AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
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Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
"Es más un cambio del corazón."
El perro de Nastya continuaba ladrando a lo lejos, así que Dennis tuvo que cerrar la puerta de la habitación antes de que su gata escupiera las tripas por la boca antes de salir al ataque y rajarlo todo a su paso. La vieja Anastasia jamás iba a tolerar a los desconocidos, y aunque aquel otro peludo animal fuera a convertirse en un habitante más hasta tiempo indefinido, seguía tratándose de un perro. Y la gata no podía ser más clásica en esa destructiva y natural dinámica de polos opuestos. A veces, Dennis pensaba que si alguna noche de luna llena se transformaba cerca de ella, él se llevaría la peor parte.
El licántropo caminó lentamente por su cuarto, primero pisando los bordes contra pared, después poblando todas las esquinas y finalmente propinando aleatorias patadas a su escritorio, con la mirada perdida. Le entraron ganas de romperlo lentamente con la punta del zapato y usar los restos de madera para crear una figura que no se le iba de la cabeza. Algo con forma de gato, perro y lobo, que Dennis habría terminado por sacar al exterior de una forma totalmente distinta a la que su compulsión mental le tenía sometido. Le pasaba lo mismo cuando estaba nervioso y la artística necesidad de controlarse quería salir de su cuerpo a través de sus manos. Menos mal que no era a través de sus pies, porque ponerse a correr como un gamo por el bosque de en frente habría sido menos ortodoxo que dibujar con pedazos de cosas o tocar el violín hasta la mismísima catarsis. O bueno, sí. En realidad, cualquiera de las tres opciones reflejarían a la perfección el límite inexistente de sus extravagancias. No había excusa.
Ahora comprendía por qué no traía a nadie a su casa.
Cuando se hubo serenado mínimamente, se asomó por la ventana y desde ahí contempló, por fin del todo quieto, a la causa de que pareciera un rabo de lagartija (corrijo: que permitiera ver que era un rabo de lagartija, incluso en soledad): la pequeña vagabunda que había recogido de las calles, junto a su inseparable -o algo así- perro. 'Pucca', le llamaba. Nada más llegar a la mansión Vallespir (de Judith Vallespir, difunta y eterna), Dennis había dejado a la jefa de las sirvientas a cargo de la invitada para que la asearan, vistieran con ropa decente y alimentaran bien. Y ahora, bajo el crepúsculo que incitaba a las horas menos recomendables para una niña de catorce años, ésta y su mascota habían salido a corretear por los jardines, supervisadas por un par de criados. Seguramente, hasta que el anfitrión de la casa decidiera hacer acto de presencia.
Tras haber renegado para sus adentros todas las veces habidas y por haber, ahora estaba convencido de que si tenía tanto (más) desorden en cuerpo y alma era porque necesitaba paliar el vívido encuentro que había presenciado horas atrás con ella. No sabía para qué narices salía a pasear. O por qué cojones tenía tan mal gusto para elegir los sitios donde perderse ¿Las callejuelas no le habían ofrecido ya una sorpresa similar con otra muchacha? Claro que mucho mayor a la de entonces y también más loca. Vaya, sí, en aquella ocasión le tocaba a Dennis ser el desequilibrado del tablero. Pues seguro que Nastya no se esperaba escuchar la propuesta que, de una vez por todas, se había decidido a llevar a cabo. No se la había esperado ni él, pero la paranoia, la soledad y otro millar de sensaciones que vapuleaban su instinto, de humano ido y de criatura sobrenatural, se habían acumulado en un tiempo tan escaso como frenético. Eso, o sencillamente el rostro, las palabras y la absurda serenidad que irradiaba la intromisión de aquella chiquilla en su vida se notaban de tal forma porque, a pesar de tratarse de París, ese quiste aún inamovible en su pasado y presente, había estado durante toda su estancia allí como adormecido… y ahora, ni antes ni después, acababa de abrir los ojos de golpe y porrazo. No sólo eso, si no que lo había hecho a causa de algo que no estaba relacionado con la muerte de sus padres ni con su naturaleza animal ni con la presencia incorpórea de su tía. Así que no, no podía desaprovechar ni un instante lejos de la cría, no podía permitir que ese encuentro se quedara sólo en eso, por mucha distinción de clases, edades y lugares que hubiera entre ambos. Un niño pijo y caprichoso como él tenía el poder suficiente para conseguirlo, y precisamente igual que alguien con catorce años, se hallaba ansioso y motivado por empezar a actuar ante el primer descubrimiento que se encontraba después de mucho tiempo.
El cielo oscureció un poco más en lo que tardaba en estrujar los dedos contra el cristal y respirar hondo antes de replanteárselo por última vez. Su gata le rescató a tiempo de otro nuevo ensimismamiento, restregándose contra sus tobillos, y Dennis la agarró justo cuando se dirigía hacia la puerta, llamando desde ahí al jefe de sus mayordomos para que hiciera que Nastya regresara a la casa y preparase un reencuentro íntimo, sin mascotas, en uno de los enormes comedores. Le encasquetó también a una gruñona Anastasia, quien le fulminó con sonoro y evidente descontento mientras se la llevaba lejos. Por un momento, le pareció que era la presencia de Judith lo que se escapaba de su boca tras el último bufido que escuchó antes de perderse de vista, y puso la expresión más estrambótica hasta entonces para no entrar con esa mala sensación al comedor donde le esperaba la rubia.
Nastya estaba sentada en una de las espaciosas sillas de la mesa presidencial, pero al ver aparecer al hombre, se levantó sin ningún miramiento. Dennis se echó las manos tras la espalda y se acercó a ella con cierta suspicacia.
Hola, Nastya, espero que estés cómoda –saludó en ruso y al estar a una distancia más personal, carraspeó e irguió el cuello, de repente imponiéndose una doble dificultad a la hora de observar a la pequeña sin que le entrara tortícolis-. Y bien, ¿te ha gustado la comida? ¿Tu nueva ropa? ¿La casa? Muy grande, ¿verdad? Y todo lo que la rodea es jardín, seguro que Pucca se sentirá mucho mejor que en la ciudad.
Había olvidado cómo ser sutil con esas cosas. O mejor dicho, era su primera vez 'con esas cosas', nunca había tenido que proponerle nada tan… crucial a nadie, ni siquiera a su familia, así que ahora mismo era como un pianista novato con parkinson y calado de frío hasta los huesos. Esperaba que ella fuera lo suficientemente espabilada como para ir atando cabos solita. Eso estaría bien.
Última edición por Dennis Vallespir el Vie Mar 15, 2013 9:47 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Que todo lo que había en aquella casa la fascinaba no era ningún secreto para los que allí vivían, que la joven ya lo hacía de notar en varias ocasiones con expresiones y palabrejas de mal gusto, que poco se debían de corresponder con muchachitas de su edad. Pero es que las calles eran malas escuelas cuando de estas cosas se trataba, y la pobre y remilgada ama de llaves siempre terminaba por echarse las manos a la cabeza cuando escuchaba a la jovencilla decir o hacer alguna de las suyas.
Pero si algo le llegaba a llamar del todo la atención de Nastya era la figura de su singular dueño. Que raro era un año, como siempre se empeñaba en remarcar la señora Tréville, el ama de llaves (que, a decir verdad y para ojos de la rusa, más rara era aquella señora oronda de cabellos ensortijados escondidos en una cofia. Que cincuena años tenía la mujer y ni marido ni hijos conocidos se habían anunciado. Ella decía que viuda era, pero Nastya sabía que las mentirijillas le salían por la boca porque ni anillo ni marca de casada tenía. ¡Já, como si a Nastya se la pudiera uno jugar! Menuda era) Pero ea, volviendo de nuevo al tema que nos ocupa, algún tiempo ya llevaba la chiquilla en aquel palacete, ¡y por todos los diablejos que nunca pensó que existiera nada igual! Lo único que lo estropeaba era esa gata del demonio. Bueno, la gata, las exigencias sin sentido de madame Tréville y la sensación recurrente de desazón que a veces tenía y que no terminaba de cuadrarle en el cuento este.
El sonido de la puerta abrirse hizo saltar al pobre Pucca del asiento, que, como quien escucha al diablo en persona, afinó bien las orejas y alzó el morrillo en actitud vigilante. Pero fue que al comprobar que sólo se trataba del ama de llaves que bajó de nuevo la cabeza para continuar con ese quehacer diario y tan apreciado por todo ser -ya fuese humano o animal- que era el dormir
-El señorito le espera en una de los salones, mademoiselle Nastya -la joven en seguida notó la incomodidad de la voz de la señora por dirigirse a ella con su simple nombre de pila. ¡Pero qué iba a hacer la pobre muchacha! Si nada más tenía.
-Ea, pues me arreglo el chambergo y voy a ver qué quiere el chato -respondió con todos los modales propios de un mozo de cuadras gascón.
-No puede ver al señorito de esa güisa, mademoiselle
-¿Qué güisa? Yo no guiso, ya lo sabe bien usted. Que muchos dones puede que me haya concedido Dios, pero ninguno relacionado con el buen arte culinario. Bien lo sabré yo -repuso evadiendo con guasa la demanda de la señora Tréville.
La pobre mujer ignoró por completo el impertinente comentario de la muchacha. Con el tiempo y la costumbre ni se había molestado ni si quiera en torcer el gesto.
-Tiene usted el botón del abrigo medio colgando. Y los bajos del faldón manchados de barro. Así no puede bajar a ver al señorito.
-Ah, ¿eso? Eso es culpa de la gata del demonio, señora Tréville. Si a alguien ha de culpar, que sea a ella.
La mujer arqueó una ceja:-No creo que sea culpa de la gata que una jovencita rusa se esté paseando por los jardines todo el día intentando buscarle las cosquillas a gatos ajenos.
-¡Pero qué cosas dice, señora Tréville! ¿Acaso insinúa que mi afición por la vida es ir tirando de rabos de mascotas ajenas? ¡Para eso ya tengo al mío!
Sin molestarse en seguir con aquella conversación de besugos, madame Tréville agarró de la oreja a la joven Nastya, con ese ímpetu que sólo conocían las monjas de clausura y las institutrices británicas, y llevósela camino de un buen baño mientras murmuraba algo así como: "¡Diez pastillas de jabón voy a necesitar para quitarle toda la mugre de la cara a esta niña del diablo!"
Dennis Vallespir no tardó demasiado en aparecer. Cuando vio entrar al dueño de la casa la muchacha se puso recta y caminó unos pasos hacia él mientras maldecía por lo bajo a quien quiera que fuese que inventó el corsé. El Infierno más bermejo se merecía.
-Todo está perfecto. Muchas gracias por dejarme vivir en su casa, señor Vallespir -pronunció las palabras tal cual se las había dicho la señora Tréville, aunque a Nastya se le antojó que un loro caribeño debía parecer. Al menos le quedaba el consuelo de estar hablando en su lengua madre. La vieja le había dicho que tenía que comportarse modositamente y armar el menor escándalo posible. Que no dijese "chato", ni "ea" ni jurase en presencia del señorito Vallespir, y que mintiese si tenía que hacerlo pues "el señorito Vallespir podía tomarse a mal sus palabras, así que lo mejor era hablar cuando le preguntase y callar la mayoría del tiempo". Nastya intentó apuntarse todo eso en su mente, aunque le parecía lo más estúpido y sin sentido que había hecho en mucho tiempo. ¿Por qué tenía que callar si tenía boca? Más iba a parecer una muñeca autista que otra cosa.
Pero si algo le llegaba a llamar del todo la atención de Nastya era la figura de su singular dueño. Que raro era un año, como siempre se empeñaba en remarcar la señora Tréville, el ama de llaves (que, a decir verdad y para ojos de la rusa, más rara era aquella señora oronda de cabellos ensortijados escondidos en una cofia. Que cincuena años tenía la mujer y ni marido ni hijos conocidos se habían anunciado. Ella decía que viuda era, pero Nastya sabía que las mentirijillas le salían por la boca porque ni anillo ni marca de casada tenía. ¡Já, como si a Nastya se la pudiera uno jugar! Menuda era) Pero ea, volviendo de nuevo al tema que nos ocupa, algún tiempo ya llevaba la chiquilla en aquel palacete, ¡y por todos los diablejos que nunca pensó que existiera nada igual! Lo único que lo estropeaba era esa gata del demonio. Bueno, la gata, las exigencias sin sentido de madame Tréville y la sensación recurrente de desazón que a veces tenía y que no terminaba de cuadrarle en el cuento este.
El sonido de la puerta abrirse hizo saltar al pobre Pucca del asiento, que, como quien escucha al diablo en persona, afinó bien las orejas y alzó el morrillo en actitud vigilante. Pero fue que al comprobar que sólo se trataba del ama de llaves que bajó de nuevo la cabeza para continuar con ese quehacer diario y tan apreciado por todo ser -ya fuese humano o animal- que era el dormir
-El señorito le espera en una de los salones, mademoiselle Nastya -la joven en seguida notó la incomodidad de la voz de la señora por dirigirse a ella con su simple nombre de pila. ¡Pero qué iba a hacer la pobre muchacha! Si nada más tenía.
-Ea, pues me arreglo el chambergo y voy a ver qué quiere el chato -respondió con todos los modales propios de un mozo de cuadras gascón.
-No puede ver al señorito de esa güisa, mademoiselle
-¿Qué güisa? Yo no guiso, ya lo sabe bien usted. Que muchos dones puede que me haya concedido Dios, pero ninguno relacionado con el buen arte culinario. Bien lo sabré yo -repuso evadiendo con guasa la demanda de la señora Tréville.
La pobre mujer ignoró por completo el impertinente comentario de la muchacha. Con el tiempo y la costumbre ni se había molestado ni si quiera en torcer el gesto.
-Tiene usted el botón del abrigo medio colgando. Y los bajos del faldón manchados de barro. Así no puede bajar a ver al señorito.
-Ah, ¿eso? Eso es culpa de la gata del demonio, señora Tréville. Si a alguien ha de culpar, que sea a ella.
La mujer arqueó una ceja:-No creo que sea culpa de la gata que una jovencita rusa se esté paseando por los jardines todo el día intentando buscarle las cosquillas a gatos ajenos.
-¡Pero qué cosas dice, señora Tréville! ¿Acaso insinúa que mi afición por la vida es ir tirando de rabos de mascotas ajenas? ¡Para eso ya tengo al mío!
Sin molestarse en seguir con aquella conversación de besugos, madame Tréville agarró de la oreja a la joven Nastya, con ese ímpetu que sólo conocían las monjas de clausura y las institutrices británicas, y llevósela camino de un buen baño mientras murmuraba algo así como: "¡Diez pastillas de jabón voy a necesitar para quitarle toda la mugre de la cara a esta niña del diablo!"
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Dennis Vallespir no tardó demasiado en aparecer. Cuando vio entrar al dueño de la casa la muchacha se puso recta y caminó unos pasos hacia él mientras maldecía por lo bajo a quien quiera que fuese que inventó el corsé. El Infierno más bermejo se merecía.
-Todo está perfecto. Muchas gracias por dejarme vivir en su casa, señor Vallespir -pronunció las palabras tal cual se las había dicho la señora Tréville, aunque a Nastya se le antojó que un loro caribeño debía parecer. Al menos le quedaba el consuelo de estar hablando en su lengua madre. La vieja le había dicho que tenía que comportarse modositamente y armar el menor escándalo posible. Que no dijese "chato", ni "ea" ni jurase en presencia del señorito Vallespir, y que mintiese si tenía que hacerlo pues "el señorito Vallespir podía tomarse a mal sus palabras, así que lo mejor era hablar cuando le preguntase y callar la mayoría del tiempo". Nastya intentó apuntarse todo eso en su mente, aunque le parecía lo más estúpido y sin sentido que había hecho en mucho tiempo. ¿Por qué tenía que callar si tenía boca? Más iba a parecer una muñeca autista que otra cosa.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
El anfitrión volvió a recuperar cierta altura (tampoco tenía mucha lógica, ni mucho menos mérito, hablar de altura tratándose de adulto y niño, pero bueno… era la mente de Dennis) después de carraspear otra vez y no saber ni cómo posicionar el cuerpo frente a su invitada. Debía de parecer un cuellicorto, además de estar viéndosele una papada importante, sobre todo desde la posición de Nastya… Bien, hijo, bien, temas trascendentales de gran utilidad para asegurarse la estancia permanente de aquella chiquilla.
La respuesta de la pequeña fue bastante más escueta de lo que se esperaba, así que una vez se hubo relajado más y colocado el cuerpo como el de una persona normal, la contempló con el ceño fruncido, y entonces comprendió: la señora Tréville. Cuando su tía aún vivía era la persona del servicio con la que ésta mejor congeniaba y aunque Dennis siempre se había llevado bien con ella, no se había olvidado de esas interminables tardes de invierno de su infancia en las que Judith se ausentaba de casa por temas relacionados con el negocio familiar y las lecciones de etiqueta eran relevadas por su (por aquel entonces) jovencísima y gruñona aprendiz de ama de llaves. Resultaba tremendamente hilarante ver cómo, en mitad de aquellos sermones, el crío y su tío se intercambiaban miradas cómplices de pura estupefacción, pues la chica se esforzaba de tal manera en la tarea que le había sido encomendada e intentaba comportarse tanto como su tía que, al final, acababa pareciendo una parodia con mucha admiración, pero un poco mal hecha. No obstante, también había sido una de las integrantes del servicio que más habían sentido la pérdida de Judith y Alain Vallespir y, en consecuencia, una de las más fieles, de ahí que por aquel entonces ya fuera el ama de llaves en toda regla.
Hacía ya tanto tiempo que Dennis no escarbaba en los recuerdos del pasado para sonreír con la agradable calidez de la nostalgia que no había caído en la cuenta de que si dejaba a esa señora a cargo de Nastya, la cría terminaría frita de lecciones, indicaciones y riñas, pues madame Tréville se había agriado más con los años y aunque no se le ocurriera discutir los designios del heredero de los Vallespir, éste sabía que no debía de estar viendo con demasiados buenos ojos el hecho de que acogiera a una vagabunda de la que no sabía más que el nombre. Pues que se preparase para recibir la noticia de que a partir de ese día, si todo iba bien en la respuesta de la jovencita, compartiría el mismísimo apellido de sus amos.
Ya veo que vienes de pasar un rato largo con la señora Tréville –fue su contestación y se aproximó a la mesa para mover la silla e invitarla a que volviera a tomar asiento-. Entre nosotros, no tienes que hacerle caso en todo. Bueno, al menos no en lo que se refiera a mí. Apenas traigo a nadie a esta casa, tiene un valor demasiado… En fin, que no todos comprenden. Eso quiere decir que si estás ahora mismo aquí, se debe única y exclusivamente a ti misma, así que es la Nastya de verdad con la que quiero tratar. Dejemos las formalidades para los actos de sociedad… ¡Ah, y para la señora Tréville! –le dedicó un amplia sonrisa y estuvo tentado de guiñar un ojo, pero se percató de que aquello era un gesto para nada propio de él, así que se retractó. El efecto, no obstante, fue muy parecido.
Dennis se sentó también en la mesa, junto a Nastya, y en ese momento hicieron entrada los camareros con la cena, un apetecible refrigerio fácil de ingerir en pocos minutos donde primaban unos dulces rusos que habían sido comprados expresamente en su honor. Quizá le ayudaran a hacer memoria sobre esos momentos borrosos en su tierra… La verdad que tanto optimismo sólo era propio de un niño con la misma edad que ella o menos, pero qué demonios. Dennis ya no sería la persona más benjamina de esa mansión, ni siquiera de la de Luxemburgo.
Perdona si decido pasarme al francés de vez en cuando, sólo son unas nociones lo que tengo de tu lengua natal y a ti veo que no se te da mal la de aquí –se excusó, ya cuando habían atacado la comida y estaban nuevamente solos en la sala-. Pero bueno, si decides quedarte para siempre, podré practicar contigo –comentó antes de tragar un bocado de pan que apenas había masticado, por lo que acabó tosiendo exageradamente y tomando aire lo máximo que pudo para recobrar la compostura. Ah, sí, buen momento para sacar el tema… y también para esquivarlo-. Es decir, si… -todavía echándolo todo por la boca- Ahá –Venga, cojones, no era tan difícil-. Lo que intento decirte de puta pena, Nastya –eso, aprovecha para decir palabrotas en su presencia, muy respetable-, es que me gustaría ocuparme de ti. Acogerte como una más de este hogar y darte un futuro mejor que el de las calles. No pretendo hacer de ti un proyecto ni nada por el estilo, llevarías mi apellido sólo mientras no supiéramos cuál es el tuyo, sé que tu objetivo es averiguar quién eres y eso es algo que no sólo respeto, sino en lo que también me gustaría ayudarte. Verás –y le apartó la mirada para dejarla flotar muy lejos de allí, de repente algo temeroso de que el resultado que le provocaba acordarse de aquello se transmitiera a través de las pupilas- yo también vine a París para resolver un misterio que me tortura desde hace años… Hay preguntas muy importantes sin resolver relacionadas con mi vida y llevo mucho tiempo conviviendo con la confusión, entiendo lo que significa buscar respuestas –tomó aire por enésima vez en aquel día, ahora de manera reflexiva y sensorial; definitiva, y volteó su rostro para hablarle por fin directamente a los ojos-. Por eso, quédate. No creo que nos hayamos encontrado por puro azar, yo no hago nunca proposiciones así… Quédate y juntos podremos, aunque sea, hacer algo más llevadera esta maldita búsqueda.
