi compañera, eran puros harapos. Tuve que hacer de tripas corazón para decirle que no me parecía una buena idea, que quizás sería mejor si simplemente nos quedábamos en los exteriores del edificio, yo podía preparar algo de chocolate y tomar algunos de los dulces que escasas veces se preparaban para los internos.

Pero ella insistió, es más, me dijo que ella se encargaría de los pagos, probablemente porque fue capaz de discernir, con mucha facilidad, cuales eran los motivos reales de mi negación. No pude seguir diciendo que no, a pesar de sentirme azorada, ya que no era plato de buen gusto para mi eso de ir a que me estuvieran pagando nada, como si de una limosna se tratara. Al final accedí, pero solo porque quería disfrutar de la compañía de Afrodita. Ella era una mujer que me intrigaba, de la que quería saber más. Por desgracia, no siempre podíamos coincidir, así que me veía en el problema de solo poder tratar con ella en sus ratos libres. Por eso, para una vez que encontrábamos la ocasión y encima ella me daba facilidades, no podía negarme tanto.

La morena había salido un rato antes que yo, así que cuando yo terminase mi turno, habíamos quedado en una cafetería de París. En cuanto acabé de recoger la cocina, fui a alistarme, lavándome un poco y poniéndome mi único vestido, color marrón y negro. Me peiné un poco y suspiró, mirándome en el pequeñísimo espejo que tenía en mi cuarto. Sería pobre, pero por lo menos era limpia y todo lo elegante que podía, dada la situación.

Adelante, Ches. Toca ir a la ciudad. — me sonreí a mi misma, haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza y saliendo del sanatorio, echando a caminar el rato que llevaba de allí hasta el interior. Me gustaba caminar, no me quejaba por ello, pero siempre era más agradable en compañía.

Una vez pasé a las zonas más concurridas, no tardé en notar algunas miradas fijas en mi, muchas de desaprobación, especialmente la de las personas que tenían suficiente dinero como para haber comprado mi vida. Eso era, probablemente, lo que menos me gustaba de ir al interior. Agaché la cabeza, concentrada tan solo en mis pies al caminar, en la calle y en no chocarme con nadie que pudiera luego acusarme de haber intentado robarle. Así fue mi camino hasta las puertas de la cafetería donde había quedado con la muchacha. Alcé el rostro, asegurándome de que estaba en el sitio indicado y apretando un poco los labios. En cuanto me vio, el dueño se puso en la puerta, en una clara señal de que no querría a alguien como yo rondando por allí para pedir limosna. No hice nada, solo me giré y esperé a que Afrodita llegara. Seguro que al lado de ella, no tendría problema alguno para cruzar el umbral de aquel sitio.

Aquellas situaciones nunca eran cómodas, siempre me recordaban cuál era mi sitio. A pesar de no ser una analfabeta criada en las calles, a pesar de llevar sangre noble, me veía siempre relegada al lugar de una simple mendiga, cuando no tenía nada que ver. Yo trabajaba, ganaba para vivir por lo menos, no tenía que rogar en las calles. Pero a menudo, las personas no veían más allá que de las joyas que llevabas, o en mi caso, que no llevabas.
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Mensaje por Afrodita1 Miér Feb 13, 2013 6:12 pm

El dinero ha aniquilado más almas
que el hierro cuerpos.
Francis Scott Fitzgerald


Ese estaba siendo un muy buen día. Dejando a un lado que mi madre, POR FIN, se había marchado de vuelta a Inglaterra desde hacía ya unos cuantos días y había podido volver a mi trabajo diario en el Sanatorio; ese día en concreto había quedado para salir con una compañera precisamente de ese lugar. ¿Os lo podéis creer? Yo, saliendo con una compañera del trabajo. ¡¿No es eso genial?! Por una vez en mi vida, no iba a necesitar una doncella que me acompañara en una salida, ni tampoco tendríamos una de esas aburridas y superficiales charlas que parecía solo a mi me sacaban de quicio entre las damas de alta sociedad. Tal vez, porque llevaba demasiado tiempo soportándolas. Aún llevando ya un buen tiempo en París, me había costado lo mío socializar. En el hospital, si bien eran todos muy amables, desde un principio había notado cuán difícil resultaba aparentar mi procedencia. Miradas de ligero desprecio no faltaban, a pesar de que acudía allí como poco más que una simple voluntaria. Sí, pedía un mínimo de "salario", pero simplemente para poder sobrellevar las cargas personales de las que mis padres nunca podrían enterarse. Como el echo mismo de que trabajaba en ese tipo de lugar; ni siquiera soportarían saber que frecuentaba los barrios bajos de la ciudad. Ellos no lo entenderían nunca, del mismo modo que la gente menos adinerada tampoco llegaba a comprenderme. Ser libre ¿Era eso mucho pedir?.

