La Oscuridad Consume Todo, Hasta El Corazón Del Más Noble [Privado Aryel]

por **José Alfonso De Castilla** Jue Feb 07, 2013 7:19 pm

No había nada más que decir, ninguna palabra por pronunciarse; ni tampoco alguna acción que realizar. Se había hecho todo ya, y lo único que quedaba por hacer ahora era esperar, esperar que el plan diera resultado; o más bien, rezar unos cuantos Padrenuestros y Ave Marías junto con un ritual tribal para que aquella mujer llegase hasta él y enfrentase lo que debía haber vivido hace mucho tiempo. Se había tardado demasiado en darse cuenta de que ella era la responsable de la pena, la rabia y la frustración del León, y esa tardanza le había costado cinco vidas, lo que en términos bélicos era menos de medio cabello del poderío militar de los defensores de quien permanecía sentado en uno de los dos tronos de colores dorado y rojizo de aquel salón, pero en términos emocionales esas cinco vidas eran capaces de aplastar la moral de quien sólo observaba al frente esperando una respuesta. No iba a volver a fallar. No podía permitirse el lujo de ello. Más aún cuando era la última defensa de sus hijos.

No había rastro alguno de lágrimas en su rostro endurecido, casi congelado a la fuerza para el complejo momento que iba a experimentar en supuestamente apenas unas horas. Su corona bien ceñida a la cabeza y su traje negro con todas sus medallas ajustado al cuerpo recuperado en peso tras pasar meses con apenas unos bocados realzaban su semblante al fin decidido aunque preocupante para las dos filas paralelas de guardias que escoltaban los pasos que se darían en la alfombra rojiza para poder llegar hasta el Rey. Incluso su espada, la cual descansaba fielmente en uno de sus costados perfectamente pulida y afilada había decidido hacerse presente en la vestimenta del rubio, y eso sólo podía significar una cosa: no iba a convertirse en un mero “adorno” con filo en esa reunión. El León de España estaba sediento de sangre.

Miró de reojo el trono vacío a su derecha, y como si lo hubiera realizado a modo de predicción las puertas del Salón del Trono se abrieron de par en par, dejando entrar a un grupo de diez guardias perfectamente alineados y formados como una coraza que guardaba y protegía –o más bien mantenía aislada- a esa viuda negra de porcelana que podía contemplar a la perfección desde su posición, con las garras aferradas a los posabrazos, controlando los impulsos guiados por la frustración y la venganza. Hizo una mueca de visible odio apretando los labios, y se levantó quedando a mayor altura que ella por las escaleras que servían de puente con el piso azulejado, como conexión entre él y el resto. Entre el León y sus protegidos, como también entre el León y sus víctimas.

Sin embargo, ¿Quién era la víctima en ese encuentro?

por **Aryel** Sáb Mar 16, 2013 8:35 pm

“Pequeño, pequeño ratoncito corriendo en un laberinto mármol, pudiste llegar a la salida tantas veces, pero nuevamente te has estrellado contra la pared”. Esa fue la decepción que sentí cuando aquellos guardias irrumpieron en mi pacífica villa en la vieja Germania en búsqueda de quien al parecer iba a ser acusada del asesinato de su reina. ¡Menudos idiotas! Primera muerte de la Casa Real Española que no tenía a mi haber y sospechaban de mí, sí mis queridos, son unos completos ineptos, incluyendo al bruto que tienen por Rey.

Por eso me colmaba de lástima la idea de asesinarlos y llegar a Madrid por mis propios medios, los que claramente no incluían ir de prisionera ¿Acaso sabían lo que yo era? Más bien ¿Les había dicho su Rey que fácilmente podrían convertirse en un aperitivo para mí? Y luego se supone que soy yo la pérfida asesina sin corazón. En fin. Divertida dejé que rodearan mis muñecas con unas inútiles cadenas, mientras la noche cómplice de esta obra de teatro protegió el anonimato de una mujer que pretendían castigar injustamente.

El viaje tardó cuánto ¿Dos semanas? Tal vez un poco más, sin más compañía intelectual que la mía propia, dado que la única utilidad de los guardias que insistían en ir a mi lado en el carruaje se reducía a servir de alimento. Y traté de contenerme, lo juro, pero como pueden ver, mi palabra no vale demasiado, así que al momento de llegar a puertas del castillo prácticamente todos habían pasado por la caricia de mis colmillos, aunque solo dos, los más jóvenes, no consiguieron despertar de su sueño.

Con aquellas bajas y sin darme un tiempo de gracia para cambiarme por ropas más adecuados para el duelo que se vivía dentro de las frías paredes de piedra, mi vestido de un vivo rojo irrumpió por las pesadas puertas que finalmente daban a quien creía haberse convertido en mi captor. Pero yo era orgullosa, y él lo sabía, así que debía saber también que cualquier vano intento por hacerme daño sería eso un intento, porque su cabeza rodaría a mis pies antes de que su espada rozara siquiera mi piel.