La respuesta de la pequeña fue bastante más escueta de lo que se esperaba, así que una vez se hubo relajado más y colocado el cuerpo como el de una persona normal, la contempló con el ceño fruncido, y entonces comprendió: la señora Tréville. Cuando su tía aún vivía era la persona del servicio con la que ésta mejor congeniaba y aunque Dennis siempre se había llevado bien con ella, no se había olvidado de esas interminables tardes de invierno de su infancia en las que Judith se ausentaba de casa por temas relacionados con el negocio familiar y las lecciones de etiqueta eran relevadas por su (por aquel entonces) jovencísima y gruñona aprendiz de ama de llaves. Resultaba tremendamente hilarante ver cómo, en mitad de aquellos sermones, el crío y su tío se intercambiaban miradas cómplices de pura estupefacción, pues la chica se esforzaba de tal manera en la tarea que le había sido encomendada e intentaba comportarse tanto como su tía que, al final, acababa pareciendo una parodia con mucha admiración, pero un poco mal hecha. No obstante, también había sido una de las integrantes del servicio que más habían sentido la pérdida de Judith y Alain Vallespir y, en consecuencia, una de las más fieles, de ahí que por aquel entonces ya fuera el ama de llaves en toda regla.
Hacía ya tanto tiempo que Dennis no escarbaba en los recuerdos del pasado para sonreír con la agradable calidez de la nostalgia que no había caído en la cuenta de que si dejaba a esa señora a cargo de Nastya, la cría terminaría frita de lecciones, indicaciones y riñas, pues madame Tréville se había agriado más con los años y aunque no se le ocurriera discutir los designios del heredero de los Vallespir, éste sabía que no debía de estar viendo con demasiados buenos ojos el hecho de que acogiera a una vagabunda de la que no sabía más que el nombre. Pues que se preparase para recibir la noticia de que a partir de ese día, si todo iba bien en la respuesta de la jovencita, compartiría el mismísimo apellido de sus amos.
Ya veo que vienes de pasar un rato largo con la señora Tréville –fue su contestación y se aproximó a la mesa para mover la silla e invitarla a que volviera a tomar asiento-. Entre nosotros, no tienes que hacerle caso en todo. Bueno, al menos no en lo que se refiera a mí. Apenas traigo a nadie a esta casa, tiene un valor demasiado… En fin, que no todos comprenden. Eso quiere decir que si estás ahora mismo aquí, se debe única y exclusivamente a ti misma, así que es la Nastya de verdad con la que quiero tratar. Dejemos las formalidades para los actos de sociedad… ¡Ah, y para la señora Tréville! –le dedicó un amplia sonrisa y estuvo tentado de guiñar un ojo, pero se percató de que aquello era un gesto para nada propio de él, así que se retractó. El efecto, no obstante, fue muy parecido.
Dennis se sentó también en la mesa, junto a Nastya, y en ese momento hicieron entrada los camareros con la cena, un apetecible refrigerio fácil de ingerir en pocos minutos donde primaban unos dulces rusos que habían sido comprados expresamente en su honor. Quizá le ayudaran a hacer memoria sobre esos momentos borrosos en su tierra… La verdad que tanto optimismo sólo era propio de un niño con la misma edad que ella o menos, pero qué demonios. Dennis ya no sería la persona más benjamina de esa mansión, ni siquiera de la de Luxemburgo.
Perdona si decido pasarme al francés de vez en cuando, sólo son unas nociones lo que tengo de tu lengua natal y a ti veo que no se te da mal la de aquí –se excusó, ya cuando habían atacado la comida y estaban nuevamente solos en la sala-. Pero bueno, si decides quedarte para siempre, podré practicar contigo –comentó antes de tragar un bocado de pan que apenas había masticado, por lo que acabó tosiendo exageradamente y tomando aire lo máximo que pudo para recobrar la compostura. Ah, sí, buen momento para sacar el tema… y también para esquivarlo-. Es decir, si… -todavía echándolo todo por la boca- Ahá –Venga, cojones, no era tan difícil-. Lo que intento decirte de puta pena, Nastya –eso, aprovecha para decir palabrotas en su presencia, muy respetable-, es que me gustaría ocuparme de ti. Acogerte como una más de este hogar y darte un futuro mejor que el de las calles. No pretendo hacer de ti un proyecto ni nada por el estilo, llevarías mi apellido sólo mientras no supiéramos cuál es el tuyo, sé que tu objetivo es averiguar quién eres y eso es algo que no sólo respeto, sino en lo que también me gustaría ayudarte. Verás –y le apartó la mirada para dejarla flotar muy lejos de allí, de repente algo temeroso de que el resultado que le provocaba acordarse de aquello se transmitiera a través de las pupilas- yo también vine a París para resolver un misterio que me tortura desde hace años… Hay preguntas muy importantes sin resolver relacionadas con mi vida y llevo mucho tiempo conviviendo con la confusión, entiendo lo que significa buscar respuestas –tomó aire por enésima vez en aquel día, ahora de manera reflexiva y sensorial; definitiva, y volteó su rostro para hablarle por fin directamente a los ojos-. Por eso, quédate. No creo que nos hayamos encontrado por puro azar, yo no hago nunca proposiciones así… Quédate y juntos podremos, aunque sea, hacer algo más llevadera esta maldita búsqueda.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Una mueca de palpable desconfianza se le dibujó en el rostro durante unos minutos. ¡Que fuese ella misma, decía! Pues para empezar, debería deshacerse de aquellas condenadas calzas, que picaban más que mil demonios. Que ella recordase, en su vida -¡en su vida!- había llevado algo tan incómodo, insulso y feo como aquellos leotardos.
Luego estaba aquel vestido. Bonito era, eso no lo iba a negar. Pero acostumbrada como estaba a los calzones de hombre y a la libertad de movimiento que estos ofrecían, el pomposo artefacto la tenía como atada de pies y manos. Y sin embargo, había algo en esa prenda que le resultaba vagamente familiar. Como si aquel incómodo traje de seda y satén le trajese recuerdos de una vida que no había vivido. Irónico, pues.
Una sonrisa de lado apareció, dejando ver unos dientecillos de ardilla recién lavados y blanqueados. Se le escapó también una risilla traviesa cuando el señor Vallespir le invitó a ignorar cualquier comentario que le hubiera dicho la señora Tréville.
-Me acusó de haber tirado de la cola de cierta gata, ¡como si no tuviera más afición en la vida! Pero yo os lo juro, que jamás haría algo así. Que me cuelguen si no es así -repuso, empleando el viejo juramento que le escuchó decir tantas y tantas veces al viejo gitano, cuando a la muchacha rusa le dio por vivir una temporada entre cíngaros, bohemios y pelagatos.
Nastya de tonta no tenía un pelo. Eso creo haberlo reafirmado en numerosas ocasiones a lo largo de la corta vida de la rusa huérfana. Pilluela y golfilla era, astuta, también un rato. Y es que, para vivir en las calles una tiene que tener la mente aguda y el brazo ágil. La rusa cazó al vuelo lo que el señor Vallespir quería decirle de manera un tanto torpe. El “para siempre” no se le había escapado a los oídos de la rusa, tampoco. No obstante, lo dejó hablar.
No respondió al momento, aunque la muchacha ya se había figurado una respuesta. Sólo quería hacerse desear un poco, que cualquiera diría que era la aristócrata rusa la que ahora poseía su cuerpo en lugar de la don nadie que ahora era. Pero en verdad que la muchacha era quien era, y, aparte del pequeño incidente de no recordar, cualquiera que hubiera conocido a Natasha Stroganóva podía afirmar que Nastya no se diferenciaba ni un pelo de la traviesa y vivaracha niña que pululaba por los jardines de la casa Stróganov.
-Mmmm... -se pasó la lengua por los labios y arrugó la nariz-Si me quedo... ¿Se podrá quedar Pucca también? ¿y no tendré que llevar leotardos? ¿Puedo elegir mi habitación? Y lo más importante, ¿la señora Tréville me devolverá mi chambergo y no me lo volverá a quitar? -Ah, sí. El inseparable sombrero de la muchacha, al que profesaba un apego especial y algo ridículo. Obviaremos el detalle de que era robado.
Luego estaba aquel vestido. Bonito era, eso no lo iba a negar. Pero acostumbrada como estaba a los calzones de hombre y a la libertad de movimiento que estos ofrecían, el pomposo artefacto la tenía como atada de pies y manos. Y sin embargo, había algo en esa prenda que le resultaba vagamente familiar. Como si aquel incómodo traje de seda y satén le trajese recuerdos de una vida que no había vivido. Irónico, pues.
Una sonrisa de lado apareció, dejando ver unos dientecillos de ardilla recién lavados y blanqueados. Se le escapó también una risilla traviesa cuando el señor Vallespir le invitó a ignorar cualquier comentario que le hubiera dicho la señora Tréville.
-Me acusó de haber tirado de la cola de cierta gata, ¡como si no tuviera más afición en la vida! Pero yo os lo juro, que jamás haría algo así. Que me cuelguen si no es así -repuso, empleando el viejo juramento que le escuchó decir tantas y tantas veces al viejo gitano, cuando a la muchacha rusa le dio por vivir una temporada entre cíngaros, bohemios y pelagatos.
Nastya de tonta no tenía un pelo. Eso creo haberlo reafirmado en numerosas ocasiones a lo largo de la corta vida de la rusa huérfana. Pilluela y golfilla era, astuta, también un rato. Y es que, para vivir en las calles una tiene que tener la mente aguda y el brazo ágil. La rusa cazó al vuelo lo que el señor Vallespir quería decirle de manera un tanto torpe. El “para siempre” no se le había escapado a los oídos de la rusa, tampoco. No obstante, lo dejó hablar.
No respondió al momento, aunque la muchacha ya se había figurado una respuesta. Sólo quería hacerse desear un poco, que cualquiera diría que era la aristócrata rusa la que ahora poseía su cuerpo en lugar de la don nadie que ahora era. Pero en verdad que la muchacha era quien era, y, aparte del pequeño incidente de no recordar, cualquiera que hubiera conocido a Natasha Stroganóva podía afirmar que Nastya no se diferenciaba ni un pelo de la traviesa y vivaracha niña que pululaba por los jardines de la casa Stróganov.
-Mmmm... -se pasó la lengua por los labios y arrugó la nariz-Si me quedo... ¿Se podrá quedar Pucca también? ¿y no tendré que llevar leotardos? ¿Puedo elegir mi habitación? Y lo más importante, ¿la señora Tréville me devolverá mi chambergo y no me lo volverá a quitar? -Ah, sí. El inseparable sombrero de la muchacha, al que profesaba un apego especial y algo ridículo. Obviaremos el detalle de que era robado.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Diablos, cada vez entendía mejor el por qué de aquella instantánea conexión que había sentido con Nastya. Sólo alguien que se apareciera frente a su ayuda como si a pesar de todo no la necesitara podía haber conseguido que Dennis se replantease aspectos tan personales como el hecho de acogerle bajo su tutela. Su tutela, sí, ‘la tutela’ de una persona como él.
Jamás en su vida se habría planteado que pudiera interesarle emprender algo semejante, el mismo hombre que a los dos años de asentarse en aquella ciudad se trajinaba a una joven desconocida una noche en los callejones, ahora se disponía a sacar de la miseria a una niña que había encontrado en los mismos. Claro que sus sensaciones no podían distar más de lo que lo hicieron entonces. Para empezar sólo era una cría, joder, y para acabar, lo que experimentaba al lado de ella no se parecía a nada que hubiera llegado antes a su existencia, y mucho menos a algo que implicara un acto tan mecánico y banal como la superficialidad del sexo. Tampoco describiría así la noche que pasó con aquella vagabunda (ya fue lo bastante bizarra como para ponerse a reflexionar al respecto ahora), pero sí había pasado por eso con otras muchas mujeres y sabía de lo que hablaba. Bueno, lo que pensaba, porque no se iba a poner a hablar de eso delante de Nastya. Aunque si quería encargarse de su educación, quizá tuviera que hacerlo en un futuro… O en fin, eso solía correr, más bien, a cargo de quienes compartían el sexo del infante, ¿no? En ese caso, de la señora Tréville… No, definitivamente tendría que adjudicarle a otra persona, porque ni igual de borracho que en la noche que le mordieron se la imaginaría explicándole a nadie cómo se hacían los niños. Aparte de que, en realidad, tampoco eran ésas las tareas de un ama de llaves, todavía debía pensar qué personas del servicio se ajustaban más al cometido o si habría que contratar a alguna institutriz de fuera. Porque tenía claro que él mismo se ocuparía de enseñarle cuanto estuviera en su mano, le sobraban tiempo y ganas ahora que su objetivo allí se había definido, pero no dominaba todas las artes ni las ciencias necesarias y, como cabría esperarse, era completamente nulo en la etiqueta femenina.
De nuevo, mierda. Ahí estaba, sí: ‘la tutela’. Desde luego, todo aquello iba a ser más duro de lo que se presentaba a simple vista. Y ni con ésas pretendía echarse atrás.
Puede que no me creas, pero Anastasia no es especialmente agresiva, simplemente no digiere bien a los desconocidos. Ni siquiera sé qué edad tendrá porque fue mi difunta tía quien la recogió, imagínate –explicó y aprovechó para dar un largo trago a su copa de vino, de repente pendiente incluso de si sería correcto ocultarle la presencia de alcohol en la mesa. Maldita sea, si su responsabilidad se desmedía tan pronto, después iba a ser un tutor más insufrible que los que él había tenido-. Ahí donde la ves, no ha vivido siempre entre terciopelo, llegó a ser tan callejera como tú o tu perro. Dadle tiempo.
Dennis sonrió de medio lado cuando la chiquilla contestó finalmente a su nerviosa propuesta. No le había respondido con exactitud, pero vaya, que aquellas preguntas se desvelaban solas y mucho más con aquel desparpajo que las arrojaba. No le sorprendía, pero tampoco se había esperado que aceptara de esa forma tan autosuficiente, ya que a pesar de que no lo dijera, dudaba que le hicieran propuestas tan excesivas en su generosidad como aquélla todos los días. Lo normal en él, tan caprichoso y crío, habría sido reaccionar entre gruñidos al ver que no todo salía como se pensaba. No obstante, Nastya ejercía una influencia diferente en él, estabilizaba los continuos giros de campana que daba su estado de ánimo y le centraban en un mismo tipo de sensación. Esa vez, el de mantener cerca a la jovencita, cosa que ya estaba conseguida. Poco le importaban las horas, cuando ella se fuera a la cama, saldría a correr por los alrededores como el animal que su naturaleza retenía para canalizar así toda su alegría de recién nacido.
Por supuesto que Pucca podrá quedarse, contaba con él desde el principio –empezó a solucionar sus cuestiones una a una y tratando que la sonrisa de satisfacción no fuera tan evidente-. Me temo que no estoy demasiado enterado del asunto de los leotardos para asegurarte que el protocolo no los exija, pero algo se podrá hacer. Al menos, para que no te incordien tanto –negó con la cabeza sin dejar de estirar los labios y alzó una ceja, saltándose la insolente pregunta que casi le provocó una carcajada-. Tu ‘chambergo’ te será devuelto lo antes posible, sólo que tendrás que aprender a cuidarlo, no vaya a desgastarse de tanto cariño. Y ahora –prosiguió, y se puso en pie cuando los camareros entraron para recoger los restos de la cena- se hace tarde. Si quieres elegir tu habitación, éste es el momento.
Lo último lo dijo aproximándose a su silla y extendiendo la mano para ofrecérsela, inclinando la espalda ligeramente hacia delante para mostrarle toda la caballerosidad digna de cortejar a una princesa. A esa corta distancia, la niña pudo apreciar mejor aquella promesa de complicidad y protección que manaba de sus pupilas. Nastya podía percibir que la suya no era una sonrisa de sinceridad que se apareciera siempre, y que con ella estaba sellando el comienzo de algo capaz de cambiar las vidas de ambos por igual. Sólo el paso del tiempo les confirmaría si para bien o para mal, pero una cosa sí estaba clara: esa vez, ni uno solo de los mecanismos de su cuerpo y su mente le harían olvidar la felicidad que velaría sus días en la mansión Vallespir.
Jamás en su vida se habría planteado que pudiera interesarle emprender algo semejante, el mismo hombre que a los dos años de asentarse en aquella ciudad se trajinaba a una joven desconocida una noche en los callejones, ahora se disponía a sacar de la miseria a una niña que había encontrado en los mismos. Claro que sus sensaciones no podían distar más de lo que lo hicieron entonces. Para empezar sólo era una cría, joder, y para acabar, lo que experimentaba al lado de ella no se parecía a nada que hubiera llegado antes a su existencia, y mucho menos a algo que implicara un acto tan mecánico y banal como la superficialidad del sexo. Tampoco describiría así la noche que pasó con aquella vagabunda (ya fue lo bastante bizarra como para ponerse a reflexionar al respecto ahora), pero sí había pasado por eso con otras muchas mujeres y sabía de lo que hablaba. Bueno, lo que pensaba, porque no se iba a poner a hablar de eso delante de Nastya. Aunque si quería encargarse de su educación, quizá tuviera que hacerlo en un futuro… O en fin, eso solía correr, más bien, a cargo de quienes compartían el sexo del infante, ¿no? En ese caso, de la señora Tréville… No, definitivamente tendría que adjudicarle a otra persona, porque ni igual de borracho que en la noche que le mordieron se la imaginaría explicándole a nadie cómo se hacían los niños. Aparte de que, en realidad, tampoco eran ésas las tareas de un ama de llaves, todavía debía pensar qué personas del servicio se ajustaban más al cometido o si habría que contratar a alguna institutriz de fuera. Porque tenía claro que él mismo se ocuparía de enseñarle cuanto estuviera en su mano, le sobraban tiempo y ganas ahora que su objetivo allí se había definido, pero no dominaba todas las artes ni las ciencias necesarias y, como cabría esperarse, era completamente nulo en la etiqueta femenina.
De nuevo, mierda. Ahí estaba, sí: ‘la tutela’. Desde luego, todo aquello iba a ser más duro de lo que se presentaba a simple vista. Y ni con ésas pretendía echarse atrás.
Puede que no me creas, pero Anastasia no es especialmente agresiva, simplemente no digiere bien a los desconocidos. Ni siquiera sé qué edad tendrá porque fue mi difunta tía quien la recogió, imagínate –explicó y aprovechó para dar un largo trago a su copa de vino, de repente pendiente incluso de si sería correcto ocultarle la presencia de alcohol en la mesa. Maldita sea, si su responsabilidad se desmedía tan pronto, después iba a ser un tutor más insufrible que los que él había tenido-. Ahí donde la ves, no ha vivido siempre entre terciopelo, llegó a ser tan callejera como tú o tu perro. Dadle tiempo.
Dennis sonrió de medio lado cuando la chiquilla contestó finalmente a su nerviosa propuesta. No le había respondido con exactitud, pero vaya, que aquellas preguntas se desvelaban solas y mucho más con aquel desparpajo que las arrojaba. No le sorprendía, pero tampoco se había esperado que aceptara de esa forma tan autosuficiente, ya que a pesar de que no lo dijera, dudaba que le hicieran propuestas tan excesivas en su generosidad como aquélla todos los días. Lo normal en él, tan caprichoso y crío, habría sido reaccionar entre gruñidos al ver que no todo salía como se pensaba. No obstante, Nastya ejercía una influencia diferente en él, estabilizaba los continuos giros de campana que daba su estado de ánimo y le centraban en un mismo tipo de sensación. Esa vez, el de mantener cerca a la jovencita, cosa que ya estaba conseguida. Poco le importaban las horas, cuando ella se fuera a la cama, saldría a correr por los alrededores como el animal que su naturaleza retenía para canalizar así toda su alegría de recién nacido.
Por supuesto que Pucca podrá quedarse, contaba con él desde el principio –empezó a solucionar sus cuestiones una a una y tratando que la sonrisa de satisfacción no fuera tan evidente-. Me temo que no estoy demasiado enterado del asunto de los leotardos para asegurarte que el protocolo no los exija, pero algo se podrá hacer. Al menos, para que no te incordien tanto –negó con la cabeza sin dejar de estirar los labios y alzó una ceja, saltándose la insolente pregunta que casi le provocó una carcajada-. Tu ‘chambergo’ te será devuelto lo antes posible, sólo que tendrás que aprender a cuidarlo, no vaya a desgastarse de tanto cariño. Y ahora –prosiguió, y se puso en pie cuando los camareros entraron para recoger los restos de la cena- se hace tarde. Si quieres elegir tu habitación, éste es el momento.
