AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Como un cometa en la brisa | Privado |
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Como un cometa en la brisa | Privado |
Ante los ojos de los compradores, los colores de las frutas y verduras resplandecían sobre el mostrador. Desde tempranas horas, las personas se agolpaban para elegir el mejor producto, el ajetreo y el ir y venir de toda clase de hombres y mujeres, demandaba que quien eligiera como punto de compra el Mercado, fuera poseedor de gran paciencia. Brianna había optado por llevar a Malcolm y a Douglas con ella, su esposo había salido temprano y no tenía quién cuidara de ellos. Ataviada en un sencillo, pero hermoso atuendo de color celeste, con cada uno tomado con fuerza de sus manos, esquivaban a los extraños con gran maestría. Ella corría con la ventaja de su avanzado embarazo, lo que hacía que ganara tiempo cuando algunos considerados le cedían su lugar para realizar las compras, aunque también se sabía centro de miradas, ya que la sociedad reprobaba que las mujeres en cinta se expusieran. No era fácil cargar con bolsas y paquetes en su estado, y menos teniendo a dos niños pequeños preguntando constantemente, pero agradecía que fueran obedientes y se quedaran junto a ella, no como otros, que correteaban de aquí para allá. En el puesto de los pescados, un ladronzuelo intentó robar un monedero que colgaba de la falda de Brianna, pero se encontró con la mirada inquisidora de Malcolm y con la mano de la rubia tomándole suavemente la muñeca. El niño –de no más de seis años, la misma edad que el mayor de sus hijos-, la miró con terror, pero el gesto adusto que había puesto por unos instantes, fue cambiado por una sonrisa. La joven sacó una manzana y se la dio, a pesar del titubeo, el pequeño la tomó, murmuró una disculpa y salió corriendo. Ella observó a su hijo, y éste tenía una mueca de desagrado. —No seas así, Malcolm, ese niño tenía hambre —le dijo con un tono tranquilo, el habitual en ella. —Pero es un ladrón, madre —contestó con su voz gruesa y el gesto aún más endurecido, era tan parecido a su padre… —Tú tienes todos los días un plato de comida en tu mesa y puedes comer cuando quieras, no lo juzgues sin antes pensar en sus necesidades —replicó, pero ya no pudo seguir su conversación, pues Douglas tiraba de su falda, le avisó que ya llegaba su turno de comprar. El vendedor la miró de arriba abajo, a pesar de encontrarse embarazada, no había perdido el atractivo, Brianna no notó la doble intencionalidad de algunos de los comentarios que el hombre hacía mientras ella le hacía el encargo, pero éste se calló cuando en la mano de su clienta brilló la alianza. Había creído que era una mujer de mala vida, pero la rubia nunca se percató; el que sí lo había hecho era Malcolm, que se había cruzado de brazos con el ceño fruncido, el menor, por su parte, le preguntaba por qué ponía esa mala cara, pero sólo recibía monosílabos como respuesta.
Frente al puesto de especias, Brianna fue atendida por una simpática anciana, que la hizo reír, algo que no hacía en mucho tiempo, contándole anécdotas de sus hijos y de sus nietos. Captó la atención de la joven, que no notó cuando Douglas salía corriendo tras una pequeña rata blanca y Malcolm tras él exigiéndole que volviera. Estiró su mano y no fue la mano de su hijo la que tomó, si no, el vacío. Sus ojos se dirigieron inmediatamente hacia uno y otro lado, giró, miró en todas las direcciones lo que el gentío le permitía, pero no los divisó. Soltó las bolsas que se estrellaron contra el piso, se abrazó el vientre con un brazo y desapareció entre la multitud. Los llamaba y no aparecían, algunos la insultaban cuando los empujaba, otros respondían a sus preguntas, nadie los había visto. ¿En qué estaba pensando en el momento en que descuidó por pocos segundos a sus hijos? Sabía que la terrible idea había sido de Douglas, él siempre era el de las travesuras, el que se escabullía sin dejar rastros, y Malcolm el que lo buscaba y reprendía antes que sus padres. Por su cabeza se cruzó la aterradora idea de que hayan sido secuestrados, pero la descartó inmediatamente, se hubiera percatado de semejante desenlace, nadie se lleva a dos niños sin ser visto… y cuando notó que todo el mundo estaba inmiscuido en sus propios asuntos y que nadie se preocupaba por el prójimo, el corazón se le aceleró. Era menester que se tranquilizara, por el niño que llevaba en el vientre y por los dos que se encontraban desaparecidos. Logró ver unos puestos con colores estridentes y brillos, y se encaminó en esa dirección, con el alma en un hilo e intentando que su respiración se normalizara.
Le corría un frío por la nuca, las manos le transpiraban y comenzaba a asfixiarse. Era una irresponsable, ¿qué le diría a Morgan si sus hijos se habían perdido? Debía encontrarlos, y se instó a volver a su eje. Llegó al sitio que había elegido, que no estaba tan atestado de gente, pero no los divisó, hasta que el brillo de la cabellera cobriza de Douglas le llegó como la caricia de un ángel. Enfrente se encontraba el mayor, que lo apuntaba con el dedo índice mientras el otro mantenía la cabeza gacha. De espalda a Brianna y entre medio de ellos, había una mujer, aunque su silueta era lo único que podía distinguir de ella. Se acercó a paso acelerado, sorteando a las pocas personas que se interponían como obstáculos. Los niños se dieron cuenta de su cercanía y acortaron la distancia corriendo, el menor se abrazó a sus piernas, mientras que Malcolm le pedía perdón por haberse ido sin avisar. La rubia se arrodilló y apretó a los dos contra sí, hacía meses que no los abrazaba de aquella manera, el vacío que le generaba su enfermedad la había arrastrado hacia la trémula y egoísta actitud esquiva, pero en ese momento, en que la desesperación le dio paso al alivio, no pudo más que agradecerle a Dios por tenerlos junto a ella sanos y salvos, luego habría tiempo de reprenderlos. Besó las mejillas de ambos. —No vuelvan a desaparecer de esa manera, Malcolm, Douglas —su mirada pasó de uno a otro— ¿Me entendieron? —asintieron y agacharon la cabeza— Deberían haberme pedido que los acompañara si deseaban algo —suavizó el tono y los alejó. El de cabellos negros le explicó lo que había sucedido, y que la joven que estaba con ellos los iba a ayudar a encontrarla. Brianna levantó la cabeza y se encontró con una bellísima muchacha de piel oscura, y contrario a lo que se hubiese esperado de cualquiera, le sonrió y estiró sus manos para tomar las de la chica —Se lo agradezco infinitamente, señorita. Disculpe las molestias —y apretó un poco más, en señal de gratitud.
Frente al puesto de especias, Brianna fue atendida por una simpática anciana, que la hizo reír, algo que no hacía en mucho tiempo, contándole anécdotas de sus hijos y de sus nietos. Captó la atención de la joven, que no notó cuando Douglas salía corriendo tras una pequeña rata blanca y Malcolm tras él exigiéndole que volviera. Estiró su mano y no fue la mano de su hijo la que tomó, si no, el vacío. Sus ojos se dirigieron inmediatamente hacia uno y otro lado, giró, miró en todas las direcciones lo que el gentío le permitía, pero no los divisó. Soltó las bolsas que se estrellaron contra el piso, se abrazó el vientre con un brazo y desapareció entre la multitud. Los llamaba y no aparecían, algunos la insultaban cuando los empujaba, otros respondían a sus preguntas, nadie los había visto. ¿En qué estaba pensando en el momento en que descuidó por pocos segundos a sus hijos? Sabía que la terrible idea había sido de Douglas, él siempre era el de las travesuras, el que se escabullía sin dejar rastros, y Malcolm el que lo buscaba y reprendía antes que sus padres. Por su cabeza se cruzó la aterradora idea de que hayan sido secuestrados, pero la descartó inmediatamente, se hubiera percatado de semejante desenlace, nadie se lleva a dos niños sin ser visto… y cuando notó que todo el mundo estaba inmiscuido en sus propios asuntos y que nadie se preocupaba por el prójimo, el corazón se le aceleró. Era menester que se tranquilizara, por el niño que llevaba en el vientre y por los dos que se encontraban desaparecidos. Logró ver unos puestos con colores estridentes y brillos, y se encaminó en esa dirección, con el alma en un hilo e intentando que su respiración se normalizara.
Le corría un frío por la nuca, las manos le transpiraban y comenzaba a asfixiarse. Era una irresponsable, ¿qué le diría a Morgan si sus hijos se habían perdido? Debía encontrarlos, y se instó a volver a su eje. Llegó al sitio que había elegido, que no estaba tan atestado de gente, pero no los divisó, hasta que el brillo de la cabellera cobriza de Douglas le llegó como la caricia de un ángel. Enfrente se encontraba el mayor, que lo apuntaba con el dedo índice mientras el otro mantenía la cabeza gacha. De espalda a Brianna y entre medio de ellos, había una mujer, aunque su silueta era lo único que podía distinguir de ella. Se acercó a paso acelerado, sorteando a las pocas personas que se interponían como obstáculos. Los niños se dieron cuenta de su cercanía y acortaron la distancia corriendo, el menor se abrazó a sus piernas, mientras que Malcolm le pedía perdón por haberse ido sin avisar. La rubia se arrodilló y apretó a los dos contra sí, hacía meses que no los abrazaba de aquella manera, el vacío que le generaba su enfermedad la había arrastrado hacia la trémula y egoísta actitud esquiva, pero en ese momento, en que la desesperación le dio paso al alivio, no pudo más que agradecerle a Dios por tenerlos junto a ella sanos y salvos, luego habría tiempo de reprenderlos. Besó las mejillas de ambos. —No vuelvan a desaparecer de esa manera, Malcolm, Douglas —su mirada pasó de uno a otro— ¿Me entendieron? —asintieron y agacharon la cabeza— Deberían haberme pedido que los acompañara si deseaban algo —suavizó el tono y los alejó. El de cabellos negros le explicó lo que había sucedido, y que la joven que estaba con ellos los iba a ayudar a encontrarla. Brianna levantó la cabeza y se encontró con una bellísima muchacha de piel oscura, y contrario a lo que se hubiese esperado de cualquiera, le sonrió y estiró sus manos para tomar las de la chica —Se lo agradezco infinitamente, señorita. Disculpe las molestias —y apretó un poco más, en señal de gratitud.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 05/01/2013
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Do'ingn le estaba perdiendo de apoco el miedo a la vida, o en realidad a las personas. Desde aquella primera vez que había salido de casa, cuando tuvo ese encuentro con una blanca demasiado agradable, con el apellido que le recordaba al mar, se dio cuenta que había estado mal catalogar a todos los seres humanos como personas malvadas, que sólo buscaban el provecho en los ajenos. Se dio cuenta que no todos seguían esas estúpidas leyes protocolares, que a la gente de cultura y conocimiento poco le importaba si el color de la piel era blanco o negro. Lo bueno y lo malo siempre existiría, lamentablemente aquello siempre vendría a juego con la vida, incluso con el ser humano en si, porque todos tenían algo de esa virtud o defecto. Dependía en realidad, de aquel ojo en el que se mirara, y quizás el suyo estaba tan opaco, que no deseaba ver la luz tenue entre la obscuridad infinita que su vida había mostrado con el paso del tiempo; a pesar de saber todo eso, la joven sabía muy bien que no podía dejar de lado su posición, no debía de buenas a primeras simplemente revelarse contra el mundo, porque seguramente el resultado a tal rebelión la llevaría a la horca, en París los hombres y las mujeres disfrutaban de aquel espectáculo, de ver cómo mujeres, hombres, ancianos y niños terminaban con sus vidas porque simplemente así lo querían. Para ella era todo distinto, el ser humano no debía ser el verdugo, al contrario, debía ser quien defendiera más la vida, pues el único que podía sentenciar la vida de una persona era Dios, y él ni siquiera los lastimaba, se los llevaba de una manera que pudiera dejar lecciones en sus cercanos. La joven recordó la muerte de sus padres, y aunque siempre le dolería, reconocía que se llevaba grandes enseñanzas de ellos, y que seguramente estarían en una mejor vida.
Desde aquella salida al mundo verdadero, Do'ingn había conocido a su primer y única amiga hasta la fecha, Ruslana del Mar era una chica sumamente simpática, con una mente progresista, pero sin olvidar sus modales, con un corazón enorme, con esa ambición de constante conocimiento. La amiga de la negra era una mujer que le llenaba de alegría, pero sobretodo de esperanza. Le resultaba muy agradable tener que trasnochar para poder visitarla. Mientras Ruslana le enseñaba a leer y a escribir, la humana de clase media le enseñaba todo lo referente al hogar, pero sobre todo de la cocina, pues bien dice el dicho "Al hombre se le enamora por el estomago", y su amiga la bruja estaba poniendo en pie de la letra eso, como si se tratara de una ley. Para la buena suerte de la esclava, sus horarios no eran tan malos. Tenía que atender la casa con eficiencia de ocho de la mañana, hasta las cuatro de la tarde, pues tenía el privilegio de tomar una siesta de dos horas ya que cuando eran las diez y las cuatro, los patrones salían de ley, llevándose a la pequeña de la casa con ellos. Con sus tareas en el hogar listas, la mujer descansaba, así hasta de siete a diez, cuando el horario del día terminaba, y a las once se iba a casa del Ruslana para aprender y enseñar, hasta quizás entrada las dos de la mañana, dormí y seguir con la rutina estipulada todos los días venideros.
