Destroying all Lights [Conjunto de Flashbacks]

por **Sølvi Hjördís** Dom Feb 23, 2014 12:37 pm

Sus manos, pequeñas pero ágiles, recorrieron los barrotes con parsimonia. Su semblante permanecía impasible pese al constante repiqueteo de las gotas de agua impactando contra el suelo de cemento desde las numerosas goteras del techo. Su paciencia era infinita, aunque eso no lo sospechaban cuando decidieron meterla allí de aquella forma tan brusca. La joven, demasiado menuda y delgada para parecer una adulta, se paseaba de un lado a otro de la celda sin dejar de mirar con fijeza al "perro guardián" que habían dejado frente a ella para custodiarla. Parecía una bestia enjaulada, meditando en silencio cuál sería la mejor forma de despedazar a su presa una vez recuperase su libertad. Y lo cierto es que así era. Su mente trabajaba a una velocidad pasmosa, tratando de idear una estrategia lo bastante elaborada para quitarse de en medio a aquel imbécil sin necesidad de mancharse las manos. Se relamió los labios de forma imperceptible, dibujando una sonrisa que helaría la sangre al más hombre de entre los hombres.

Qué hacía allí una "niña" era una pregunta que muchos se habían formulado a lo largo de las cuatro horas que había durado el interrogatorio en el que, por supuesto, no habían logrado sacar ni una simple palabra de la chica. Se mostró tan fría e indiferente que en más de una ocasión se cuestionaron si realmente entendía el idioma. Estúpidos. Como si ella tuviera algo que decir a unos "detectives" que en todos aquellos años no habían logrado descubrir quien era, ni de dónde venía. La niña de piel pálida y ojos penetrantes parecía no tener ningún pasado. No existía según los registros, y todo lo que sabían de ella era que iba a clase de medicina en la universidad como oyente. Y fue desde aquel lugar desde donde se iniciaron las quejas por su comportamiento irregular. No hablaba. No participaba. No sonreía. No se movía. Pero tenía a gran parte del alumnado atemorizado. Tras indagar un poco se dieron cuenta de que ni siquiera sabían su nombre. La identificación que poseía pertenecía a una señora que llevaba muerta más de cincuenta años.

Pero lo más inquietante de la chica sin nombre no era su procedencia, o su capacidad para provocar terror en todos aquellos que osaban acercársele. Lo realmente extraño de aquella silueta que se movía de forma mecánica dentro de una celda completamente vacía, era el hecho de que siempre había alguien que recordaba haberla visto en la escena de algún crimen, en primera fila, observando. Mirando a todos de la misma forma en que ahora observaba al guardia que, incómodo, se acabó dando la vuelta. No había nada que la relacionara con ninguna de las víctimas, ni encontraron nada extraño en los lugares que frecuentaba. Mas su simple presencia ponía nerviosa a la policía, que no podía permitirse el hecho de tener a alguien identificado en sus calles. Y menos, si resultaba tan inquietante como ella. En su fuero interno, Sølvi se carcajeaba ante la estupidez demostrada por aquellos "genios de la investigación". Eran tan predecibles que incluso aunque se marcharan a otro edificio a debatir qué hacer con ella, podía intuir de forma más que acertada cuál iba a ser su forma de proceder al respecto. Les llevaba notable ventaja. Y el hecho de que su nombre no figurase en ninguna parte, le facilitaba mucho las cosas.