Lo último lo dijo aproximándose a su silla y extendiendo la mano para ofrecérsela, inclinando la espalda ligeramente hacia delante para mostrarle toda la caballerosidad digna de cortejar a una princesa. A esa corta distancia, la niña pudo apreciar mejor aquella promesa de complicidad y protección que manaba de sus pupilas. Nastya podía percibir que la suya no era una sonrisa de sinceridad que se apareciera siempre, y que con ella estaba sellando el comienzo de algo capaz de cambiar las vidas de ambos por igual. Sólo el paso del tiempo les confirmaría si para bien o para mal, pero una cosa sí estaba clara: esa vez, ni uno solo de los mecanismos de su cuerpo y su mente le harían olvidar la felicidad que velaría sus días en la mansión Vallespir.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Todo sonaba tan convincente, utópico e irreal que Nastya quiso pellizcarse un par de veces la mejilla para ver si aquello era valedero o es que se había colado en una especie de fábula traicionera de esas que tanto le gustaba relatar al viejo gitano de la caravana. Pero retuvo el impulso, que pellizcos ya llevaba suficientes con los de la señora Tréville y además, dudaba que ella llegase a tener la misma fuerza que el ama de llaves para tales tareas (que por Dios juraba que a la vieja rolliza la habían educado en el sacrosanto arte de dar pellizcos, porque otra explicación no encontraba la joven rusa)
Así que, despierta o adormilada, aquello estaba pasando. No era la primera vez -ni sería la última, todo cabe señalar- que a Nastya le ofrecían un trato semejante, si tenemos en cuenta el período en el que Clopin la acogió en su campamento particular. Pero, ¡ni en el blanco de los ojos podía decir la rusa que Clopin se parecía al señorito que tenía delante! Y eso que ella juraba que el gitano debió de ser gallardo en otro tiempo, pero por supuesto que no vivía en una gran mansión, ni comía con cubertería de plata, ni tampoco tenía un ama de llaves tan marimandona como lo era la señora Tréville. Cuando lo colgaron, Nastya tuvo una temporada en la que estaba enfadada con el mundo. No lloró, porque eso se lo reservaba mejor a las que llevaban mejores sedas que la rusa, pero sí que le hubiera dado una buena tunda a cualquier desgraciado con fajín y tricornio (a uno le birló un estilete, por listo).
Miró con detenimiento la mano que Dennis Vallespir le extendía, y luego de pensarlo un poco, decidió que tal vez -sólo tal vez- ya era momento de tener un plato caliente en la mesa al menos una vez al día, dormir con edredones de lana (no necesitaba sedas ni rasos), porque la chiquilla no sabía qué había hecho, qué fatídico suceso tan terrible recaía sobre su persona -o la de cualquier otro condenado a lo mismo- para que ella no tuviese nada y otros tuviesen tanto. Y por las barbas que ella no tenía que no iba a dejar pasar ese tren. Sin vacilar más, y sin preguntar “por qué” (palabra que estuvo a punto de salir de sus labios, pero decidió que no le importaba demasiado la respuesta), la rusa cogió la mano de Dennis Vallespir para sellar esa especie de pacto del destino (hubiera escupido en la mano también, como había visto hacer muchas veces a los hombres rudos en las tabernas, pero discurrió que un señorito tan buen galán como Dennis no era de ésos)
-Ea, pues trato hay-y ni había terminado de pronunciar las últimas palabrejas el señor de la casa cuando Nastya se puso en pie de un salto y con el revoloteo propio de los niños hiperactivos subió al trote las escaleras en busca de su habitación perfecta-¡Voy a buscar la que tiene paredes de oro! -gritó, a nadie y a todos en aquella mansión.
Así que, despierta o adormilada, aquello estaba pasando. No era la primera vez -ni sería la última, todo cabe señalar- que a Nastya le ofrecían un trato semejante, si tenemos en cuenta el período en el que Clopin la acogió en su campamento particular. Pero, ¡ni en el blanco de los ojos podía decir la rusa que Clopin se parecía al señorito que tenía delante! Y eso que ella juraba que el gitano debió de ser gallardo en otro tiempo, pero por supuesto que no vivía en una gran mansión, ni comía con cubertería de plata, ni tampoco tenía un ama de llaves tan marimandona como lo era la señora Tréville. Cuando lo colgaron, Nastya tuvo una temporada en la que estaba enfadada con el mundo. No lloró, porque eso se lo reservaba mejor a las que llevaban mejores sedas que la rusa, pero sí que le hubiera dado una buena tunda a cualquier desgraciado con fajín y tricornio (a uno le birló un estilete, por listo).
Miró con detenimiento la mano que Dennis Vallespir le extendía, y luego de pensarlo un poco, decidió que tal vez -sólo tal vez- ya era momento de tener un plato caliente en la mesa al menos una vez al día, dormir con edredones de lana (no necesitaba sedas ni rasos), porque la chiquilla no sabía qué había hecho, qué fatídico suceso tan terrible recaía sobre su persona -o la de cualquier otro condenado a lo mismo- para que ella no tuviese nada y otros tuviesen tanto. Y por las barbas que ella no tenía que no iba a dejar pasar ese tren. Sin vacilar más, y sin preguntar “por qué” (palabra que estuvo a punto de salir de sus labios, pero decidió que no le importaba demasiado la respuesta), la rusa cogió la mano de Dennis Vallespir para sellar esa especie de pacto del destino (hubiera escupido en la mano también, como había visto hacer muchas veces a los hombres rudos en las tabernas, pero discurrió que un señorito tan buen galán como Dennis no era de ésos)
-Ea, pues trato hay-y ni había terminado de pronunciar las últimas palabrejas el señor de la casa cuando Nastya se puso en pie de un salto y con el revoloteo propio de los niños hiperactivos subió al trote las escaleras en busca de su habitación perfecta-¡Voy a buscar la que tiene paredes de oro! -gritó, a nadie y a todos en aquella mansión.
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Había pocas veces en las que Nastya podía despegarse de la implacable sombra de la señora Tréville. La vieja bruja se las conocía todas, y eso que la rusa siempre había alardeado de sus dotes para desaparecer y esfumarse tan resbaladiza como una lagartija. ”¡Soy Nastya, la de los pies ligeros!”, solía decír ella toda orgullosa y arrogante. ”¡Esto debe ser un don del mismo Satanás!”, decían los pobres guardias con la lengua fuera y la frente sudada de tanta caminata por las callejuelas de París. ”Esta niña es hija del Viento”, se reían los gitanos. Y en verdad que lo era, que había adoptado la joven una capacidad sobrehumana para correr, saltar y esconderse de todo y de todos cuando ella quería y cómo ella quería. Hasta que conoció al ama de llaves, y su gozo en un pozo.
Mas, por eso era, que siempre que podía librarse de la oronda señora Nastya se sentía la más feliz de las criaturas que poblaban la Tierra. Y dio gracias a que, en aquellos momentos, no tenía que estar escuchando las regañinas de la vieja diciendo “No te sientes en el césped, niña, que el vestido se macha”; “Súbete los leotardos” ; “No andes descalza por la hierba”; “No toques al perro que tiene pulgas”. Por lo menos en esos momentos el acento francés tan ñoño y remilgado del ama de llaves no estaba taladrándole el cerebro como de costumbre.
El jardín de la mansión era su lugar preferido, sin ninguna duda, porque Nastya era demasiado inquieta y atolondrada como para pasar todo el tiempo dentro de la casa. La rusa necesitaba aire. Necesitaba correr, y mancharse, y subirse a los árboles para ver más allá incluso de los muros. Pero todo eso se hacía más difícil con el corsé del diablo, y el can cán del Infierno. Así que tendría que conformarse con sentarse sobre la hierba y remover la baraja de cartas francesa que siempre llevaba consigo. Empezó a colocar todas las cartas en orden, boca abajo sobre el césped, y tan concetrada parecía estar en la tarea que ni si quiera se daba cuenta de que Pucca hacía tiempo que había desaparecido de su vista, probablemente habría ido a cazar gamusinos, como decía siempre el viejo Clopin.
Mas, por eso era, que siempre que podía librarse de la oronda señora Nastya se sentía la más feliz de las criaturas que poblaban la Tierra. Y dio gracias a que, en aquellos momentos, no tenía que estar escuchando las regañinas de la vieja diciendo “No te sientes en el césped, niña, que el vestido se macha”; “Súbete los leotardos” ; “No andes descalza por la hierba”; “No toques al perro que tiene pulgas”. Por lo menos en esos momentos el acento francés tan ñoño y remilgado del ama de llaves no estaba taladrándole el cerebro como de costumbre.
El jardín de la mansión era su lugar preferido, sin ninguna duda, porque Nastya era demasiado inquieta y atolondrada como para pasar todo el tiempo dentro de la casa. La rusa necesitaba aire. Necesitaba correr, y mancharse, y subirse a los árboles para ver más allá incluso de los muros. Pero todo eso se hacía más difícil con el corsé del diablo, y el can cán del Infierno. Así que tendría que conformarse con sentarse sobre la hierba y remover la baraja de cartas francesa que siempre llevaba consigo. Empezó a colocar todas las cartas en orden, boca abajo sobre el césped, y tan concetrada parecía estar en la tarea que ni si quiera se daba cuenta de que Pucca hacía tiempo que había desaparecido de su vista, probablemente habría ido a cazar gamusinos, como decía siempre el viejo Clopin.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Habían transcurrido ya varias semanas desde que Nastya se hubo instalado en la mansión Vallespir y pasado a formar parte oficial de la familia. Resultaba gracioso decir 'la familia' porque daba la sensación de estar hablando de alguien más aparte de Dennis y desde la muerte de Alain y Judith que no había habido nadie más que él mismo. Sí, claro, tenía más tíos y primos lejanos que aún enriquecían el apellido junto a él, pero no podía decirse que eso les hiciera más íntimos, había tratado muy poco con ellos y la última vez que los había visto había sido en el funeral de su tía. No se caracterizaban precisamente por hacerle muchas visitas, ni tampoco el luxemburgués se molestaba en remediarlo. Había prometido mantener en pie el legado de sus seres queridos y a eso se limitaba, no a establecer lazos afectivos con gente que desde niño le había demostrado lo poco que le importaba, compartieran o no la misma sangre. Si querían algo de él que pudiera beneficiar a los negocios familiares, sonreiría con falsa modestia y no tendría reparos en abrirles la puerta a esas sanguijuelas tan fáciles de manejar con un par de palmaditas en la espalda. Y ahí acabaría todo, porque si pretendían llamar a cualquier otro tipo de puerta, iban a volverse a su puta casa con el sabor de un buen canto en los dientes (y hasta les haría un favor, porque si les dejaba pasar, dudaba que fueran capaces de salir con vida de los selváticos laberintos de su mente). Así que avisarles de la incorporación de una nueva Vallespir a 'la familia' estaba completamente de más. Si tenían algo que opinar al respecto, que tuvieran también interés en averiguarlo y no en esperar que la información llegara sola de un pariente al que normalmente no hacían ningún caso. O mejor, que ni se molestaran, porque dijeran lo que dijeran, Nastya se iba a quedar donde estaba. A ver qué cojones se pensaban.
No, definitivamente no hacía falta que lo jurara: ya se sentía plenamente responsable de aquella niña. Responsable, protector y con el tiempo seguramente 'poseedor'. Algo que sabía que traería sus consecuencias, pero nuevamente no había hecho su elección a la ligera; adoptar a la pequeña rusa a sabiendas de que acabaría por cogerle cariño significaba asumir muchos riesgos, entre otros el de sus posesivas pataletas. Unas pataletas que no acababan de ser adultas, ya que los celos afloraban casi siempre de las cosas más estúpidas y sus impulsos obedecían a toda clase de excesos ilógicos como gritar o golpear lo que hubiera cerca, pero tampoco eran del todo infantiles porque su origen psicológico se aproximaba más al de una patología muy mal alimentada con el tiempo y que tenía mucho que ver con sus conflictos interiores de identidad y autoridad, sobre todo tras la mordedura del hombre lobo. Eran sus matices maduros los que (a veces) reprimían sus comportamientos de niño. Jodidamente bipolar incluso en eso.
Además, hacía muchísimo tiempo que no creaba vínculos con nadie y Dennis ya no se fiaba prácticamente de ningún ser vivo, de modo que esa falta de confianza también funcionaba consigo mismo. No estaba nada seguro de lo que pasaría, si a la larga su relación con Nastya se volvía más y más íntima. Casi parecía que se hubiera olvidado de querer, o en cierto modo, quizá no había sabido querer nunca, porque el amor hacia sus padres y sus tíos estuvo siempre implícito, al fin y al cabo fueron su única familia. Y sí, también tenía a la gente del fiel servicio de su casa que le habían seguido hasta París, pero incluso ellos habían estado ahí desde que tenía uso de razón. Permitirle la entrada a una persona externa a todo eso… siempre tuvo reticencias al respecto, pero había cambiado del todo junto con su naturaleza sobrenatural y ya no encontraba forma de ponerle remedio. Tampoco era lo que más le había preocupado. Al menos, hasta ese momento.
Su conexión con Nastya no hacía más que mejorar. Compartían todas las comidas del día, conversaban juntos acerca de sus vidas, Dennis le enseñaba lo que la institutriz no era capaz de hacer más ameno y cada noche le mostraba un lugar nuevo de la mansión, normalmente acompañado de alguna anécdota pasada o breve explicación sobre la arquitectura o los objetos de arte que hubiera cerca (su habitación, no obstante, aún se resistía, cosa que irónicamente debía de hacerle más misterioso). A esas alturas ya estaba harto de saber lo muy instantánea que había sido su complicidad desde que se encontraron en las calles. Había experimentado una sensación tan natural e intensa que ni siquiera le había hecho falta conocer a la chiquilla para precisar de su compañía, algo que, como se describía anteriormente, únicamente le había pasado con sus pocos seres queridos. Pero además de todo eso, compartían un mismo cometido, una búsqueda incansable de algo desconocido y lleno de niebla que había cambiado sus vidas hasta el momento presente. Y eso sí que no le había ocurrido nunca antes con nadie. Definitivamente sus interacciones con la (entonces ex) vagabunda prometían, prometían tanto que estaba dispuesto a enfrentarse a todos los baches posibles. La lucha llevaba muchos años siendo demasiado intensa como para amedrentarse ahora.
Aquella mañana había salido al jardín con la intención de correr sin parar, absolutamente ido, tratando de hundirse más y más en la velocidad con la que bombeaban sus pulmones y con la que su respiración controlada contrastaba entre sofocos para no fatigarse en mitad de uno de sus pasatiempos secretos. Hacía mucho tiempo que no se decidía a echarse una carrera por esos claros de hierba cercanos a su mansión y hacía mucho más tiempo desde la última vez que no detuvo sus enormes zancadas y siguió corriendo y corriendo, hasta adentrarse completamente en el bosque y empezar a esquivar árboles y arbustos, en lugar de memorias y pensamientos. Ahora hacía el mismo recorrido de vuelta a la vivienda, después de haberse adentrado en los verdosos parajes de la zona, con toda la potencia que suponía ese veloz recorrido por el campo, propio del mismísimo Pucca (o puede que hasta mayor, considerando que él también tenía una parte literalmente animal y, por descontado, más salvaje que la de un perro, por muy callejero que éste fuera). Nada más parar, usó el primer árbol que pilló cerca para apoyar un costado de su cuerpo mientras se recomponía entre jadeos, con su camisa sudorosa y holgada, sujeta por un chaleco y los típicos pantalones que corrían por la moda masculina actual. El aspecto más informal con el que se había presentado ante Nastya, pero es que directamente no tenía planeado presentarse ante ella (ni ante nadie, ya que prefería mantenerse alejado de toda la civilización cuando daba rienda suelta a sus aficiones más complejas) y al descubrirla sentada en la hierba más cercana, pensó en marcharse a hurtadillas para meterse en la mansión y regresar ya adecentado, pero el ladrido de Pucca tras sus pies terminó por alertar a su dueña y delatarlo a él.
¡Buenos días! –se resignó a saludar antes de exhalar aire una vez más, en tanto el chucho empezaba a lamerle los zapatos y Dennis se ponía de cuclillas para agarrarle la cara y acariciarle las orejas- ¿Vosotros por aquí fuera tan pronto? Aún queda rato para que sirvan el desayuno –desde ahí se fijó mejor en las cartas que la chica había colocado en el césped y ya puestos a seguir siendo espontáneos, dejó que sus preguntas salieran a la luz. Nunca estaba de más continuar con el descubrimiento que suponía la vida de Nastya, incluso en ese estado-. Tu baraja de cartas ¿Algún significado o valor sentimental para que la lleves siempre encima?
No, definitivamente no hacía falta que lo jurara: ya se sentía plenamente responsable de aquella niña. Responsable, protector y con el tiempo seguramente 'poseedor'. Algo que sabía que traería sus consecuencias, pero nuevamente no había hecho su elección a la ligera; adoptar a la pequeña rusa a sabiendas de que acabaría por cogerle cariño significaba asumir muchos riesgos, entre otros el de sus posesivas pataletas. Unas pataletas que no acababan de ser adultas, ya que los celos afloraban casi siempre de las cosas más estúpidas y sus impulsos obedecían a toda clase de excesos ilógicos como gritar o golpear lo que hubiera cerca, pero tampoco eran del todo infantiles porque su origen psicológico se aproximaba más al de una patología muy mal alimentada con el tiempo y que tenía mucho que ver con sus conflictos interiores de identidad y autoridad, sobre todo tras la mordedura del hombre lobo. Eran sus matices maduros los que (a veces) reprimían sus comportamientos de niño. Jodidamente bipolar incluso en eso.
Además, hacía muchísimo tiempo que no creaba vínculos con nadie y Dennis ya no se fiaba prácticamente de ningún ser vivo, de modo que esa falta de confianza también funcionaba consigo mismo. No estaba nada seguro de lo que pasaría, si a la larga su relación con Nastya se volvía más y más íntima. Casi parecía que se hubiera olvidado de querer, o en cierto modo, quizá no había sabido querer nunca, porque el amor hacia sus padres y sus tíos estuvo siempre implícito, al fin y al cabo fueron su única familia. Y sí, también tenía a la gente del fiel servicio de su casa que le habían seguido hasta París, pero incluso ellos habían estado ahí desde que tenía uso de razón. Permitirle la entrada a una persona externa a todo eso… siempre tuvo reticencias al respecto, pero había cambiado del todo junto con su naturaleza sobrenatural y ya no encontraba forma de ponerle remedio. Tampoco era lo que más le había preocupado. Al menos, hasta ese momento.
Su conexión con Nastya no hacía más que mejorar. Compartían todas las comidas del día, conversaban juntos acerca de sus vidas, Dennis le enseñaba lo que la institutriz no era capaz de hacer más ameno y cada noche le mostraba un lugar nuevo de la mansión, normalmente acompañado de alguna anécdota pasada o breve explicación sobre la arquitectura o los objetos de arte que hubiera cerca (su habitación, no obstante, aún se resistía, cosa que irónicamente debía de hacerle más misterioso). A esas alturas ya estaba harto de saber lo muy instantánea que había sido su complicidad desde que se encontraron en las calles. Había experimentado una sensación tan natural e intensa que ni siquiera le había hecho falta conocer a la chiquilla para precisar de su compañía, algo que, como se describía anteriormente, únicamente le había pasado con sus pocos seres queridos. Pero además de todo eso, compartían un mismo cometido, una búsqueda incansable de algo desconocido y lleno de niebla que había cambiado sus vidas hasta el momento presente. Y eso sí que no le había ocurrido nunca antes con nadie. Definitivamente sus interacciones con la (entonces ex) vagabunda prometían, prometían tanto que estaba dispuesto a enfrentarse a todos los baches posibles. La lucha llevaba muchos años siendo demasiado intensa como para amedrentarse ahora.
Aquella mañana había salido al jardín con la intención de correr sin parar, absolutamente ido, tratando de hundirse más y más en la velocidad con la que bombeaban sus pulmones y con la que su respiración controlada contrastaba entre sofocos para no fatigarse en mitad de uno de sus pasatiempos secretos. Hacía mucho tiempo que no se decidía a echarse una carrera por esos claros de hierba cercanos a su mansión y hacía mucho más tiempo desde la última vez que no detuvo sus enormes zancadas y siguió corriendo y corriendo, hasta adentrarse completamente en el bosque y empezar a esquivar árboles y arbustos, en lugar de memorias y pensamientos. Ahora hacía el mismo recorrido de vuelta a la vivienda, después de haberse adentrado en los verdosos parajes de la zona, con toda la potencia que suponía ese veloz recorrido por el campo, propio del mismísimo Pucca (o puede que hasta mayor, considerando que él también tenía una parte literalmente animal y, por descontado, más salvaje que la de un perro, por muy callejero que éste fuera). Nada más parar, usó el primer árbol que pilló cerca para apoyar un costado de su cuerpo mientras se recomponía entre jadeos, con su camisa sudorosa y holgada, sujeta por un chaleco y los típicos pantalones que corrían por la moda masculina actual. El aspecto más informal con el que se había presentado ante Nastya, pero es que directamente no tenía planeado presentarse ante ella (ni ante nadie, ya que prefería mantenerse alejado de toda la civilización cuando daba rienda suelta a sus aficiones más complejas) y al descubrirla sentada en la hierba más cercana, pensó en marcharse a hurtadillas para meterse en la mansión y regresar ya adecentado, pero el ladrido de Pucca tras sus pies terminó por alertar a su dueña y delatarlo a él.