Todo aquello lo había pensado rumba al mercado, aquella mañana quien entregaba las compras no había llegado, según otras personas del servicio domestico, el pobre hombre había enfermado de gravedad, y que quizás estaría ausente unos quince días. Por esa razón le tocaba arriesgar su cuello de nuevo al ir al mercado, para su buena suerte los puesteros ya se habían acostumbrado a su presencia, incluso algunos ya le sonreían. Do'ingn no necesitaba comprar muchas cosas, simplemente algunas carnes, pues eso le encantaba prepararlo fresco, cuando acaban de matar casi al animal, aquello le aseguraba una salud completa a sus amos, quienes poseían una rebosante gracias a sus alimentos. A pesar de los malos tratos que por ejemplo, el señor Predbjørn le otorgaba, ella en realidad les estaba muy agradecida, y les era profundamente leal, pues ellos la habían llevado consigo, a su manera pero le daban cobijas y alimento, por lo consiguiente necesitaba verlos bien, para poder seguir al menos un tiempo más con esa vida que tenía. En medio de sus pensamientos, esos que todo el tiempo tenía, y que pocas veces la hacían aburrirse, escuchó el lloriqueó de un pequeño, haciendo que se pusiera alerta, pocas eran las esperanzas que la mujer tenía sobre su vida maternal, pero estaba consiente que ese instinto lo tenía bien marcado, y por eso se puso de esa forma tan alarmada al percibir ese llanto.
- ¿Pasa algo, pequeño? - Entre lloriqueos el niño le explico, y sabiendo que podría ser asesinaba por tomar a dos pequeños blancos, les tomó de las manos, y comenzó a caminar ayudándoles a encontrar a su madre, hasta que claro, lo hicieron. Do'ingn se sintió profundamente confundida por aquel agradecimiento sincero que la mujer le había otorgado. Una hermosa rubia con ese semblante tan elegante y fino era poco probable de esos tan buenos tratos, pero recordando a Rulsana recordó que no tenía que generalizar. - No me agradezca, mi señora, ¿acaso usted no se pondría al pendiente si viera a dos hermosos pequeños solos? - Comentó bajando su mirada, porque estaba consiente que no era una igual, y que para hablar con una mujer como la que tenía enfrente, debía asegurarse de hacerse ver inferior, así nadie la reprendería - Sólo le pido que tenga más cuidado para la próxima, aunque no lo crea, existe mucha gente aquí al pendiente de estos descuidos, y no queremos cosas fatales - Mencionó con un tono de voz casi tembloroso, pues tenía miedo de ser escuchada, y que la castigaran en medio de los demás - Si me disculpa, me retiro - Comentó, pero no podía irse sin el permiso de la mujer blanca.
Desde aquella salida al mundo verdadero, Do'ingn había conocido a su primer y única amiga hasta la fecha, Ruslana del Mar era una chica sumamente simpática, con una mente progresista, pero sin olvidar sus modales, con un corazón enorme, con esa ambición de constante conocimiento. La amiga de la negra era una mujer que le llenaba de alegría, pero sobretodo de esperanza. Le resultaba muy agradable tener que trasnochar para poder visitarla. Mientras Ruslana le enseñaba a leer y a escribir, la humana de clase media le enseñaba todo lo referente al hogar, pero sobre todo de la cocina, pues bien dice el dicho "Al hombre se le enamora por el estomago", y su amiga la bruja estaba poniendo en pie de la letra eso, como si se tratara de una ley. Para la buena suerte de la esclava, sus horarios no eran tan malos. Tenía que atender la casa con eficiencia de ocho de la mañana, hasta las cuatro de la tarde, pues tenía el privilegio de tomar una siesta de dos horas ya que cuando eran las diez y las cuatro, los patrones salían de ley, llevándose a la pequeña de la casa con ellos. Con sus tareas en el hogar listas, la mujer descansaba, así hasta de siete a diez, cuando el horario del día terminaba, y a las once se iba a casa del Ruslana para aprender y enseñar, hasta quizás entrada las dos de la mañana, dormí y seguir con la rutina estipulada todos los días venideros.
Todo aquello lo había pensado rumba al mercado, aquella mañana quien entregaba las compras no había llegado, según otras personas del servicio domestico, el pobre hombre había enfermado de gravedad, y que quizás estaría ausente unos quince días. Por esa razón le tocaba arriesgar su cuello de nuevo al ir al mercado, para su buena suerte los puesteros ya se habían acostumbrado a su presencia, incluso algunos ya le sonreían. Do'ingn no necesitaba comprar muchas cosas, simplemente algunas carnes, pues eso le encantaba prepararlo fresco, cuando acaban de matar casi al animal, aquello le aseguraba una salud completa a sus amos, quienes poseían una rebosante gracias a sus alimentos. A pesar de los malos tratos que por ejemplo, el señor Predbjørn le otorgaba, ella en realidad les estaba muy agradecida, y les era profundamente leal, pues ellos la habían llevado consigo, a su manera pero le daban cobijas y alimento, por lo consiguiente necesitaba verlos bien, para poder seguir al menos un tiempo más con esa vida que tenía. En medio de sus pensamientos, esos que todo el tiempo tenía, y que pocas veces la hacían aburrirse, escuchó el lloriqueó de un pequeño, haciendo que se pusiera alerta, pocas eran las esperanzas que la mujer tenía sobre su vida maternal, pero estaba consiente que ese instinto lo tenía bien marcado, y por eso se puso de esa forma tan alarmada al percibir ese llanto.
- ¿Pasa algo, pequeño? - Entre lloriqueos el niño le explico, y sabiendo que podría ser asesinaba por tomar a dos pequeños blancos, les tomó de las manos, y comenzó a caminar ayudándoles a encontrar a su madre, hasta que claro, lo hicieron. Do'ingn se sintió profundamente confundida por aquel agradecimiento sincero que la mujer le había otorgado. Una hermosa rubia con ese semblante tan elegante y fino era poco probable de esos tan buenos tratos, pero recordando a Rulsana recordó que no tenía que generalizar. - No me agradezca, mi señora, ¿acaso usted no se pondría al pendiente si viera a dos hermosos pequeños solos? - Comentó bajando su mirada, porque estaba consiente que no era una igual, y que para hablar con una mujer como la que tenía enfrente, debía asegurarse de hacerse ver inferior, así nadie la reprendería - Sólo le pido que tenga más cuidado para la próxima, aunque no lo crea, existe mucha gente aquí al pendiente de estos descuidos, y no queremos cosas fatales - Mencionó con un tono de voz casi tembloroso, pues tenía miedo de ser escuchada, y que la castigaran en medio de los demás - Si me disculpa, me retiro - Comentó, pero no podía irse sin el permiso de la mujer blanca.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Fecha de inscripción : 30/08/2012
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Brianna se sintió extrañamente regañada, de hecho, se sintió como si fuera uno de sus hijos siendo reprendido por ella o por Morgan. Le sorprendió la exótica belleza de la muchacha, sus rasgos delicados que no respondían al patrón afroamericano. En sus viajes había visto infinidad de esclavos –algo que rechazaba fervientemente y que no alcanzaba a comprender por qué existía-, pero, sin dudas, ninguna mujer se podía comprar a ella. Empero, lo que más la sorprendió fue el hecho de que esquivara su mirada, su posición retraída, su voz temblorosa y el transmitir inferioridad. El corazón se le oprimió y le dio un vuelco ante el hecho de que aquella muchacha se sintiera menospreciada, tenía conocimiento de que los esclavos eran maltratados, había presenciado quema de barcos negreros porque transportaban infectados y en condiciones de horror. Aquellas personas eran tratadas como si se tratase de animales; no, mucho peor. ¿Esa chica de facciones delicadas y voz dulce había viajado en una embarcación así? Brianna sintió deseos de llorar ante el solo pensamiento, en varias ocasiones su esposo le había pedido que se fortaleciera, que el mundo era injusto y que sus lágrimas no curarían los males de la humanidad, pero había asuntos que, simplemente, la superaban, y nunca olvidaría la ocasión que ayudó a una familia de africanos pertenecientes a una tribu yolof a huir de sus crueles amos. Había sido una experiencia riesgosa, pero para convencerse, se había dicho que si logró cruzar tierras escocesas huyendo de dos clanes que la perseguían, podía hacer cualquier cosa, y así fue. Claro que el movimiento de una ciudad como Londres había ayudado, se demoraron bastante en darse cuenta que el matrimonio y sus tres hijos –que iban a ser vendidos y separados de su familia- habían tomado una carreta y huido. Ellos le habían manifestado que emprenderían su camino hacia un pueblo pequeño, de pocos habitantes y donde pasaran desapercibidos, tenían conocimientos de algunos prófugos que habían realizado tal travesía con éxito; cuando el tema quedara olvidado, se instalarían en Irlanda, “a orillas del lago Shannon”, le había asegurado el hombre que medía casi dos metros, pero que tenía la sonrisa más dulce que la rubia vio en toda su vida. El misterio de por qué ellos conocían su verdadero nombre, sería algo que se llevaría a la tumba, aunque supo que su secreto estaba a salvo en el recuerdo de esa familia.
—Tienes razón, ya voy por el tercero —se acarició el abultado vientre— y no me acostumbro a que Douglas —miró con picardía al pequeño de cabellos colorados que respondió con un destello en sus ojos— no puede permanecer quieto ni cinco minutos —aseguró con una sonrisa— Si piensas que vas a irte sin aceptar un regalo de agradecimiento, estás equivocada —puso sus brazos en jarra como si estuviera hablándole a uno de sus hijos. Miró de un costado a otro y se percató que algunas personas se habían parado estratégicamente alrededor de ellos, como esperando que la mujer rubia le diera una tunda a la de color por haber cometido algún crimen o por el simple hecho de tuviera deseos de hacerlo. Nadie defendería a aquella pobre joven, a la sociedad poco le importaba el destino de los esclavos, salvo que éstos se escaparan y ahí sí les importaba…cazarlos como si fueran bestias. Aquella era la noción del cristianismo que jamás alcanzaría a comprender, que se rasgaba las vestidura exclamando la igualdad, que todos somos hijos de Dios y creados a su imagen y semejanza, pero que evangelizaban a las personas de piel oscura como si sus creencias nativas, aunque paganas, estuvieran erróneas. Brianna no tenía dudas de que Dios jamás aprobaría las conductas bestiales, y que su nombre era utilizado en causas que poco tenían que ver con su mandato, pero necesitaban justificativos para ocultar las verdaderas ambiciones y miserias humanas. Aquella conclusión había aparecido años atrás en una charla que había mantenido con su padre, quien era un férreo defensor de la abolición de la esclavitud, quizá de las pocas cosas positivas que tenía el jefe de los MacKenzie. Sin embargo, su opinión debía ser reservada al ámbito familiar, ya que no quería tener problemas por agitador, Dougal era más cobarde de lo que realmente demostraba.
—Mami —habló Douglas, sin darle tiempo a la muchacha de responder a la invitación—, ¿por qué ella tiene la piel oscuda? —preguntó y la señaló con su dedo índice. Brianna no sabía dónde meterse, y Malcolm, que tenía aquella agudeza impropia para su edad, exclamó el nombre de su hermano menor a modo de reprimenda. La rubia, a pesar de su vientre de casi nueve meses, se agachó para quedar a la altura de su hijo, le alisó un bucle que pendía en su frente y le sonrió— Por el mismo motivo, Douglas, por el cual tú tienes el cabello rojo, Malcolm el cabello oscuro como tu papá y yo lo tengo rubio. Todos somos distintos, pero no por ello mejores o peores —miró a la joven, esperando su aprobación— ¿No es así...? —se incorporó— Me he dado cuenta que no nos hemos presentado. Brianna Storr, ¿tú eres? —estiró su mano y esperó a que la chica se presentara. ¿Lo haría? La escocesa sabía que algunos de los sirvientes tenían prohibido entablar conversaciones con otras personas, sus patrones solían vedarles aquella conducta para que no los denunciaran por los abusos indiscriminados y arbitrarios que ejercían sobre ellos, otros, simplemente, porque no los consideraban dignos de relacionarse con quienes no eran de su misma categoría social. Sintió una punzada de cargo de consciencia por poner a la muchacha en una disyuntiva de aquel tipo, en tener que decidirse si presentarse o no, si tomar su saludo o no, le estaba generando una incomodidad innecesaria. Solía ocurrirle con frecuencia, no medía las consecuencias de muchos de sus actos y no dimensionaba el grado de maldad del mundo real. El hecho de haber vivido encerrada en las tierras de su familia, preservada de todo mal y criada como si fuera una niña idiota, le habían granjeado aquellas vetas de su personalidad que, ni siquiera los años de nómade huyendo junto a su esposo, habían conseguido arrancar. Por supuesto que había madurado y aprendido, pero no estaba dispuesta a perder su esencia de ver a todos como si fueran iguales, no había nacido para mandar ni ser obedecida, no se sentía cómoda en aquella posición, contrariamente a Morgan, que era amo y señor en todos los aspectos, y quizá eso, era lo que más amaba de él.
—Tienes razón, ya voy por el tercero —se acarició el abultado vientre— y no me acostumbro a que Douglas —miró con picardía al pequeño de cabellos colorados que respondió con un destello en sus ojos— no puede permanecer quieto ni cinco minutos —aseguró con una sonrisa— Si piensas que vas a irte sin aceptar un regalo de agradecimiento, estás equivocada —puso sus brazos en jarra como si estuviera hablándole a uno de sus hijos. Miró de un costado a otro y se percató que algunas personas se habían parado estratégicamente alrededor de ellos, como esperando que la mujer rubia le diera una tunda a la de color por haber cometido algún crimen o por el simple hecho de tuviera deseos de hacerlo. Nadie defendería a aquella pobre joven, a la sociedad poco le importaba el destino de los esclavos, salvo que éstos se escaparan y ahí sí les importaba…cazarlos como si fueran bestias. Aquella era la noción del cristianismo que jamás alcanzaría a comprender, que se rasgaba las vestidura exclamando la igualdad, que todos somos hijos de Dios y creados a su imagen y semejanza, pero que evangelizaban a las personas de piel oscura como si sus creencias nativas, aunque paganas, estuvieran erróneas. Brianna no tenía dudas de que Dios jamás aprobaría las conductas bestiales, y que su nombre era utilizado en causas que poco tenían que ver con su mandato, pero necesitaban justificativos para ocultar las verdaderas ambiciones y miserias humanas. Aquella conclusión había aparecido años atrás en una charla que había mantenido con su padre, quien era un férreo defensor de la abolición de la esclavitud, quizá de las pocas cosas positivas que tenía el jefe de los MacKenzie. Sin embargo, su opinión debía ser reservada al ámbito familiar, ya que no quería tener problemas por agitador, Dougal era más cobarde de lo que realmente demostraba.