Debía reconocer que los años, y aún más ese aspecto algo demacrado, le habían sentado de maravilla junto a ese ímpetu de árbol que se niega a caer preso de las circunstancias. Sin duda delicioso. Y dado que él iba de negro, en el tablero me tocaría de hacer las piezas blancas, las que siempre se movían primero, así que lo miré fijamente y sin ningún atisbo de preocupación, antes de concederle una leve reverencia – Mi más sentido pésame, Su Majestad – dije sin sarcasmo evidente en la voz, aunque probablemente sí en las intenciones – Entiendo que la muerte de la Reina Isabel haya coronado aquella espiral de dolor que ningún otro ser aparte de usted puede entender – dije solo con la intención de avivar el fuego de sus heridas – Dejándote solo con tu primogénito, pero… ¿Podrías decirme por qué has solicitado mi presencia de forma tan agresiva? Más aun sabiendo que era necesario solo un llamado para hacerme volver hacia ti – agregué, dejando de lado la formalidad, y para obvia sorpresa de los guardias que desconocían aquel pasado del que seguramente no estaba orgulloso.

“Por adelantado debo decir que lo siento Mein Liebe, pero has sido tú el primero en escarbar en un pasado que ahora no se irá tan fácilmente, menos pudiendo conseguir un asiento tan cómodo como aquel que yacía vacío al lado del tuyo. Esto podría considerarse el comienzo de la venganza por aquella desavenencia que años atrás le hiciste a una antigua amiga”.

por **José Alfonso De Castilla** Jue Mar 28, 2013 7:24 pm

Sus palabras hicieron que sus hombros se tensasen aún más, que su pecho latiere con más fuerza – con el riesgo que eso conllevaba para su salud – y que el estrés mental por la situación que estaba viviendo también sufriera un aumento que en ocasiones era importante. Aquella mujer tenía la valentía – o en un sentido más masculino, la hombría que muchos varones no tenían – de realizar un asesinato uno tras otro, de acabar uno por uno con las personas más importantes para la persona que estaba frente a él; y de admitirlo frente a éste rodeada de guardias entrenados para eliminar cualquier amenaza y proteger la menguada vida del Monarca, el que observó con frío recelo el momento en que algunos subordinados murmuraban sobre el tema más evidente que les había provocado hacer una serie de cuchicheos: ¿Qué relación tenía el Rey de España con aquella asesina serial?

Uno de los presentes, que ostentaba una cantidad importante de medallas y otros distintivos ceñida a su elegante ropa dando cuenta de su cargo militar, no fue capaz de mantener la compostura por más tiempo, alzando la voz ante la breve intervención de la única mujer presente en el salón - ¡Silencio, mujer! ¡El Rey no os ha dado la orden de hablar, y mucho menos de esa forma! ¡Os mandaré cortar la le- - Pero un simple intercambio de miradas terminó por sepultar completamente aquel arranque, dejando al hombre que aparentaba una edad cercana a las cinco décadas paralizado e intimidado por los ojos del León, quien con ferocidad innata e implícita – y sorprendente, por qué no decirlo – se hizo respetar. – Cuando desee detener las palabras de alguien, seré yo quien lo haga cuando estime conveniente. – Dijo realzando el “yo”, sin dejar de mirar a quien castigaría luego en privado – Y esto va para todos sin distinción, ¿Entendido? – Los ojos llenos de rencor del León observaron su alrededor, notando el reacomodo de su gente ante la orden que ya no se caracterizaba por la nobleza, sino que por una connotación distinta difícil de describir. Aún así – o más bien, por eso – el “Sí, Su Majestad” se escuchó fuerte y claro por parte de todos.

Cuando el orden por fin regresó a aquel salón, José devolvió la vista a aquella mujer, y la observó con detenimiento. No podía decir que había cambiado mucho físicamente, ya que conocía su condición y lo que ello implicaba. No había que ser un erudito para darse cuenta de lo que era esa mujer. Su tono pálido de piel, su figura despampanante y esa frialdad mental literalmente inhumana…todo conjugaba en ella para transformarla en una mujer de armas tomar, y que no se debía subestimar. No después de lo que había hecho.

Sin embargo, la decisión y posterior orden que hizo respetar distaba bastante del cuidado natural que se debía tener lógicamente con una persona o criatura de tal índole como la que tenía en frente. No aceptó los rostros de incredulidad de algunos y de reprobación implícita de otros. Simplemente esperó que todos se marchasen, confirmándose esto con el ligero estruendo que se desprendía de la puerta de la habitación al cerrarse. Sus soldados y ayudantes estaban preocupados debido al potencial peligro al que había decidido someterse el Monarca, pero su rostro pétreamente serio les daba algo de seguridad. No era una confianza completa, sino que más bien una fe ciega en que si José les había dado esa orden, era por algo. Sabía que esa mujer no podía hacerle daño, ya que a él era precisamente al que quería. Había derribado cada uno de sus lazos, uno por uno, para tenerlo justo al frente.

