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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Miér Mar 19, 2014 9:58 pm

Dicen que la primavera la sangre altera... Dicen, aunque yo no termino de tenerlo claro. Más que nada porque en mis venas no queda sangre que sea susceptible de verse alterada, así que la suposición de que algo así pudiese ocurrir me parece, cuanto menos, absurda. Pero bueno, hay poca cosa ahora mismo que no me lo parezca. El simple hecho de ver las vestimentas que mis "iguales" -según ellos, por supuesto- se ponen simplemente para formar parte de la moda del momento, provoca en mi una extraña repulsión. ¿Acaso no ven lo ridículos que parecen con esos sombreros enormes, y esos corsés tan ceñidos? Les observo con desgana, mostrando abiertamente mi desagrado por su forma de ser y de actuar, por su simple existencia. Aunque el recuerdo del festín que me di con uno de ellos esta mañana me hace sonreír ligeramente, dejando entrever mis colmillos. Al final, la única misión que queda para los seres humanos es la de alimentar a aquellos que son como yo. Aunque en principio no sepan de ella, en parte por esa obsesión que tienen algunos de querer ocultarnos; en parte por comprender que el mundo no está preparado ni diseñado para que vaguemos por él libremente. O esa es la idea más extendida.

Yo, por mi parte, camino por el mundo sin el propósito de ocultar quién o qué soy. Un ente en esencia demoníaco. La muerte, encarnada en un cuerpo yerto hace mucho. Un reflejo de épocas pasadas. Una bestia sin conciencia ni remordimientos. Todos me temen, aunque no sepan por qué. Y nadie se imagina lo mucho que me gusta. Paseo entre ellos con la seguridad que me proporcionan seis mil años de historia ininterrumpida. Sé más de su mundo de lo que ellos nunca podrán ni imaginar. Y por eso no me interesa lo más mínimo formar parte de él. Me parece inútil, una pérdida de tiempo. Porque morirán mucho antes de que recupere la fe que alguna vez tuve en ellos. Oh... ¿cuándo fue la última vez que creí en que tenían algo que ofrecerme? Sí... Aún lo recuerdo. La recuerdo pequeña, dulce, con las mejillas sonrosadas y demasiadas cargas que llevar sobre los hombros. Aunque realmente lo que más me atraía de ella no era su humanidad, sino la posibilidad de compartir una eternidad a su lado. Quería verla corrompida, destrozados sus valores y sus sueños. Quería ver el cambio por el que todo vampiro acaba pasando. Y quería que fuera conmigo. Muchas veces me han dicho, con el absurdo afán de querer ofenderme -como si pudieran- que todo cuanto me atrae de los vivos, es la posibilidad de destruirlos. ¿Saben qué? Que tienen razón. Porque esa oscura diversión de hacerlos trizas es lo único que pueden aportarme, además de su sangre.

En ese momento, un recuerdo me asalta por sorpresa, haciéndome detenerme en seco, en medio del gentío que colorea las calles parisinas. Oteo el horizonte con el ceño fruncido, concentrado en el aroma lejano de ese alguien conocido. Ophelia, mi Ophelia. ¿Cuántas noches pasé vigilando sus sueños cuando su corazón aún latía, desbocado por el miedo? ¿Cuántos anocheceres la he observado ir de caza, en busca de esos humanos a los que enseñé a odiar tanto como lo hago yo? Una duda se cuela en mis pensamientos, instándome a seguir avanzando pero, esta vez, en una dirección concreta. El momento ha llegado. No deseo esperar más. He aguardado durante casi dos mil años para volver a reencontrarnos, para volver a engatusarla en mi red. ¿Me recordará? ¿Me odiará? Oh... El deseo me recorre como una corriente eléctrica. Me sacude. Me remueve. Y sin apenas darme cuenta, me encuentro delante del gran portón que flanquea la entrada a su castillo. Imponente. Oscuro. Tétrico. Peligroso. Como ella, exactamente igual que ella. Apenas golpeo la puerta un par de veces cuando una humana menuda y con rostro temeroso me invita a entrar con voz apenas audible. Me reconforta saber que el abandono la convirtió en una fiera. Su gusto al decorar no ha cambiado con las eras, y eso me hace sonreír. Me siento y espero a que la humana se decida a hablar de una vez por todas.

- Monsieur, ¿me podría decir su nombre? La señora Haborym no acepta visitas de nadie, a menos que sean... ehm... concertadas. -Comprendo de inmediato que no es eso a lo que se refiere. Sólo los aperitivos eran bienvenidos: algo muy típico de la inmortal. Observo con parsimonia las pinturas que decoran el salón, que muestran a una mujer de belleza espectral y furiosa, como el crepitar de las llamas de un fuego recién prendido.

- Oh... niña, no creo que la Señora de la casa necesite que me presente. Dígale que el señor Yngvarr precisa de verla. Aunque supongo que a estas alturas, y con la lentitud que demuestras, se habrá enterado hace rato. -Bufo sin demasiada amabilidad. La estupidez de los seres como ella me abruma, pese a que el olor de su sangre compensa con creces la pasividad que demuestra al quedarse ahí mirándome como si estuviera a punto de entrar en crisis de pánico.

- S-sí, señor... Enseguida la llamo, señor... -Su titubeo termina de exasperarme. ¿Acaso no eran capaces de disimular, aunque fuese un poco, el temor que les provocábamos los inmortales? Patéticos. Aspiro el aroma de la mansión con una media sonrisa, siempre presente en mi semblante. Percibo a muchos mortales y neófitos. Un pequeño ejército al servicio de mi vástago. Como era de esperar. Ophelia siempre atraía las miradas sobre sí, inclusive de aquellos que se consideran imposibles de encandilar. Y lo mejor de todo -para mi, que no para ellos- era que lo hacía sin necesidad de usar trucos de ningún tipo. Su maldad era palpable, y provocaba el deseo de cualquiera. Como polillas se acercaban a ella, una llama incandescente en mitad de la más eterna oscuridad, sin darse cuenta de que eso los conduciría directamente a la muerte. Me congratula saber que tal ser ha sido creación mía, pese a que ese magnetismo viniese con ella de serie. ¿Por qué? Porque es, y siempre será, mía. Y eso lo cambia todo, ¿no?


Última edición por Friðþjófr Yngvarr el Miér Jun 24, 2015 9:14 pm, editado 4 veces
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Mar 30, 2014 8:34 am

Su risa melodiosa y sincera inundó la estancia al escucharla decir lo hermosa que se encontraba aquella noche. Ophelia no era demasiado dada a otorgar piropos a aquellos que consideraba inferiores, de modo que, reconocer que la muchacha lucía bonita era un auténtico logro por su parte. Obviamente, lo que ella no podía imaginar, era que detrás de aquella máscara perfumada y sonriente de su nueva ama, se escondía en realidad un cúmulo de malas intenciones que no tardarían mucho en hacer acto de aparición. Ella, una maestra del engaño que siempre guardaba un as bajo la manga, no iba a dejarse conquistar por algo tan básico como un ser humano... Muy hermosa tendría que ser la chica -que no era el caso-, y ni aun así tendría asegurado su perdón. Ella desconocía cual era el significado de la palabra "piedad", y aquella noche, especialmente oscura, fría y solitaria, su apetito había despertado al mismo tiempo que su creatividad. Y cuando ambos confluían en el mismo punto, se volvía de lo más peligrosa y retorcida. No era adecuado meterse con ella en estas situaciones... ni nunca, en realidad, pero mucho menos así.

La muchacha inspiró una larga bocanada de aire y cerró nuevamente los ojos, sin dejar de sonreír. Siempre había dicho que le gustaban los hombres, y realmente, así era, pero aquella mujer de piel pálida como la nieve, y nombre de ninfa de los bosques, la tenía completamente cautivada. No le importaba que fuese una vampiresa, no le importaba lo sanguinaria que había sido en su larga eternidad. Había decidido tras meditarlo pausadamente, que lo mejor era echar abajo los pilares de la lógica y la tradición, optando por el camino que más deseo le provocaba. Porque sí, deseaba a aquella inmortal, deseaba a Ophelia con todas sus fuerzas. Y ni si quiera el miedo que le provocaba conseguía acallar aquel oscuro sentimiento. Sabía que su poder no era el de encandilar, así que estaba segura de que aquel deseo procedía de su mismo interior. Y la vampiresa se relamía internamente por ello.

Siempre había pensado que los vampiros eran criaturas sanguinarias que no merecían su atención. Atentaban contra la vida de pobres inocentes para saciar su aburrimiento... Pero todo había cambiado desde que aquella vampiresa siempre seria y sumida en sus propios pensamientos, tocara a su puerta, prometiéndole el universo. Claro que, su mentalidad soñadora desde siempre, no le permitía intuir que había algo extraño en aquella promesa. ¿Por qué alguien como Moira, la escritora a la que siempre había admirado, iba a querer nada de ella? Ni siquiera se lo planteó. Estaba tan absorta en la fingida sonrisa de aquella mujer que no era capaz de recuperar la compostura. Era incapaz de hacer otra cosa más que sonreír como una bobalicona, esperando en vano que Ophelia acabara por besarla. Quería saber qué sabor tenían los besos de una inmortal... La vampiresa, por su parte, casi no podía contener las carcajadas. ¿De verdad se creía tan especial como para obtener su corazón? Aquel órgano llevaba tanto tiempo muerto y encerrado, que el simple hecho de que lo pensara, le daban ganas de matarla por patética. No soportaba a los humanos, y mientras más creído se lo tuvieran, muchísimo peor. La había escogido a ella porque era rica y porque era estúpida, y sabía que no pondría ninguna objeción en acompañarla. Y no se había equivocado.

D-debéis pensar que estoy loca... -afirmó mirándole fijamente, con las mejillas coloreadas de un delicioso color rojizo, fruto de una vergüenza que Ophelia no llegó a entender. - Y lo cierto es que yo t-también lo pienso... Es s-sólo que... no alcanzo a comprender lo que está ocurriéndome... Ni lo que os llevó a llamar a mi puerta... y la verdad es que... es que... no necesito saberlo porque estoy segura de que deseo pasar esta noche con vos. Y la siguiente, y la siguiente... y todas las que me resten, hasta que deje de serviros para algo... mi señora, mi diosa... -La vampiresa estuvo a punto de arrancarle la lengua para que se callase de una maldita vez. Aquello empezaba a molestarla bastante. No estaba segura de si aguantaría mucho más junto a aquella loca. La muchacha le acarició la mejilla con las puntas de los dedos y le robó un suave beso, que jamás llegaría a ser correspondido. Aquello fue demasiado para que pudiera soportarlo. La sujetó con firmeza por los hombros, y sin dejar de clavar su mirada en la ajena, la arrastró hacia uno de los sillones cercanos. Estaba sedienta, y harta de escucharla. La pobre humana pensó que había llegado la hora del placer... Y se topó con el dolor.