¡Buenos días! –se resignó a saludar antes de exhalar aire una vez más, en tanto el chucho empezaba a lamerle los zapatos y Dennis se ponía de cuclillas para agarrarle la cara y acariciarle las orejas- ¿Vosotros por aquí fuera tan pronto? Aún queda rato para que sirvan el desayuno –desde ahí se fijó mejor en las cartas que la chica había colocado en el césped y ya puestos a seguir siendo espontáneos, dejó que sus preguntas salieran a la luz. Nunca estaba de más continuar con el descubrimiento que suponía la vida de Nastya, incluso en ese estado-. Tu baraja de cartas ¿Algún significado o valor sentimental para que la lleves siempre encima?
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Acercóse el señor Vallespir de buena mañana, saludando con expresión ladina. Nastya correspondió al saludo y continuó colocando cartas. Notaba cómo le picaban todavía los leotardos y sintió deseos de arrancárselos allí mismo y arrojarlos al pozo. ”Ahí, ahí. Donde la señora Tréville no pueda encontrarlos. Y si por casualidad los encuentra, siempre queda la suerte de que se caiga pozo abajo”. Aquello la hizo sonreír un poco, y levantó la mirada.
-Hemos aprovechado que la señora Tréville no se ha levantado todavía. Así no me puede decir que “no puedo salir al jardín porque se mancha el vestido” -imitó la voz de la señora Tréville con una perfección casi pasmosa, que la hubieran hecho ganarse las alabanzas de los críticos más importantes del teatro parisino. Y no era para menos, porque algo de actriz también tenía la niña para ganarse sobresueldos tal altos con sus chanzas y correrías varias por los barrios de París-¡Pues si se mancha se lava! Que para eso está. Vamos, digo yo, ¿no? -rodó los ojos. Y si tenía que lavarlo ella, pues ella que lo haría. Vamos, que aquello no era tan complicado. Sólo tenía que frotar fuerte y listo. ¡Como si no hubiera limpiado poco en sus años en el orfanato!
Miró la baraja cuando el señor Vallespir le preguntó por ella. Era bien cierto que siempre las llevaba consigo. Junto con Pucca y su eterno chambergo, eran las únicas pertenencias propias de la rusa. El chambergo, como bien es sabido, era robado. El perro vagabundo, bueno, pues se le había pegado como una lapa en cierta ocasión... y hasta ahora. Pero las cartas. Ah, las cartas eran otro asunto. Las cartas habían sido un regalo del viejo gitano. Era una baraja española, ya vieja, algo roída y picada por los laterales. Pero a ella le hacían la merced, y le recordaban a su amigo el gitano. Nastya sabía que el viejo había sobrevivido, que una cuerda y un tocón de madera no eran suficientes para atrapar a un mago auténtico como él. Lo había visto convertirse en paloma, y ahora, tal vez, había echado rumbo a las Américas, había encontrado oro y se había hecho rico.
-Me las dio un amigo, para que practicase con ellas trucos de cartas. Así era como me ganaba la vida antes. La gente a veces es muy ilusa, señor Vallespir. No se vaya usted a creer. Y yo los iba seleccionando, sobre todo a los más tontos -rió-Venga, ¿quiere probar? Le prometo que a vuestra merced no lo timaré -puso los naipes en fila. La sota de espada con más cuidado porque era la figura que más le gustaba-Vamos, uno fácil. Tiene que elegir una carta de las de aquí sin que yo lo vea. Luego las pone otra vez todas juntas y me las da, y yo le sacaré la carta que ha elegido.
Cerró los ojos con tanta fuerza que hasta apretó los labios. Movía las piernas con ímpetu y ansiedad infantiles.
-Ea, cuando acabe póngame las cartas en las manos -dijo la rusa poniendo las manos en actitud pedigüeña-¡Pero no! ¡Espere! ¡Ya sé! -abrió otra vez los ojos de sopetón-Si le digo cuál es su carta, y acierto, hacemos una carrera por el jardín. Y si vuelvo a ganar esa... -se mordió el labio pensativa-...¡Tiene que llenarse la cara de tierra para que la señora Tréville le de una buena regañina! -un brillo travieso apareció en los ojillos de la granujilla cuando se imaginó a la gorda ama de llaves reprendiendo sin vergüenza al señor de la casa, tan cierta estaba ella de que iba a ganar-Venga, va. Empezamos otra vez, y vuelvo a cerrar los ojos.
-Hemos aprovechado que la señora Tréville no se ha levantado todavía. Así no me puede decir que “no puedo salir al jardín porque se mancha el vestido” -imitó la voz de la señora Tréville con una perfección casi pasmosa, que la hubieran hecho ganarse las alabanzas de los críticos más importantes del teatro parisino. Y no era para menos, porque algo de actriz también tenía la niña para ganarse sobresueldos tal altos con sus chanzas y correrías varias por los barrios de París-¡Pues si se mancha se lava! Que para eso está. Vamos, digo yo, ¿no? -rodó los ojos. Y si tenía que lavarlo ella, pues ella que lo haría. Vamos, que aquello no era tan complicado. Sólo tenía que frotar fuerte y listo. ¡Como si no hubiera limpiado poco en sus años en el orfanato!
Miró la baraja cuando el señor Vallespir le preguntó por ella. Era bien cierto que siempre las llevaba consigo. Junto con Pucca y su eterno chambergo, eran las únicas pertenencias propias de la rusa. El chambergo, como bien es sabido, era robado. El perro vagabundo, bueno, pues se le había pegado como una lapa en cierta ocasión... y hasta ahora. Pero las cartas. Ah, las cartas eran otro asunto. Las cartas habían sido un regalo del viejo gitano. Era una baraja española, ya vieja, algo roída y picada por los laterales. Pero a ella le hacían la merced, y le recordaban a su amigo el gitano. Nastya sabía que el viejo había sobrevivido, que una cuerda y un tocón de madera no eran suficientes para atrapar a un mago auténtico como él. Lo había visto convertirse en paloma, y ahora, tal vez, había echado rumbo a las Américas, había encontrado oro y se había hecho rico.
-Me las dio un amigo, para que practicase con ellas trucos de cartas. Así era como me ganaba la vida antes. La gente a veces es muy ilusa, señor Vallespir. No se vaya usted a creer. Y yo los iba seleccionando, sobre todo a los más tontos -rió-Venga, ¿quiere probar? Le prometo que a vuestra merced no lo timaré -puso los naipes en fila. La sota de espada con más cuidado porque era la figura que más le gustaba-Vamos, uno fácil. Tiene que elegir una carta de las de aquí sin que yo lo vea. Luego las pone otra vez todas juntas y me las da, y yo le sacaré la carta que ha elegido.
Cerró los ojos con tanta fuerza que hasta apretó los labios. Movía las piernas con ímpetu y ansiedad infantiles.
-Ea, cuando acabe póngame las cartas en las manos -dijo la rusa poniendo las manos en actitud pedigüeña-¡Pero no! ¡Espere! ¡Ya sé! -abrió otra vez los ojos de sopetón-Si le digo cuál es su carta, y acierto, hacemos una carrera por el jardín. Y si vuelvo a ganar esa... -se mordió el labio pensativa-...¡Tiene que llenarse la cara de tierra para que la señora Tréville le de una buena regañina! -un brillo travieso apareció en los ojillos de la granujilla cuando se imaginó a la gorda ama de llaves reprendiendo sin vergüenza al señor de la casa, tan cierta estaba ella de que iba a ganar-Venga, va. Empezamos otra vez, y vuelvo a cerrar los ojos.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Increíble, nunca dejaría de sorprenderse, aun si sólo hacía unos días que conocía a su tutelada. Precisamente ese hecho remarcaba todavía más la importancia de que se sintiera así, dispuesto a tantas cosas que no se había decidido a despertar durante demasiado tiempo. Pero no sólo desde que París había interrumpido en su vida como un manchurrón precioso y fascinante, pero manchurrón a fin de cuentas, sino desde mucho, mucho antes, cuando la pesadilla continua y, a veces, placentera que era su caos mental todavía no había empezado a alimentarse de traumas y patologías. Cuando sus padres vivían, o dicho de otra manera, cuando Dennis tenía siete años.
Cuando sólo era un crío.
El reciente papel de Nastya en su vida lo estaba revolucionando todo. Mientras que él, en una forma más o menos vaga, se comportaba como un niño a medio terminar con los demás, con la joven rusa pretendía ser un adulto en toda regla. Por propia voluntad, y no por las normas sociales que imponían determinados comportamientos en función de la edad. El hombre quería ocuparse de la niña, darle el hogar más seguro que pudiera ofrecérsele, enseñarle lo que no había tenido la oportunidad de aprender, mantenerla lejos del dolor de una búsqueda de la que el propio Dennis se sabía experto. Protegerla, permitir que desarrollara sus facetas, ser testigo de su evolución. Tenerla para sí.
Fuera como fuese, actuaba igual que una persona sensata y con impulsos paternalistas, pero entonces, algo explotaba y se llevaban a cabo sucesos como los de aquella mañana. En los que la pilluela le pedía hacer cosas de críos, cosas que no se esperarían de un señor de treinta y seis años que, además, pertenecía a una clase alta. Cosas que él había hecho y, a la vez, no había hecho. Porque entre eso y la parte ridículamente posesiva (la que sabía que no tenía derecho a tener y que, sin embargo, no podía evitar) también zarandeaba a su yo infantil. Y de repente, Dennis Vallespir se convertía en un tipo al que le salía del alma ser adulto, al mismo tiempo que el pequeño que había encerrado en su interior se escapaba a jugar a la calle. Y sin que se sintiera inestable, porque a pesar de lo contradictorio que pudiera verse a simple vista, no había caos alguno que lo despojara de aquella comodidad tan curiosa que habían conseguido entre ambos. Simplemente, era así. Por primera vez, era así.
Accedió sin más rodeos a tomar parte en aquella especie de locura inmadura y no supo a ciencia cierta si la rubia había cumplido su promesa de no timarle, pero hizo lo que le había indicado antes de devolverle la baraja. La sota de espadas le fue devuelta de manos de la pequeña maga junto a una pícara sonrisa que dejaba la duda correteando un buen rato más en torno a su supuesta honestidad. La honestidad de las calles, suponía. También se fijó en que Nastya se la devolvía con una expresión de curiosidad al descubrir qué carta había escogido él de entre todas las que había, y estuvo a punto de abrir la boca para preguntar si pasaba algo, pero la chica no se anduvo por las ramas y empezó ella sola la carrera por el jardín, delante de un atolondrado Pucca que antes propinó un fuerte lametón en la mejilla a Dennis.
El licántropo se puso en pie después de soltar un par de carcajadas y salió corriendo detrás de los dos tunantes, profiriendo algún que otro improperio que la muchacha no tardó en devolverle con más pasión, y que sabía que sólo podía ser fruto de aquella pueril adrenalina que le había invadido, correteando como un gamo no sólo por el bosque, sino por la máquina del tiempo que lo estaba llevando veintisiete años atrás. Y porque veintisiete años atrás aún no había sido mordido por un hombre lobo, no se empleó a fondo físicamente y perdió la carrera. De modo que Nastya lo llevó de la mano, toda contenta, para coger barro de las raíces de un árbol y ayudarle a ensuciar sus mejillas, haciéndole dibujos que no podía ver y que tenía que adivinar. Al lado de ellos, el perro bebió del agua con tierra y después empezó a revolcar las patas allí dentro, cosa que le dio una idea para con Nastya y acto seguido, él la empujó a ella para que se uniera al chucho, y mientras se reía y arrojaba más insultos, el mayor ponía especial hincapié en ensuciarle los leotardos.
De esta manera, cuando el ama de llaves les llamó para el desayuno, el día comenzó con un Dennis erguido y de plácida sonrisa, que saludó a su empleada con un resuelto 'Buenos días, señora Tréville' y se sentó tranquilamente en la mesa que había dispuesta cerca del jardín, como si no estuviera pringado de barro hasta las cejas. Seguido de una malévola Nastya, de leotardos marrones recién estrenados, que tomó asiento en frente de su tutor y se untó cantarinamente una tostada con tomate después de tirar a Pucca unos cuantos pedazos de jamón frito.
Creo que esta noche íbamos a la ópera, ¿no, querida? –comentó, con un intencionado énfasis al que sólo le faltó limpiarse el monóculo.
Huelga decir, por supuesto, que ambos se tuvieron que aguantar la risa más descomunal de todas al ver la expresión que se le quedaba a la pobre señora Tréville. Ni los mejores fantasmas habrían conseguido una igual.
Cuando sólo era un crío.
El reciente papel de Nastya en su vida lo estaba revolucionando todo. Mientras que él, en una forma más o menos vaga, se comportaba como un niño a medio terminar con los demás, con la joven rusa pretendía ser un adulto en toda regla. Por propia voluntad, y no por las normas sociales que imponían determinados comportamientos en función de la edad. El hombre quería ocuparse de la niña, darle el hogar más seguro que pudiera ofrecérsele, enseñarle lo que no había tenido la oportunidad de aprender, mantenerla lejos del dolor de una búsqueda de la que el propio Dennis se sabía experto. Protegerla, permitir que desarrollara sus facetas, ser testigo de su evolución. Tenerla para sí.
Fuera como fuese, actuaba igual que una persona sensata y con impulsos paternalistas, pero entonces, algo explotaba y se llevaban a cabo sucesos como los de aquella mañana. En los que la pilluela le pedía hacer cosas de críos, cosas que no se esperarían de un señor de treinta y seis años que, además, pertenecía a una clase alta. Cosas que él había hecho y, a la vez, no había hecho. Porque entre eso y la parte ridículamente posesiva (la que sabía que no tenía derecho a tener y que, sin embargo, no podía evitar) también zarandeaba a su yo infantil. Y de repente, Dennis Vallespir se convertía en un tipo al que le salía del alma ser adulto, al mismo tiempo que el pequeño que había encerrado en su interior se escapaba a jugar a la calle. Y sin que se sintiera inestable, porque a pesar de lo contradictorio que pudiera verse a simple vista, no había caos alguno que lo despojara de aquella comodidad tan curiosa que habían conseguido entre ambos. Simplemente, era así. Por primera vez, era así.
Accedió sin más rodeos a tomar parte en aquella especie de locura inmadura y no supo a ciencia cierta si la rubia había cumplido su promesa de no timarle, pero hizo lo que le había indicado antes de devolverle la baraja. La sota de espadas le fue devuelta de manos de la pequeña maga junto a una pícara sonrisa que dejaba la duda correteando un buen rato más en torno a su supuesta honestidad. La honestidad de las calles, suponía. También se fijó en que Nastya se la devolvía con una expresión de curiosidad al descubrir qué carta había escogido él de entre todas las que había, y estuvo a punto de abrir la boca para preguntar si pasaba algo, pero la chica no se anduvo por las ramas y empezó ella sola la carrera por el jardín, delante de un atolondrado Pucca que antes propinó un fuerte lametón en la mejilla a Dennis.
El licántropo se puso en pie después de soltar un par de carcajadas y salió corriendo detrás de los dos tunantes, profiriendo algún que otro improperio que la muchacha no tardó en devolverle con más pasión, y que sabía que sólo podía ser fruto de aquella pueril adrenalina que le había invadido, correteando como un gamo no sólo por el bosque, sino por la máquina del tiempo que lo estaba llevando veintisiete años atrás. Y porque veintisiete años atrás aún no había sido mordido por un hombre lobo, no se empleó a fondo físicamente y perdió la carrera. De modo que Nastya lo llevó de la mano, toda contenta, para coger barro de las raíces de un árbol y ayudarle a ensuciar sus mejillas, haciéndole dibujos que no podía ver y que tenía que adivinar. Al lado de ellos, el perro bebió del agua con tierra y después empezó a revolcar las patas allí dentro, cosa que le dio una idea para con Nastya y acto seguido, él la empujó a ella para que se uniera al chucho, y mientras se reía y arrojaba más insultos, el mayor ponía especial hincapié en ensuciarle los leotardos.
De esta manera, cuando el ama de llaves les llamó para el desayuno, el día comenzó con un Dennis erguido y de plácida sonrisa, que saludó a su empleada con un resuelto 'Buenos días, señora Tréville' y se sentó tranquilamente en la mesa que había dispuesta cerca del jardín, como si no estuviera pringado de barro hasta las cejas. Seguido de una malévola Nastya, de leotardos marrones recién estrenados, que tomó asiento en frente de su tutor y se untó cantarinamente una tostada con tomate después de tirar a Pucca unos cuantos pedazos de jamón frito.
Creo que esta noche íbamos a la ópera, ¿no, querida? –comentó, con un intencionado énfasis al que sólo le faltó limpiarse el monóculo.
Huelga decir, por supuesto, que ambos se tuvieron que aguantar la risa más descomunal de todas al ver la expresión que se le quedaba a la pobre señora Tréville. Ni los mejores fantasmas habrían conseguido una igual.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Júrose la joven ladronzuela que la cara que le vio a la señora Tréville cuando ambos, tutor y tutelada, entraron en el precioso salón de té con los zapatos embarrados y las caras sucias no se le iba a olvidar en la vida. Trató de dismilar una sonrisa cuando el señor Vallespir entró, todo porte orgulloso, a la suya casa sin prestar atención al rostro descompuesto del ama de llaves, que creyó la rusa que se le iba a deshacer allí mismo de rabia y estupefacción. No se le escapó tampoco a la pilluela la mirada asesina que le dirigió la vieja, y en seguida, bájose la mirada para ocultar la carcajada que quería salir de su garganta.
Siguió al señor Vallespir hasta la mesa, y tomó asiento, dejando algunas manchas de barro tras de sí y disfrutando con ello al pensar lo muy mucho cabreada que tendría que estar la señora Tréville. De aquella manera, la muchacha se envalentonó más y se atrevió incluso a sentarse en la silla con los leotardos sucios. Lanzó una mirada por el rabillo del ojo a la Tréville, y casi estalló de la risa cuando vio que luchaba por mantener la boca cerrada y no replicar algo. Pero, claro, ¿qué decirle cuando el propio señor de la casa ofertaba una guisa igual o peor que la de la propia muchachita?
-¿Cómo? Y a mi sin llegarme invitación del matrimonio Bellefleur. Qué rudos y daltonianos son –carraspeó, inventándose la última palabra.
Cuando la pobre ama de llaves húbose desaparecido de allí casi aterrada por la escena que acababa de presenciar, la joven estalló en carcajadas escandalosas y el zumo de naranja casi se le salió por la nariz.
-Te va a caer una buena –repúsole al señor Vallespir, con toda la confianza de dos amigos que saben que han cometido una travesura y que tal vez aquella noche se quedaran sin postre. Y es que, en el tiempo que la joven Nastya llevaba conviviendo con Dennis se había forjado entre ambos una relación que dictaba mucho de ser la usual entre tutor y tutelada, o la equívoca relación de padre e hija que se pretende emular en estos casos. De alguna manera, había algo en el joven señor que todavía no había abandonado la niñez, y eso hacía que Nastya lo percibiera como un igual. Un amigo, simplemente, con el que podía hacer carreras, mancharse los leotardos de barro, o timarle de vez en cuando con los trucos de manos arendidos en la callejuelas parisinas. Algo que ella no había tenido nunca, por ser valederos, hasta donde la memoria atrofiada de la joven alcanzaba.
Luego siguió riendo, y sus alegres y cantarinas carcajadas se escucharon por toda la mansión.
- - - - - - - - - - - -
Nastya torcióse el gesto y resopló resignada mientras la señora Tréville terminaba de trenzarle el cabello. ¡A Nastya, que siempre había llevado el pelo suelto y enmarañado, en el que lo nudos parecían querer anidar ahí de por vida! Vaya reto imposible se había empeñado en cosechar el ama de llaves. Pero la vieja había insistido.
Mientras Tréville se fue a buscar los zapatos que debía lucir aquella noche en el teatro, escuchaba su voz recriminándole:
-Recuerda que debes comportarte. Vas a ir a un lugar muy elegante, y allí la gente es muy refinada. No debes dar motivos de queja al señorito Vallespir, ¿me explico? –seguía la mujer con su retahíla de consejos que, a vistas de la joven, eran tan inútiles como los pezones en una coraza, mientras ella se entretenía acariciando las orejillas de Pucca-¡Ah, y las eses al final de palabra…
-¡…Se pronuncian, jovencita! –terminó por burlarse la joven de la frase que la señora Tréville ya le había repetido por décimotercera vez aquella tarde-Ya lo sé, ya lo sé. Pues si mejor le place, me estaré calladita y no diré ni mú. Hala, ¿mejor? Que se piensen que soy muda –repuso con el ceño fruncido.
