AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
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Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Recuerdo del primer mensaje :
El perro de Nastya continuaba ladrando a lo lejos, así que Dennis tuvo que cerrar la puerta de la habitación antes de que su gata escupiera las tripas por la boca antes de salir al ataque y rajarlo todo a su paso. La vieja Anastasia jamás iba a tolerar a los desconocidos, y aunque aquel otro peludo animal fuera a convertirse en un habitante más hasta tiempo indefinido, seguía tratándose de un perro. Y la gata no podía ser más clásica en esa destructiva y natural dinámica de polos opuestos. A veces, Dennis pensaba que si alguna noche de luna llena se transformaba cerca de ella, él se llevaría la peor parte.
El licántropo caminó lentamente por su cuarto, primero pisando los bordes contra pared, después poblando todas las esquinas y finalmente propinando aleatorias patadas a su escritorio, con la mirada perdida. Le entraron ganas de romperlo lentamente con la punta del zapato y usar los restos de madera para crear una figura que no se le iba de la cabeza. Algo con forma de gato, perro y lobo, que Dennis habría terminado por sacar al exterior de una forma totalmente distinta a la que su compulsión mental le tenía sometido. Le pasaba lo mismo cuando estaba nervioso y la artística necesidad de controlarse quería salir de su cuerpo a través de sus manos. Menos mal que no era a través de sus pies, porque ponerse a correr como un gamo por el bosque de en frente habría sido menos ortodoxo que dibujar con pedazos de cosas o tocar el violín hasta la mismísima catarsis. O bueno, sí. En realidad, cualquiera de las tres opciones reflejarían a la perfección el límite inexistente de sus extravagancias. No había excusa.
Ahora comprendía por qué no traía a nadie a su casa.
Cuando se hubo serenado mínimamente, se asomó por la ventana y desde ahí contempló, por fin del todo quieto, a la causa de que pareciera un rabo de lagartija (corrijo: que permitiera ver que era un rabo de lagartija, incluso en soledad): la pequeña vagabunda que había recogido de las calles, junto a su inseparable -o algo así- perro. 'Pucca', le llamaba. Nada más llegar a la mansión Vallespir (de Judith Vallespir, difunta y eterna), Dennis había dejado a la jefa de las sirvientas a cargo de la invitada para que la asearan, vistieran con ropa decente y alimentaran bien. Y ahora, bajo el crepúsculo que incitaba a las horas menos recomendables para una niña de catorce años, ésta y su mascota habían salido a corretear por los jardines, supervisadas por un par de criados. Seguramente, hasta que el anfitrión de la casa decidiera hacer acto de presencia.
Tras haber renegado para sus adentros todas las veces habidas y por haber, ahora estaba convencido de que si tenía tanto (más) desorden en cuerpo y alma era porque necesitaba paliar el vívido encuentro que había presenciado horas atrás con ella. No sabía para qué narices salía a pasear. O por qué cojones tenía tan mal gusto para elegir los sitios donde perderse ¿Las callejuelas no le habían ofrecido ya una sorpresa similar con otra muchacha? Claro que mucho mayor a la de entonces y también más loca. Vaya, sí, en aquella ocasión le tocaba a Dennis ser el desequilibrado del tablero. Pues seguro que Nastya no se esperaba escuchar la propuesta que, de una vez por todas, se había decidido a llevar a cabo. No se la había esperado ni él, pero la paranoia, la soledad y otro millar de sensaciones que vapuleaban su instinto, de humano ido y de criatura sobrenatural, se habían acumulado en un tiempo tan escaso como frenético. Eso, o sencillamente el rostro, las palabras y la absurda serenidad que irradiaba la intromisión de aquella chiquilla en su vida se notaban de tal forma porque, a pesar de tratarse de París, ese quiste aún inamovible en su pasado y presente, había estado durante toda su estancia allí como adormecido… y ahora, ni antes ni después, acababa de abrir los ojos de golpe y porrazo. No sólo eso, si no que lo había hecho a causa de algo que no estaba relacionado con la muerte de sus padres ni con su naturaleza animal ni con la presencia incorpórea de su tía. Así que no, no podía desaprovechar ni un instante lejos de la cría, no podía permitir que ese encuentro se quedara sólo en eso, por mucha distinción de clases, edades y lugares que hubiera entre ambos. Un niño pijo y caprichoso como él tenía el poder suficiente para conseguirlo, y precisamente igual que alguien con catorce años, se hallaba ansioso y motivado por empezar a actuar ante el primer descubrimiento que se encontraba después de mucho tiempo.