Mordió su cuello con fuerza, con ansias, deseando vaciarla rápidamente y así poder dejar de oír sus gritos. No sabía si era más cargante viva o moribunda. La próxima vez, escogería a una muda, así no tendría que fingir que le importaba una mierda lo que dijera. Dejó el cadáver en el suelo, propinándole un simple puntapié. No deseaba que aquella sangre robada manchase la tapicería. Los sirvientes acudieron a su llamada en menos de dos minutos, y recogieron a la muchacha tras limpiar la moqueta. Ophelia se tumbó tranquilamente en el mismo sitio en que había arrebatado la vida de otro inocente, con un libro entre las manos y teniendo toda la noche libre. Otra noche aburrida, en su aburrida existencia. El destino, caprichoso para los humanos, que seguían confiando en él, hacía mucho que se había dado por vencido para con aquella criatura de la noche. Era un ser que parecía haber sido creado para hacer el mal desde el principio. Disfrutaba con ello, sentía que le llenaba. Era dueña de su pasado, su presente, y su futuro... Y pese al orgullo que aquello le provocaba, no podía evitar reprochárselo cuando el tedio hacía acto de aparición en sus largas noches en vela

Abrió el libro por una página cualquiera, consciente de que lo había releído ya en tantas ocasiones que casi podría recitarlo de memoria. La buena literatura nunca la aburría, y rellenaba con historietas aquellos lapsos de tiempo en los que no tenía nada que hacer. Fuera de aquel inmenso refugio que era su mansión, el frío nocturno comenzaba a hacer acto de presencia. Podía escuchar claramente el suave caer de los copos de nieve, que llegaron acompañados de la oscuridad. Sabía que no encontraría presas decentes si salía en una noche como aquella, así que prefería ahorrarse la caminata y la posterior suciedad sobre sus prendas. Siempre cuidaba su imagen concienzudamente, a fin de conseguir atraer a quienes realmente le interesaban. ¿Qué sentido tenía salir si no iba a toparse con nadie? Bostezó de forma audible, al tiempo que un suave golpeteo en la puerta de la biblioteca la sacaba de su ensimismamiento. Con un simple "pasa", la criada, con una hermosa aunque tirante sonrisa en su rostro, avisó que tenía visita. La vampiresa enarcó una ceja con cierta desconfianza. No solía tener visitas, y menos a aquellas horas... Solo cuando escuchó su nombre, su rostro cambió desde la más absoluta confusión, al horror.

- ¿Cómo ha dicho que se llama? -La voz de la vampiresa sonó hueca, vacía, como si se hallara a miles de kilómetros de allí.
- El Señor Yngvarr, mi señora... No dijo su nombre, dijo que con eso bastaría... -La mujer lucía aterrada, temiéndose que la vampiresa explotase en cualquier momento...
- Largo. -Y no explotó, pero su tono no daba ocasión a réplicas. Era cierto que no necesitaba ningún apellido para reconocer la presencia que ahora ocupaba la sala de abajo. La hubiera reconocido en cualquier lugar... Formaba parte de ella misma, ¿no? ¿Cómo no iba a reconocer a su propio creador pese a haber pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vio? Cuando la abandonó, sin más, sin dejar rastro... Recorrió la distancia que había entre la biblioteca y la sala de reuniones en menos de veinte segundos. Todos se hicieron a un lado, refugiándose en sus habitaciones, a sabiendas de que su ama nunca se apresuraba tanto a menos de que fuese algo malo. Y podría llegar a serlo, ciertamente. Abrió y cerró la puerta tras de sí causando gran estruendo, para luego encarar a su creador con una mezcla de absoluto enfado y sorpresa.

- ¡¿Qué coño haces tú en mi casa?! ¡¿Cómo te atreves a aparecer aquí y ahora, tras tanto tiempo de abandono?! -La ira hizo a un lado el resto de emociones. Ophelia se aproximó a Friðþjófr lentamente, pausadamente, como queriendo alargar aquel momento, para luego sostenerle la mirada a la vez que alzaba las manos y disponía en torno a su cuello, clavando con fuerza sus uñas en la pétrea piel del mismo. Sabía perfectamente que no tenía la fuerza necesaria para echarle de allí, pero eso no le impediría intentarlo.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Mar Abr 01, 2014 1:33 pm

Me levanto y observo la sala con más detenimiento ahora que la humana se ha ido, llevándose consigo su respiración agitada y el latido desbocado de su corazón. La decoración denota claramente el buen gusto de la dueña, además de su preferencia por los elementos de épocas antiguas. Predecible, teniendo en cuenta que casi todos los inmortales caían en aquel bucle, aunque no por ello dejaba de ser peculiar. Ningún tapiz sedoso cubre las paredes, que no son más que basta y gruesa piedra de color gris, tal y como el exterior. Da más la impresión de ser una enorme y lujosa cueva que una casa en sí misma, pese a estar llena de comodidades. Excéntrica, esa era la palabra que buscaba. Sonrío para mi y sigo curioseando, intentando encontrar algo que conservara su esencia en medio de tanta pulcritud. Se nota que han limpiado a conciencia. Me distraigo tratando de imaginar cuántos seres debían haber yacido entre aquellas paredes, en aquel mismo sofá, como si de una sala de torturas se tratase. Sé que Ophelia no era de aquellas que se escondían, y sus sirvientes debían estar más que acostumbrados a sus caprichos y carnicerías. Me doy cuenta, de repente, de que tanto orden y limpieza da una pista del número de crímenes cometidos. No eran pocos, desde luego. Sólo percibo restos de sangre seca en la alfombra; la sangre de por lo menos doce víctimas diferentes. Una sensación de regocijo me recorre de arriba abajo, asimilando al orgullo que los padres han de sentir por sus hijos cuando éstos se convierten en lo que ellos siempre quisieron que se convirtieran.

¿Qué pensarían todos de ella? ¿La verían como a una dama misteriosa y con modales impolutos? ¿O como alguien desconocido, demasiado celosa de su vida privada, que vivía aislada sin relacionarse con nadie? ¿Un bicho raro, o alguien a quien temer? Sé que no estaba precisamente integrada en la vida de la élite parisina, pero la expectativa de que mi creación fuese tan temida me agrada enormemente. Además de que su aborrecimiento por las normas sociales y las celebraciones de la nobleza la perseguían desde hacía miles de años. Cada noche que vine a vigilarla, me encontré con que pese a su belleza, la soledad seguía siendo su única compañera, y eso me gusta. Me gusta porque significa que aún no lo ha superado. Mi marcha. ¿Sangraría aún la herida que yo mismo abrí al irme sin avisar? Qué tontería... Ya conozco la respuesta. Se empeñará en negarlo, pero no puede contradecir algo tan evidente. Ella es mía, y siempre lo será: que lo reconozca sólo me facilitará las cosas. Me acerco a la pintura que habían hecho de ella y recorro si silueta con las yemas de los dedos. Es cierto que siempre ha sido hermosa, pero la inmortalidad no podía favorecerle más. Sus ojos lucen ansiosos de sangre, fieros. Como la última vez en que los miré directamente.

Un recuerdo acude a mi memoria mientras la observo. El recuerdo de su primera noche como inmortal. Se mostraba insaciable, aunque hacía gala de un extraño autocontrol, algo que siempre me sorprendió de ella. Mientras que a la gran mayoría de nosotros nos había costado bastantes años -siglos, incluso- controlar aquella dolorosa sed que atenaza la garganta y te hace enloquecer, ella parecía poder soportarla desde el principio, como si estuviese preparada para ello. No le costaba aguantar el dolor que, como neófita, la hacía sentir que ardía desde dentro. No le resultaba difícil detenerse, dejar a la víctima con un mínimo de sangre para que sobreviviera, e ir a por la siguiente. Otra cosa es que quisiera hacerlo. Parecía haber sido creada con el propósito de convertirse en un ser de la noche. Fuerte, poderosa, y con la capacidad de destruir todo a su paso sin perder nunca la noción del tiempo, del espacio, y de su propio autocontrol. Aún hoy me sorprendo, y sigo sin tener claro si su inteligencia es muy superior a la de la grandísima mayoría, o si realmente no pude escoger mejor compañera para compartir la eternidad. Los dos juntos podríamos haber acabado con el mundo en poco tiempo... Y lo habría hecho sola, si no hubiera decidido marcharme. Era caprichosa, irresponsable, lo quería todo sin importarle levantar sospechas. Borrar sus huellas cada vez se fue haciendo más difícil, en parte por el número de víctimas, y en parte por lo atroz de sus asesinatos. Nunca le importó que pudieran encontrarnos porque no creía que pudiera pasarnos nada. Se creía invencible, y no tenía en cuenta que los demás eran mayoría. Se equivocó. Y yo me fui. En realidad, nunca planeé abandonarla, pero creí que ya que tenía que hacerlo, eso podría darle una lección. Error mío. Su conciencia murió en el mismo momento en que su corazón dejó de latir -si es que alguna vez la tuvo, que no lo tengo claro-; y cada uno de sus pasos desde entonces no ha hecho más recordármelo.

El orgullo y la confusión se mezclan en mi mente. Me resulta agradable haber creado a un ser tan mortífero e impasible, pero quizá su forma de ser dificulte el segundo propósito que tenía cuando la creé. Y más ahora, cuando me he decidido a enmendar mi error. Sacudo la cabeza, tratando de regresar al presente por completo. Por muy fría que se hubiese vuelto, nuestro vínculo sigue vigente, y eso sí que no había podido olvidarlo. Sigue siendo mía. Y en el fondo sé que a su oscura y retorcida forma, me echa de menos. En cada libro, en cada historia, el dolor de la pérdida lucía enmascarado por la rabia del desconocimiento de mis motivos. El problema vendría ahora en desmontar esa fachada para recuperarla. No sería muy difícil. Me muerdo el labio inferior en una media sonrisa. Será divertido ver cómo reacciona mal primero, y cómo se ablanda después. Soy más fuerte que ella, y sé que solamente yo puedo ejercer ese influjo en la vampiresa. Yo. Y nadie más.

Cuando me quiero dar cuenta, la tengo frente a mi, con los ojos bien abiertos y escupiendo palabras a una velocidad pasmosa. Me limito a observarla, como si nada, como si la hubiese visto el día de antes y no hiciese casi dos milenios desde que lo hiciera por última vez. No me da tiempo a contestar cuando ya la tengo encima. Sus uñas, alargadas y perfectas, como siempre, desgarran la piel de mi cuello haciendo que un fino hilo de sangre brote de la herida. Tomo sus manos y aprieto su agarre, a sabiendas de que ahora ya no tiene escapatoria. - Supongo que es tu manera de decir lo mucho que me has echado de menos... -Mi voz suena áspera a causa de la cercanía. No puede imaginarse lo mucho que he esperado este momento. El deseo me recorre como si de una corriente de agua fría se tratara, haciendo que cada célula yerta de mi cuerpo recobre vida, alzándose de golpe. No dudo que sus deseos rondan más la idea arrancarme la cabeza que a estrecharme contra su cuerpo, pero de momento, para mi, es lo mismo. Bajo la diestra hasta su cintura y la acerco ejerciendo más fuerza de la que debería, movido por la necesidad. - Tu criada nos mira con extrañeza... ¿No deberías mandarla al infierno? Está estropeando un momento precioso... -Sé que eso la fastidiará, y realmente es lo que quiero. Quiero que saque todo lo que lleva dentro, que me lo escupa en la cara. Quiero ver cuánto me odia, porque eso me acercará a saber cuánto me había extrañado. La sangre en sus ropajes despierta la sed con fuerza, viéndose acrecentada por la cercanía con el objeto de mis deseos. Mis colmillos se abren paso entre mis labios sin ninguna dificultad, y cuando me quiero dar cuenta estoy sonriendo. Había pasado demasiado tiempo.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Abr 29, 2014 4:53 am