Tal vez lo mejor era que no fuera al teatro, aunque a decir verdad, a la joven le llamaba la atención, porque nunca había entrado en uno. ”Seguro que hay un montón de cosas valiosas para birlar…”. Claro que ella no iba a birlar nada, desgraciadamente. No podía hacerle pasar por eso al señorito Vallespir que tan bien con ella se había portado durante aquellos meses. Así pues, tendría que pasar la hora y media más larga de su vida entre pitos y flautas, nunca mejor dicho.
Todo aquello se haría más llevadero sin el maldito corsé del demonio y, por supuesto, sus amigos los leotardos. Nastya ya se había cansado de luchar con la señora Tréville por ellos, así que aquella noche resignóse a tener que llevar puesto encima a aquellos objetos del demonio.
-¡Por todos los diablejos…! –murmuraba entre dientes-…Si alguna vez pillo al Satanás que inventó estas cosas…
-Chst. La boca, niña –le renegó la vieja. Ella puso los ojos en blanco y la imitó por lo bajini.
Una vez peinada y perfumada, ataviada con un vestido verde pálido con un lazo en la cintura y varios encajes en hombros y faldón, bajó a la recepción. El señorito Vallespir todavía no había salido.
-¿Ves? Tanta prisa para nada. ¡Si no te he dicho yo que mucho decir de las mujeres, pero los hombres son peores a la hora de arreglarse! Comprobado que lo tengo yo.
La mujer no dijo nada, y siguió arreglando el bajo del vestido de Nastya. Pucca apareció de nuevo debajo de uno de los aterciopelados sofás, ladrando y meneando la cola. Seguramente iría detrás de la gata, pero esta siempre sabía esconderse muy bien, la muy condenada. Ya le había aclarado la señora Tréville, con su habitual tono resabidillo y condescendiente, que no había forma humana posible de que el perro pudiese entrar en un teatro, a lo que la joven rusa había emitido un respingo de decepción.
Se sentó la joven en el sofá, esperando, con moviendo los piececillos colganderos, aunque no quisiera decirlo (ni lo diría, claro está, en voz alta), estaba nerviosa por aquella velada en la que, de una manera u otra, Nastya sabía que iba a ser evaluada ante un montón de estirados con monóculo. ¿Qué tenía ella que ver con ellos? Lo más probable era que sólo vieran a una muchachita de las calles vestida de princesa. ”Pero como dice el dicho… Aunque la mona se vista de seda…”. Suspiró.
Siguió al señor Vallespir hasta la mesa, y tomó asiento, dejando algunas manchas de barro tras de sí y disfrutando con ello al pensar lo muy mucho cabreada que tendría que estar la señora Tréville. De aquella manera, la muchacha se envalentonó más y se atrevió incluso a sentarse en la silla con los leotardos sucios. Lanzó una mirada por el rabillo del ojo a la Tréville, y casi estalló de la risa cuando vio que luchaba por mantener la boca cerrada y no replicar algo. Pero, claro, ¿qué decirle cuando el propio señor de la casa ofertaba una guisa igual o peor que la de la propia muchachita?
-¿Cómo? Y a mi sin llegarme invitación del matrimonio Bellefleur. Qué rudos y daltonianos son –carraspeó, inventándose la última palabra.
Cuando la pobre ama de llaves húbose desaparecido de allí casi aterrada por la escena que acababa de presenciar, la joven estalló en carcajadas escandalosas y el zumo de naranja casi se le salió por la nariz.
-Te va a caer una buena –repúsole al señor Vallespir, con toda la confianza de dos amigos que saben que han cometido una travesura y que tal vez aquella noche se quedaran sin postre. Y es que, en el tiempo que la joven Nastya llevaba conviviendo con Dennis se había forjado entre ambos una relación que dictaba mucho de ser la usual entre tutor y tutelada, o la equívoca relación de padre e hija que se pretende emular en estos casos. De alguna manera, había algo en el joven señor que todavía no había abandonado la niñez, y eso hacía que Nastya lo percibiera como un igual. Un amigo, simplemente, con el que podía hacer carreras, mancharse los leotardos de barro, o timarle de vez en cuando con los trucos de manos arendidos en la callejuelas parisinas. Algo que ella no había tenido nunca, por ser valederos, hasta donde la memoria atrofiada de la joven alcanzaba.
Luego siguió riendo, y sus alegres y cantarinas carcajadas se escucharon por toda la mansión.
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Nastya torcióse el gesto y resopló resignada mientras la señora Tréville terminaba de trenzarle el cabello. ¡A Nastya, que siempre había llevado el pelo suelto y enmarañado, en el que lo nudos parecían querer anidar ahí de por vida! Vaya reto imposible se había empeñado en cosechar el ama de llaves. Pero la vieja había insistido.
Mientras Tréville se fue a buscar los zapatos que debía lucir aquella noche en el teatro, escuchaba su voz recriminándole:
-Recuerda que debes comportarte. Vas a ir a un lugar muy elegante, y allí la gente es muy refinada. No debes dar motivos de queja al señorito Vallespir, ¿me explico? –seguía la mujer con su retahíla de consejos que, a vistas de la joven, eran tan inútiles como los pezones en una coraza, mientras ella se entretenía acariciando las orejillas de Pucca-¡Ah, y las eses al final de palabra…
-¡…Se pronuncian, jovencita! –terminó por burlarse la joven de la frase que la señora Tréville ya le había repetido por décimotercera vez aquella tarde-Ya lo sé, ya lo sé. Pues si mejor le place, me estaré calladita y no diré ni mú. Hala, ¿mejor? Que se piensen que soy muda –repuso con el ceño fruncido.
Tal vez lo mejor era que no fuera al teatro, aunque a decir verdad, a la joven le llamaba la atención, porque nunca había entrado en uno. ”Seguro que hay un montón de cosas valiosas para birlar…”. Claro que ella no iba a birlar nada, desgraciadamente. No podía hacerle pasar por eso al señorito Vallespir que tan bien con ella se había portado durante aquellos meses. Así pues, tendría que pasar la hora y media más larga de su vida entre pitos y flautas, nunca mejor dicho.
Todo aquello se haría más llevadero sin el maldito corsé del demonio y, por supuesto, sus amigos los leotardos. Nastya ya se había cansado de luchar con la señora Tréville por ellos, así que aquella noche resignóse a tener que llevar puesto encima a aquellos objetos del demonio.
-¡Por todos los diablejos…! –murmuraba entre dientes-…Si alguna vez pillo al Satanás que inventó estas cosas…
-Chst. La boca, niña –le renegó la vieja. Ella puso los ojos en blanco y la imitó por lo bajini.
Una vez peinada y perfumada, ataviada con un vestido verde pálido con un lazo en la cintura y varios encajes en hombros y faldón, bajó a la recepción. El señorito Vallespir todavía no había salido.
-¿Ves? Tanta prisa para nada. ¡Si no te he dicho yo que mucho decir de las mujeres, pero los hombres son peores a la hora de arreglarse! Comprobado que lo tengo yo.
La mujer no dijo nada, y siguió arreglando el bajo del vestido de Nastya. Pucca apareció de nuevo debajo de uno de los aterciopelados sofás, ladrando y meneando la cola. Seguramente iría detrás de la gata, pero esta siempre sabía esconderse muy bien, la muy condenada. Ya le había aclarado la señora Tréville, con su habitual tono resabidillo y condescendiente, que no había forma humana posible de que el perro pudiese entrar en un teatro, a lo que la joven rusa había emitido un respingo de decepción.
Se sentó la joven en el sofá, esperando, con moviendo los piececillos colganderos, aunque no quisiera decirlo (ni lo diría, claro está, en voz alta), estaba nerviosa por aquella velada en la que, de una manera u otra, Nastya sabía que iba a ser evaluada ante un montón de estirados con monóculo. ¿Qué tenía ella que ver con ellos? Lo más probable era que sólo vieran a una muchachita de las calles vestida de princesa. ”Pero como dice el dicho… Aunque la mona se vista de seda…”. Suspiró.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 01/03/2012
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Dennis no podía creer que, de repente, le preocupara su forma de vestir. No mentiría, si le preguntaran (aunque dependía de la forma en la que se lo preguntaran, claro, que a lo mejor también ponía caritas o se liaba a palos) qué hacía para lucir siempre tan bien y respondería algo como 'ser un estirado de mierda' (tal cual). Pero eso normalmente iba ligado a su manera de hacer las cosas, incluso cuando nadie más le veía. Una faceta curiosa y, a veces, casi extravagante (y otra de las miles que estaban enfrentadas con su niño interior, totalmente despreocupado a la hora de arreglarse), no era algo que se parara a reflexionar. Sencillamente, se preocupaba por tener buena ropa que no desmereciera el nombre y la posición de su familia (del legado de sus padres o de sus tíos, más bien, pues lo que aportaran o dejaran de aportar el resto de parientes no le importaba lo más mínimo). Pero no por eso le daba por pararse frente al espejo, como una mujer aburrida con cuatro faldas de más, y preguntarse qué demonios se iba a poner… Joder.
Joderhostiacoño. Había que aprovechar los desfogos con palabrotas ahora que se encontraba a solas y lejos del control que acompañaba a sus peripecias en sociedad. Aunque últimamente la presencia de Nastya en ellas estuviera mandando a tomar por culo todos sus esfuerzos.
¡Argh, cómo envidiaba a la cría! En su tozudo desprecio por la etiqueta, sólo le bastaba con aceptar a regañadientes las prendas que le hubiera elegido la señora Tréville, sin más. O mejor dicho, no la envidiaba, sino que en aquellos momentos la maldecía, porque ella era la causante de todo ese mareo, y ni siquiera sabía por qué, si precisamente a alguien del carácter de su tutelada le traía sin cuidado cómo las personas se vistieran o se dejaran de vestir… Quizá, quería aprovechar que ese tipo de ocasiones se salían de la rutina diaria y podrían ayudarla a ver que su tutor incomprensiblemente bondadoso era, además, un hombre apuesto. O tal vez, estaba doblando las precauciones para enmudecer a las pesadas hurracas de clase alta con las que iban a tener que tratar en el teatro y que guiaban su consideración por el olor del dinero, en esos ambientes, más potente que el de la mierda. Y bajo ningún concepto estaba dispuesto a permitir que clavaran sus repugnantes juicios sin fondo sobre la pequeña rusa.
Por descontado, ése era un motivo mucho más… normal.
Finalmente, el falso dueño de la casa bajó al recibidor, luciendo un frac de terciopelo entallado con faldón posterior y un corte militar, todo de tonalidades oscuras que barajaban el negro y el verde cazador. Se fijó con una inevitable sonrisa en el aspecto de la niña que lo esperaba, y estuvo a punto de decirle lo guapa que iba, pero sabía de sobras que a pesar de lo bien que le quedaba, ella habría pensado ya todo tipo de estratagemas para quemarse el vestido y que pareciera un accidente, así que lo dejó todo en una suave y satisfecha inclinación de cabeza, sin disimular su agrado, mientras le ofrecía el brazo y ambos salían de una vez por todas de la vivienda, directos al carruaje que les llevaría a la función.
El teatro era de una imponente y majestuosa arquitectura, con un refinado bullicio que creaba unas expectativas aún más ansiosas por ver lo que esa noche ocultaban los bastidores. Dennis guió a una impresionada Nastya por los pasillos, deteniéndose para cumplir con las obligaciones sociales lo menos a menudo posible, y llegaron al palco que les tocaba, reservado exclusivamente para ellos dos. Todavía faltaban más de diez minutos para guardar un silencio absoluto ante la obra y cuando Dennis vio que un par de parejas se asomaban para saludarlo, rodó los ojos hacia Nastya y ambos les atendieron.
'¡Oh, señor Vallespir, qué alegría! ¡Hacía mucho tiempo que no os veíamos por aquí!'
'¡Y eso que se han ido representado toda clase de obras maestras!'
'Cierto, cierto. ¿El enorme vacío de vuestra ausencia se ha debido a algún contratiempo en particular?'
'¡Vaya por Dios! ¿Quién es esta jovencita tan bonita que os acompaña hoy? ¿Alguna pariente que os visita?'
Los Lemoine y los Chavanel, simpáticos matrimonios que se ajustaban perfectamente al perfil de burgueses 'Bellefleur' a los que Nastya ridiculizaría. Sin lugar a dudas, la antigua vagabunda se merecería una recompensa después de haber aguantado el tipo frente a esos payasos.
Señores Lemoine, señores Chavanel. Ésta es Nastya Vallespir –les presentó, de acuerdo con el protocolo-. Mi tutelada –añadió, ni más ni menos, a pesar de predecir el interrogatorio que vendría a continuación.
'¿Vuestra tutelada?', en un tono igual de teatrero que el que escucharían sobre el escenario, '¿Cómo es eso? ¡Nunca habíamos oído hablar de ella! ¿Verdad, querido?'
'Ah, tesoro mío, no seáis tan indiscreta...'
'¿Ha venido de algún país lejano?'
'¿Sus padres no han podido acompañarla?'
Ante el descarado y bífido criadero de cotorras que se había formado allí en menos de un minuto, Dennis tuvo que contener su ira como no lo hacía en años, y aunque su sonrisa de falsa cortesía ya se había ido a pique para quedar sustituida por una mueca de cinismo, apretó con mucha fuerza la mano de Nastya, controlándose así con toda la clase que su tía le había enseñado a tener hasta en las situaciones mas demoníacas.
Es natural que no hayáis oído hablar de ella. Ha venido desde la mansión Vallespir, en carruaje. Conmigo. Y no entiendo por qué habláis como si mi tutelada en cuestión no estuviera aquí presente –respondió una a una a sus preguntas, pero de la forma que ninguno de ellos se esperaría, con una contundencia escueta y contenidas dosis de sarcasmo, que si no se reflejaron en su voz, se acabaron reflejando en su rostro-. No sabía que la función hubiera empezado antes de tiempo, pero en cualquier caso, éste no es el espectáculo que he pagado por ver –sentenció, antes de hacer una reverencia con la cabeza como despedida e indicar a Nastya que le imitara-. Apresuraos a tomar vuestros asientos, mis señores, no os perdáis ni un segundo más.
Una vez las parejas hubieron abandonado torpemente la estancia, con cara de circunstancias, Dennis no tardó nada en liberar del todo su enfado, sentándose de mala gana en el palco y gruñendo a un nivel casi lobuno, como si la luna llena acabara de materializarse ante sus ojos.
Siento que hayas tenido que conocer a esos anormales –murmuró, ya sin tener consideración ni por el lenguaje-. Lo peor de todo es que son de lo más tranquilito que nos podremos encontrar, pero no tienes por qué hacerles más caso del debido. Se puede vivir perfectamente como yo lo hago y créeme, para mí esa gente no pinta una mierda.
Joderhostiacoño. Había que aprovechar los desfogos con palabrotas ahora que se encontraba a solas y lejos del control que acompañaba a sus peripecias en sociedad. Aunque últimamente la presencia de Nastya en ellas estuviera mandando a tomar por culo todos sus esfuerzos.
¡Argh, cómo envidiaba a la cría! En su tozudo desprecio por la etiqueta, sólo le bastaba con aceptar a regañadientes las prendas que le hubiera elegido la señora Tréville, sin más. O mejor dicho, no la envidiaba, sino que en aquellos momentos la maldecía, porque ella era la causante de todo ese mareo, y ni siquiera sabía por qué, si precisamente a alguien del carácter de su tutelada le traía sin cuidado cómo las personas se vistieran o se dejaran de vestir… Quizá, quería aprovechar que ese tipo de ocasiones se salían de la rutina diaria y podrían ayudarla a ver que su tutor incomprensiblemente bondadoso era, además, un hombre apuesto. O tal vez, estaba doblando las precauciones para enmudecer a las pesadas hurracas de clase alta con las que iban a tener que tratar en el teatro y que guiaban su consideración por el olor del dinero, en esos ambientes, más potente que el de la mierda. Y bajo ningún concepto estaba dispuesto a permitir que clavaran sus repugnantes juicios sin fondo sobre la pequeña rusa.
Por descontado, ése era un motivo mucho más… normal.
Finalmente, el falso dueño de la casa bajó al recibidor, luciendo un frac de terciopelo entallado con faldón posterior y un corte militar, todo de tonalidades oscuras que barajaban el negro y el verde cazador. Se fijó con una inevitable sonrisa en el aspecto de la niña que lo esperaba, y estuvo a punto de decirle lo guapa que iba, pero sabía de sobras que a pesar de lo bien que le quedaba, ella habría pensado ya todo tipo de estratagemas para quemarse el vestido y que pareciera un accidente, así que lo dejó todo en una suave y satisfecha inclinación de cabeza, sin disimular su agrado, mientras le ofrecía el brazo y ambos salían de una vez por todas de la vivienda, directos al carruaje que les llevaría a la función.
El teatro era de una imponente y majestuosa arquitectura, con un refinado bullicio que creaba unas expectativas aún más ansiosas por ver lo que esa noche ocultaban los bastidores. Dennis guió a una impresionada Nastya por los pasillos, deteniéndose para cumplir con las obligaciones sociales lo menos a menudo posible, y llegaron al palco que les tocaba, reservado exclusivamente para ellos dos. Todavía faltaban más de diez minutos para guardar un silencio absoluto ante la obra y cuando Dennis vio que un par de parejas se asomaban para saludarlo, rodó los ojos hacia Nastya y ambos les atendieron.
'¡Oh, señor Vallespir, qué alegría! ¡Hacía mucho tiempo que no os veíamos por aquí!'
'¡Y eso que se han ido representado toda clase de obras maestras!'
'Cierto, cierto. ¿El enorme vacío de vuestra ausencia se ha debido a algún contratiempo en particular?'
'¡Vaya por Dios! ¿Quién es esta jovencita tan bonita que os acompaña hoy? ¿Alguna pariente que os visita?'
Los Lemoine y los Chavanel, simpáticos matrimonios que se ajustaban perfectamente al perfil de burgueses 'Bellefleur' a los que Nastya ridiculizaría. Sin lugar a dudas, la antigua vagabunda se merecería una recompensa después de haber aguantado el tipo frente a esos payasos.
Señores Lemoine, señores Chavanel. Ésta es Nastya Vallespir –les presentó, de acuerdo con el protocolo-. Mi tutelada –añadió, ni más ni menos, a pesar de predecir el interrogatorio que vendría a continuación.
'¿Vuestra tutelada?', en un tono igual de teatrero que el que escucharían sobre el escenario, '¿Cómo es eso? ¡Nunca habíamos oído hablar de ella! ¿Verdad, querido?'
'Ah, tesoro mío, no seáis tan indiscreta...'
'¿Ha venido de algún país lejano?'
'¿Sus padres no han podido acompañarla?'
Ante el descarado y bífido criadero de cotorras que se había formado allí en menos de un minuto, Dennis tuvo que contener su ira como no lo hacía en años, y aunque su sonrisa de falsa cortesía ya se había ido a pique para quedar sustituida por una mueca de cinismo, apretó con mucha fuerza la mano de Nastya, controlándose así con toda la clase que su tía le había enseñado a tener hasta en las situaciones mas demoníacas.
Es natural que no hayáis oído hablar de ella. Ha venido desde la mansión Vallespir, en carruaje. Conmigo. Y no entiendo por qué habláis como si mi tutelada en cuestión no estuviera aquí presente –respondió una a una a sus preguntas, pero de la forma que ninguno de ellos se esperaría, con una contundencia escueta y contenidas dosis de sarcasmo, que si no se reflejaron en su voz, se acabaron reflejando en su rostro-. No sabía que la función hubiera empezado antes de tiempo, pero en cualquier caso, éste no es el espectáculo que he pagado por ver –sentenció, antes de hacer una reverencia con la cabeza como despedida e indicar a Nastya que le imitara-. Apresuraos a tomar vuestros asientos, mis señores, no os perdáis ni un segundo más.
Una vez las parejas hubieron abandonado torpemente la estancia, con cara de circunstancias, Dennis no tardó nada en liberar del todo su enfado, sentándose de mala gana en el palco y gruñendo a un nivel casi lobuno, como si la luna llena acabara de materializarse ante sus ojos.
Siento que hayas tenido que conocer a esos anormales –murmuró, ya sin tener consideración ni por el lenguaje-. Lo peor de todo es que son de lo más tranquilito que nos podremos encontrar, pero no tienes por qué hacerles más caso del debido. Se puede vivir perfectamente como yo lo hago y créeme, para mí esa gente no pinta una mierda.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Al principio, y sin que sirviera de precedente, la pequeña rusa ni articular palabra pudo. Se quedó muda, vaya, de la impresión que le provocó el interior del esplendoroso edificio. Emitió un silbido de asombro –que, para qué decir, no era demasiado protocolario- y arrugó los labios a modo de aprobación.
