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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Amalia De Leon Sáb Feb 16, 2013 8:17 am

Los pájaros comenzaban a cantar y el alba despuntaba en el espejo de la laguna, una sombra, un espectro caminaba por sus orillas, la brisa del amanecer, mecía sus cabellos y jugaba con sus ropas  danzantes en la noche que moría lentamente. Los pescadores, ya acostumbrados a la aparición sacaban sus conjeturas, unos creían que era el fantasma de alguna mujer esperando un  regreso que nunca sucedería, y otros aseguraban que era el ánima del lago. Con paso lento se dirigió al bosque, perdiéndose  en la espesura, un momento más y aquella figura se desvanecería en el aire como un sueño al despertar.

Emilia, abrió la puerta de su pequeña casita, tenía las mejillas heladas, el cabello revuelto y los ojos inundados de lágrimas. El espectro del Lago se sentó en el sillón frente a la crepitante llama del hogar, sus ojos se perdieron en las ondulantes lenguas de fuego, amarillas, rojas, naranjas y doradas  – como sus cabellos – pensó, recordando al dueño de unos ojos azules y de mirar profundo.  Suspiró, todos estos meses había podido superar el dolor de la ausencia pero hoy era un día especial, se cumplían tres años desde que la habían condenado a un destierro que no tenía que ver con alejarse de un terruño, sino el peor exilio que podía existir – me desterraste de tu corazón y aun no entiendo porque – se dijo mientras gruesas lagrimas recorrían silenciosas sus mejillas aun ateridas de frió.

Arqueó su cuello tirando su cabeza hacia atrás, los cabellos le caían en su espalda y pecho como  si de un manto se tratase y sus piernas replegadas bajo sus muslos se escondían tras la tela húmeda del camisón. Esmeralda, su gata, apareció desde el interior de la habitación, maullando de forma extraña como si estuviera reprendiéndola, - no me regañes, sabes bien que días es hoy – susurró mientras se abrazaba tratando de darse un poco de calor. El animal, se estiró algo nervioso y luego dio un salto hasta el regazo de la mujer. Emilia comenzó acariciando su lomo, la cola de la gata se movió de un lado al otro como demostrando que estaba molesta, pero en cuanto la joven empezó a cantar en galego se relajó y cerró sus ojos ronroneando de placer.

Emilia, se levantó, y  preparó su baño, se sumergió en el agua tibia de la bañera, y allí se quedó pensando en los días vividos junto a su mentor, - Ichabod – susurro su nombre, por primera vez desde que él dejara la casa en la que ambos vivieran.  Volvió a repetir ese nombre, como si en ese solo hecho pudiera conjurar su presencia, cerró los ojos y recordó su voz grave, su sonrisa, las arruguitas de sus ojos al reír, sus fuertes brazos, se incorporó de repente, como intentando alejar los pensamientos, - no pensaré en ti – gritó mientras con sus puños cerrados golpeaba el agua tirando parte de ella por el piso del baño, abrazó sus piernas y colocando su barbilla en las rodillas dejó que la tristeza y la nostalgia le apretaran el corazón.  

Casi sin fuerzas, se terminó de secar, se atavió, con el mismo vestido que él la viera por última vez, se miró en el espejo, - eres patética, ¿acaso crees que por ser hoy, lo encontrarás y te reconocerá por el vestido? – Se dijo mientras alisaba con ternura la falda con sus manos, - tal vez si, tal vez al verme recuerde que alguna vez fuimos felices – Su mirada se perdió en la pequeña cruz que llevaba al cuello, extendió su mano acariciando el reflejo de esta en la superficie del espejo, era lo único que le había quedado de él.

Salió rumbo al mercado, había decidido, que no se pasaría todo el día llorando sus penas y recordando a alguien que no deseaba ser recordado, por eso había descartado el vestirse con el traje que él había conocido, se puso una falda color borgoña, una blusa blanca de pechera bordada y un chaleco haciendo juego con la falda, en sus pies unos zapatos acordonados y una pamela para ocultar su rostro del sol que por lo visto reinaría en el cielo esa mañana. Montó su caballo a mujeriegas y se dirigió al destino pre fijado, fue disfrutando del paisaje, de la vista que daban las personas que se dirigían al igual que ella al mercado a vender sus productos, dejó que su mente divagara en todo lo que pensaba comprar y por un instante los recuerdos no le desgarraron el alma.


Última edición por Emilia Borromeo el Dom Dic 01, 2013 8:38 am, editado 1 vez


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Mensaje por Ichabod Craven Lun Abr 22, 2013 12:02 am

El día empezó de la peor manera. Un dolor en el pecho lo hizo despertar de manera abrupta y hora y media antes de lo debido. Ichabod se incorporó sobre la cama y permaneció sentado, con los ojos vidriosos y confundidos clavados en la oscuridad de la vieja cabaña y la mano izquierda presionando fuertemente sobre la zona donde se encuentra situado el corazón. Pudo sentir cómo el órgano más importante de su ser latía con fuerza, completamente desbocado y amenazando con salirse de su cavidad en cualquier instante. La respiración comenzó a ser dificultosa y tuvo que aspirar más profundamente para intentar llenar sus pulmones del aire vital pero, cada que lo hacía, un agudo dolor le carcomía por dentro, impidiéndole proseguir. En segundos, su pecho se transformó en un recipiente sin aire, lleno de alfileres clavándose en todo su interior. El intenso dolor lo hizo jadear en más de una ocasión pero, cuando ladeó su rostro y visualizó (con dificultad) a lo lejos a la pequeña Anouk recostada y durmiendo pacífica e profundamente, se sintió incapaz de interrumpir el bien merecido descanso de la pelirroja. Apretó la mandíbula tan fuerte como le fue posible, presionando los dientes contra la lengua, para así ahogar cualquier sonido que pudiera salir de su boca. Cerró los ojos y se hizo el firme propósito de mantener la calma y no ser preso de los nervios o el pánico. Ichabod pudo haber sufrido un ataque cardiaco en ese instante, pudo haber muerto, y aún así prefirió aceptar su destino a despertar a Anouk y preocuparla por algo que él consideraba innecesario, de acarrearle un sufrimiento más, otra preocupación que deshidratara todavía más su alma herida y en proceso de recuperación.

Volvió a recostarse y, sin quitar su mano del pecho, continuó masajeando la zona. Pudo sentir cómo su pulso se había acelerado al máximo; sentía que las piernas le temblaban y se sentía muy débil, como pocas veces se había sentido en toda su vida, todavía más que esos días de arduo trabajo cuando la pesca estaba en su máximo esplendor. La visión la tenía turbia y nublada, como si alguien le hubiera golpeado en la nuca y tal golpe le hubiera descontrolado todos los sentidos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró mantener el control de la situación y poco a poco el mal que lo mortificaba fue atenuando. Su pecho volvió a moverse al compás de una respiración más normal y su cuerpo gozó nuevamente del oxígeno que terminó por hacerlo sentir mucho mejor. La paz volvió a notarse en su rostro cuando soltó un suspiro de alivio, como el sol que aparece luego de una tormenta.

Pero ese dolor no era algo nuevo, era el mismo que lo había estado aquejando desde tiempo atrás y que para su desgracia parecía acentuarse y presentarse con más fuerza y constancia conforme avanzaba el tiempo. Él no sabía a qué se debía tal malestar, pero lo imaginaba; su inteligencia y sensatez, dos cosas que lo caracterizaban por encima de todo lo demás, le confirmaban que no podía ser nada bueno. Aún así, Ichabod hacía alarde del único defecto que tenía (o al menos el único conocido hasta ahora): la terquedad, y se negaba a atenderse, a buscar a un médico que pudiera darle un diagnóstico acertado e iniciar cuanto antes algún tipo de tratamiento para contrarrestar su mal. Quizá en el fondo de su nostálgico ser sentía que no había solución para el problema y ya se había resignado a dar la cara a su mala fortuna, como había hecho en su niñez y toda su adolescencia y juventud. Un hombre como él, que ya había vivido de todo, no temía a la muerte, pero lo que sí le preocupaba era pensar en que si él faltaba Anouk quedaría sola y desamparada, y eso sí que le preocupaba porque estaba consciente de que corría el riesgo de caer nuevamente en manos de una mente vil y cruel. Tal vez más delante su amor por Anouk lograría hacerlo entrar en razón y atenderse para preservar su salud, pero no por ahora que había mucho trabajo por hacer.

Cuando se levantó se dio cuenta de que su indisposición lo había hecho pasar casi una hora sobre la cama y ahora sólo tenía treinta minutos para alistarse y salir a efectuar su rutina de todos los días. Ya no contaba con el tiempo suficiente para ir al río y darse un refrescante baño, ni siquiera para engullir algún trozo de pan que le diera la fuerza que el reciente suceso le había quitado. En completo silencio se vistió y tomó sus herramientas de pesca, las cuales eran básicamente una canasta, una caña y una red grande que se echó al hombro. Antes de salir, cruzó la cabaña para acercarse a la cama donde Anouk seguía profundamente dormida. Se quedó allí de pie, junto a ella, contemplando por unos segundos la paz que reflejaba su tierno rostro. El deseo de acercarse para besar su frente lo consumió, pero se contuvo y simplemente alzó el edredón para cubrirla bien.

***

El resto de la mañana lo paso en la laguna, donde logro reunir una buena cantidad de pescados que fue depositando en la canasta de mimbre, misma que al cabo de unas horas ya rebasaba la mitad. Pero ni siquiera el cansado trabajo logró desvanecer el extraño sentimiento que se había instalado en su pecho desde que se había despertado. Sentía como si algo estuviera a punto de ocurrir, pero su naturaleza de hechicero lo tranquilizaba diciéndole que no era precisamente algo malo. Lo peor de la situación es que él no tenía manera de saber qué era, de adelantarse a los hechos, sólo restaba esperar.