¿Conoces cuál es la sensación que te recorre el cuerpo cuando, tras llevar lo que le parecía una eternidad sumida en un sueño demasiado profundo para ser real, despiertas de golpe, viéndote arrojada a una realidad cruda y absurda, que ha dejado de tener sentido hacía mucho? Pues así era precisamente como ella se sentía en aquel momento. Había pasado la mayor parte de su existencia pensando en qué decir o cómo comportarse en una ocasión de reencuentro que realmente nunca creyó que ocurriría. Y ahora, allí estaba él, su creador, la peor de sus pesadillas, observándola con aquel aire arrogante del que siempre hizo gala. No había cambiado nada. Nada en absoluto. Su cabello corto, su barba descuidada, sus tatuajes, incluso sus ropajes. Todo seguía como siempre. Y sí, era lógico dado que estaba muerto y los vampiros no solían cambiar pese al tiempo. Pero no se refería eso. Su carácter, su presencia, incluso las emociones contradictorias que despertaba en ella... Nada había cambiado. Lo peor era que no sabía qué parte de ella quería reaccionar primero. Si esa fracción de su mente, de su yerto corazón, esa parte que había escondido a buen recaudo desde que él se marchara sin avisar... Esa parte de sí misma que ante todo quería amarlo, abrazarlo para que no volviera a irse nunca. O aquella otra parte de su cerebro, gobernada ante todo por los recuerdos, por el dolor que un día le dejó a causa de su marcha... Esa parte que quería destruirlo, que quería dar fin a su mísera existencia de una vez por todas. Esa parte que estaba llena de rencor, de odio. De rabia. Al notar que las manos ajenas se cerraban en torno a las propias y a su cintura, fue su cerebro el primero en reaccionar. No. No se lo iba a poner tan fácil. Dejó que sus uñas se hundieran en la piel de su creador, de su cruz particular. Dejó que su sangre brotara y manchase sus manos, sus ropajes. Se envolvió en su aroma, tan odiado y anhelado. Y apretó aún más. Con todas sus fuerzas, esperando que tal vez, con suerte, esa cabeza arrogante que sólo le recordaba lo mucho que había sufrido cayera rodando al piso y diera por finalizada su vida.

Pero eso nunca sucedió. Aunque no supo si le faltaron fuerzas para continuar con su propósito de destruirle, o si su repentina cercanía hizo que la muchacha que la había seguido le resultara aún más molesta que antes. La sangre del antiguo hizo despertar su sed de forma abrupta. Le soltó bruscamente y se separó de él tras propinarle un fuerte empujón que lo hizo caer sobre el sofá. Sus colmillos se abrieron paso entre sus labios sin demasiada delicadeza, rasgándolos. Lamió su propia sangre sin perder de vista al vampiro, para luego voltearse de forma mecánica hacia la chica, que observaba a ambos con una mezcla de pavor y confusión. No era de extrañar. Todos allí sabían que Ophelia no albergaba sentimientos de ningún tipo por nadie... Al menos, por nadie que ellos conocieran. ¿Quién era aquel tipo que había despertado su rabia sin apenas decir nada? ¿De qué se conocían? La historia era demasiado larga y tortuosa como para resumirla en unos segundos. La voz de la vampiresa sonó gutural, animal, y con algo que se parecía más a un rugido que a una palabra, ordenó a la muchacha que se marchase si no quería morir. No tardó demasiado en hacer caso. Tras dudar ligeramente, la miró a los ojos y supo que estaba totalmente fuera de control. Estaban vacíos, huecos, muertos. Gobernados por una ira que jamás había visto en ella, pese a que no se caracterizara precisamente por ser la mejor de las personas. Aquello no iba a acabar bien. Posiblemente, para ninguno de los dos. Se refugió en su habitación mientras los gritos de su ama resonaban por todo el castillo. El infierno había abierto sus puertas en aquel lugar. Y cualquiera que se atreviera a encararse a él, acabaría reducido a cenizas.

- Tú... tú... No vuelvas a tocarme. ¡¡Ni se te ocurra volver a tocarme o te juro que te mataré!! Te mataré aunque sea lo último que haga. Te destruiré. Te destruiré como tú hiciste antes conmigo. Es lo que mereces. Mereces morir, mereces que te pisoteen, que destrocen ese rostro arrogante. Mereces que te aten a un poste y te dejen arder hasta que seas sólo un montón de cenizas... Cómo te atreves... ¿Por qué demonios has venido hasta aquí? ¿Cómo has podido esconder tus pasos? ¿Por qué no te detecté antes de que entraras por esa puerta?... ¿Yo? ¿Echarte de menos? ¿Cómo podría echar de menos algo que aborrezco tantísimo? Te odio. Te odio... Quiero verte bajo tierra, un lugar del que jamás debiste haber salido... Y ahora márchate. ¡¡Márchate ahora mismo de mi casa!! No tienes ningún derecho a estar aquí... No tienes derecho a presentarte ante mi presencia y pretender... ¿Qué? ¿Qué coño pretendes? Vete. Vete ahora mismo si no quieres que ambos acabemos atados a un poste. No puedo... controlarme. -Mierda. Maldición. En el mismo momento en que pronunció aquellas palabras supo cuánto iba a arrepentirse. ¿Por qué narices había dicho algo como eso? Reconocer que su presencia la alteraba era todo menos inteligente. Lo usaría en su contra. Lo sabía. Ella era así, y lo había aprendido con él. Jugaba con sus emociones, con sus sentimientos. Con unos sentimientos que ella quería enterrados y lejos de su alcance. ¿Qué quería? ¿Por qué había venido? La abandonó. No tenía derecho a aparecer de la nada. No tenía derecho a hablarle, ni a mirarla. No tenía derecho a acercarse.

Y fue entonces, una vez se vio envuelta en todo aquel torrente de emociones, de recuerdos, de rabia, cuando se dio cuenta de lo evidente. De algo que en otra ocasión le habría parecido evidente, pero que por culpa de toda aquella adrenalina había pasado por alto. No se había dado cuenta de que era cierto que no podía controlarse con él, ni de las implicaciones que eso tenía. Descubrió entonces que era él el incitador de todo aquello. Se había metido en su cabeza, y estaba hurgando en sus recuerdos. En recuerdos que llevaban tanto tiempo escondidos que realmente no deberían haber causado tanto alboroto. Se conocía. Se conocía lo bastante bien para saber que lo había superado, que su marcha era tan sólo una cicatriz que dolía un poco de vez en cuando... Pero no hasta ese extremo. Era culpa suya. Él le estaba haciendo aquello. ¿Cómo podía haberlo pasado por alto? La rabia era real, el odio también... Pero aquella sensación de alivio, de necesidad, de anhelo... Eso no estaba ahí antes. Lo sabía. Él lo sabía. Había eliminado sus barreras, había recuperado recuerdos que ni ella misma recordaba, y los había traído a su consciente junto a las emociones que en su momento los rodeaban. ¿Cómo podía ser tan estúpida? Le estaba dando justo lo que quería: la sensación de seguridad, de regocijo. - ¡Basta! -Su voz resonó por toda la sala, dando por zanjada la conexión entre su mente y la de su creador. Cerró el acceso a sus recuerdos a cal y canto, poniendo todas sus fuerzas en ello. Y volvió a dirigirse hasta él, esta vez con una mirada pícara en el semblante. ¿Qué podría hacer ahora? - No dejaré que vuelvas a entrar en mi cabeza. ¡Nunca! ¿Me has oído? ¡Nunca! -Cerró las manos en torno a su cuello y volvió a apretar, mirándole directamente a los ojos. Le haría retorcerse de dolor. Le haría suplicar. Le haría desear estar muerto.


Última edición por Ophelia M. Haborym el Sáb Jun 28, 2014 7:43 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Sáb Mayo 03, 2014 1:16 pm

Me relamo los labios de manera instintiva. Tenerla tan cerca me altera de forma más que evidente. Mis colmillos parecen querer salirse de mis encías, debido a la excitación. Todo en cuanto puedo pensar es en estrecharla aún más entre mis brazos. Como antes. Como cuando nunca debió dejar de ser. Porque aunque su cuerpo ya no conservara ni rastro de la vida que una vez albergó, seguía siendo ella. La única. Y aún sigo pensando que estaba hecha para mi. Aunque pueda ver en sus ojos, en esos anhelados ojos, que realmente está dispuesta a matarme. Y de hecho lo hubiera conseguido de haber seguido apretando mi cuello. Aunque algo la detiene. ¿Qué? Veo en sus ojos la dulce sombra de la duda. Y digo dulce, porque si duda es porque aún siente algo distinto al odio por mi. Qué es exactamente lo que siente es algo que sólo el tiempo diría. Pero si tanto miedo le da sentirse así, no debe ser bueno para ella. Aunque sí excelente para mi. Me ama. Sé que me ama, y es mi deber recordárselo. De mi garganta un ronco rugido debido a la presión que ejercen sus dedos. De haber sido humano, estaría asfixiándome en este preciso instante. Pero no lo soy, y lo sabe. Quizá por eso está apretando tanto. Mi sangre mancha ahora sus diestros y largos dedos. ¿Cuánto tiempo había pasado sin sentirlos sobre mi piel? Demasiado tiempo. Tanto tiempo que su tacto casi me quema. Dios, ¿cómo puedo desearla tanto? ¿Cómo pude soportar tanto sin estar cerca de ella? Ahora todo eso cambiaría. Y ambos lo sabemos. La mano que me queda libre baja por su espalda. La atraigo aún más cerca si cabe. Quiero recorrerla de arriba abajo sin ninguna delicadeza, pero me temo que ella tiene otros planes.

Se aleja de mi de forma brusca, arrojándome contra el mobiliario más cercano. Que por suerte para mi resulta ser un sofá. Me acomodo sobre él como si hubieran sido mis mismos pies los que me dejaron caer sobre él y ella no hubiera tenido nada que ver. Observo en sus ojos aquella rabia ciega que una vez me obligó a tener que separarme de ella. Ophelia era el caos encarnado. Mi pareja perfecta. Estamos hechos el uno para el otro. Aunque ella no vaya a estar de acuerdo de momento. Buceo en su memoria, atrayendo a su mente consciente aquellos recuerdos que más me interesan. Los recuerdos de las noches que pasó junto a mi, antes y después de que la convirtiera. Aquellas memorias traen consigo un sinfín de emociones que probablemente ninguno de los dos recordáramos hasta entonces. Y sé cuánto miedo provoca este hecho en ella. No necesita decirle nada a la criada: una simple mirada y la muchachita, cuyo miedo aún puede olerse en la sala, sale corriendo a refugiarse en la pseudoseguridad que le ofrece su habitación. Desde luego, sabe cómo elegir a sus sirvientes. Leales aunque temerosos. Totalmente diferentes a como es ella. Ophelia es traicionera, mentirosa, aunque siempre ha estado gobernada por emociones demasiado fuertes. Buenas y malas. Emociones que se empeña en esconder de la vista de casi todos. Pero no puede esconderlo de mi. Y lo sabe. Y por eso me tiene miedo. Por eso me odia y me ama con la misma fuerza que antaño.