Que si cuadros por allí, que si jarrones de porcelana por allá. Que si espejos con dorados marcos que hacían las delicias de los egos de los allí presentes. Que si finas estatuas de mármol en representación de lo que, Nastya supuso, serían importantes figuras musicales de los que ella ni pajolera idea tenía…¡Pues a ver si habían acabado en el mismísimo Palacio de Versalles y ella ni lo sabía! Pero lo que más llamó la atención a la curiosidad incipiente de la rusa fue el techo del interior del edificio; un impresionante fresco que ya constituía un cuadro en sí mismo, luciendo la escena de un puñado de ángeles sobre un clarísimo cielo azul como sólo podía existir en los cuadros. Y, ¡para qué más! Que en el mismo centro del fresco colgaba, con infinita armonía, la lámpara de araña más grande y más brillante que Nastya había visto nunca (que bueno, por ser justos, la niña no es que hubiese visto muchas lámparas de araña, que ella recordase las de la mansión del señorito Dennis y ya está). Le dio un codazo a su acompañante para llamar su atención sobre la maravilla que acaba de presenciar.
-Por las barbas que no tengo… ¿Has visto eso? ¿Cómo crees que han pintado el techado ese de ahí? Se han tenido que colgar con una cuerda o algo, porque juro que no pueden existir escaleras tan altas…¡Para que luego digan del trabajo de un pintor, já!
Tras su impresión inicial, y después de haber toqueteado todo lo que se cruzaba en su camino con la impertinencia de una niña ávida y curiosa, llegó la calma. Conforme subían las escaleras de caracol que los conducirían al palco que don Dennis había reservado para ellos dos, Nastya sentía cómo su interés por los muebles y los objetos de lujo se iba desvaneciendo sustituido ahora por una atención inusitada a todas las damas y señores de porte –y corte- que ocupaban los distintos asientos colindantes (en verdad, de tanto interés que puso hasta se le olvidó el picor de los condenados leotardos de algodón). Y, como no podía ser menos, no tardaron en aparecer dos parejas de carcamales a hacer las mieles de la sociedad, claro está.
A todo lo que Dennis decía, la rusa lo corroboraba con un “eso” o con un asentimiento de cabeza, hasta que comprendió que ella ni pinchaba ni cortaba en la conversación por culpa de esos viejunos idiotas, lo que la hizo fruncir el ceño y observarles con mirada amenazadora (bueno, todo lo amenazadora que podía ser una mirada de una niña de trece años) tanto que, cuando se marcharon, Nastya dejó escapar un bufido seguido de una serie de improperios nada aptos en una muchacha de edad y, bueno, ahora posición social, de Nastya.
-Bah, son un cuarteto de brontosaurios. Pijoles de mala madre. Una de ellas tenía cara de saltamontes. ¡Y encima el vestido que llevaba le hacía parecer una mesa de camilla! ¿Y ellos? ¡Unos pingüinos los dos, já! –estalló en carcajadas, lo que provocó que unas cuantas cabezas rancias se girasen, cosa que ella ni percibió, y de haberlo hecho ni le habría importado.
Díose entonces un par de vueltas por todo el palco, asomándose tanto por la barandilla que unos centímetros más y caía redonda a hacer una visita a las butacas de abajo. Vio, con indiscreto fisgoneo, cómo una de las vecinas del palco de la derecha sacaba de su limosnera unos binoculares parecidos a esos que llevaban los señores listos y licenciados para alardear más de la suya sabiduría letrada.
-¡Don Dennis, don Dennis! ¿Nosotros también podemos tener uno de esos para ver? –inquirió la rubia, dando saltitos de emoción y esperando que la respuesta fuera afirmativa, que ella nunca se había puesto una de esas lentes y quería saber cómo se veía el teatro con uno de ellos.
Como un torbellino, corrió a sentarse en la butaca, con las rodillas dobladas sobre el asiento y el cuerpo erguido para poder ver mejor el escenario que, hasta ese momento, permanecía en silencio y con el telón bajado. Percibíose entonces la brujilla un papel doblado bajo una de sus rodillas. Al sacarlo, lo alzó al contraluz de las velas del teatro y empezó a leer todo lo que ponía, en un idioma que ella no pudo reconocer. Arrugó la nariz.
-¿Y esto qué carajos de idioma es? Don Dennis… -comenzó- ¿Va a estar toda la obra en el chino este imposible?
Que si cuadros por allí, que si jarrones de porcelana por allá. Que si espejos con dorados marcos que hacían las delicias de los egos de los allí presentes. Que si finas estatuas de mármol en representación de lo que, Nastya supuso, serían importantes figuras musicales de los que ella ni pajolera idea tenía…¡Pues a ver si habían acabado en el mismísimo Palacio de Versalles y ella ni lo sabía! Pero lo que más llamó la atención a la curiosidad incipiente de la rusa fue el techo del interior del edificio; un impresionante fresco que ya constituía un cuadro en sí mismo, luciendo la escena de un puñado de ángeles sobre un clarísimo cielo azul como sólo podía existir en los cuadros. Y, ¡para qué más! Que en el mismo centro del fresco colgaba, con infinita armonía, la lámpara de araña más grande y más brillante que Nastya había visto nunca (que bueno, por ser justos, la niña no es que hubiese visto muchas lámparas de araña, que ella recordase las de la mansión del señorito Dennis y ya está). Le dio un codazo a su acompañante para llamar su atención sobre la maravilla que acaba de presenciar.
-Por las barbas que no tengo… ¿Has visto eso? ¿Cómo crees que han pintado el techado ese de ahí? Se han tenido que colgar con una cuerda o algo, porque juro que no pueden existir escaleras tan altas…¡Para que luego digan del trabajo de un pintor, já!
Tras su impresión inicial, y después de haber toqueteado todo lo que se cruzaba en su camino con la impertinencia de una niña ávida y curiosa, llegó la calma. Conforme subían las escaleras de caracol que los conducirían al palco que don Dennis había reservado para ellos dos, Nastya sentía cómo su interés por los muebles y los objetos de lujo se iba desvaneciendo sustituido ahora por una atención inusitada a todas las damas y señores de porte –y corte- que ocupaban los distintos asientos colindantes (en verdad, de tanto interés que puso hasta se le olvidó el picor de los condenados leotardos de algodón). Y, como no podía ser menos, no tardaron en aparecer dos parejas de carcamales a hacer las mieles de la sociedad, claro está.
A todo lo que Dennis decía, la rusa lo corroboraba con un “eso” o con un asentimiento de cabeza, hasta que comprendió que ella ni pinchaba ni cortaba en la conversación por culpa de esos viejunos idiotas, lo que la hizo fruncir el ceño y observarles con mirada amenazadora (bueno, todo lo amenazadora que podía ser una mirada de una niña de trece años) tanto que, cuando se marcharon, Nastya dejó escapar un bufido seguido de una serie de improperios nada aptos en una muchacha de edad y, bueno, ahora posición social, de Nastya.
-Bah, son un cuarteto de brontosaurios. Pijoles de mala madre. Una de ellas tenía cara de saltamontes. ¡Y encima el vestido que llevaba le hacía parecer una mesa de camilla! ¿Y ellos? ¡Unos pingüinos los dos, já! –estalló en carcajadas, lo que provocó que unas cuantas cabezas rancias se girasen, cosa que ella ni percibió, y de haberlo hecho ni le habría importado.
Díose entonces un par de vueltas por todo el palco, asomándose tanto por la barandilla que unos centímetros más y caía redonda a hacer una visita a las butacas de abajo. Vio, con indiscreto fisgoneo, cómo una de las vecinas del palco de la derecha sacaba de su limosnera unos binoculares parecidos a esos que llevaban los señores listos y licenciados para alardear más de la suya sabiduría letrada.
-¡Don Dennis, don Dennis! ¿Nosotros también podemos tener uno de esos para ver? –inquirió la rubia, dando saltitos de emoción y esperando que la respuesta fuera afirmativa, que ella nunca se había puesto una de esas lentes y quería saber cómo se veía el teatro con uno de ellos.
Como un torbellino, corrió a sentarse en la butaca, con las rodillas dobladas sobre el asiento y el cuerpo erguido para poder ver mejor el escenario que, hasta ese momento, permanecía en silencio y con el telón bajado. Percibíose entonces la brujilla un papel doblado bajo una de sus rodillas. Al sacarlo, lo alzó al contraluz de las velas del teatro y empezó a leer todo lo que ponía, en un idioma que ella no pudo reconocer. Arrugó la nariz.
-¿Y esto qué carajos de idioma es? Don Dennis… -comenzó- ¿Va a estar toda la obra en el chino este imposible?
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Sorprendentemente para todo el tiempo que llevaba siendo un crío que todavía crecía en un cuerpo de adulto, la reacción de Nastya ante su arrebato le calmó y le activó por partes iguales. Ver cómo la pequeña rusa daba cuerda a sus quejas con insultos incluso mayores y más expresivos, le hizo sonreír con ese amago de cariño protector, pero sin dejar de comprenderla a un nivel infantil, deseoso de poder ponerse a la altura de sus exclamaciones y su despreocupación a pesar de todos los contratiempos que a él se lo impedían (la sociedad con su fragante etiqueta y, lo más inevitable de todo: la edad física que mantenía una asquerosa obligación con la madurez). Y eso empezaba a encajar en una felicidad que no atisbaba desde que su propio universo mental construyó las primeras barreras entre el mundo exterior y el niño que se había quedado sin padres a los siete años.
No, no empezaba nada. Ya lo había hecho, ya había encajado en esa felicidad.
Dennis Vallespir se había dejado de sutilezas y de excepciones y de dudas para recibir en su vida el primer rayo de luz que la invadía, con más fuerza incluso que la de la luna llena. O al menos, con un significado al que estaba más dispuesto a encadenarse hasta que el dolor que le rajaba las entrañas tras cada transformación se disipara finalmente. Pues aunque nunca pudiera destruir su naturaleza de licántropo, cualquier noche en vela y con la piel del lobo sería menos horrorosa que el constante enigma que le dejó su tía, que se había convertido en la peor maldición de todas, ahuecada en un mismo espacio que pudría hasta el último rincón de su cuerpo y de su alma.
Nastya estaba allí para recordarle que no sólo él necesitaba respuestas y que un espíritu todavía niño tenía la oportunidad de salvar quién era y quién iba a ser. Su nuevo referente frente a las adversidades, la primera persona en la que pensaría de ahora en adelante cada vez que volviera a creer que su constante búsqueda era en vano. Confundiendo las realidades de ellos dos, las diferentes personalidades de Dennis convivirían en armonía y con la continua presencia de su tutelada, siempre tendría una salida que le devolvería todo el aliento perdido. Y ya nunca podría sentirse realmente decepcionado, porque habría hecho algo importante para el resto de sus posibles y longevos días: salvar la vida de una errante como lo fue él.
Anda, fíjate mejor en lo que hay cerca de la barandilla –le indicó entre suaves carcajadas, ignorando la de cabezas curiosas que continuaban girándose hacia ellos, para que la rubia pudiera descubrir con qué facilidad sus deseos estaban a la orden del día para su tutor, ya que allí mismo reposaban un par de esas lentes que tanto habían captado su atención. La muchachilla se puso de nuevo en pie para ir al encuentro de los binoculares y el hombre suspiró al escuchar sus repetidos 'Don Dennis', ya más que resignado a que la pequeña cada vez le llamara de una forma y se columpiara entre el tuteo y el respeto con la misma facilidad con la que le seguía retando a echar carreras por el campo-. Mucho me temo que sí, doña Nastya, la obra está todita en alemán, pero no hagas un drama, que yo te la iré traduciendo para que te enteres de todo.
Las luces del teatro comenzaron a apagarse paulatinamente, y le hizo señas con la mano para que corriera de nuevo a su vera, sólo que en lugar de sentarse en su asiento junto a Dennis, Nastya se acomodó sobre una de las rodillas de éste, ofreciéndole los otros prismáticos y blandiendo aquel papel doblado que no entendía, sin ninguna vacilación en su sed de curiosidad.
Verás –le explicó el argumento a base de susurros, mientras tanto él como la cría mantenían fijas sus miradas en el telón del escenario, expectantes por lo que se avecinaba-, Tamino es un príncipe al que persigue una serpiente más grande que toda mi casa y para darle esquinazo, el tío no se da ni cuenta de que va a parar al reino de la Reina de la Noche. Ésta se le aparece para enseñarle un retrato de su hija, Pamina, y Tamino se enamora a primera vista de esa imagen de la hermosa joven, ante lo que la Reina promete cederle la mano de Pamina a cambio de que la libere de Sarastro, que la tiene secuestrada. ¡Y mejor será que no te cuente nada más hasta que lo vayas viendo! –apuntó, a la vez que definitivamente daba comienzo la función y sujetaba mejor a la niña para que no perdiera el equilibrio y resbalara por sus rodillas.
No, no empezaba nada. Ya lo había hecho, ya había encajado en esa felicidad.
Dennis Vallespir se había dejado de sutilezas y de excepciones y de dudas para recibir en su vida el primer rayo de luz que la invadía, con más fuerza incluso que la de la luna llena. O al menos, con un significado al que estaba más dispuesto a encadenarse hasta que el dolor que le rajaba las entrañas tras cada transformación se disipara finalmente. Pues aunque nunca pudiera destruir su naturaleza de licántropo, cualquier noche en vela y con la piel del lobo sería menos horrorosa que el constante enigma que le dejó su tía, que se había convertido en la peor maldición de todas, ahuecada en un mismo espacio que pudría hasta el último rincón de su cuerpo y de su alma.
Nastya estaba allí para recordarle que no sólo él necesitaba respuestas y que un espíritu todavía niño tenía la oportunidad de salvar quién era y quién iba a ser. Su nuevo referente frente a las adversidades, la primera persona en la que pensaría de ahora en adelante cada vez que volviera a creer que su constante búsqueda era en vano. Confundiendo las realidades de ellos dos, las diferentes personalidades de Dennis convivirían en armonía y con la continua presencia de su tutelada, siempre tendría una salida que le devolvería todo el aliento perdido. Y ya nunca podría sentirse realmente decepcionado, porque habría hecho algo importante para el resto de sus posibles y longevos días: salvar la vida de una errante como lo fue él.
Anda, fíjate mejor en lo que hay cerca de la barandilla –le indicó entre suaves carcajadas, ignorando la de cabezas curiosas que continuaban girándose hacia ellos, para que la rubia pudiera descubrir con qué facilidad sus deseos estaban a la orden del día para su tutor, ya que allí mismo reposaban un par de esas lentes que tanto habían captado su atención. La muchachilla se puso de nuevo en pie para ir al encuentro de los binoculares y el hombre suspiró al escuchar sus repetidos 'Don Dennis', ya más que resignado a que la pequeña cada vez le llamara de una forma y se columpiara entre el tuteo y el respeto con la misma facilidad con la que le seguía retando a echar carreras por el campo-. Mucho me temo que sí, doña Nastya, la obra está todita en alemán, pero no hagas un drama, que yo te la iré traduciendo para que te enteres de todo.
Las luces del teatro comenzaron a apagarse paulatinamente, y le hizo señas con la mano para que corriera de nuevo a su vera, sólo que en lugar de sentarse en su asiento junto a Dennis, Nastya se acomodó sobre una de las rodillas de éste, ofreciéndole los otros prismáticos y blandiendo aquel papel doblado que no entendía, sin ninguna vacilación en su sed de curiosidad.
Verás –le explicó el argumento a base de susurros, mientras tanto él como la cría mantenían fijas sus miradas en el telón del escenario, expectantes por lo que se avecinaba-, Tamino es un príncipe al que persigue una serpiente más grande que toda mi casa y para darle esquinazo, el tío no se da ni cuenta de que va a parar al reino de la Reina de la Noche. Ésta se le aparece para enseñarle un retrato de su hija, Pamina, y Tamino se enamora a primera vista de esa imagen de la hermosa joven, ante lo que la Reina promete cederle la mano de Pamina a cambio de que la libere de Sarastro, que la tiene secuestrada. ¡Y mejor será que no te cuente nada más hasta que lo vayas viendo! –apuntó, a la vez que definitivamente daba comienzo la función y sujetaba mejor a la niña para que no perdiera el equilibrio y resbalara por sus rodillas.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Un héroe, una Reina de la Noche, un hechicero, ¡y una serpiente gigante! ¡Por todas las barbas que no tenía que aquello pintaba perfecto! Casi podía sentir las mariposillas revoloteando en el estómago de los nervios. Dio otra curiosa ojeada más a la decorosa vecindad distinguida antes que las luces se apagasen gradualmente. Una vez estas se extinguieron, el telón subió, y la obra comenzó.
¡Qué maravilla, qué espectáculo! Cascadas de ríos de oro, de voces. Los ojos de la rusa nunca habían visto prodigio igual. La tragedia de Pamina y Tamino atrapó la atención de la zagala al primer instante, a la primera nota. ¡Qué brío! Los piececillos siempre inquietos, escurridizos como salamandras, paráronse, quieta de pronto toda ella, como una estatua. ¡Ni siquiera tenía que mirar el papel para comprender el sufrimiento de Tamino! La música ya hablaba por sí sola. Y cuando todo se inclinaba a lo perdido, cuando parecióse que la serpiente iba a lanzarse con sus fauces a devorar al héroe protagonista de la historia, tres damas aparecieron en su rescate. Y a Nastya se le antojaron las tres damas más bonitas que había visto. ¡Pero no acababa ahí! ¿Cómo iba a ser? Una sucesión de personajes variopintos debían aparecer todavía; la joven rusa había quedado extasiada con el heroísmo de Tamino, pero más con la fascinación y encanto de su compañero Papageno. La elegancia de la Reina de la Noche, y la belleza casta de la princesa Pamina.
Y en medio de magia y canciones la velada se iba sucediendo sin que la pequeña Nastya fuera consciente del paso de los minutos, de las horas. De vez en cuando, se removía nerviosa como una culebrilla y estiraba el cuello para ver mejor. Otras volvía el rostro para hablar con don Dennis, y asegurarse si realmente los héroes de aquella noche -sus héroes- saldrían vivos de ésta o aquélla.
Al final del primer acto, las luces volvieron a encenderse y el telón a bajarse. Pero el corazón de Nastya encontróse todavía con Papageno y Tamino, sus rostros cubiertos, a punto de enfrentarse a un aciago destino. Púsose en pie de un salto, con el ceño fruncido y una expresión de preocupación en su aniñado rostro.
-No se van a morir, ¿verdad? -inquirió minutos después a su tutor. Já. Por supuesto que no iban a morirse. ¡Cómo! Si eran los protagonistas, los buenos, lo héroes. Esos no morían nunca en la ficción. Jamás. De lo contrario no sería fantasía si no el reflejo real y amargo de la realidad. Y nadie quería pagar para ver eso. Entonces, ¡vaya pregunta! Si ella estaba segura de que no iba a ser así, y ella misma se contestó antes incluso de que lo hiciera el propio interrogado- No. No pueden morirse, que por muy sinvergüenzas que sean los monjes esos del diablo, ¡no tienen nada que hacer contra ellos! Además, de seguro que Tamino y Papageno consiguen superar las pruebas esas, ¿a que sí? -repuso, con los brazos en jarras, empleando ese tono de voz que admitía que estaba segura segurísima de lo que decía, y no había manera de contradecirla en sus dictámenes.
¡Qué maravilla, qué espectáculo! Cascadas de ríos de oro, de voces. Los ojos de la rusa nunca habían visto prodigio igual. La tragedia de Pamina y Tamino atrapó la atención de la zagala al primer instante, a la primera nota. ¡Qué brío! Los piececillos siempre inquietos, escurridizos como salamandras, paráronse, quieta de pronto toda ella, como una estatua. ¡Ni siquiera tenía que mirar el papel para comprender el sufrimiento de Tamino! La música ya hablaba por sí sola. Y cuando todo se inclinaba a lo perdido, cuando parecióse que la serpiente iba a lanzarse con sus fauces a devorar al héroe protagonista de la historia, tres damas aparecieron en su rescate. Y a Nastya se le antojaron las tres damas más bonitas que había visto. ¡Pero no acababa ahí! ¿Cómo iba a ser? Una sucesión de personajes variopintos debían aparecer todavía; la joven rusa había quedado extasiada con el heroísmo de Tamino, pero más con la fascinación y encanto de su compañero Papageno. La elegancia de la Reina de la Noche, y la belleza casta de la princesa Pamina.
Y en medio de magia y canciones la velada se iba sucediendo sin que la pequeña Nastya fuera consciente del paso de los minutos, de las horas. De vez en cuando, se removía nerviosa como una culebrilla y estiraba el cuello para ver mejor. Otras volvía el rostro para hablar con don Dennis, y asegurarse si realmente los héroes de aquella noche -sus héroes- saldrían vivos de ésta o aquélla.
Al final del primer acto, las luces volvieron a encenderse y el telón a bajarse. Pero el corazón de Nastya encontróse todavía con Papageno y Tamino, sus rostros cubiertos, a punto de enfrentarse a un aciago destino. Púsose en pie de un salto, con el ceño fruncido y una expresión de preocupación en su aniñado rostro.