—Mami —habló Douglas, sin darle tiempo a la muchacha de responder a la invitación—, ¿por qué ella tiene la piel oscuda? —preguntó y la señaló con su dedo índice. Brianna no sabía dónde meterse, y Malcolm, que tenía aquella agudeza impropia para su edad, exclamó el nombre de su hermano menor a modo de reprimenda. La rubia, a pesar de su vientre de casi nueve meses, se agachó para quedar a la altura de su hijo, le alisó un bucle que pendía en su frente y le sonrió— Por el mismo motivo, Douglas, por el cual tú tienes el cabello rojo, Malcolm el cabello oscuro como tu papá y yo lo tengo rubio. Todos somos distintos, pero no por ello mejores o peores —miró a la joven, esperando su aprobación— ¿No es así...? —se incorporó— Me he dado cuenta que no nos hemos presentado. Brianna Storr, ¿tú eres? —estiró su mano y esperó a que la chica se presentara. ¿Lo haría? La escocesa sabía que algunos de los sirvientes tenían prohibido entablar conversaciones con otras personas, sus patrones solían vedarles aquella conducta para que no los denunciaran por los abusos indiscriminados y arbitrarios que ejercían sobre ellos, otros, simplemente, porque no los consideraban dignos de relacionarse con quienes no eran de su misma categoría social. Sintió una punzada de cargo de consciencia por poner a la muchacha en una disyuntiva de aquel tipo, en tener que decidirse si presentarse o no, si tomar su saludo o no, le estaba generando una incomodidad innecesaria. Solía ocurrirle con frecuencia, no medía las consecuencias de muchos de sus actos y no dimensionaba el grado de maldad del mundo real. El hecho de haber vivido encerrada en las tierras de su familia, preservada de todo mal y criada como si fuera una niña idiota, le habían granjeado aquellas vetas de su personalidad que, ni siquiera los años de nómade huyendo junto a su esposo, habían conseguido arrancar. Por supuesto que había madurado y aprendido, pero no estaba dispuesta a perder su esencia de ver a todos como si fueran iguales, no había nacido para mandar ni ser obedecida, no se sentía cómoda en aquella posición, contrariamente a Morgan, que era amo y señor en todos los aspectos, y quizá eso, era lo que más amaba de él.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Era el silencio lo que la mayor parte del tiempo la acompañaba, el silencio que se hacía presente a cada paso que daba, aquello era claro, cuando se mostraba frente a los demás, con la mirada baja y esa pose despreocupada. Era una esclava en toda la extensión de la palabra, desde incluso antes de ser concebida su destino fue marcado, no había ni siquiera que aspirar a más, porque todo estaba dicho en aquella sociedad tan puramente maldita. Pura, porque siempre buscaban que algunos pocos fuesen privilegiados en riquezas y adoraciones. Maldita porque llevaban a su misma gente, a su pueblo, a su clase obrera a padecer incluso el peor de los males: La humillación. Lo que la mantenía de pie era una cosa: por dentro nadie podía llegar a pisotearle o incluso a mandarle. Era cierto, ella obedecía a seres superiores simplemente por ser criaturas de piel blanca, pero ninguno sabía lo que la sirvienta pensaba, mucho menos lo que sentía. Quizás lo más obvio era que se la pasara sufriendo y maldición a un Dios que no había querido darles una mano y apoyarlos para verse como igual, eso quizás la mayoría de los cristianos pensaría, pero probablemente su idea era muy distinta, y dentro de su cuerpo, en su mente, en su alma y en su corazón, los colores danzaban acompañados de canciones que solo invocaban a la vida y a la igualdad, porque ella, a pesar de vivir en medio de desgracias apreciaba que tenía donde dormir, y como comer sin tener que preocuparse por eso. Era privilegiada entre tanta desgracia, y por eso lo celebraba a su manera.
De verdad quiso avanzar, quiso seguir su camino para poder terminar sus mandados y deberes del día. Ese día era la segunda vez que había salido por su propia voluntad a la ciudad, para ser más precisos, al centro, a la zona comercial, y no es que sea para su goce, simplemente el empleado que hacía las compras en casa había enfermado, y ella, como la más antigua de los sirvientes tenía que tomar la responsabilidad y buscar los víveres. De igual forma se daba cuenta que no podía generalizar a la población, pues era la segunda blanca que le marcaba la diferencia, una que con ella se acentuaba y valoraba el doble ¿Por qué? Muy sencillo, la sociedad no sólo tiene prejuicios con los negros, aunque al ser adultos, personas "maduras", no actúan de manera tan impulsiva como para atacarle, pero los hijos mal criados, con enseñanzas tan malas que les arraigan la discriminación, suelen dejar ir su furia cuando esos pequeños actúan, ya que, como dicen por ahí, los pequeños no actúan de mala fe, es su naturaleza "inocente" la que les permite errar sin ser juntados, claro que los padres simplemente tomaban esa creencia como un pretexto. En otras situaciones, no les dejaban acercarse a los hombres y mujeres de piel tostada porque se les atribuía enfermedades mortales, puras patrañas que se aferraban en hacer creer al mundo para tener esclavos y con ellos comodidades, muchas facilidades.
- Le pido me perdone por mis palabras, yo no tengo el derecho, mi señora, de dar si quiera un consejo, ni siquiera me siento digna de verle - Comentó con aquella mirada baja, sin ganas de hacer más que callar, porque le daba miedo que algún hombre con sus ideales de esclavizad arraigados hasta los huesos se acercara a la negra y le diera una buena tunda por si quiera ver a los niños. ¡Por haber intentado ayudarles! Si, porque incluso la ayuda que había otorgado la mujer afroamericana podría ser un buen pretexto para inculparla de un abuso o un futuro secuestro al menor, todo por el simple hecho de buscar la manera de humillarla o golpearla, más de lo que ya estaba, claro - No tiene que agradecerme nada, por el contrario, lamento si toqué a sus pequeñas criaturas, le puedo asegurar que no tengo ninguna enfermedad del cual tenga usted que temer, mis dueños me hacen exámenes médicos cada cierto tiempo - Aquello último era cierto, Damien se aferraba a que la mujer tuviera tales tratos, mientras Predbjørn se burlaba diciendo que era para ver si pronto la desechaban, el mayor de la familia Østergård le dejaba en claro que la deseaba bien cuidada, pues esclava o no, sin salud y fuerza no podría hacer los quehaceres del hogar de forma correcta y tendrían que desecharla.
- Mi nombre es Do'ingn mi señora, y sirvo a la familia Østergård - Aquello lo dijo en automático porque le habían dejado en claro en casa que si le preguntaban tales cosas, debían decirlo con orgullo, y dejar en claro que sus patrones eran hombres de ejemplo, claro, eso último siempre se lo recalcaba el menor de los hermanos. Debía hacerlo, vaya que le tenía miedo a ese hombre - Y si, todos somos distintos, pero pequeño, que no te vean seguido con alguien como yo, o podría ser malo para ti - Le dedicó una sonrisa amplia, esperaba que la mamá de los menores comprendiera sus palabras, porque incluso en eso estaba siendo la negra dulce y precavida, se decía que aquellos que tenían demasiada consideración con las clases inferiores como ella terminaban a veces en la guillotina, pues les acusaban de traidores.
De verdad quiso avanzar, quiso seguir su camino para poder terminar sus mandados y deberes del día. Ese día era la segunda vez que había salido por su propia voluntad a la ciudad, para ser más precisos, al centro, a la zona comercial, y no es que sea para su goce, simplemente el empleado que hacía las compras en casa había enfermado, y ella, como la más antigua de los sirvientes tenía que tomar la responsabilidad y buscar los víveres. De igual forma se daba cuenta que no podía generalizar a la población, pues era la segunda blanca que le marcaba la diferencia, una que con ella se acentuaba y valoraba el doble ¿Por qué? Muy sencillo, la sociedad no sólo tiene prejuicios con los negros, aunque al ser adultos, personas "maduras", no actúan de manera tan impulsiva como para atacarle, pero los hijos mal criados, con enseñanzas tan malas que les arraigan la discriminación, suelen dejar ir su furia cuando esos pequeños actúan, ya que, como dicen por ahí, los pequeños no actúan de mala fe, es su naturaleza "inocente" la que les permite errar sin ser juntados, claro que los padres simplemente tomaban esa creencia como un pretexto. En otras situaciones, no les dejaban acercarse a los hombres y mujeres de piel tostada porque se les atribuía enfermedades mortales, puras patrañas que se aferraban en hacer creer al mundo para tener esclavos y con ellos comodidades, muchas facilidades.
- Le pido me perdone por mis palabras, yo no tengo el derecho, mi señora, de dar si quiera un consejo, ni siquiera me siento digna de verle - Comentó con aquella mirada baja, sin ganas de hacer más que callar, porque le daba miedo que algún hombre con sus ideales de esclavizad arraigados hasta los huesos se acercara a la negra y le diera una buena tunda por si quiera ver a los niños. ¡Por haber intentado ayudarles! Si, porque incluso la ayuda que había otorgado la mujer afroamericana podría ser un buen pretexto para inculparla de un abuso o un futuro secuestro al menor, todo por el simple hecho de buscar la manera de humillarla o golpearla, más de lo que ya estaba, claro - No tiene que agradecerme nada, por el contrario, lamento si toqué a sus pequeñas criaturas, le puedo asegurar que no tengo ninguna enfermedad del cual tenga usted que temer, mis dueños me hacen exámenes médicos cada cierto tiempo - Aquello último era cierto, Damien se aferraba a que la mujer tuviera tales tratos, mientras Predbjørn se burlaba diciendo que era para ver si pronto la desechaban, el mayor de la familia Østergård le dejaba en claro que la deseaba bien cuidada, pues esclava o no, sin salud y fuerza no podría hacer los quehaceres del hogar de forma correcta y tendrían que desecharla.
- Mi nombre es Do'ingn mi señora, y sirvo a la familia Østergård - Aquello lo dijo en automático porque le habían dejado en claro en casa que si le preguntaban tales cosas, debían decirlo con orgullo, y dejar en claro que sus patrones eran hombres de ejemplo, claro, eso último siempre se lo recalcaba el menor de los hermanos. Debía hacerlo, vaya que le tenía miedo a ese hombre - Y si, todos somos distintos, pero pequeño, que no te vean seguido con alguien como yo, o podría ser malo para ti - Le dedicó una sonrisa amplia, esperaba que la mamá de los menores comprendiera sus palabras, porque incluso en eso estaba siendo la negra dulce y precavida, se decía que aquellos que tenían demasiada consideración con las clases inferiores como ella terminaban a veces en la guillotina, pues les acusaban de traidores.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
A Brianna se le oprimió el corazón ante el desmerecimiento que hacía de su persona la joven. Se le formó un nudo en la garganta al saber que seres humanos como cualquier otro, eran flagelados como si se tratase de bestias. Ella misma había comprobado cuáles eran las verdaderas bestias, había tenido a unas cuantas bajo el filo de su cuchillo, y ninguna tenía la mirada dulce de aquella jovencita. Su naturaleza pura le impedía aceptar que el mundo fuese un sitio tan cruel, y que ella llevase a ese mundo a niños que el día de mañana serían los encargados de tomar decisiones, porque ella veía en sus dos hijos a dos grandes líderes, y si bien intentaba no proyectar sus deseos en ellos, pues lo que realmente quería era que fuesen felices, siempre los imaginaba como dos destacadas personalidades, de lo que ellos eligiesen ser. Algún día las tierras escocesas que habían pertenecido a los MacKenzie y a los Sinclair serían de su posesión, siempre y cuando, después del espectáculos que ella y Carmichael dieron hacía siete años, no les hubiese significado el ser desheredados. Y, si bien el matrimonio había conseguido abultar su pequeña fortuna, Brianna soñaba con poder llevar a sus hijos a Escocia, que respirasen aquel aire puro, que recorriesen junto a Morgan las praderas verdes, que bebieran de las grietas que se formaban en las piedras, que corretearan por el Castillo de Leoch y llamaran abuelo y abuela a Dougal y Janet. Quizá ella no viviese para ver esa hermosa escena, pero rezaba para que sus tres hijos tuvieran la oportunidad de llevar paz a las familias enfrentadas que obligaron a dos jóvenes enamorados a huir, dejando todo atrás.
La muchacha tenía un nombre hermoso. A Shannon le fascinó la forma en que lo pronunció, cómo su exótica boca se curvó para marcar la forma. Si el mundo fuese un lugar mejor, aquella joven triunfaría en las más prestigiosas cortes europeas. Pero, lamentablemente, dejaba a sus hijos en un mundo desigual, marcado por un capitalismo que se volvía cada vez más carnicero, por una clase burguesa que obligaba a los trabajadores a someterse a un régimen de explotación que los convertía en animales de tiro y no en personas que luchaban a diario por llevarse el pan a la boca. Brianna había padecido hambre, y no deseaba a nadie la experiencia de no tener nada en el estómago. Le había costado demasiado adaptarse a la vida que su esposo le pudo ofrecer al principio, tenía miedo y se sentía insegura, demasiadas cosas nuevas por aprender y por entender, pero le había sido suficiente con sostener la mano de Carmichael para saber que valía la pena el esfuerzo, y que los buenos tiempos llegarían pronto. La escocesa jamás olvidaría la sensación que tuvo al matar por primera vez, cómo su daga destazó a un vampiro neófito fuera de control. La sangre había brotado a borbotones, pero lo peor había sido tener que abrirle el pecho para arrancarle el corazón. El hombre que había contratado los servicios que brindaban ella y su marido, era un extraño coleccionista, ella nunca se atrevió a preguntar qué otras cosas eran su objeto de deseo. Lo cierto era que en su corazón no tenía odio hacia nadie, ni siquiera hacia aquellos seres sobrenaturales que causaban tanto temor entre la gente, y mucho menos hacia Do'ingn.