Escupe esas palabras pretendiendo causar en mi alguna reacción. Yo me limito a seguir buceando en aquellos recuerdos que había logrado mantener bajo llave todos aquellos siglos. Muy hábil. Sus barreras seguramente resultaron infranqueables para casi todos. Pero yo la creé, y sé cómo funciona. Sé como destruir todo cuanto ha construido a su alrededor. Su imagen, su fingida indiferencia. Yo sé cómo es en realidad. Su rostro se hunde en la más honda confusión. Aún no ha entendido qué es lo que le está pasando. La obligo a recordar la primera noche de su nueva vida junto a mi. Saboreo su expresión cuando aquellas imágenes, emborronadas por el paso del tiempo, comienzan a cobrar vida frente a nosotros. Se funden con el ambiente. Etéreas. Ver todo desde su punto de vista provoca en mí una extraña reacción de... ¿lástima? Sus recuerdos son difíciles de controlar, y a medida que se aproximan al punto en que la abandoné se van volviendo más y más oscuros. ¿De verdad le causé tantísimo daño? Nunca lo pretendí. Me dejé guiar por el pensamiento de que alguien como ella no podía sentir dolor de forma tan intensa como cualquier otro. Obviamente, me equivocaba. Mi cuerpo se tensa de repente. Y la necesidad de disculparme se mezcla con el deseo de poseerla. ¿O es al revés? Sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que no recordaba. Dibujo una sonrisa cargada de picardía y me acomodo en el sofá, fingiendo que aquel encuentro sólo la había afectado a ella. Y nadie sabe lo mucho que agradezco que no se de cuenta de lo mal que me siento realmente.

- Hasta que finalmente te das cuenta, querida Ophelia, de que estaba jugando con tus recuerdos... Creí que habías perdido facultades. ¿O es que el luto que has guardado por mi durante estos casi dos milenios te ha afectado de esta forma tan patética? Te creía más fuerte. -Me vuelvo a relamer los labios, agradecido por tenerla de nuevo tan cerca. Siento su aliento gélido sobre mi rostro. Quiere matarme, y no sólo lo sé porque sus manos vuelvan a ejercer presión sobre mi cuello, sus recuerdos ahora se centran en aquellos momentos que pasó, a solas, esperando por mi regreso. De nuevo, aquella punzada de resentimiento me recorre de arriba abajo. Acabé con el lastre de su familia para estar con ella para siempre. Y luego la abandoné. Muevo un poco el cuello, facilitándole el acceso al mismo. Siento mi sangre arder por la cercanía. Una parte de mi quiere darle el gusto, hacer que consiga lo que quiere. Pero la otra parte sólo pretende que se desahogue para que vuelva en sí misma. Para que vuelva a ser quien era, para que vuelva a admitir lo que ambos sentimos. Para que nuestra vida pueda continuar donde la dejamos. Mis manos recorren la línea de su espalda, despacio. Siento cómo se estremece de forma involuntaria. Siento cómo se tensa. Siento cómo sus emociones van cambiando, asemejándose más a las mías. - N-no sabes cuánto te he echado de menos... A ti y a tus ansias por destruirme. Que pena que nunca hayas tenido la fuerza necesaria para acabar el trabajo. ¿No te he hecho sufrir lo suficiente? ¿Por qué no admites de una vez que no has podido olvidarme? Eres mía. Y que lo niegues no lo convertirá en mentira. -Un escalofrío me recorre de arriba abajo, sólo entonces me doy cuenta de que estoy perdiendo demasiada sangre. No ha dejado que mis heridas cierren antes de abrirme nuevas. Realmente quiere destruirme. ¿Lo conseguirá?


Última edición por Friðþjófr Yngvarr el Miér Ago 20, 2014 3:51 am, editado 1 vez
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Jun 29, 2014 12:42 am

Definitivamente, nada había cambiado. Y lo supo cuando al verlo empalidecer aún más, sus manos comenzaron a ejercer menor presión en torno a su cuello de forma involuntaria. Escrutó en el vacío de su mirada algún rastro de sentimientos, alguna disculpa que sus arrogantes labios no eran capaces de pronunciar. Pero no vio nada. Aquel ser al que una vez amó más que a sí misma, más que a la vida que le habían arrebatado, se había convertido en un grandísimo saco de la más absoluta nada. Exactamente igual que ella. Eran dos agujeros negros peleando por absorber uno el lugar del otro. Y el resultado era que ninguno de los dos avanzaba. Y en cierta forma se sentía culpable. Sí, era absurdo porque había sido él quién la había abandonado, quien la había despojado de todos los buenos sentimientos que una vez albergó. Pero ella no había hecho nada por superarlo, pretendiendo que el paso del tiempo y sus muchos esfuerzos por ocultar aquellas emociones de la vista de los demás fuera suficiente para que la herida dejase de sangrar. Y a la vista estaba que no lo había conseguido. La simple cercanía con él, su objeto de obsesión por excelencia, había destruido todo lo que había conseguido con tantísimo esfuerzo. Y eso, sin duda, quería decir algo. Fuera lo que fuese. Por lo pronto había conseguido sembrar la duda en sus pensamientos. Una duda que no hacía más que crecer y crecer, a medida que su indiferencia desaparecía. ¿Qué sería de ella, y de su cordura, si él, a quien más odiaba, amaba y temía, desapareciese de la faz de la tierra? Lo cierto es que nunca se había parado a pensarlo. No se consideraba lo suficientemente fuerte para lograr acabar con él, y siempre supuso que opondría más resistencia de la que estaba demostrando de momento. Quizá ambos estaban tratando de alejarse de sus posturas extremas y opuestas, pretendiendo acercarse. ¿Pero podían dos agujeros negros coexistir en un mismo espacio y tiempo? Eso sólo el transcurso de la noche lo diría.

Aguardó a que sus heridas se fuesen cerrando para volver a clavar las uñas en la fina capa de piel de su cuello. Ello le supuso una satisfacción doble: por una parte, podía disfrutar dañándole nuevamente, y por otra, no se sentiría tan horriblemente culpable en caso de que la cabeza de su creador se despegase finalmente de sus hombros. Aunque la posibilidad de que eso pasara despertaba emociones encontradas en la vampiresa, sabía perfectamente que no podría vivir con ello. Vínculos vampíricos, se dijo, intentando restar peso a los sentimientos que indudablemente aún profesaba por él. Sentimientos que no iba a reconocer de ninguna manera, pero que sabía que acabaría transmitiendo al antiguo. Para él Ophelia siempre había sido tan transparente como el agua que todos bebían. Lástima que el sentimiento no fuese mutuo. Su sonrisa indiferente seguía reluciendo en su semblante, molestándola. Eso era lo que quería conseguir. Fastidiarla, sacarla de sus casillas, destrozar sus nervios. Lo que siempre había pretendido conseguir de ella. No era amor lo que sentía por ella, y jamás lo había sido. Estaba obsesionado con ella, siempre lo estuvo, y por eso había regresado sin avisar para buscarla. Para romper su paz, su tranquilidad, conseguir que se volviera loca nuevamente por él y abandonarla otra vez. Como siempre. Ese pensamiento hizo que la vampiresa volviera a apretar sus manos en torno a su cuello. Su sangre brotó con fuerza, recordándole de forma abrupta la sed que aún rasgaba en su garganta. Sin pensárselo dos veces, acercó sus labios a una de las heridas abiertas, saciándose con su vitae. Craso error.

Un repentino torrente de emociones, sensaciones y recuerdos la sacudió de arriba abajo. Sintió como sus tejidos, sus músculos y huesos recobraban una fuerza inusitada. Hacía mucho que no recordaba aquella sensación que la sangre de su creador siempre ocasionaba en su cuerpo, en su mente, en su alma. Ophelia entrecerró los ojos, saboreando aquel líquido vital para luego alejarse suavemente. En el trayecto se topó nuevamente con aquellos ojos que tanto la enloquecían. La vampiresa frunció el ceño, tratando de alejar sus pensamientos de aquella perspectiva. El odio tenía que vencer al amor, o no tendría escapatoria. Las redes que Friðþjófr tejía en torno a ella eran imposibles de romper. Y que él lo supiera no era bueno. De hecho, era lo peor que podía pasarle. Y entonces, habló. Habló, destrozando toda la magia que ella misma había inventado. Habló, recordándole por qué debía odiarlo por encima de todas las cosas. - ¿Por qué tenéis que ser tan extremadamente arrogante? Tan... exageradamente... odioso. Soy más fuerte. Mucho más fuerte de lo que era cuando me abandonaste. Lo suficientemente fuerte para acabar contigo. Seguir apretando este agarre hasta que esos absurdamente... atrayentes labios dejen de tentarme como me tientan. Te odio. ¡¡Te odio!! Tienes que marcharte de aquí. Ahora. ¡¡Ahora!! -Sacando fuerzas de donde nada quedaba, lo levantó de un puñado del sofá y lo empujó contra la pared más cercana. - Vete. Ahora. Tú y yo no tenemos nada que decir, nada de qué hablar, nada en común. Para mi estás muerto. -Y volteándose, se dispuso a salir de la sala.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Miér Ago 20, 2014 4:26 am

En el mismo momento en que esas palabras, retadoras, salen de mis labios, ya me estoy arrepintiendo. Obviamente no he venido a su hogar con deseos de que mi propia progenie acabe conmigo. Tengo muchos milenios más que vivir por delante, muchas más vidas que destruir, a muchos más desgraciados que convertir. Y sin embargo, lo he dicho. Lo he dicho porque ver tan de cerca aquellos momentos que pasó, a solas, aguardando por un regreso de mi parte que nunca se produciría, me hace sentir bastante más deplorable de lo que creía posible. Aquella oscuridad, aquel dolor tan intenso, se me clava en la piel, en la mente. Y no me gusta. De pronto, esa sonrisa socarrona que siempre me acompaña, se torna una mueca retraída, una mueca confusa, de auténtica molestia. Siempre he pensado que Ophelia era tan fría como yo, tal vez por eso el hecho de abandonarla no me pareció tan terrible al momento de hacerlo. Y ahora aquello me hacía ver que su sufrimiento no sólo había sido real, sino que había sido bastante más intenso de lo que buscaba. No la culpo de querer acabar conmigo, esa es la realidad, aunque evidentemente no iba a hacérselo saber. Bastantes ganas tiene ya de por sí, como para seguir animándola a hacerlo. Me siento... ¿arrepentido? Arrepentido de haberle arrebatado todo cuanto una vez tuvo, todo cuanto una vez amó, y haberlo sustituido por unos sentimientos hacia mi que jamás fueron del todo correspondidos. Porque sí, ella es mía, y como tal, la deseo... pero es bastante poco probable que alguien como yo pueda amar. Ni siquiera a alguien como ella. Pero aquella sensación de arrepentimiento se va de forma tan repentina como llegó. Los remordimientos no son lo mío. Y ahora estoy aquí, ¿no? Debería ser suficiente consuelo para ella.

- Ophelia... ¿No te parece que ya has dado bastante el espectáculo por esta noche? Tu berrinche supera con creces la pataleta de un niño de cinco años al que le acaban de asesinar al perrito. Empieza a ser... Patético. Y no te conviene hacerme enojar. -Empleo toda aquella fuerza que llevaba conteniendo desde el principio de nuestra conversación para sujetarla por las muñecas con la suficiente fuerza para alejarla de mi cuello. Mis heridas van cerrándose lentamente, mientras me recreo en observar su rostro más de cerca. Su piel, pálida como la porcelana, reluce levemente gracias a la luz de las velas que iluminan la sala. Tan perfecta, tal lisa y delicada que parece impensable que sea la piel de un monstruo. Casi indestructible. A veces me sorprendo de que realmente el tiempo no pase por nuestro cuerpo como lo hace por nuestra mente, por nuestras experiencias. Y en este preciso momento, estoy casi tan sorprendido como agradecido. Su belleza sigue siendo idéntica a cuando la convertí, aunque no puedo negar echar algo de menos aquel rubor antes presente en sus mejillas. Joder, ¿por qué la deseo tanto? ¿Será porque la conexión entre ambos es magnética? ¿O porque el olor de su sangre, durante tantos años alejada, me llama con una intensidad más marcada que al principio? No hay que decir que cuando finalmente bebe la sangre que ella misma me ha sacado a la fuerza, mi satisfacción es tal que poco me importan sus exigencias de que me marche de su hogar. Los dos sabemos que no voy a irme de allí. Ni ahora, ni en mucho tiempo. Que le guste o no me es indiferente.