El cielo oscureció un poco más en lo que tardaba en estrujar los dedos contra el cristal y respirar hondo antes de replanteárselo por última vez. Su gata le rescató a tiempo de otro nuevo ensimismamiento, restregándose contra sus tobillos, y Dennis la agarró justo cuando se dirigía hacia la puerta, llamando desde ahí al jefe de sus mayordomos para que hiciera que Nastya regresara a la casa y preparase un reencuentro íntimo, sin mascotas, en uno de los enormes comedores. Le encasquetó también a una gruñona Anastasia, quien le fulminó con sonoro y evidente descontento mientras se la llevaba lejos. Por un momento, le pareció que era la presencia de Judith lo que se escapaba de su boca tras el último bufido que escuchó antes de perderse de vista, y puso la expresión más estrambótica hasta entonces para no entrar con esa mala sensación al comedor donde le esperaba la rubia.
Nastya estaba sentada en una de las espaciosas sillas de la mesa presidencial, pero al ver aparecer al hombre, se levantó sin ningún miramiento. Dennis se echó las manos tras la espalda y se acercó a ella con cierta suspicacia.
Hola, Nastya, espero que estés cómoda –saludó en ruso y al estar a una distancia más personal, carraspeó e irguió el cuello, de repente imponiéndose una doble dificultad a la hora de observar a la pequeña sin que le entrara tortícolis-. Y bien, ¿te ha gustado la comida? ¿Tu nueva ropa? ¿La casa? Muy grande, ¿verdad? Y todo lo que la rodea es jardín, seguro que Pucca se sentirá mucho mejor que en la ciudad.
Había olvidado cómo ser sutil con esas cosas. O mejor dicho, era su primera vez 'con esas cosas', nunca había tenido que proponerle nada tan… crucial a nadie, ni siquiera a su familia, así que ahora mismo era como un pianista novato con parkinson y calado de frío hasta los huesos. Esperaba que ella fuera lo suficientemente espabilada como para ir atando cabos solita. Eso estaría bien.
"Es más un cambio del corazón."
El perro de Nastya continuaba ladrando a lo lejos, así que Dennis tuvo que cerrar la puerta de la habitación antes de que su gata escupiera las tripas por la boca antes de salir al ataque y rajarlo todo a su paso. La vieja Anastasia jamás iba a tolerar a los desconocidos, y aunque aquel otro peludo animal fuera a convertirse en un habitante más hasta tiempo indefinido, seguía tratándose de un perro. Y la gata no podía ser más clásica en esa destructiva y natural dinámica de polos opuestos. A veces, Dennis pensaba que si alguna noche de luna llena se transformaba cerca de ella, él se llevaría la peor parte.
El licántropo caminó lentamente por su cuarto, primero pisando los bordes contra pared, después poblando todas las esquinas y finalmente propinando aleatorias patadas a su escritorio, con la mirada perdida. Le entraron ganas de romperlo lentamente con la punta del zapato y usar los restos de madera para crear una figura que no se le iba de la cabeza. Algo con forma de gato, perro y lobo, que Dennis habría terminado por sacar al exterior de una forma totalmente distinta a la que su compulsión mental le tenía sometido. Le pasaba lo mismo cuando estaba nervioso y la artística necesidad de controlarse quería salir de su cuerpo a través de sus manos. Menos mal que no era a través de sus pies, porque ponerse a correr como un gamo por el bosque de en frente habría sido menos ortodoxo que dibujar con pedazos de cosas o tocar el violín hasta la mismísima catarsis. O bueno, sí. En realidad, cualquiera de las tres opciones reflejarían a la perfección el límite inexistente de sus extravagancias. No había excusa.
Ahora comprendía por qué no traía a nadie a su casa.
Cuando se hubo serenado mínimamente, se asomó por la ventana y desde ahí contempló, por fin del todo quieto, a la causa de que pareciera un rabo de lagartija (corrijo: que permitiera ver que era un rabo de lagartija, incluso en soledad): la pequeña vagabunda que había recogido de las calles, junto a su inseparable -o algo así- perro. 'Pucca', le llamaba. Nada más llegar a la mansión Vallespir (de Judith Vallespir, difunta y eterna), Dennis había dejado a la jefa de las sirvientas a cargo de la invitada para que la asearan, vistieran con ropa decente y alimentaran bien. Y ahora, bajo el crepúsculo que incitaba a las horas menos recomendables para una niña de catorce años, ésta y su mascota habían salido a corretear por los jardines, supervisadas por un par de criados. Seguramente, hasta que el anfitrión de la casa decidiera hacer acto de presencia.