—Tienes un nombre precioso, Do'ingn —pronunció con dificultad, y descubrió que sus dos prqueños también repetían el nombre intentando que saliera con la misma cadencia que tenía la poseedora para decirlo. Los tres se miraron y sonrieron, en esos diminutos momentos de conexión que sólo las madres y los hijos pueden tener. —No digas esas cosas, por favor. Estás enseñándole mal a mis hijos. Escucha —se puso seria—, que haya gente que no considere que todos somos iguales, no significa que yo lo piense. A ambos —puso sus manos en las cabecitas de cada uno—, su padre y yo, les enseñamos a que no deben discriminar. No debes tener miedo de ti misma, pues eres una joven adorable y solidaria, que ha sido capaz de ayudar a dos pequeños perdidos con una madre negligente —le guiñó un ojo, buscando su complicidad, y, a pesar de no haberla encontrado –notaba la incomodidad de la muchacha-, se sintió bien porque sus hijos asintieron, apoyando su moción.
—Malcolm, Douglas, vayan a darle un beso de agradecimiento a Do'ingn —los dos Storr caminaron hacia la morena, la tomaron de la mano, la obligaron a agacharse y cada uno depositó un beso en cada mejilla de la chica. Douglas comentó que su piel era suave, y Malcolm que olía rico. A Brianna se le hinchó el pecho de orgullo de ver que esos hijos que con tanto amor y dedicación criaba, eran capaces de aceptar la diversidad, a pesar de que la sociedad dictaba otra cosa. Un hombre vendiendo cometas apareció, y si bien los niños no pidieron, en sus ojitos brilló el deseo. Brianna lo llamó, sacó de su monedero unos francos, y compró uno para cada uno. Saltaron de alegría. —Si no estás muy apurada, puedes acompañarnos a volar esos cometas, por aquí. Luego, te prometo que el cochero te llevará donde vives, así no te seguimos retrasando. —Se acercó un poco más a ella— Te lo pedimos, por favor. Hasta mi bebé está pateando —y no mintió. Su hijito se removía en su vientre, y Brianna tenía la certeza de que era porque la muchacha le caía bien.
La muchacha tenía un nombre hermoso. A Shannon le fascinó la forma en que lo pronunció, cómo su exótica boca se curvó para marcar la forma. Si el mundo fuese un lugar mejor, aquella joven triunfaría en las más prestigiosas cortes europeas. Pero, lamentablemente, dejaba a sus hijos en un mundo desigual, marcado por un capitalismo que se volvía cada vez más carnicero, por una clase burguesa que obligaba a los trabajadores a someterse a un régimen de explotación que los convertía en animales de tiro y no en personas que luchaban a diario por llevarse el pan a la boca. Brianna había padecido hambre, y no deseaba a nadie la experiencia de no tener nada en el estómago. Le había costado demasiado adaptarse a la vida que su esposo le pudo ofrecer al principio, tenía miedo y se sentía insegura, demasiadas cosas nuevas por aprender y por entender, pero le había sido suficiente con sostener la mano de Carmichael para saber que valía la pena el esfuerzo, y que los buenos tiempos llegarían pronto. La escocesa jamás olvidaría la sensación que tuvo al matar por primera vez, cómo su daga destazó a un vampiro neófito fuera de control. La sangre había brotado a borbotones, pero lo peor había sido tener que abrirle el pecho para arrancarle el corazón. El hombre que había contratado los servicios que brindaban ella y su marido, era un extraño coleccionista, ella nunca se atrevió a preguntar qué otras cosas eran su objeto de deseo. Lo cierto era que en su corazón no tenía odio hacia nadie, ni siquiera hacia aquellos seres sobrenaturales que causaban tanto temor entre la gente, y mucho menos hacia Do'ingn.
—Tienes un nombre precioso, Do'ingn —pronunció con dificultad, y descubrió que sus dos prqueños también repetían el nombre intentando que saliera con la misma cadencia que tenía la poseedora para decirlo. Los tres se miraron y sonrieron, en esos diminutos momentos de conexión que sólo las madres y los hijos pueden tener. —No digas esas cosas, por favor. Estás enseñándole mal a mis hijos. Escucha —se puso seria—, que haya gente que no considere que todos somos iguales, no significa que yo lo piense. A ambos —puso sus manos en las cabecitas de cada uno—, su padre y yo, les enseñamos a que no deben discriminar. No debes tener miedo de ti misma, pues eres una joven adorable y solidaria, que ha sido capaz de ayudar a dos pequeños perdidos con una madre negligente —le guiñó un ojo, buscando su complicidad, y, a pesar de no haberla encontrado –notaba la incomodidad de la muchacha-, se sintió bien porque sus hijos asintieron, apoyando su moción.
—Malcolm, Douglas, vayan a darle un beso de agradecimiento a Do'ingn —los dos Storr caminaron hacia la morena, la tomaron de la mano, la obligaron a agacharse y cada uno depositó un beso en cada mejilla de la chica. Douglas comentó que su piel era suave, y Malcolm que olía rico. A Brianna se le hinchó el pecho de orgullo de ver que esos hijos que con tanto amor y dedicación criaba, eran capaces de aceptar la diversidad, a pesar de que la sociedad dictaba otra cosa. Un hombre vendiendo cometas apareció, y si bien los niños no pidieron, en sus ojitos brilló el deseo. Brianna lo llamó, sacó de su monedero unos francos, y compró uno para cada uno. Saltaron de alegría. —Si no estás muy apurada, puedes acompañarnos a volar esos cometas, por aquí. Luego, te prometo que el cochero te llevará donde vives, así no te seguimos retrasando. —Se acercó un poco más a ella— Te lo pedimos, por favor. Hasta mi bebé está pateando —y no mintió. Su hijito se removía en su vientre, y Brianna tenía la certeza de que era porque la muchacha le caía bien.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
La negra ni siquiera se sentía segura de lo que sus sentimientos podrían llegar a mostrar, o lo que su figura podría transmitir a base de ellos, en ocasiones creía que ni siquiera podía sentir de esa forma porque ella era como una especie de objeto para servir, no para sentir, opinar o alzar la voz, pero lo cierto es que en ese momento se sentía de malas. Muy de malas, muy la mujer hablaba como si la cosa fuera demasiado sencilla. Una cosa era tener la educación suficiente para poder tolerar a las personas de otros colores, y otra que se pudiera vivir con alguien así, ¿por qué? Esa rubia no sabía en el riesgo que estaba poniendo a sus dos pequeños, no precisamente por haberlos dejado a la deriva a mitad de un mercado lleno de gente indiferente, sino porque había otro sector de la población que su cultura era casi tan obsoleta que le harían pagar simplemente por interactuar un poco más con la sirvienta. Era cierto que bien podían decir que esa mujer era la dueña, y ella la esclava, pero más de uno sabía que eso no era cierto, y no defenderían a nadie que fraternizara con una raza "inferior" a los blancos. Se dice fácil dar consejos sobre igualdad, pero la sociedad no era para nada sencilla, mucho menos con esa dosis de odio de los unos a los otros. Si la negra supiera de las criaturas sobrenaturales comprendería un poco más la división entre los fuertes y los débiles, pero por la diferencia de fuerza, de capacidades, no por tonalidades de piel, o nacimientos en tierras poco afortunadas. Para los blancos es fácil hablar de igualdad para con los negros cuando no tienen idea alguna de lo que es esa vida de martirio.
Do'ingn prefirió guardar silencio, no iba a contradecir a la mamá, mucho menos a una blanca, después de todo no tenía derecho, además mucha gente las estaba viendo, y eso le tenía demasiado incomoda. La morena cerró los ojos por unos momentos para aspirar como fuera el aroma a frutas que desprendía el pequeño puesto que se encontraba cerca de ellos. Se relajó de inmediato, ella mejor que nadie sabía como poder volver a tener la postura correcta para que nadie percibiera que había en su interior. Observó a los pequeños pronunciar su nombre, lo cual le dio suma gracia pero se contuvo de formar la sonrisa en su rostro, como siempre, reprimiéndose de todo. Sin embargo hubo algo en los ojos de aquellos pequeños que le hicieron sentirse en las nubes. No la veían con asco, ni siquiera con odio, por el contrario, la observaban con admiración, con emoción, como si hubieran encontrado una piedra preciosa a la cual no podían tocar por temor a desvanecerla. Eso hizo que la criada se sintiera especial, única, tanta sinceridad y amor en su mirada, algo que no tenía precio, y que con la única niña que había tenido un encuentro así, para nada le vio de la misma manera. Era un contraste extraño, poco sabe de la familia de la rubia, pero puede comprender que al menos entre esas tres figuras había algo más que un amor simple de madre e hijos, sino más, muchísimo más.
La mujer sonrió ampliamente ante los besos de los pequeños niños, sin evitar ya cualquier gesto de comodidad y seguridad, ya no iba a poner más peros. Para su buena suerte esa mañana la tendría libre, los señores de la casa habían informado que nadie, ni siquiera la pequeña iba a llegar a comer, se tomarían el día libre para poder salir un poco e intentar volver a ser una familia. Ella de verdad deseaba que nadie se le cruzara en su camina con la mujer, porque de ser así quizás podría recibir algunos azotes, el más pequeño de sus dueños no pondría remilgos al darle la lección a la mujer de color, y seguramente la pequeña lo apoyaría; avanzó en silencio con los pequeños y la blanca, dejando que le guiaran por el camino correcto. Lo mejor de todo es que mientras avanzaban las miradas ya tomaban otros destinos, era como si ya se volvieran indiferentes a la situación, como la mayor parte del tiempo, eso le hizo descansar de forma interna, le hizo no sentir ningún temor por represarías a los pequeños. Ellos eran los más importantes en ese encuentro, por supuesto que la mujer blanca y ella sabían de prioridades. Esas que no se pueden pasar desapercibidas. De igual forma no se confiaría, por el contrario, estaría muy atenta por cualquier señal que indicara que algo malo estaría por pasar.
- Jamás he volado alguno de ellos, de hecho donde vivo ni siquiera la niña tiene esas costumbres, ojalá pudiera comprarle uno sin que me lo lance en la cara - Comentó con marcada tristeza. La joven el tema de los niños la ponía mal, sin duda ella siempre había soñado con una familia estable, con al menos dos hijos, pero fuera de ahí, en las tierras donde la vieron nacer y la naturaleza era una excelente amiga. Pero en ocasiones era mejor romper los sueños de tajo, con rapidez, para no cargar de ilusiones un futuro que estaba cerrado, porque quizás un día amanecería con vida, y al otro sus dueños podrían decidir que su figura no valía la pena en ese mundo - ¿A menudo lo hace con sus pequeños, señora? - Le buscó la mirada, sin duda la mujer destilaba amor por sus pequeños, ojalá así fueran todas, el mundo sin duda sería distinto, al menos eso piensa ella, la negra.
Do'ingn prefirió guardar silencio, no iba a contradecir a la mamá, mucho menos a una blanca, después de todo no tenía derecho, además mucha gente las estaba viendo, y eso le tenía demasiado incomoda. La morena cerró los ojos por unos momentos para aspirar como fuera el aroma a frutas que desprendía el pequeño puesto que se encontraba cerca de ellos. Se relajó de inmediato, ella mejor que nadie sabía como poder volver a tener la postura correcta para que nadie percibiera que había en su interior. Observó a los pequeños pronunciar su nombre, lo cual le dio suma gracia pero se contuvo de formar la sonrisa en su rostro, como siempre, reprimiéndose de todo. Sin embargo hubo algo en los ojos de aquellos pequeños que le hicieron sentirse en las nubes. No la veían con asco, ni siquiera con odio, por el contrario, la observaban con admiración, con emoción, como si hubieran encontrado una piedra preciosa a la cual no podían tocar por temor a desvanecerla. Eso hizo que la criada se sintiera especial, única, tanta sinceridad y amor en su mirada, algo que no tenía precio, y que con la única niña que había tenido un encuentro así, para nada le vio de la misma manera. Era un contraste extraño, poco sabe de la familia de la rubia, pero puede comprender que al menos entre esas tres figuras había algo más que un amor simple de madre e hijos, sino más, muchísimo más.
La mujer sonrió ampliamente ante los besos de los pequeños niños, sin evitar ya cualquier gesto de comodidad y seguridad, ya no iba a poner más peros. Para su buena suerte esa mañana la tendría libre, los señores de la casa habían informado que nadie, ni siquiera la pequeña iba a llegar a comer, se tomarían el día libre para poder salir un poco e intentar volver a ser una familia. Ella de verdad deseaba que nadie se le cruzara en su camina con la mujer, porque de ser así quizás podría recibir algunos azotes, el más pequeño de sus dueños no pondría remilgos al darle la lección a la mujer de color, y seguramente la pequeña lo apoyaría; avanzó en silencio con los pequeños y la blanca, dejando que le guiaran por el camino correcto. Lo mejor de todo es que mientras avanzaban las miradas ya tomaban otros destinos, era como si ya se volvieran indiferentes a la situación, como la mayor parte del tiempo, eso le hizo descansar de forma interna, le hizo no sentir ningún temor por represarías a los pequeños. Ellos eran los más importantes en ese encuentro, por supuesto que la mujer blanca y ella sabían de prioridades. Esas que no se pueden pasar desapercibidas. De igual forma no se confiaría, por el contrario, estaría muy atenta por cualquier señal que indicara que algo malo estaría por pasar.