Cuando los pescadores comenzaron a retirarse para dirigirse al mercado y allí vender su producto, Ichabod hizo lo mismo. Durante el camino tuvo que detenerse un par de veces porque la debilidad le hacía fatigarse más fácilmente. Al cabo de media hora estaba ya en el sitio que siempre solía ocupar en el mercado ambulante, junto al puesto de Nina, una rubia muy joven procedente de Inglaterra que vendía fruta fresca que ella misma recolectaba todas las mañanas. Cuando Ichabod llegaba al sitio, ella siempre se le acercaba y sonriente le regalaba una manzana, lo que había hecho creer a más de uno que la muchacha estaba enamorada del brujo, mientras que él lo veía como un simple gesto de amabilidad.

Esa tarde, pese a que él día había comenzado de la peor manera, su producto se vendió como pan caliente. Al cabo de unas horas tenía el bolsillo lleno de monedas y el canasto vacío. Lo que no sabía él es que, pese a estar catalogado como un hombre huraño y nada amistoso, su producto había comenzado a hacerse muy popular entre las personas porque muchos de ellos coincidían al decir que Stein era el único que ofrecía una gran variedad de especies y todas de excelente tamaño y muy buen precio.

Cuando no hubo más que hacer en el sitio, tomó sus pertenencias y emprendió el camino a casa, el cual le resultó mucho más dificultoso por la gran cantidad de personas que se había dado cita en el lugar para hacer sus compras del día. Ichabod avanzó entre el mar de gente, con sus hombros chocando contra los ajenos y tropezando de vez en cuando con una que otra persona, hasta que se sintió mucho más liviano y se alteró al darse cuenta de que acababan de robarle el canasto que era pieza primordial en su día a día. El hombre se detuvo en seco, giró su rostro a todos lados y en segundos encontró al culpable. Se trataba de un mocoso de unos once años que corría en contra de la multitud, sonriente por que su primer hurto del día había sido todo un éxito. Ichabod, que hizo caso omiso al descontento de la gente, se abrió paso entre las personas e intentó alcanzarlo pero el pequeño bastardo era mucho más rápido y escurridizo que él.

Cuando al fin estuvo cerca del niño y a un metro de alcanzarlo, el brujo se llevó un sobresalto cuando un caballo estuvo a punto de atropellarlo. El animal se detuvo justo enfrente de él, alzó sus patas y emitió un par de relinchos que dejaron sordos a más de uno de los presentes. Ichabod, que intentó barrerse en el suelo para impedir ser pisado por el majestuoso animal, mantuvo la mirada fija en el equino y alzó los brazos a modo de protegerse de las patadas que el caballo podría proporcionarle. El animal enloqueció, siguió alzado, provocando que el jinete perdiera el control sobre él.

¿Emilia? —Murmuró para sí mismo, completamente sorprendido, cuando reconoció a la mujer de largos cabellos que estaba montada sobre el animal—. ¡Emilia, ordénale que se detenga! —le gritó, mientras se levantaba del suelo y se acercaba al caballo para intentar tranquilizarlo, pero el animal sólo pareció salirse más de control, amenazando con tirar a su dueña en cualquier instante y de herir a cualquiera que se le acercarse más de la cuenta.


Off: Lamento nuevamente la demora y si ha quedado un poco larga mi respuesta.


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Mensaje por Amalia De Leon Miér Abr 24, 2013 7:59 pm

¿Que había pretendido, yendo al mercado ese día?, pensaba mientras distraídamente caminaba de un puesto a otro buscando unas verduras y frutas, se detuvo delante de un puesto en donde una bella mujer vendía manzanas, melocotones y otros tipos de frutas que le hicieron acordar a su infancia cuando en el parque de la mansión de sus padres recogía con su nodriza algunos de melocotones, aquella fruta tan extraña que la mujer le contara que eran frutos traídos de la lejana china y que algunos monjes conservaban uno que aunque su apariencia fuera como recién cortado de la planta, era duro como la piedra, - un hechizo seguramente lo convirtió en semejante maravilla – le decía su nana mientras ella con sus ojos muy abiertos, escuchaba asombrada las historias de hadas y duendes que le relataran. Sonrió contemplando la bella fruta en su mano, la acercó a su nariz y percibió su aroma, - definitivamente llevaré esta delicia – le dijo a la mujer mientras le entregaba otros melocotones para que los envolviera y poder guardarlos en la cesta. Pagó los francos que valían y miró a su alrededor, el puesto de pescados estaba cerrado, era la primera vez que iba a ese puesto pero le había contado que el hombre era justo con los precios aunque algo parco y de pocos amigos, un suave calor en el pecho surgió pensando que cuantos como ese vendedor podían ser amigables si se los sabía llevar, - es una lástima – pensó, luego de esperar una media hora y aun así el puesto no abrió, no podía quedarse más, debía comprar otras cosa y luego partir de nuevo a su hogar, quería preparar unos dulces con la fruta comprada y llevarlas para que las probaran Saskia y Galia, a ellas les fascinarían, - bueno, a Galia no estoy segura, siempre parece estar enojada – se dijo algo desanimada, - que puede pasarte en la vida para que te vuelvas tan huraño y melancólico – caviló mientras continuaba su camino hacia una venta de hierbas en donde comprar algunos ingredientes para hacer los ungüentos para las paspaduras de los bebés del orfanato, o el jarabe para la tos de algunos pescadores, no les curaría pero por lo menos no sufrirían tanto y eso era bastante.

Cuando terminó sus compras y a pesar de haber llegado temprano por la mañana, se sentía un poco frustrada, algo en su interior le decía que tal vez hoy podría encontrar alguna pista de donde se escondía Ichabod pero nada había pasado. Con un semblante triste se acercó al establo donde dejaba su caballo cada vez que visitaba el mercado, éste se encontraba dirigido por un anciano español, de Pontevedra, ciudad próxima a su hogar de la infancia, se llamaba José, y a pesar de tener casi setenta años, siempre tenía la agilidad y la alegría de un joven de treinta años, siempre le robaba una sonrisa y le alegraba el día, por más triste que estuviera, - ay niña, si tuviera unos dos años menos le propondría casamiento – le bromeaba haciéndose el galán, ella reía con su risa cristalina de hada del Miño, como el hombre la bautizara. Pero ese día su amigo no se encontraba alegre como siempre, es que el hombre se hacía cargo de sus tres nietos que lo ayudaban en el establo pero uno de ellos le estaba trayendo muchos dolores de cabeza, pues se estaba convirtiendo en delincuente a causa de malas amistades. Frustrado, el hombre le expresaba lo angustiado que lo ponía aquel nuevo comportamiento, - es que no sé qué más hacer - , ella lo había escuchado y aunque se le ocurrían varios métodos para corregir el comportamiento, métodos que consistían en usar los poderes de sus amigas, prefirió simplemente escuchar, Emilia no se sentía con ganas, ni fuerzas de lidiar con pequeños delincuentes.

Pasadas las primeras horas de la tarde y cargando una pequeña cesta se dirigió hasta donde descanzaba su querida Esperanza, aquel bello animal color canela que con sus grandes ojos marrones la miraba como esperando su regalo, Emilia sacó una zanahoria de la cesta y con un suave y alegre relincho el animal aceptó la ofrenda y las caricias que ella le prodigara por su cabeza y cuello, subió sobre el caballo, acomodó su escasa compra y emprendió el camino de regreso. El aire era agradable, la briza corría suave y fresca haciendo que sus cabellos se mesieran con cada paso que hacía el animal, cerró los ojos y dejó que éste tomara el camino que conocía para llegar a su caballeriza. La gente era tanta que ocupaban todas las veredas, descendiendo peligrosamente sobre la calle, donde coches y jinetes se movían con velocidad, él sol se estaba poniendo muy lentamente, cada día lo hacía un poco más temprano de lo habitual, avisando a quien quisiera saber que el otoño había llegado para enseñorearse de la ciudad y el campo.

Aunque era ella la que llevaba las riendas su caballo se movía libremente, éste conocía el camino a la perfección para llegar hasta la pequeña cabaña. Era un animal de pura sangre costoso y un verdadero lujo para sus reducidos ingresos pero no había podido soportar verlo en tan mal estado cuando lo conoció, su antiguo dueño lo había azotado con tal furia por perder una apuesta que un poco más y lo habría matado. Logró que el malvado hombre se lo vendiera por una suma nada despreciable y que había conseguido gracias a su amiga perfumera, le había costado tanto llevarlo hasta su casita y cuidarlo noches enteras, pasándole ungüentos y haciéndole tomar menjunjes que con los días lograron mejorarlo hasta recuperarlo por completo, por eso Esperanza sabía cual era su hogar y adónde debía volver si por alguna razón se escapaba, volvería siempre al lugar en donde no solo tendría comida o abrigo, sino cariño y cuidados.

Emilia disfrutaba del paisaje sonriendo y tarareando una canción galega que le recordaba momentos felices, de pronto una premonición llegó a su mente, y como si estuviera viviendo el momento puedo sentir la escena que se desarrollaba. Apenas comenzar supo que algo no andaba bien, no era como las veces anteriores, ésta era fuerte, impactante, cargada de angustia y desesperación, le había comenzado a doler el pecho, dificultándolé respirar, comenzó a sudar frio y la visión se le nubló, era ella, pero a la vez no lo era, se miraba a un espejo y era un hombre que de tan demacrado y enfermo no podía reconocer, pero aquellos ojos que la miraban le recordaron a su amado. Cuando quiso fijar su atención a ese detalle las imágenes siguieron fluyendo con mayor celeridad, ahora una jovencita de cabellos rojizos lloraba desconsolada a los pies de una tumba sencilla, apenas marcada por una cruz de madera y ella estaba a su lado, quería abrazarla y consolarla pero no podía, como si ella fuera un fantasma; pero las imágenes volvieron a cambiar y ésta vez se encontrara acostada sobre aquella tumba, seguía contemplando el dolor de la pequeña, el desamparo que su cuerpecito mostraba, aquel bello rostro era desolador, entonces los labios de la pequeña nombraban el mismo nombre que por tanto tiempo ella había llamado, el dolor agudo en su pecho se intensificó y estuvo a punto de caer del caballo, al darse cuenta que era un anuncio de que tal vez nunca encontraría a su amado, - habrá muerto -, pensó mientras sus sentidos poco a poco volvían a la realidad.