-No se van a morir, ¿verdad? -inquirió minutos después a su tutor. Já. Por supuesto que no iban a morirse. ¡Cómo! Si eran los protagonistas, los buenos, lo héroes. Esos no morían nunca en la ficción. Jamás. De lo contrario no sería fantasía si no el reflejo real y amargo de la realidad. Y nadie quería pagar para ver eso. Entonces, ¡vaya pregunta! Si ella estaba segura de que no iba a ser así, y ella misma se contestó antes incluso de que lo hiciera el propio interrogado- No. No pueden morirse, que por muy sinvergüenzas que sean los monjes esos del diablo, ¡no tienen nada que hacer contra ellos! Además, de seguro que Tamino y Papageno consiguen superar las pruebas esas, ¿a que sí? -repuso, con los brazos en jarras, empleando ese tono de voz que admitía que estaba segura segurísima de lo que decía, y no había manera de contradecirla en sus dictámenes.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
La niña quería saberlo todo antes de que pasara, sus palabras eran más rápidas que su cabeza y su corazón, desbordado y fiero, vulnerable por los bordes que privaban al centro de cualquier posible dolor. Dennis había aprendido a percibirlo durante todo ese tiempo a su lado, porque en cierto modo no podía evitar sentirse identificado. Sólo que en su propio caso, el recelo había germinado con la edad y las corazas de su corazón joven y libre se habían oxidado a través del tiempo, resistentes pero desgastadas, cansadas incluso. Nastya era como la mezcla entre su pasado y su presente, alguien que no había dejado de ser un niño a pesar de las duras circunstancias que lo habían alejado de su familia y su identidad. Seguramente por eso estaban ahora allí juntos, viendo cómo Tamino y Pamina aceptaban separarse sólo porque les prometían volver a reencontrarse. Porque el heredero de Judith y Alain Vallespir no sólo veía cosas de él en aquella muchacha, sino que la admiraba por lo que no compartían. Y quizá no pudiera evitar querer empaparse un poco de esa fuerza tan significativa al mantenerla cerca. Como su tutelada y su eterna respuesta.
No había contestado ni una sola de las preguntas que lanzaba con insistente curiosidad, puesto que valía la pena seguir contemplando una obra que él ya se sabía con la adorable sinceridad de unos ojos vírgenes, y las reacciones de Nastya Vallespir (se estaba acostumbrando a que la llamaran así, como debía ser) a los rincones de aquel mundo de luces y terciopelo que a Dennis siempre le habían asfixiado un poco, de repente aflojaban su agarre y le dejaban respirar aceleradamente y con la misma emoción que un crío. Y aunque al regresar al palco tras el descanso la rusa no volvió a sentarse sobre sus rodillas, el hombre notó sus uñas clavarse en su muñeca cuando Tamino tocaba la flauta para poder atravesar la columna de fuego y el cohibido apretón de esos dedos pequeños permaneció allí hasta que el desvergonzado Papageno empezó a cantar a dúo con su ¡por fin! amada Papagena. Entonces, él lo aprovechó para girar la mano y apretar toda la de Nastya, mientras ésta reía con una sonoridad digna de figurar en el escenario, pues no debió de pasarle desapercibida ni a los cocheros que esperaban fuera.
Es siegte die Stärke, und krönet zum Lohn die Schönheit und Weisheit mit ewiger Kron!
'¡La ganadora ha sido la fuerza, que premia a la belleza y a la sabiduría con la corona eterna!' –tradujo a Nastya por última vez, y en esa ocasión sin ningún susurro que valiera, casi con el mismo volumen que las risas de su protegida.
El coro final les persiguió hasta que se despidieron de las suntuosas paredes del teatro principal y el resguardado calor del carruaje volvió a darles la bienvenida. Habían quedado tan absortos por la música de Herr Mozart, que tan pronto como a duras penas respetaban el turno del otro para hacer comentarios, se quedaban mudos de éxtasis y miraban por la ventana del carromato, completamente embobados. Hasta que Dennis vio la luz y dio un par de golpes contra la pared del vehículo para llamar la atención del cochero y cambiar el rumbo.
¡Sé que es increíblemente tarde, pero estamos demasiado despejados como para irnos a dormir! ¿No crees? –fue su única justificación, que de todas maneras pareció ser del todo compartida- ¡Ya verás, voy a llevarte a uno de mis sitios favoritos!
El carruaje se detuvo justo en la entrada de un parque, donde había un pequeño puesto de dulces. Dennis compró un par de bollos de crema y ambos se sentaron sobre el muro, al ser éste de poca altura, que bordeaba el recinto, de cara a la carretera que no descansaba ni de madrugada. Y contemplaron así aquel amasijo de gente y caballos, de procedencias y clases sociales distintas, deambular por aquella ciudad tan importante que también les había reunido a ambos.
¿Sabes? Hacía mucho que no venía aquí… –comentó, y echó una ojeada a las primeras motas naranjas del cielo- En realidad, sólo estuve en una ocasión, cuando aún vivía en Luxemburgo y visité París por primera vez. Tenía veintiún años y es de los pocos recuerdos buenos que se me vienen a la mente de ese viaje, yo y mis amigos zampando como cerdos y viendo el amanecer –explicó y a pesar de que la sombra de la licantropía enturbiaría siempre aquella primera visita a Francia, ahora estaba de nuevo en aquel lugar feliz y en compañía de alguien a quien quería. No se le ocurría mejor manera de darle una patada a los fantasmas del pasado.
No había contestado ni una sola de las preguntas que lanzaba con insistente curiosidad, puesto que valía la pena seguir contemplando una obra que él ya se sabía con la adorable sinceridad de unos ojos vírgenes, y las reacciones de Nastya Vallespir (se estaba acostumbrando a que la llamaran así, como debía ser) a los rincones de aquel mundo de luces y terciopelo que a Dennis siempre le habían asfixiado un poco, de repente aflojaban su agarre y le dejaban respirar aceleradamente y con la misma emoción que un crío. Y aunque al regresar al palco tras el descanso la rusa no volvió a sentarse sobre sus rodillas, el hombre notó sus uñas clavarse en su muñeca cuando Tamino tocaba la flauta para poder atravesar la columna de fuego y el cohibido apretón de esos dedos pequeños permaneció allí hasta que el desvergonzado Papageno empezó a cantar a dúo con su ¡por fin! amada Papagena. Entonces, él lo aprovechó para girar la mano y apretar toda la de Nastya, mientras ésta reía con una sonoridad digna de figurar en el escenario, pues no debió de pasarle desapercibida ni a los cocheros que esperaban fuera.
Es siegte die Stärke, und krönet zum Lohn die Schönheit und Weisheit mit ewiger Kron!
'¡La ganadora ha sido la fuerza, que premia a la belleza y a la sabiduría con la corona eterna!' –tradujo a Nastya por última vez, y en esa ocasión sin ningún susurro que valiera, casi con el mismo volumen que las risas de su protegida.
El coro final les persiguió hasta que se despidieron de las suntuosas paredes del teatro principal y el resguardado calor del carruaje volvió a darles la bienvenida. Habían quedado tan absortos por la música de Herr Mozart, que tan pronto como a duras penas respetaban el turno del otro para hacer comentarios, se quedaban mudos de éxtasis y miraban por la ventana del carromato, completamente embobados. Hasta que Dennis vio la luz y dio un par de golpes contra la pared del vehículo para llamar la atención del cochero y cambiar el rumbo.
¡Sé que es increíblemente tarde, pero estamos demasiado despejados como para irnos a dormir! ¿No crees? –fue su única justificación, que de todas maneras pareció ser del todo compartida- ¡Ya verás, voy a llevarte a uno de mis sitios favoritos!
El carruaje se detuvo justo en la entrada de un parque, donde había un pequeño puesto de dulces. Dennis compró un par de bollos de crema y ambos se sentaron sobre el muro, al ser éste de poca altura, que bordeaba el recinto, de cara a la carretera que no descansaba ni de madrugada. Y contemplaron así aquel amasijo de gente y caballos, de procedencias y clases sociales distintas, deambular por aquella ciudad tan importante que también les había reunido a ambos.
¿Sabes? Hacía mucho que no venía aquí… –comentó, y echó una ojeada a las primeras motas naranjas del cielo- En realidad, sólo estuve en una ocasión, cuando aún vivía en Luxemburgo y visité París por primera vez. Tenía veintiún años y es de los pocos recuerdos buenos que se me vienen a la mente de ese viaje, yo y mis amigos zampando como cerdos y viendo el amanecer –explicó y a pesar de que la sombra de la licantropía enturbiaría siempre aquella primera visita a Francia, ahora estaba de nuevo en aquel lugar feliz y en compañía de alguien a quien quería. No se le ocurría mejor manera de darle una patada a los fantasmas del pasado.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Salieron de la ópera, Nastya abierta la boca y embobada por la obra tan maravillosa que acababan de presenciar sus ojos, de hecho, tan embobada estaba que, no sabiend ni papa de alemán (que de eso ya os habéis dado cuenta), fue inevitable que estuviese tarareando una y otra vez durante el resto de la noche aquellas melodías fastuosas. Subiéronse tutor y tutelada al carruaje. La mozuela abrióse mucho los ojos y sonrió como un diablejo cuando el señor Vallespir la llevó a comprar unos bollos y a visitar uno de sus lugares preferidos de la ciudad. ¡Todo era simplemente perfecto! Pues, ¿quién en su sana sesera iba a poder dormir después de unas vivencias como las de aquella noche? La mente de la rusa estaba todavía más despierta y vivaz que una culebrilla de agua, y lo último que quería hacer en esos momentos era volver a la gran mansión para dormir. Suerte que el señor Vallespir compartía su misma opinión.
La rusilla subióse a la tapia con la maestría y destreza de una salamandra traviesa, como si aquello de subir paredes y muros estuviese a la orden del día en una niña de catorce años. Bueno, no sé si para el resto de niñas parisinas de catorce años estaba a la orden del día o no, pero el caso es que, para la rusa, aquello era tan normal como para otros lo era montar en biciclo (que, hablando de todo un poco, ella nunca había montando en un bicho de dos ruedas como aquél y, ¿por qué no? Algún día le gustaría probarlo). Una vez arriba, iba a tenderle la mano al señor Vallespir para ayudarle a subir, pero ¡quién lo iba a decir! Si su ahora protector había subido casi tan rápido como la propia Nastya.
-Vaya, vaya. No está tan viejuno como yo pensaba, señor Vallespir –comentó riéndose, empleando un tono jocoso en las dos últimas palabras. Después de los momentos –parecidos a aquel- que habían compartido, a la mozuela le resultaba difícil referirse a su compañero con tanta cortesía, y prefería el apelativo más cercano de “Don”, dejando el de “señor” sólo para tomarle el pelo de vez en cuando.
Él se sentó en el muro, pero ella mantúvose en pie, con los brazos en jarras y guardando el equilibrio, mientras echaba la vista al frente para apreciar la visión de la capital a aquellas horas de la noche que, bien siendo ya algo tarde, seguía estando tan vivaracha y briosa como si se tratase de unas doce de la mañana en el mercado un Día del Señor, en lugar de unas doce de la noche en un parque solitario. Una imagen curiosa era aquella que proyectaban ambos, subidos a una tapia como dos gatos arrabaleros.
Comenzó entonces la pilluela a devorar el bollo de crema (pringándose, de paso, las manos, la boca y algún que otro manchurrón que calló en el vestidito de muselina que llevaba) mientras don Dennis hablaba.
-¡Ah! Entonces es tu sitio mágico –exclamó, y luego se apresuró a aclarar:- Un sitio mágico es donde puedes estar sin que nadie, nadie, nadie te moleste. Y además de mágico, es también secreto, y nadie, nadie, nadie puede saber dónde está. En el orfanato de San Petersburgo todos teníamos uno para escapar de doña Katya –lanzó una carcajada al recordar a la vieja directora del orfanato persiguiéndolos a todos con la escoba para darles en el trasero. Ahora se reía, claro está, pero cuando una veía a doña Katya llegar con aquel escobajo del demonio…
-Si quieres este puede ser nuestro sitio mágico, aquí en París. Sólo podremos venir tú y yo, y se necesitará una contraseña para poder subir –sentenció, muy seria- Y si alguien más sube sin sabérsela, lo haremos recorrer el muro de punta a punta de puntillas sin tropezarse –a continuación, y como queriendo reforzar sus palabras, la mozuela estiró los brazos y a caminar empezó por el muro, manteniendo el equilibrio hasta llegar cerca de don Dennis. Entonces se inclinó, haciendo una quasi reverencia que, aunque ni él ni ella sería capaces de reconocer, recordó a la Natasha de los Stróganov, duquesa de Rusia.
-Já. ¿Qué te ha parecido? Ha estado bien. Casi tengo el equilibrio de una bailarina de los balleses esos que tanto les gusta a los parisinos –sonrió de oreja a oreja, bueno, de no poder ser trapecista (últimamente se había convencido que ser trapecista era una profesión interesante y llena de posibilidades), entonces sería bailarina.
La rusilla subióse a la tapia con la maestría y destreza de una salamandra traviesa, como si aquello de subir paredes y muros estuviese a la orden del día en una niña de catorce años. Bueno, no sé si para el resto de niñas parisinas de catorce años estaba a la orden del día o no, pero el caso es que, para la rusa, aquello era tan normal como para otros lo era montar en biciclo (que, hablando de todo un poco, ella nunca había montando en un bicho de dos ruedas como aquél y, ¿por qué no? Algún día le gustaría probarlo). Una vez arriba, iba a tenderle la mano al señor Vallespir para ayudarle a subir, pero ¡quién lo iba a decir! Si su ahora protector había subido casi tan rápido como la propia Nastya.
-Vaya, vaya. No está tan viejuno como yo pensaba, señor Vallespir –comentó riéndose, empleando un tono jocoso en las dos últimas palabras. Después de los momentos –parecidos a aquel- que habían compartido, a la mozuela le resultaba difícil referirse a su compañero con tanta cortesía, y prefería el apelativo más cercano de “Don”, dejando el de “señor” sólo para tomarle el pelo de vez en cuando.
Él se sentó en el muro, pero ella mantúvose en pie, con los brazos en jarras y guardando el equilibrio, mientras echaba la vista al frente para apreciar la visión de la capital a aquellas horas de la noche que, bien siendo ya algo tarde, seguía estando tan vivaracha y briosa como si se tratase de unas doce de la mañana en el mercado un Día del Señor, en lugar de unas doce de la noche en un parque solitario. Una imagen curiosa era aquella que proyectaban ambos, subidos a una tapia como dos gatos arrabaleros.
Comenzó entonces la pilluela a devorar el bollo de crema (pringándose, de paso, las manos, la boca y algún que otro manchurrón que calló en el vestidito de muselina que llevaba) mientras don Dennis hablaba.
-¡Ah! Entonces es tu sitio mágico –exclamó, y luego se apresuró a aclarar:- Un sitio mágico es donde puedes estar sin que nadie, nadie, nadie te moleste. Y además de mágico, es también secreto, y nadie, nadie, nadie puede saber dónde está. En el orfanato de San Petersburgo todos teníamos uno para escapar de doña Katya –lanzó una carcajada al recordar a la vieja directora del orfanato persiguiéndolos a todos con la escoba para darles en el trasero. Ahora se reía, claro está, pero cuando una veía a doña Katya llegar con aquel escobajo del demonio…
-Si quieres este puede ser nuestro sitio mágico, aquí en París. Sólo podremos venir tú y yo, y se necesitará una contraseña para poder subir –sentenció, muy seria- Y si alguien más sube sin sabérsela, lo haremos recorrer el muro de punta a punta de puntillas sin tropezarse –a continuación, y como queriendo reforzar sus palabras, la mozuela estiró los brazos y a caminar empezó por el muro, manteniendo el equilibrio hasta llegar cerca de don Dennis. Entonces se inclinó, haciendo una quasi reverencia que, aunque ni él ni ella sería capaces de reconocer, recordó a la Natasha de los Stróganov, duquesa de Rusia.
-Já. ¿Qué te ha parecido? Ha estado bien. Casi tengo el equilibrio de una bailarina de los balleses esos que tanto les gusta a los parisinos –sonrió de oreja a oreja, bueno, de no poder ser trapecista (últimamente se había convencido que ser trapecista era una profesión interesante y llena de posibilidades), entonces sería bailarina.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Dennis siempre agradecía los buenos ratos de intimidad con la niña, ésos en los que se evidenciaba, con una claridad cómoda y preciosa, aquella conexión que los había conseguido unir en un mundo de decepción y pérdida. Cuando la pequeña Nastya le contaba cosas acerca de su pasado, el que aún podía recordar, y él la escuchaba como si acabara de aprender a hacerlo. Lo cierto es que dejó de usar por completo los cinco sentidos con los demás desde que sus tíos fallecieron y con ellos, todo familiar que hubiera llegado hasta el fondo de su corazón. Quizá por eso la maldición de la licantropía seguía siendo una estaca clavada que pudría su vida, porque sólo bajo el yugo de algo sobrenatural, de lo que le alejaba de su condición humana y le volvía todo instinto, era cuando podía sentirse él mismo. Y eso que no era él mismo siquiera, pues el descontrol de la luna llena lo convertía en una bestia sin juicio, ni recuerdos. ¿Cuándo podía ser sólo Dennis Vallespir, entonces? A eso respondían aquellos momentos. A eso respondía Nastya Vallespir.
¡Bravo! –aplaudió a su equilibrio, y después le ofreció la mano para que se apoyara en ella y finalmente tomara asiento a su lado- Estoy seguro de que desde que vinimos a su país, entre los dos ya hemos traumatizado bastante a 'los parisinos' –bromeó, y le limpió los restos de azúcar del bollo que le habían quedado pegados a la nariz-. Está bien, éste será nuestro 'sitio mágico', pero entonces más te vale no olvidar cómo se llega, que según la institutriz, el otro día no te acordabas ni de dónde está Bélgica –se burló, aunque omitió sus verdaderos pensamientos, y es que mientras se acordara de dónde estaba Luxemburgo, a él no le importaba un carajo. Muy responsable y adulto por su parte, en efecto-. Y la contraseña será 'Papageno', ¿qué me dices? –rió, antes de darle el último mordisco a su dulce y quedarse mirando fijamente los primeros rayos del sol- Fíjate, ya está amaneciendo… ¿Te apetece otro bollo? Y mejor que esta vez lo acompañemos de una taza caliente.
Sonrió para sus adentros a la vez que ambos volvían a hacer uso de su agilidad, seguramente igual de interesados en retar próximamente a su equilibrio con las dos manos ocupadas de repostería y delicada cubertería.
Ninguna otra noche había cenado y desayunado casi al mismo tiempo. Y dado que fue con Nastya, ninguna otra noche más lo volvió a hacer.
Aquella mañana, el calor se había hecho un traje a medida con cada transeúnte del mercado y parecía que todos los seres humanos (y no tan humanos) de París allí agrupados se hubieran puesto de acuerdo para freír a los demás con el ardor que manaba de sus cuerpos. Dennis ya le había advertido a su tutelada que elegir el principio del verano para pisar los zocos era de ser una tozuda amante del sudor, pero la rusa se había empeñado en acompañar a dos de los criados para comprar bambú y fabricarse ella misma una flauta, que desde que se lo habían explicado en Historia de la Música, no paraba quieta. Así de paso, paseaba a Pucca por la ciudad y le compraba alguna caña de azúcar, que siempre que había podido, le había consentido con algo de dulce de uvas a peras ('¡Que si le das más, se queda ciego, mujer!') y también no-sé-qué-sorpresa para Dennis, de ahí que insistiera a su tutor para que también les acompañara.
'¡Pescado fresco, señor, el mejor de esta mañana y las que me agencie Dios!'
'¿Quiere romero, señorita? ¡Huélalo, es más puro que la raja de mi hija de cinco meses!'
'¡Tés, amigos míos, tés de todas partes de Oriente! ¡Lo curan todo, hasta el desamor, hasta las tardes obligadas con tu suegro!'
Me están entrando ganas de comer chuletón –confesó, nada más caminaron cerca de un puesto donde freían morcilla y cordero-. ¿Qué te parece, Pucca? Luego habrán muchos huesos para ti.
Apartó a unos cuantas personas del tumulto en el que se metieron después para pasar a la zona más exótica, a la vez que no soltaba la mano de Nastya y la protegía de empujones y pisotones varios. ¡Joder con la ideíta, menos mal que el olor a carne churruscada le aseguraba una buena recompensa!
¡Bravo! –aplaudió a su equilibrio, y después le ofreció la mano para que se apoyara en ella y finalmente tomara asiento a su lado- Estoy seguro de que desde que vinimos a su país, entre los dos ya hemos traumatizado bastante a 'los parisinos' –bromeó, y le limpió los restos de azúcar del bollo que le habían quedado pegados a la nariz-. Está bien, éste será nuestro 'sitio mágico', pero entonces más te vale no olvidar cómo se llega, que según la institutriz, el otro día no te acordabas ni de dónde está Bélgica –se burló, aunque omitió sus verdaderos pensamientos, y es que mientras se acordara de dónde estaba Luxemburgo, a él no le importaba un carajo. Muy responsable y adulto por su parte, en efecto-. Y la contraseña será 'Papageno', ¿qué me dices? –rió, antes de darle el último mordisco a su dulce y quedarse mirando fijamente los primeros rayos del sol- Fíjate, ya está amaneciendo… ¿Te apetece otro bollo? Y mejor que esta vez lo acompañemos de una taza caliente.