- Jamás he volado alguno de ellos, de hecho donde vivo ni siquiera la niña tiene esas costumbres, ojalá pudiera comprarle uno sin que me lo lance en la cara - Comentó con marcada tristeza. La joven el tema de los niños la ponía mal, sin duda ella siempre había soñado con una familia estable, con al menos dos hijos, pero fuera de ahí, en las tierras donde la vieron nacer y la naturaleza era una excelente amiga. Pero en ocasiones era mejor romper los sueños de tajo, con rapidez, para no cargar de ilusiones un futuro que estaba cerrado, porque quizás un día amanecería con vida, y al otro sus dueños podrían decidir que su figura no valía la pena en ese mundo - ¿A menudo lo hace con sus pequeños, señora? - Le buscó la mirada, sin duda la mujer destilaba amor por sus pequeños, ojalá así fueran todas, el mundo sin duda sería distinto, al menos eso piensa ella, la negra.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Brianna siempre fue de la clase de personas que ignoraban su alrededor. Nunca se fijaba en lo que los demás podían opinar, simplemente, pero no en un hecho de enfrentarse a la sociedad, si no, porque aún creía en la bondad de los corazones. En su mente inocente, no podía imaginar que alguien fuera capaz de mirar con malos ojos la actitud de ella y de sus niños para con la joven de color. Ese siempre sería motivo de discusión con su marido, pues él siempre estaba con sus sentidos puestos a su alrededor, mientras que para Brianna, el mundo se limitaba a esa pequeña burbuja que conformaba con su familia y seres queridos. No pasaba por un hecho de descuido, pues era muy consciente de los peligros que los circundaban, pero ella elegía no complejizar su existencia -de por sí complicada- con ese tipo de pensamientos que podían arruinarle el momento. Mucho menos si se encontraba con sus pequeños, eran contadas las ocasiones en que podía estar a solas con sus hijos sin sentir un remordimiento ensordecedor o sin obligarlos a que se alejasen. Era muy consciente del daño que les provocaba, un día los abrazaba entre lágrimas, y luego pasaba una larga semana dándole estrictas lecciones de gaélico o controlándolos como si fuesen dos diminutos soldados.
Observó como Malcolm, con su porte de highlander heredado de su padre, le enseñaba a Douglas, con su eterna sonrisa pícara, a maniobrar con el cometa. Era digna de admirar la pericia con que esas pequeñas manos manejaban el hilo, y cómo el menor fruncía su ceño, absorbiendo la información que su hermano mayor le brindaba. Brianna se sentía llena y completa, sus hijos eran lo más maravilloso que tenía, y la pequeña criatura de su vientre, pateó cuando una carcajada de Douglas le llegó. Instantáneamente, colocó una mano en su vientre, y sintió la inigualable obra de Dios. La magia de los movimientos de su bebé, de sentirlo vivo dentro suyo y tan saludable, le daban la pauta de que todos sus sacrificios no eran en vano. A todos los que amaba les estaba negando algo, y no pasaba día que no le pidiera perdón a Dios por su actitud egoísta, pero, al mismo tiempo se justificaba y defendía con el argumento casi insostenible de que era lo mejor tanto para Morgan como para los niños. En ocasiones se preguntaba si tenía derecho a decidir qué era lo mejor para un hombre adulto como su marido, o si tenía derecho a confundir a las mentes simples y puras de sus retoños.
La voz de Do'ingn la devolvió a la realidad. Su gesto entristecido y la confesión, le dejaron un gusto amargo en la boca. Ella tenía un rostro maravilloso, y verlo ennegrecido por el temor y la resignación, era algo que Brianna no concebía. El mundo estaba plagado de personas sin esperanza, ella había recorrido un largo camino hasta que logró asentarse, y en todos los puntos donde frenaba, podía ver y percibir todo tipo de emociones humanas. Desde pequeña fue muy sensible a los sentimientos ajenos, constantemente preocupándose por el bienestar o el malestar de cualquier persona que la rodease. Captaba con gran facilidad lo que muchos intentaban ocultar, y nunca supo cómo lo conseguía, pero encontraba lo bueno hasta en los corazones más oscuros. Quizá eso era lo que tanto amaba de Morgan, la luz que sólo a ella y a sus hijos le mostraba… Se enjugó la frente con la mano, el Sol, si bien no era un día caluroso, comenzaba a calentar el firmamento. Le sonrió a la negra por inercia, sin encontrar las palabas con las cuales darle consuelo, y no era afín a hablar por hablar. Su madre le repetía que debía decir lo justo y necesario, y lo seguía al pie de la letra, como todo lo que ella le decía, como todo lo que su padre le decía, como todo lo que su marido le decía…
—No es difícil —Brianna le mostró con sus manos cómo debía tomar el hilo— Lo haces muy bien —la alentó, al ver la imitación— La brisa que sopla es ideal —pensó en voz alta, entrecerrando los ojos y observando el comenta que comenzaba a tomar altura— No es algo que hagamos muy seguido, pero siempre es una buena ocasión. Cuando era niña, en las Tierras Altas —hizo una pausa, sabía muy bien que no podía develar el sitio del cual era originaria. Rogó que Do'ingn no preguntara dónde era ese lugar. Continuó rápidamente— mi padre y yo sabíamos volar cometas, pero luego crecí y decidió abandonar la práctica —comentó con un deje de nostalgia en su voz. Ella había admirado a su papá con toda su alma, él compensaba el trato casi indiferente que le dispensaba su progenitora, más pendiente a sus conocimientos y a mantenerla ajena a las maldades del mundo que a darle un abrazo o a crecer. Jamás culpó a sus padres exigentes y sobreprotectores, todos sus hijos estaban en el Cielo, y se aferraron a ella como su última esperanza, luego, ella también los abandonó, pero por elección propia. A veces, solía preguntarse si ellos serían capaces de perdonarla. —Dime, Do'ingn, ¿te estás divirtiendo? Discúlpame si he sido un poco —se mordió el labio inferior en busca de la palabra adecuada— avasallante. Es que fuiste tan amable con mis hijos… —negó varias veces con su cabeza— que siento la necesidad de retribuirte de alguna manera. ¿Hay algo que pueda hacer por ti? —y no le cabían dudas de que haría lo que fuera por ayudar al desprotegido.
Observó como Malcolm, con su porte de highlander heredado de su padre, le enseñaba a Douglas, con su eterna sonrisa pícara, a maniobrar con el cometa. Era digna de admirar la pericia con que esas pequeñas manos manejaban el hilo, y cómo el menor fruncía su ceño, absorbiendo la información que su hermano mayor le brindaba. Brianna se sentía llena y completa, sus hijos eran lo más maravilloso que tenía, y la pequeña criatura de su vientre, pateó cuando una carcajada de Douglas le llegó. Instantáneamente, colocó una mano en su vientre, y sintió la inigualable obra de Dios. La magia de los movimientos de su bebé, de sentirlo vivo dentro suyo y tan saludable, le daban la pauta de que todos sus sacrificios no eran en vano. A todos los que amaba les estaba negando algo, y no pasaba día que no le pidiera perdón a Dios por su actitud egoísta, pero, al mismo tiempo se justificaba y defendía con el argumento casi insostenible de que era lo mejor tanto para Morgan como para los niños. En ocasiones se preguntaba si tenía derecho a decidir qué era lo mejor para un hombre adulto como su marido, o si tenía derecho a confundir a las mentes simples y puras de sus retoños.
La voz de Do'ingn la devolvió a la realidad. Su gesto entristecido y la confesión, le dejaron un gusto amargo en la boca. Ella tenía un rostro maravilloso, y verlo ennegrecido por el temor y la resignación, era algo que Brianna no concebía. El mundo estaba plagado de personas sin esperanza, ella había recorrido un largo camino hasta que logró asentarse, y en todos los puntos donde frenaba, podía ver y percibir todo tipo de emociones humanas. Desde pequeña fue muy sensible a los sentimientos ajenos, constantemente preocupándose por el bienestar o el malestar de cualquier persona que la rodease. Captaba con gran facilidad lo que muchos intentaban ocultar, y nunca supo cómo lo conseguía, pero encontraba lo bueno hasta en los corazones más oscuros. Quizá eso era lo que tanto amaba de Morgan, la luz que sólo a ella y a sus hijos le mostraba… Se enjugó la frente con la mano, el Sol, si bien no era un día caluroso, comenzaba a calentar el firmamento. Le sonrió a la negra por inercia, sin encontrar las palabas con las cuales darle consuelo, y no era afín a hablar por hablar. Su madre le repetía que debía decir lo justo y necesario, y lo seguía al pie de la letra, como todo lo que ella le decía, como todo lo que su padre le decía, como todo lo que su marido le decía…
—No es difícil —Brianna le mostró con sus manos cómo debía tomar el hilo— Lo haces muy bien —la alentó, al ver la imitación— La brisa que sopla es ideal —pensó en voz alta, entrecerrando los ojos y observando el comenta que comenzaba a tomar altura— No es algo que hagamos muy seguido, pero siempre es una buena ocasión. Cuando era niña, en las Tierras Altas —hizo una pausa, sabía muy bien que no podía develar el sitio del cual era originaria. Rogó que Do'ingn no preguntara dónde era ese lugar. Continuó rápidamente— mi padre y yo sabíamos volar cometas, pero luego crecí y decidió abandonar la práctica —comentó con un deje de nostalgia en su voz. Ella había admirado a su papá con toda su alma, él compensaba el trato casi indiferente que le dispensaba su progenitora, más pendiente a sus conocimientos y a mantenerla ajena a las maldades del mundo que a darle un abrazo o a crecer. Jamás culpó a sus padres exigentes y sobreprotectores, todos sus hijos estaban en el Cielo, y se aferraron a ella como su última esperanza, luego, ella también los abandonó, pero por elección propia. A veces, solía preguntarse si ellos serían capaces de perdonarla. —Dime, Do'ingn, ¿te estás divirtiendo? Discúlpame si he sido un poco —se mordió el labio inferior en busca de la palabra adecuada— avasallante. Es que fuiste tan amable con mis hijos… —negó varias veces con su cabeza— que siento la necesidad de retribuirte de alguna manera. ¿Hay algo que pueda hacer por ti? —y no le cabían dudas de que haría lo que fuera por ayudar al desprotegido.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
"Aunque sepas que no está bien, no puedes contradecir, mi pequeña". Las palabras de su madre retumbaron en sus oídos como si la estuviera reprendiendo en ese momento, extrañaba a su madre, se sentía segura de una cosa. Si esa señora siguiera viva, entonces la situación sería también otra. No la habría dejado salir sola a comprar, tampoco (aunque se lea cruel, e insensible) le había dejado ayudar a dos niños blancos, porque, sabía en los problemas en que se encontraría. Cuando pequeña nunca se había despegado de la cercanía de su madre, siempre le tomaba de las manitas o se abrazaba de las faldas de la mujer. ¿Por qué el destino tenía que ser tan cruel con la gente pobre, más encima si era de color? En su pecho pudo sentir una opresión extraña pero como siempre se portó como si nada, no había que mostrar pesar, y sus sentimientos sólo eran para ella, debía ser detestable para los blancos ver a los negros llorar lagrimas de la misma tonalidad cristalina que ellos, seguro que incluso eso les molestaría. Se podría quedar horas pensando en aquella mujer que le dio la vida, no pasaba nada, de eso jamás se aburriría, también la ayudaba a sentirla cerca y protegida, valiente e invencible al despertarse cada día. El ánimo entonces le volvió a subir ¿Cómo no hacerlo? Sólo bastaba con estar vivo. No hay necesidad demás, cada quien puede cargar la cruz que le imponen.
Dejó que la mujer disfrutara de su silencio, que pensara tanto como ella misma, Do'ingn mantenía la mirada baja, era claro eso, porque no porque la blanca le dijera debía mirar como una igual lo haría, eso era claro que no. Toda su vida a estado de esa forma, con esa enseñanzas, con todo eso que le había hecho sobrevivir. Los blancos no le hacían todas esas cosas feas porque se comportaba a la altura. Hace un tiempo, ella pudo ver como a alguien de los suyos lo terminaban matando a golpes, simplemente por contestar, responder, o como quieran llamar, a los mandatos de un blanco, solo por ver a los ojos, la sociedad tan mala, tan cruel le dejaba cada día más un sabor de boca que podía darle asco. Si ella pudiera hacer algo, dejaría que todos fueran iguales, o quizás hacer zonas para cada uno. De una cosa estaba segura, los negros también harían vidas de calidad, porque ellos al saber hacer tantos trabajos que los blancos no hacen, vivirían tan bien; siguió caminando, pero era evidente que se sentía incomoda, aunque algunas miradas ya se habían perdido, otras seguían muy atenta el trayecto que estaban tomando. ¿En qué demonios les afectaba la interacción de los demás? En todo por lo visto. Que pena daba la situación, mentes tan cerradas cuando se las gastan de intelectuales y buscando tanta modernidad.
Las palabras que de nuevo le otorgó la mujer le hicieron salir de sus pensamientos, pero no iba a hablar, no en ese momento. Su mirada baja le permitía ver a los pequeños, que hermosos eran, cada uno tenía un encanto especial, se notaba se querían mucho, lo podía captar con una pequeña revisión, seguramente aquello lo habían aprendido del amor que su madre les demostraba. ¿Así sería el padre? Tal vez, pero en ese terreno no se metía, eso de juzgar sin conocer era lo mismo que le hacían todos los días, y claro que no repetiría el patrón. Uno de los pequeños le jaló de las faldas para pedirle la mano, y no dudo en tomarla, por más en riesgo que ella estuviera a un niño no le podía negar nada, ni decirles nada malo, de ellos sería el mundo en un futuro, ella no era nadie para cortarles las alas. Le dio algunos apretones a las manitas de los pequeños, los cuales no dudaron en responder con sonrisas de aceptación por el gesto. siguió su camino, ¿qué podía decirle a la mujer sin decirle algo tan doloroso? ¿O tan hiriente? No se quería ver malagradecida.