- Smerte... -Cuando pudo oír la última puerta de los calabozos cerrarse tras el jefe de turno, se detuvo de forma repentina en la celda, sacando los delgados brazos por entre los barrotes, "abrazándose" sin mediar palabra al sujeto que habían dejado con ella. Que estúpidos habían sido. El hombre se tensó de repente, sin comprender qué le estaba sucediendo. Se fue sintiendo sin ánimos, sin fuerzas. El dolor más absoluto se aferró a su corazón paulatinamente, sin un motivo para ello. Quería llorar, gritar de desesperación, pero todo cuanto salió de sus labios fue un murmullo apagado. Cuando ella le soltó, el hombre se alejó bruscamente, aunque sin poder deshacerse de aquella emoción que le estaba rompiendo por dentro. La sonrisa maliciosa de la bruja se clavó en sus retinas con fuego. Retrocedió hasta la puerta, sintiendo que le faltaba el aire, antes de caer definitivamente en su embrujo. - Nå, tilhører du meg... Domination. -Los ojos ajenos parecieron perder toda la luz que antes tuvieron, y el cuerpo se destensó de forma progresiva. - Kom her. Og få meg ut av cellen. -El hombre asintió de forma mecánica, acercándose a ella sin dudar.

Una vez estuvo fuera, le arrebató las llaves sin perder nunca la sonrisa, asegurándole cada cierto tiempo que todo iba a estar bien. Se sentó en uno de los sillones y se recostó sobre él con fría tranquilidad, tal pareciese que aquello le divertía... Y así era. - Coge este cuchillo y córtate los dedos de los pies. Despacio. -El carcelero obedeció sin más, sin emitir ningún quejido aun cuando su sangre comenzó a manchar el pavimento y sus dedos comenzaron a adornar la mesa del despacho. - Ahora córtate los dedos de la mano izquierda. -Susurró de forma apenas audible, sin dejar de observar la sangrienta escena. - Haz un corte horizontal a la altura de tu estómago, y extrae el hígado con cuidado. -La sangre comenzó a brotar a borbotones del cuerpo del hombre, que antes de que alcanzase el órgano comenzó a convulsionarse hasta morir desangrado. Antes de que su patética vida se esfumase, sus ojos volvieron a recuperar parcialmente su luz inicial una última vez, para mirar con terror el rostro de la chica que lo miraba, expectante, a escasos centímetros del suyo.

Tras arrancarle la lengua con cuidado y guardarla bajo los ropajes envuelta en la camisa del policía, se volvió a encerrar en la celda, antes de que la función iniciase. Cuando el resto del personal entró en la sala, se encontraron con el hombre desangrado en el suelo, y a la niña tiritando envuelta en lágrimas, encogida sobre sí misma en un rincón de la celda. Las llaves habían desaparecido. Tras ayudarla a salir de allí, los policías comenzaron a buscar por toda la prisión al "intruso" que había asesinado a un guardia y había huido tras dejar aterrorizada a una niñita inocente. Lo que nadie sabía, era que estaban dejando libre a la verdadera asesina, que tras la partida de todos los agentes en búsqueda de un asesino ficticio, se quedó vagando por los callejones de la ciudad, con una sonrisa oscura brillando en su semblante.

traducción:

por **Sølvi Hjördís** Jue Abr 17, 2014 11:41 pm

Caos. Dolor. Pasión. Gritos. Miedo. Horror. El infierno se desató en la tierra en el mismo momento en que sus pequeños pies pisaron la tierra. Y nadie podría dudarlo. Mientras caminaba por aquellas calles angostas, cubiertas de mugre, malas vibraciones y desesperación, su mente recorría de forma desordenada cada uno de los recuerdos provenientes de su antiguo hogar. Saboreó nuevamente la sensación que le provocó ver arder hasta los cimientos de la mansión que la vio nacer. Verlos arder a todos marcó un antes y un después en su trayectoria, en su forma de percibir el mundo y su propia vida fuera de esas cuatro paredes. Se marchó del país sin mirar atrás, huyendo más de la monotonía que de los crímenes por los que algún hipotético día se vería obligada a pagar. Estaba cansada de fingir que esas personas que ahora se veían reducidas a cenizas le importaban algo. La verdad estaba clara. Nunca le habían importado lo más mínimo. Pero no era odio lo que sentía hacia ellas, sino indiferencia. La misma sensación que el resto de personas en el mundo despertaban en ella. Para ella, sólo eran números, moléculas, átomos. No tenían nada de especial ni de peculiar. Para lo único que podían servirle era para examinarlas desde su interior. Quizá por ese motivo había escogido aquel "hobby". La medicina le permitía ver qué pasaba dentro de esa gente que de por sí no significaba nada para ella. Y eso no podía dejar de resultarle interesante.