Y una vez que estuvieron completamente solos, habló.

- ¿Debería molestarme en responder, Aryel? Creo que sabes mejor que yo el motivo por el que estás aquí.

por **Aryel** Sáb Jun 01, 2013 6:54 pm

Sentía los labios falsamente agrietados, por una sed que no era tal, sino la gula que le provocaba recordar aquella sangre real que físicamente no se diferenciaba en absoluto de la del común de los mortales. Pero psicológicamente ¡Ah! Era tan diferente el saber que corría por las venas de alguien que se preciaba tan poderoso, y que al corromper la indemnidad de aquellas venas generaba un nuevo estatus, uno en las sombras que quedaba aun sobre el poder de la víctima. Una superioridad por la que estaba dispuesta a sacrificar un poco más de tiempo en el tablero.

Me volteé para mirar con desagrado a aquel anciano que había abierto la boca para regañarme ¿Acaso no sabía que con una mano podía destrozarle la mandíbula en mil pedazos? No lo miré con enfado, fue más bien cierta indiferencia, eso hasta que su Monarca reprendió enérgicamente su interrupción, porque la sonrisa en mi rostro fue evidentemente cínica.

Volví a dirigir la mirada hacia el Rey, y suspiré, como lo hubiese hecho cualquier persona orgullosa de aquel semblante tan masculino e imponente. Pero yo no era la princesa del cuento, o al menos no aun… ¿Podría serlo?

Por eso cuando ordenó que todos salieran de la habitación, un estupenda posibilidad cruzó por mi cabeza, porque no importaba nada de lo que hubiese hecho antes si no había sido yo la culpable del último golpe, por más que hubiese deseado haberlo hecho yo dada mi poca simpatía con aquella mujer. En fin, podía usar aquello como la excusa perfecta para irrumpir en su mente con mi veneno, aunque como es obvio mi interés no era verlo muerto, algo que seguramente él también sabía o de lo contrario jamás hubiese dado aquella orden.

Cuando la puerta se cerró el volvió a hablar, con un tono radicalmente diferente al anterior, uno que no acababa de entender, pero supongo que esta vez el contenido de las palabras era suficiente como para responderle – ¿Acaso no tienen ciertas reglas antes de condenar a alguien como culpable? – rebatí dando a entender implícitamente que sabía a lo que se refería – Entiendo tu dolor, aunque no lo creas – agregué en un leve arrebato de sinceridad, porque sí, por más que me esforzara en olvidarlo yo también había perdido a alguien – Y honestamente, en tu posición, también habría sospechado de mí, pero nos habríamos equivocado – dije encogiéndome de hombros con esta verdad incompleta o mentira a medias.

Le di unos cuantos minutos para que meditara aquello, quizás para que notara las contradicciones en las pistas, si las habían, para dar conmigo, aunque no esperaba que se diera cuenta por sí mismo, porque en el estado en que parecía encontrarse seguramente haría calzar forzadamente las piezas, formando un puzle que para cualquier otro no tendría ni pies ni cabeza, pero que para él sería la teoría más evidente. Mientras por fin podía darme el gusto de analizar los detalles de la habitación en la que estábamos, y cómo no, merodear en ella para darme cuenta que caía nuevamente en aquel trono sin dueña.

- Estaba en una villa en Italia cuando Isabel fue asesinada – dije fríamente mientras ponía ambas manos en el respaldo del trono del león de España – Tengo mis propios asuntos también, como para darme el tiempo de planear intrigas contra ella por más que me desagradara, pero si quieres averiguar la identidad del culpable te ofrezco mi ayuda y recursos – dije casi desinteresadamente mientras las yemas de mis dedos admiraban el tallado de aquello que era mucho más que un simple mueble – Por los viejos tiempos – rematé cuando por fin estuvo nuevamente frente a mí.

Usé ese mismo contacto visual para doblegar cualquier sospecha u orgullo que pudiese interponerse en mi cuartada y el posterior ofrecimiento. Una mente frágil y tan dañada como la suya no tardaría mucho en caer frente a esos aberrantes dones que poseía mi especie, el punto estaba en cómo lo usaría cuando aceptara.

por **José Alfonso De Castilla** Mar Jun 04, 2013 5:12 pm

Si su acompañante y principal sospechosa de los atroces crímenes que habían privado al León no sólo de los cuerpos, sino también de las figuras emocionales que significaban tres hijos, una esposa y una hermana hubiera sido un varón, el estoque ya habría atravesado piel y músculo y se habría bañado de muerte, y sus puños ya habrían deformado rostro y roto huesos, todo perfectamente entramado de tal forma de que nadie se enterara que el castigo había sido ejecutado por medio de una cruel autotutela privada en vez del castigo que dictaba la tradición: la guillotina. Sin embargo, tenía a una figura que se había dado el lujo de poseer en un pasado más escabroso que el reciente, aunque costase hallar algo peor que las sucesivas muertes de sus familiares. Una figura de curvas pronunciadas, delantera voluptuosa y cadera infernalmente provocativa; y la dueña de éstas supo cómo engatusarlo, pero el León tomó prestada la astucia del Zorro y la crueldad del Escorpión para dejarle entre las sábanas y entre las cortinas, para no volver a verse. Por desgracia, lo que no sabía, era que se había acostado con una Viuda Negra, que pacientemente tejía su telaraña alrededor de la figura del León otrora glorioso, y ahora magullado y maltratado por los embates que la vida le había endosado.