Me dejo guiar por ella hacia la pared, contemplándola. Mi sonrisa ha vuelto porque ahora sé lo mucho que está teniendo que luchar consigo misma para controlarse. Y cuando mi sangre surta el efecto deseado, todo lo que ahora es rabia, se convertirá en deseo. Y a eso no podrá resistirse. Soy su creador, y como tal, me pertenece. Ella, su sangre, y todas esas emociones que tanto se empeña en ocultar de mi vista. De nada sirve que lo haga. Nunca será más fuerte que yo, y lo ha demostrado dejando de intentar acabar conmigo. No hubiera podido soportar un mundo en el que yo estuviera. Lo sé. Lo sabe. Es inevitable. - Soy arrogante, preciosa, porque tú me instas a serlo. ¿O acaso no te das cuenta? Con este numerito de mujer ofendida y abandonada no haces más que demostrar que ni tienes la valentía para acabar conmigo, ni has dejado de sentir lo mismo por mi que el primer día. Tú eres mía. Me perteneces. Y sí, sin duda eres más fuerte que entonces... -La sujeto con firmeza por el brazo en cuanto se voltea, y la atraigo hacia mi con la misma violencia que ella había empleado antes para sujetarme por el cuello. - Pero no eres más fuerte que yo. -Ágilmente, la hago voltearse y la acorralo contra la pared. Sabe que no tiene escapatoria. Aunque lograse liberarse, ¿adónde iría? No puede esconderse de mi. Siempre la encontraré. - Y nunca lo serás. Deja de fingir. Es inevitable que sientas lo que sientes. Es inevitable que me recuerdes, y que me culpes de abandonarte. Pero como tu creador, te ordeno que digas la verdad. No quiero que escondas de mi lo que sientes realmente. Quiero verte suplicar. -Y por fin, la beso. La beso con violencia, con fiereza; la beso como hace mucho que no besaba a nadie. Muerdo sus labios, me deleito con su sangre, sin dejar de sujetarla por los brazos con una fuerza que cualquier humano hubiera encontrado más que dolorosa. Su cuerpo reacciona al mío. Lo sé. No puede esconderlo. No puede evitarlo. He vuelto a ganar.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Ene 09, 2015 1:37 am

Su sangre... ¿Cómo expresar lo que aquel líquido escarlata le hacía sentir? ¿Existían acaso las palabras necesarias y suficientes para poder explicar lo que estaba sintiendo en aquellos momentos? Aquel torrente de energía, aquella sensación de que podía hacer todo cuanto deseara, como lo deseara, y sin ningún tipo de restricciones. Sí, era lo más parecido a la libertad. Estaba saboreando la libertad en su estado más puro y salvaje. Y le encantaba. ¿Cómo no iba a gustarle? Ella misma estaba hecha de esa esencia, de esa misma sangre, aunque sólo fuera capaz de recordarlo, de apreciarlo, cuando la probaba en alguien distinto. Particularmente, de él. Era como beber de la fuente de la vida. Se sentía renacer. Como si cualquier cosa que pudiera imaginar fuera posible. ¡Era tan maravilloso, a la vez que frustrante! Porque no tenía sentido que odiándolo tanto, fuera el único capaz de recordarle lo que realmente era ser un vampiro. Ser Ophelia. Ser un ente del caos. El eslabón más fuerte de la cadena. Un demonio nocturno. ¡Aborrecía aquellas estúpidas cadenas que la seguían manteniendo atada a él! Pero más aborrecía la idea de que toda la eternidad que les restaba por delante transcurriera exactamente igual que como lo habían hecho los años anteriores... Aún así, no podía evitarlo. Así como una vez tuvo una madre, Friðþjófr era su padre, su creador. Y ese lazo jamás se rompería, a menos que uno de los dos muriera. ¡Demonios! ¿Por qué no había podido acabar lo que empezó? ¿Por qué no pudo cerrar las manos en torno a su cuello con la bastante fuerza para acabar con toda aquella pesadilla?

Nunca lo sabría. Aunque al escucharle hablar volvió a planteárselo. Si no lo hizo era porque estaba convencida de que hubiera tenido el mismo desenlace. Y sabía que la única y mejor forma de deshacerse de él era ignorándolo. Sí. Él era así. Si le gritaba que lo odiaba, seguiría persiguiéndola. Confundiéndola. Y más cuando los dos sabían perfectamente que mentía. Bah. Si la culpa era sólo suya. ¿A quién se le ocurre intentar engañar al rey de los mentirosos? Porque si era ella una experta, había sido gracias a él. Y eso la exasperaba. Y sí, lo cierto es que fue bastante estúpido por su parte pensar que decirle algo como eso, que estaba muerto para ella, iba a surtir algún efecto en su creador. Después de todo, a ella tampoco le habría hecho ningún efecto si las palabras hubiesen salido de los labios ajenos en lugar de los suyos propios. Porque era cierto. Técnicamente hablando, estaba bien muerto. Además de que la carencia de sentimientos era algo que ambos compartían. Él la había enseñado a ser como era: indiferente, ajena a toda emoción que difiriera un ápice de la ira. Incapaz de demostrar ni sentir ninguna clase de sentimientos... O al menos, se esforzaba porque así fuera.

- ¿No me conviene a mi, o no te conviene a ti el que te haga enfadar? Si tú me conoces bien a mi, ni te imaginas lo bien que te conozco yo a ti. Y sé que te vuelves bastante estúpido cuando te enfadas... Pero... ¿sabes qué? Me da igual. Lo que pienses. Lo que digas. Lo que hagas. Solo quiero que te largues de mi casa de una maldita vez. Lo que sientas o dejes de sentir, me es indiferente. -Y aunque eso no era del todo cierto, se esforzaría porque lo fuera. Ahora era su turno de mostrarle frialdad, de abandonarle. De dejarle atrás y seguir con su camino. Por más que le doliera -y sabía que lo haría-, estaba cansada de vivir en el pasado. Su semblante, paulatinamente, volvió a su inexpresividad natural, a medida que la distancia física y psíquica entre ambos iba haciéndose más grande. Ahora sentía cómo sus pensamientos volvían a fluir libremente, sin su presencia hurgando entre ellos y su pasado. ¿Y qué ocurrió? Que todo volvió a tranquilizarse. Extrañamente, ahora se sentía más liberada. Había vuelto a verle. Había podido comprobar con sus propios ojos que el monstruo seguía siendo igual de monstruo y que ella ahora también lo era. A su manera. Ahora volvería a sus aposentos, a su vida monótona pero tranquila, porque eso era lo que había elegido. Lo que había conseguido por sí misma. No le debía nada. No lo necesitaba para sobrevivir, y aunque aún notara aquella pesadez en el corazón, ahora sabía que podía tolerarla. Se marcharía y no volverían a verse jamás... O no.

Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando ya la tenía pegada a la pared. Cerca. Demasiado cerca. Luchó contra sí misma y contra todas aquellas cosas que le hacía sentir, incapaz de creerse que la sensación de vacío, de liberación de antes realmente pudiese durar tan poco. Lo miró a los ojos y el muro volvió a derrumbarse, de golpe, haciéndola tambalearse. ¿Ese era el efecto que tenía su sangre? ¿El de hacer que todo lo que él dijera o hiciera la afectase tanto para que no pudiera pensar y actuar de acuerdo con sus propios pensamientos? Quiso gritar. Huir. Esconderse. Pero todo cuanto pudo hacer fue quedarse quieta, perdida en la inmensidad de su mirada, sin comprender por qué demonios había tenido que volver a por ella. ¿Qué era lo que quería? ¿Qué podría ella ofrecerle que fuera lo bastante valioso para que la fastidiara de esa manera?

Nunca sabría la respuesta a esa pregunta, porque cuando quiso formularla en voz alta, los labios ajenos se habían fundido con los suyos propios... Y todo se volvió del color de aquella sangre que nunca debió probar. Se fundió en sus brazos sin poder evitarlo -y sin querer hacerlo tampoco-, dejando que toda la rabia y el dolor se entremezclaran al tuntún con aquella pasión desenfrenada que siempre les había acompañado. Sí, le quería. ¡Por supuesto que le quería! Pero no más de lo que lo odiaba. Y eso la confundía. ¡¿Cómo podía desear besarle y destruirle al mismo tiempo?! Clavó sus uñas en su espalda, con fuerza, con rabia, esta vez sin contenerse, dejándose llevar. Quería hacerle daño. Necesitaba hacerle daño. La sangre de sus labios volvió a inundarla casi por completo. Pero ya no importaba. Ya nada importaba. Cerró los ojos y dejó que sus pensamientos fluyeran, al igual que sus recuerdos. Recuerdos de tiempos mejores, pero también de épocas oscuras. Ambas, por supuesto, por culpa suya. Le arrebató la vida para darle una muerte eterna. Y allí estaban, juntos, de nuevo. Cualquier cosa podía salir mal, e inevitablemente, lo haría.

Porque cuando dos huracanes chocan, o se suprimen mutuamente, o desatan una rabia conjunta que acabaría con todo a su alrededor. Sin que nadie pudiera hacer nada para detenerlo.

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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Mar 26, 2015 6:49 pm

Sus pensamientos acuden a mi cabeza de forma casi inmediata, inundándola, entremezclándose con los míos, logrando que me sienta lo bastante confuso para no entender realmente nada de lo que estaba viendo o sintiendo. Los vampiros, a medida que vamos haciéndonos viejos -no físicamente, entiéndase- conseguimos poco a poco ejercer un mayor control sobre nuestros poderes, sobre los dones que la inmortalidad nos regala, y sobre todo, sobre nuestros recuerdos. Yo soy capaz de recordar con total lujo de detalles todas y cada una de las acciones llevadas a cabo por mi persona en los últimos cinco mil años. Soy capaz de encontrar un recuerdo, previamente clasificado en mi memoria, extraerlo y analizarlo como si de un libro se tratase... Pero Ophelia no es así, y ahora me doy cuenta. Sus pensamientos, sus memorias, siguen estando gobernadas por ese caos que caracteriza sobre todo a los neófitos. No hay orden ni sentido, sus recuerdos no están clasificados de forma lineal en el tiempo, sino que parecen estar basados más bien en la carga de emocionalidad que albergan. Supongo que ahora entiendo muchas cosas. Los momentos que le han resultado más duros, o en los que la rabia ha sido más explosiva, aparecen siempre antes. Y no es casualidad que precisamente esos momentos, en su mayoría, tengan que ver conmigo. Me doy cuenta entonces de algo, y es que la frialdad manifiesta por mi progenie no es ni de lejos la realidad que esconde en su interior, sino una forma de protegerse del mundo. Ophelia aún conserva sentimientos, aunque todos sean de odio, rencor y ansias de destrucción. No está tan vacía como quiere convencerse. Ahora lo sé. No puede mentirme. La conozco mejor que ella misma.

