AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Destroying hope {Ophelia}
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Destroying hope {Ophelia}
No conocía sensación más satisfactoria, que la que surge cuando limpias tus armas tras un trabajo bien hecho. Podía sentir como la adrenalina en mis venas comenzaba a desvanecerse lentamente, haciendo que mi cuerpo se destensara lentamente, regresando a la calma paulatinamente. La sensación de plenitud es casi, casi igual que la que surge después de echar un polvo, de esos que hacen historia. La pena era que ya no los disfrutaba tanto como antaño. Mis amantes, por lo general, solían ser tan patéticos como sus ganas de darme placer. ¿Cómo un mortal podría hacer que un inmortal perdiese el juicio, ni siquiera durante unos minutos? Parecía, a todas luces, ilógico que se esforzasen tanto en hacer algo aunque supieran que no iban a estar a la altura. Y lo intentaban, vaya si lo intentaban. Aunque yo ya sabía que si los seducía y les permitía darme placer, era solamente para divertirme a su costa antes de devorarlos. Que rápido caían en la trampa. Que aburrido. Y es que, las cosas ya no eran como antes. Y los amantes, tampoco.
Me observé en el espejo y palpé mis heridas. Aquel dolor me trajo de nuevo a la realidad. Y es que había algunas presas a las que no era conveniente subestimar. Algunas personas se aferran a la vida con uñas y dientes... Y nunca mejor dicho. El cambiante ahora yacía abierto en canal sobre aquella cama de motel mugrienta. Un bonito decorativo para las limpiadoras que llegaran al día siguiente. Sonreí con malicia, saboreando sus gritos aún antes de que se produjeran. Si es que eran tan terriblemente predecibles que ya podía predecir las cosas antes de que pasaran. Por suerte, la mayoría de heridas sanaron pronto. Observé mi labio inferior, aún sangrante, y clavé los colmillos en él, sintiendo una punzada de satisfacción recorrerme de arriba abajo. Sólo el dolor parecía mantenerse a un nivel aceptable tras la muerte, mientras el resto de mis emociones parecían embotadas. Quizá por eso no disfrutaba tanto como antes con el sexo... O quizá influía el hecho de que casi siempre fuesen humanos quienes caían en mis garras. No eran comparables a un vampiro ni de lejos. Por suerte, el diminuto vestido que llevaba puesto era lo suficientemente oscuro para disimular las marcas de sangre. Pese a que su olor distaba mucho de pasar desapercibido, mientras no me cruzara con ningún ser sobrenatural en mi corto paseo hasta el hogar de mi creadora, no tendría mayor problema que la incomodidad de tener la sangre de ese estúpido pegada a mi cuerpo.
Dejé el cadáver medio descuartizado ordenado de forma obscena encima del inservible colchón. Lo mío no era pasar desapercibida. Ni podía, ni me gustaba, ni me apetecía. Los crímenes tienen que causar impacto, o no has hecho bien tu trabajo. Y otra cosa no, pero siempre he sido bastante perfeccionista. Acabé mi obra de arte con dos copas de vino y una nota sugerente, en la que la despedida incluía la dirección donde vivía el cadáver antes de convertirse en un despojo de carne y hueso en descomposición. Salí del motel con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecha con el banquete y augurando los titulares en los periódicos de la mañana siguiente. El sexto asesinato en menos de una semana. La sexta víctima que aparecía desmembrada en camas de hostal alquiladas bajo un seudónimo. Buscaban un asesino en serie. ¡Que grotesca comparación para alguien como yo! Ningún criminal humano podría mostrar tal grado de falta de conciencia. Estúpidos humanos...
En diez minutos la imponente puerta de madera del hogar de mi creadora se recortó ante mi, amenazante. Sus gustos no habían dejado de ser excéntricos, después de tanto tiempo. Una de sus sirvientes me atendió, atemorizada por la indumentaria. Por suerte se trataba de una inmortal, o de lo contrario, con aquel rostro tan inocente, me hubiera abierto el apetito nuevamente. Neófitos... Aún conservaban parcialmente aquel aroma a vida que tanto me atraía. Aguardé unos minutos tumbada en un sillón bastante menos cómodo de lo que parecía. Se notaba la falta de uso de los muebles. Y entonces, la vi. Su silueta se apareció ante mi de forma fulminante, decisiva. De haber tenido un corazón que latiese, ahora estaría a punto de salírseme del pecho. Pero ella me convirtió en lo que soy. Y no tenía palabras suficientes para expresar mi gratitud.
Me observé en el espejo y palpé mis heridas. Aquel dolor me trajo de nuevo a la realidad. Y es que había algunas presas a las que no era conveniente subestimar. Algunas personas se aferran a la vida con uñas y dientes... Y nunca mejor dicho. El cambiante ahora yacía abierto en canal sobre aquella cama de motel mugrienta. Un bonito decorativo para las limpiadoras que llegaran al día siguiente. Sonreí con malicia, saboreando sus gritos aún antes de que se produjeran. Si es que eran tan terriblemente predecibles que ya podía predecir las cosas antes de que pasaran. Por suerte, la mayoría de heridas sanaron pronto. Observé mi labio inferior, aún sangrante, y clavé los colmillos en él, sintiendo una punzada de satisfacción recorrerme de arriba abajo. Sólo el dolor parecía mantenerse a un nivel aceptable tras la muerte, mientras el resto de mis emociones parecían embotadas. Quizá por eso no disfrutaba tanto como antes con el sexo... O quizá influía el hecho de que casi siempre fuesen humanos quienes caían en mis garras. No eran comparables a un vampiro ni de lejos. Por suerte, el diminuto vestido que llevaba puesto era lo suficientemente oscuro para disimular las marcas de sangre. Pese a que su olor distaba mucho de pasar desapercibido, mientras no me cruzara con ningún ser sobrenatural en mi corto paseo hasta el hogar de mi creadora, no tendría mayor problema que la incomodidad de tener la sangre de ese estúpido pegada a mi cuerpo.
Dejé el cadáver medio descuartizado ordenado de forma obscena encima del inservible colchón. Lo mío no era pasar desapercibida. Ni podía, ni me gustaba, ni me apetecía. Los crímenes tienen que causar impacto, o no has hecho bien tu trabajo. Y otra cosa no, pero siempre he sido bastante perfeccionista. Acabé mi obra de arte con dos copas de vino y una nota sugerente, en la que la despedida incluía la dirección donde vivía el cadáver antes de convertirse en un despojo de carne y hueso en descomposición. Salí del motel con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecha con el banquete y augurando los titulares en los periódicos de la mañana siguiente. El sexto asesinato en menos de una semana. La sexta víctima que aparecía desmembrada en camas de hostal alquiladas bajo un seudónimo. Buscaban un asesino en serie. ¡Que grotesca comparación para alguien como yo! Ningún criminal humano podría mostrar tal grado de falta de conciencia. Estúpidos humanos...
En diez minutos la imponente puerta de madera del hogar de mi creadora se recortó ante mi, amenazante. Sus gustos no habían dejado de ser excéntricos, después de tanto tiempo. Una de sus sirvientes me atendió, atemorizada por la indumentaria. Por suerte se trataba de una inmortal, o de lo contrario, con aquel rostro tan inocente, me hubiera abierto el apetito nuevamente. Neófitos... Aún conservaban parcialmente aquel aroma a vida que tanto me atraía. Aguardé unos minutos tumbada en un sillón bastante menos cómodo de lo que parecía. Se notaba la falta de uso de los muebles. Y entonces, la vi. Su silueta se apareció ante mi de forma fulminante, decisiva. De haber tenido un corazón que latiese, ahora estaría a punto de salírseme del pecho. Pero ella me convirtió en lo que soy. Y no tenía palabras suficientes para expresar mi gratitud.
H. "Masha" McCallum- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Destroying hope {Ophelia}
Silencio. La más oscura de las sensaciones cuando va acompañado de la soledad, amarga y cruda. Estando ambos de la mano, se convierten en un peso muerto sobre la espalda de quien los sufre. Y en aquella ocasión sería la fuerte y pétrea espalda de la inmortal la que se veía hundida bajo su peso. Abrió los ojos de par en par, con el ceño demasiado fruncido hasta para ella. Aquel ataúd, otrora convertido en un lugar confortable en el que pasar aquellas eternas horas del día en que no tenía posibilidad de salir al exterior, en aquel momento le resultaba de lo más incómodo. Era una limitación a su libertad, a su espacio vital. Una jaula pese a ser de lujo, que le recordaba en exceso su obligado enclaustramiento durante las horas de Sol. Y no es que se sintiera nostálgica por no poder acceder nuevamente a la calidez de aquel astro, nunca lo había echado precisamente de menos, pero estar encerrada era un recordatorio de que, pese a actuar como si pudiera hacer todo cuanto quisiera, aún había cosas que no podía hacer. Un recordatorio innecesario que la incomodaba enormemente, que la hacía sentir como si su aparentemente eterna e imperturbable libertad tuviera límites. Como si a un ave le colocaran grilletes en sus alas. Desde luego, no era una sensación con la que se alegrase de tratar nada más abrir los ojos.
