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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Antinous di Vicenza Jue Feb 07, 2013 3:48 pm

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En una habitación de proporciones no muy extensas, pero que no contenía más que unos escasos elementos, se daba lugar la oposición de dos miradas, la primera cargada de añoranza y la segunda de una solemne impasividad. La una llegaba a la otra de manera fija y persistente, casi paciente, pero ésta no podía sino contestarla con una ausencia que había afianzado con el paso de los años. También era en ese mismo lóbrego lugar donde tenía lugar otro enfrentamiento, éste el de dos cuerpos, uno dúctil y maleable y el otro firme y resistente. Separados por una pequeña extensión, parecían querer imitarse, por mucho que lo fornido del carnal quedara suavizado en el pétreo. Alzando un brazo, la figura que tenía la propiedad del movimiento acarició el frío pecho de su contrario y luego apoyó su mano en la mejilla de mármol. Ninguno de los dos Antínoos, ni el real ni la escultura, se atrevió a romper aquel contacto entre sus ojos hasta que un suspiro precedió a que uno agachase la cabeza y diera por finalizado el encuentro. Luego se giró y abandonó la estancia.

Tras cerrar la entrada con llave, atravesó un almacén repleto de bultos cubiertos por envolturas de tela y ascendió unas escaleras, al fondo, que llevaban al piso superior, del que no le separaba ninguna otra puerta. Estaba solo en el inmueble, ya que ni su ayudante ni su criada se hallaban en el mismo, tan sólo acompañado por la estática presencia de las antiguas reliquias, cargadas de historia, pero imperturbablemente mudas. Así pues, no había nada ni nadie que pudiera distraerle de sus reflexiones y, a consecuencia inevitable de esto, se sumía lentamente en la melancolía. No era tan amargo aquel pesar pues, después de todo, ya se hallaba más que acostumbrado a su pasado, ese que no podía olvidar y que veía tan cercano como lejano. Sin embargo, no se podía decir lo mismo del presente, por no hablar de la imposibilidad del concepto de futuro, ya que si de vivo tenía mucho, y obviando cuestiones estrictamente biológicas, tampoco le sobraban cualidades de moribundo. Pero para ojos ajenos no resultaba así, pues, como ya se ha dicho que estaba habituado, también le era sencillo ocultar aquella íntima realidad a sus congéneres tras una oportuna sonrisa que, inocente, surgía sin resistencia u obligación.

Su cuerpo se emplazó detrás del mostrador, así como los brazos sobre éste, para recibir su peso, y sus manos pasaron de entrelazar sus dedos a enredar la derecha con el cabello. Recorrió suavemente con las yemas de índice, pulgar y corazón un dorado bucle que se extendió bajo la leve presión, volviendo sin vacilar a su forma primitiva una vez ésta hubiera cesado. Aquel día, como casi la mayoría, sobre su cabeza se hallaba una maraña de hebras, caóticas, pero con una armonía que guardaba más relación con una desconocida ley natural que con las horas de retoque y acicalamiento. No era que no se preocupara por su aspecto físico, ya que su ayer había logrado insistir en la vanidad en la que incurría, sino que, sencillamente, le agradaba más el resultado innato que el rebuscado.

En determinado momento, desvió su atención de la ensoñación para ocupar el asiento que había evitado, sacando del escritorio varios papeles que se dispuso a revisar con no mayor intención que matar el tiempo. Los resultados fueron más soporíferos que exitosos, sintiendo serias tentaciones de cerrar el establecimiento apenas un par de horas después del mediodía. Era su propio jefe, por lo que, en principio no debiera tener problema con aquello, pero debía obligarse a comprometerse con sus responsabilidades y no dejarse vencer por el hedonismo y la inapetencia. De todas formas, tampoco tenía mucho más que hacer. De momento.


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Mensaje por Kerevan D. Flourite Dom Feb 10, 2013 8:13 pm






Athéna et Apollon ◥◣ Antinous di Vicenza ◥◣ Deseo



◥◣ Un escalofrío lo recorrió por entero

Ese que sacude la columna de cualquiera que se siente vigilado, que nota unos ojos clavados en su nuca, fijos sin ninguna piedad. Frunció el ceño, levemente incómodo con aquella sensación, pero no se giraría. Sabía de sobra quién era y lo que le pasaba. Loise, la más narcisista de sus pequeñas, la que más atenciones exigía siempre, estaba en pleno ataque de celos. Mientras el brujo rellenaba cuatro pequeños frasquitos con líquidos de diferentes colores, la muñeca movía su pie con nerviosismo, dando golpecitos en el suelo, tratando de llamar su atención, muerta de ganas de hablar y poder protestar. Sabía de sobra que cuando él preparaba sus pociones, era porque tenía un nuevo objetivo en mente. ¿Acaso no tenía ya suficientes muñecas? ¿Por qué se empeñaba en seguir acrecentando su colección y dándole más con lo que competir? Ella era celosa, quería siempre la atención del fabricante y se sentía muy fastidiada cuando una nueva pequeña era añadida a la colección.

