Last Night |Flashback|

por Invitado Mar Feb 12, 2013 9:56 pm

Alexander, así recordaba haber estado llamando al compañero de trabajo que era engullido entonces por las fauces absorbentes del mar. Gélida como debía de estar el agua a aquellas horas, a Reinhard se le ocurrió pensar en el frío que se estaría apoderando del cuerpo del cortesano asesinado, facilitando la tarea de congelación a la circulación sanguínea que en su lento descender por el océano dejaba de funcionar para siempre...

Pensó que su piel se llenaría de escalofríos nada más deambular la mente con la rapidez de una ventisca igual de helada que toda la noche entre tanto detalle escabroso del suceso que le había obstruido la respiración por un momento. Sin embargo, el instinto fue incluso más veloz que la humanidad de sus poros y rápidamente, tras llevarse a cabo el homicidio, dejó de observar desde su escondrijo para pegar la nuca contra los barriles que lo camuflaban y dejar que sus oídos calibraran el resto del shock. Sabía que Alexander era uno de los cortesanos de mayor obsesión por las drogas, muchos clientes se las proporcionaban como obsequios y algunos terminaban por aceptarlos con demasiada amabilidad hasta que acababan alguna noche de otoño en el puerto, conversando con un hombre encapuchado que los apuñalaba y lanzaba su cadáver al agua. Lo que no sabía era que algunos compañeros de trabajo llamados Reinhard decidieran hacer de guardián de sus espaldas una de esas noches selectas y presenciaran el asesinato en vivo, ocultos unos metros más lejos. De todas formas, ¿qué otra cosa podría haber pasado? Por eso era un puto coñazo hacer amigos, tan pronto como estabas riéndote por lo pequeño que tenía el rabo el último cliente estabas agazapado en un escondrijo de mala muerte y con el corazón bombeando mucho menos lento de lo que tu cerebro planeaba el sabor de la venganza.

Hijo de puta...

Extrajo cuidadosamente la navaja que ocultaba en el borde del pantalón y que tan hábilmente en sus años callejeros de los que nunca acababa de desembarazarse, había aprendido a utilizar. De cuclillas, empezó a prepararse para escuchar los pasos cercanos del criminal que pronto se extasiaría en la inmediatez del karma. Fue en ese preciso instante que elevó la vista y ésta se desplomó sobre la onírica imagen de una lechuza blanca sobre una rama proveniente de la poca vegetación que había en el ambiente. Y lejos de inquietarle con el mismo vigor que el asesinato, le antojó una señal sobrenatural de la noche, la guinda impasible que se volvía de su parte en la violenta contienda.