Supo entonces que aquella noche, a su usual sentimiento de soledad lo acompañaría la melancolía. Impropia de ella, pese a lo lógico que ésta le parecía cuando la apreciaba en la mirada de otros inmortales. Pero ella era diferente. Siempre lo había sido. Distinta al resto, a todos aquellos que trataba de ver como sus iguales. Y quizá era por esa diferencia respecto a ellos, por lo que la incomodidad pronto se convirtió en una temible y desconocida opresión en el pecho, que la obligó a levantarse antes de tiempo. No podía seguir tumbada fingiendo dormir, como si eso fuera a acallar las voces que comenzaban a despertar en su cabeza. No podía seguir tratando de hacer como si nada ocurriese, no si pretendía mantener alejados todos aquellos recuerdos, todos aquellos pensamientos que no harían sino hundirla más en aquel pozo de desesperación, de infinita oscuridad... De confusión. De miedo. De un lugar que no había pisado durante décadas, y del que sabía que no le resultaría fácil salir por sí misma. Y menos, tras los últimos acontecimientos. Haber visto a su creador había despertado en ella emociones demasiado contradictorias para que pudiera entenderlas. Y eso la estaba destruyendo, estaba minando su capacidad para actuar deprisa, para reaccionar ante aquella nueva problemática. Aunque jamás lo reconocería.
Salió de su escondite cuando las últimas luces de la tarde aún coloreaban el horizonte de tonos anaranjados y dorados. Sus colmillos, blancos como la nieve, resplandecían en la penumbra reinante en la habitación. Un simple llamada bastó para que el sirviente que siempre aguardaba tras su puerta entrase con un suculento tentempié entre sus brazos. Los cabellos rubios de la joven Marie provocaron que aquella sensación tan familiar de sed despertara súbitamente. El lento palpitar de su corazón la tentaba enormemente, y la hizo relamerse de forma involuntaria. Las subidas y bajadas de su pecho al compás de su respiración la instó a acercarse, casi tanto como el aroma a juventud que emanaba de todo su cuerpo. Bebió lo suficiente para lograr que la muchacha se desmayara, pero se detuvo justo antes de que su vida se extinguiera por completo. El criado sonrió ante aquella muestra de control por parte de su ama, y se la llevó nuevamente al destartalado calabozo que estaba destinado para sus "almuerzos". Ophelia se limitó a recostarse en su mullida cama, que había usado casi las mismas veces que la cocina, tomando entre sus manos uno de los viejos manuscritos que reposaban sobre el escritorio de roble. No había conseguido acabar ninguno, pese a haber empezado hacía bastante tiempo atrás. ¿Tedio, monotonía? Tal vez, aunque ella solía preferir pensar que era la falta de habilidad de los escritores lo que no la ayudaban a terminar los libros.
Aunque aquella noche, toda la evidencia apuntaba a que estaba equivocada... Al menos, hasta que aquel conocido aroma la distrajo de sus pensamientos. Helenna... Su Helenna. Descendió las escaleras en menos de dos segundos, y se situó en el umbral de la sala fingiendo una tranquilidad que no sentía en absoluto. No se había dado cuenta de lo mucho que la había echado de menos hasta que la tuvo frente a sí. Sus ojos coincidieron unos segundos, aunque le supo a una eternidad. Y todo se resquebrajó. Las dudas, el miedo. Nada tenía importancia. De las dos, ella era la fuerte, y como tal debía actuar. Escondió sus pensamientos bajo una gruesa capa de indiferencia y se acercó al fruto de su sangre con paso decidido. - Tú... has venido a mi encuentro... ¿Te aburriste ya del clima eternamente húmedo de Londres, o simplemente te resignaste a aceptar que no puedes vivir sin mi? -Su voz sonó ronca, profunda, aunque conservando aquel matiz pícaro y áspero que siempre la había caracterizado. La voz de una serpiente tratando de seducir a un inocente. Del diablo, mintiendo a una nueva presa.
Supo entonces que aquella noche, a su usual sentimiento de soledad lo acompañaría la melancolía. Impropia de ella, pese a lo lógico que ésta le parecía cuando la apreciaba en la mirada de otros inmortales. Pero ella era diferente. Siempre lo había sido. Distinta al resto, a todos aquellos que trataba de ver como sus iguales. Y quizá era por esa diferencia respecto a ellos, por lo que la incomodidad pronto se convirtió en una temible y desconocida opresión en el pecho, que la obligó a levantarse antes de tiempo. No podía seguir tumbada fingiendo dormir, como si eso fuera a acallar las voces que comenzaban a despertar en su cabeza. No podía seguir tratando de hacer como si nada ocurriese, no si pretendía mantener alejados todos aquellos recuerdos, todos aquellos pensamientos que no harían sino hundirla más en aquel pozo de desesperación, de infinita oscuridad... De confusión. De miedo. De un lugar que no había pisado durante décadas, y del que sabía que no le resultaría fácil salir por sí misma. Y menos, tras los últimos acontecimientos. Haber visto a su creador había despertado en ella emociones demasiado contradictorias para que pudiera entenderlas. Y eso la estaba destruyendo, estaba minando su capacidad para actuar deprisa, para reaccionar ante aquella nueva problemática. Aunque jamás lo reconocería.
Salió de su escondite cuando las últimas luces de la tarde aún coloreaban el horizonte de tonos anaranjados y dorados. Sus colmillos, blancos como la nieve, resplandecían en la penumbra reinante en la habitación. Un simple llamada bastó para que el sirviente que siempre aguardaba tras su puerta entrase con un suculento tentempié entre sus brazos. Los cabellos rubios de la joven Marie provocaron que aquella sensación tan familiar de sed despertara súbitamente. El lento palpitar de su corazón la tentaba enormemente, y la hizo relamerse de forma involuntaria. Las subidas y bajadas de su pecho al compás de su respiración la instó a acercarse, casi tanto como el aroma a juventud que emanaba de todo su cuerpo. Bebió lo suficiente para lograr que la muchacha se desmayara, pero se detuvo justo antes de que su vida se extinguiera por completo. El criado sonrió ante aquella muestra de control por parte de su ama, y se la llevó nuevamente al destartalado calabozo que estaba destinado para sus "almuerzos". Ophelia se limitó a recostarse en su mullida cama, que había usado casi las mismas veces que la cocina, tomando entre sus manos uno de los viejos manuscritos que reposaban sobre el escritorio de roble. No había conseguido acabar ninguno, pese a haber empezado hacía bastante tiempo atrás. ¿Tedio, monotonía? Tal vez, aunque ella solía preferir pensar que era la falta de habilidad de los escritores lo que no la ayudaban a terminar los libros.
Aunque aquella noche, toda la evidencia apuntaba a que estaba equivocada... Al menos, hasta que aquel conocido aroma la distrajo de sus pensamientos. Helenna... Su Helenna. Descendió las escaleras en menos de dos segundos, y se situó en el umbral de la sala fingiendo una tranquilidad que no sentía en absoluto. No se había dado cuenta de lo mucho que la había echado de menos hasta que la tuvo frente a sí. Sus ojos coincidieron unos segundos, aunque le supo a una eternidad. Y todo se resquebrajó. Las dudas, el miedo. Nada tenía importancia. De las dos, ella era la fuerte, y como tal debía actuar. Escondió sus pensamientos bajo una gruesa capa de indiferencia y se acercó al fruto de su sangre con paso decidido. - Tú... has venido a mi encuentro... ¿Te aburriste ya del clima eternamente húmedo de Londres, o simplemente te resignaste a aceptar que no puedes vivir sin mi? -Su voz sonó ronca, profunda, aunque conservando aquel matiz pícaro y áspero que siempre la había caracterizado. La voz de una serpiente tratando de seducir a un inocente. Del diablo, mintiendo a una nueva presa.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
En el breve lapso de tiempo entre mi llegada, y la llegada de mi creadora al percibir mi presencia desde donde estuviese, pude observar analíticamente todo cuanto me rodeaba. Aquella habitación ricamente ornamentada, aquellas paredes cubiertas por un tapiz antiguo pero cuidado, todo ello estaba impregnado con su esencia. Su aroma era inconfundible, ineludible, me acompañaba allí donde fuera. Ella estaba dentro de mi, por lo que necesariamente sería lo primero que lograba identificar en cada lugar que visitaba. Y en cierta forma, pese a lo raro que aún me resultaba sentirme de esa forma con alguien, siempre me pareció reconfortante. Extraño, sí, pero reconfortante. El hecho de saber que pese a todo siempre habría alguien al que acudir, por muy mal que fueran las cosas, me hacía sentir bastante mejor. Desde luego, mucho mejor respecto a cómo me sentí en vida. Abandonada en una habitación rodeada de libros, incapacitada para llevar una vida propia tal y como yo decidiera. Ophelia me liberó, me hizo dueña de mi vida, de mi destino, me regaló la fuerza que siempre necesité para avanzar. Pero ahora se alejaba de mi, temerosa por la suerte que pudiera correr ante la llegada de ese... ser que se hacía llamar su creador. Le tenía que demostrar que el miedo es infundado. Que juntas... Juntas podíamos vencerlo. Si por alguna remota casualidad decía la verdad al confesar que no le interesa.