La visión había terminado y al volver a la realidad se encontró con que casi había atropellado a alguien con su caballo, su nombre en los labios de un hombre la sobresaltaron la voz le había parecido familiar, aquella forma imperativa, masculina, con la que siempre la había llamado Ichabod, resonaba aún en su mente, pero pensó que se trataba de fragmentos retrasados de la premonición o simples recuerdos al evocar a ese hombre que tanto había significado en su vida, su mente era un torbellino de sentimientos. El hombre que ella amaba moriría y su amor nunca sería correspondido, ¿acaso esa mujer en la tumba de Ichabod no lo confirmaba?, definitivamente, nadie la llamaba solo era su imaginación, el deseo de encontrarlo, de tener una explicación su cobarde partida.

La voz de aquel hombre resurgió con más fuerza, acallando un poco los relinchos de Esperanza que asustada e incómoda se paraba en sus cuartos traseros, bufando y masticando su freno, - ¡Emilia, ordénale que se detenga!- , su mente se frenó, aquella orden la sacó de sus ensoñaciones y tuvo plena conciencia de lo que estaba pasando, intentó serenar y dominar al animal, pero el extraño que se acercaba lo único que conseguía era estresarla más, - calma, calma preciosa, - le dijo inclinándose sobre el cuello del animal y acariciándole con cariño, comenzó a cantarle una canción en gaélico y susurrándole suavemente siguiendo con aquellas caricias, el animal comenzó a dominarse, hasta que ya apoyadas todas sus patas en el suelo y aun bufando molesta consiguió calmarla completamente.

Fue recién entonces, cuando se dio cuenta que la orden provenía de un hombre, algo delgado y de cabellos rojizos, no podía distinguirlo ya que el sol no le permitía verlo con claridad al estar parado a contraluz, ella entrecerró los ojos y usó la palma de su mano para hacerse sombra. Su mirada lo recorrió, aquellos cabellos rojizos, su rostro curtido donde unos ojos azul celeste que la miraban algo confundido llamaban poderosamente su atención, la boca entre abierta por la dificultad que parecía tener al respirar, se notaba agitado por el esfuerzo, a Emilia le tomó unos cuantos segundos darse cuenta quien estaba parado al lado del caballo, comenzó a temblar, era él, su mente no lograba asimilar que el ser que por tantos años había buscado sin éxito hoy se encontraba allí, en el lugar menos esperado.

Acababa de ver una premonición, un fragmento del destino y él no estaría más allí, la angustia la invadió, no sabía qué hacer, por un lado deseaba saltar del caballo y unirse a él en un abrazo eterno, y por otro lado su corazón le pedía espolear a su caballo y huir de allí lo antes posible, él no la amaba, la visión se lo había dicho, - ¿Quién podía ser esa mujer de rojos cabellos, sino la que había ganado el lugar que ella soñaba?- caviló, se quedó mirándolo, con el gesto duro, los labios apretados, la mirada a punto de ser arrasada por las lágrimas de la desesperación y la desilusión. El dolor en el pecho volvió, las fuerzas la abandonaron y todo se volvió negro, su mano se aferró a su pecho arrugando el vestido, no sintió cuando cayó del caballo irremediablemente.


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Mensaje por Ichabod Craven Lun Ago 12, 2013 1:40 am

Ichabod no podía creer lo que veía. Encontrarse con Emilia, una de las personas que tanto habían significado en su vida, que la había marcado para siempre y de manera irremediable, fue un golpe duro que lo dejó aturdido y por unos momentos fue incapaz de moverse de su sitio. Las preguntas en su cabeza no se hicieron esperar, se agolparon una a una volviéndolo la inútil estatua de un hombre cuyos recuerdos lo imposibilitaban. Se quedó de piedra, observando con los ojos perdidos en algún lejano sitio situado en su mente, cómo Emilia caía de la yegua. La gente no se hizo esperar y rodearon a la joven, ansiosos por saber qué era lo que le había ocurrido, si estaba muerta o sólo de había desvanecido.

Cuando al fin reaccionó, Ichabod se lanzó sobre la multitud y se abrió paso a empujones hasta lograr acercarse lo suficiente. Se dejó caer en el piso de rodillas y palpó su frente, luego acercó su rostro al pecho de la muchacha y lo colocó de lado, quedándose muy quieto, para escuchar los débiles latidos de su corazón. Así supo que se trataba de un desmayo, muy probablemente provocado por la impresión que también se había llevado por ese encuentro inesperado. Pero lo que más le preocupaba a Ichabod en esos instantes, era la herida que se había hecho en la cabeza al caer de la yegua. Tenía el rostro y cabello cubiertos de sangre y la herida amenazaba con no cerrarse pronto, pues los borbotones seguían manchando todo a su alrededor.  

¡Háganse a un lado, por el amor de dios! —reaccionó, y les exigió a los curiosos con una voz ronca y autoritaria, pero pocos fueron los que demostraron haberle escuchado. Tuvo que empujarlos y pedirles que se echaran atrás de una manera grosera y hostil. Algunos le respondieron de igual modo, otros prefirieron quedarse callados y obedecer.

Finalmente pudo salir de entre la muchedumbre con la Emilia inconsciente en brazos y transportarla hasta un lugar seguro, lejos de todo aquel que pudiera lastimarla. Con dificultad la llevó hasta un pequeño local que se encontraba vacío, colocándola sobre unas tarimas en las que la mujer, dueña de ese espacio, solía colocar canastas llenas de frutas para su venta. Emilia no despertó, no mostró el menor indicio de estar consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, en cambio la herida que tenía en la cabeza, esa parecía más viva que nunca. El brujo supo que si no se le atendía de inmediato podía llegar a estar en peligro de muerte por la pérdida de sangre. Alzó la vista, y cuando sus ojos azules se encontraron con los de la hermosa yegua de la afectada, supo que la solución estaba frente a él, caída del cielo, y que era un idiota por no haberlo pensado antes.

Con un suave y cálido silbido llamó al animal y esta se acercó de inmediato, mostrándose mucho más dócil que hacía unos momentos, cuando había estado a punto de caerle encima. Acercó su hocico y lamió el rostro de su ama, pero esta continuó inconsciente.

El hombre se las arregló para subir a Emilia a la yegua y luego montarse él encima. Era la única forma de transportar a la herida de manera rápida a donde pudiera atenderle debidamente. Ya arriba, flexionó su cuerpo y acercó su rostro al oído del animal; le susurró unas palabras.

Ichabod había sido siempre un hombre que confiaba en la inteligencia de los que algunos llamaban bestias, les tenía un gran respeto y sentía, de algún modo, que siempre había existido una especial conexión entre él y ellos. No era ningún secreto el lazo que lo unía a los lobos, por ejemplo, de ahí el apodo con el que algunos le conocían: “El señor de los lobos”. Era algo que él nunca había podido explicarse, pero que era real. En esta ocasión, no esperaba que caballos desconocidos le obedecieran de la nada, pero curiosamente ocurrió.


***

La yegua los condujo hasta una casita de madera situada en medio del bosque, similar a la que el propio Ichabod había construido no muy lejos de allí. Se apresuró y bajó a la muchacha para luego llevarla adentro, donde la recostó en la única cama que la sencilla vivienda poseía. Luego examinó brevemente la herida que seguía fresca, y sin pensárselo dos veces salió de la casa, internándose en el bosque en busca de algunas hierbas curativas, las cuales no tardó en encontrar, puesto que Ichabod, al ser un hechicero muy talentoso, era un experto en la herbolaria y conocía toda clase de hierbas y los usos que se les podía dar.

Reunió lo suficiente y regresó al lado de la herida, que seguía inmóvil pero que ahora lucía más pálida que antes. Tenía el rostro sudoroso y rojizo, lo que le hizo suponer a Stein que la fiebre había empezado. Actuó rápido. Tomó la esquina de la falda del vestido que Emilia llevaba puesto y tiró de él hasta hacer varias vendas que le serían de gran ayuda. De la cocina tomó un pequeño recipiente de plástico y en él molió con un poco de agua las hierbas que había recolectado hasta hacer una mezcla pastosa, que le colocó con cuidado sobre la herida previamente limpia. Finalmente le cubrió todo con las vendas que había fabricado, y la herida dejó de sangrar.

Se quedó junto a ella, sentado sobre la cama, palpando de vez en cuando su frente para asegurarse de que la fiebre no aumentara. Cuidó de ella como lo había hecho tantas veces en el pasado, siendo tan solo una niña y él mucho más joven e inexperto. Las memorias, algunas amargas pero la mayoría agradables, no lo abandonaron ni un segundo, y sólo esperó a que Emilia volviera en sí para poder externar todos sus cuestionamientos.

Descuida, no hay razón para alarmarse, fue mucha sangre para ser una herida poco profunda. Te sentirás aturdida durante el resto del día, pero estarás bien —le aseguró cuando la vio abrir los ojos y tocarse la frente, completamente desorientada.