Para de una vez, Loise. Empieza a resultar un incordio tu ataque. — murmuró él, casi de forma distraída, sabiendo que eso daría pie a la muñeca a comenzar con preguntas o un discurso, pero ya dándole igual, porque estaba terminando de colocarse las botellitas bien tapadas en el cinturón, que quedaría cubierto por la ropa, eran pequeñas y sutiles, así que nadie las notaba nunca.

¿Quién es? ¿Por qué tienes que traerla? Además, no he visto su cara, ¿dónde está su cuerpo? — la pequeña figura emitió un bufidito, dando rápidos pasos para colocarse en el suelo al lado de él, y usando las escaleritas que el propio brujo había fabricado, para que pudieran moverse con más libertad y subir a la mesa de trabajo — No has hablado de ninguna nueva mujer que te guste, no entiendo nada. — Kerevan curvó sus labios en una media sonrisa, misteriosa y casi divertida.

No he preparado aun su cuerpo, así que deja de armar escándalo, pequeña princesa mimada. — murmuró, levantándose y colocándose la chaqueta. Llevó el dedo índice a la nariz porcelanosa de la chica, dándole un toquecito, haciéndola fruncir el ceño. El entregarles un alma conseguía que sus facciones se hicieran móviles, la magia, era tan maravillosa y las hacía tan reales — Me marcho ya.— ella abrió la boca para soltar un "¡Pero...!" que fue acallado con un gesto de la mano del titiritero, no porque le tuviera miedo, ella era de las más molestas y al mismo tiempo encantadoras, porque no tenía miedo al propio Kerevan. Pero su magia la hizo no poder abrir la boca, otra ventaja de ser el dueño de su alma. La pequeña criatura, frustrada, terminó cruzando los brazos sobre el pecho, sabiendo que no podría continuar con aquella discusión. El brujo se acercó al lugar donde la pequeña Ariadna, representación de su hermana, estaba sentada, acariciando el cabello de otra de sus muñecas. Le dedicó una significativa mirada, que siempre quería decir que las cuidara a todas y mantuviera el control mientras él estaba fuera. Ella solo asintió y le dedicó una suave sonrisa — Volveré pronto. No hagáis escándalo y sed buenas, o ya sabéis lo que os pasará.

Tras estas palabras caminó hacia la puerta, atravesándola y cerrándola con llave. Su taller especial, donde guardaba a sus creaciones más peligrosas porque podían poner en evidencia su condición, estaba escondido en su propia casa, para que nadie que él no quisiera pudiera entrar. Así que al salir, sabía que todo quedaría oculto, toda su magia, todas sus niñas perfectas.

Se cruzó con un criado de la casa por el camino y le dio el aviso de que le dijera a su mujer que iba a pasar el resto del día fuera, y no sabía si llegaría para cenar. Ella probablemente estaría ocupada en la fábrica de textiles, o cuidando del padre del propio brujo, cosa que él no hacía, solo esperaba que muriese de una buena vez y así quitarse esa carga. ¿Por qué no adelantaba el proceso él mismo? Simplemente porque no era tan importante como para tomarse esa molestia. Se colocó el sombrero y tomó un bastón, puramente decorativo, no es como que lo necesitara para andar, pero siempre daba un pequeño toque de clase al conjunto.

Sus pasos fueron seguros por París, porque tenía un lugar claro en mente. La tienda del joven Antinous, con quién había tenido un encuentro un tiempo atrás. La gente habla de amores a primera vista, flechazos inexplicables. Kerevan en ocasiones los sufría, pero no eran por sentimientos como el amor o el capricho romántico, lo suyo iba más allá. Aparecía una persona que llamaba su atención de forma poderosa, porque él deseaba, desde ese mismo momento, añadirlo a su colección. Lo más increíble era el hecho de que era un muchacho, un varón, y hasta la fecha todas sus pequeñas eran mujeres y niñas, él sería probablemente el primero y quizás último que desearía añadir a sus estanterías. Pero lo deseaba, por Dios que no podía dormir pensando en ello.