Cuando finalmente estuvo ante mi, pude contemplarla nuevamente en todo su esplendor. En toda su belleza. En todo su potencial. Y fue entonces cuando me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos. Sí, estaba comenzando a obsesionarme con ella. Necesitaba de su presencia para sentirme bien, para sentirme viva... De nuevo. Sus palabras resonaron en mi mente con fuerza, con violencia. ¿Cómo podría ella saber de mi imperiosa necesidad por tenerla cerca, por obligarla a tenerme presente en todos y cada uno de sus actos? No podía leer mi mente. Esa no era una de sus capacidades. Lo sabía, y aún así, me sorprendía. ¿Tal era nuestro nivel de conexión? ¿Podía acaso sentir lo que yo sentía, solamente porque mi sangre también recorriera sus inservibles arterias? Ella me dio esta nueva vida, y mi sangre sirvió para regar de una falsa existencia sus tejidos. Somos parte la una de la otra. Y la sensación es inexplicablemente maravillosa. Tan irreal, que sólo los seres como nosotros pueden percibir su magnitud, su importancia.
- Tal vez mi visita se deba a una mezcla de las dos... Londres es más húmedo si lo acompañamos de la soledad que vuestra ausencia deja en mi vida, mi señora. -Ejecuté una grácil reverencia, adulando su persona como sabía que ella aborrecía. Si en su naturaleza estaba implícita la maldad, en la mía lo estaba la necesidad de fastidiarla. Aunque eso nunca le había desagradado. De hecho, intuyo que fue precisamente esa picardía la que me hizo interesante ante sus escépticos ojos. Después de todo, yo no era más que un despojo de huesos inservibles antes de que ella me concediera el don inmortal. Se lo debía, y se lo debo, todo. Yo sólo le serví de postre en una noche cualquiera. - ¿He de intuir que mi presencia os congratula, por haber venido tan deprisa, o simplemente pasabais por aquí? Es evidente que venís de forma muy asidua a esta sala... -Siseé, caminando hasta su encuentro, enarcando una ceja con cierta ironía. Quería provocarla. Quería que se diera cuenta de que ese sentimiento era mutuo. Quería que fuese consciente de que ambas nos necesitábamos. Aunque fuera en cierta medida.
Cuando finalmente estuvo ante mi, pude contemplarla nuevamente en todo su esplendor. En toda su belleza. En todo su potencial. Y fue entonces cuando me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos. Sí, estaba comenzando a obsesionarme con ella. Necesitaba de su presencia para sentirme bien, para sentirme viva... De nuevo. Sus palabras resonaron en mi mente con fuerza, con violencia. ¿Cómo podría ella saber de mi imperiosa necesidad por tenerla cerca, por obligarla a tenerme presente en todos y cada uno de sus actos? No podía leer mi mente. Esa no era una de sus capacidades. Lo sabía, y aún así, me sorprendía. ¿Tal era nuestro nivel de conexión? ¿Podía acaso sentir lo que yo sentía, solamente porque mi sangre también recorriera sus inservibles arterias? Ella me dio esta nueva vida, y mi sangre sirvió para regar de una falsa existencia sus tejidos. Somos parte la una de la otra. Y la sensación es inexplicablemente maravillosa. Tan irreal, que sólo los seres como nosotros pueden percibir su magnitud, su importancia.
- Tal vez mi visita se deba a una mezcla de las dos... Londres es más húmedo si lo acompañamos de la soledad que vuestra ausencia deja en mi vida, mi señora. -Ejecuté una grácil reverencia, adulando su persona como sabía que ella aborrecía. Si en su naturaleza estaba implícita la maldad, en la mía lo estaba la necesidad de fastidiarla. Aunque eso nunca le había desagradado. De hecho, intuyo que fue precisamente esa picardía la que me hizo interesante ante sus escépticos ojos. Después de todo, yo no era más que un despojo de huesos inservibles antes de que ella me concediera el don inmortal. Se lo debía, y se lo debo, todo. Yo sólo le serví de postre en una noche cualquiera. - ¿He de intuir que mi presencia os congratula, por haber venido tan deprisa, o simplemente pasabais por aquí? Es evidente que venís de forma muy asidua a esta sala... -Siseé, caminando hasta su encuentro, enarcando una ceja con cierta ironía. Quería provocarla. Quería que se diera cuenta de que ese sentimiento era mutuo. Quería que fuese consciente de que ambas nos necesitábamos. Aunque fuera en cierta medida.
H. "Masha" McCallum- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Destroying hope {Ophelia}
Una sonrisa indescifrable se dibujó en el rostro de la mayor cuando finalmente estuvieron a la altura. Lo había hecho bien con Helenna, con su Helenna. Se había convertido en una inmortal en todos los sentidos que podía tomar aquella palabra. Y eso que eran bastantes. Fría. Calculadora. Sensual. Y con aquella extraña capacidad de sacar de quicio al más tranquilo de los seres sobre la faz de la tierra. Claro que ella en aquellos momentos no es que fuese difícilmente irritable, dado su inestable estado de ánimo, pero aún así podía apreciar sin demasiada dificultad el certero intento de su progenie de tocarle... las narices. De hecho, siempre había sido particularmente buena para tocar justo en aquella llaga que la hacía perder los estribos, y sí, precisamente por eso la había elegido a ella y no a otra para convertirse en el fruto de su "vientre". O de su sangre, más bien. Alzó la mano para acariciar el hermoso rostro de su progenie, después de los muchos meses que había pasado separada de ella. Era extraño. ¿Cómo un monstruo como ella era capaz de sentir un vínculo emocional de semejante intensidad? Y lo más importante, ¿cómo conseguía mantenerlo intacto después de tanto tiempo y tantos vaivenes? Teniendo en cuenta la brusca forma de ser de Ophelia, así como su normal indiferencia hacia casi todo el mundo, no es que hubiera sido precisamente fácil. Para ninguna de las dos.
Y sin embargo, allí estaban, juntas, varias décadas después de que la vampiresa mayor decidiera que era hora de que su progenie caminase a solas por el mundo. Por lo menos, no la había abandonado sin avisarle antes, como lo hizo con ella su creador, muchísimo antes de que ambas se conocieran. Eso también hacía que las cosas fuesen, de entrada, bastante distintas. El contacto con su piel le resultó reconfortante y consiguió arrastrar por completo aquellos resquicios de duda que aún quedaban vagando por su mente. Cuando Helenna estaba cerca, el temor no era una opción. Ella tenía que ser fuerte y valiente por las dos, y lo sería. Tenía una responsabilidad, una imagen que mantener, pese a que sabía perfectamente que nadie sería mejor confidente que aquella joven a la que una vez arrebató la vida, para traerla consigo a aquella existencia condenada a la eternidad. ¿Qué iba a hacer? ¿Confesarle que estaba pasando por una etapa de inseguridad emocional, decirle que necesitaba consuelo, compañía, o acabaría cayendo en las garras de aquella melancolía que devoraba su buen juicio? No podía hacerlo. Su orgullo, aquella necesidad de demostrar de lo mucho que era capaz, se lo impedía. Y siempre lo había hecho. No iba a comportarse ahora como siempre había evitado hacerlo, como siempre había condenado en los demás. No necesitaba su ayuda, ni su presencia, ni su compañía para seguir manteniéndose en su sitio. Aunque era evidente que lo agradecía.