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Mensaje por Amalia De Leon Mar Ago 20, 2013 9:29 am

Emilia, sintió unas manos que le tocaban la frente y el cuello, eran frías o a ella le parecieron, tenía frió, mucho frió, por momento tiritaba. Los rayos de luz entraban tenues, tamizados por las  cortinas de voile,  que decoraban la sencilla ventana de madera, anunciando que la tarde estaba muriendo. Ella mantenía los parpados cerrados, escuchando  algunos ruidos que llegaban a sus oídos  casi imperceptibles, como si alguien intentara no molestarla. Era como si estuviera despertando de un letargo, un sueño muy profundo. Aquellas manos volvieron a tocarla, con ternura, sintió el peso de un cuerpo sentado en el borde del lecho. Temía abrir los ojos y que  todo  hubiera sido un sueño, una mala broma de esas malditas visiones que en mas de una ocasión la había puesto en peligro.

Abrió por fin los ojos, mientras llevaba una de sus manos a la frente donde un vendaje ocultaba parte de su cabeza, intentó enfocar su vista en el rostro del hombre que tenía a corta distancia, sentado en su lecho. Él  con la voz varonil de siempre y con un tono mucho mas dulce y tranquilizador, intentaba que comprendiera que ocurría.  Emilia trató de incorporarse, sentándose en el lecho, con sus piernas estiradas, cubiertas por una manta de lana, la que tomó del borde con sus manos y se cubrió con ellas un poco mas su cuerpo. No podía dejar de posar sus ojos en la faz del hombre.

Asintió suavemente con la cabeza,  pero al sentir un mareo volvió a cerrar los ojos. Todo le daba vueltas, y se hundía en una semi inconsciencia como si  cayera por un barranco oscuro y silencioso, aunque esa sensación duraba escasos segundo.

Pronto comenzó a sentirse mejor e inspiró profundamente.  intentando nuevamente fijar su vista en aquellos ojos de mirada cristalina. Guardó silencio mientras lo hacia, recorriendo su mirada, sus labios, aquellos  de los que tantas veces había deseado escuchar un simple  “te amo”. Bajó su mirada a las manos masculinas que sostenían un cuenco en el que un ungüento reposaba, - sabes, aprendí muchas cosas en el tiempo en que no estuviste – le dijo sin pensar, - pero ninguna servía para calmar el dolor de una partida - , no deseó que las palabras salieran de su boca con un dejo de amargura, pero así fue. Sus ojos se cuajaron de cristalinas lagrimas, que como pequeños diamantes rodaron por sus mejillas. Intento frenar esa amargura que nacía de su pecho y que provocaba un dolor punzante en sus cienes, con el dorso de la mano secó aquellas lagrimas rebeldes y  volvió a sonreír, como cuando, luego de un cruce de palabras, casi siempre por el futuro y el destino, ella cedía, porque prefería creer que algún día, Ichabod, dejaría de huir de los sentimientos, del miedo de provocar dolor a los demás o  entregarse al cariño de quien lo amara con el alma.
A la mente de la bruja, llegó el recuerdo de esa mujer de cabellos rojizos, sus bellos orbes color de cielo, se opacaron al recordarla, - nunca te amará,  su corazón pertenece a otra mujer – bajó la mirada a sus propias manos, - deberías irte, seguramente tu amada te espera – toda ella tembló de solo pensar esas palabras, pero  se mantuvo en silencio.

Suspiró volviendo a mirarlo  con suma tristeza, - ¿por que te fuiste, me dejaste sola, acaso no valía la pena luchar por... nosotros? - buscó en sus ojos el alma que detrás de ellos asomaba, para que le dijera la verdad, fuera cual fuera, ella intentaría entender.


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Mensaje por Ichabod Craven Dom Nov 10, 2013 6:44 pm

Entonces llegó lo que tanto había temido, los cuestionamientos que tanto se había negado a responder, pero que estaba escrito haría algún día, porque estaba claro que no podía huir para siempre, y que algún día no muy lejano volvería a ver a Emilia a los ojos, porque el mundo es demasiado pequeño y el destino siempre termina por alcanzarnos. Lo que nunca imaginó es que sería tan difícil abordar el tema que tanto dolor le había traído a ambos. No iba a negar que por un momento deseó que los malestares físicos de la joven persistieran y la obligaran a dormir el resto de la tarde y de ese modo podía postergar un poco más el doloroso momento, dejarlo tal vez para otro día, más eso no ocurrió. En cuanto fue capaz de abrir los ojos, Emilia clavó sus hermosos ojos de profunda mirada en él y lanzó el primer comentario, el primer cuestionamiento, que fueron como puñaladas para el hechicero.

Sin decir nada, Ichabod se levantó de la cama y se alejó de ella para dirigirse hasta la pequeña e improvisada cocina. Dejó sobre la mesa el recipiente de plástico con el resto de la pasta curativa y permaneció de espaldas por un momento. Suspiró y se armó de valor, luego cogió una silla de madera y la arrastró cerca de la cama, colocándola justo frente a la española, y se sentó sobre ella, flexionando su espalda, apoyando los codos sobre sus propias rodillas y ambas manos sobre su boca, una posición que sólo solía adoptar en situaciones estresantes y complicadas.    

Tenemos que hablar, sí —comentó haciéndole saber que estaba de acuerdo, que no huiría o pondría excusas de por medio—, pero no es tan sencillo porque hay muchas cosas que tú no sabes, Emilia.

¿Era prudente hablarle de todo lo ocurrido, de revelar detalles que a estas alturas resultaban innecesarios y que sólo ocasionarían perturbarla? Suficiente sufrimiento había tenido ya, ¿qué caso tenía abrir viejas heridas?

¿No basta decir que lo hice para protegerte? ¿No te es suficiente escuchar que a pesar de nunca haberlo dicho, te amaba tanto como tú a mí y que no toleré la idea de que pudieras sufrir las consecuencias? —era la primera vez que Ichabod externaba los sentimientos hacia la pelirroja, y aunque hacerlo le provocaba una sensación extraña, ya no sentía dolor, porque aunque aún la quería el amor por ella había permanecido dormido por tantos años, sedado, negligente, que era imposible que luego de tanto tiempo pudiera destrozarlo—. Estar a tu lado era sinónimo de peligro. Mucha gente no nos quería juntos, Emilia, nos habrían matado a ambos antes de aceptarlo. Por eso lo hice… y no tienes idea de lo mucho que me costó, fue como arrancarme el corazón.

Le partió el alma ver las lágrimas que bajaban por las rosadas mejillas de la muchacha; tuvo el deseo de acercarse y consolarla, decirle que todo estaría bien, que todo había pasado, que no volvería a sufrir, al menos no por su culpa, pero temió que su cercanía fuera demasiado para ella. Aún así, el brujo no soportó la idea de parecer un hombre cruel al que le era indiferente el sufrimiento ajeno, por lo que obedeció a sus deseos y se le acercó, sentándose nuevamente sobre la cama. La rodeó con sus brazos fuertes y pretendió hacerle saber de ese modo que no estaba sola.

¿Qué más puedo decir? Tal vez las palabras, aunque sinceras, no justifican los hechos. Perdóname, nunca quise herirte de este modo… —le susurró al oído con una voz dulce y tranquilizadora, acariciando su cabello en un afán de calmarla como si se tratara de una niña pequeña.


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Mensaje por Amalia De Leon Lun Dic 23, 2013 8:00 am

En silencio lo contempló moverse por la pequeña habitación, desaparecer con el cuenco que llevaba en la mano y supuso que lo dejaría en la cocina. Cerró los ojos, conocía su pequeño hogar de tal forma que podía distinguir mentalmente por donde su amado se encontraba. Abrió los ojos con sorpresa, - amado – si, para ella lo había sido, todos esos años de ausencia y aún lo seguía siendo, aunque la vida le dijera mil veces que eso ya era una utopía. Suspiró mientras volvía a cerrar sus ojos y llevaba una mano a la herida vendada. Sonrió al inspeccionarla – sigues siendo un maestro en el arte de curar – susurró, mas para ella que para él. Escuchó los pasos que se acercaban nuevamente, los oyó, inseguros, dubitativos, y supo que no les sería fácil esa charla, ni para ella, ni para él.

Intentó relajarse, apretó la espalda a las almohadas amoldando su cuerpo a la superficie y al respaldo de la cama. Dejó que sus manos reposaran en su regazo. Al abrir los ojos, lo buscó con la mirada, en el momento en que entraba a la habitación, el sol que se tamizaba por las ventanas iluminaba sus rojizos cabellos, su barba y en ella surgió el deseo de acariciarle, tener su cabeza apoyada en su pecho, cantarle una canción celta y dejar que las preocupaciones volaran de la mente de su querido Ichabod, - solo que, hoy, tu eres parte de sus preocupaciones – caviló, bajando la mirada y contemplando sus manos que temblaban levemente, no por el frío que era inexistente, sino por la angustia de escuchar de sus labios que nunca la había amado, mas que como una discípula.

Aunque no levantara su vista ella podía imaginarse cada uno de sus movimientos que realizaba el hombre, como tomaba una silla y la acercaba hasta el lecho. Cuando lo contempló por fin, una angustia se apoderó de su pecho, él estaba sentado como muchas veces lo había encontrado meses antes de que la abandonara, su cuerpo vencido hacia delante, con su brazos sobre sus rodillas, sus manos ocultando sus labios y barbilla, mirando la nada, pensativo, cavilando seguramente en la decisión que tomaría.

Las palabras que salieron de su boca, cuando tomó el valor para enfrentarla, no fueron exactamente las que ella esperaba. Su nariz y sus ojos azules le ardieron, la  garganta se le secó y luego sintió como si la tomaran por el cuello e intentaran asfixiarla. ¿Que era lo que le intentaba expresar?, ¿acaso era mas fácil, abandonarla, por protegerla, que luchar por el amor, por un destino juntos? ¿ que importaba si el sino que les tocara fuera trágico, ella lo hubiera deseado mil veces a pasar un día tan solo sin su presencia, sin su voz diciendo su nombre al oído, - acaso no necesitaste de mí, en todos estos años – le susurró, - ¿no se te hizo imposible la vida, los minutos, las horas, sin el consuelo de nuestra mutua compañía? - sus pestañas se perlaron, la mirada azul celeste de la bruja se aguo como las mañanas en las costas de Galicia.