En cuanto vio el lugar indicado echó un rápido vistazo a la fachada, apenas tomando unos segundos antes de dar un empujón a la puerta y abrirse paso dentro del establecimiento, sacándose el gorro al entrar, por cuestión de educación. Sus ojos solo echaron una ojeada fugaz al entorno antes de buscar con ansias al más joven, hasta poder dar con él. Sus labios respondieron automáticamente con una amplia sonrisa. Y entonces supo que no quería solamente hacerlo su muñeco, no...también quería hacerlo suyo, al menos una vez antes de llevarlo a la muerte para poder quedarse con su eternidad.

Buenas tardes. Monsieur, aquí estoy tal y como le prometí que haría.— su voz era amigable y suave, como siempre cuando trataba con los demás, en un intento de ocultar toda la maldad que se escondía en su interior — Espero no interrumpirle en sus labores, porque pretendo robarle un buen rato de su tiempo. — dio un par de pasos más hacia su posición, esperando a recibir una bienvenida por su parte. Sus ojos viajaron por un momento hacia su cabello, esa maraña de rizos rubios que se veían tan naturales y perfectos enmarcando su rostro. Hacer una reproducción de ese varón sería, sin duda, un verdadero reto. Era mucho más difícil poder plasmar toda la belleza de un hombre, sin romper con su masculinidad. Pero estaba más que seguro de sus dotes, y sabría que lo lograría.







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Mensaje por Antinous di Vicenza Miér Feb 13, 2013 7:59 am

¿Cuál es la peor de las virtudes sino la esperanza? Aquel sentimiento que irremediablemente las personas conservan dentro de ellas, un deseo de lograr los propios anhelos, una fe ciega e intrínsecamente ligada al alma que impide el rechazo a la vida hasta que, una vez perdida la ilusión, se haya perdido todo. No, no hay ninguna peor. El mayor mal que achaca al hombre se esconde tras un bonito nombre, fuente de futuro y origen de decepciones. Una plaga eterna. Una catástrofe. La ineludible tragedia.

Por esa cualidad era por la que Antinous se hallaba unido a su propia existencia, un ciclo que se repetía una y otra vez en el tiempo, con episodios diferentes, pero con serias e innegables similitudes que no era capaz de eludir. Jamás había llegado a la madurez física y jamás creía que llegaría; jamás había logrado un desenlace feliz y había relegado sus expectativas de lograrlo a la mera omisión. Y, sin embargo, aún había espacio suficiente para la incertidumbre y ésta creaba efímeras probabilidades de una opción a la casualidad. Como conclusión, no podía tratársele con otro apelativo que no fuera el de iluso, como a la gran mayoría de sus congéneres. Ya no buscaba lo que ansiaba, es más, decía rechazarlo de manera frontal e inequívoca, pero era tal falsa aquella afirmación que ni él mismo era capaz de creérsela sin dudar; tan sólo era la tenacidad del terco obstinado lo que le permitía no ceder ante lo inevitable. Tampoco era consciente que aquello no le sería suficiente para vencer al destino.

Mientras quitaba el polvo despreocupadamente a un antiguo busto romano, encontrado en las cercanías de Cahors, dejaba a su mente divagar en recuerdos del dichoso pasado. Sin embargo, prestaba más atención a las formas que se habían creado en la piedra que a la limpieza en sí, recorriendo los rasgos como si estuviera sometiendo a un exhaustivo examen a la talla. La nariz aguileña le llevó a un vacío por el que cayó a unos finos labios, subiendo por los pómulos hasta una magullada oreja izquierda y un escaso cabello que delataba la avanzada edad del modelo. No tenía ni la más remota idea de quién era aquel que se hallaba retratado, aunque era obvio que alguien con poder adquisitivo, quizás un terrateniente o un patricio. También escapaba a su entendimiento el cómo había acabado perdido enterrado en los campos aledaños al río Lot, pero, aunque le generaba una mínima curiosidad, había tantas incógnitas guardadas entre los elementos de la tienda que aquella, en particular, no representaba una singularidad especial. Cuando llevaba alrededor de cinco minutos dedicado a esa única pieza, escuchó a sus espaldas el inconfundible sonido de la puerta girando sobre sus goznes, haciendo que alzase la cabeza y se encarase a aquella dirección.