- Vaya una confesión, Helenna... ¿acaso creéis que vuestras palabras me harán, acaso, replantearme el volver? Londres no es mi hogar, sino el vuestro, además, la humedad es terrible para mi pelo. Como si no me conociérais... -Una sonrisa pícara, irónica, se dibujó en su semblante, normalmente inexpresivo. No podía evitarlo. Que ella estuviera allí, pese a los muchos problemas que sabía que eso le acarrearía con su creador, le agradaba de sobremanera. Y esa sensación se manifestó muy pronto, cuando la vampiresa se acercó a su descendiente y atrapó los labios ajenos con los suyos, en un beso demandante, urgente. Un beso que llevaba mucho tiempo esperando darle. - ¿Por qué demonios habéis tardado tanto? ¿Acaso he de recordaros que formáis parte de mi, a diario? ¡Y dejad de decir tonterías! Por supuesto que pasaba por aquí. Que me agrade vuestra visita no significa que seáis mi prioridad, nunca lo habéis sido... -Y aunque sus palabras sonaron duras, pese al tono de broma que quedó patente, no eran del todo mentira. Las dos sabían que los sentimientos que Ophelia profesaba por cualquier persona distinta a su creador tenía un importante componente temporal: solían durar lo mismo en que tardaban en reaparecer los recuerdos de él. Y, con su llegada, aquello era mucho más evidente. Aún así, cuando rodeó a la vampiresa más joven por la cintura, atrayéndola hacia sí, por nada del mundo hubiese pedido nada más ni nada diferente. Aunque ella nunca pudiera sentir lo mismo, Helenna siempre había sido como un oasis de paz, de esperanza. La perfecta compañera... De no haber elegido ya, probablemente de forma errónea, a alguien para esa labor.
Y sin embargo, allí estaban, juntas, varias décadas después de que la vampiresa mayor decidiera que era hora de que su progenie caminase a solas por el mundo. Por lo menos, no la había abandonado sin avisarle antes, como lo hizo con ella su creador, muchísimo antes de que ambas se conocieran. Eso también hacía que las cosas fuesen, de entrada, bastante distintas. El contacto con su piel le resultó reconfortante y consiguió arrastrar por completo aquellos resquicios de duda que aún quedaban vagando por su mente. Cuando Helenna estaba cerca, el temor no era una opción. Ella tenía que ser fuerte y valiente por las dos, y lo sería. Tenía una responsabilidad, una imagen que mantener, pese a que sabía perfectamente que nadie sería mejor confidente que aquella joven a la que una vez arrebató la vida, para traerla consigo a aquella existencia condenada a la eternidad. ¿Qué iba a hacer? ¿Confesarle que estaba pasando por una etapa de inseguridad emocional, decirle que necesitaba consuelo, compañía, o acabaría cayendo en las garras de aquella melancolía que devoraba su buen juicio? No podía hacerlo. Su orgullo, aquella necesidad de demostrar de lo mucho que era capaz, se lo impedía. Y siempre lo había hecho. No iba a comportarse ahora como siempre había evitado hacerlo, como siempre había condenado en los demás. No necesitaba su ayuda, ni su presencia, ni su compañía para seguir manteniéndose en su sitio. Aunque era evidente que lo agradecía.
- Vaya una confesión, Helenna... ¿acaso creéis que vuestras palabras me harán, acaso, replantearme el volver? Londres no es mi hogar, sino el vuestro, además, la humedad es terrible para mi pelo. Como si no me conociérais... -Una sonrisa pícara, irónica, se dibujó en su semblante, normalmente inexpresivo. No podía evitarlo. Que ella estuviera allí, pese a los muchos problemas que sabía que eso le acarrearía con su creador, le agradaba de sobremanera. Y esa sensación se manifestó muy pronto, cuando la vampiresa se acercó a su descendiente y atrapó los labios ajenos con los suyos, en un beso demandante, urgente. Un beso que llevaba mucho tiempo esperando darle. - ¿Por qué demonios habéis tardado tanto? ¿Acaso he de recordaros que formáis parte de mi, a diario? ¡Y dejad de decir tonterías! Por supuesto que pasaba por aquí. Que me agrade vuestra visita no significa que seáis mi prioridad, nunca lo habéis sido... -Y aunque sus palabras sonaron duras, pese al tono de broma que quedó patente, no eran del todo mentira. Las dos sabían que los sentimientos que Ophelia profesaba por cualquier persona distinta a su creador tenía un importante componente temporal: solían durar lo mismo en que tardaban en reaparecer los recuerdos de él. Y, con su llegada, aquello era mucho más evidente. Aún así, cuando rodeó a la vampiresa más joven por la cintura, atrayéndola hacia sí, por nada del mundo hubiese pedido nada más ni nada diferente. Aunque ella nunca pudiera sentir lo mismo, Helenna siempre había sido como un oasis de paz, de esperanza. La perfecta compañera... De no haber elegido ya, probablemente de forma errónea, a alguien para esa labor.
Última edición por Ophelia M. Haborym el Sáb Nov 08, 2014 4:12 pm, editado 2 veces
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
No pude evitar sonreír ante su larga e incisiva mirada. No podía evitarlo, ella también me había echado de menos. Y era lógico. Ambas teníamos gustos parecidos, ideas similares y caracteres complementarios. Estábamos hechas la una para la otra, aunque sabía que ella nunca llegaría a reconocerlo. Lo aceptaba, siempre lo acepté. Formaba parte de su carácter, de su personalidad, el no ser capaz de abrir su corazón ni mostrar sus sentimientos a los demás. Aunque nunca supe decir si era por miedo o por incapacidad para hacerlo. Sea como fuere, la conocía lo bastante bien para ser capaz de intuir, de entre toda aquella frialdad, una pizca de su afecto por mi. Con eso me bastaba. Me mantuve quieta en el sitio, sin hacer ningún ademán de querer acercarme. Lo cierto era que hubiese querido abalanzarme sobre ella, besarla, estrecharla entre mis brazos, hacerle sentir parte de esos sentimientos que sabía que eran mutuos. No para ablandarla, sino para recordárselo. Porque incluso los monstruos tienen derecho a sentir. Ladeé el rostro, disfrutando de su caricia. Su tacto era tan suave y sutil como la porcelana, pese a la frialdad característica de los de nuestra especie. El impulso de besarla se adueñó de mi nuevamente, pero para mi suerte, ella se me adelantó.
Atrapé su rostro entre mis manos y me dejé llevar. Como siempre había hecho. Pese a lo mucho que me agradaba molestarla siempre supe que ella era la dominante, la que mandaba en nuestra relación. Precisamente por ello ignoré sus comentarios en un principio, a sabiendas de que cualquier cosa que pudiera decir provocaría su alejamiento. Y quería cualquier cosa menos eso. La necesitaba así, cerca, y más después de todo el tiempo que habíamos pasado separadas. Me impregné del sabor de sus labios, de su esencia. Y no pude hacer otra cosa más que estremecerme. Sentí sus colmillos atravesar la carne fina de los míos, y un cosquilleo comenzó a ascender desde la parte baja de mi vientre. Mi cuerpo respondía al suyo. Como siempre. ¿Cómo no iba a hacerlo? Era hermosa de una forma difícil de describir, más incluso que la mayoría de inmortales, y eso que éstos solían ser espectaculares. Ella tenía algo más, algo que la hacía diferente, especial, un aura de misterio y peligro que la rodeaba a ella y a todo cuanto le pertenecía. Algo que te hacía querer acercarte pese a que todos tus sentidos te avisaban del peligro inminente. Porque en sus ojos oscuros se apreciaba claramente su violencia, pero no importaba. El magnetismo que desprendía era lo bastante grande para eclipsar la voz de la razón. Esa había sido mi perdición, aunque nunca me arrepentí. Porque entonces, y ahora, sigo pensando que le debo muchísimo.