En antaño, parte de él habría tomado como perfectamente válidas sus palabras, revestidas de lógica y hasta de una sorprendente –o quizás poco fiable- sinceridad. Eso en un pasado ya enterrado por los cimientos que se derrumbaron y lentamente se reconstruyeron de forma más minuciosa y fría, amparados por un deseo de venganza que rompía con toda humanidad. El León estaba preso en una jaula que no resistiría mucho más los golpes contra los barrotes, preso también de su propia frustración al no haber sido lo suficientemente eficiente y capaz de proteger a aquellos que eran el motivo de sus lágrimas casi todas las noches. Prácticamente no quedaban vestigios del hombre alegre y amable, ni del casanova ni del amante cuidadoso; lo único que quedaba era ese cuerpo que se volteaba a mirar al demonio con cuerpo de ángel que buscaba convencerlo –cómo no, tenía que demostrar su inocencia- de que no era responsable de la última, sino la más dolorosa de las puñaladas a su corazón de por sí destrozado.

Recto y estoico – y también ciego y terco – desplazó los argumentos ajenos con una negación, mirándole a los ojos que terminaron por distraerlo y atraerlo a la vez a la red que lo cubrió de inmediato, impidiéndole de golpe cualquier movimiento que no fuera el que la mujer de contraste blanquinegro quisiera. – No intentes mentirme, Aryel. Puede que hayas estado en Italia, pero eso no te quita el ser la autora intelectual de la muert-

Y el silencio vino de la mano con la sonrisa de quien ve que su plan empieza a desarrollarse con éxito. La fiereza pura y sincera de su mirada se nubló de tinieblas, y su corazón comenzó a mancharse lentamente del veneno negro que se expandía progresivamente por todo su cuerpo. El León gruñió aturdido, cayendo al piso enrejado con una pata saliendo por uno de los espacios ente los barrotes. Su mirada se perdió en quién sabe qué o dónde para dejarle los ojos antes castaños ahora sin brillo, y con una escalofriante “normalidad” terminó por cerrar los ojos bajando y luego abrirlos subiendo la cabeza, como si ese movimiento hubiera bastado para tomar el control de su figura, y más importante, de su poder. – Confío en que tus refuerzos serán de gran utilidad. No sabes cuánto te lo agradezco. - ¿Aquella era una sonrisa sincera? Sincera dentro de la mentira, claro – Por los viejos tiempos…-recalcó…¿nostálgico? mientras contemplaba a aquella Viuda que dejaba que el tiempo preparase todo para la mordida final. El León ya estaba sedado, y a su merced.

por **Aryel** Lun Jun 17, 2013 12:08 am

Ahora que le hacía aquel ofrecimiento, un extraño sabor quedó en mis labios, quizás porque me había tomado demasiado en serio mi papel de inocente del asesinato de esa mujer, pero si no había sido yo, tenía que averiguar quién había sido y por qué. Si era algo contra la corona, José también corría peligro, y por lo tanto, mis planes, así que por mi propio bien debía mover mis hilos pronto. Esto era un ligero cambio de planes que se traducía en que un mero chivo expiatorio ya no serviría de nada, y que tendría que volverme la niñera de lo que quedaba de la familia real, lo que volvía indispensable mi presencia en España.

Ocupada estaba en aquellas elucubraciones que apenas había prestado atención cuando había vuelto a hablar, en palabras que obviamente me esperaba de buenas a primeras. Iba a protestar, incluso a replicar, pero más temprano que tarde su voluntad caería en mis manos, no de forma definitiva, ni mucho menos de forma absoluta, pero si lo suficiente como para empezar a jugar con él. De hecho, me sorprendí cuando acto seguido aceptó de inmediato un ofrecimiento, como si hubiese olvidado por completo las palabras que estaba diciendo antes, lo que me hacía preguntarme por su real estado mental ¿Tan mal? Me decepcionaba. Porque esperaba mucho más del gran Rey de España, incluso me hubiese gustado más que golpe tras golpe se hubiese insensibilizado al extremo de la apatía ¡Eso hubiese delicioso! Un monarca sanguinario, en lugar de un hombre débil que a duras penas se mantenía en pie. Una lástima.