Pero eso también implica algo que no estaba dentro de mis planes, y es que en cuando mi poder deje de tener influencia sobre ella, va a ser bastante más difícil obtener lo que deseo. Todo lo que antaño había sido devoción, deseos y necesidad, ahora se había tornado en hostilidad. Y aunque no es que me importe demasiado que se comporte como una fiera enjaulada, no es eso lo que estaba buscando. Por eso tengo que empezar a idear una nueva forma de acceder a esa caja de pandora en la que es evidente que debe seguir guardando sus verdaderos sentimientos. Inaccesibles, de momento, para mi. Pero no todo está perdido... Oh, en absoluto. Cuando noto sus uñas clavarse sin piedad sobre la piel de mi espalda, la descubro rodeándome con las piernas, devorando mis labios como yo mismo hacía con los suyos. ¿Es esa la única forma de conseguir lo que quiero? Hombre, no es que vaya a quejarme. Su cuerpo responde al mío, y eso es un hecho. Pero el mío la desea tanto que ni siquiera nota ya esa frialdad que nos caracteriza a los inmortales. Y es que ninguna otra criatura sobre la faz de la tierra, y creedme, me ha dado tiempo a conocer -y catar- a muchas, despierta mis instintos de forma tan contundente. Aunque no tengo muy claro, de momento, qué es lo que eso significa. ¿Acaso ella también ha perfeccionado sus facultades hasta el punto de que le confieren algún tipo de influencia sobre mi? ¿O tiene más que ver con el hecho de que llevaba milenios deseando tener este reencuentro? Sea como fuere, digamos que tengo cosas más importantes en las que centrarme ahora mismo.

Y es que cuando mi diestra se descubre bajando por el lateral de su torso, para agarrar firmemente uno de sus turgentes senos, lo único que me interesa ya es volver a apreciarlos en directo. Más tarde tendremos tiempo de volver a discutir los términos de nuestra nueva vida juntos. Porque si algo tengo claro -y ella acabará teniéndolo, también-, es que después de esto no sólo no pienso marcharme, sino que deberá prepararse para tenerme más cerca que nunca. En todos los sentidos. Estoy cansado de vagar por el mundo rodeado de la indiferencia y fastidio que me provocan los seres inferiores de los que siempre estoy rodeado. Necesito a un igual. La necesito a ella. Y está claro que es mutuo. Deslizo mi brazo izquierdo bajo sus piernas para aferrarla contra mi con fuerza, y sin dejar de maltratar esos labios gruesos y rosados que siempre me han vuelto loco, nos arrastro a ambos hacia ese sofá que sin duda ha conocido el horror de la muerte un millón de veces, para darle una utilidad un poco más... Picante. Puedo notar entonces que sus pensamientos poco a poco van cobrando más sentido, dentro de su cabeza, y dentro de la mía, y los primeros recuerdos agradables aparecen, provocándome una leve sonrisa que no sé muy bien por qué ha aparecido. Pero ahí se queda, contra sus labios, mientras me entretengo rasgando la parte trasera de su vestido de forma casi distraída. ¿Por qué había decidido estar tanto tiempo separado de ella? ¿Por qué, si nunca había llegado a olvidar cómo me hacía sentir? Quizá fue una forma de darle tiempo para convertirse en lo que ahora es. Un monstruo, capaz de competir en maldad conmigo mismo, pero también la compañera que ahora no estoy dispuesto a volver a abandonar.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Mar 27, 2015 9:00 pm

A veces Dios, el destino, o lo que quiera que gobierne nuestras vidas tiene una extraña forma de hacernos ver que todo aquello que creíamos, todo aquello que considerábamos verdad, está completamente equivocado. Y esa revelación le resultó particularmente difícil de encajar a la inmortal. No sólo porque siempre se había afanado enormemente en dejarse llevar únicamente por razonamientos que fueran lo bastante meditados para sentir que no podía equivocarse, sino también porque siempre había odiado la idea de no llevar razón. Y mucho menos cuando se trataba de tener que dársela precisamente a aquellos que, por decirlo suavemente, no le caían demasiado bien. Por eso, aunque no estaba entre sus planes reconocer en voz alta delante de aquel que la había dañado tanto en el pasado que sí, que tenía razón, que lo había echado de menos, no pudo evitar que su cuerpo reaccionase al contacto con el suyo, sin ningún tipo de control por su parte. Y sin que ella quisiera controlarlo, realmente. Se dejó llevar por él, por el deseo del momento, actuando únicamente para rodear el cuerpo del vampiro con sus piernas, en apenas un movimiento. Mientras más cerca lo sentía, más cerca aún quería tenerlo. Y entonces supo que se perdería, si no ponía remedio para ello. Cuando notó la frescura del sofá sobre su piel, hizo rodar al vampiro hasta colocarse justo encima, aprisionándolo con piernas y brazos. Pero por más que miró al interior de sus ojos, no consiguió ver lo que buscaba. Un indicio de la verdad que sabía que él nunca le diría a la cara. Una respuesta a las preguntas que siempre había ignorado.

- ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué has vuelto ahora? ¿Qué diablos quieres de mi, Friðþjófr? N-no creas que desconozco tus intenciones... Tú me creaste, me hiciste a tu imagen y semejanza... No puedes engañarme. Sé como piensas... Y si estás aquí es por un motivo, que nada tiene que ver con el haberme echado de menos. Y quiero saber cuál es. -¿Cómo iba a concebir que un ser como él pudiera siquiera sentir algo parecido a la nostalgia? No, él nunca la echó de menos. Y si así fue, no dio muestras de ello en el milenio que habían pasado separados. Por eso, por más que, a su modo, se alegrase de verle, no podía parar de preguntarse por qué había vuelto precisamente en aquel momento. Cuando al fin parecía ver la "luz" al final de ese interminable túnel en el que su ausencia la había arrojado. Gracias a Helenna. Sí, su progenie poco a poco había conseguido que la inmortal reconociera, a su manera, que necesitaba la compañía de la otra, aunque fuese solo a ratos. Y eso era algo que Friðþjófr nunca le había dado, y nunca le daría. No era alguien en quien pudiera confiar. Y aunque a Helenna sólo la uniera la dificultad para afrontar la pérdida de su creador, que no el amor, con eso le bastaba. Pero, entonces, ¿por qué? ¿Qué motivo lo había impulsado a acudir en busca de su "hija", si no era la necesidad de recuperar el tiempo perdido? ¿Acaso existía la posibilidad de que en aquel podrido corazón que aún albergaba su pecho todavía quedase un resquicio de sentimientos, dirigidos hacia ella? Aunque la simple idea de que eso fuera posible le parecía estúpida, la vampiresa pronto se dio cuenta de que era precisamente eso lo que siempre había deseado. Porque aunque hubieran pasado mil años, aunque hubiese dejado pasar mil más, era el único ser al que todavía amaba. De una forma retorcida. De una forma terrible... Pero con mucha intensidad. Más de la que jamás albergaría por ningún otro. La inmortal agitó la cabeza con fuerza, incapaz de controlar el caos que su presencia, que su cercanía, que sus besos habían desatado dentro de su mente. Pero no consiguió nada. Porque sus labios estaban más preocupados por volver a fundirse en los ajenos, como si aquel encuentro, finalmente, hubiera activado el interruptor de los impulsos que tanto se esforzaba a diario en mantener bajo llave.

Y así era, probablemente.

- Os aborrezco, y aún así... Sois lo único que consigue sacarme de mis casillas... Lo único que consigue volver a despertar en mi emociones que creí que estarían muertas por siempre... -Ni siquiera se dio cuenta de cuándo los arañazos que antes depositaba en la espalda de su creador, maltratándola, se habían tornado caricias que recorrían su rostro, como tratando de memorizar cada una de sus facciones con el inigualable sentido del tacto. - O quizá sea precisamente por eso... Quizá este efecto que provocáis en mi sea lo que verdaderamente me hace... querer odiaros. -Y conseguirlo, ciertamente. Porque aunque su mente ahora pareciera inundada de preguntas, y de recuerdos de los pocos momentos felices que había mantenido junto a él, de vez en cuando en sus ojos aparecían esos flashes de memoria que le hacían ver nuevamente los muchos motivos que tenía para querer destruirle. Al parecer, el amor y el odio no eran tan incompatibles como todo el mundo quería hacer ver. Se puede amar a alguien a quien se odia, y odiar a la única persona a la que amas en realidad. Y el motivo, si se paraba a pensarlo, era bastante simple. Al amar entregas al otro no sólo tu corazón, sino también la capacidad para destruirlo. Ophelia, sin embargo, nunca tuvo un corazón que entregar. Ella le entregó su lealtad, su admiración, su confianza, y él la había traicionado. Y eso era incluso peor. Por eso aquella dualidad no sólo estaba justificada, sino que era completamente lógica. ¿Cómo no odiarle, si había traicionado la confianza depositada en su persona, de todas las formas posibles? ¿Cómo no amarle, si le había concedido el único don que todo ser humano, en vida, siempre ansía, como es la inmortalidad? Estaba condenada no sólo a una vida eterna -que le gustaba, demasiado incluso-, sino también a desear que esa eternidad transcurriese a su lado. Ya fuera para amarlo, o para aborrecerlo. Porque aunque fuese en el mal sentido, él era la razón de su existencia.

Con todo lo que ello conllevaba.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Miér Jun 24, 2015 10:00 pm

Y en un momento, no sólo son dudas lo que se agolpan en mi cabeza en torno a todo lo sucedido en las últimas décadas, en los últimos siglos. De pronto, mis deseos de sacarla de quicio se convierten en algo más parecido a la culpabilidad. Demasiado parecido, de hecho. Sobre todo porque al oír esas palabras que salen de sus labios en forma de reproche, no soy capaz de ignorarlas. Ni siquiera soy capaz de fingir que no me importan. Porque no es cierto. Tampoco me siento con fuerzas para decir nada en contra. Tiene razón. Mi llegada a París nada tiene que ver con que la haya echado de menos, pero el hecho de quedarme sí tiene todo que ver. ¿Y por qué no soy capaz de decírselo? ¿Por qué no soy capaz de contrariarla, de escupirle en forma de dardo que se equivoca? Porque estoy cansado de discutir. Porque ahora que he visto todo el dolor que le he causado, voluntariamente pero sobre todo por omitirle mi compañía, lo último que quiero es añadir más leña al fuego que yo mismo había prendido años antes, al abandonarla a su suerte. Sujeto su rostro con ambas manos, para quedarme mirándola. Observo con detenimiento todos sus rasgos, toda esa belleza espectral que en su momento me cautivó, y que se ha mantenido intacta a pesar del tiempo, y sobre todo, a pesar del sufrimiento que la he hecho pasar. Una belleza que me llevó a cometer atrocidades, como asesinar a su familia para que pudiera estar a mi lado. Por siempre.