- ¿Por qué os sorprende tanto que lo diga? Siempre habéis sabido que pese a vuestra frialdad para conmigo, mis sentimientos por vos no han cambiado ni un ápice... Porque sé que en el fondo de ese oscuro corazón guardáis un hueco para mi. Aunque sea minúsculo. -Volví a tomar sus labios entre los míos al instante de separarse. Quería que nuestra cercanía perdurase por mucho más tiempo, y al notar sus brazos alrededor de mi, no pude evitar responder abrazándola. Se resistió un poco, pero finalmente lo correspondió. - Quise venir antes... y lo sabéis. Pero vos misma me dijisteis que no era un buen momento. Él... ¿sigue por aquí? No quiero que por mi culpa tengáis un problema. -Obvie mencionar que yo ya lo había visto y que habíamos tenido unas cuantas palabras, no precisamente agradables, apenas hacía unos días. Sin embargo hice caso omiso a sus advertencias y me atreví a visitar a mi creadora, porque dijera lo que dijese, ella también era mía. Aunque fuera en parte. - En fin, no hace falta que insistáis tanto en que no soy vuestra prioridad. Ya lo sé. Y no es que me importe... Y... ¿qué? ¿No pensáis invitarme a un tentempié? Hay una criada bastante apetitosa rondando por el pasillo. Muy joven para mi gusto pero creo que bastará... Quién sabe, quizá incluso podría hacerla mía, convertirla, para luego ignorarla como hacéis vos conmigo. -Aunque mi voz sonó hostil, por mi tono sarcástico supe que no le molestaría. Me alejé un poco de ella y me senté en uno de aquellos duros sillones. Fríos y hermosos. Como su dueña.
Atrapé su rostro entre mis manos y me dejé llevar. Como siempre había hecho. Pese a lo mucho que me agradaba molestarla siempre supe que ella era la dominante, la que mandaba en nuestra relación. Precisamente por ello ignoré sus comentarios en un principio, a sabiendas de que cualquier cosa que pudiera decir provocaría su alejamiento. Y quería cualquier cosa menos eso. La necesitaba así, cerca, y más después de todo el tiempo que habíamos pasado separadas. Me impregné del sabor de sus labios, de su esencia. Y no pude hacer otra cosa más que estremecerme. Sentí sus colmillos atravesar la carne fina de los míos, y un cosquilleo comenzó a ascender desde la parte baja de mi vientre. Mi cuerpo respondía al suyo. Como siempre. ¿Cómo no iba a hacerlo? Era hermosa de una forma difícil de describir, más incluso que la mayoría de inmortales, y eso que éstos solían ser espectaculares. Ella tenía algo más, algo que la hacía diferente, especial, un aura de misterio y peligro que la rodeaba a ella y a todo cuanto le pertenecía. Algo que te hacía querer acercarte pese a que todos tus sentidos te avisaban del peligro inminente. Porque en sus ojos oscuros se apreciaba claramente su violencia, pero no importaba. El magnetismo que desprendía era lo bastante grande para eclipsar la voz de la razón. Esa había sido mi perdición, aunque nunca me arrepentí. Porque entonces, y ahora, sigo pensando que le debo muchísimo.
- ¿Por qué os sorprende tanto que lo diga? Siempre habéis sabido que pese a vuestra frialdad para conmigo, mis sentimientos por vos no han cambiado ni un ápice... Porque sé que en el fondo de ese oscuro corazón guardáis un hueco para mi. Aunque sea minúsculo. -Volví a tomar sus labios entre los míos al instante de separarse. Quería que nuestra cercanía perdurase por mucho más tiempo, y al notar sus brazos alrededor de mi, no pude evitar responder abrazándola. Se resistió un poco, pero finalmente lo correspondió. - Quise venir antes... y lo sabéis. Pero vos misma me dijisteis que no era un buen momento. Él... ¿sigue por aquí? No quiero que por mi culpa tengáis un problema. -Obvie mencionar que yo ya lo había visto y que habíamos tenido unas cuantas palabras, no precisamente agradables, apenas hacía unos días. Sin embargo hice caso omiso a sus advertencias y me atreví a visitar a mi creadora, porque dijera lo que dijese, ella también era mía. Aunque fuera en parte. - En fin, no hace falta que insistáis tanto en que no soy vuestra prioridad. Ya lo sé. Y no es que me importe... Y... ¿qué? ¿No pensáis invitarme a un tentempié? Hay una criada bastante apetitosa rondando por el pasillo. Muy joven para mi gusto pero creo que bastará... Quién sabe, quizá incluso podría hacerla mía, convertirla, para luego ignorarla como hacéis vos conmigo. -Aunque mi voz sonó hostil, por mi tono sarcástico supe que no le molestaría. Me alejé un poco de ella y me senté en uno de aquellos duros sillones. Fríos y hermosos. Como su dueña.
H. "Masha" McCallum- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
Inevitablemente, las palabras de la joven vampiresa la hicieron reaccionar de forma brusca y negativa. La apartó sin demasiada delicadeza y se la quedó observando, meditando por un instante lo que significaban. Ophelia siempre había tenido serias dificultades para comprender -y respetar- las emociones de los demás, más que nada, porque ella misma no era capaz de recordar cómo era tener sentimientos. Mucho menos saber qué significaban o qué implicaciones tenían. ¿Por qué Helenna mostraba aquella obsesión con ella pese a saber que nunca la correspondería? ¿Qué esperaba conseguir insistiendo de aquella forma tan absurda? Ni lo sabía, ni pensaba que alguna vez podría llegar a comprenderlo. Básicamente porque para ella no tenía ningún sentido. - No es que me sorprenda... pero creo que pese a todo no dejo de pensar en que estaríais mejor... sin mi. Lejos. Viviendo vuestra vida. Porque las dos sabemos que ese hueco es demasiado minúsculo. ¿Acaso lo aceptaréis para siempre? ¿No acabaréis exigiendo algo más, algo que no voy a poder daros nunca? -Aunque sus palabras pudieran sonar melancólicas o incluso sentimentales, su rostro sólo mostraba una profunda frialdad. Su mente había conseguido alejar de su conciencia toda aquella frustración que hasta la llegada de la vampiresa la había estado persiguiendo. Por suerte para ambas. La mayor pensaba con más facilidad cuando en su mente no había pensamientos nostálgicos de ningún tipo. Porque la nostalgia la llevaba al recuerdo de su creador, y ya lo tenía bastante presente. Demasiado, a decir verdad.
- Por supuesto. Dudo mucho que se marche por su propio pie. Él es así. Más como yo de lo que me gusta reconocer. Pero no temáis, mi niña, y menos por mi seguridad. Me temo que ambas sabemos que las represalias, en caso de haberlas, no serían para mi. Irá a por vos si lo descubre... Pero tranquila... -Tomó a la vampiresa por su mentón con infinita delicadeza. - A mi tampoco me gusta que toquen mis cosas. No le dejaré acercarse. -Dicho esto, se alejó un poco más, hasta la entrada de la habitación, donde ordenó a voz de grito que vinieran a atenderlas. El servicio, siempre atemorizado por aquella dueña tan poco dada a conceder segundas oportunidades, no se demoró demasiado en aparecer. Una joven bastante regordeta se presentó ante ambas en menos de dos minutos. Estaba nerviosa, su corazón latía a toda prisa y no paraba de frotarse las manos, intentando controlarse. Parecía a punto de desmayarse. - Dile al resto que quiero que preparen la habitación contigua a la mía para una visita muy importante. Colocad un ataúd de los que están en el sótano, el mejor que encontréis. Mi progenie va a quedarse un tiempo conmigo y quiero que esté cómoda. Y sí, eso también significa que necesitaré a "esas jóvenes". Diles a todas que vengan aquí inmediatamente. Quiero que escoja la que más le guste. -La muchacha asintió y se marchó casi corriendo. Era evidente que la idea de tener a otro vampiro dentro de la casa no le había hecho demasiado gracia, aunque la opinión del servicio no es que le importara demasiado a la dueña del castillo. Ni la de nadie, en general. Ni siquiera había preguntado a Helenna si estaba dispuesta a quedarse. Ambas sabían que la respuesta sería sí.
- Oh, ¿no me digáis que os habéis ofendido? Parece mentira que no me conozcáis ya a estas alturas... Os insisto tanto para evitar que se os olvide. Vos sois mía, me pertenecéis... Pero no al contrario. ¿Entendido? -Siseó para ponerse a su altura en dos zancadas, agachándose hasta quedarse frente a ella. - Tened cuidado con el tono, Helenna, dudo que queráis enfadarme. -Volvió a tomar su rostro entre sus manos, pero esta vez dejando de lado toda su delicadeza. Sus ojos reflejaron la inconfundible llama de la rabia. Aquel comentario no sólo no le había gustado, sino que había logrado sacarla de quicio nuevamente. Era una auténtica experta en ello. - Nunca os permitiré tener a nadie para vos. Nunca. Aceptadlo y cerrad el pico antes de que me enfade de verdad. No creo que queráis saber lo que soy capaz de hacer... -Tomó sus labios entre los suyos con violencia, con salvajismo, buscando su lengua con ansias. - Sois mía, Helenna, como yo soy de él. Y no es algo de lo que podamos escapar. Ninguna de las dos. -La vampiresa se alejó justo en el momento en que doce muchachas aparecieron por el umbral de la puerta. Su simple aroma logró hacer que sus colmillos descendiesen. - Escoged la que más os guste, "hijita". Es mi colección más selecta. -Se recostó sobre uno de los sillones y se limitó a observar. Quería ver cómo lo hacía. Quería ver cómo trataba de ponerla celosa. Quería saber si lo conseguiría.