Por eso suspiré, lo que coincidió al ser posterior al momento en que escuché mi propia frase anterior salir de sus labios, haciéndolo parecer un suspiro de alivio frente a su respuesta afirmativa. Oculté la decepción de que hubiese “accedido” tan fácilmente con una sonrisa conciliadora y aparté mis manos de su trono – Me alegra que hayas recapacitado – dije para luego caminar hacia donde él se encontraba – Juro, por la memoria de los que perdiste, que los encontraremos – agregué con una firmeza y convicción dignas del mejor de los teatros.

Pero debía sellar la farsa, y claro, hacer que él también convenciera sus propios subordinados de que iba a ayudarlos en su cacería. Es más, cuando diera con los responsables, no sería yo quien me ensuciara las manos, renunciaría a todo ese crédito en favor de esos ineptos para así disminuir las sospechas. Era casi perfecto. Aun habían unos cabos sueltos que tenían nombres y apellidos.

Posé una de mis manos sobre su hombro derecho, y acabé deslizándola por su brazo hasta tomar su mano. Era el primer contacto físico después de muchos años, casi deseaba que ya sus fuerzas se hubiesen recuperado, para que al menos en la cama tuviese el mismo brío que antes cuando a pesar de su edad no me parecía más que un mocoso con mucha estima propia ¿Cuánto más habrás aprendido, my dear? Considerando la cantidad de hijos, podría especular al respecto, aunque siempre era mejor corroborarlo empíricamente.

Cuando enganché su mano a la mía, me acerqué ágilmente para depositar un beso en su mejilla, pegando, conscientemente por supuesto, mi torso a su brazo para luego tomarme de él, aunque sin ofrecimiento previo – De momento, me encantaría que pudiésemos tratar de otros asuntos más alegres – dije mientras lo conducía a las puertas que otrora se habían cerrado dejando fuera a esa comparsa de idiotas que tenía por séquito – Pero como seguramente sabes, debo buscar a un mensajero para encomendarle tu pedido a un viejo conocido, y claro, un hotel seguro donde poder hospedarme antes de que salga el sol, con todo este ajetreo he perdido por completo la noción del tiempo - agregué inocentemente introduciendo en su cabeza la semilla de una idea, una invitación, que luego considerara como propia. Casi parecía que estaba huyendo, y en parte era esa la impresión que buscaba darle, por eso me solté de improvisto de su brazo y puse mis manos en la puerta, dispuesta a abrirla, pero esperando que me detuviera.

por **José Alfonso De Castilla** Dom Jun 23, 2013 10:10 pm

El rostro externo del León se mostraba sereno, casi como adormecido, como si no estuviera pendiente de lo que sucedía en frente suyo; pero al mismo tiempo era consciente, aunque sólo gracias a la influencia que lentamente desplegaba sus pegajosas redes por el cuerpo del hombre más importante de España, atravesando piel y carne para llegar a aquellos lugares fundamentales tan destruidos por el pasado reciente. Cualquier persona externa a la realidad del Rey lo vería como alguien serio, con una calidez fría pero verdadera. Sin embargo, habría “algo” que no encajaría completamente cual pieza en el lugar equivocado de un rompecabezas: sus ojos sin chispa, idos, anestesiados por el veneno de quien retorcía más su mente, manejándola y rehaciéndola de a poco según sus deseos, edificando lo que debía considerarse como “su” pensamiento propio.

- Confío en que así será. Y recibirán su castigo – replicó copiando su actitud decidida, observando con “atención” cómo se acercaba y rozaba con sutileza contra su cuerpo, sobretodo cuando su brazo se vio atrapado en el generoso atributo delantero de la mujer milenaria; aunque la importancia llegó hasta allí de momento. Ni siquiera un roce del sexo opuesto después de tanto tiempo pareció causar efectos en él, solamente caminando con la vampiresa, siguiéndola desconociendo sus intenciones hasta que la escuchó y la vio separarse camino a las puertas que les separaban del resto de los individuos que expectantes y nerviosos esperaban el desenlace de aquella reunión privada, sin siquiera imaginar lo que ocurría dentro de la habitación –y que hubiera sorprendido a cualquiera, incluso a sí mismo.

La mano izquierda se apoyó en el hombro derecho y los labios se posaron por tiempo que los labios se posaron en el oído unos momentos. – No te preocupes. Yo me encargo de todo. – Susurró, dejándola fuera de lo que haría en instantes.

Las puertas se abrieron y todas las miradas fueron a ellos, bajo el fondo de un silencio sepulcral prólogo a una mala o buena noticia que nunca acontecieron. José avanzó un par de pasos hacia adelante, y su voz se hizo respetar fuerte, dura y clara rompiendo con esa ausencia de sonidos que a más de alguno empezaba a estresar – Capitán, prepare a uno de los suyos con el caballo más veloz que tenga a disposición. Leonora, prepara una de las habitaciones de huéspedes. – Indicó con una maniobra de su cuerpo a Aryel y continuó – Esta mujer es la clave para encontrar a los responsables de la ira de nuestro Pueblo y de nuestra Nación. Quiero que la traten con el respeto y la importancia que merece; y el que no cumpla con su deber será tratado y castigado como uno de los asesinos. ¡¿Está claro?! ¡¡Muévanse!!