Sonrió para sus adentros a la vez que ambos volvían a hacer uso de su agilidad, seguramente igual de interesados en retar próximamente a su equilibrio con las dos manos ocupadas de repostería y delicada cubertería.
Ninguna otra noche había cenado y desayunado casi al mismo tiempo. Y dado que fue con Nastya, ninguna otra noche más lo volvió a hacer.
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Aquella mañana, el calor se había hecho un traje a medida con cada transeúnte del mercado y parecía que todos los seres humanos (y no tan humanos) de París allí agrupados se hubieran puesto de acuerdo para freír a los demás con el ardor que manaba de sus cuerpos. Dennis ya le había advertido a su tutelada que elegir el principio del verano para pisar los zocos era de ser una tozuda amante del sudor, pero la rusa se había empeñado en acompañar a dos de los criados para comprar bambú y fabricarse ella misma una flauta, que desde que se lo habían explicado en Historia de la Música, no paraba quieta. Así de paso, paseaba a Pucca por la ciudad y le compraba alguna caña de azúcar, que siempre que había podido, le había consentido con algo de dulce de uvas a peras ('¡Que si le das más, se queda ciego, mujer!') y también no-sé-qué-sorpresa para Dennis, de ahí que insistiera a su tutor para que también les acompañara.
'¡Pescado fresco, señor, el mejor de esta mañana y las que me agencie Dios!'
'¿Quiere romero, señorita? ¡Huélalo, es más puro que la raja de mi hija de cinco meses!'
'¡Tés, amigos míos, tés de todas partes de Oriente! ¡Lo curan todo, hasta el desamor, hasta las tardes obligadas con tu suegro!'
Me están entrando ganas de comer chuletón –confesó, nada más caminaron cerca de un puesto donde freían morcilla y cordero-. ¿Qué te parece, Pucca? Luego habrán muchos huesos para ti.
Apartó a unos cuantas personas del tumulto en el que se metieron después para pasar a la zona más exótica, a la vez que no soltaba la mano de Nastya y la protegía de empujones y pisotones varios. ¡Joder con la ideíta, menos mal que el olor a carne churruscada le aseguraba una buena recompensa!
Última edición por Dennis Vallespir el Jue Sep 04, 2014 4:51 pm, editado 1 vez
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
¡Pero qué maravilloso era todo aquella mañana de verano! Que acostumbrada como estaba a los fríos rusos (y parisinos también, pues en la ciudad norteña si te descuidabas el invierno podía hacer contigo un figurín de hielo) la chiquilla agradecía cada rayo de sol que caldeaba -y cocía- las calles embotadas de contacto humano. Y, en efecto, estaba todo tan alcance de la mano que tenía que hacer todo acopio de fuerzas para que sus más primitivos instintos de ladronzuela callejera no saliesen a la luz -porque robar estaba mal y blablabla-, por el contrario, dedicó su hiperactivo huroneo a apreciarlo todo desde una perspectiva nueva; la de ser el ojo derecho de don Dennis, por supuesto. Los horripilantes leotardos ya se habían guardado en un cofre infernal (del que esperaba que no volvieran a salir), así pues, todo en aquella pegajosa mañana de mediados de julio era, sencillamente, perfecto.
Paráronse en el puesto de comida (otro más, vaya la ruta que hacían) y los olores a puro graserío hicieron la mieles de la renacuaja, su tutor y el perrillo que los acompañaba.
-Yo también. ¡Vamos a pedirnos uno para los dos! -sus ojos ilumináronse al pensar en el cordero, como si no llevase toda la mañana comiendo mazorcas, frutos secos y todo lo que le era bienvenido en la panza, que de dejarla unas pocas horas más la rusilla acabaría convertida en una rusona- Y después vamos al puesto de la madera. Tiene que ser de saúco, que es la que dice el señor Dubois que es la mejor para tallar la flauta.
Un par de ojos observaban atentos la idílica escena, achicándose y agrandándose para fijar la vista en la mozuela de sonrisa pícara, vivarachos ojos y rubios cabellos. ¡Já! ¡Claro que era ella, acabáramos! Reconocería esos dientes de ratón y esos hoyuelos marcados en cualquier sitio. ¡Y por más! ¡Si era el chucho pulgoso ese que siempre la acompañaba!
El señor Du Satois, honrado panadero de la región del norte, dejó su puesto a cargo de su hija mayor y cruzó la calzada para enfrentarse a aquella raterilla de pacotilla.
-¡Así que eres tú! -bufó, sin ni siquiera presentarse- Y todavía tienes la desfachatez de pararte en frente de mi puesto. ¡Serás sinvergüenza!
Su cara semejaba a un tomate a punto de estallar. Los pelillos de sus gruesos bigotes temblaban por la rabia y los resoplidos que daba como un toro. La chiquilla, reconociéndolo al instante, tragó saliva, y representó su mejor papel, que era el de negar cualquier hecho verídico que tuviera que ver con su persona en cuanto a cuestiones de justicia se trataba.
-Señor, creo que me confunde con otra persona -puso un tono remilgado de señoritinga engreída. Luego miró a don Dennis, que sin duda observaría el espectáculo pasmado antes de reaccionar-Yo estaba aquí, con mi señor hermano mayor esperando el turno para probar uno de estos deliciosos manjares sureños de las lejanas tierras de Marsella -decía, mientras que tiraba de la manga del caro traje de Dennis para que saliesen de ahí como si el ejército entero de Federico el Grande les persiguiese por las calles de París.
Paráronse en el puesto de comida (otro más, vaya la ruta que hacían) y los olores a puro graserío hicieron la mieles de la renacuaja, su tutor y el perrillo que los acompañaba.
-Yo también. ¡Vamos a pedirnos uno para los dos! -sus ojos ilumináronse al pensar en el cordero, como si no llevase toda la mañana comiendo mazorcas, frutos secos y todo lo que le era bienvenido en la panza, que de dejarla unas pocas horas más la rusilla acabaría convertida en una rusona- Y después vamos al puesto de la madera. Tiene que ser de saúco, que es la que dice el señor Dubois que es la mejor para tallar la flauta.
Un par de ojos observaban atentos la idílica escena, achicándose y agrandándose para fijar la vista en la mozuela de sonrisa pícara, vivarachos ojos y rubios cabellos. ¡Já! ¡Claro que era ella, acabáramos! Reconocería esos dientes de ratón y esos hoyuelos marcados en cualquier sitio. ¡Y por más! ¡Si era el chucho pulgoso ese que siempre la acompañaba!
El señor Du Satois, honrado panadero de la región del norte, dejó su puesto a cargo de su hija mayor y cruzó la calzada para enfrentarse a aquella raterilla de pacotilla.
-¡Así que eres tú! -bufó, sin ni siquiera presentarse- Y todavía tienes la desfachatez de pararte en frente de mi puesto. ¡Serás sinvergüenza!
Su cara semejaba a un tomate a punto de estallar. Los pelillos de sus gruesos bigotes temblaban por la rabia y los resoplidos que daba como un toro. La chiquilla, reconociéndolo al instante, tragó saliva, y representó su mejor papel, que era el de negar cualquier hecho verídico que tuviera que ver con su persona en cuanto a cuestiones de justicia se trataba.
-Señor, creo que me confunde con otra persona -puso un tono remilgado de señoritinga engreída. Luego miró a don Dennis, que sin duda observaría el espectáculo pasmado antes de reaccionar-Yo estaba aquí, con mi señor hermano mayor esperando el turno para probar uno de estos deliciosos manjares sureños de las lejanas tierras de Marsella -decía, mientras que tiraba de la manga del caro traje de Dennis para que saliesen de ahí como si el ejército entero de Federico el Grande les persiguiese por las calles de París.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Dennis había pensado más de una vez en el pasado de su pequeña tutelada en las calles, así que guiándose por eso, aquel percance con el panadero no habría sido necesario para recordárselo. Pero de todas maneras, eso fue precisamente lo que hizo; recordárselo. Porque ya estaba metido de lleno en el apartado de Nastya Vallespir en la nueva vida que empezaba a construir desde que dejó Luxemburgo bajo la sombra de un misterio sin aparente caducidad. Habían pasado ya muchos meses (¿Cuántos? ¿Siete? ¿Ocho?) de institutrices y profesores saliendo de su mansión por la mañana y por la tarde, de vestidos y otras prendas femeninas hechas a la medida de una infante, de ladridos de perro para despertarse mejor que con un gallo e incontables y sucias carreras por el bosque, que rara vez no acababan con algo de barro de por medio. De repente, en mitad de toda esa costumbre idílica, una chiquilla escurridiza que necesitaba robar para comer era un golpe tan abrupto y punzante como muchos de los que se usaban en la prisión a modo de tortura hacia los ladronzuelos que apresaban… Así pues, aunque llevaran ya tanto tiempo juntos dando zancadas hacia adelante con la ayuda del otro, nada borraba el recorrido de su querida rusa por los barrios de la mala vida en París. Pero le afectó todavía más la posibilidad de que alguna cosa, por mísera que fuera, hubiera fallado en su destino y Nastya hubiera acabado bajo las garras de una justicia depravada y mucho más miserable que las personas pobres a las que iba dirigida.
'¿Te crees que me chupo el dedo, niña?', por desgracia, la argucia de la rusa no fue suficiente para que el tendero cesara su empresarial despecho, y acto seguido, le colocó una de esas gordas manos sobre el hombro, '¡No he olvidado tus pillerías, que son más famosas que…'
… la hostia que os voy a dar, como no retiréis vuestra mano de ahí, buen hombre –Sin embargo, la réplica que surgió de labios del licántropo se escuchó con el nivel de enfado más atronador de cuantas emociones se comerciaban en ese mercado-. No sé qué clase de vino os llegará para compraros con ese carácter tan avinagrado en los negocios, pero dejad de beberlo ya o yo mismo os haré probar el suelo con una eficiencia mucho más acojonante que todo el alcohol de Francia –prácticamente era fascinante el modo en que mezclaba una forma de hablar tan curtida con algunas palabras tan soeces-. Como bien ha dicho mi querida señorita Vallespir, la confundís con otra persona. Y dad las gracias de que tengamos demasiada hambre en el cuerpo como para molestarnos en llamar al guardia.
Con eso, apartó al hombre de un severo empujón que casi delató su fuerza sobrenatural, mientras sustituía el lugar de su mano en el hombro de Nastya y se encargaba de alejarla de allí sin seguir llamando la atención de la gente, aunque los ladridos furiosos de Pucca no fueran más sutiles que sus amenazas verbales. Y Dennis también se dio las gracias a sí mismo por no haber respondido con un ataque de ira más propio de esos arrebatos de humor que se esforzaba tanto por ocultar… Podrían tratarse de un avance demasiado fiel al preámbulo de la transformación.
En esa misma mañana había algo distinto, apoteósicamente distinto y antes que por la solazada ocurrencia de un picnic en los lares más profundos del bosque, solos él y su estimada compañera de aventuras, era porque estaba esperando a ésta en su propia habitación. La habitación del excéntrico Dennis Klaus Vallespir, que sólo casi un año después de conocer y acoger a una cría de las calles, había empezado a enseñársela hacía pocos días. Ni siquiera sabía qué demonios significaba esa especie de ritual tan íntimo que le había llevado a resistir las visitas a sus dominios exclusivos lo máximo posible, pero esa misma mañana todo cambiaba, pues estaba a punto de irse a comer por el prado con una cesta y Nastya como único ser humano a la redonda. Y allí mismo esperaba a que la rubia llamara a la puerta para confirmarle que se iban, ya que había insistido en preparar algunos de los platos y se había encerrado en la cocina con varios de los perplejos sirvientes procurándole todo lo que necesitara.
A decir verdad, ella no era la única que últimamente había profanado los aposentos del falso dueño de la casa, pues cerca de él tenía tanto a Anastasia como a Pucca correteando por los mismos rincones que ambos, gata y perro, podían alcanzar para que la persecución fuera lo más justa e igualada posible. Y si Dennis no se esforzaba en detenerlos era porque ya hacía mucho tiempo que aquel par de granujas sólo se perseguía para jugar. De hecho, contemplarles resultaba relajante y saber que cuando dejaran de darse caza, acabarían acurrucados el uno al lado del otro, cual siesta de miles de años, le dio la idea de llevarse también a su minina a la excursión. Ver cómo la vieja Anastasia cruzaba los límites del jardín también le parecía un fenómeno que sólo la presencia de Nastya en su vida podía justificar.
'¿Te crees que me chupo el dedo, niña?', por desgracia, la argucia de la rusa no fue suficiente para que el tendero cesara su empresarial despecho, y acto seguido, le colocó una de esas gordas manos sobre el hombro, '¡No he olvidado tus pillerías, que son más famosas que…'
… la hostia que os voy a dar, como no retiréis vuestra mano de ahí, buen hombre –Sin embargo, la réplica que surgió de labios del licántropo se escuchó con el nivel de enfado más atronador de cuantas emociones se comerciaban en ese mercado-. No sé qué clase de vino os llegará para compraros con ese carácter tan avinagrado en los negocios, pero dejad de beberlo ya o yo mismo os haré probar el suelo con una eficiencia mucho más acojonante que todo el alcohol de Francia –prácticamente era fascinante el modo en que mezclaba una forma de hablar tan curtida con algunas palabras tan soeces-. Como bien ha dicho mi querida señorita Vallespir, la confundís con otra persona. Y dad las gracias de que tengamos demasiada hambre en el cuerpo como para molestarnos en llamar al guardia.
Con eso, apartó al hombre de un severo empujón que casi delató su fuerza sobrenatural, mientras sustituía el lugar de su mano en el hombro de Nastya y se encargaba de alejarla de allí sin seguir llamando la atención de la gente, aunque los ladridos furiosos de Pucca no fueran más sutiles que sus amenazas verbales. Y Dennis también se dio las gracias a sí mismo por no haber respondido con un ataque de ira más propio de esos arrebatos de humor que se esforzaba tanto por ocultar… Podrían tratarse de un avance demasiado fiel al preámbulo de la transformación.
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En esa misma mañana había algo distinto, apoteósicamente distinto y antes que por la solazada ocurrencia de un picnic en los lares más profundos del bosque, solos él y su estimada compañera de aventuras, era porque estaba esperando a ésta en su propia habitación. La habitación del excéntrico Dennis Klaus Vallespir, que sólo casi un año después de conocer y acoger a una cría de las calles, había empezado a enseñársela hacía pocos días. Ni siquiera sabía qué demonios significaba esa especie de ritual tan íntimo que le había llevado a resistir las visitas a sus dominios exclusivos lo máximo posible, pero esa misma mañana todo cambiaba, pues estaba a punto de irse a comer por el prado con una cesta y Nastya como único ser humano a la redonda. Y allí mismo esperaba a que la rubia llamara a la puerta para confirmarle que se iban, ya que había insistido en preparar algunos de los platos y se había encerrado en la cocina con varios de los perplejos sirvientes procurándole todo lo que necesitara.
A decir verdad, ella no era la única que últimamente había profanado los aposentos del falso dueño de la casa, pues cerca de él tenía tanto a Anastasia como a Pucca correteando por los mismos rincones que ambos, gata y perro, podían alcanzar para que la persecución fuera lo más justa e igualada posible. Y si Dennis no se esforzaba en detenerlos era porque ya hacía mucho tiempo que aquel par de granujas sólo se perseguía para jugar. De hecho, contemplarles resultaba relajante y saber que cuando dejaran de darse caza, acabarían acurrucados el uno al lado del otro, cual siesta de miles de años, le dio la idea de llevarse también a su minina a la excursión. Ver cómo la vieja Anastasia cruzaba los límites del jardín también le parecía un fenómeno que sólo la presencia de Nastya en su vida podía justificar.
Última edición por Dennis Vallespir el Jue Sep 04, 2014 4:52 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Tras el percance de hacía escasas semanas en el mercado (en el cual don Dennis había estado espléndido, todo había que decirlo), tutor y tutelada ya se preparaban para otro de sus temidos lances. Temidos por la señora Tréville, claro está. Porque por lo que a ellos dos respectaba, esas aventuras esporádicas les daban la vida. Que Nastya no podía estarse quieta ni debajo del agua, vaya, y necesitaba armar y desarmar a su antojo como Juan por su casa. Eso no quiere decir que el señor Vallespir la estuviera malcriando. Bueno, un poco, tal vez. Pero, ¡que me aspen si la mozuela no se lo merecía, después de años de contiendas contra el frío y el hambre en las calles!
Sobra decir que la rusa no había cocinado en su vida, y entendía de cazuelas y sartenes tanto como chino mandarín, no obstante, sus desvelos en la mansión Vallespir habían despertado en la pilluela cierto afán por aprender cosas nuevas. Así pues, ni corta ni perezosa, la muy sinvergüenza había decidido poner a todo el servicio patas arriba para hacer un postre especial ruso -que ella recordaba de sus años en el orfanato de San Petersburgo- para llevárselo a la merendola con don Dennis. ¡Que le iba a encantar, de eso estaba segura! Y si no, pues no había problema, ¿eh? Que en su tripa cabrían tres más como esos si era necesario.
Mas, como algo había aprendido, -a base de collejas trévilleras- ayudó a Dorotea y Gladis a empaquetar todo dentro de un par de cestas de mimbre y, cuando ya estúvose todo arreglado, subió corriendo las escaleras como veloz galgo de carreras -"Señorita Vallespir, tenga cuidado que se va a caer, y Dios no quiera que se parta una pierna"- y entró en la habitación de don Dennis, olvidándose de llamar debido a la emoción.
-¡Ya está! ¡Ya podemos irnos! -exclamó con entusiasmo. Luego, díose cuenta de donde estaba. Las habitaciones del señorito Vallespir. No había entrado ahí nunca, porque su tutor mantenía un extraño recelo en cuanto a dejarla entrar (y no es que ella no hubiese intentado hacerlo a escondidas, ¿eh? Pero la condenada ama de llaves tenía un instinto especial para cuando eso ocurría). Hubo incluso un tiempo en el que pensaba que Dennis Vallespir en realidad no era Dennis Vallespir, si no alguna especie de espadachín misterioso que rescataba damiselas en peligro por las noches, como esos de las novelas de los románticos. Eso explicaría a la perfección por qué su cuarto era todo un misterio.
Se llevó una decepción, por supuesto.
-Jo, pues no era ningún bandolero -murmuró, más para sí misma e ignorando que su tutor guardaba un secreto mucho más fascinante. Luego arrugó la nariz, y en su mirada volvió la chispa de la ilusión, retornando con una velocidad solo vista en los críos-Bueno, ¿nos vamos, nos vamos?
Sobra decir que la rusa no había cocinado en su vida, y entendía de cazuelas y sartenes tanto como chino mandarín, no obstante, sus desvelos en la mansión Vallespir habían despertado en la pilluela cierto afán por aprender cosas nuevas. Así pues, ni corta ni perezosa, la muy sinvergüenza había decidido poner a todo el servicio patas arriba para hacer un postre especial ruso -que ella recordaba de sus años en el orfanato de San Petersburgo- para llevárselo a la merendola con don Dennis. ¡Que le iba a encantar, de eso estaba segura! Y si no, pues no había problema, ¿eh? Que en su tripa cabrían tres más como esos si era necesario.
Mas, como algo había aprendido, -a base de collejas trévilleras- ayudó a Dorotea y Gladis a empaquetar todo dentro de un par de cestas de mimbre y, cuando ya estúvose todo arreglado, subió corriendo las escaleras como veloz galgo de carreras -"Señorita Vallespir, tenga cuidado que se va a caer, y Dios no quiera que se parta una pierna"- y entró en la habitación de don Dennis, olvidándose de llamar debido a la emoción.
-¡Ya está! ¡Ya podemos irnos! -exclamó con entusiasmo. Luego, díose cuenta de donde estaba. Las habitaciones del señorito Vallespir. No había entrado ahí nunca, porque su tutor mantenía un extraño recelo en cuanto a dejarla entrar (y no es que ella no hubiese intentado hacerlo a escondidas, ¿eh? Pero la condenada ama de llaves tenía un instinto especial para cuando eso ocurría). Hubo incluso un tiempo en el que pensaba que Dennis Vallespir en realidad no era Dennis Vallespir, si no alguna especie de espadachín misterioso que rescataba damiselas en peligro por las noches, como esos de las novelas de los románticos. Eso explicaría a la perfección por qué su cuarto era todo un misterio.
Se llevó una decepción, por supuesto.
-Jo, pues no era ningún bandolero -murmuró, más para sí misma e ignorando que su tutor guardaba un secreto mucho más fascinante. Luego arrugó la nariz, y en su mirada volvió la chispa de la ilusión, retornando con una velocidad solo vista en los críos-Bueno, ¿nos vamos, nos vamos?
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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