Tras haber renegado para sus adentros todas las veces habidas y por haber, ahora estaba convencido de que si tenía tanto (más) desorden en cuerpo y alma era porque necesitaba paliar el vívido encuentro que había presenciado horas atrás con ella. No sabía para qué narices salía a pasear. O por qué cojones tenía tan mal gusto para elegir los sitios donde perderse ¿Las callejuelas no le habían ofrecido ya una sorpresa similar con otra muchacha? Claro que mucho mayor a la de entonces y también más loca. Vaya, sí, en aquella ocasión le tocaba a Dennis ser el desequilibrado del tablero. Pues seguro que Nastya no se esperaba escuchar la propuesta que, de una vez por todas, se había decidido a llevar a cabo. No se la había esperado ni él, pero la paranoia, la soledad y otro millar de sensaciones que vapuleaban su instinto, de humano ido y de criatura sobrenatural, se habían acumulado en un tiempo tan escaso como frenético. Eso, o sencillamente el rostro, las palabras y la absurda serenidad que irradiaba la intromisión de aquella chiquilla en su vida se notaban de tal forma porque, a pesar de tratarse de París, ese quiste aún inamovible en su pasado y presente, había estado durante toda su estancia allí como adormecido… y ahora, ni antes ni después, acababa de abrir los ojos de golpe y porrazo. No sólo eso, si no que lo había hecho a causa de algo que no estaba relacionado con la muerte de sus padres ni con su naturaleza animal ni con la presencia incorpórea de su tía. Así que no, no podía desaprovechar ni un instante lejos de la cría, no podía permitir que ese encuentro se quedara sólo en eso, por mucha distinción de clases, edades y lugares que hubiera entre ambos. Un niño pijo y caprichoso como él tenía el poder suficiente para conseguirlo, y precisamente igual que alguien con catorce años, se hallaba ansioso y motivado por empezar a actuar ante el primer descubrimiento que se encontraba después de mucho tiempo.
El cielo oscureció un poco más en lo que tardaba en estrujar los dedos contra el cristal y respirar hondo antes de replanteárselo por última vez. Su gata le rescató a tiempo de otro nuevo ensimismamiento, restregándose contra sus tobillos, y Dennis la agarró justo cuando se dirigía hacia la puerta, llamando desde ahí al jefe de sus mayordomos para que hiciera que Nastya regresara a la casa y preparase un reencuentro íntimo, sin mascotas, en uno de los enormes comedores. Le encasquetó también a una gruñona Anastasia, quien le fulminó con sonoro y evidente descontento mientras se la llevaba lejos. Por un momento, le pareció que era la presencia de Judith lo que se escapaba de su boca tras el último bufido que escuchó antes de perderse de vista, y puso la expresión más estrambótica hasta entonces para no entrar con esa mala sensación al comedor donde le esperaba la rubia.
Nastya estaba sentada en una de las espaciosas sillas de la mesa presidencial, pero al ver aparecer al hombre, se levantó sin ningún miramiento. Dennis se echó las manos tras la espalda y se acercó a ella con cierta suspicacia.
Hola, Nastya, espero que estés cómoda –saludó en ruso y al estar a una distancia más personal, carraspeó e irguió el cuello, de repente imponiéndose una doble dificultad a la hora de observar a la pequeña sin que le entrara tortícolis-. Y bien, ¿te ha gustado la comida? ¿Tu nueva ropa? ¿La casa? Muy grande, ¿verdad? Y todo lo que la rodea es jardín, seguro que Pucca se sentirá mucho mejor que en la ciudad.
Había olvidado cómo ser sutil con esas cosas. O mejor dicho, era su primera vez 'con esas cosas', nunca había tenido que proponerle nada tan… crucial a nadie, ni siquiera a su familia, así que ahora mismo era como un pianista novato con parkinson y calado de frío hasta los huesos. Esperaba que ella fuera lo suficientemente espabilada como para ir atando cabos solita. Eso estaría bien.
Última edición por Dennis Vallespir el Vie Mar 15, 2013 9:47 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Sin duda alguna, sólo alguien que hubiera conocido lo mejor de Dennis podría llegar a imaginar que sus facetas más misteriosas, en realidad, ocultaban la figura de un héroe romántico. Mas no, ninguna de sus desgracias, secretas y no tan secretas, eran la tapadera para salvar al mundo en las sombras. Ni siquiera contaría sus continuos y descomunales esfuerzos por desatar su furia sobrenatural lejos de la civilización como una de las grandes hazañas de aquellos justicieros con los que fantaseaba la pequeña Nastya. Y si debería contarlas o no, desde luego que él no se consideraba quién para decidirlo… aunque jamás permitiría que precisamente su querida tutelada llegara a tener algún día tales elementos de juicio. Ella menos que nadie debía descubrirle. ¿Con qué cara se miraría entonces al espejo roto de las figuras abstractas que creaba sobre el suelo, si ya nadie en la tierra, ni la persona a la que se había dedicado a salvar en cuerpo y alma, fuera capaz de confiar en él? La sola idea de vislumbrar la expresión de horror en un rostro tan idealizado como el de su protegida y por su culpa le provocaba los mismos aullidos de desesperación que la luna llena había coleccionado todos esos años.
