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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kerstin Sigismund Miér Feb 27, 2013 11:52 pm


«Deslizarme lentamente bajo el olvido, perder quedamente toda noción de vida.»
La desolación golpea la puerta, los sollozos del viento la abrazan y despeinan sus alborotados cabellos. Su sonrisa ha desaparecido, sus ojos son la entrada a un poso sin fondo, ya no respira, pero sigue teniendo miedo. Ese miedo descomunal a perderlo todo, ya nada le queda. Su silueta se vislumbra a través del cristal, una ventana quebradiza y a punto de caer refleja sus pasos, sus volteretas, su repentina pero mortuoria alegría. Es extraño, curioso saber que afuera la lluvia cae precipitadamente, su sonido es similar al de la crujiente madera siendo consumida en el ardiente fuego. Y, en las lejanías se escuchan con impaciencia las campanadas de la iglesia anunciando la última hora del día. Adentro, el tiempo se ha detenido junto con ella; el polvo cubre cada rincón de la casa, incluso el vestido olvidado en el viejo baúl de su madre, pero en los ojos de esa alma errante, los objetos lucen exactamente iguales a la noche en que murió. Gira su desencarnado cuerpo varias veces, en su mente estalla la revolución de las olas en su vestido, un gusto culposo al saber la razón de su sonrisa. «Hoy regresa» Estancada como en todo su aniversario, cree aún estar viva, y malgasta sus energías proyectando para si misma cada segundo archivado en sus memorias. Pero el techo partido a la mitad, las paredes ennegrecidas por la humedad, el fétido olor de las ratas muertas en los rincones, el asfixiante ambiente pesado de la desesperanza, se ciñe en cada lúgubre rincón de la casa. Sólo ella puede verlo diferente. No hay cortinas en las puertas, no hay mantel sobre la mesa. Sus padres, sus hermanos… ya no existen.

Desfallece el atardecer con la lentitud de una lágrima al caer por la mejilla, con él se enmudece la bulliciosa melodía de la ciudad y sólo crepitan una y otra vez, las gotas de la lluvia. Se escucha la carcajada de un niño perdido, después la cantarina voz de su madre y las fuertes pisadas de su padre. Kerstin baja las escaleras sujetándose del pasamanos, hecho de fina madera, su textura es suave al contacto, su color caoba contrasta con lo pálido de su piel pero ambos sufren de una belleza inigualable. Su cabello de ébano cae por sus costados atado en dos trenzas y su vestido azul resalta el color de sus ojos. La fantasía siempre es mejor a la verdad. No hay tal pasamanos, no existe el color caoba en las escaleras, sólo el monocromático tono negro de la pútrida madera. ¡Carmín! De carmín es su atavío y la sangre cubre la delicada piel de su cuello, su cabello va suelto, confundiéndose entre las telarañas que caen del tabloide derrumbado del segundo piso, algo que asemejaba ser el techo de su hogar. Las ratas se tragan a si mismas y son los cuervos los que emulan las carcajadas agrias de sus hermanos. Alguien llama a la puerta. «¡Escóndete Kerstin!» Y siempre con la misma frase, inicia su calvario.

Su vientre se desgarra por la mitad, el dolor es insoportable. Arquea la espalda convulsionándose con cada grito desasosiego. Lo observa todo desde el otro lado de la puerta, sus lágrimas brotan desconsoladas, precipitándose al suelo y confundiéndose con el agua de la lluvia. Lentamente, como si el sueño se desvaneciera al despertar, la visión de su hogar como tal, se escabulle entre los tortuosos recuerdos. Es rodeada por sombras hambrientas, devorada por los cuervos y enterrada en medio de aquel estúpido polvo. Se refugia en la esquina más alejada, postrándose en cuclillas, abrazándose a si misma, lamentando lo perdido, viviendo una vez el terror en carne propia, pero ya no es su cuerpo el que se desgarra, porque ningún ojo humano hubiese podido atreverse a mirar la profunda obscuridad del abismo, sólo un alma puede sobrevivir a un lugar tan lleno de sufrimiento… Su grito, quiebra el mortuorio silencio. Frente a ella, las manchas donde quedó su familia, repercutían una y otra vez el último de sus alientos. Hundida en medio de la penumbra, con el alma desencajada de su pecho y desvaneciendo la consciencia frente al verdugo del olvido, se ha dado cuenta que otro año ha pasado… otro más de tantos en su eternidad y él, él –nuevamente- no ha regresado. «Por siglos he estado vagando… Comienzo a cansarme».
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Mensaje por Luther Sigismund Sáb Mar 02, 2013 11:16 pm

‘Recordar es fácil, lo hago todos los días. Desprenderme del dolor no, ese nunca se va’

Los segundos parecían alargarse mientras el vampiro permanecía parado frente al enorme espejo. Estaba desnudo de la cintura hacia arriba. La carne que había sido arrancada de su piel por aquél licántropo, eran ahora arrugadas cicatrices que cubrían buen parte de su cuerpo. Había intentado defenderse al no poder moverse. Cuando había tratado cubrir su rostro con su brazo, éste había sido arrancado. Las zarpas de la bestia se habían clavado en su mejilla y, como si eso no hubiese sido suficiente dolor añadido al fuego que recorría todo su cuerpo, las había arrastrado… El espejo se agrietó. El puño de Luther había impactado con fuerza justamente donde su rostro le devolvía la vacía mirada. La sangre rápidamente manó de sus nudillos pero eso no le detuvo, golpeó una y otra vez, hasta que los filamentos cayeron y se encontró con la pared tras el espejo. Sus huesos crujían, pero tan pronto como se desencajaban, otro golpe los corregía. – Mi señor. La voz de su mozo se filtró por toda esa niebla demencial que cubría su mente. El vampiro no se volvió para enfrentarlo. Se limitó a lamer la sangre que corría libremente entre sus dedos. Garrett se acercó para terminar de vestirlo. El humano guardaba inteligentemente silencio, como si no hubiese presenciado uno de los arrebatos de su amo. El corazón le tronaba con fuerza, la suficiente para arrancarle una mueca. Esa noche no tenía permitido arrancar vidas. Ningún cuello le serviría para aplacar su sed. La memoria de sus familiares no iba empañarse por más tragedias. Tenía todas las demás noches para liberar a la bestia y cazar como el desalmado que era. Había regresado a su país natal hacía solo dos noches. Se alojó, como siempre, en una de las propiedades que había pertenecido a su padre. Una a la que los Sigismund no solía gustarles. Ellos habían sido una familia que disfrutaba de las actividades del campo. Ahí no había nada que se asemejara a la enorme propiedad en que sus hermanos y él habían crecido, nada que le recordara todo lo que había perdido. Jah. Como si lo necesitara. Todo lo que se cruzaba en su camino le llevaba hasta ellos. Se había preguntado tantas veces como habría sido el desenlace si él hubiese estado para protegerlos.