Todos se desplegaron según las órdenes dadas, y pronto quedaron con nadie más que los guardias y criadas asignados para el cuidado directo y personal del Monarca quien miró a su acompañante y le sonrió con una sutil mueca de sus labios. Centro su vista en sus ojos, y luego miró hacia el frente, a un lugar que nadie más parecía poder ver. Nadie más que él. – Todo…irá bien….

Y las palabras se las llevó el viento, igual que su Voluntad…

por **Aryel** Sáb Ago 03, 2013 5:15 am

Una noche. Eso era todo lo que necesitaba para poder darle a la semilla de mi plan la luz y el agua necesarias para que germinara, lenta pero firmemente. Los demás detalles ni siquiera precisaban ser realizados desde aquí, ni mucho menos por mí, por lo que materialmente mis manos no volverían a ensuciarse en esta intriga. Solo debía mover los hilos y luego dejar que las cosas siguieran su curso esperado. Como ahora, que con cierta impaciencia esperaba saber de qué modo iba el Rey a mendigar mi compañía, humillando de paso al muchacho que años atrás hubiese huido de forma tan categórica. ¿Acaso no veía como se habían dado vuelta las cosas? Y más ¿No veía lo irónico de la escena?

En mi mente comenzaba una cuenta regresiva que partía en cinco, pero a la que no se le dio tiempo de llegar ni siquiera a tres. Aquella mano en mi hombro y la seguridad de que todo iba a la perfección. Ni más, ni menos. Pero una actuación realista requería un poco más de fingida espontaneidad. Por eso, como acto reflejo al oír esas palabras posteriores me volteé con una mirada que mostraba congoja, y que en parte, parecía estarle pidiendo que se detuviera.

Cuando las puertas se abrieron me quedé unos instantes así, para que el resto del séquito tuviese el lujo de ver mi actuación, hasta que bajé la cabeza, fingiendo estar apenada de ver que todos se encontraban observando. No separé la vista del suelo en ningún instante durante todo el discurso, incluso cerrando los ojos con fuerza cuando alzaba la voz, aunque por dentro estaba profundamente complacida y orgullosa de que hubiese comenzado a rugir. ¿No estaba haciendo algo bueno entonces? Después de todo, en parte estaba devolviéndole dándole un motivo por el que sulfurarse, por el que sentirse vivo, aunque aún debía darle otro para recordarle que aún tenía dos pequeños motivos por los que pararse y comportarse como hombre. ¿Desde cuándo era yo tan caritativa? Desde nunca, porque planeaba a tenerme por bien pagada por esos servicios.

Una última orden fue expresada a través de un grito, y supe que era tiempo de que me moviera, porque ya no importaba el nivel de credibilidad que tuviese frente a su escolta debido a la lealtad de estos que como corderitos obedientes no cuestionarían nada. De todos modos me apresuré a capear el par de pasos que nos separaban para aferrarme a la negra tela de su manga, tironeándole y mirándole con una convincente vergüenza – No debiste hacer eso – dije pasando ya a un tono de regaño – No es apropiado que me quede… aquí – dije entrecortado. Sí, era el momento preciso para sellar no solo una estadía de una noche – Además, con tanta gente aquí, estoy segura que nadie podría acercarse ni a ti, ni a tus hijos – agregué, pero casi me sentía culpable decir aquello, más bien, de jugar con algo tan importante como eso, lo que sumado a otro par de motivos menos nobles me hacían abstenerme de arrebatarle también la posibilidad de ver crecer a esas pequeñas bolsas de sangre. Los necesitaba vivos, lo sabía, porque era probable que un golpe más de esas características acabara con José y terminara por hacer que todo cayera en las manos de alguien más, lo que sería contraproducente para mí.

- Pero todo estará bien – dije repitiendo esas mismas palabras suyas, como si buscara hacer que con ello se volvieran ciertas – Sé que conseguirás que todo esté bien, de lo contrario no serías tú – agregué apropósito, haciéndole creer que intentaba desviar el asunto, como si estuviese arrepentida de decirle que sus hijos también corrían peligro. Pero entonces, por una de esas insignificantes mentecillas alrededor se escapó un comentario sobre mi descaro, por lo que rápidamente atiné a soltarlo y dar un par de pasos atrás, dándole en el gusto a la criada que había pensado aquello, pero también esperando ansiosa la reacción del león que ve a sus cachorros en peligro.

por **José Alfonso De Castilla** Lun Sep 02, 2013 4:07 pm

Algo en lo que muchos coincidían y coincidieron durante las conversaciones posteriores a aquella seguidilla de órdenes por parte del Monarca era que éste aún conservaba algo de Voluntad. No sabían cuánta, pero el mero hecho de que el León demostrase tamaña preocupación y energía les aliviaba un poco. Se habían sentido extremadamente impotentes por largo tiempo viendo a su superior sin chispa y sin deseos de vivir, pero todo parecía indicar que la necesidad y la exigencia de encontrar al responsable de que él mismo terminase en ese estado aún seguían siendo parte de sus prioridades, esas que creyeron que habían cambiado por los constantes episodios en que el León quería dar un violento y sangriento término a su sufrimiento.