- ¿Nunca volverás a confiar en mi, verdad? ¿Nunca serás capaz de olvidar el pasado, a afrontar el presente? Si tanto me amas, si tanto me odias, lo único que debería importante es que ahora estoy aquí, de regreso contigo. -Mi tono adquiere un tono bastante más bajo del que pretendía en un principio, pero no soy capaz de evitarlo. Y tampoco quiero. Si ella ha sido capaz de abrirse, aunque sea un poco. De dejar de lado su orgullo, ¿acaso eso no es motivo suficiente para que yo haga lo mismo, o por lo menos, lo intente? Sé que nunca podré corresponder lo que siente, porque hace mucho que me he olvidado de lo que significa sentir, pero considero que es mi alma gemela. La parte que me complementa, que le falta a mi mundo para ser "perfecto" -dentro de esa forma retorcida en que yo veo el mundo, por supuesto-, y eso no había cambiado, ni cambiaría en un futuro inmediato. Y si necesita oírlo para creerme, entonces se lo diré. Aunque sea para convencerla. - Sabes perfectamente el motivo por el que me marché... Lo hice para protegerte. Para tratar de alejar de tus crímenes a todos aquellos que amenazaban con capturarte. Te lo repetí un millar de veces, que no podías sembrar el caos sin que hubiera consecuencias... Parece que aún no lo has comprendido... -Me ¿duele? ¿fastidia? que no comprenda mis motivos.

- Mira, no me apetece hablar de esto. Y menos ahora. Ahora sólo quiero... Hacer esto... -Digo para robarle uno de esos besos que mezclan furia con pasión. - Y esto... -Murmuro y le desabrocho lentamente ese vestido que me está volviendo loco. Quizá su presencia me afecte más de lo que estoy dispuesto a reconocer. Me hace pasar de la rabia a la culpabilidad, y luego a los deseos, a los instintos a flor de piel. Quiero comerme cada ápice de su piel, devorarla. Hacerla enloquecer. Besar cada rincón, cada cicatriz, cada lunar. - Sigue aborreciéndome... No creas que me importa... Si sigo despertando este fuego en ti, nada me interesa las ansias que sientas luego por destruirme. -La estrecho entre mis brazos como si todo lo demás careciera de importancia. Y no la tiene, en realidad. Recorro con la lengua el contorno de sus labios, su barbilla, ese delicado cuello que una vez fue la fuente de mi alimento... - Lo creas o no, te he echado de menos... Bueno... a ti y a este cuerpo por el que maté y mataría una y mil veces más... -Salgo de su cabeza, incapaz de controlar los míos propios y además de los suyos. Y casi lo agradezco. Porque en cuanto mi erección se hace evidente contra sus muslos, un torrente de recuerdos sale despedido desde su interior. Recuerdos bastante... explícitos. Sí, sin duda, aunque sea un poco, la he echado de menos. A ella y a la mezcla de fragilidad, locura y explosividad que despide de su interior.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Jul 31, 2015 9:48 pm

Por un momento, mientras su creador, su amante, y la persona a la que más odiaba en el mundo, sujetaba su rostro con delicadeza, sin dejar de observarla, puro sentir cómo su corazón daba un vuelco metafórico. Nunca supo si lo que sentía hacia él era real, ni siquiera sabía si era voluntario. Pero era algo que aunque le aborreciera, no podía negar. Quizá era a causa de ese lazo, de ese vínculo especial y único que se establece entre progenie y creador. Quizá era a causa de que la sangre de Friðþjófr corría por sus venas, igual que antaño lo hizo la familia humana por la que algunas noches aún sentía un ápice de nostalgia. Quizá fuera, simplemente, la forma que su mente tenía de guardarle gratitud por la existencia que le había otorgado, porque pese a estar llena de dolor, de vacío, era eterna... ¿Y qué humano no había soñado nunca con la inmortalidad? Con vivir para siempre, con experimentar todos los cambios que el mundo iba sufriendo, y hacerlo desde una perspectiva objetiva. Era emocionante. Y terriblemente monótono, sí. Pero era una vida que no tendría fin. O quizá no era nada de eso. Quizá realmente en su oscuro, frío y terrible corazón sí que había cabida para el amor, aunque este fuera tan retorcido como ella misma. Tal vez él había sido su primer amor, y el hecho de que la convirtiese, y a causa del vínculo vampírico, había provocado que también fuese el único. No lo sabía. Y tampoco importaba. Porque de la misma forma en que lo amaba, aunque no pudiera explicar los motivos que la llevaban a hacerlo, también lo aborrecía. Y para esto sí que tenía muchos motivos.

- No. Nunca te perdonaré. Cuando te fuiste, me dejaste tan vacía, que lo único que quedó en mi, hacia ti, fue la obligación de amarte por ser mi creador, y la de odiarte por haberme abandonado. Por haberme destruido. Por haberme salvado de la muerte y haberme otorgado un don que luego mancharías y destrozarías por culpa de la rabia. ¿Acaso esperabas que lo olvidase? Bien sabes que nosotros no olvidamos. Nosotros guardamos todo, y algunos, la mayoría, lo que acaba haciendo es convertir las emociones en simple indiferencia. Eso es lo que he hecho yo, en parte. Siento indiferencia hacia todo cuanto ocurre en este mundo tan terriblemente predecible. Hacia lo único que no puedo sentir indiferencia, Friðþjófr, es hacia ti... -Dijo con voz melodiosa, con calma, como si finalmente hubiera conseguido contener todo el torrente de emociones, de ira, que su creador había despertado en ella al meter el dedo en la llaga, al remover su pasado. - Pero eso no es precisamente bueno. A la larga, para ti, sería más seguro que también me produjeras indiferencia. He cambiado. Aunque no lo parezca, por culpa de todo espectáculo del que sólo tú tienes la culpa, el rencor ha modulado mi carácter hasta el punto de hacerme bastante... peligrosa. Si entonces, cuando me creaste, creías que era un monstruo, no te puedes ni imaginar en lo que tu ausencia me ha convertido. En lo que el paso de los años, de las eras, ha hecho conmigo, y yo con ellas. Te sorprenderías. -Una sombra con forma de sonrisa se cruzó por su semblante, deformándolo, arrebatándole la belleza espectral que siempre tenía, y convirtiéndolo en una mueca terrible.

Y entonces, haciendo acopio de las fuerzas que había estado acumulando durante todo aquel tiempo, retorció los brazos de su creador, esos lascivos brazos que la sujetaban muy cerca de él, hasta provocar que crujieran de forma más que audible. - A mi sí que me importa. Aborrecerte es todo cuanto he hecho, todo en lo que me he perfeccionado en todos estos años. Y sí, es evidente que despiertas en mi parte de aquel fuego, de aquella pasión que entonces acogía con gusto, pero ahora, todo cuanto imagino es el placer que me producirá el momento de tu muerte. No sabes cuánto te he echado de menos. Cuánto tiempo he esperado por cobrarme mi venganza. Pero antes... Antes me bañaré en este fuego, me sumergiré en él. Consideralo un regalo. -Y dicho esto, con un movimiento rápido y certero, acabó de desvestirse ella misma, rasgando de un tirón las costuras del vestido, para luego dejar que el miembro de su creador se introdujese en su interior con brusquedad. Un grito desgarró su garganta, y su espalda se arqueó de forma exagerada. - Esta será la última noche en la que nuestros cuerpos se unirán. La última noche de tu larga existencia... ¡VENID AHORA! -Un séquito de neófitos entraron en la sala en silencio, cargados con cadenas de acero que comenzaron a emplear para inmovilizar los brazos del antiguo, deformados a causa de la vampiresa. El resto del personal entró poco después a la habitación, con un pesado ataúd fabricado con madera de roble, y cubierto también de cadenas. - Espero que estés cómodo ahí dentro, cariño. Juro que me acordaré de ti cada vez que entierre a alguien en las mazmorras. -El cuerpo de la vampiresa seguía alzándose rítmicamente sobre la intimidad de su creador. Y sus ojos volvieron a encontrarse. La frialdad, contra la venganza.

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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Sep 28, 2015 6:33 am

Y ahí está, otra vez, esa arruga en la frente, ese locuaz torrente de palabras que no parecen tener fin. Hace rato que no proceso nada de lo que dice, pero de pronto me averiguo inmerso en el visionado de sus labios, abriéndose y cerrándose de forma rítmica, emitiendo algún sonido que ni logro identificar ni me importa entender. Dejo de escuchar en cuanto comprendo que su dolor va mucho más allá del rencor. ¿Era acaso posible, que los años, en lugar de hacer que el tiempo curase todo, en lugar de cicatrizar sus heridas, las hayan hecho aún más profundas? Si no es así, es lo que parece. Debí haber borrado sus recuerdos cuando tuve oportunidad, al convertirla. Así no habría echado de menos a su familia, ni llorado su muerte, y jamás hubiéramos tenido que separarnos. La furia que despertó en ella al convertirla, fue fruto de esa rabia por el asesinato de los suyos. Quizá si yo los hubiera dejado vivir todo hubiera sido diferente. Pero no es el momento. Si digo una verdad de semejante calibre, lo que ahora parece terrible, se convertirá en una absoluta pesadilla. Además, parece que ella también tiene otros planes...

- ¡Ah! Joder, maldita sea, Ophelia, debes avisar antes de hacer estas cosas... -Noto los brazos entumecidos, inservibles por el momento. Quebrados. Me echo a reír de forma casi histérica. Creo que fui yo quien le enseñó esa forma de torturar a la gente. Y ahora lo aplica conmigo. Tan mal no he debido hacerlo. Lo único molesto es que ahora no puedo sujetarla, y Dios, el deseo por hacerlo me retuerce por dentro, y más aún cuando reacciona de forma tan brusca, permitiéndome entrar en ella una vez más. - Creo que esta es la definición de injusticia. ¿Por qué me haces esto? Sé que me odias, pero esta forma de tortura es demasiado incluso para ti. Necesito... Sentirte... Ophelia... -Mis jadeos se confunden con los suyos. ¿Cómo he podido olvidarme de esto? De lo mucho que me hacía falta. Tantas amantes han pasado por mi cama, cuando en realidad sólo la había deseado a ella. Únicamente a ella. Poco a poco mis brazos van recuperando la movilidad, y ya puedo imaginarme abrazándola, acercándola a mi todo lo posible. Y entonces, me doy cuenta. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?

- Vaya, esto sí que no me lo esperaba. -Sabe que lo único que puede hacerme bajar la guardia es precisamente ella, su cuerpo, el deseo que creía que nos consumía a ambos, pero que me estaba nublando el jucio a mi. Muy lista. Aunque me sorprende que piense que una panda de neófitos y unas cuantas cadenas van a poder retenerme. A mi, y a mi rabia. Si hay algo que no soporte, son las conspiraciones. ¿Tan difícil es ir de frente? Debí haberlo previsto. ¿Tenía un plan por si yo regresaba a su lado, o esa zorra que tiene por progenie le ha avisado de mi vuelta? Esa es la pregunta. Yo mismo me he encargado de enterrar a Helenna bajo tierra. Ahora van a intentar hacer lo mismo conmigo. - Creí que esto podía ser un gran reencuentro, y me topo con una encerrona. Has aprendido mucho, aunque no lo suficiente. ¿Crees que esto va a retenerme? ¿Cadenas y vampiros? -Bufo por lo bajo cuando mi amante, mi progenie, da un salto y se aleja de mi, mientras los demás me atan con tanta fuerza como pueden. Y extrañamente, las cadenas me queman, me rasgan. - ¿Qué demonios me has hecho? ¿Qué es esto? -Clavos de madera y un extraño líquido que me escuece. Quizá, después de todo, sí que la he subestimado.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Nov 03, 2015 2:07 pm

Una tétrica carcajada, acompañada de una mirada gélida, escapó de su garganta. ¿Cuántas semanas llevaba planeando aquello? ¿Cuántos meses? ¿Cuántos años? La venganza perfecta, servida en un "plato" no solamente frío, sino casi helado. Aquello era lo que él se merecía, lo que debería haber hecho mucho antes, librándose para él sin tener que renunciar al vínculo. Sin tener que sufrir las consecuencias que sabía que tendría matarle: vacío, hastío, ¿pena? Ridículamente, con lo mucho que le odiaba, era consciente de que acabar con su existencia, a corto plazo, no le traería más que sufrimiento. Claro que eso no significaba que no fuera a terminar haciéndolo. Aquel encierro sería el primer paso hacia su destrucción. Una forma de hacerse a la idea de cómo sería la vida sin él, cuando toda aquella trama llegara a su desenlace. Ese que terminaba con su muerte definitiva. ¿Le dolería? Sí. Pero tendría toda una eternidad para superarlo. Él lo había buscado, se lo había ganado a pulso, con cada decisión, con cada atrocidad cometida. Ella era la consecuencia de todos sus actos. La semilla que había plantado, cultivado, con esmero, paciencia y crueldad. Ni siquiera entendía por qué se sorprendía tanto. Debería haberlo visto venir. ¿O acaso pensaba que Helenna no iba a contarle de su presencia en París?