Eche un último vistazo a mi yo reflejada en el espejo. Pelo correcto, traje correcto, nada de adornos; también correcto. Por otro lado, esto era un auténtico desafío, siendo la primera vez en salir con una posible amistad no adinerada. Odiaba los términos de clase alta o clase baja, porque al final todos éramos personas; aunque se nos dividiera por el dinero que poseíamos. Pero era cierto. A los de nuestra clase, se nos criaba de una forma diferente a aquellos que vivían como campesinos. ¿Sería demasiado hipócrita que deseara, aunque solo fuera por un momento, haber nacido con ese tipo de vida? En ningún caso me atrevería a quejarme de la suerte que la vida me ha dado, porque es una suerte buena; no siempre placentera ¿Pero qué en esta vida lo es? Todo tiene sus taras, pequeños defectos sin los que todo se volvería monótono y aburrido. Aún más, de lo que ya era cuando vivía en Inglaterra. Y por todo ello, no podía vestirme con la mayoría de mis vestidos. Con el tiempo aprendí a pasar desapercibida dejando, para empezar, las joyas a un lado. Absolutamente nada de joyas, no cuando fuera a alguno de esos lugares. Continuando, los vestidos necesitaban un toque ligeramente más austero, aunque sin terminar de perder su elegancia y seguía haciéndose notar que habían sido fabricados con una buena tela. No podía hacer nada en contra de eso, teniendo en cuenta que mis padres eran los dueños de una fábrica textil; mis ropas no podían ser menos que de la más alta calidad.

A pesar de todo, aprendía rápido. Y mientras mi actitud no se asemejara al de una señorita repelente como muchas de las niñas ricas, todo estaría bien. Como en ese momento, mientras caminaba contenta hacia nuestro punto de encuentro; elegido de la misma forma con más esmero del que seguro Chesire se podía pensar. Después de pensarlo mucho y en un ataque de valentía, la había invitado a tomar algo después de que terminásemos de trabajar. Ella era una cocinera estupenda allí en el Sanatorio, desde no hacía muchos meses. Y yo tenía un muy buen paladar para saber apreciar las maravillas de sus platos, que por cierto siempre que podía aprovechaba para comer. Por eso, había decidido que era momento de tomar algo sin que ella fuese la que lo cocinase; aunque como bien predije ese había sido su primer intento de escaparse. Chesire era una chica humilde y trabajadora, una buena persona. Se merecía, al menos por un día, ser tratada como la reina que llevaba dentro. Y yo me encargaría de eso.

***
Desde una esquina no muy lejana al café, nuestro punto de encuentro, observaba ligeramente escondida una escena no muy alentadora. Suspiré, en una mezcla de cansancio y molestia porque Henry (el dueño) estuviera mirando Chesire con esa cara de pocos amigos que ponía a todos aquellos que se le acercaban al local con malas intenciones. ¡Por favor! ¿Que no había visto lo linda que era? Sí, no llevaba joyas ni un vestido gigantesco de seda, pero por favor, saltaba a la vista que por dentro era mucho más hermosa que todo eso. Observé entonces la bolsa que llevaba en mi mano derecha y sonreí pícara; por suerte había planeado incluso hasta el más mínimo detalle.

— ¡Chesire! — Dejando me ver, esta vez, claramente; caminé hacia ella con aparente prisa y apenada por llegar más tarde que ella. Una pequeña mentirijilla, pues había estado unos minutos escondida en aquella esquina, pero estaba seguro de que valdría la pena. — Espero que no hayas tenido que esperar mucho, siento la demora — Sonriendo con mis ojos la miré a ella, para después pasar mi atención a el hombre que parecía ligeramente confundido. — ¿Hay algún problema, Henry? Ya te dije que vendría con una muy querida amiga dentro de poco ¡No parezcas tan sorprendido! — Reí, haciéndome la que no se daba cuenta del motivo de su sorpresa e ignorandole después agarré la mano de Chesire, tirando de ella conmigo hacia el interior. — Ven conmigo, prometo compensarte por lo que este cabeza hueca te hizo pasar — Susurré, sin embargo, cerca de ella cuando la tuve lo bastante cerca. No tardamos más de un minuto en llegar a los aseos del lugar en cuestión, lugar de destino para lo que tenía en mente. Me aseguré de cerrar bien la puerta y, después, deposité la bolsa (ligeramente grande) sobre uno de los lavamanos. — Esto es para ti, un regalo de mi parte que espero puedas estrenar hoy mismo — Con una sonrisa de oreja a oreja, señalé la bolsa en cuestión, esperando por que husmeara en el contenido y descubriese el vestido.


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