¿A qué vienen tantas prisas? ¿Te has dejado la piel en envenenar los sándwiches y ahora no puedes esperar a vernos cagar en la hierba? –rió con una media sonrisa, y utilizó el tono bromista que había ido gestándose todo ese tiempo en compañía de aquella pilluela de tomo y lomo. Dennis sólo hacía uso de lo que la señorita Tréville llamaría 'vocabulario soez' cuando hablaba con gente mucho más adulta que Nastya y en situaciones que hubieran logrado descontrolarlo, incluso si la soltura verbal fuera el mal menor de lo que llegaba a esconder su ira. Así pues, que hasta esos detalles hubieran cambiado desde que ella era la excepción a casi todo seguían diciendo mucho a favor de su influencia… A pesar de que fuera una influencia dolorosamente dependiente- ¡Pero bien, bien, no te privaré del espectáculo por mucho más tiempo! ¡Ven, chuchazo, que nos vamos de picnic! ¡Y tú, Anastasia, deja su pescuezo en paz y estate pendiente de la señorita Vallespir, no se vaya a perder por el camino con tanta emoción!
La mañana empezó a pelearse con el medio día durante la parsimoniosa travesía que precedió a uno de los claros de hierba más vastos de la región, donde finalmente se dejaron caer, y que más de una noche había sido testigo de sus carreras por el bosque, y también, alguna que otra vez, de su transformación... Transformación que ese día quedó total y absolutamente sepultada por el sabor dulce de los recuerdos de su pasado que Nastya había plasmado en comida, o ensordecida por los ladridos de Pucca que no encontraban el trozo de pan que Anastasia había enterrado en el césped. Sólo tuvo que preocuparse de que las volteretas laterales de la joven rusa no acabaran con chichones en su cabeza loca o, más íntimamente, de que la cara de subnormal que se le estaba quedando al contemplarla tumbada sobre el mantel, con las fiambreras vacías y el perro y la gata dormitando en su barriga, no fuese demasiado evidente. Al menos, así de evidente.
Tal vez, fue en ese preciso instante que lo pensó por primera vez. Por la sensación de comodidad, esa desvergonzada modorra que sólo se manifestaba en compañía de alguien por el que sintiera una familiaridad casi sanguínea, o el logro de que un escenario que su maldición había hecho lúgubre se volviera cálido y prometedor siempre que estuviera con ellos. Con ella. Tal vez, fue entonces que se imaginó un futuro al lado de Nastya Vallespir que entonces no necesitaba casarse con él para compartir apellido… y que, sin embargo, consideró como esposa. Una palabra demasiado seria, madura, para lo que representaba en aquellos momentos, mas únicamente fue eso; un pensamiento fugaz, que antes que pensamiento, era pura emoción, sincera e inclasificable. Y pronto la olvidó al sentir cómo la chiquilla que tanto quería estiraba de la manga de su camisa blanca y le invitaba a tumbarse para unirse a ellos, sirviéndole a ella como almohada. Sin saber que, de todas maneras, la tragedia de los acontecimientos haría que el olvido fuera persona non-grata en sus días grises sin la futura duquesa de Rusia.
¿A qué vienen tantas prisas? ¿Te has dejado la piel en envenenar los sándwiches y ahora no puedes esperar a vernos cagar en la hierba? –rió con una media sonrisa, y utilizó el tono bromista que había ido gestándose todo ese tiempo en compañía de aquella pilluela de tomo y lomo. Dennis sólo hacía uso de lo que la señorita Tréville llamaría 'vocabulario soez' cuando hablaba con gente mucho más adulta que Nastya y en situaciones que hubieran logrado descontrolarlo, incluso si la soltura verbal fuera el mal menor de lo que llegaba a esconder su ira. Así pues, que hasta esos detalles hubieran cambiado desde que ella era la excepción a casi todo seguían diciendo mucho a favor de su influencia… A pesar de que fuera una influencia dolorosamente dependiente- ¡Pero bien, bien, no te privaré del espectáculo por mucho más tiempo! ¡Ven, chuchazo, que nos vamos de picnic! ¡Y tú, Anastasia, deja su pescuezo en paz y estate pendiente de la señorita Vallespir, no se vaya a perder por el camino con tanta emoción!
La mañana empezó a pelearse con el medio día durante la parsimoniosa travesía que precedió a uno de los claros de hierba más vastos de la región, donde finalmente se dejaron caer, y que más de una noche había sido testigo de sus carreras por el bosque, y también, alguna que otra vez, de su transformación... Transformación que ese día quedó total y absolutamente sepultada por el sabor dulce de los recuerdos de su pasado que Nastya había plasmado en comida, o ensordecida por los ladridos de Pucca que no encontraban el trozo de pan que Anastasia había enterrado en el césped. Sólo tuvo que preocuparse de que las volteretas laterales de la joven rusa no acabaran con chichones en su cabeza loca o, más íntimamente, de que la cara de subnormal que se le estaba quedando al contemplarla tumbada sobre el mantel, con las fiambreras vacías y el perro y la gata dormitando en su barriga, no fuese demasiado evidente. Al menos, así de evidente.