La lluvia lo golpeó con fuerza cuando cruzó el umbral. Su camisa pronto se pegó a su pecho. Luther le dio la bienvenida a esa noche tan fría. El mausoleo que pertenecía a su familia estaba cerca del hogar en que había nacido. Caminó hasta ahí. Los callejones estaban vacíos. Los mortales no se atrevían a estar bajo la mira de un enfurecido Dios. Se detuvo ante el epitafio de su hermano. Las gotas cristalinas caían con tanta fuerza que no habría podido leerla. Sin embargo, conocía cada línea. – Aquí yace un valiente. Descanse en paz. Adolph Sigismund, amado hijo, amado hermano. 1250-1271. Había sido él a quien aún había encontrado con vida esa noche. El hombre que había destruido todas esas vidas se había reído en su cara cuando creyó que le pondría fin a su miserable vida, contando cómo sus hermanos corrieron en su intento por salvar sus vidas. El dolor se abrió paso con sus garras a través de su pecho. Las placas de oro con los nombres de ellos era todo lo que tenía. Sus recuerdos se hacían cada vez menos reales. Si no fuese porque los hacía subir a la superficie todas las noches, seguramente los olvidaría. Eso era la única maldita cosa que se negaba a perder. Había dos ángeles abrazados sobre la lápida del pequeño Edwin. Cuando la colocó, no había querido que su hermano estuviese solo. Recordó vagamente las veces que se había colado a su habitación, temeroso de la noche, después de estar escuchando las historias de Merrill sobre monstruos. Maldita ironía. Él se había convertido en uno de ellos. Se alejó antes de que su furia le llevase a destruir esas estatuas. El bastón negro se hundía en los charcos de lodo. Las imágenes de sus cuerpos tirados por la mansión ocuparon su mente. Nunca sabría que lo llevó hasta el campo que su madre tanto atesoraba. Había cubierto cada hectárea junto con sus hermanos. Cabalgar era una actividad que todos practicaban, excepto por el más pequeño, que cada día elegía a alguien diferente para llevarlo. El vampiro maldijo. Los recuerdos se intensificaban conforme continuaba avanzando. No había vendido la propiedad porque ninguno de ellos lo habría querido. Sus administradores se habían encargado de hacerla habitable para otras familias. Extrañamente, ninguna se quedaba la suficiente. Se detuvo en el umbral, debatiéndose entre entrar o regresar. – Eres un jodido masoquista. Las palabras estaban teñidas de amargura, ira, dolor, furia, vacío. Su cabello estaba igual de mojado que sus ropas. Bajo él, un charco empezó a formarse. Supo entonces dónde pasaría esa noche, en ese lugar donde las paredes susurraban y los recuerdos se filtraban.

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Mensaje por Kerstin Sigismund Sáb Mar 09, 2013 4:23 am


«Aferrada a nada, me hundo en laberintos de recuerdos que no tengo.»
Desencajada de este mundo, cubre su rostro con ambas manos. Sus lágrimas no son reales, pero el dolor que atraviesa su pecho, es insoportable. Puede tocar con cada uno de sus lamentos, el vacío interno que le desgarra el alma, la parte, la consume, la devora y la reduce a una inexistente alma perdida en el olvido. El sollozo de su voz, se pierde junto al susurro del viento. Los árboles, con sus hojas muertas, arañan el cristal de las ventanas que aún se encuentran en pie. Es abrazada por el frío insoluto de la soledad, de esa tristeza al ver todos sus recuerdos evaporados una vez más. Desea llorar, gritar, elevar sus manos hacia el cielo para suplicar, pero está tan cansada… El nudo en su garganta es estrecho, le impide hablar, esbozar palabras que nadie escuchará. Hunde el rostro en medio de sus rodillas, las rodea con sus brazos y ladea el rostro para observar su hogar. Una vieja casa golpeada por el paso del tiempo, por la indiferencia de la gente. El polvo acumulado sobre las tapias, es proporcional al tiempo en que ni un solo cuerpo le ha hecho compañía. Sí, están las huellas dejadas por los animales; ella sólo desea encontrar las marcas de su familia en medio del derrumbado escenario. Se traiciona, vuelve a caer víctima de su fantasmagórica agonía. Y, aunque sus ojos no puedan humedecerse, el lamento que pronuncian sus labios se siente, se vive, se sufre y se contamina al pasar por cada rincón de su desolación. Lentamente, su cuerpo se desvanece…

No tiene la fuerza suficiente para hacerse visible, la fúnebre melancolía se despide de ella con un alarido insidioso, es el cielo el que ruge, pero el viento quien acompaña su tristeza. Kerstin, atrapada en un objeto de plata, tan insulso, tan común entre la gente; su silueta se logra percibir junto al pequeño cobre bajo las tapias de su habitación. La caja de música suena al ser abierta. La melodía es amarga, como el recuerdo de una niña sonreír en las lejanías del campo, mientras los espectros la alcanzan para devorarla en medio de su obscuridad. La temperatura desciende. Las emociones contrariadas de la joven muerta, producen esa ventisca que eriza los bellos de la piel. Observa el objeto desde su lugar, apenas corpórea, apenas visible para los demás. Sonríe escuchando la melodía repetirse una y otra vez, no sólo en su cabeza, también en su absurda realidad. «¡Kerstin, Kerstin! Tienes que ver lo que padre me compró» Y su corazón se parte nuevamente al escuchar la voz del más pequeño de sus hermanos. En su mano escondía un juguete nuevo para que pudiese entretenerse mientras los demás hacían sus deberes. Ella le había puesto nombre al objeto, un nombre insignificante pero que ahora extraña escuchar. –Jack- Susurra. Levanta la mirada para observar a través del umbral donde se supone debe estar la puerta, a uno de sus hermanos mayores. «¿Me ayudas a escribirle una carta a la hija del Lord? ¿La recuerdas?» Otra herida al corazón el recordar el efímero romance de Adolph. Nunca se concretó, él está muerto, al igual que ella.