- ¿Qué es diversión mi señora? - Preguntó con curiosidad, ella jamás se había divertido en su vida, todo era trabajo, en ocasiones soltaba sonrisas porque algunos de los trabajadores de la mansión eran muy ocurrentes, pero ¿diversión como tal? Parecía que la mujer blanca no entendía aún lo que hablaba, o la posición de ambas, pero no quiso volver a recordarle para no entrar al tema de nuevo, de verdad agradecía que existieran personas como ella. - Lo único que sé, es que debo irme pronto, no es bueno que este aquí o practique lo que ustedes hacen, espero me disculpe, no crea que no soy agradecida, por el contrario, de verdad mi corazón lo está, pero también tengo miedo, y preferiría ahorrarme esto - Se encogió de hombros, pero seguía sin verla, como siempre, con la mirada baja.
Dejó que la mujer disfrutara de su silencio, que pensara tanto como ella misma, Do'ingn mantenía la mirada baja, era claro eso, porque no porque la blanca le dijera debía mirar como una igual lo haría, eso era claro que no. Toda su vida a estado de esa forma, con esa enseñanzas, con todo eso que le había hecho sobrevivir. Los blancos no le hacían todas esas cosas feas porque se comportaba a la altura. Hace un tiempo, ella pudo ver como a alguien de los suyos lo terminaban matando a golpes, simplemente por contestar, responder, o como quieran llamar, a los mandatos de un blanco, solo por ver a los ojos, la sociedad tan mala, tan cruel le dejaba cada día más un sabor de boca que podía darle asco. Si ella pudiera hacer algo, dejaría que todos fueran iguales, o quizás hacer zonas para cada uno. De una cosa estaba segura, los negros también harían vidas de calidad, porque ellos al saber hacer tantos trabajos que los blancos no hacen, vivirían tan bien; siguió caminando, pero era evidente que se sentía incomoda, aunque algunas miradas ya se habían perdido, otras seguían muy atenta el trayecto que estaban tomando. ¿En qué demonios les afectaba la interacción de los demás? En todo por lo visto. Que pena daba la situación, mentes tan cerradas cuando se las gastan de intelectuales y buscando tanta modernidad.
Las palabras que de nuevo le otorgó la mujer le hicieron salir de sus pensamientos, pero no iba a hablar, no en ese momento. Su mirada baja le permitía ver a los pequeños, que hermosos eran, cada uno tenía un encanto especial, se notaba se querían mucho, lo podía captar con una pequeña revisión, seguramente aquello lo habían aprendido del amor que su madre les demostraba. ¿Así sería el padre? Tal vez, pero en ese terreno no se metía, eso de juzgar sin conocer era lo mismo que le hacían todos los días, y claro que no repetiría el patrón. Uno de los pequeños le jaló de las faldas para pedirle la mano, y no dudo en tomarla, por más en riesgo que ella estuviera a un niño no le podía negar nada, ni decirles nada malo, de ellos sería el mundo en un futuro, ella no era nadie para cortarles las alas. Le dio algunos apretones a las manitas de los pequeños, los cuales no dudaron en responder con sonrisas de aceptación por el gesto. siguió su camino, ¿qué podía decirle a la mujer sin decirle algo tan doloroso? ¿O tan hiriente? No se quería ver malagradecida.
- ¿Qué es diversión mi señora? - Preguntó con curiosidad, ella jamás se había divertido en su vida, todo era trabajo, en ocasiones soltaba sonrisas porque algunos de los trabajadores de la mansión eran muy ocurrentes, pero ¿diversión como tal? Parecía que la mujer blanca no entendía aún lo que hablaba, o la posición de ambas, pero no quiso volver a recordarle para no entrar al tema de nuevo, de verdad agradecía que existieran personas como ella. - Lo único que sé, es que debo irme pronto, no es bueno que este aquí o practique lo que ustedes hacen, espero me disculpe, no crea que no soy agradecida, por el contrario, de verdad mi corazón lo está, pero también tengo miedo, y preferiría ahorrarme esto - Se encogió de hombros, pero seguía sin verla, como siempre, con la mirada baja.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Brianna se resignó, casi con un suspiro. No podía seguir torturando a aquella muchacha de esa manera. Estaba, evidentemente, incómoda, a pesar de sus esfuerzos por hacerla sentir a gusto y demostrarle su gratitud. <<Hay gente que no quiere o no necesita ser ayudada>>, le había dicho una vez su madre, una de las pocas veces que la había llevado a pasear por Dublín. Tendría unos siete años, caminaban escoltadas por la guardia que MacKenzie les ponía a los miembros de la familia cuando se alejaban de Leoch. Siempre recordaría ese día, porque estrenó un vestido de color lavanda, que estuvo mucho tiempo esperando, pues había sido de las pocas cosas que le había pedido a su padre. Transitaba de la mano de su nana, y vio a un linyera, tomó de su bolcito una moneda, y se acercó a él, escabulléndose entre las piernas del personal de vigilancia, y se la entregó. El señor la miró, le mostró una sonrisa desdentada, y con un gesto de su mano, la despachó. Brianna insistió en darle la moneda, y le pidió por favor que la aceptara, pero el hombre, simplemente, se puso de pie y se fue a sentar a unos metros de ella. Estuvo a punto de seguirlo, pero sintió el peso de la mano de su madre en el hombro, que la detenía. La niña estaba desconcertada y tenía los ojos vidriosos, aunque se esforzaba por contener las lágrimas. La mano de Janet le acarició la cabeza, en uno de los pocos gestos amorosos que tendría a lo largo de los dieciséis años que pasaron juntas, la tomó de la mano, y se la llevó nuevamente a proseguir con la caminata. La pequeña se mantuvo callada gran parte del trayecto, hasta que recuperó el entusiasmo y siguió ayudando a su madre a elegir telas, adornos y especias para llevar al castillo donde vivían. En el carruaje que las llevaba de regreso, Brianna le preguntó a Janet por qué ese señor no había aceptado su moneda. La mujer se tomó su tiempo para contestar, pero, finalmente, volvió la cabeza y le soltó, con la frialdad que la tranquilizaba <<Hay gente que no quiere o no necesita ser ayudada. No puedes ir por la vida solucionando los problemas de los demás, ocúpate de los tuyos, Shannon>>.
<<Mi madre tenía razón, no sólo por Do'ingn, si no, por todas las personas que he conocido a lo largo de éste tiempo. ¿Cuándo aprenderé a hacerme cargo de mí misma?>> Quizá, para Brianna, en ese momento, era demasiada la carga que pesaba sobre sus hombros. Su bebé, como respuesta a sus pensamientos y su fugaz congoja, dio una suave patadita en su costado derecho. La palma de su mano acarició la zona, y el niño le respondió, para luego quedarse quieto, nuevamente. <<No, mi amor, tú no eres una carga para mí. La única carga que tengo, soy yo misma>>, y así era. Hacía tiempo que se había convertido en lo que no habría querido ser: en Janet Scrymgeaour. No fue una mala madre, sólo Dios sabía que había hecho lo que había podido, pero jamás tuvo el valor para hablar sobre sus sentimientos. Tras la muerte de todos sus hijos, el dolor le absorbió la energía vital y le consumió el alma, y el último vestigio de fuerza se fue el día que dio a luz a Shannon, su última hija y su última esperanza. A ella no le quedó nada del amor de madre, todo se había ido con sus hermanos, lo habían enterrado junto con ellos. Para Shannon sólo quedó la responsabilidad y el deber de criar a un hijo, y el miedo de perderlo, la sobreprotección. De su padre no había recibido mucho más, pero, en ocasiones, él se había mostrado interesado en compartir tiempo con ella, la había buscado para alguna actividad y hasta le había dado uno que otro abrazo, seguramente, demasiado aferrado a ella como para también perderla. Lo cierto era que había sido demasiado grande ese comprmiso, el de cubrir todos los espacios que sus difuntos hermanos dejaron vacíos.
—Ve, Do'ingn, no quiero causarte más problemas —sonrió, aunque con un gesto cansado. Con una mano, llamó a sus hijos, que se acercaron al instante— Niños, nuestra nueva amiga debe irse. Tiene trabajo que hacer, despídanse de ella, por favor —a pesar de los gestos de abatimiento y de los pucheros, los pequeños le dieron un abrazo y, una vez más, un beso en cada mejilla, luego, volvieron a remontar los cometas que habían quedado en el suelo. —Son buenos hijos… —pensó en voz alta al observarlos. Nuevamente, Malcolm ayudaba a su hermano menor a elevar vuelo con su barrilete. Atesoró aquel momento, el rostro de admiración de Douglas mientras escuchaba con atención la explicación, y el ceño fruncido de su hijo mayor, en un claro gesto de concentración. —Eso es divertirse, Do'ingn, ser libre es divertirse, y ellos, en éste momento, son libres. Libres de las preocupaciones, libres de la adultez, su inocencia y su infancia los preserva de la esclavitud en la que todos caemos —le apoyó una mano en el hombro. —Todos podemos divertirnos, a pesar de las cadenas… —aseguró, pero la reflexión pareció más para ella misma que para su compañera. —Si algún día necesitas algo, por favor, búscame. Vivo en las afueras de París, hacia el sur, pregunta por los Storr, varios vecinos nos conocen. —<<Dios te conceda la libertad de elegir, pequeña, Dios te la conceda>>.
<<Mi madre tenía razón, no sólo por Do'ingn, si no, por todas las personas que he conocido a lo largo de éste tiempo. ¿Cuándo aprenderé a hacerme cargo de mí misma?>> Quizá, para Brianna, en ese momento, era demasiada la carga que pesaba sobre sus hombros. Su bebé, como respuesta a sus pensamientos y su fugaz congoja, dio una suave patadita en su costado derecho. La palma de su mano acarició la zona, y el niño le respondió, para luego quedarse quieto, nuevamente. <<No, mi amor, tú no eres una carga para mí. La única carga que tengo, soy yo misma>>, y así era. Hacía tiempo que se había convertido en lo que no habría querido ser: en Janet Scrymgeaour. No fue una mala madre, sólo Dios sabía que había hecho lo que había podido, pero jamás tuvo el valor para hablar sobre sus sentimientos. Tras la muerte de todos sus hijos, el dolor le absorbió la energía vital y le consumió el alma, y el último vestigio de fuerza se fue el día que dio a luz a Shannon, su última hija y su última esperanza. A ella no le quedó nada del amor de madre, todo se había ido con sus hermanos, lo habían enterrado junto con ellos. Para Shannon sólo quedó la responsabilidad y el deber de criar a un hijo, y el miedo de perderlo, la sobreprotección. De su padre no había recibido mucho más, pero, en ocasiones, él se había mostrado interesado en compartir tiempo con ella, la había buscado para alguna actividad y hasta le había dado uno que otro abrazo, seguramente, demasiado aferrado a ella como para también perderla. Lo cierto era que había sido demasiado grande ese comprmiso, el de cubrir todos los espacios que sus difuntos hermanos dejaron vacíos.
—Ve, Do'ingn, no quiero causarte más problemas —sonrió, aunque con un gesto cansado. Con una mano, llamó a sus hijos, que se acercaron al instante— Niños, nuestra nueva amiga debe irse. Tiene trabajo que hacer, despídanse de ella, por favor —a pesar de los gestos de abatimiento y de los pucheros, los pequeños le dieron un abrazo y, una vez más, un beso en cada mejilla, luego, volvieron a remontar los cometas que habían quedado en el suelo. —Son buenos hijos… —pensó en voz alta al observarlos. Nuevamente, Malcolm ayudaba a su hermano menor a elevar vuelo con su barrilete. Atesoró aquel momento, el rostro de admiración de Douglas mientras escuchaba con atención la explicación, y el ceño fruncido de su hijo mayor, en un claro gesto de concentración. —Eso es divertirse, Do'ingn, ser libre es divertirse, y ellos, en éste momento, son libres. Libres de las preocupaciones, libres de la adultez, su inocencia y su infancia los preserva de la esclavitud en la que todos caemos —le apoyó una mano en el hombro. —Todos podemos divertirnos, a pesar de las cadenas… —aseguró, pero la reflexión pareció más para ella misma que para su compañera. —Si algún día necesitas algo, por favor, búscame. Vivo en las afueras de París, hacia el sur, pregunta por los Storr, varios vecinos nos conocen. —<<Dios te conceda la libertad de elegir, pequeña, Dios te la conceda>>.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Aquella había sido una de las mejores experiencias en la vida de la esclava, sin duda estaría agradecida a esa familia, pero sobre todo a esa mujer rubia de valores entrañables. En otras ocasiones había conocido mujeres como ella, pero distintas. La diferencia radicaba por supuesto, en que la que tenía enfrente de ella estaba completamente educada, y con una mente abierta, las demás solo seguían normas asquerosas, pero a fin de cuentas patrones sociales que debían seguir a pie de la letra. No sólo había aprendido que no todos eran iguales, aunque para ella el noventa y nueve punto nueve por ciento lo era. Sino que también los hijos con la mejor educación harían la diferencia. Se sentía dichosa, agradecida, feliz y muy eufórica, pero todo entrenamiento, cual animal, le ayudaba para mostrarse de una manera indiferente, o simplemente esperando instrucciones para poder reír, llorar o servir. ¿La blanca lo entendería? Ella esperaba, aunque a decir verdad, su bondad le estaba desesperando, no porque fuera malo, sino por no querer rechazarla, o hacerle un mal desplante por seguir las instrucciones que desde niña le habían inculcado. Le rogaba a Dios porque de verdad la comprendiera.