De pronto en medio de sus cavilaciones, la dulce voz de su amado dijo una palabra que había deseado escuchar durante largos años – te amaba... - repitió como si se tratase de un conjuro. Sus ojos se abrieron llenos de sorpresa – ¿me amabas? - le dijo entre sollozos, cubrió su rostro con sus manos mientras en su cabeza seguía repitiendo la triste verdad. La amaba pero los miedos fueron mas fuertes que el amor que ambos se profesaban en silencio. Intentó recomponerse para dar su argumento, - no pongas de escusa los peligros, sabes bien que por ti hubiera llegado hasta el propio infierno – le dijo con la voz con un dejo de reproche, - mas me valía un día a tu lado y morir por amarte, que vivir en esta soledad a la que me has sometido -.

Mientras decía esas palabras, lo contempló dejar el asiento y sentarse en el lecho, a su lado, mirarla con suma tristeza, inclinarse ante ella y abrazarla. Emilia, continuaba sollozando queda, sintió aquellas manos que la rodeaban, los brazos que la atraían hacia ese pecho que tantas noches había sido su cobijo, su refugio. No supo que hacer con sus manos, si usarlas para empujarlo y decirle que se fuera, o dejar que su corazón actuara. La voz de Ichabod en su oído, sus palabras, el aliento acariciando su piel, la hizo suspirar y quebrar aquella barrera de la incertidumbre, - que importa que éste momento sea breve, que luego vuelva a desaparecer de mi vida, si soy dichosa de solo estar así con mi amado, aunque solo sea una leve ilusión – se dijo mientras sus manos rodeaban la espalda masculina y lo acercaban aún mas a su cuerpo, - no tengo nada que perdonar, estas aquí, aunque solo sea por última vez-, volvió a sollozar, no deseaba que él se volviera a  alejar de su vida nunca mas.


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Mensaje por Ichabod Craven Jue Feb 20, 2014 8:33 pm

Acariciar el cabello de Emilia, prestar atención al color, a su olor, al largo, forma y textura, atrajo, de manera inevitable, la imagen de Anouk a su mente. Nunca se había detenido a analizarlo, pero ellas dos tenían mucho en común, tanto física como psíquicamente. ¿Casualidad o mofa del destino? Parecía que por ahí existía algo, o alguien, divirtiéndose, burlándose de él. Tal vez se trataba de una lección que le estaba dando la vida, poniendo en su camino a otra joven y desvalida pelirroja, para enamorarse de ella, para recordar eternamente a Emilia cuando la viera a la cara y de ese modo tener siempre presente todo el dolor que le había causado. En el mundo de la hechicería se dice que habrás de recibir de vuelta el triple lo que hagas en la vida, tal vez ahora le tocaba sufrir a él con un amor tan complicado como el que estaba experimentando.

Te equivocas, Emilia, esta no es la última vez, no tiene por qué serlo —aseguró sin estar realmente convencido de lo que decía.

Aquella dubitación no significaba que no deseaba a Emilia en su vida o que no agradecía la oportunidad de haberla visto de nuevo, significaba que estaba preocupado, porque aún no sabía qué consecuencias podría tener su repentina reaparición. Estaba consciente de que podía llegar a sentirse confundido, desorientado. ¿Estaría Emilia dispuesta a verlo solamente como a un viejo y muy querido amigo? ¿Podría él verla del mismo modo pese al sentimiento que los unía? ¿Cómo tomaría Anouk la presencia de un ex amor? Demasiadas preguntas sin una respuesta.

Tal vez no me has entendido del todo —intervino él de pronto. El tono de su voz ya no se escuchaba tan tranquilo, parecía exaltado, nervioso, preocupado. Esperaba que eso no hiciera creer a Emilia que estaba mintiendo—. Yo no me alejé de ti porque deseara hacerlo, me obligaron. No tuve otra opción porque de eso dependía tu vida. Sacrifiqué todo por ese amor —¿qué tan conveniente era seguir mencionando esa palabra? Quizá era prudente cambiarla por algo como “cariño”, tal vez así podría empezar a autoconvencerse de que era lo único que sentía por ella, que no había razón para alarmarse con su presencia.

¡Por supuesto que fue doloroso! —exclamó al mismo tiempo que abandonaba la cama, poniéndose de pie, y le alteró un poco sorprenderse a sí mismo alzando la voz de ese modo cuando no había necesidad de hacerlo. Desvió la mirada un momento y suspiró para tranquilizarse. A los pocos segundos estaba nuevamente sosiego—. Tampoco fue fácil para mí. Tanto dolor, tanta ausencia… La soledad terminó por trasformarme. Me volví un hombre que jugaba… que juega a ser indiferente ante todo. Intenté engañarme porque no encontré otro modo para sobrevivir; pretendí que nada me hería, que nada extrañaba, que pocas cosas me importaban. Pero siempre estuviste aquí —alzó su mano y la colocó sobre su corazón—, y aquí —la llevó esta vez hasta su cabeza, asegurando que siempre había habitado sus pensamientos.

No fue nada sencillo admitir por primera vez lo falso que era el personaje que había construido e interpretado ante los demás durante tanto tiempo, porque por más que le doliera decirlo, seguía siendo un ser humano que sufría y palidecía con el pasar de los años, que deseaba ser feliz con alguien, a pesar de que se empeñara en alejarse de todos.

Por más doloroso que haya sido, no creo haberme equivocado. Tomé las decisiones correctas, ahora lo sé, porque estás aquí, viva —se le acercó y la tomó de las manos.

Emilia había crecido, se había convertido en una mujer, pero en esencia seguía siendo aquella niña sensible y soñadora, alguien tan vulnerable como Anouk. ¿Cómo decirle que, aunque en su pecho aún latía un sentimiento enorme hacia ella, ahora había alguien más en su vida? Una niña que le había robado el corazón. Confesárselo era como darle el tiro de gracia, decirle que alguien más ocupaba ya el sitio que ella alguna vez había significaba romperle el corazón. No era posible que él, justo él, fuera el encargado de proveerle tanta pena.


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Mensaje por Amalia De Leon Dom Mar 30, 2014 6:10 pm

Aún abrazada a él, pudo apreciar, casi como propios, todos los sentimientos que emanaban de aquella piel masculina. Emilia ya no era la jovencita que Ichabod conociera, los años en los que vivieron separados, la tortura de no saber si aún estaba vivo, las preguntas que nunca conseguían respuestas, surgian nuevamente en su cabeza, - ¿me abandonó por otro amor, por protegerme, o simplemente porque había sido un juego en su vida? - hoy, con él allí contemplándola, nada de eso tenía sentido. Suspiró, cerrando los ojos y escondiendo su rostro en el cuello de quien era dueño, aun, de su corazón.

El movimiento suave pero seguro, que él realizó le hizo darse cuenta que se separaría de ella. Negó suavemente con su cabeza, no deseaba que él  se separara, ¿acaso no habían vivido tanto tiempo separados? Ella necesitaba abrazarlo, saber que nada los volvería a separar. La imagen de una niña pelirroja se filtró en su mente y ella hizo esfuerzos para ahuyentarla, bien sabía que era la única capaz de separarlos definitivamente. Pero en esos momentos ella solo deseaba experimentar la dicha del reencuentro. Sintió como él haciendo un movimiento se apartaba de ella y aunque al principio le dolió esa acción, supo que era lógico, ¿acaso no se habían convertido en dos extraños? El hombre que se paseaba por al habitación, que se notaba agitado y consternado, no era ni la sombra de aquel que conquistara su alma y su corazón. Lo contempló con suma tristeza, pensando que a él le sucedería igual, ¿que veía ese hombre, cuando la contemplaba? Ya no quedaba nada de Emy aquella pequeña que con ojos asombrados escuchaba cada palabra y gesto de Ichabod.

Bajó la mirada a sus propias manos, observó sus palmas, - vacías – caviló, - como vacío estuvo mi corazón y mi alma todo éste tiempo – susurró – he necesitado de ti tanto que por momentos pensé en desistir... pero cada vez que eso sucedía... recordaba tu mirada, el amor con el que me contemplabas y renacía mi empeño en encontrarte – algo en su interior se soltó, como una cadena que cuelga un peso enorme y que al romperse libera su carga. Sonrió, por primera vez desde que él la dejara, había podido decírselo, ya no guardaba ese dolor en su corazón y en verdad esa angustia que la había acompañado por tanto tiempo era un demonio exorcizado, Se fue moviendo lentamente hasta sentarse en el borde del lecho.

Saber que su vida sería otra, tan solo si el egoísmo de su padre no se hubiera interpuesto entre ellos, si su avaricia no los hubiera separado, hizo que se culpara por todo lo que hoy los alejaba. No necesitaba que Ichabod le dijera que el culpable de su desaparición había sido su  progenitor, éste se lo echó a la cara el día que Emilia decidió comenzar su vida en París, - ¿crees que lo encontrarás? - se mofó su padre, mirándola con desprecio, - esa rata estará en alguna de las alcantarillas mas alejadas, despilfarrando las miles de monedas de plata y oro que me costó poderte liberar de él - . Emilia no lo creyó en su momento, ni lo creía ahora, ella conocía bien al hombre que se paseaba nervioso de un lado a otro de la habitación. - Nadie podrá volvernos a separar – susurró.