Verle transformado de forma tan repentina en su actuar era algo que no daba cabida a la sorpresa y a la felicidad de sus subordinados, quienes contagiados por el entusiasmo disfrazado de sobriedad del León Encadenado actuaron en poco tiempo, aprovechando la pareja de quedar en soledad mientras sus órdenes eran cumplidas en tiempo progresivo. Las miradas volvieron a coincidir entre uno y otro, José le escuchó con atención, aunque a medida que avanzaba los latidos de su pecho y su calor se aceleraron de forma ligera, aunque no era algo que había que dejar pasar considerando el historial médico de la cabeza del Reino Español.- Mis hijos… mi…mi prole…- Cerró los ojos, haciendo un movimiento de negación como quien quiere alejar de su mente algo incómodo.- Haré que estén bien… que todo esté bien…

Aquella figura fuerte se desvaneció tan pronto como llegó, siendo presa de la ansiedad a tal punto que cogió de la mano a la mujer de piel pálida llevándola por los pasillos laberínticos de su residencia bajo la espontánea mirada de quien hubiera tenido la suerte de observarles de camino a la habitación que se encontraba en la cabeza del León herido con una fijación comparable a la de un toro con el color rojo. Las puertas se abrieron y los criados se retiraron después de informar que ambos bebés habían terminado de comer y se habían dormido hace un rato. José ordenó que nadie entrase en caso de que fuera algo urgente –vinculado con la persona que más quería encontrar- y las puertas se cerraron tras ellos, siendo vistos por nadie más que por aquella mujer que cual Diosa observaba el futuro del país.

Se acercó a la enorme cuna que albergaba a ambos niños y les contempló con una sonrisa que era el reflejo de lo que veía entre las sábanas de imperturbable blanco. Una cabeza oscura y una clara, fiel reflejo de la relación que los concibió. Verles a ambos era ver dos reflejos invertidos en sexo de sus padres, y quizás era precisamente eso lo que le hacía querer protegerlos tanto, además del obvio hecho de que tenían su sangre. Tras un rato recordó que no estaba solo y dirigió su vista a la mujer, sin notar que estaba algo distinta respecto a hace un rato.- Mis hijos son lo único que me queda…sin ellos…acabaría mi vida sin dudarlo. – Confesó algo ido, mirando finalmente a la mujer que se había llevado su corazón hasta el cielo.

por **Aryel** Lun Sep 30, 2013 11:20 am

Estaba complacida sí, al menos en principio, pero al ver aquella reacción, aquella especie de vacío mecánico no pude evitar sentir aquel amargo sabor en los labios y ese leve entumecimiento en el estómago, que casi hizo que posara en vano una mano sobre ese muerto lugar de mi cuerpo. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Más que desde el cristianismo, más que desde el mismísimo imperio romano, pero aun así seguía removiendo mi interior como si hubiese sucedido ayer. Casi tanto como esas fantasmales sensaciones, me daba asco el saber que aun había algo de humanidad en aquellas conexiones físicas y químicas que generaban, en el cerebro, aquella quimera a la que le suelen llamar sentimientos.

Para mi fortuna no tuve que seguir indagando en ello por mucho más, porque incluso podría hacerme replantear todo este espectáculo, porque sabía que la seguridad de esos pequeños engendros dependía de cómo fueran las cosas, ahora la pregunta era si llegado el momento ¿No sentiría remordimientos?

Una mano cálida, ardiendo más bien, tomó la mía, casi tironeándome en una dirección que ya me temía. Su corazón debía estar bastante acelerado, dado que podía sentir como cada uno de esos conductos que llevaban la sangre por cada rincón de su ser se expandían en un intenso serpenteo que a momentos se me hizo difícil de evadir respecto a la tentación de manejar la velocidad con que la sangre fluía dentro de él, quizás hasta hacer que se detuviera por completo.

Pero debía enfocarme, por lo que sacudí todas esas ideas de mi mente para concentrarme en el taconeo de mis zapatos rasgando el silencio por los pasillos del lugar. Y ya no supe nada hasta que las puertas se cerraron detrás de mí. No quería mirar aquel lecho miniatura, porque sabía que habría asco en mis ojos y que expelería repulsión como si fuese un perfume. Traté de que mi mirada se suavizara, y solo lo logré al notar que cuidándolos desde la cabecera estaba la imagen de aquella mujer, esta vez lo que tuve que contener fue una risilla frente a la situación.