La visión que se le apareció tardó dos segundos en convertir la sorpresa en la fácil sonrisa de su jovial rostro. Con paso firme, la figura de un varón de significativo porte se acercó a él, semiocultando los rasgos faciales bajo la sombra que proyectaba el ala del sombrero. Y, pese a esa contrariedad, fue imposible no reconocerle. El monsieur Flourite, dueño de una empresa textil, poseedor de unos rasgos viriles y aficionado a la refinada ocupación de la creación de muñecas de porcelana. Fueron esas dos últimas cualidades, en especial esa tercera, las que despertaron el interés del rubio y las que hicieron a la singular defensa que había establecido a su derredor tambalearse un ápice, más que suficiente como para que el río que era él comenzara a erosionar lentamente la piedra del muro. Los alargados labios, que escapaban de la penumbra, se despegaron entonces para pronunciar unas seguras palabras que llegaron a endulzar unos oídos que ya las estaban aguardando con ansia.

- Mi labor es dedicarme a mis clientes, así que todo tiempo robado estará bien invertido. – le contestó, conteniendo la lengua para no delatar la intención que guardaba de dilatar los momentos en su compañía. Dejó el trapo junto a la escultura, sin mirarla más, y terminó de erguirse para adoptar una postura más correcta – Venía a por un regalo para su padre, si no recuerdo mal, – y podía asegurar que no lo hacía, pues había esperado con una malsana ansia que aquel instante llegara – así que dígame algo por donde podamos empezar a buscar. La mayoría de nuestros suministros proceden de las culturas clásicas y egipcia, aunque también tenemos de otras procedencias. – le comunicó, queriendo empezar a tantear, aunque sin extenderse mucho más para dejar que fuera él quien expusiese sus necesidades.


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Mensaje por Kerevan D. Flourite Sáb Feb 16, 2013 1:27 pm






◥◣ Sus instintos eran más fuertes que él...


Y el muñequero se vio totalmente incapaz de retirar los ojos de su presa, del muchacho que ahora le recibía como el simple dueño de un negocio. Sus labios no borraron en ningún momento la sonrisa cordial que habían formado, mientras lo veía levantarse y ofrecer sus servicios. Sinceramente, le daba absolutamente igual comprar nada para su padre, no era un hombre importante en su vida ni mucho menos, en realidad solo esperaba paciente a que muriese de viejo o de soledad, fingiendo ser el buen hijo que heredaría su herencia, cuando era el que se lo había arrebatado absolutamente todo. Pero claro, las excusas eran parte de su vida cotidiana.

Veo que tiene buena memoria, así es. Espero conseguir algo especial y diferente, algo que pueda conservar de por vida.— probablemente el muchacho de cabello rizado no podría entender qué tan veraces eran sus palabras, mucho menos el hecho de que no estaba hablando de ninguno de los objetos que le rodeaban, estaba hablando de él. Mientras lo escuchaba, aprovechó para retirarse el abrigo que llevaba, tanto este, como su sombrero y el bastón, quedaron en sus manos. Así que buscó con la mirada algún perchero o superficie donde poder dejarlos, de no ser así, tan solo los seguiría sosteniendo en las manos — Ah, me deja en evidencia. — terminó por decir, soltando una risita baja y estudiada, sacudiendo también la cabeza — Debo delatarme como un completo ignorante, mi querido marchante, pues no conozco prácticamente nada de otra cultura que no sea la nuestra. — se ahorró decir que también la de los muertos, eso no era de su interés.

Sus ojos dieron finalmente con lo que había estado buscando, así que se acercó para depositar sus pertenencias y así verse libre de estas, mucho más cómodo que estando con los brazos ocupados. Aprovechó luego para recorrer la tienda, dejando que el muchacho fuera quién se acercara para acompañarlo en su paseo, si es que esa era su forma de atender. Esperaba que no le hiciera estar pegando gritos como un vulgar gitano, de un lado a otro, mientras caminaba para observar los objetos, sería demasiado burdo.

Mi padre es un hombre bastante mayor, algo huraño y triste. — no lo estaba vendiendo precisamente como una de las mejores joyas de París, pero no es que le importase — Pero sabe reconocer las cosas hermosas y de valor, supongo que eso lo heredé de él. — le dedicó una mirada de soslayo, sonriendo de medio lado — Así que creo que me fiaré de mi instinto. Cuando algo me guste, me lo llevaré. Eso quiere decir que vas a tener que hacer gala de tus mejores armas de seducción comercial para encajarme lo más caro. Y te aviso que no soy fácil de seducir.