Y aunque el sentimiento resulte feo, grosero o inapropiado, le es inevitable experimentar un grato alivio cuando la mujer le dejó marchar. Porque de esa manera era, si la blanca no le daba el permiso necesario para poder ir a casa, entonces ella no marcharía, no hasta que le dieran la señal. Agradecida de nuevo se encontraba por su permiso. Se agachó rápidamente para que los niños le dieran la despedida como era debido, dio incluso, de forma atrevida besos en cada mejilla de ellos, y se atrevió a abrazarlos como muestra de esa calidez que le enseñaron a experimentar después de tanto tiempo, algo que ella creía se había extinguido pero que aun permanecía. Recordó de nuevo a su madre, ella siempre le abrazaba como un infante. Con emoción, con efusividad, sin dobles intenciones. Aquello le hizo sonreír ya sin poder contenerse a lo enseñado por sus dueños. ¿Quién se resiste a la sinceridad y el alma blanca de un inocente? Quizás un desalmado. Pero ella no lo es, tiene más que muchos, pero poco deja ver.
- Si lo son - Reafirmó las palabras de la hermosa mujer rubia que tenía a un lado - Y seguramente el que viene en camino también lo es, solo basta saberlo con la calidad de madre que tienen, no cualquiera es como usted, mi señora, y si me permite decirlo, le ruego no sólo a usted, sino también a Dios porque nunca cambie sus pensamientos, ni por más golpes que la vida le de, porque vaya que hay, todo da vueltas, un momento arriba, al otro abajo, solo deseo su bien, pero que haya más como usted, Brianna Storr, por personas como usted el mundo vale la pena, no lo olvide - Aquello lo decía observándola a los ojos, como si fueran un igual, aunque claramente no lo eran, pero aquella hermosa mujer con expresivos zafiros le habían dado tal confianza y comodidad que no se sentía ya en peligro de verle. La criada esperaba que con ese gesto que quizás podría parecer insignificante, entendiera todo lo que ahora podía confiar en aquella persona proveniente de un mundo tan distinto al suyo.
- No podría esperar más de su persona, mi señora, y me dará vergüenza ir con la cabeza baja hasta su hogar para pedir un poco de ayuda, eso querrá decir que mi situación es todavía más una desgracia, pero siempre lo tomaré en cuenta, y también lo tendré presente, ¿por qué usted es tan buena? Es más cálida que el sol, y brilla más que la luna en medio de la oscuridad, mi señora, afortunada soy de conocerla, y siento tanto dolor en terminar este encuentro, pero mi vida correr riesgos y no quisiera que todo terminara en solo un encuentro, si me permite, mi señora, quisiera buscarla pero no por necesidad, sino por diversión, como lo ha dicho hace unos momentos, y también libertad ¿cree acaso que eso sea posible? - Pero está vez si bajó el rostro, mirando hacía el suelo no empedrado, sino más bien lleno de tierra, aquella parte no era tan moderna como el resto de la ciudad, desvió la mirada sorprendida, que niños más amorosos, pocos hermanos hay así, ayudándose los unos a los otros, en su hogar no lo son, pero aquellos niños siempre lo serán, al menos con la ayuda de su madre.
Y aunque el sentimiento resulte feo, grosero o inapropiado, le es inevitable experimentar un grato alivio cuando la mujer le dejó marchar. Porque de esa manera era, si la blanca no le daba el permiso necesario para poder ir a casa, entonces ella no marcharía, no hasta que le dieran la señal. Agradecida de nuevo se encontraba por su permiso. Se agachó rápidamente para que los niños le dieran la despedida como era debido, dio incluso, de forma atrevida besos en cada mejilla de ellos, y se atrevió a abrazarlos como muestra de esa calidez que le enseñaron a experimentar después de tanto tiempo, algo que ella creía se había extinguido pero que aun permanecía. Recordó de nuevo a su madre, ella siempre le abrazaba como un infante. Con emoción, con efusividad, sin dobles intenciones. Aquello le hizo sonreír ya sin poder contenerse a lo enseñado por sus dueños. ¿Quién se resiste a la sinceridad y el alma blanca de un inocente? Quizás un desalmado. Pero ella no lo es, tiene más que muchos, pero poco deja ver.
- Si lo son - Reafirmó las palabras de la hermosa mujer rubia que tenía a un lado - Y seguramente el que viene en camino también lo es, solo basta saberlo con la calidad de madre que tienen, no cualquiera es como usted, mi señora, y si me permite decirlo, le ruego no sólo a usted, sino también a Dios porque nunca cambie sus pensamientos, ni por más golpes que la vida le de, porque vaya que hay, todo da vueltas, un momento arriba, al otro abajo, solo deseo su bien, pero que haya más como usted, Brianna Storr, por personas como usted el mundo vale la pena, no lo olvide - Aquello lo decía observándola a los ojos, como si fueran un igual, aunque claramente no lo eran, pero aquella hermosa mujer con expresivos zafiros le habían dado tal confianza y comodidad que no se sentía ya en peligro de verle. La criada esperaba que con ese gesto que quizás podría parecer insignificante, entendiera todo lo que ahora podía confiar en aquella persona proveniente de un mundo tan distinto al suyo.
- No podría esperar más de su persona, mi señora, y me dará vergüenza ir con la cabeza baja hasta su hogar para pedir un poco de ayuda, eso querrá decir que mi situación es todavía más una desgracia, pero siempre lo tomaré en cuenta, y también lo tendré presente, ¿por qué usted es tan buena? Es más cálida que el sol, y brilla más que la luna en medio de la oscuridad, mi señora, afortunada soy de conocerla, y siento tanto dolor en terminar este encuentro, pero mi vida correr riesgos y no quisiera que todo terminara en solo un encuentro, si me permite, mi señora, quisiera buscarla pero no por necesidad, sino por diversión, como lo ha dicho hace unos momentos, y también libertad ¿cree acaso que eso sea posible? - Pero está vez si bajó el rostro, mirando hacía el suelo no empedrado, sino más bien lleno de tierra, aquella parte no era tan moderna como el resto de la ciudad, desvió la mirada sorprendida, que niños más amorosos, pocos hermanos hay así, ayudándose los unos a los otros, en su hogar no lo son, pero aquellos niños siempre lo serán, al menos con la ayuda de su madre.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Las palabras de la joven le enrojecieron las mejillas como si se tratase de una niña casamentera. Brianna jamás había perdido la capacidad para sonrojarse, y en su clara piel –aunque tostada por el Sol- se notaba instantáneamente como las partículas de coloración comenzaban a hacer mella entre sus pecas, que refulgían a causa de la nueva tonalidad. Alzó las manos y envolvió su propio rostro, con una leve sonrisa de agradecimiento, y con lágrimas a punto de brotar de sus ojos, que se mantenían fijos en aquellas exóticas y agraciadas facciones. Parpadeó varias veces, para reprimir un patético espectáculo lacrimógeno, en especial, porque hacía meses que una vez que comenzaba a llorar, difícilmente se detuviera instantáneamente. Bajó los brazos lentamente, y volvió a apoyarlos en su abultado vientre. Tras tres embarazos, había aprendido que la mujer, sólo siguiendo su instinto, y fuese la situación que fuese, terminaba rodeando la cúpula que protegía a su hijo. Con todos había sido igual, pero había sido con Douglas con quien había descubierto esa acción inconsciente, quizá porque lo había vivido con más tranquilidad, y no con el fragor de la continua huida que había marcado el de Malcolm; quizá también porque había podido reparar más en otras madres, y había tenido alguna que otra conversación instructiva.
Fue un vago momento de alegría, que terminó convirtiéndose en un trago amargo. Tragó la hiel que se había anudado en su garganta. Por una milésima de segundo había creído y atesorado las palabras de Do'ingn, pero la realidad volvió a abofetearla. Frente a sus ojos pasó ese último tiempo en el que no había hecho más que mentir y desgastar un sentimiento tan hondo como las mismas profundidades del océano. Había resquebrajado a su familia con su actitud arrogante e indiferente, había herido a los tres seres que más amaba en el mundo. No era merecedora de aquellas hermosas frases que le destinaban, si quiera era merecedora de la mirada tierna que transmitía la esclava. ¡Cuánta inocencia había en Do'ingn! <<Si supieras…>> pensó intentando retener el rictus de dolor y culpa que pugnaba por asomarse en las comisuras de sus labios. No podía tomar a esa pobre joven como confidente, demasiado tenía con sus propias cargas para tomar el peso de las de Brianna. Se obligó a recuperar la compostura, y sus dedos, que se habían puesto rígidos, comenzaron a relajarse lentamente. Bajo su piel, podía sentir los acompasados movimientos de su bebé. Eso armonizaba su interior.
—Te agradezco por tus hermosas palabras, Do'ingn —dijo con sinceridad—. No soy tan buena ni tan mala, con mis defectos y mis virtudes como todos los demás, con mis luces, con mis sombras, mis alegrías y mis tristezas. Así como tú y cada una de las personas que habitan el mundo —recitó sin falsa modestia. Se encogió de hombros y sonrió— Las personas que valen son las luchadoras, las que enfrentan la adversidad con dignidad, como tú —estiró su mano y la apoyó en el flaco hombro de la esclava— Yo hago lo que puedo y creo mejor para mi familia, aunque me equivoque en el afán. Pero eso amerita una charla junto a una taza de té, y no en un lugar como éste, donde ambas podríamos ser escuchadas —le colocó una entonación cómplice, para ocultar el verdadero significado de lo que esas oraciones tenían en su vida.
—Puedes venir a mi hogar cuando lo desees, sin importar la hora ni bajo qué circunstancias. Aquí tienes una amiga —asintió, reafirmando su decir— Tanto mis padres como mi marido, siempre se quejaron de que confío demasiado en los demás, que no mido, pero tú… —torció la boca, buscando un término preciso— Tú eres especial, Do'ingn. Te rodea una luz, es difícil de explicar, pero he viajado mucho y he conocido a muchos en tu situación, y no todos tienen tu calidez. Muchos son taimados y están repletos de prejuicios, y con justa razón, sin embargo hay algo en tu mirada que me llena de paz —eso era, la joven esclava sosegaba su corazón inquieto y lastimado. —Mi familia te recibirá con gusto. Mi marido es un gran hombre, y podrás notar que los niños se encariñaron contigo habiéndote visto una sola vez. Malcolm es muy sensible a las personas, él tiene algo…diferente — ¿era esa la palabra? — y logra captar la esencia de los demás. No me preguntes cómo lo hace, y no creas que exagero porque es mi hijo, sé que tiene sólo seis años, sin embargo… —la frase murió en sus labios, en el preciso instante en que Douglas se cortaba con algo que no alcanzaba a ver, cuando su hermano mayor había volteado para sonreírle a su madre, como si hubiera escuchado que hablaban de su persona— ¡Douglas! —exclamó para correr hacia él.
Fue un vago momento de alegría, que terminó convirtiéndose en un trago amargo. Tragó la hiel que se había anudado en su garganta. Por una milésima de segundo había creído y atesorado las palabras de Do'ingn, pero la realidad volvió a abofetearla. Frente a sus ojos pasó ese último tiempo en el que no había hecho más que mentir y desgastar un sentimiento tan hondo como las mismas profundidades del océano. Había resquebrajado a su familia con su actitud arrogante e indiferente, había herido a los tres seres que más amaba en el mundo. No era merecedora de aquellas hermosas frases que le destinaban, si quiera era merecedora de la mirada tierna que transmitía la esclava. ¡Cuánta inocencia había en Do'ingn! <<Si supieras…>> pensó intentando retener el rictus de dolor y culpa que pugnaba por asomarse en las comisuras de sus labios. No podía tomar a esa pobre joven como confidente, demasiado tenía con sus propias cargas para tomar el peso de las de Brianna. Se obligó a recuperar la compostura, y sus dedos, que se habían puesto rígidos, comenzaron a relajarse lentamente. Bajo su piel, podía sentir los acompasados movimientos de su bebé. Eso armonizaba su interior.
—Te agradezco por tus hermosas palabras, Do'ingn —dijo con sinceridad—. No soy tan buena ni tan mala, con mis defectos y mis virtudes como todos los demás, con mis luces, con mis sombras, mis alegrías y mis tristezas. Así como tú y cada una de las personas que habitan el mundo —recitó sin falsa modestia. Se encogió de hombros y sonrió— Las personas que valen son las luchadoras, las que enfrentan la adversidad con dignidad, como tú —estiró su mano y la apoyó en el flaco hombro de la esclava— Yo hago lo que puedo y creo mejor para mi familia, aunque me equivoque en el afán. Pero eso amerita una charla junto a una taza de té, y no en un lugar como éste, donde ambas podríamos ser escuchadas —le colocó una entonación cómplice, para ocultar el verdadero significado de lo que esas oraciones tenían en su vida.