Tal vez, fue en ese preciso instante que lo pensó por primera vez. Por la sensación de comodidad, esa desvergonzada modorra que sólo se manifestaba en compañía de alguien por el que sintiera una familiaridad casi sanguínea, o el logro de que un escenario que su maldición había hecho lúgubre se volviera cálido y prometedor siempre que estuviera con ellos. Con ella. Tal vez, fue entonces que se imaginó un futuro al lado de Nastya Vallespir que entonces no necesitaba casarse con él para compartir apellido… y que, sin embargo, consideró como esposa. Una palabra demasiado seria, madura, para lo que representaba en aquellos momentos, mas únicamente fue eso; un pensamiento fugaz, que antes que pensamiento, era pura emoción, sincera e inclasificable. Y pronto la olvidó al sentir cómo la chiquilla que tanto quería estiraba de la manga de su camisa blanca y le invitaba a tumbarse para unirse a ellos, sirviéndole a ella como almohada. Sin saber que, de todas maneras, la tragedia de los acontecimientos haría que el olvido fuera persona non-grata en sus días grises sin la futura duquesa de Rusia.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
La estampa de la pipiola y el aristócrata era la idílica imagen de un mediodía parisino, en el alejado y soleado parque de Les Burgeois, conocido por el mundanal populacho como el Parque de los Artistas. La cantidad de pintores y paisajistas que acudían allí para retratar la refinada naturaleza francesa era tal que, en poco años, los habitantes de la flamante capital se habían olvidado de que no hacía mucho ese mismo parque fue el refugio preferido de una de las facciones jacobinas durante la Revolución.
Fuera como fuese, si algún mirón curioso se estaba explayando ese día en Les Burgeois, lo único que vería sería a una mocosa haciendo piruetas por la hierba mientras su ¿viudo padre? la observaba creyendo plenamente en la habilidad de la chiquilla para no caerse y partirse la crisma.
Bueno, pero, ¿no era de Nastya de quién estábamos hablando?
-¡Yyyy... TRES! ¿Lo has visto? Tres volteretas seguidas y no estoy ni una pizca de mareada -sacó tres dedos para enfatizar su logro. Pero tal vez debiera la rusa no intentarlo otra vez. Solo por si acaso, claro.
Siguió la tarde, hasta bien entradas las ocho, entre risas, tontunas y cabriolas. Se quitó los zapatos una, dos, tres veces. Se le deshilacharon las trenzas otras tantas. Y sus calcetines de ganchillo, blancos impolutos cuando aquella mañana se los colocó, ahora eran de un verde amarronado por las suelas. Contaron historias y jugaron a las cartas -sobra decir que la rusa siempre se llevaba el premio gordo, que para algo se había criado en las calles- y, cuando el sol fue cayendo por entre la alejada colina de Montparnasse, tutor y ahijada recogieron los instrumentos de aquella bucólica tarde y pusieron rumbo, de nuevo, a la mansión Vallespir.
Casi un año había pasado desde que don Dennis la separase de las frías calles y la acogiese en su mansión. Un año de risotadas, complicidad, seguridad, calidez y familia. Sí. Familia.
Las carcajadas y pillerías de Nastya y su peludo acompañante habían iluminado la mansión como sólo una risa infantil y sincera podía hacerlo. Hubo momentos para las aventuras, las correrías y también para afectivas tardes de invierno a la luz de una hoguera en la gran biblioteca Vallespir.
En todo eso y más pensaba la rusa mientras vagaba por los rincones de la mansión. Echaría de menos cada ángulo, cada canto de aquellos muros. No por lujosos o brillantes, si no por los recuerdos que había en ellos, impregnados en el papel de las paredes.
Sí. Hubo tiempo para muchas cosas, y, más de una vez se sintió tentada a quedarse allí para siempre. ¿Qué importaba de dónde fuera o cuál era su nombre? Ella era Nastya, y venía del mundo. Mas, si lo hacía, si permanecía en la mansión con la compañía del que se había convertido en amigo, protector y compañero, ¿no sería como quedarse atrapada en una vorágine bella pero irreal? Se llevó las manos al colgante que nunca la abandonaba. El que le había enseñado una vez a don Dennis, encogiéndose de hombros y fingiendo que no era la -única- cosa más valiosa que tenía en el mundo entero.
"Necesitaba conocerse a sí misma antes de empezar a conocer a los demás. Pensamiento que era más digno de un adulto que de una muchacha de doce años. Nastya, sin embargo, no pertenecía ni a una categoría ni a la otra. Era una niña adulta. ¿Cuánto había pasado desde que perdiera la inocencia? Seguía viéndose como una niña, hablando como una niña y riéndose como una niña. Pero no cavilaba como una niña.