- ¿Qué es eso? Esa es la mejor idea que he tenido nunca. La única forma de pararte, a ti y a cualquier vampiro, en realidad. Lo que las estacas están introduciendo en tu cuerpo es veneno. Más concretamente, es la toxina, o la esencia, de los hombres lobo. No te matarán, pero sí te debilitarán considerablemente. Tú me enseñaste a investigar, a indagar en los cuerpos de otros seres para descubrir sus secretos. -Una vez que el antiguo estaba inmovilizado, la vampiresa volvió a acercarse a él, moviéndose de forma sugerente, contoneándose, provocándole con gestos, con miradas, mostrándole su cuerpo, parcialmente desnudo. Cuando estuvo a menos de un metro de él, se abalanzó sobre su cuerpo, quedando en cuclillas sobre él, agazapada, como un animal a punto de engullir a su presa indefensa. Eso era él, en aquellos momentos, su presa. Como ella lo fue en su momento. La había estado rondando, tanteando el terreno, buscando el mejor momento para sobresaltarla, para acudir a su encuentro como si se tratase de su salvador, para luego, simplemente, condenarla. Estaba haciendo lo mismo. - Hay algo que no puedo negar, y es que me instruiste perfectamente en el arte de la tortura, en los actos más macabros. Supongo que debería darte las gracias, pero te guardo demasiado rencor como para eso... Te vas a pudrir dentro de una caja, mientras tus tejidos se van momificando. Sentirás sed. Hambre. Dolor. Volverás a experimentar lo que se siente al ser vulnerable... Casi humano. -Besó sus labios con violencia, mordiéndolos, introduciendo su lengua con brusquedad, en busca de la otra.

- Y yo me deleitaré observando cómo, poco a poco, vas empequeñeciendo, convirtiéndote en ese puñado de huesos y piel muerta que realmente eres. Eso es todo cuanto mereces de mi, todo cuanto voy a darte. ¿Acaso no esperabas que tu creación iría a volverse en tu contra, y más cuando estoy completamente segura de que tú eres el causante de la desaparición de mi progenie? Cuando esté lista, cuando ya no quede más de ti, que un demacrado y pálido ser inerte, entonces, sólo entonces... Te destruiré, definitivamente, con mis propias manos. Ese será tu final. Y yo seguiré aquí, igual que siempre. Pero sin sufrir la carga que tu presencia siempre ha sido para mi. -Tras hacer un gesto con la cabeza, volvió a alejarse del vampiro, mientras que aquel séquito de neófitos lo levantaba del sofá y lo dirigía directamente al interior del ataúd. Sería reforzado con cadenas, aunque sólo como una precaución hasta que su momificación se iniciase. Entonces abriría el ataúd, solamente para observarle mientras se consumía, lentamente. - Vamos, no tengo todo el día. El alba se acerca y necesito dormir para despejarme... -Su voz sonó fría, carente de emoción. La voz del demonio, que finalmente, se había abierto paso hacia el exterior de su persona.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Feb 01, 2016 6:33 pm

Lo que al principio era una sonrisa, poco a poco se convierte en una mueca de fastidio. Mi rostro se contrae, levemente al principio pero con más intensidad después, a causa del dolor generado por las heridas. La capacidad que tiene para sorprenderme es algo que siempre me ha atraído de Ophelia. En cierta forma, porque me recuerda un poco a la espontaneidad que solía tener cuando seguía siendo humana. Pero ahora, en este preciso momento, me resulta cuanto menos irritante. La miro directamente a los ojos y no veo en ellos nada más que una intensa rabia, ira incluso, la misma que lleva conteniendo desde que entrase en su casa. Ahora lo sé. Ni siquiera el deseo que siente por mi, la pasión, la obsesión que ambos sentimos el uno por el otro, nada de eso es suficiente para acallar las voces del rencor. El eco del pasado. Bueno, tendré que esforzarme más. Contengo mis emociones tanto como me resulta posible. Si algo no voy a mostrar, y menos ante ella, es debilidad. Pero empiezo a darme cuenta de que ha descubierto mi punto débil, casi sin quererlo. Aunque mi capacidad para soportar el dolor es superior a la de la mayoría de vampiros, el veneno de licántropo arde al ponerse en contacto con mi sangre, y ese mismo ardor se distribuye por mi cuerpo lenta, pero inexorablemente, a cada segundo. Siguen clavándome esas pequeñas estacas, impregnadas en la esencia de nuestro peor enemigo. Y yo sonrío. Porque los dos sabemos que no saldrá victoriosa.

- Cuando creo que ya no es posible que me des más sorpresas, llegas, y rompes todos mis esquemas de nuevo. ¿Cómo no iba a volver? ¿Cómo no iba a regresar a tu lado, si eres la única criatura de este estático mundo a la que no soy capaz de predecir? -Sé que mis halagos no servirán para nada más que prolongar los momentos de agonía, antes de que me intente meter en esa caja, pero precisamente es eso lo que necesito. Sé que puedo acostumbrarme al dolor, incluso al ardor, sólo necesito un poco más de tiempo... Pero no parece dispuesta a dármelo. - ¿Serás capaz de abrir el ataúd y ver cómo se consume el único ser por el que aún eres capaz de sentir algo? Tu frialdad, que suele ser perpetua, únicamente se ve arrasada por las emociones, esas emociones que tan bien reprimes, cuando me tienes a tu lado. Y reconócelo, amor, eso te encanta. Te encantan mis mentiras. Te encanta que te maltrate. Te encanta que vuelva y me aleje. A la vista está. Si has preparado todo esto para mi es porque llevas mucho tiempo pensando en mi, mucho tiempo esperando a que venga... -Uno de los neófitos me clava una estaca lo bastante cerca del corazón para que mi voz se quiebre en un segundo.

Ahí mi sentido del humor se difumina por completo. Y surge la bestia, esa misma que le transmití a ella, mi progenie. Antes de que logren alzarme, muerdo, golpeo y quiebro tantos huesos como me es posible. Pero son demasiados. Incluso para mi. Beber mi sangre no era sino otro truco, para debilitarme. Debí sospecharlo. La miro a los ojos desde el interior de aquel pequeño cubículo, con una sonrisa hueca esta vez, amenazadora. - Evidentemente te enseñé bien a torturar, pero no tanto a predecir las consecuencias de tus actos. Deberías saber, amor, que cuando consiga salir de aquí, algo que te aseguro que ocurrirá muy pronto, no voy a estar precisamente contento. Destrozaré todo aquello que te importa, si es que te importa algo, y tú ocuparás mi lugar. Por supuesto, no en un ataúd lleno de clavos y veneno, yo no necesito tantos accesorios para tenerte a mi merced. Te arrepentirás de esto, Ophelia. Tenlo por seguro. -Con mi amenaza, la tapa superior de mi nuevo "hogar" se cierra lentamente, siendo su cuerpo, ese maravilloso cuerpo, lo último que veo antes de que la oscuridad se cierna sobre mi. Y será lo siguiente que vea cuando despierte. Eso, y el cuerpo inerte de su progenie, cuando le arranque el corazón. Esa diosa oscura, esa bestia endemoniada, es mía, y no estoy dispuesto a compartirla. Ahora sé lo que antes únicamente sospechaba. Que somos iguales. Condenados a pasar la eternidad atormentándonos mutuamente. Hasta que nuestro fuego consuma el mundo.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Abr 03, 2016 6:51 pm

La dicha que sintió cuando finalmente se lo llevaban, a rastras, escalón tras escalón en dirección a las mazmorras, podía competir perfectamente con la que sintiera años atrás, milenios atrás, cuando aún seguía siendo humana, y presenció el nacimiento de su hermano. La misma persona que al perder marcaría su inicio como "demonio". Friðþjófr le había regalado otra oportunidad, una vida nueva, la opción de vengarse de quienes le habían arrebatado a su familia. Ahora, en aquel momento, siglos después, estaba a punto de enterrar a su creador. A su Padre. A su amante. Al mismo que la salvase de su tormento. Y se sentía aliviada. Tal vez finalmente no fuera capaz de darle muerte después de todo. No lo sabía. Aún no lo había decidido. Pero se deleitaría con su sufrimiento, con la lenta agonía que experimentaría al momificarse. Se alimentaría frente a él, sólo para oírle suplicar. Sabía que en algún momento lo haría. Incluso él, que se creía inquebrantable, sería incapaz de controlarlo. Cuando la sed aprieta, cuando un vampiro está hambriento, pierde toda noción de la realidad, del tiempo, del ridículo. Rogaría por un pedazo de sus sobras, incluso por su propia muerte. Y ella se regodearía en ese sufrimiento. Porque entonces, y sólo entonces, la deuda entre ambos quedaría finalmente saldada.

- Grita cuanto quieras, mon chéri... Si algo aprendí de ti, además del gusto por infringir sufrimiento a otros, es a escoger cuidadosamente el lugar donde establecer mi domicilio. Tus gritos se perderán en el denso bosque que nos rodea, escuchados únicamente por las alimañas que en él habitan. Estarás sólo con tu sed, con tu rabia. Y conmigo. Ah... No sabes durante cuánto tiempo he esperado este momento. -La venganza era como una mecha encendida que nunca, jamás, se apaga. No hasta el instante en que finalmente se cumple el objetivo primordial, no hasta que aquel por el que se necesita verter semejante rabia queda destruido, acabado, bajo ella. Quizá Friðþjófr estaba equivocado al elegirla. Quizá no había sido tan buena idea, después de todo, escoger a alguien con tal sed de sangre que podía competir con él mismo. Se arrepentiría. No sólo de haberla escogido como compañera, sino de tras haberlo hecho, haber decidido abandonarla, a solas, con el odio como única bandera.

Ahora, la tempestad se encontraba de frente contra el acantilado de piedra, y amenazaba con quebrarlo tras cada vendaval, tras cada choque. Incesante, desataba contra él su furia, su frustración, su rabia. La pregunta era qué ocurriría antes. ¿La piedra cedería y quedaría reducida a polvo, o la tormenta amainaría? Más pronto que tarde, todos lo descubrirían. Y pobre de aquel que tuviese la mala fortuna de estar cerca cuando eso ocurriera. Porque cuando dos demonios se encuentran enfrentados y se dedican a intentar destruirse el uno al otro, es mejor no estar cerca. Pero si finalmente deciden aliarse... No hay lugar donde ocultarse de ellos.
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