Un mareo la  hizo cerrar sus parpados y tomar con una mano sus sienes, apoyando su peso en el brazo opuesto. Inspiró profundamente,  abrió lentamente sus ojos, levantó su cabeza, buscándole, cuando sus miradas se cruzaron ella volvió a sonreír. Hizo un pequeño gesto, - ven acercate, no te morderé – le dijo mirándole con picardía, - no pensaré en despedidas, ni lo hagas tu, deja solo que el tiempo transcurra, que el destino decida que será de nosotros – golpeó suavemente con la palma de su mano en la superficie del lecho. - Vamos, cuéntame que ha sido de tu vida – en realidad no necesitaba que le dijera nada sobre la mujer que ahora ocupaba el corazón de Ichabod. Ella ya lo sabía y esa certeza le destrozaba el alma, - tu, la amas y tal vez como jamás me amaste, ni me amarás  –  caviló. Dentro de su corazón, Emilia estaba desintegrandose, pero en su rostro una sonrisa iluminaba su semblante, no permitió que su mirada le diera a él un atisbo de su dolor. No permitiría que su amado sintiera culpa alguna, no podía culparle de nada, solo el destino le había hecho una cruel jugada.


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Mensaje por Ichabod Craven Dom Nov 16, 2014 5:07 pm

Ichabod decidió que se tranquilizaría. La miró un momento e hizo a un lado la silla para sentarse donde ella le había pedido. La orilla de la cama se hundió bajo su peso, lo que ocasionó que el cuerpo de Emilia se deslizara un poco y muy suavemente hacia el suyo, acordando su distancia, pero eso no pareció incomodar a ninguno de los dos. Antes de retomar la palabra, el hechicero dudó un poco, preguntándose si debía ser sincero aunque eso significara herirla, o si debía protegerla de una nueva desilusión, quizá no mintiendo descaradamente, pero sí omitiendo gran parte de la información. No obstante, algunos aseguraban que omitir y mentir eran la misma cosa, por lo que luego de meditarlo un poco, decidió que ella se merecía la verdad.  

Mi vida —repitió meditando al respecto, y no encontró nada que pensara pudiera resultarle interesante—. Me temo, Emilia, que no ha sido tan fascinante como quizá te gustaría escuchar —desvió la mirada y entornó los ojos en la mesa de madera que yacía al frente, era mucho mejor no verla a los ojos cuando admitiera lo que estaba por decir—. Después de que dejé Irlanda subí a un barco y me dediqué a recorrer el mundo. Pero no fue un viaje de placer. Intenté encontrarme a mí mismo. Australia, Italia, Inglaterra... Esos son tan solo algunos de los muchos lugares en los que estuve… pero en ninguno logré encontrar un sitio para mí. Era como si no perteneciera a ningún lado —para ese entonces, miraba aquel punto de la habitación sin pestañear, como si se encontrase en un trance, reviviendo mentalmente aquellos desafortunados días. De pronto, calló, y permaneció en silencio por unos instantes, consumido por las memorias—. Entonces llegué a Francia —continuó luego de un rato, irguiendo un poco la espalda, abandonando el letargo pasajero—, y para mi desgracia, mi suerte no cambió. Pero para ese entonces ya me encontraba demasiado cansado como para seguir emigrando, así que busqué el bosque más profundo, elegí el sitio más alejado de la ciudad y sus personas, y allí, lejos de todo, construí una casa. Ni siquiera puedo llamarle hogar porque nunca lo consideré como tal. Estaba solo como deseaba estar, sin ser molestado, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Solo yo y mis recuerdos —«y tú estabas en ellos», quiso decirle, pero se contuvo. Aún así, volvió a mirarla y dejó que sus ojos azules de mirada profunda se lo dijeran. Con su mano buscó la ajena y la alzó hasta su rostro para depositar en ella un beso muy suave en el dorso, una indudable muestra de cariño.

Luego, sin proponérmelo, conocí a alguien —continuó—. Fue como… como ver el sol luego de muchos días nublados —supo que no debería haber dicho eso, pero ya era tarde, demasiado tarde—. Pero es absurdo, es solo una niña —rió amargamente—. No es para mí ni yo para ella. Hemos sido víctimas de nuestras propias soledades. Es solo una fantasía —cuando terminó de hablar, la voz se le había apagado.

Soltó la mano de Emilia y se puso de pie para acercarse a una de las dos únicas ventanas que tenía la pequeña casa, luego alzó el brazo derecho y lo apoyó en el marco.  

Tengo que encontrar la manera de olvidarme de ella y empezar a verla como lo que es. Ojalá supiera cómo hacerlo.

La tarea no era nada sencilla. Quería sofocar un fuego ardiente, apagarlo brasa tras brasa hasta extinguirlo, y nadie le garantizaba que no se quemaría en el proceso.


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Mensaje por Amalia De Leon Dom Dic 07, 2014 6:52 pm

Se quedó callada, escuchando la voz de quien había sido el centro de su vida, de sus sueños. El corazón le atenazaba en el pecho, mientras el relato se acercaba a una verdad que ella ya intuía. Lo contempló con profunda tristeza, no por lastima, su  sentimiento era  sincero, el sufrimiento de ése hombre ella lo vivía como propio, sus amarguras, no eran otras que  las mismas que ella sufría, porque a pesar de la distancia, se consideraba una parte de él, su alma gemela, su misma esencia. Ella hubiera dado años de su vida, por unos días de felicidad para su amado.

No pudo contener sus lágrimas, intentó que él no se percatara de ellas, aunque pronto se dio cuenta que él se encontraba  tan alejado del presente, que aunque sus cuerpos se rosaban, Ichabod, era incapaz de darse cuenta de lo que sucedía en el presente, Aunque ella sollozara desconsolada, no se inmutaría. Cuando mencionó la existencia de aquella mujer y  sus sentimientos hacia ésta, Emilia recibió aquella verdad, como si fueran puñaladas que se clavaban en su agonizante alma. Allí, en la tarde que comenzaba a morir supo que el amor, que ése hombre, aseguraba habían tenido alguna vez, aquel sentimiento que fuera mutuo, había muerto bajo el peso de la aparición de esa extraña.

Aun sus pestañas se mantenían húmedas cuando, tomó sus temblorosas manos y se las besó. Emilia cerró sus ojos, imaginando que en verdad eran sus labios los que recibían aquel beso y no sus manos. Las lágrimas no dejaban de correr, como la insistente lluvia de su amada ciudad de  Santiago, ésta antigua población en la que, lo había visto por primera vez.  Apretó los labios reprochándose no haber seguido los consejos de esa Meiga que le había profetizado, cuanto sufriría por amar a un extranjero, a un brujo de las verdes colinas de Irlanda.  - Si tan solo la hubiera escuchado, mi corazón no estaría a punto de estallar de tu desamor -. Su vista nublada por el llanto siguió sus movimientos.  El destino le estaba haciendo, nuevamente, una broma macabra, - Mira Meiga… ¿Lo ves? ¡Allí está a quien amabas con tu vida, por quien vendiste tu  alma, con tal de ser feliz a su lado! ¡lo amabas! ¿Verdad? Pues mírale bien… porque jamás será tuyo… tus sueños son hojas que secas se convierten en cenizas por el nuevo amor que lo consume – sonrió con amargura, - maldigo mi destino, maldigo el amor que sentí por ti – quiso gritarle, pero sabía que esas palabras no eran ciertas – hermosa forma de mostrarme que solo puedes ofrecerme  una amistad, ¿pero cómo podría convertirme en tu amiga? Ser capaz de convertir mis sentimientos en simples recuerdos, tiernos e imborrables sentimientos… aunque intentes negarlo, si permitiste que un sentimiento naciera en tu corazón, es que tu amor fue efímero, inestable, como la bruma de las madrugadas en la Costa Da Morte… en cambio… mi amor hacia ti era fuerte y eterno como los acantilados de Finisterre… en donde las pequeñas barcas se destrozan en sus piedras -. Pero aquellas palabras jamás abandonaron su boca, se ahogaron en su garganta, en sus lágrimas, en el sufrimiento que él le provocaba.

No fue necesario que ella escurriera su mano, de entre los dedos masculinos, pues Ichabod la soltó, levantándose luego y encaminando sus pasos a la pequeña ventana que daba al lago, al reflejo rojizo del sol que moría entre la arboleda y el espejo de agua dulce.

Su corazón dio un vuelco cuando de los labios del brujo se escaparon las palabras que le dieron una pequeña esperanza, él deseaba olvidar a esa mujer, tal vez era su oportunidad, si se lo permitía, ella intentaría recuperar el amor que alguna vez él había sentido. Aquella efímera ilusión hizo que sus fuerzas volvieran, deseaba vivir, por eso surgió una sonrisa en su rostro.

Se levantó con dificultad, dejando el lecho, encaminándose algo mareada hasta donde Ichabod se encontraba contemplando el paisaje, tal vez recordando unos rojizos cabellos, que no eran los suyos, pero no le importó, su rostro antes pálido como el de un fantasma, se encontraba arrebolado por la fantasía de recuperar el amor de ese hombre. Se detuvo muy cerca de él, apoyó su mejilla en la espalda masculina, sus manos recorrieron la circunferencia del pecho de aquel hombre y se posaron en el corazón que latía fuerte en el interior, como si ellas fueran palomas que regresaban a su nido, - deja que sea yo, quien te ayude a sacarla de tu cabeza, de aquí -, apretó suavemente sus manos – Te he buscado por tantos años, tal vez debería dejarte partir, pero creo… nos merecemos, intentarlo… ya nadie nos persigue… no estoy en peligro… el destino  nos reencontró… permite que sea él, quien decida que pasará -.


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Mensaje por Ichabod Craven Mar Feb 10, 2015 12:10 am

Ichabod no se movió. Permitió que ella lo abrazara y, sin girarse, correspondió a su cariñoso afecto acunando sus pequeñas y suaves manos entre las suyas que eran mucho más grandes y ásperas por el trabajo. Cerró los ojos momentáneamente y dejó escapar un suspiro tras meditar la propuesta que ella le había hecho. Luego se giró.