Poco a poco, sus memorias se vuelven más y más turbias. Son visiones de los años más felices que pasaron juntos, después sus cuerpos en el suelo bañados en sangre y sus rostros inexpresivos con los ojos abiertos. Con cada risa, con cada memoria excavada de su cabeza, acompañada por la siniestra visión de sus muertes, se le llena el corazón de rabia, de incomprendida furia colérica. Crispa las palmas en puños. Hace resonar sus dientes y los pequeños trozos de madera a su alrededor, salen disparados hacia la nada, excepto la pequeña caja de música con la peineta dentro. Toma fuerza del rencor que tiene y aquella silueta apenas visible en la habitación, se hace presente en este mundo. –Perdónenme, yo debí…- Grita con el alma hecha un manojo de emociones varias, no sabe si golpear la pared, desaparecer de ahí, tirarse a llorar nuevamente o simplemente quedarse en absoluto silencio. –Me cansé- Al final se rinde, dejándose caer sobre el suelo. –No puedo más- El tono de su voz es una súplica. Juró permanecer ahí hasta que él regresara, pero cada año, mientras ella sufre su muerte una y otra vez, sus memorias van desapareciendo… No quiere y no desea permitirse que, al final, no logre recordarlos con la misma elocuencia que años atrás. –¿Él nunca vendrá, cierto?- Y no le sorprende encontrar una afirmación en su respuesta, en el fondo de su subconsciente, sabe que él habrá muerto miles de tormentosas noches atrás.

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Mensaje por Luther Sigismund Lun Mar 25, 2013 12:56 am

‘El tiempo es el ladrón de la memoria’

¡Luther! El vampiro endureció la mandíbula mientras el dolor le atravesaba. El eco de esa voz – que pertenecía al más pequeño de los Sigismund – era tan real, que casi esperaba verlo en el umbral. Excepto que él no había llegado a casa tras pasar varias noches de caza. No llevaba nuevas historias para contar. Ningún animal había intentado atacarlo. No dejaría que el suspenso crepitara en el aire para que sus hermanos preguntaran ansiosos cómo había sobrevivido a los peligros. Había pasado tantas noches hablando con ellos que solo necesitaba cerrar los ojos para saber cómo se desarrollaría la escena. Elisabeth estaría sentada sobre sus piernas, sosteniendo uno de los peluches que recibió en su último cumpleaños. Edwin y Merrill sobre el suelo, el más pequeño con las piernas cruzadas y el carro de madera en medio de éstas. Kerstin fingiría no estar poniendo atención a sus palabras, pero él sabría, por esa sonrisa que luchaba por ocultar, que estaba igual de intrigada por el final. ‘Y entonces le disparó al felino justo cuando saltaba para atacarlo’. Adolph irrumpiría con su enorme sonrisa, ganándose los abucheos de los presentes. Su mano se cerró sobre el pomo de la puerta. Los recuerdos nunca habían sido tan vívidos como ahora que se encontraba en ese lugar. Por lo que pareció una eternidad, barajeó la idea de regresar. Sus hermanos se habían ido. Cada noche que pasaba y él seguía ahí, bajo la vigilancia de la Luna plateada, el hueco en su pecho se hacía más y más profundo. No necesitaba estar ahí. Si entraba, no volvería a ser el mismo. Había derramado tanta sangre para cubrir su propio dolor. La necesidad de castigar a todo el que se cruzara en su camino por el simple hecho de existir era irresistible. Inocentes que no merecían morir perecieron en sus manos, al igual que se suscitaron las muertes de sus padres y hermanos. Se había tomado su papel de ejecutor con tanto ahínco que había terminado por creer que quien moría y vivía era decisión suya. ¿Era esa razón suficiente para volver? Ya era temido entre mortales e inmortales. Las mismas sombras huían de su presencia. ¿Albergaba su mente algo de cordura? Las partes de sí que ya no encajaban, jamás lo harían. ¡No le quedaba nada! Lorraine también se había ido. Su habilidad para encontrarle le había mostrado su paradero. No. No sería más él cuando sus caminos se encontraran de nuevo. Ella había hecho su elección. Él haría la suya.

Las bisagras chirriaron, quejumbrosas por el tiempo, quizás por su regreso. La ilusión se disparó antes de que él pudiese evitarlo. Las cicatrices en su rostro desaparecieron. La perfección cubrió su cuerpo. No había rastros del ataque del licántropo. Solo el bastón negro desmentía su apariencia. La calidez de la antigua mansión se había esfumado. El frío cubría las paredes y los cristales de las ventanas. Las sábanas blancas no eran tan impolutas. Una capa de polvo se podía apreciar sobre la superficie. Las telarañas eran testigos del crimen cometido por el pasar de los años. Se detuvo frente a un tablón de madera. Los nombres de cada uno de sus hermanos, del propio, estaban grabados. Era ahí donde su madre marcaba cuánto habían crecido, año tras año. Su mano se cerró con fuerza. Quería destruir todos esos recuerdos, quería quemarlos. ¿Por qué no lo había hecho antes? La miseria era todo lo que se podía percibir bajo ese techo. No era más aquél hijo ni aquél hermano. Había dejado atrás todo rastro de su humanidad. Aldous se lo había arrebatado. No había sido el vampiro que le transformó, ni siquiera la bestia que le deformó. NO. Había sido él. Él y su maldita envidia. ‘Uno. Dos. Tres’. La infantil voz hizo eco desde la pared que daba a la escalera. Arabelle contaba. Merrill reía. Edwin se escondía. Rugió. Sonora, estruendosamente. Necesitaba callar todos esos recuerdos. Estaban ahora malditos. Eran el ancla para su demencia. Sus voces, sus rostros, sus risas. Los detalles podrían ser difusos, pero siempre estaban ahí, en su mente, susurrándole, recordándole que había sido él quien había sobrevivido. Había pagado un alto precio por la inmortalidad, la cual nunca deseó, ni siquiera imaginó. Oh sí. Hubo una época en que Luther Sigismund fue feliz. Hubo una época en que estuvo convencido que quería para sí lo mismo que tenían sus padres. Esa era la razón por la que nunca se conformó con cualquier fémina. No había encontrado a esa mujer sin la que no pudiera vivir. Al igual que su padre, había querido tener una numerosa familia. Su carcajada amarga dejaba una estela conforme avanzaba. Solo por esas memorias, quemaría la mansión hasta los cimientos. Se detuvo abruptamente al ver un cuerpo sobre el suelo. La furia le engulló. ¿Quién se había atrevido a profanar sus dominios? No fue hasta que notó la flagrante melena que su carcajada volvió. – Has ganado demencia. ¡Jódeme! Soy todo tuyo. La belleza de Kerstin había deslumbrado a más de uno. Por supuesto, ninguno tuvo jamás una posibilidad. Parecía tan real. ¡Cuán jodida tenía la mente!
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Mensaje por Kerstin Sigismund Vie Mayo 03, 2013 2:50 am