—Puedes venir a mi hogar cuando lo desees, sin importar la hora ni bajo qué circunstancias. Aquí tienes una amiga —asintió, reafirmando su decir— Tanto mis padres como mi marido, siempre se quejaron de que confío demasiado en los demás, que no mido, pero tú… —torció la boca, buscando un término preciso— Tú eres especial, Do'ingn. Te rodea una luz, es difícil de explicar, pero he viajado mucho y he conocido a muchos en tu situación, y no todos tienen tu calidez. Muchos son taimados y están repletos de prejuicios, y con justa razón, sin embargo hay algo en tu mirada que me llena de paz —eso era, la joven esclava sosegaba su corazón inquieto y lastimado. —Mi familia te recibirá con gusto. Mi marido es un gran hombre, y podrás notar que los niños se encariñaron contigo habiéndote visto una sola vez. Malcolm es muy sensible a las personas, él tiene algo…diferente — ¿era esa la palabra? — y logra captar la esencia de los demás. No me preguntes cómo lo hace, y no creas que exagero porque es mi hijo, sé que tiene sólo seis años, sin embargo… —la frase murió en sus labios, en el preciso instante en que Douglas se cortaba con algo que no alcanzaba a ver, cuando su hermano mayor había volteado para sonreírle a su madre, como si hubiera escuchado que hablaban de su persona— ¡Douglas! —exclamó para correr hacia él.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Do’ingn debía reconocer que estaba siendo algo dura con la mujer. No es que lo hiciera con intención, de hecho era lo que menos deseaba, lo que pasaba es que la vida le había dado tan duro que necesitaba poner una barrera grande, fuerte, inquebrantable, eso la protegería de cualquier tontería que llegara a pasar a su alrededor, la alejaría de todos esos prejuicios, le brindaría el poder alejarse de las criticas, pero también del daño físico, incluso de la muerte. Sólo deseaba que en su interior la mujer no se terminara por hartar de sus manías, añoraba con el corazón que le entendiera; la negra en ocasiones deseaba poder haber nacido con otro color de piel, no por los maltratos que recibía a menudo, esos incluso algunos blancos llegaban a tenerlos, más bien, lo deseaba para poder tener privilegios que ella jamás llegaría a conseguir. Por ejemplo, las relaciones con otras señoritas de su edad. Ella no conocía un sin fin de conexiones humanas, aunque las había escuchado porque sus compañeros de profesión las llegaban a tener, sería imposible que la jovencita lo obtuviera por más deseo dentro de su ser.
¿Qué era una amistad? ¿Qué era el amor o la hermandad? ¿Qué eran los abrazos, las caricias y los besos con afecto? Pensar en todo aquello la confundía, no entendía porqué el ser humano en ocasiones debía suprimir aquello que necesitaba, porqué lo necesitaban ¿verdad? Sabe de sobra que en la actualidad las relaciones son a conveniencia, lamentablemente ni siquiera así sería la suya. La amistad que le ofrecía aquella mujer le ponía de mal humor, la deseaba tomar, volverse cómplice de sus secretos más enterrados, pero al mismo tiempo sabía que lo mejor sería negarla. Negarla también consistía en rechazar a una buena mujer, esa que la notaba tan sincera y transparente como el agua que corría por el río. Lo turbio se encontraba dentro de los obstáculos que llegaban a molestarle, esos que impedían poder darle su sincero corazón. Como las rocas que impiden el paso correcto del agua.
La negra bajó la mirada lentamente a la barriga abultada de la rubia. Se veía hermosa en aquella situación. Los hijos siempre eran una bendición, los niños llenaban de alegría todos los hogares, incluso a quienes llegaban a presenciarles. ¿Ella tendría hijos? Debía reconocer que la compañía ahora le afectaba. No es que le envidiara, pero le dolía el hecho de saber que jamás en la vida tendría tantas libertades. De pequeña, antes de la muerte de su madre, recuerda que ella le mencionaba podría enamorarse de el hombre que le hiciera sentir mejor en la tribu. Su madre le mencionaba del amor, de la familia. ¡Malditos recuerdos que la atormentaban! Su mirada se giró al ver el movimiento tan rápido de la madre, al menos se podría distraer y dejar de pensar, pero ¿qué había pasado?
- Mi señora - El sol había subido sin exagerar unos veinte centímetros, aquello no daba buena pinta - No sé que haya ocurrido, pero debo irme - A su alrededor las personas comenzaban a visualizarlos, la miraban incluso de forma reprochable, como si la desgracia del niño hubiera tenido algo que ver con su sola presencia. - Tengo que marcharme, le ruego me disculpe - Y aunque su corazón se aceleraba demasiado por dejar no sólo a la mujer con su problema, sino también al pequeño con el dolor, sabía que era lo correcto; Do’ingn desde un principió no debió de haberse desviado de su camino. Ya se imaginaba a uno de sus patrones en la puerta esperando la oportunidad para echarla a la calle, todo por su imprudencia, pero es que aquella señora le había dado no sólo un buen momento, sino también esperanza.
¿Qué era una amistad? ¿Qué era el amor o la hermandad? ¿Qué eran los abrazos, las caricias y los besos con afecto? Pensar en todo aquello la confundía, no entendía porqué el ser humano en ocasiones debía suprimir aquello que necesitaba, porqué lo necesitaban ¿verdad? Sabe de sobra que en la actualidad las relaciones son a conveniencia, lamentablemente ni siquiera así sería la suya. La amistad que le ofrecía aquella mujer le ponía de mal humor, la deseaba tomar, volverse cómplice de sus secretos más enterrados, pero al mismo tiempo sabía que lo mejor sería negarla. Negarla también consistía en rechazar a una buena mujer, esa que la notaba tan sincera y transparente como el agua que corría por el río. Lo turbio se encontraba dentro de los obstáculos que llegaban a molestarle, esos que impedían poder darle su sincero corazón. Como las rocas que impiden el paso correcto del agua.
La negra bajó la mirada lentamente a la barriga abultada de la rubia. Se veía hermosa en aquella situación. Los hijos siempre eran una bendición, los niños llenaban de alegría todos los hogares, incluso a quienes llegaban a presenciarles. ¿Ella tendría hijos? Debía reconocer que la compañía ahora le afectaba. No es que le envidiara, pero le dolía el hecho de saber que jamás en la vida tendría tantas libertades. De pequeña, antes de la muerte de su madre, recuerda que ella le mencionaba podría enamorarse de el hombre que le hiciera sentir mejor en la tribu. Su madre le mencionaba del amor, de la familia. ¡Malditos recuerdos que la atormentaban! Su mirada se giró al ver el movimiento tan rápido de la madre, al menos se podría distraer y dejar de pensar, pero ¿qué había pasado?
- Mi señora - El sol había subido sin exagerar unos veinte centímetros, aquello no daba buena pinta - No sé que haya ocurrido, pero debo irme - A su alrededor las personas comenzaban a visualizarlos, la miraban incluso de forma reprochable, como si la desgracia del niño hubiera tenido algo que ver con su sola presencia. - Tengo que marcharme, le ruego me disculpe - Y aunque su corazón se aceleraba demasiado por dejar no sólo a la mujer con su problema, sino también al pequeño con el dolor, sabía que era lo correcto; Do’ingn desde un principió no debió de haberse desviado de su camino. Ya se imaginaba a uno de sus patrones en la puerta esperando la oportunidad para echarla a la calle, todo por su imprudencia, pero es que aquella señora le había dado no sólo un buen momento, sino también esperanza.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Como un cometa en la brisa | Privado |
Llegó hacia su hijo con una agilidad notable a pesar de su estado. Observó la carita de su pequeño intentando contener las lágrimas. Douglas se mordía el labio inferior y sorbía con fuerza por la nariz, mientras se negaba a darle rienda suelta al llanto y miraba con fijeza los ojos de Brianna, que destilaba preocupación. Se arrodilló a su lado y Malcolm la acompañó en el movimiento, con el mismo gesto de ella dibujado en el rostro. Le tomó el brazo izquierdo, la sangre manchaba la camisola blanca que llevaba puesta, y bajo la tela, también rasgada, se dilucidaba un corte de unos cinco centímetros un poco más arriba de la muñeca. No era profundo, pero sangraba profusamente. El diminuto damnificado clavó sus ojos en la herida, y tras varios segundos de contener la respiración, exhaló aliviado. A la rubia se le dibujó una sonrisa en los labios, conmovida por el arrojo de valentía de su retoño. Malcolm no estaba tan de acuerdo, y decidió tomar cartas en el asunto, rasgando la manga entera de la camisa. Era extremadamente sobreprotector con su hermano, y eso se lo debía a su padre, que tenía la manía de inculcarle al primogénito del matrimonio, que no era más que un nene de seis años, que cuando él no estaba, era su deber proteger a su madre y a Douglas. Brianna se había cansado de repetirle a su esposo que era demasiada responsabilidad para cargarla sobre los hombros de un infante, pero sabía perfectamente que Morgan había sido educado con rigurosidad, y que esas cosas, era casi inevitable que no aflorasen cuando los hijos se convertían en padres. Ella había recibido una educación inusual, a pesar de la rigidez de los MacKenzie, también había sido rechazada, y había batallado durante su infancia y adolescencia con ambos sentimientos contradictorios.
—No es nada, mi amor —se dirigió al mayor, ya que el más pequeño parecía bastante tranquilo, y a sus pupilas había regresado aquel brillo travieso. Despeinó levemente a Malcolm, que relajó el ceño fruncido. —Es pura sangre, mo chridhe, mira —tomó el codo de Douglas y lo alzó levemente, para que ambos observasen. —Debemos desinfectar, pero por ahora, cubriéndola estará bien. Cuando lleguemos a casa prepararé unos emplastos y lavaré la herida —sacó un pañuelo de su manga, lo dobló, improvisó un vendaje que ajustó sobre el corte, lo cual le arrancó un quejido casi inaudible al niño.
La voz de Do'ingn le recordó su presencia allí, y volteó instintivamente. La distancia que las separaba no era mucha, y podía ver en la esclava su mirada afectada. ¿Qué había en lo profundo de su alma que le provocaba aquellas sensaciones? La misma Brianna se había descubierto infinidad de veces intentando observarse como si fuese un tercero, tener una visión desde afuera, y muchas habían sido las ocasiones, en ese último tiempo, que lo poco que lograba dilucidar, no le gustaba. Se descubrió regañando de manera exagerada a sus hijos por alguna travesura menor, o ignorándolos cuando éstos la invitaban a ser partícipe de su juego, sin contar la cantidad de rechazos propinados a Morgan sin ninguna clase de protocolo, con el sólo y sencillo objetivo de dañarlo, alejarlo y humillarlo. Así había tratado su progenitora a su padre, hasta que, sencillamente, dejaron de existir el uno para el otro. Esa había sido la infancia de Shannon, en el medio de dos témpanos; y eso era lo que había decidido repetir con sus hijos, aunque agradecía que el padre de estos tuviese más amor por ellos que por sí mismo. Así tenía la esperanza de que, en un futuro, ellos no le reprochasen a la vida los padres que le tocaron. Alzó su mano y la meció suavemente, le sonrió con la mayor naturalidad posible.
—Adiós, Do'ingn —se puso de pie, tomando de la mano a Douglas, que analizaba el vendaje— Ha sido un placer conocerte —iba a caminar hacia ella, pero se detuvo. Aquella muchacha se moría de miedo, y todo por su insensatez. Brianna observó derredor, y descubrió a las personas que lanzaban miradas acusatorias— Ve con Dios —pudo sentir el peso de la atención de los espectadores que se congregaban ya en demasiada cantidad. Entre ellos, se abrió paso el chofer, que cargaba unas bolsas y tenía el rostro desencajado de preocupación. Cuando los vio, sonrió y volvió a quedarse petrificado al notar la sangre en la ropa de hijo menor de su patrón. La rubia lo tranquilizó rápidamente, explicándole que no era tan malo como se veía. Por el rabillo del ojo, buscó a la negra, pero ésta ya había desaparecido.
—No es nada, mi amor —se dirigió al mayor, ya que el más pequeño parecía bastante tranquilo, y a sus pupilas había regresado aquel brillo travieso. Despeinó levemente a Malcolm, que relajó el ceño fruncido. —Es pura sangre, mo chridhe, mira —tomó el codo de Douglas y lo alzó levemente, para que ambos observasen. —Debemos desinfectar, pero por ahora, cubriéndola estará bien. Cuando lleguemos a casa prepararé unos emplastos y lavaré la herida —sacó un pañuelo de su manga, lo dobló, improvisó un vendaje que ajustó sobre el corte, lo cual le arrancó un quejido casi inaudible al niño.
La voz de Do'ingn le recordó su presencia allí, y volteó instintivamente. La distancia que las separaba no era mucha, y podía ver en la esclava su mirada afectada. ¿Qué había en lo profundo de su alma que le provocaba aquellas sensaciones? La misma Brianna se había descubierto infinidad de veces intentando observarse como si fuese un tercero, tener una visión desde afuera, y muchas habían sido las ocasiones, en ese último tiempo, que lo poco que lograba dilucidar, no le gustaba. Se descubrió regañando de manera exagerada a sus hijos por alguna travesura menor, o ignorándolos cuando éstos la invitaban a ser partícipe de su juego, sin contar la cantidad de rechazos propinados a Morgan sin ninguna clase de protocolo, con el sólo y sencillo objetivo de dañarlo, alejarlo y humillarlo. Así había tratado su progenitora a su padre, hasta que, sencillamente, dejaron de existir el uno para el otro. Esa había sido la infancia de Shannon, en el medio de dos témpanos; y eso era lo que había decidido repetir con sus hijos, aunque agradecía que el padre de estos tuviese más amor por ellos que por sí mismo. Así tenía la esperanza de que, en un futuro, ellos no le reprochasen a la vida los padres que le tocaron. Alzó su mano y la meció suavemente, le sonrió con la mayor naturalidad posible.
—Adiós, Do'ingn —se puso de pie, tomando de la mano a Douglas, que analizaba el vendaje— Ha sido un placer conocerte —iba a caminar hacia ella, pero se detuvo. Aquella muchacha se moría de miedo, y todo por su insensatez. Brianna observó derredor, y descubrió a las personas que lanzaban miradas acusatorias— Ve con Dios —pudo sentir el peso de la atención de los espectadores que se congregaban ya en demasiada cantidad. Entre ellos, se abrió paso el chofer, que cargaba unas bolsas y tenía el rostro desencajado de preocupación. Cuando los vio, sonrió y volvió a quedarse petrificado al notar la sangre en la ropa de hijo menor de su patrón. La rubia lo tranquilizó rápidamente, explicándole que no era tan malo como se veía. Por el rabillo del ojo, buscó a la negra, pero ésta ya había desaparecido.
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