Le haría daño. Le rompería el corazón. Esa sería la consecuencia de su acto. Y, como niña adulta que ya era, debía poder vivir con ello.
Dejó sus vestidos bonitos sobre la cama. Sus zapatitos negros. Los lazos de seda que le ponía la señora Tréville. Los leotardos del demonio, no (esos los tiró a la basura). Volvió a ponerse su abrigo de bolas. Se colocó la chapela requisada sobre sus cabellos dorados. Llamó a Pucca con un silbido y ambos salieron de allí.
Echó una mirada atrás solo una vez.
Por las calles de París caminaron los dos compañeros en un extraño mutismo. Pucca ni siquiera ladró cuando otro perro arrabalero gruñó a su lado. Se acercaron al lugar donde una vez don Dennis y ella se subieron a una tapia y él le habló de él y ella le habló de ella y aquel era su rincón mágico y nadie más podría entrar.
Subió con agilidad pasmosa y grabó, en el tronco del árbol sobresaliente, un mensaje, sin saber si serviría de algo, después de todo.
Después bajó. El cielo de París era el manto que cubría la aventura de una vida que estaba dispuesta a recuperar.
Le lieu magique pour Dennis et Nastya. Interdit de passer!
Fuera como fuese, si algún mirón curioso se estaba explayando ese día en Les Burgeois, lo único que vería sería a una mocosa haciendo piruetas por la hierba mientras su ¿viudo padre? la observaba creyendo plenamente en la habilidad de la chiquilla para no caerse y partirse la crisma.
Bueno, pero, ¿no era de Nastya de quién estábamos hablando?
-¡Yyyy... TRES! ¿Lo has visto? Tres volteretas seguidas y no estoy ni una pizca de mareada -sacó tres dedos para enfatizar su logro. Pero tal vez debiera la rusa no intentarlo otra vez. Solo por si acaso, claro.
Siguió la tarde, hasta bien entradas las ocho, entre risas, tontunas y cabriolas. Se quitó los zapatos una, dos, tres veces. Se le deshilacharon las trenzas otras tantas. Y sus calcetines de ganchillo, blancos impolutos cuando aquella mañana se los colocó, ahora eran de un verde amarronado por las suelas. Contaron historias y jugaron a las cartas -sobra decir que la rusa siempre se llevaba el premio gordo, que para algo se había criado en las calles- y, cuando el sol fue cayendo por entre la alejada colina de Montparnasse, tutor y ahijada recogieron los instrumentos de aquella bucólica tarde y pusieron rumbo, de nuevo, a la mansión Vallespir.
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Casi un año había pasado desde que don Dennis la separase de las frías calles y la acogiese en su mansión. Un año de risotadas, complicidad, seguridad, calidez y familia. Sí. Familia.
Las carcajadas y pillerías de Nastya y su peludo acompañante habían iluminado la mansión como sólo una risa infantil y sincera podía hacerlo. Hubo momentos para las aventuras, las correrías y también para afectivas tardes de invierno a la luz de una hoguera en la gran biblioteca Vallespir.
En todo eso y más pensaba la rusa mientras vagaba por los rincones de la mansión. Echaría de menos cada ángulo, cada canto de aquellos muros. No por lujosos o brillantes, si no por los recuerdos que había en ellos, impregnados en el papel de las paredes.
Sí. Hubo tiempo para muchas cosas, y, más de una vez se sintió tentada a quedarse allí para siempre. ¿Qué importaba de dónde fuera o cuál era su nombre? Ella era Nastya, y venía del mundo. Mas, si lo hacía, si permanecía en la mansión con la compañía del que se había convertido en amigo, protector y compañero, ¿no sería como quedarse atrapada en una vorágine bella pero irreal? Se llevó las manos al colgante que nunca la abandonaba. El que le había enseñado una vez a don Dennis, encogiéndose de hombros y fingiendo que no era la -única- cosa más valiosa que tenía en el mundo entero.
"Necesitaba conocerse a sí misma antes de empezar a conocer a los demás. Pensamiento que era más digno de un adulto que de una muchacha de doce años. Nastya, sin embargo, no pertenecía ni a una categoría ni a la otra. Era una niña adulta. ¿Cuánto había pasado desde que perdiera la inocencia? Seguía viéndose como una niña, hablando como una niña y riéndose como una niña. Pero no cavilaba como una niña.
Le haría daño. Le rompería el corazón. Esa sería la consecuencia de su acto. Y, como niña adulta que ya era, debía poder vivir con ello.
Dejó sus vestidos bonitos sobre la cama. Sus zapatitos negros. Los lazos de seda que le ponía la señora Tréville. Los leotardos del demonio, no (esos los tiró a la basura). Volvió a ponerse su abrigo de bolas. Se colocó la chapela requisada sobre sus cabellos dorados. Llamó a Pucca con un silbido y ambos salieron de allí.