¿Cómo había acabado con ella? ¿Había sido con aquella vez del secuestro? Aún recuerdo la orden y lo poco que me interesaban los medios, solo el resultado. O quizás no. Creo que aquella vez fue su otra hija, la muchacha de cabellos rubios cuyo nombre encontraba de lo más vulgar. Bueno, la verdad es que no recuerdo ¿Para qué habría de molestarme en bagatelas como esas si el producto de todo ello ahora estaba frente a mí?

- Pues eso no pasará – dije poniendo una mano en su hombro – Parecen realmente saludables y tienen un excelente padre – agregué, aunque no les había dedicado mirada alguna a esos pequeños engendros que ahora constituían el único cabo que mantenía a este hombre con vida.

Definitivamente eso los volvía indispensables para mí también. Pero mientras no tuviese que tenerlos cerca todo estaría bien, porque a pesar de que busco la sobriedad en lo que hago nunca se sabía cuándo podía ser sacada de mis casillas al extremo de destruir todo a mi paso, como había sucedido años atrás, en una habitación decorada con una suntuosidad similar.

- Ya ves que están bien, pero ¿Qué hay de ti? – pregunté, ahora apoyando el mentón en su hombro, lo que obviamente traía aparejado que mis pechos se aplastaran levemente en su brazo – Tu rostro no parece escribir un “estoy bien” – agregué, suspirando en su cuello apropósito - ¿Qué podemos hacer para arreglar aquello? – susurré despacio al tiempo que tironeaba suavemente de su brazo, porque no quería pasar ni un segundo más en esta habitación.

por **José Alfonso De Castilla** Vie Oct 25, 2013 9:48 am

Aquel retrato estaba tan bien hecho que la mujer entre los bordes parecía estar viva, con aquellas dos esmeraldas observando lo que sucedía debajo de sus pies apoyada en lo que suponía ser un balcón. Le habían pagado una fortuna al mejor pintor de media Europa, y con la significancia de aquel retrato póstumo el precio de su trabajo y del fruto de éste se había disparado. Todavía recordaba el instante en que lo habían llevado a la residencia y el momento de su inauguración unas horas después. Lo recordaba con tanta claridad que se sentía con la capacidad de describir detalles de la habitación en ese entonces, y con la capacidad de replicar los sentimientos percibidos en aquel doloroso momento, mas no su intensidad. La telaraña y el veneno de la Viuda Negra que estaba a su lado se fortalecían a cada segundo que pasaba, sometiendo a León al punto de comenzar a suprimir sus vivencias pasadas como quien mancha con tinta un papel. Y la tinta negra estaba reemplazando progresivamente al blanco y dorado.

Los labios estaban encorvados en una nostálgica sonrisa que pronto desaparecería, ya que el toque en su hombro le privó de la atención que la vampiresa exigía inconscientemente al hablar. La mueca se marcó un poco más y sus ojos se dirigieron a la cuna, o más bien hacia quienes residían allí desde hace poco menos de un año. Prácticamente no habían enfermado debido a la condición híbrida que debían ostentar – ya que desconocían aún si alguno o ambos habían nacido con la particularidad de su madre – y aquello confirmaba y reafirmaba lo que su acompañante decía. No tenía que ver con él, claro; las criadas hacían casi todo el trabajo y los niños no alcanzaban aún a darse cuenta de que su padre era tan distante con ellos por los embates del destino. Por eso la cantidad de dinero percibida por ellas crecía sustancialmente junto con el desarrollo de los pequeños, convirtiéndolas prácticamente en madres sustitutas. Él no podía encargarse a solas de sus herederos, más aún en el estado físico y mental en que se encontraba.

Un nuevo roce le volvió a distraer, haciendo que ahora sí su sonrisa desapareciera. ¿Cómo responderle? Se suponía que estaba bien, pero al mismo tiempo no lo estaba. Se sentía extraño, y no podía tomarle el peso a lo que realmente sucedía consigo mismo. Intentó mover las patas, pero las telarañas le tenían bien amarrado impidiendo toda capacidad de respuesta. Ladeó la cabeza como pudo, y eso le valió que su brazo fuera gentilmente abrazado y su cuello acariciado de forma insinuante por el aliento ajeno, provocando un estremecimiento del que no fue consciente. Aryel estaba extremadamente cerca. – No lo…sé... -susurró mirándole de reojo, teniendo que cerrar los ojos como si hubiera visto de frente al sol, con la ironía que eso significaba al tener a un completo opuesto al frente. O quizás no tan opuesto. – Vamos…- Dijo al ver que un criado se acercaba y suponiendo el mensaje que iba a transmitirle y que finalmente emitió. ...tienes que descansar… - Concluyó y ordenó aunque el tono de voz no fuera el acorde a ese tipo de expresiones. Aún con aquel contacto tan cercano grabado en su mente por voluntad propia o ajena caminó de vuelta por el pasillo, mirando de reojo cómo aquella obra de arte se teñía de negro a medida que la puerta se iba cerrando. Igual que su corazón sometido a la Oscuridad.

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La Oscuridad Consume Todo, Hasta El Corazón Del Más Noble [Privado Aryel]

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