¿Por qué, Emilia? ¿Por qué me pedirías algo como eso? Sabes lo que significa, los riesgos que correrías. Podría herirte, ésta vez con más gravedad que la última vez. ¿Y aún así me lo pides? —El hechicero parecía indescriptiblemente preocupado—. Yo… no podría. No puedo. Yo… Emilia… ¿Tanto me amas? —Preguntó al fin, pero no fue necesario esperar por una respuesta a algo que era tan obvio. Los ojos de Emilia se lo dijeron todo, esa mirada tierna y al mismo tiempo sensual, que le hacía sentir una extraña calidez en el alma cada vez que lo miraba de aquel modo: como si él fuera la única cosa que deseaba en la vida—. Sí, me amas. Nunca dejaste de amarme… —murmuró reflexionando, tras examinar la cándida mirada de la joven.

Le miró la boca, pasó su mano suavemente alrededor de su cintura y, no supo cómo ni por qué exactamente lo hizo, pero la besó. Inclino la cabeza y ella cerró los ojos para recibir sus labios, los cuales se rozaron suavemente hasta volverse un beso más apasionado, un beso más propio de dos antiguos amantes que se han reencontrado y cuyos sentimientos por el otro no han desaparecido. ¿Seguía enamorado de ella? O, ¿por qué la besaba? Mientras se entregaba al momento pensó en la posibilidad de que el amor que había sentido por ella alguna vez no se hubiera desvanecido del todo; quizá solo había permanecido dormido y ahora que la tenía enfrente, despertaba, reclamando su lugar. O quizá solamente se tratara de una prueba, tal vez Ichabod deseaba probarse a sí mismo, descubrir que tal vez lo que sentía por Anouk no era amor, o al menos no uno tan profundo como el que había sentido por Emilia.

No lo sabía, estaba realmente confundido. La presencia de Emilia, su infinito amor, le hacían replantearse todo, sopesar entre una posibilidad y la otra. Y quizá estaba actuando egoístamente, pero, en esos instantes, no quería pensar. Todo lo que deseaba era besarla. Besarla como había deseado hacerlo por tanto tiempo, como había soñado que lo hacía tantas noches. Ahora, nuevamente, esos labios le pertenecían, y los suyos parecían reconocerlos. Se amoldaban perfectamente, como si estuvieran hechos los unos para los otros.

Por desgracia, el beso terminó demasiado pronto. Ichabod dio un paso hacia atrás y la miró con su contención habitual, reconociendo al instante la decepción en el rostro de Emilia.

No, no puedo. —Intentó excusarse, agitando ambas manos en el aire—. No soy un hombre para ti, jamás lo he sido. Si dejo que ocurra esto todo lo que haré será arrastrarte a la miseria, y no te mereces eso. Mereces ser feliz, Emilia, quiero que lo seas, y eso solo puede ser posible lejos de mí. —Como ella no dijo nada, sintió la necesidad de continuar hablando, hacerle entender sus motivos. No quería que pensara que él no la encontraba digna, atractiva o incluso deseable; que no sentía ya nada por ella—. Es cierto que tu presencia ha llegado a mi vida a remover sentimientos que hasta ahora habían permanecido dormidos, no puedo mentirte, pero eso no me da el derecho de utilizarte para… olvidar.

Él había sido siempre un hombre en verdad considerado, muy atento, trabajador y responsable, incluso educado… con quien se lo merecía. En general, podría considerársele un buen partido, sino fuera por su gran defecto: se menospreciaba continuamente. Hacía tiempo que había dejado de considerarse a sí mismo alguien que valiera realmente la pena.


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Mensaje por Amalia De Leon Lun Mar 09, 2015 7:24 pm

¿Podía acaso sentirse más feliz? Definitivamente, sería imposible, porque ese beso prodigado con amor y pasión,  había creado en Emilia, el milagro, la esperanza que creyó muerta y enterrada. Como podía estarlo ella en poco tiempo. Nadie lo sabía, ni siquiera sus padres. Poseía una afección en su corazón, algo que en verdad no le importaba.  Hacía exactamente un año, que una gitana, en la plaza mayor de Santiago de Compostela,  le había anunciado que su vida terminaría muy pronto, - hija… ¿acaso no sabes que tu corazón es débil?,  porque te empeñas en sufrir por amor… el daño que le haces solo provocará que tu alma abandone pronto este cuerpo -   Emilia había escuchado el consejo, pero solo le agradeció, casi indiferente, como si en vez de decirle que su vida corría peligro le hubiera anunciado que perdería un listón de su cabello, en el próximo invierno.  Aquella gitana, meneaba su cabeza, mientras miraba con el ceño fruncido, la palma de la mano, - el camino de la vida se corta, debes elegir… o vivir esperando por algo que será imposible… o dejar que ese sentimiento acabe contigo -. Emilia había pensado en poner fin a su vida, muchas veces, pero su amor por él se lo impedía, esperando que Ichabod alguna vez volviera, demostrando así que la anciana se había equivocado. El milagro se había producido, allí estaba, besándola, manifestando cuanto la amaba, jamás pensó que él le demostraría así sus sentimientos. Luego de tantos años, de tantas noches, se sintió viva. Su corazón latía como un pajarillo que casi muerto de frío, alguien lo había cobijado entre sus ropas y le brindaba el calor que lo mantendría, al menos, un día más con vida.

Sus mejillas se bañaron con lágrimas de sincera alegría, ella en el fondo había temido que la olvidara, que borrara de sus recuerdos, de su corazón, aquel sentimiento puro, que los uniera. Rogó a los hados, a sus viejos dioses celtas, que hicieran de ese momento, una eternidad. Pero pronto acabó, el calor del aliento que hacía solo un instante había sentido al  besarlo se convertía en una ventisca invernal y mortal. Las lágrimas continuaron arrasando su mirada, desdibujando la imagen de aquel por quién hubiera entregado su vida a los inquisidores por la oportunidad de una nueva vida para Ichabod.

-  No puedes… - calló, llevándose las manos a la boca – no puedes… Emilia… suplicar por amor… -  estaba segura que su corazón se había detenido por un ínfimo momento, eterno y efímero como el beso que ambos se habían prodigado.  Inspiró profundamente, intentando que la daga clavada en su pecho le permitiera hablar, porque eso era para Emilia, aquel discurso arrebatado y casi inentendible, una puñalada, un intento de matar el inmenso amor que ella sentía.

No supo si él intentaría acercase, pero hizo varios pasos hacia tras, alejándose de Ichabod, - no… jamás permitas que alguien te haga pensar que no eres digno… siempre lo fuiste… y lo serías aun después de un infierno de soledades… - sonrió con tristeza, el dolor persistía en su pecho, sus labios se encontraban azules, su mirada desvaída.

Se giró torpemente, intentando mantener un equilibrio que le era imposible, el oxígeno no llegaba a sus pulmones, el beso le provocaba, ahora, una especie de envenenamiento, tal vez, porque no existía nada más devastador para Emilia, que haber sentido en él, el mismo amor, la misma pasión que a ella le consumía el alma,  mas Ichabod, prefería matar ese sentimiento con pretextos y cobardías.  Su voz se oyó extraña, ausente, - no te sientas atado a mi amor, jamás te he pedido nada, siempre te lo he dado, sin pedir nada a cambio… lamento que…  - intentó decirle que podía irse, que no deseaba importunarle más. Pero las fuerzas se escaparon de su cuerpo y cayó al piso, inconsciente, deseaba morir, morir y no sentir más aquel dolor que la destrozaba.


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Mensaje por Ichabod Craven Lun Jul 13, 2015 12:08 am

Emilia, no —intentó excusarse, sin encontrar las palabras indicadas— es solo que… No lo entiendes, no lo entenderías... ¿Emilia? ¡Emilia!

La muchacha volvió a desmayarse, como lo había hecho apenas unas horas antes en el mercado. Siempre había sido una joven frágil, susceptible a toda clase de emociones, las cuales parecía experimentar intensamente. Ichabod se acercó a ella lo más rápido que pudo, con la intención de impedir que ésta cayera al suelo y se hiciera más daño, pero cuando al fin llegó a ella, ya era demasiado tarde. No logró sostenerla y la pelirroja cayó de bruces, golpeándose en la cabeza, específicamente en la herida que ya tenía, la cual volvió a abrirse. Ichabod sostuvo su cuerpo inerte entre sus brazos y la maniobró hasta que pudo cargarla; la llevó hasta el lecho donde claramente debió haber permanecido el resto del día. De haberlo hecho, quizá para el día siguiente habría estado completamente recuperada, pero ahora, que nuevamente manaba sangre de su herida, su mejoría llegaría mucho después de lo esperado. La acomodó sobre la cama y le apartó el pelo de la cara para  poder inspeccionar mejor la herida. Estaba roja y tan viva como lo había estado desde el inicio. Enseguida se dio cuenta de que no podía dejarla así, no podía simplemente irse y abandonarla. Si la dejaba, pasaría la noche sola, sin nadie que le tendiera la mano, y lo que ella necesitaba en esos momentos era alguien que estuviera al pendiente y cuidara de ella. Quién mejor que Ichabod, que sabía de herbolaria, para sanarla.

Resignado a que esa noche no llegaría a casa, junto a Anouk –algo que también lo tenía claramente preocupado-, se apresuró a reunir una vez más todos los elementos que necesitaba. Limpió la herida con agua y luego colocó una nueva y pequeña plasta del preparado que había hecho, una mezcla de hierbas que además de sanarla, calmarían el escozor de la herida. Las horas pasaron pero Emilia parecía no tener deseos de despertar. Ichabod había colocado una silla junto a la cama, para así no perderla de vista ni un segundo. Cada hora alargaba la mano y palpaba su cuello para verificar que su temperatura corporal no se elevara, y cuando sentía que estaba por ocurrir, rápidamente tomaba un trapo mojado y lo utilizaba para ponerle compresas que inmediatamente la estabilizaban. Así pasó la noche en vela, al pendiente de Emilia. Hasta que a eso de las tres de la madrugada ésta se removió en la cama y finalmente despertó.