«Inexorablemente me encadenas a mi propio destino; tú.
Dame el aliento necesario y duerme en la calidez de mi abrazo.»
Las gotas caen al suelo, opacando el polvo de la tosca madera bajo su cuerpo. Lentamente, se impregnan en los poros de esta y humedecen con su sabor salado las grietas de su textura. Siente los labios secos y un nudo en la garganta. Contrae los músculos aferrándose a la ya casi extinta ilusión de su hermano. Su sonrisa, la curva en sus labios que engalanaba el día, el destello de sus ojos al ver su familia reunida, por la mañana, en la tarde, en la noche. Las veces que decidieron contar las estrellas y terminaron jugando cosquillosamente sobre la paja al lado de su casa. Kerstin cierra los ojos ahogada en un lamento infinito; sus lágrimas caen al suelo y vuelven a mojar el piso al unísono de su chisporroteo. El vacío en su pecho es insaciable, pese a que lo alimenta con la tormentosa imagen de la muerte arrastrándola por cada rincón de la vieja casa. ¡Esta muerta y aún le duele! ¿No se supone que debería estar en paz? Muerde su labio inferior empuñando su mano contra el suelo, compartiendo su angustia desesperada con los gusanos y los hongos que germinaron a partir de la desolación. Indiferentes, así le parecen los parásitos, así le resulta la vida.

La plata destella entre sus manos, presa de la efímera luminiscencia de la luna. Vuelve a ocultarse cuando el viento despeina los cabellos del fantasma y, por encima de ella, oculta al astro blanquecino. Todo lo que iluminó su luz, vuelve a contener el tono monocromático de la austera negrura. Las sombras, siniestras, danzan a su alrededor. El crepitar de las ramas muertas, intenta enloquecerla una vez más. Escucha el zumbido en su cabeza. Una palabra, después otra y la voz se entromete en sus pensamientos. La recuerda, pero la desconoce. Es su cuerpo el que reacciona inmediato, los vellos de su aterciopelada pero difunta piel, se erizan para manifestar sensaciones disparatadas. Hace una exploración interna, regresando a la época cuando su corazón aún latía. Necesita encontrar la comparación que más se asemeja a la revolución instalada en su vientre. Su mente crea una reproducción instantánea de las palabras que escuchó y la imitación de su voz, es casi perfecta. Jadea. Kerstin se queda pasmada en su posición, inmutable. Es la expresión de su rostro la que habla por ella. Se vuelve lentamente hacia el umbral de la puerta. Lo ve.

Sus fuerzas, sus lamentos, el corazón… todo cae al suelo y se siente atrapada en una amarga visión. Los grilletes de sus muñecas se desvanecen –aunque estos fuesen solo metafóricos- y la carga de su espalda se desliza al suelo. Al llegar, crea un ‘plof’ desparramado sobre las tablillas de madera. El viento sopla en su nuca, remueve sensaciones dentro de su ser. Las recuerda, sí, pero ahora son mucho más nítidas que en su memoria, más contundentes. En su cabeza, fueron borrosas, amorfas. Aquí, ahora, frente a ella, puede olfatear sus alrededores, percibir la atmósfera cortante de la silueta ajena al fantasma. ¡Era él! La vorágine, provoca el desequilibrio de su energía y, al momento en que se lanza sobre Luther, su Luther, para abrazarlo como solía hacerlo en el pasado, lo traspasa de la misma forma que a cualquier muro. Se detiene a espaldas del vampiro observando el gélido calor que desprende su figura. Está ahí, pero no es él. -¿Qué?- Susurra al compás que su cuerpo experimenta convulsiones por el impacto. Kerstin sacude su cabeza, acomoda las ideas que llegan a ella como puntiagudas flechas apuntando un blanco. –Estas… tú… No… Luther- Sus ojos se cristalizan. Traga saliva y su barbilla tiembla ante la rabia. Es imposible que él este muerto. Se gira sobre los talones para verlo. Aún no controla su estabilidad. –Eres como él, te vez exactamente igual, pero tu alma… oscureció, Luther. ¿En verdad, eres tú?- El tono de su voz vaciló entre cada palabra y, en el suelo, justo frente a él y tirado en el suelo, se hallaba el ancla de Kerstin, algo que él le había obsequiado.

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Mensaje por Luther Sigismund Mar Mayo 14, 2013 12:59 am

“Estoy maldito, sabes, borracho, loco, lívido.”
— Rimbaud

Su carcajada suena con enriquecedora demencia. Con su beneplácito, el monstruo le engulle a grandes bocados. Había estado burlándolo todos esos años. Caía en su trampa porque quería hacerlo. Siempre supo donde estaban colocadas, mas nunca quiso enseñarle que era un placer ir a su encuentro. Mientras ve a Kerstin, fantasmagóricamente irreal, creada con esa perfección que solo habita en sus memorias, aplaude trágica pero teatralmente al maestro tras ese movimiento. Ese juego lo perdió en el instante en que pisó la mansión donde pasó toda su vida como humano. Ahí estaba la pieza faltante del rompecabezas. Ella era la llave para abrirle la puerta y conducirlo al infierno. No lo pensó. Realmente, ¿tenía opción? Fue a su encuentro con desalmada frialdad. Ya podía ponerle los grilletes y encadenarlo. No iba a luchar. Los había abandonado incontables veces para ir de cacería. La última vez que lo había hecho, ellos le habían necesitado y habían muerto, seguramente esperando que entrara por esa puerta para salvarlos. Si su hermana había decidido hacerle frente, iba a dejarle que obtuviera su venganza. Lo entendía. La verdad era que se sorprendía que hubiesen tardado tanto en adueñarse de su cabeza. ¿Dónde estaba el resto de ellos? ¿No tenían nada qué decir? ¡Pero por supuesto! Él había estado loco por la mayor de sus hermanas. Era ella quien le hacía frente cuando algo le molestaba, quien acudía a sus consejos, a su ayuda. Entendía porqué tenía que ser Kerstin y no cualquier otro miembro de su familia muerta. Dolería más si esa joven que Adolph y él prometieron proteger desde que la vieron por primera vez en los brazos de su madre, le acusaba por no haber estado ahí. Seguramente podría ver a través de la bruma de sus pensamientos y descubrir que había preferido morir a su lado, que vivir una eternidad recordándolos. Excepto que, cuando las palabras finalmente abandonaron sus labios, no fueron para señalarlo. Esa voz. Bien podría haber recibido un demoledor golpe en el pecho porque, por un largo instante, solo pudo quedarse paralizado. Sus recuerdos nunca habían hecho justicia a ese melodioso sonido.