Echó una mirada atrás solo una vez.
Por las calles de París caminaron los dos compañeros en un extraño mutismo. Pucca ni siquiera ladró cuando otro perro arrabalero gruñó a su lado. Se acercaron al lugar donde una vez don Dennis y ella se subieron a una tapia y él le habló de él y ella le habló de ella y aquel era su rincón mágico y nadie más podría entrar.
Subió con agilidad pasmosa y grabó, en el tronco del árbol sobresaliente, un mensaje, sin saber si serviría de algo, después de todo.
Después bajó. El cielo de París era el manto que cubría la aventura de una vida que estaba dispuesta a recuperar.
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Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Journey to the past [Natasha Stroganóva] |Conjunto de flashbacks|
Nadie se lo había preguntado nunca (tampoco es que hubiera mucho repertorio de gente cercana que pudiera hacerlo, o mejor dicho, que se atreviera a hacerlo), pero tampoco lo necesitaba para saber que no era el único en cuestionárselo: ¿Hacia dónde iba esa relación? ¿Seguía pretendiendo lo mismo que al principio, ahora que fácilmente haría un año desde la llegada de la niña a su vida y la de los Vallespir? ¿O tal vez lo que Dennis pretendió desde el primer momento en que le propuso vivir a su lado era exactamente lo que pretendía en el momento presente? La versión oficial, la de las circunstancias… ¿De cuál había que fiarse más? ¿Cuál era más auténtica y desinteresada? ¿Cuál era la que más le gustaba? ¿Cuál había prevalecido al final?
A decir verdad, eran demasiadas preguntas y demasiado íntimas como para que alguien más que él mismo, o quizá su tutelada, se las formularan. Quizá la única que pensaba el resto del mundo cuando veía al misterioso noble estrambótico llevando de la mano a la pequeña y deslenguada desconocida era sólo la primera de todas: ¿Hacía dónde iban? Y tal vez algunos pensaran también que sólo ellos debían de saberlo con certeza. Muy equivocadamente, pues de ser así y haberlo sabido alguno, posiblemente ni siquiera hubieran llegado a compartir un hogar y conocerse hasta tal punto. O más bien, ella no se hubiera llegado a marchar de allí nunca. La opción más probable y que tan pronto como parecía ser la más feliz, también se hacía la más actualmente dolorosa.
Los primeros días, en caliente y con la confusión desesperada, consistieron en considerar los secuestros o las desapariciones. Las autoridades de la ciudad tomaron parte y toda la casa se movilizó para la búsqueda. La señora Tréville lloró de rabia mientras lanzaba por los aires los nuevos leotardos que había cosido finalmente con la tela menos gruesa que había podido agenciarse, la gata Anastasia maulló durante noches enteras desde la habitación de la pequeña, con extraña frustración, como si supiera más que el resto. Y aun así, seguramente conservaran una porción más grande de esperanza que Dennis cuando, tras la primera semana, éste se sentó sobre la cama de Nastya a observar la bonita y lujosa ropa que había quedado en perfectas condiciones, y la que una vez perteneció a su pasado en las calles y que ya no estaba. Ya no había duda. Si la hubieran secuestrado, alguien se habría puesto en contacto con las condiciones del rescate desde el primer día. Si hubiera desaparecido, no habría sido una noche segura, en una casa segura y con gente segura. La joven rusa que durante su estancia consiguió ahuyentar a la maldición de Judith Vallespir se había ido voluntariamente con su fiel sabueso y sin decir adiós. Y en su lugar, había dejado un candado más pesado aún con el que encerrar a aquel niño huérfano en sus patológicos recuerdos. Había sido un ingenuo por pensar que era imposible hundirse más en el desequilibrio...
La búsqueda cesó oficialmente al mes siguiente, a pesar de que racionalmente todos supieran que podrían haber parado antes sin ningún problema. El día que los perros abandonados de las afueras se acabaron la comida sin usar de Pucca, el día en que terminó de despedir a los profesores de Nastya y que el correo trajo el retrato de ésta que iba a ser colgado en la pared y que se había olvidado de cancelar, Dennis pasó la noche en una taberna y despertó en la cama de una prostituta que se olvidó hasta de cobrarle. Y también estuvo a punto de ir al mismo sitio donde le mordieron con veintiún años, pero sus criados se encargaron de traerle de vuelta a casa, lavarle, curarle la resaca y las heridas con las que había aparecido. Igual que si hubieran retrocedido en el tiempo y el amo del hogar fuera tan sólo un crío inconsciente. Nadie en la mansión habló de lo ocurrido esa noche, ni en adelante volvieron a mencionar a la niña (al menos, no en su presencia). El hombre debía a su fiel servicio que el dolor no le hubiera llevado a echar por tierra la reputación de su título, y aunque lo agradeció a su manera, no hubo purgación para él. Al ocultarse en el bosque en su primera luna llena desde la marcha de Nastya, los sonidos que expulsó su garganta de lobo deberían haberse parecido más a unos aullidos, y sin embargo, fueron unos rugidos en toda regla, llenos de resentimiento, que estremecieron de pavor a cada una de las hojas del lugar. Porque mientras estuvieron juntos, no sólo la muchacha había dejado atrás la misión de su vida, también él había dejado atrás la suya, y ahora de golpe y porrazo, no había nada a lo que sostenerse para no caer en un lado, y en otro, y en el de antes otra vez... Volvía a ser el único niño adulto atrapado en un mundo sin respuestas. Bienvenido de nuevo, iluso.