Te desmayaste… otra vez —respondió él cuando ella se mostró desorientada y desconoció el sitio donde se encontraba—. ¿Cómo te encuentras? Necesitas descansar. ¿Por qué no intentas seguir durmiendo? Eso te hará bien. Yo seguiré aquí, cuidando de ti —le aseguró mientras tomaba su mano y depositaba en ella un beso.

Intentó sonreírle para infundirle ánimos, para que no se sintiera avergonzada por el hecho de que él hubiera tenido que quedarse a su lado, pero lo cierto es que detrás de esa sonrisa se escondía una gran preocupación. ¿Cómo se encontraría Anouk en su ausencia? Ni siquiera había tenido oportunidad de avisarle que esa noche no llegaría a dormir. La conocía demasiado bien para saber que a esas alturas ella también estaría en vela, imaginándose lo peor. Eso lo mortificaba. Iba a ser verdaderamente difícil poder estar al pendiente de las dos jóvenes al mismo tiempo, como deseaba estarlo, porque no había duda de que tanto Emilia como Anouk le preocupaban demasiado pero él sencillamente no podría partirse en dos.


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Mensaje por Amalia De Leon Dom Ago 02, 2015 7:39 pm

Despertó sobresaltada, intentó moverse, incorporarse, pero Ichabod no se lo permitió. Le había tomado la mano y besado con ternura. Lo conocía demasiado bien, como para no darse cuenta que era una forma de pedir perdón, seguramente se sentía culpable, - ¿culpable de qué? - caviló observándolo de soslayo, - nadie puede decidir a quién amar o a quien dejar de amar - suspiró, llevó su mano derecha a la venda que él le había hecho. Asintió con un leve movimiento, cuando el hechicero le recordó que se había desmayado, - sí, ahora recuerdo - contestó, con un tono de voz monótono y sin sentimiento alguno. Como si le fastidiara estar allí, estar viva.

Se acomodó en el lecho, he intentó no llorar. Aunque su vista se nublo, y la angustia en su pecho se intensificó, ocultó su rostro, para que él no la viera más débil de lo que ya la contemplara. Con su rostro volteado, mirando al otro extremo de la habitación, evitando verle, le hablo. Sus manos cerradas en puño mostraban su caos interno.

- Sufres por ella, temes que se preocupe porque no llegas -  su voz sonó algo dura, fastidiada, - si es así, puedes irte, jamás permitiría que te sientas atado a mí, no lo hice, no lo haré ahora – Volvió a sentir el dolor en su corazón, llevó la mano a su pecho, arrugó la sabana con su mano libre, inspiró buscando más oxígeno para sus pulmones. No pudo contener sus lágrimas y sollozó. Fue una liberación, dejar que sus sentimientos surgieran, ocultarlos la estaban matando.

Se giró, acurrucándose, cerrándose sobre sí misma, apretando la herida, dándole la espalda a Ichabod, - vete, no te preocupes por mi… - su voz, esta vez sonó dulce, melodiosa como siempre, como la mujer que él había conocido en Galicia, - me alegra saber que estas bien… bueno… es un decir… sabes  de sobra que deberías tratarte esa afección – dijo, tocándose nuevamente l corazón, -  no te sorprendas que lo sepa, bien sabes que lo que  sufres… yo también lo sufro – no creía que su antiguo maestro lo supiera, pero su don de empatía la hacía conocer sus sentimientos, sus emociones y también sus dolencias, como si fueran propias, solo que al sentir por él ese  amor tan profundo, la empatía era aún mayor.

Se volvió a girar, esta vez enfrentándolo, y se incorporó, sentándose en el borde de la cama. Un mareo la hizo tener que aferrarse al lecho, pero tomo aire y abrió los ojos nuevamente. Le sonrió, - antes de irte, déjame que te prepare un brebaje, te ayudará con tu dolor al corazón -. Se levantó con dificultad, pero cuando él intentó ayudarle, con un gesto lo hizo retroceder, - no, debo aprender a valerme sola… tu, ya no estarás para protegerme – le sonrió aunque con tristeza y al pasar a su lado acarició el brazo masculino,  -  no es un reproche… es solo la verdad… - la mirada se le volvió a humedecer, - ya has elegido… y yo he perdido – fue su pensamiento,  las palabras que hubiera deseado gritar, pero  solo fijó su vista en los orbes ajenos.

Caminó hasta la pequeña cocina, pronto preparó  aquel preparado, - pasionaria… unas gotas de belladona… - siguió nombrando todos los ingredientes que debía tener para realizarla.  Ichabod,  la había seguido,  contemplándole, en  cada uno de los pasos que utilizó para la realización de aquel brebaje.  Cuando estuvo listo, se acercó a él y le extendió una pequeña copa de cristal – Tómalo, despacio, te sentirás mejor – Rebuscó entre un montón de frascos parecidos a botellas de perfumes. Eligió el que poseía un color muy parecido al de la sangre.  El material con el que estaba realizado, era cristal de murano.  Su amiga, Saskia,  se los había regalado, para sus pócimas y ella guardó allí el resto de brebaje, - lo diluirás en infusión de pasionaria,  y pondrás tres gotas… escucha bien… solo tres gotas… sino la belladona podría matarte -  aferró el frasquito, cuando un vahído la hizo trastabillar, teniendo que cerrar sus ojos, intentando mantener el equilibrio. Debía volver a la cama, en unas horas amanecería y él se iría, de su hogar, de su vida, como lo había hecho ya una vez, como lo haría siempre.


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Mensaje por Ichabod Craven Mar Oct 20, 2015 1:28 am

Entre Emilia e Ichabod, siempre había existido un fuerte lazo que iba mucho más allá de la simple relación que puede darse entre un mentor y su aprendiz. Era una conexión. Un vínculo entre su alma y la ajena que era innegable, y también indestructible. Estaban y estarían unidos de por vida. Sentirían las alegrías y las tristezas del otro como si fueran las propias. Quizá por eso al hechicero no le sorprendió del todo que la pelirroja adivinara sus pensamientos, como si tuviera el poder de escucharlos. ¿Desde cuándo sabía lo de su afección en el corazón? Él jamás se lo había mencionado. En realidad, nadie estaba enterado, ni siquiera Anouk. Ichabod era de los que sufren en silencio y por esa razón llevaba un buen tiempo aguantando los malestares que en realidad eran esporádicos, pero que también podían considerarse cada vez más frecuentes.

Sus achaques siempre eran los mismos, fuertes dolores en el pecho, pulso irregular, dificultad para respirar que a veces también traía consigo tos, fatiga y debilidad. En ocasiones sufría de inapetencia y eso había provocado una leve pérdida de peso que seguramente Emilia podía notar, puesto que en sus años como aprendiz, a Ichabod solía vérsele mucho más robusto. Pero quién mejor que Emilia para entender lo que él venía padeciendo desde hacía años. Como una burla del destino, la que había sido su pupila, además de compartir ese vínculo tan especial, también había sido maldecida con la misma enfermedad.

La miró y por un instante no supo qué responder a su comentario. Sabía que era estúpido negar lo que era más que obvio, así que simplemente calló y la siguió a la cocina cuando ésta le indicó que le daría un remedio. Tuvo el fuerte impulso de protestar y alegar que estaba bien, que aquello no era necesario, pero lo reprimió con éxito al darse cuenta de lo tonto que iba a resultar. No tenía caso seguir siendo tan obstinado, lo mejor era aceptar lo que ella con tan buena fe le preparaba, y beberlo siguiendo sus indicaciones al pie de la letra. Quizá con un poco de suerte realmente sería de ayuda y sus malestares se mantendrían sedados, al menos durante un tiempo.

Alargó la mano y aceptó el frasco que ella le tendía. Lo miró unos segundos y luego alzó la vista para mirarla con agradecimiento. No lo dijo, pero en ese instante experimentó una sensación muy parecida al orgullo. Le agradaba darse cuenta de que sus enseñanzas no habían sido en vano, que Emilia no había crecido únicamente como persona, convirtiéndose en una gran mujer, sino que también era una excelente hechicera. En su momento, él había sido quien le había presentado a la belladona, explicándole las virtudes así como los peligros de la venenosa planta que, si solía utilizarse correcta y prudentemente, le traía muchos beneficios al organismo humano, incluso a los animales. No obstante, se notaba que con el tiempo ella se había encargado de estudiarla a profundidad y por su propia cuenta, superando, quizá, al que había sido su mentor.

Así lo haré —concedió él, apretando el pequeño recipiente de cristal con la palma de su mano, un gesto que significaba un silencioso pero entrañable “gracias”, luego añadió, reanudando el tema anterior—: pero no voy a irme. Sí me preocupo por ti y no voy a dejarte, no otra vez —guardó el remedio en el bolsillo de su pantalón, dio media vuelta y regresó a la cama—. Anouk estará bien. Quien me necesita ahora eres tú —dijo mientras tomaba una gruesa frazada y la tendía en el piso, justo al pie de la cama, con la intención de dormir sobre ella. Cuando terminó, irguió la espalda y la miró fijamente, a la espera de alguna acción suya, pero ella permaneció inmóvil, quizá confundida.

¿Vas a volver a la cama o me obligarás a traerte hasta aquí? —intentó bromear con ella para así disipar la tensión que flotaba en el ambiente, y al parecer le dio resultado —. Vamos, no le des más vuelta. Sé que estás cansada, y sabes que yo también lo estoy. Durmamos mientras aún podemos, pronto amanecerá.


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