Disfrutaba con ello. Con el tacto de la sangre, con su espesura, incluso con su sabor. Disfrutaba torturando a sus víctimas para examinar qué cambios fisiológicos experimentaban, y cómo salían a relucir estos en su bioquímica, en su fisiología. Lo peor de todo es que no veía nada extraño en ello. Es decir, ¿qué podía haber más interesante que el funcionamiento de una maquinaria tan compleja? El cuerpo humano tenía demasiados secretos, y ella, con una inusitada curiosidad hacia cosas que a otros les harían retorcerse de terror, se había propuesto descubrirlos. Así, además de hacer algo que le resultaba placentero -desmembrar, apreciar el tacto del cuchillo sobre la piel ajena-, realizaba otras cosas más productivas. Como investigar, escribir notas muy detalladas del funcionamiento de esos cuerpos que iba dejando esparcidos por toda París... Y aprender. Aprender a ser mejor asesina. Si es que no lo era ya. Después de todo, si tras catorce víctimas en menos de tres meses no había despertado sospechas en casi nadie, no era tan mala. ¿O quizá era culpa de la ineptitud de las autoridades locales? Desde luego, mucho no estaban buscando. Si bien ella era muy meticulosa, siempre hay algo fuera de lugar que puede conducir al autor. ¿No? No dejaba huellas, ni marcas, ni elementos que pudieran implicarla. Era escurridiza y efectiva. Y desde luego, sumamente buena en el arte de tomarles el pelo. Pero en las novelas oscuras que solía leer en sus largas noches de insomnio, el malo siempre acababa perdiendo. ¿Acaso ella había sido capaz de superar a todos aquellos "genios del crimen", de trascender, y convertirse en el "malo" definitivo? La simple posibilidad de que eso ocurriera la hacía retorcerse de la satisfacción. La pesadilla de París. ¿Qué nombre le habrían puesto en los calabozos? ¿Cómo se dirigirían a ella en las calles los ciudadanos temerosos de que su nombre fuese el siguiente en la lista de fallecidos? ¡Era tan emocionante!

Lo era. Tanto, que no esperó más de dos horas antes de seleccionar a la que sería su siguiente víctima. Sus criterios para elegirlos no eran para nada ortodoxos, por supuesto. Tras vagar lo que le pareció una eternidad inmersa en la oscuridad de los suburbios, el niño de cabellos de oro se cruzó en su camino, dándole una idea que le pareció fantástica, al principio, y sumamente tétrica, al final. Y fue la segunda emoción que despertó la que terminó de convencerla para actuar. Se acercó a él sigilosamente, con aquella sonrisa inocente que sólo ella sabía dibujar en momentos como ese. Le revolvió los cabellos, sedosos y rizados, y le ofreció ayuda para regresar a casa. Parecía perdido, desolado por no encontrar el camino de vuelta. Un ser humano normal se hubiese sentido conmovido por la intensidad de sus emociones... Pero ella no era normal, ¿verdad? Lejos de sentir la necesidad de ayudarle, una repentina sensación de asco la invadió de arriba abajo, provocando que la rabia despertara antes de lo debido. Normalmente prefería ganarse la confianza de aquellas víctimas con las que quería reproducir alguna escena interesante antes de pasar a la acción, pero aquel niño llorando le trajo a la memoria la visión de sus hermanos, corriendo a sus padres para decirles que su "hermanita" había asesinado al gato. O descuartizado al perro. Patéticos. Ejecutó una rápida pero eficaz llave al muchacho, haciendo que éste se desplomase en un segundo. Lo arrastró hacia un trastero abandonado y esperó. Torturar a alguien inconsciente no es demasiado divertido. Al menos, no tanto como poder oír sus gritos de dolor.