- Por supuesto. Dudo mucho que se marche por su propio pie. Él es así. Más como yo de lo que me gusta reconocer. Pero no temáis, mi niña, y menos por mi seguridad. Me temo que ambas sabemos que las represalias, en caso de haberlas, no serían para mi. Irá a por vos si lo descubre... Pero tranquila... -Tomó a la vampiresa por su mentón con infinita delicadeza. - A mi tampoco me gusta que toquen mis cosas. No le dejaré acercarse. -Dicho esto, se alejó un poco más, hasta la entrada de la habitación, donde ordenó a voz de grito que vinieran a atenderlas. El servicio, siempre atemorizado por aquella dueña tan poco dada a conceder segundas oportunidades, no se demoró demasiado en aparecer. Una joven bastante regordeta se presentó ante ambas en menos de dos minutos. Estaba nerviosa, su corazón latía a toda prisa y no paraba de frotarse las manos, intentando controlarse. Parecía a punto de desmayarse. - Dile al resto que quiero que preparen la habitación contigua a la mía para una visita muy importante. Colocad un ataúd de los que están en el sótano, el mejor que encontréis. Mi progenie va a quedarse un tiempo conmigo y quiero que esté cómoda. Y sí, eso también significa que necesitaré a "esas jóvenes". Diles a todas que vengan aquí inmediatamente. Quiero que escoja la que más le guste. -La muchacha asintió y se marchó casi corriendo. Era evidente que la idea de tener a otro vampiro dentro de la casa no le había hecho demasiado gracia, aunque la opinión del servicio no es que le importara demasiado a la dueña del castillo. Ni la de nadie, en general. Ni siquiera había preguntado a Helenna si estaba dispuesta a quedarse. Ambas sabían que la respuesta sería sí.
- Oh, ¿no me digáis que os habéis ofendido? Parece mentira que no me conozcáis ya a estas alturas... Os insisto tanto para evitar que se os olvide. Vos sois mía, me pertenecéis... Pero no al contrario. ¿Entendido? -Siseó para ponerse a su altura en dos zancadas, agachándose hasta quedarse frente a ella. - Tened cuidado con el tono, Helenna, dudo que queráis enfadarme. -Volvió a tomar su rostro entre sus manos, pero esta vez dejando de lado toda su delicadeza. Sus ojos reflejaron la inconfundible llama de la rabia. Aquel comentario no sólo no le había gustado, sino que había logrado sacarla de quicio nuevamente. Era una auténtica experta en ello. - Nunca os permitiré tener a nadie para vos. Nunca. Aceptadlo y cerrad el pico antes de que me enfade de verdad. No creo que queráis saber lo que soy capaz de hacer... -Tomó sus labios entre los suyos con violencia, con salvajismo, buscando su lengua con ansias. - Sois mía, Helenna, como yo soy de él. Y no es algo de lo que podamos escapar. Ninguna de las dos. -La vampiresa se alejó justo en el momento en que doce muchachas aparecieron por el umbral de la puerta. Su simple aroma logró hacer que sus colmillos descendiesen. - Escoged la que más os guste, "hijita". Es mi colección más selecta. -Se recostó sobre uno de los sillones y se limitó a observar. Quería ver cómo lo hacía. Quería ver cómo trataba de ponerla celosa. Quería saber si lo conseguiría.
Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Feb 27, 2015 8:10 am, editado 1 vez
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
Al escucharla escupir aquellas palabras con la firme pretensión de ofenderme, no pude evitar estremecerme. Cada vez se parecía más a aquel que tanto odiábamos ambas. Tanto en su actitud altiva y cruel, como en su forma de tratar a los seres que se suponía que eran "queridos". Me trataba como si fuera de su propiedad, exactamente igual a como él la trataba a ella. Ahora la pregunta clave era, ¿lo hacía porque realmente no conocía otra forma de comportarse? O por el contrario, ¿lo hacía porque quería parecerse a él? Porque en el caso de que fuese la segunda opción, estaban condenados a destruirse. Y ella saldría perdiendo. No podía permitir que eso ocurriera. Ella era mi creadora, su sangre dotó de vida mi cuerpo inerte, ella me trajo a las sombras del mundo inmortal, liberándome de la limitación que me había impuesto mi carne enferma. Ella también me pertenecía, aunque no quisiera comprenderlo, ni fuera a aceptarlo jamás. Esa era la única realidad. Las dos estábamos unidas, nuestro vínculo era indestructible... Como el suyo con su creador, sí, pero con la diferencia de que entre ella y yo no había obstáculos. No había rencor. No había abandono. Siempre estuvimos unidas. Debía vencer aquella guerra antes de que el vampiro entrase a escena, o no habría vuelta atrás. Yo debía destruirlo. Debía destruirlo para recuperarla.
Dejé que tomara mis labios sin moverme ni un ápice. Había extrañado tanto su aroma, su presencia, que ni siquiera me importaba que me tratase como un simple objeto. Ella mandaba, ella dominaba, yo debía complacerla... Al menos, cuando fuese realmente necesario. Porque si algo sabía de Ophelia, era que la sumisión la aburría sobremanera. Que ella me había elegido a mi por tener carácter, por no dejarme pisotear. Por sacarla de quicio. Sabía que eso le gustaba, aunque a la vez esa fuera la causa mayoritaria de nuestras disputas. Gruñí por lo bajo cuando se alejó. - Ya sabéis que no lo decía en serio... No deseo convertir a nadie, ni tener a nadie pululando a mi alrededor, porque para mi sois lo único que importa. Nuestro vínculo... o el mío hacia vos, ya, no quiero que me recordéis otra vez que no es correspondido. Aunque no lo creáis, no soy tan fría como vos y ese gilipollas al que tenéis por creador. A mi sí me duele cuando os alejáis, cuando decidís que ya no soy interesante ni importante. -Suspiré, estirándome en el suelo como si más que ser una vampiresa, fuese una especie de gato. La observé moverse, siempre sensual, siempre firme, siempre poderosa. Realmente siempre aspiré a parecerme a ella, al menos, lo suficiente para que me mereciese un poco más de respeto por su parte. Quizá entonces dejaría de verme como a una simple neófita, y empezara a verme como a su compañera. Porque él, aquel vampiro, no lo sería. No podía serlo. No se la merecía.
Cuando sus colmillos descendieron, los míos propios también hicieron acto de presencia, aunque más por la excitación que su simple presencia me provocaba que por las jóvenes que comenzaron a aparecer frente a nosotras. Mi apetito no era precisamente de aquella sangre virginal, sino de la suya... Pero un regalo es un regalo. - Vaya, vaya... No habéis perdido el buen gusto por la carne fresca. Todas vírgenes. Todas hermosas. Y todas lo suficientemente jóvenes como para aprender de vos lo necesario para convertirse en buenas inmortales. ¿Planeas hacer un ejército? Porque no me creo que las tengas únicamente para alimentarte... Ni siquiera les veo las marcas. -Sabía que Ophelia siempre prefirió estar rodeada de los suyos antes de humanos, lo cual, por otro lado, era lógico, pero pensar que pudiera crear tantos neófitos al mismo tiempo era cuanto menos... curioso. Me acerqué a una de ellas, la más joven, la más asustada, y también la más hermosa. Le sonreí con fingida dulzura, y ella se abrazó a mi, como buscando una liberación, una salvadora. Estaba bastante equivocada. Lamí las lágrimas de su rostro, recorrí su cuerpo con delicadeza y clavé mis colmillos con fuerza en el lateral de su cuello. Sus gritos sólo me llamaban a querer beber más y más. La levanté en volandas para luego arrojarla al suelo, frente a mi, mientras, de reojo, observaba a mi creadora. Sentirla sólo hacía que mi excitación se incrementara. ¿Cómo no iba a echarla de menos, si era el único ser sobre la faz de la tierra capaz de hacerme sentir así?