Dijo su nombre en un susurro reverencial, como si temiera hacerlo y romper con el hechizo que la casa había tejido. De alguna forma, ella estaba ahí. ¡Le había traspasado! Vagamente, llegaron a él esas imágenes de fantasmas atrapados en los cementerios. Había visto sus figuras ir y venir cada que rondaba por esos siniestros lugares. No les había prestado atención. Si no bombeaban sangre, no valían su tiempo. ¿Podría…? ¿Qué sabía él sobre esa especie? Una amarga sonrisa apareció en su boca mientras observaba cómo los rayos que se filtraban por los cristales de las ventanas, jugaban a crear pequeñas y centelleantes luces en las piedras de la peineta que hacía tantos años le había obsequiado. Se inclinó para recoger el objeto que jamás creyó volver a ver. Irónico. Tampoco creyó que volvería a verla a ella. - ¿Oscureció, hermana? En su última palabra, había una emoción desconocida. Giró sobre sus talones para enfrentarla. Quería beber de su presencia. Cinco siglos. Había pasado cinco malditas siglos. No podían culparle por su paranoia. – Habría jurado que ya no me quedaba una. La amargura en su voz era esclarecedora. Alzó la mano para acariciar su mejilla pero, como había pasado cuando ella intentó abrazarlo, no había un cuerpo sólido para tocar. El vacío en los orbes del vampiro se llenó de un dolor intenso. La frustración demandaba que destruyera. - ¿Estás…? ¿Dónde están los demás? Maldito egoísta. Habría dado cualquier cosa para encontrarlos a todos. No parecía importante que no pudiesen descansar. Pero entonces, algo más importante se abrió paso en su entumecida mente. - ¿Has estado aquí todo este tiempo? Si hubiese sido más fuerte, habría regresado. Pero no lo era. Perder a toda su familia le había dejado sinsentido. Solo la promesa que le había hecho a Adolph le había hecho continuar, si es que así se le podía llamar a ese maldito e insustancial existir.
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Mensaje por Kerstin Sigismund Lun Jun 03, 2013 2:19 am


«Fragmentos de palabras en mi cabeza, me llevan a la promesa que ocultaste. No me olvides. »
Desgarrada. Miles de veces ha soñado con este encuentro, añorando el regreso de su hermano a la vieja casa donde ella lo espera. ¿Qué pasó? Se siente completamente destruida, derrotada, inexistente. El dolor que contuvo durante todo este tiempo, vuelve a emerger de la nada para colarse en sus pensamientos y hacerse visible en su rostro. El brillo de sus pupilas no existe, la efusividad alegre, pereció y, junto con ella, cualquier calor que Kerstin pudiese ofrecerle a su hermano. No le queda nada, se ha dado cuenta de ello. ¿Por qué? ¡No! Ella ha sido bastante egoísta al reclamar el regreso de Luther para si misma, jamás pensó que al hacerlo, lo estaría condenando para siempre. Se quiebra. Sus manos suben hasta su boca para contener el llanto que está a punto de soltar. Vuelve a darle la espalda, no quiere que la vea en ese estado. Es él, sin duda alguna es él. Su instinto, el amor que le tiene, no puede estar equivocada. El vampiro le habla, Kerstin se gira nuevamente sólo para observar a un Luther irreconocible. Frunce el ceño, sacude la cabeza. Golpea su cien con insipiente demencia. ¿Qué ha dicho? Jadea dolorosa. Para cuando él levanta su mano, Kerstin ladea la cabeza a su encuentro. La caricia es una ilusión, pero le produce más calor que cualquier otra que haya sentido jamás. Sin proponérselo realmente, se aleja de él con un único movimiento. Está herida, está realmente desecha. –Fue mi culpa- Baja la mirada. No puede ver el rostro perfecto de Luther, no así, no pensando que lo condenó sólo por su egoísmo al intentar recuperarlo.

Su corazón no late, no es necesario arrojar suspiros tormentosos por los rincones de aquella casa, pero la arraigada costumbre, es más fuerte que ella y, cuando él pregunta sobre los demás al fantasma se le va la vida en un largo, profuso e hiriente lamento. Da un paso frente a él con las manos en su pecho, aprisionando todo el dolor de su inexistente corazón. Tal pareciera que puede oír como los fragmentos de este cayeran a lo más profundo del abismo, al igual que el cristal, convirtiéndose en simples destellos de polvo en el olvido. –No- Responde a su primer pregunta. Ni siquiera tiene la fuerza suficiente para generar una respuesta con más de un monosílabo. Enfoca la vista hasta el objeto en las manos de Luther. El sabor de sus labios es amargo, el más agrío de todos. Trae consigo la melancolía, nostalgia, tristeza, desesperanza. Crispa las palmas en puños. Él recuerda a su familia, ¿Por qué no regresó antes? Asiente en réplica a lo que él ya sabe. Todo ese tiempo, sola, esperando impaciente porque algún día él volviese. Durante una fracción de segundo, siente el impulso por abalanzarse sobre él y golpearlo con toda la furia que su cuerpo pudiese contener. Aunque efímera, la energía de Kerstin pudo volcarse sobre la atmosfera mortecina que les rodeaba. El frío logra traspasar los objetos, los cristales sobrevivientes, se escarchan con hielo y el dolor, desaparece. Traga el nudo en su garganta. Cierra sus ojos. Se concentra en la peineta de plata, en el destello de las piedras, en la cantidad de veces que estuvo a punto de ser capturada por los brujos, en las innumerables ocasiones en que intentaron exorcizar su hogar. Aprieta la mandíbula conteniendo su ira y haciendo todo lo posible por estabilizar su energía. Levanta la mano, temerosa. Al encuentro con las de Luther. Aún mantiene los ojos cerrados. Lo toca. Frunce el ceño al percibir el rose de su piel contra la ajena. Sonríe, nerviosa. Mientras su mano se pierde en aquella caricia, su otra mano recorre el vacío hasta detenerse frente al rostro de Luther e inmolarse en su mejilla. Vuelve a sonreír. Se para sobre la punta de sus pies. Si él va a odiarla porque no pudo salvar a su familia, al menos que sea después de eso. Con suma lentitud, levanta el rostro para alcanzar sus labios y, al fin, después de tanto tiempo, besarlo.