por **Sølvi Hjördís** Vie Jun 06, 2014 6:33 pm

El niño abrió los ojos de par en par, para enfrentarse directamente con la más absoluta oscuridad. No tenía ni idea de dónde se encontraba, ni cómo había ido a parar allí. Lo único que recordaba era que sus padres le habían dicho que tenían que acudir a una fiesta, y que él debía quedarse con Arianne, su niñera, hasta que ellos regresaran. Siempre le había gustado Arianne. Sus cabellos eran rojos como la tinta que su padre utilizaba para escribir sus cartas. Esas cartas que nunca llegaría a comprender. Ella le contaba cuentos, y le ayudaba con sus deberes, además de inventarse juegos enormemente imaginativos que siempre lo divertían. Pero lo mejor de todo, es que cuando ella estaba en casa, no se sentía tan solo. Sus padres se pasaban la mayor parte de su tiempo fuera de casa, de modo que estaba más que acostumbrado a pasar las noches solo rodeado de sirvientes que lo trataban de forma extraña. Diferente. Pero Arianne lo trataba como a un igual. Y eso que su madre siempre que podía le recordaba que no era nada más que una simple criada ascendida a cuidadora. Odiaba que su madre hiciera eso. Aquella chica era amable, y buena, y siempre trataba de hacerlo sentir bien. ¿Por qué tenían que comportarse de forma tan odiosa con ella? Eran injustos. Algún día cuando el dinero se les acabara, él realmente esperaba no toparse con gente como sus padres.

Arianne le había acostado a las ocho, como siempre solía hacer, y se había quedado leyendo junto a él. Siempre leía en voz alta a petición suya. No le gustaba sentirse solo, y si la escuchaba, sabía, pese a estar dormido, que seguía estando allí. Aquella noche había sido diferente. Se despertó en la mitad de la noche y ella no estaba allí. Las velas seguían encendidas, y el libro estaba abierto por la última página que recordaba que había leído. Pero... ¿dónde estaba ella? Salió de la habitación abrazando a su peluche favorito, pero no pudo encontrarla en ninguna de las habitaciones que habían junto a la suya. Una punzada de temor le recorrió de arriba abajo, y sólo entonces se atrevió a mirar hacia abajo. El cuerpo de la joven estaba tendido, inmóvil, al final de la escalera. Bajó corriendo y la miró con los ojos bien abiertos a causa del pánico. Buscó su pulso como le había visto hacer a su padre en otras ocasiones. Estaba fría. Helada. Muerta. Nunca antes había visto un cuerpo sin vida. No desde tan cerca. Estaba aterrorizado. Salió corriendo de casa sin ponerse los zapatos y sin la chaqueta. Tenía frío y miedo, y no sabía a quién recurrir. La casa daba miedo estando tan vacía. ¿Dónde se habían ido todos? ¿Dónde estaban sus padres?

Sacudió la cabeza, confuso, una vez que sus ojos se adaptaron a la oscuridad circundante. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había pasado? Lo último que recordaba era haberse topado con una hermosa chica en mitad de una calle que no conocía de nada. Y la chica estaba allí, de pie frente a él. Lo observaba de forma extraña, como esperando a que reaccionara. ¿Qué estaba pasando? Poco después, todo se volvió negro nuevamente. La sintió invadir su cabeza, sus pensamientos. Le ordenó que se levantara y cogiera un cuchillo. El dolor que le provocó al desgarrar la carne de sus piernas era indescriptible, pero todo cuanto podía hacer era gritar, gritar y desear estar muerto. Siguió provocándose cortes en las piernas hasta que ella ordenó que parara. Entonces cayó al suelo y buscó su mantita. La había perdido. Su propia sangre había formado un gran charco alrededor de su cuerpo. No entendía qué sucedía, pero tenía miedo. Muchísimo miedo. Nunca había sentido tanto miedo...

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