Dejé que tomara mis labios sin moverme ni un ápice. Había extrañado tanto su aroma, su presencia, que ni siquiera me importaba que me tratase como un simple objeto. Ella mandaba, ella dominaba, yo debía complacerla... Al menos, cuando fuese realmente necesario. Porque si algo sabía de Ophelia, era que la sumisión la aburría sobremanera. Que ella me había elegido a mi por tener carácter, por no dejarme pisotear. Por sacarla de quicio. Sabía que eso le gustaba, aunque a la vez esa fuera la causa mayoritaria de nuestras disputas. Gruñí por lo bajo cuando se alejó. - Ya sabéis que no lo decía en serio... No deseo convertir a nadie, ni tener a nadie pululando a mi alrededor, porque para mi sois lo único que importa. Nuestro vínculo... o el mío hacia vos, ya, no quiero que me recordéis otra vez que no es correspondido. Aunque no lo creáis, no soy tan fría como vos y ese gilipollas al que tenéis por creador. A mi sí me duele cuando os alejáis, cuando decidís que ya no soy interesante ni importante. -Suspiré, estirándome en el suelo como si más que ser una vampiresa, fuese una especie de gato. La observé moverse, siempre sensual, siempre firme, siempre poderosa. Realmente siempre aspiré a parecerme a ella, al menos, lo suficiente para que me mereciese un poco más de respeto por su parte. Quizá entonces dejaría de verme como a una simple neófita, y empezara a verme como a su compañera. Porque él, aquel vampiro, no lo sería. No podía serlo. No se la merecía.
Cuando sus colmillos descendieron, los míos propios también hicieron acto de presencia, aunque más por la excitación que su simple presencia me provocaba que por las jóvenes que comenzaron a aparecer frente a nosotras. Mi apetito no era precisamente de aquella sangre virginal, sino de la suya... Pero un regalo es un regalo. - Vaya, vaya... No habéis perdido el buen gusto por la carne fresca. Todas vírgenes. Todas hermosas. Y todas lo suficientemente jóvenes como para aprender de vos lo necesario para convertirse en buenas inmortales. ¿Planeas hacer un ejército? Porque no me creo que las tengas únicamente para alimentarte... Ni siquiera les veo las marcas. -Sabía que Ophelia siempre prefirió estar rodeada de los suyos antes de humanos, lo cual, por otro lado, era lógico, pero pensar que pudiera crear tantos neófitos al mismo tiempo era cuanto menos... curioso. Me acerqué a una de ellas, la más joven, la más asustada, y también la más hermosa. Le sonreí con fingida dulzura, y ella se abrazó a mi, como buscando una liberación, una salvadora. Estaba bastante equivocada. Lamí las lágrimas de su rostro, recorrí su cuerpo con delicadeza y clavé mis colmillos con fuerza en el lateral de su cuello. Sus gritos sólo me llamaban a querer beber más y más. La levanté en volandas para luego arrojarla al suelo, frente a mi, mientras, de reojo, observaba a mi creadora. Sentirla sólo hacía que mi excitación se incrementara. ¿Cómo no iba a echarla de menos, si era el único ser sobre la faz de la tierra capaz de hacerme sentir así?
H. "Masha" McCallum- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
Al verla así, actuando con aquella joven humana de la misma forma que ella tenía por costumbre tratar a su progenie, no pudo evitar que una punzada de remordimiento la hiciera sacurdirse levemente. Debido a su frialdad, no era capaz de percibir el daño, el perjuicio que estaba causándole a quien se suponía que había creado para ser su compañera. Para paliar la ausencia que su creador había dejado en su alma al marcharse. Ausencia a la que ella misma estaba condenando a Helenna, casi sin darse cuenta. Y justo en ese momento quiso acercarse a ella, tomarla en brazos, como hizo aquella noche en que la condenó a la eternidad para compartir el camino consigo, y susurrarle al oído que jamás estaría sola... Pero no lo hizo. Se limitó a mirarla con fijeza, a sabiendas de que ella comprendería que aquella actitud no le estaba haciendo ninguna gracia. Y no sabía si era por considerar que ya no había marcha atrás, que ya había convertido a aquella joven que solía ser inteligente y amable en un monstruo como ella misma era, o si realmente era la incapacidad por demostrar lo que sentía lo que le impedía levantarse de su asiento. O quizá simplemente era demasiado obstinada como para reconocer que aún albergaba cierto ¿cariño? por alguien que no fuera ella misma. Sea como fuere, y aunque le parecía sumamente estúpido estar allí sentada, sin mostrar ni un ápice de aquella molestia que sentía, se limitó a observarla desde lejos, fingiendo indiferencia.
- ¿Un ejército? ¿Y por qué motivo iba yo a querer crear neófitos con ese propósito? Los humanos necesitan ejércitos para tratar de conquistar aquello que creen que es de su pertenencia. Pero yo obtengo todo aquello que deseo, y jamás he perdido ninguna de mis posesiones, así que no tengo necesidad alguna de intentar recuperarlas. Pero... Ya me conocéis, Helenna... Prefiero estar rodeada de iguales que tener que soportar las nimiedades propias de los seres humanos. -Dijo la inmortal para luego recostarse más notablemente en el sillón, dejando que su cabeza reposara de forma relajada sobre el respaldo. Un suspiro escapó de entre sus labios, al ver como los colmillos de su progenie se clavaban sin piedad en la piel del cuello de la muchacha que había escogido. Misma muchacha que ella había elegido en innumerables ocasiones, por el extraño parecido que tenía a ella misma, cuando aún era humana. Débil. Frágil. Incapaz de defenderse. Llena de miedos e inseguridades. Hasta que un buen día, la madurez se apoderó de su mente y cuerpo. Y luego... Luego vino él. Liberándola de aquella cárcel de piel y huesos, y convirtiéndola en lo que era ahora. Un monstruo frío, impío, lleno de rabia. Pero con la suficiente fuerza y poder para arrasar todo cuanto se le pusiera por delante, sin importar su naturaleza.
- ¿Vais a alimentaros, o a seguir jugando? -Soltó de pronto, con brusquedad, al percibir la mirada incisiva de la otra vampiresa sobre su rostro. ¿A qué jugaba? ¿Qué pretendía? ¿Acaso pensaba que conseguiría hacer que mostrase el fastidio que, en efecto, estaba sintiendo? No lo lograría. Ophelia podría estar ardiendo literalmente en celos que jamás daría su brazo a torcer, ni a dar muestras de ello. Por más que en aquellos momentos lo único que deseara fuese levantarse en dos zancadas y tomar a esa maldita "hija" que tenía por el cuello, para darle una lección. Tenía que aprender que no era bueno ni inteligente jugar con sus mayores, y mucho menos si la vampiresa mayor era una de ellos. Porque ni la piedad ni la paciencia estaban dentro de su vocabulario, y mucho menos el perdón. Aunque no se levantara de aquel sillón y la hiciera pagar por su osadía al creerse con el derecho de tratar de fastidiarla de ese modo, guardaría aquella escena con recelo en su memoria, en forma de rencor. Ese era su modus operandi, siempre lo había sido. Guardaría su enfado para otro momento, y entonces, desataría su ira sobre ella. Y sabía que Helenna comprendería, incluso aunque no le dijera el por qué, los motivos que tenía para hacerlo. Había muchísimas cosas que le resultaban intolerables, pero para la vampiresa no había mayor ofensa que aquella acción que estaba llevando a cabo. Helenna le pertenecía. No tenía ni permiso ni derecho de actuar de esa forma, y menos, ante sus narices. - Basta ya, Helenna. Os ordeno que os detengáis... En este momento. -Su tono no daba lugar a réplicas, aunque su semblante permanecía tan impasible como de costumbre.
Su interior... su interior estaba ardiendo en llamas. Y la presencia de sus colmillos era sólo una pequeña muestra de ello.
- ¿Un ejército? ¿Y por qué motivo iba yo a querer crear neófitos con ese propósito? Los humanos necesitan ejércitos para tratar de conquistar aquello que creen que es de su pertenencia. Pero yo obtengo todo aquello que deseo, y jamás he perdido ninguna de mis posesiones, así que no tengo necesidad alguna de intentar recuperarlas. Pero... Ya me conocéis, Helenna... Prefiero estar rodeada de iguales que tener que soportar las nimiedades propias de los seres humanos. -Dijo la inmortal para luego recostarse más notablemente en el sillón, dejando que su cabeza reposara de forma relajada sobre el respaldo. Un suspiro escapó de entre sus labios, al ver como los colmillos de su progenie se clavaban sin piedad en la piel del cuello de la muchacha que había escogido. Misma muchacha que ella había elegido en innumerables ocasiones, por el extraño parecido que tenía a ella misma, cuando aún era humana. Débil. Frágil. Incapaz de defenderse. Llena de miedos e inseguridades. Hasta que un buen día, la madurez se apoderó de su mente y cuerpo. Y luego... Luego vino él. Liberándola de aquella cárcel de piel y huesos, y convirtiéndola en lo que era ahora. Un monstruo frío, impío, lleno de rabia. Pero con la suficiente fuerza y poder para arrasar todo cuanto se le pusiera por delante, sin importar su naturaleza.