En aquel beso, Kerstin es arrastrada por un torrente que es todo sensaciones, todo emociones, todo recuerdos, todo… Sus labios no se movieron. Sus manos nunca desatendieron las caricias que ejecutaban como acto reflejo sobre la mano de Luther y sobre su mejilla, y los ojos del fantasma, jamás se abrieron. Se siente completamente liberada, como si toda la maldita angustia que padeció durante más de cinco siglos, hubiese sido erradica por completo, y sólo hiso falta un beso. Al cabo de varios ¿Minutos? ¿Segundos? ¿Eternidades?, logra separarse de él. Sus ojos se posan sobre el azul intenso de los de él. Lo abraza fuertemente, como si quisiera fundirse con él. Hunde e rostro sobre su pecho. –Yo seré tu alma, Luther. Sólo… sólo perdóname por haber sido tan débil y egoísta- Susurra. Aspira todo el olor que él despide. –Perdóname por haberte arrastrado hasta este punto. Es mi culpa, es mi culpa- Su voz se quiebra con cada palabra que pronuncia. –Te quería conmigo, te quería a mi lado, pero no así… Dime, dime por favor que no estás muerto. Yo… yo…- ¿Cómo decirle que lo ama? ¿Cómo poder confesarse después del terrible impacto que ambos han tenido esa noche? Se pega más fuerte a él, al punto de la asfixia, por supuesto, él no necesitaba respirar y ella tampoco. La ausencia y necesidad de Kerstin debe ser saciada y, es la única forma que conoce de hacerlo. –No me dejes, porque me quedé por ti, me quedé a esperarte, me quedé pensando que quizá, no volverías. Quizá lo merezco pero te pido, que si en verdad eres tú, me lleves contigo. No quiero la luz, no quiero el descanso, no quiero la paz. ¡Te quiero a ti!-
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Mensaje por Luther Sigismund Jue Ago 08, 2013 3:19 am

¡No podría haberse alejado de ella por nada en el maldito infierno! El Diablo podría haber aparecido en medio de la estancia para prometerles que le devolvería a su familia y ni siquiera así, habrían logrado disuadirlo. ¿No era un completo malnacido? Luther había amado a cada miembro de su familia, pero Kerstin – con su luz propia – se había metido hasta lo más profundo de su alma. No sabía cómo lo hacía, pero su hermana aparecía en una habitación y todo cobraba vida. Los caballeros que habían tenido la oportunidad de conversar con su hermana – con él permitiéndolo a regañadientes – se embelesaban rápidamente. Eso le había molestado hasta la médula. Adolph lo achacaba a que era demasiado protector, ¡como si él – a menor escala – no lo fuera! Más veces de las que podía contar, le recordaba cuál era su papel como el primogénito. Las disputas entre ellos se disparaban hasta lo inverosímil cuando trataban ese tema. Frío. Cortante. Arrogante. Los pelagatos que buscaban su consentimiento para poder cortejar a su hermana se encontraban siempre con un muro impenetrable. Luther los evaluaba sin el menor atisbo de emoción. Su madre había intentado tocar esa fibra que Adolph ni su padre, eran capaces de alcanzar. O sí. Recordaba cada palabra que Schmetterling había usado en aquélla tonta charla. Al parecer, era su culpa que Kerstin no mostrase mucho interés en sus pretendientes. Una sonrisa petulante había curvado sus labios. Si su madre creyó que eso iba a preocuparlo, se había equivocado. “Ella es el sueño de todo hombre, madre. El que la quiera, tendrá que demostrarme que la tratará como una reina. No aceptaré menos.” Y eso era exactamente el problema. Kerstin no era solo su hermana, también había sido su confidente. Podrían pasar horas hablando de nada. Siempre había esperado que la mujer que eligiera como esposa, tuviese la mitad de su belleza e ingenio. Schmetterling no solo quería casarla a ella, también había empezado a hostigarlo a él. Le había arrastrado a tantos bailes los últimos meses, esperando que se prendara de alguna de esa damas en edad casadera. ¡Demonios! Si la mayoría ni siquiera lo había mirado a los ojos, como si fuese un monstruo. Su reputación no había sido la mejor. A Luther jamás le preocupó. Cualquier excusa que le mantuviese alejado de sus charlas sobre lazos o el clima, era bienvenida.

El calor se extendió por su frío cuerpo. Falso. Corrupto. Placentero. No se apartó, aunque una voz en su cabeza le advertía que lo hiciera. ¿Conciencia? Jah. ¡Pero si él la había pisoteado hasta el cansancio! El hechizo que se había tejido con la presencia inesperada del fantasma de su hermana daba la apariencia de ser frágil. Temía, sí ¡maldición! ¡Temía! Que ante cualquier brusquedad por su parte, se fragmentara, ¡se esfumara! Tenía que embeberse. Engullirla. Enterrarla en su ennegrecido corazón para que luchara con las sombras que le acompañaban. No creía que las hiciera desaparecer, pero ya no estaría solo, no le pertenecería solo a la oscuridad. ¿Quería torturarla entonces? Ahí estaba de nuevo su egoísmo. Solo pensaba en lo que era mejor para él. ¿Dónde quedaba ella? Cegado por la furia de saberse un rufián con la persona que más había significado para él, se deshizo de la ilusión que ocultaba su verdadera apariencia. – Mírame, Kerstin. Su orden salió con más filo del que pretendía. – Yo fui quien les falló. A ti. A todos. Tú no tenías que cuidarlos, era mi deber protegerlos. Que me condenen – de nuevo – si permito que cargues con la culpa. ¡Mírame! Volvió a repetir esa maldita palabra. Era el vampiro quien hablaba. La bestia desfigurada la que se retorcía en el veneno de su dolor. Tomó la mano de su hermana, atormentado ahora que también podía tocarla, y la llevó hasta su rostro. Las garras del animal habían arrancado trozos de su piel. Las cicatrices estaban por doquier. Un enorme zarpazo partía en dos sus labios. Apretó con fuerza la mano. Le quemaba. - ¿Me quieres aún? Si es así, no sabes lo que dices. ¡Por un demonio que no! ¿Quieres mirarme y remontarte a esa noche? No quiero tu compasión. Quiero que me castigues. Que me odies. Si no puedes con ello, entonces no me sirves. Se arrepintió rápidamente de sus últimas palabras. Enterró su cabeza en el arco de su cuello. El olor que desprendía le remontó a sus días como humano. – Dios. De verdad eres tú. Vas a volverme loco, ¿no es cierto? Porque no puedo dejarte.
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Mensaje por Kerstin Sigismund Miér Oct 16, 2013 8:36 pm