A decir verdad, eran demasiadas preguntas y demasiado íntimas como para que alguien más que él mismo, o quizá su tutelada, se las formularan. Quizá la única que pensaba el resto del mundo cuando veía al misterioso noble estrambótico llevando de la mano a la pequeña y deslenguada desconocida era sólo la primera de todas: ¿Hacía dónde iban? Y tal vez algunos pensaran también que sólo ellos debían de saberlo con certeza. Muy equivocadamente, pues de ser así y haberlo sabido alguno, posiblemente ni siquiera hubieran llegado a compartir un hogar y conocerse hasta tal punto. O más bien, ella no se hubiera llegado a marchar de allí nunca. La opción más probable y que tan pronto como parecía ser la más feliz, también se hacía la más actualmente dolorosa.
Los primeros días, en caliente y con la confusión desesperada, consistieron en considerar los secuestros o las desapariciones. Las autoridades de la ciudad tomaron parte y toda la casa se movilizó para la búsqueda. La señora Tréville lloró de rabia mientras lanzaba por los aires los nuevos leotardos que había cosido finalmente con la tela menos gruesa que había podido agenciarse, la gata Anastasia maulló durante noches enteras desde la habitación de la pequeña, con extraña frustración, como si supiera más que el resto. Y aun así, seguramente conservaran una porción más grande de esperanza que Dennis cuando, tras la primera semana, éste se sentó sobre la cama de Nastya a observar la bonita y lujosa ropa que había quedado en perfectas condiciones, y la que una vez perteneció a su pasado en las calles y que ya no estaba. Ya no había duda. Si la hubieran secuestrado, alguien se habría puesto en contacto con las condiciones del rescate desde el primer día. Si hubiera desaparecido, no habría sido una noche segura, en una casa segura y con gente segura. La joven rusa que durante su estancia consiguió ahuyentar a la maldición de Judith Vallespir se había ido voluntariamente con su fiel sabueso y sin decir adiós. Y en su lugar, había dejado un candado más pesado aún con el que encerrar a aquel niño huérfano en sus patológicos recuerdos. Había sido un ingenuo por pensar que era imposible hundirse más en el desequilibrio...
La búsqueda cesó oficialmente al mes siguiente, a pesar de que racionalmente todos supieran que podrían haber parado antes sin ningún problema. El día que los perros abandonados de las afueras se acabaron la comida sin usar de Pucca, el día en que terminó de despedir a los profesores de Nastya y que el correo trajo el retrato de ésta que iba a ser colgado en la pared y que se había olvidado de cancelar, Dennis pasó la noche en una taberna y despertó en la cama de una prostituta que se olvidó hasta de cobrarle. Y también estuvo a punto de ir al mismo sitio donde le mordieron con veintiún años, pero sus criados se encargaron de traerle de vuelta a casa, lavarle, curarle la resaca y las heridas con las que había aparecido. Igual que si hubieran retrocedido en el tiempo y el amo del hogar fuera tan sólo un crío inconsciente. Nadie en la mansión habló de lo ocurrido esa noche, ni en adelante volvieron a mencionar a la niña (al menos, no en su presencia). El hombre debía a su fiel servicio que el dolor no le hubiera llevado a echar por tierra la reputación de su título, y aunque lo agradeció a su manera, no hubo purgación para él. Al ocultarse en el bosque en su primera luna llena desde la marcha de Nastya, los sonidos que expulsó su garganta de lobo deberían haberse parecido más a unos aullidos, y sin embargo, fueron unos rugidos en toda regla, llenos de resentimiento, que estremecieron de pavor a cada una de las hojas del lugar. Porque mientras estuvieron juntos, no sólo la muchacha había dejado atrás la misión de su vida, también él había dejado atrás la suya, y ahora de golpe y porrazo, no había nada a lo que sostenerse para no caer en un lado, y en otro, y en el de antes otra vez... Volvía a ser el único niño adulto atrapado en un mundo sin respuestas. Bienvenido de nuevo, iluso.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
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