Cuanto más rato le estuviera dando largas con objetos que no le interesaban, más tiempo podría estar a su lado, conocerlo, olerlo, mirarlo...disfrutarlo. Por supuesto mostraría interés, tampoco es que fuera a disgusto, y puede que hasta encontrara algunas cosas que le gustasen de verdad hasta para él, para decorar su futura tienda o para regalar a su esposa. Aunque no estaban muy bien las cosas con ella últimamente. Kerevan comenzaba a temer que tuviera el útero muerto, porque seguía sin quedar en estado y eso le frustraba sobremanera. Pero bueno, no era momento para pensar en problemas familiares, simplemente para escuchar la voz del muchacho y buscar cualquier excusa para acercarse un poco a él, ya fuera para mirar más de cerca algún objeto o simplemente para poder "escucharlo mejor".







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Mensaje por Antinous di Vicenza Vie Feb 22, 2013 7:29 am

El joven anticuario esperó la respuesta sumiéndose en un breve ensimismamiento. Sus ojos quedaron prendidos en el otro hombre, mirando sin ver y, pese a todo, dejándose embriagar por el conjunto. Era quizás su presencia la que se le hacía irresistible, aunque, por mucho que mirara, su físico no lo lograba desmerecer. Así fue que, en su abstracción, no pudo percatarse de la inmediata necesidad de aquel de deshacerse del abrigo que portaba hasta después del momento en el que hubiera sido cortés reaccionar. Fue a enmendar su error, pero él se le adelantó, encontrando el perchero antes de que él lograse emitir palabra alguna.

- Bueno, casi todo lo que puede contemplar tiene largos siglos de existencia; estoy seguro de que estas piezas aún tienen intención de alargar su vida unos pocos más. – sonrió amablemente mientras se acercaba para ponerse a su vera.

La diferencia de altura entre ambos se hizo latente en aquel instante, pues Antinous era ciertamente un varón menudo, mientras que el otro podía jactarse de una estatura superior a la media. Aquello resultaba un incordio al que, de todas formas, ya estaba acostumbrado. Y, sin embargo, esa cuestión sólo ocasionaba al menor encontrar al otro más imponente aún de lo que ya era, dificultando su labor de intentar evitar aquellas emociones, sobretodo en esos momentos profesionales en los que tenía que intentar cautivar al hombre con alguna de las obras maestras que debía vender.

- Últimamente comienza a interesar la mercancía procedente de Egipto y, aunque debo reconocer que no tenemos demasiadas existencias, le garantizo que las que puede ver son de la máxima calidad. Por ejemplo, esos amuletos que ves aquí – se refirió a unos Udyat encerrados en una vitrina que quedaba junto a ellos, iluminadas por la luz que podía filtrarse por la ventana que quedaba inmediatamente tras ellos – datan de la XIX dinastía y se utilizaban para evitar el mal de ojo, entre otras cuestiones. – el creciente interés por el país del Nilo se debía a la reciente visita del ejército francés a la región, fines militares que habían tenido una seria repercusión tanto en la moda como en el arte que comenzaba a reinar en el buen gusto europeo – Sin embargo, si me permite mi opinión personal, la cultura egipcia, pese a fascinante, desmerece cuando se la compara con la calidad y la manufactura de los últimos periodos de la escultura griega y romana. – continuó andando mientras se refería al grueso de la colección que podían presenciar, haciendo gala de su especialidad en aquellos temas, que no se debía a otra cuestión que a haber tenido contacto de primera mano con aquel mundo; haber tenido contacto y recordarlo – Tenemos figuras griegas y romanas. Creo que, si pretende impresionar a su padre a la vez que otorgarle un obsequio que pueda exponer correctamente, debería escoger una de estas.

El muchacho giró un momento la mirada para hacer un breve recordatorio de lo que podía ofrecerle. Mientras tanto, llevó una mano a su cabello, enredándolo con él y terminando por atrapar un mechón que enroscó alrededor del índice y que terminó por soltar delicadamente, recuperando éste su forma original, aunque no completamente su posición precedente.

- Quizás le pueda gustar la que se encuentra aquí. – avanzó un par de pasos hacia su izquierda para ponerse bajo la sombra de una forma antropomorfa que jugaba a mantener el equilibrio al sostenerse únicamente sobre un pie y que se hallaba elevada sobre un pedestal de, quizás, un metro de altura – Se trata de un efebo procedente de unas excavaciones en el valle del Po. Está realizado en mármol. – le informó.


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