«Escucho los tristes murmullos detras de cada cicatriz.»
Terror. La mirada de Kerstin se llena de pavor al ver la verdad sobre su hermano, pero en su rostro el pánico no refleja el deseo de huir de él, porque aquella sensación tétrica que recorre cada fibra de su inexistente piel, es debido a la vorágine de pensamientos acumulados en su mente; cada uno de ellos gritando estrepitosamente, mutilando su poca cordura y llevándole al límite de sus sentidos. ¿Por qué? Frunce el ceño y se desquebraja frente a su hermano emitiendo un alarido agonizante. Pudiese ser que los vellos de su piel se erizaran, que un copo de nieve se deslizara sobre su espalda para causarle el estremecimiento que la arrojó de nueva cuenta a las tinieblas. No pudo soportar la idea de ver al hombre que adora, a quien esperó durante mucho tiempo, muerto, completamente ausente sin importar que estuviese frente a ella. Sus palabras, cual frías y afiladas estocadas, penetraron en sus oídos hiriéndole desde el interior. ¿No la necesita? ¿Qué no le sirve? ¿Lo esperó, lo llamó y lo buscó durante tanto tiempo para que él decidiera apartarla de su camino así de fácil? La temperatura baja; la niebla comienza a descender y Kerstin se queda completamente estática frente a él. El brillo de sus pupilas se pierde tras escucharlo, su sonrisa se desvanece, tal pareciera que todo su alrededor también se evapora junto con su presencia. Justo antes de que el fantasma lograse su cometido, dejando solo a su hermano, complaciéndole la última voluntad, es el mismo Luther quien toma su mano atrayéndola hasta su cuerpo y retenerla.

Durante mucho tiempo, él hubiese jurado su vida sobre la inocencia y pureza de su hermana, pero aquello quedó en el pasado y la mujer que tiene frente a él, no es la misma que perdió la vida hace más de cinco siglos. -¿Quieres que te atormente, Luther?- Pregunta con la voz entrecortada. Sus lágrimas emanan de sus ojos y su cuerpo se hunde más sobre el de él. –Porque podría hacerlo, pero entonces dejaría de ser la Kerstin que recuerdas y todo lo que te queda, se perdería.- Un nudo en su garganta le impide pronunciar las palabras correctamente. -¿Tú podrías quererme después de saber en lo que me he convertido? ¿Después de entender la cantidad de gente a la que tuve que asesinar para que me dejaran tranquila? ¿Serías capaz de amarme, hermano mío, tras haber perdido por completo mi luz, esa que tanto te gustaba presumir?- Y sin más nada, se esfuma entre sus brazos. Ella puede observarlo desde la penumbra del lugar, como si fuese la sombra que asecha en cada esquina de la habitación, como si no fuese otra cosa más que un vil y olvidado despojo del pasado. Sí, eso es precisamente Kerstin, un vago recuerdo que él posee en sus pensamientos y le duele. Y entonces son sus memorias las que comienzan a exteriorizarse, como si se tratase de una película que se plasma en los lienzos blanquecimos de la mortuoria pared; de entre todas ellas, sólo había una que le interesaba que el viese… el único recuerdo por el cual se quedó a esperarlo durante tanto tiempo, el día en que se dio cuenta que ella lo amaba, no como una hermana, sino como su hembra, el día que se supo pecadora (Love’s Sin). A la par en que su mente proyecta la escena en la que él sale de la laguna, completamente empapado y perfectamente hermoso, Kerstin musita entrecortadamente… -Yo nunca podría odiarte, Luther, y el haberme quedado aquí atrapada en estas cuatro paredes, fue el precio que debí pagar por mi inmundicia, mi depravación y mi lascivia. Fui castigada por haberte deseado desde esa noche- Se apaga la visión del cuerpo de su hermano y aparece en medio del salón, la vieja cama donde el fantasma se tocó pensando en el cuerpo de su hermano. –Tú no eres la bestia, Luther, el monstruo soy yo-
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Mensaje por Luther Sigismund Dom Oct 27, 2013 10:22 pm

Aunque Luther había sido el primer hijo de Raymond y Schmetterling, había contado con apenas un año cuando a la familia se unió Adolph. Había estado demasiado pequeño como para desarrollar alguna veta egoísta por ser el primogénito. En realidad, ni siquiera habría podido. Sus padres no se lo habrían permitido. Ellos habían crecido con los mismos privilegios y restricciones. Las aventuras y desventuras compartidas los habían hecho tan unidos. Si bien amaron a sus demás hermanos con la misma fuerza, el vínculo que se había fortalecido con los años y la experiencia, nadie pudo nunca arrebatárselos. Existían cosas que, simplemente, no podían compartir con Kerstin. Habían acordado que a su hermana debían protegerla. La joven no necesitaba saber sobre sus andanzas y los encuentros ocasionales que tenían con alguna u otra dama. Aunque Adolph siempre había sido más reservado en aquéllas cuestiones, Luther había sido un completo descarado. A las mujeres parecía encantarles que fuese tan atento y desmedido con sus hermanos que él, si tenía que ser honesto, se había aprovechado. La sonrisa risueña y la mirada a rebosar de vida en un rostro como el que poseía, había sido la perdición de muchas. No es que Luther alardeara. Tenía hermanas y, si algo sabía, era que mataría a cualquier idiota que se sobrepasara con ellas. Además, él nunca buscó un compromiso, por mucho que su madre deseara emparentarlo. Así que si de algo era consciente, era que debía mantener sus manos lejos de algunas jovencitas. ¿Por qué se acordaba de aquello entonces? ¿Era por lo que su hermana le mostraba? Cuánto había odiado mirarse a un espejo tras sobrevivir al ataque del licántropo y; cuando creía estar bien consigo; Ágatha había aparecido. No fue hasta que se obsesionó con ella que el odio hacia sí mismo y todo lo que era le había golpeado. Las memorias de Kerstin no mentían, así como tampoco lo hacían las suyas. ¿Ella lo había amado desde aquél día? Río. Seco. Hiriente. – Por supuesto que estaba orgulloso de mi físico. La joven le había transmitido cada uno de sus sentimientos. Lo que sentía. Cómo lo veía. – Estaba completo y ninguna maldita cicatriz las hacía huir. Amargo. Suena tan amargo. Ese auto desprecio que se ha envuelto en torno a él como las sombras que la noche reúne para acompañarlo.