- ¿Vais a alimentaros, o a seguir jugando? -Soltó de pronto, con brusquedad, al percibir la mirada incisiva de la otra vampiresa sobre su rostro. ¿A qué jugaba? ¿Qué pretendía? ¿Acaso pensaba que conseguiría hacer que mostrase el fastidio que, en efecto, estaba sintiendo? No lo lograría. Ophelia podría estar ardiendo literalmente en celos que jamás daría su brazo a torcer, ni a dar muestras de ello. Por más que en aquellos momentos lo único que deseara fuese levantarse en dos zancadas y tomar a esa maldita "hija" que tenía por el cuello, para darle una lección. Tenía que aprender que no era bueno ni inteligente jugar con sus mayores, y mucho menos si la vampiresa mayor era una de ellos. Porque ni la piedad ni la paciencia estaban dentro de su vocabulario, y mucho menos el perdón. Aunque no se levantara de aquel sillón y la hiciera pagar por su osadía al creerse con el derecho de tratar de fastidiarla de ese modo, guardaría aquella escena con recelo en su memoria, en forma de rencor. Ese era su modus operandi, siempre lo había sido. Guardaría su enfado para otro momento, y entonces, desataría su ira sobre ella. Y sabía que Helenna comprendería, incluso aunque no le dijera el por qué, los motivos que tenía para hacerlo. Había muchísimas cosas que le resultaban intolerables, pero para la vampiresa no había mayor ofensa que aquella acción que estaba llevando a cabo. Helenna le pertenecía. No tenía ni permiso ni derecho de actuar de esa forma, y menos, ante sus narices. - Basta ya, Helenna. Os ordeno que os detengáis... En este momento. -Su tono no daba lugar a réplicas, aunque su semblante permanecía tan impasible como de costumbre.
Su interior... su interior estaba ardiendo en llamas. Y la presencia de sus colmillos era sólo una pequeña muestra de ello.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Destroying hope {Ophelia}
No pude evitar que la satisfacción se manifestase en mi rostro con forma de sonrisa. Una sonrisa que quería decir muchas cosas. Todas aquellas que jamás me atrevería a mencionar en voz alta. Quería decir que se lo merecía. Que se merecía que me comportara así, que la intentara poner celosa. Después de todo, ella llevaba casi dos siglos recordándome que yo no era suficiente. Que su vida sin Fridpjófr no era nada, a pesar de haberme convertido para suplir su ausencia. Me recosté en el suelo nuevamente, junto a la joven que acababa de morder, que aún seguía lloriqueando, tendida en el suelo, intentando controlar un miedo que sin duda la superaba. A veces me preguntaba qué era lo que los humanos sentían cuando nos alimentábamos de ellos, y más con semejante brutalidad. Mi caso no es un buen ejemplo, porque yo siempre deseé convertirme en lo que Ophelia era. ¿Pero cómo se sentiría una persona, aquella niña, al ser atacada sin piedad por seres de la oscuridad? No iba a preguntárselo, obviamente, porque en realidad su respuesta no me interesaba. Seguramente mintiera, o no fuera capaz de expresarlo. Cuando están tan asustados todo lo que saben hacer es suplicar por su vida. La joven que me había regalado mi creadora como presente, ni siquiera era capaz de eso. Estaba paralizada. Lloraba y se mecía. Tarareaba. Si no hubiera estado tan excitada tal vez hasta me habría causado lástima. Nunca seguí el ejemplo de la vampiresa a la hora de alimentarme, ella no solía hacer distinciones, pero yo acostumbraba considerar quién era menos merecedor de seguir con vida. Pero aquella noche no. Era una chica con mala suerte.
- ¿Ahora queréis que pare? ¿Para qué me ofrecéis un regalo si no pensáis dejar que lo disfrute? No sé si llamaros egoísta o alegrarme por semejante muestra de celos. Parece que al final os intereso más de lo que llegaréis a reconocer nunca... Pero no, siento no poder satisfacer los deseos de "su majestad", no pienso parar. Tengo mucho apetito, y la verdad, es que la belleza de esta chica no es algo que quiera desperdiciar... -Lamí la herida que había dejado en su cuello, que todavía goteaba lágrimas de sangre. Estaba deliciosa. El miedo parecía haberle dado un nuevo regusto a su sangre. Un sabor deliciosamente perfecto. Miré de reojo a Ophelia. Parecía agitada, retorciéndose en su asiento, deseosa por acudir a mi, por hacérmelo pagar. No voy a negar que lo esperaba. Sólo necesitaba una reacción por su parte, una pequeña muestra más de lo que ya sabía, y me esforzaría todo lo posible porque olvidara a su creador. Por alejarla de él. Era lo que ella necesitaba. Lo que ambas necesitábamos.
- Vamos, pequeña... Deja de llorar. No voy a matarte. No voy a dejarte ir. Sois... demasiado valiosa para convertiros en un cadáver, vacío de vida y de emociones. -Tras decir aquello, dejé que mis ojos se encontrasen nuevamente con los de mi creadora. Veía aquella chispa que auguraba su incendio interior, esa mezcla de rabia y de pasión, pero no se movía, no se inmutaba. Chasqueé los dientes y atraje a la chica hacia mi. Se abrazó a mi cuerpo con desesperación. Sentí sobre mi pecho frío, helado, la calidez de sus lágrimas, de su aliento, y algo se removió en mi interior. La miré con fijeza, y vi una niña asustada y confusa, que no entendía por qué le estaba pasando aquello. Mis colmillos desaparecieron, y correspondí a su abrazo sin saber muy bien por qué. - Y si no es para un ejército, ¿para qué necesitáis a tantas jovencitas? No me digáis que tenéis una para cada día del mes, porque eso sería de bastante mal gusto, la verdad... -¿Era compasión eso que sentía, o era temor a que mis sospechas de que Ophelia se había transformado en aquel al que tanto odiaba, finalmente se hubieran confirmado? Lo más posible es que fuera un poco de los dos.
- ¿Ahora queréis que pare? ¿Para qué me ofrecéis un regalo si no pensáis dejar que lo disfrute? No sé si llamaros egoísta o alegrarme por semejante muestra de celos. Parece que al final os intereso más de lo que llegaréis a reconocer nunca... Pero no, siento no poder satisfacer los deseos de "su majestad", no pienso parar. Tengo mucho apetito, y la verdad, es que la belleza de esta chica no es algo que quiera desperdiciar... -Lamí la herida que había dejado en su cuello, que todavía goteaba lágrimas de sangre. Estaba deliciosa. El miedo parecía haberle dado un nuevo regusto a su sangre. Un sabor deliciosamente perfecto. Miré de reojo a Ophelia. Parecía agitada, retorciéndose en su asiento, deseosa por acudir a mi, por hacérmelo pagar. No voy a negar que lo esperaba. Sólo necesitaba una reacción por su parte, una pequeña muestra más de lo que ya sabía, y me esforzaría todo lo posible porque olvidara a su creador. Por alejarla de él. Era lo que ella necesitaba. Lo que ambas necesitábamos.
- Vamos, pequeña... Deja de llorar. No voy a matarte. No voy a dejarte ir. Sois... demasiado valiosa para convertiros en un cadáver, vacío de vida y de emociones. -Tras decir aquello, dejé que mis ojos se encontrasen nuevamente con los de mi creadora. Veía aquella chispa que auguraba su incendio interior, esa mezcla de rabia y de pasión, pero no se movía, no se inmutaba. Chasqueé los dientes y atraje a la chica hacia mi. Se abrazó a mi cuerpo con desesperación. Sentí sobre mi pecho frío, helado, la calidez de sus lágrimas, de su aliento, y algo se removió en mi interior. La miré con fijeza, y vi una niña asustada y confusa, que no entendía por qué le estaba pasando aquello. Mis colmillos desaparecieron, y correspondí a su abrazo sin saber muy bien por qué. - Y si no es para un ejército, ¿para qué necesitáis a tantas jovencitas? No me digáis que tenéis una para cada día del mes, porque eso sería de bastante mal gusto, la verdad... -¿Era compasión eso que sentía, o era temor a que mis sospechas de que Ophelia se había transformado en aquel al que tanto odiaba, finalmente se hubieran confirmado? Lo más posible es que fuera un poco de los dos.
H. "Masha" McCallum- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/11/2013
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