Él también había amado a su hermana. No de la misma forma, quizás, pero había habido algo enfermizo, más allá de lo posesivo. ¿De qué otra forma podría justificar que no habría permitido a ningún caballero llevársela lejos? ¿Qué se suponía que tenía que decir? Él no era aquél hombre de antaño. Su cuerpo no solo se mostraba diferente, no había nada de vida dentro de él. Era oscuridad. Estaba podrido. Pero la memoria no había terminado. Los colmillos de Luther se alargaron ante el eco de su deseo. Mientras la veía tocarse, pensando que eran sus dedos – y no los suyos – los que se perdían en su cálido interior, un bajo gruñido se disparó por su pecho. Éste subió por su garganta. Rugió. Verla llegar al clímax y pronunciar su nombre lo embriagó. Sus pensamientos hacia su hermana nunca habían llegado a tal punto pero, ahora que le había mostrado sus recuerdos, por un infierno si no pensaba en ello. Sus últimas palabras hicieron poco por traerlo al presente. - ¿Por qué nunca…? Su pregunta murió. Obligó a sus caninos a retroceder. ¿Habría marcado la diferencia el saberlo? ¿Habría permitido que se alejara de su lado esperando que ese sentimiento fuese solo una maldita equivocación? ¿O la revelación simplemente le habría hecho ser consciente, aún más, de Kerstin? Adolph lo habría matado por tan solo considerarlo. Era su hermana, ¡maldición! La había visto crecer. Había estado ahí cuando ella dio sus primeros pasos. Cuando pudo decir sus primeras palabras. ¡Cuando aprendió a decir su nombre! – Te equivocas. Le rugió. – Tú nunca podrías ser el monstruo. Soy tu hermano mayor. Fui yo quien ayudó a nuestros padres a cuidar de ti, no viceversa. Es mi culpa que estés confundida. ¿Quería que fuera eso? ¿Tan solo una confusión? – Pasé demasiado tiempo contigo. Tú… Solo… Se pasó la mano sobre el rostro. Con fuerza. Odiando cada cicatriz. La apartó. La locura parecía burlarse desde sus orbes cuando finalmente clavó la mirada en Kerstin. – ¿Siempre hemos estado condenados? ¿Es eso, hermana? ¿Estás diciendo que tuvieron que morir para que tú y yo pudiéramos estar juntos? Porque eso es exactamente lo que parece. Estaba siendo cruel. Lo sabía, pero no podía detenerse. Quería hacerle daño, como si todos esos años en su espera no hubiesen sido suficientes. Ella había hecho que la deseara. ‘¡Mentiroso!’ - ¡Vaya con nuestro castigo!
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Mensaje por Kerstin Sigismund Miér Nov 13, 2013 8:58 pm



«¡Tengo miedo! ¡Tengo frío! Es mi muerte ¡Su muerte la que veo y siento!
Ellos se robaron todo de ti, pobre espíritu aplastado.»
Sus recuerdos, la sonrisa de su rostro y el calor de su presencia; todo se desvanece al escuchar palabras hirientes. No es que las frases sean las dagas, son los labios que las pronuncian las que matan. Ella soñó con ese momento, cada maldita década en la que él no apareció, cada miserable siglo en el que su esperanza era arrancada de su pecho. Luther, su hermano, jamás la hubiese lastimado de esa manera. Sin embargo, su olor, su voz, su mirada… definitivamente se trata de él. ¿Qué le ha sucedido? ¿Quién lo rompió tanto que ahora Kerstin paga las consecuencias de sus actos y los ajenos? Traga saliva alejándose de él. Baja a mirada y la temperatura de la habitación desciende. Los cristales rotos en las ventanas, se escarchan con hielo. El viento sopla con un augurio de muerte, está frío. Las ratas salen de sus agujeros y corren en dirección opuesta a donde se encuentra ella. Kerstin se arrincona en la esquina, se sienta y abraza sus rodillas con las manos. Hunde el rostro y llora. Sus sollozos son desgarradoramente aterradores. Entonces se detiene cuando lo escucha con sarcasmo. -¡Cállate!- Gruñe poniéndose de pie. Su energía hace que todas las cosas rotas a su alrededor floten. Frunce el ceño, lo fulmina con la mirada. Sus brazos se extienden, ensancha los hombros… Está molesta. -¡Yo no quería que esto les pasara!- Grita con furia y las puertas –que aún no se ha caído- se azotan contra el umbral. Todo el poder concentrado del fantasma, quiere salir a reclamar el dolor que durante mucho tiempo ha estado ofuscado.

La sangre emana del suelo como si se tratase de una pesadilla; y en el fondo resuenan las risas de sus hermanos, que mutan a gritos en un par de segundos. Los niños corren del salón principal hasta sus habitaciones. Las huellas de sus manos quedaron impregnadas en los muros continuos. Uno de ellos, el menor, apareció en la habitación donde ambos se encontraban. Sus ojos llenos de lágrimas y terror, sus labios resecos suplicando por su vida a una sombra que jamás escuchó. El cuchillo se estiró sobre el aire y atravesó la delicada piel del niño. El último de sus suspiros fue el nombre de sus padres. Después de él entra Kerstin –en vida- furica, buscando la oportunidad de salvarle, es demasiado tarde. La sombra se gira y logra darle un golpe en el hombro, Kerstin grita aterrorizada, no por el dolor de la herida, no porque estén atacándole a ella. Había perdido a su hermano. Lucha contra el hombre pero este es más fuerte que ella y entonces corre, busca una salida. No la encuentra. Al fondo de la imagen los alaridos penetran en su cabeza, la enloquecen, le atarantan, le producen debilidad. Llega hasta la cocina y se arrincona al lado de la puerta observando el cuerpo de sus seres queridos, perpetrados, ultrajados, mutilados… Se deja caer sobre sus rodillas. Se siente derrotada, quiere morir. En ese instante pronuncia con temeroso murmullo «Luther» Se pone de pie y gira sobre los talones solo para observar al asesino detrás de ella, lo esquiva y sale por el umbral de la puerta donde alguien más le cierra el paso, en ese preciso momento su cabeza rueda por el suelo…. Y ahí, frente a Luther en el tiempo actual, donde la sangre se ha secado, donde ya no existe la vida, el fantasma derrama sangre de su cuello bañando por completo su vestido azul.

-Yo… yo… no quería que murieran- Su llanto es más profundo, lleno de melancolía, tristeza, agonía. Arroja un suspiro -¿Qué hice?- Se pregunta a si misma, regresa a la oscuridad del rincón. Se sienta. Sus pupilas se mueven alternativamente, está completamente alterada. –Yo los amaba, Luther… No, yo no sería capaz de…- Lleva ambas manos hasta su cabeza. Se mece sobre su propio cuerpo. Comienza a temblar, de repente siente frío. Mucho frío. Se da cuenta que está sola nuevamente. –Per… Perdóname- Sin más nada que decir, nada más que mostrarle. El fantasma se desaparece frente a los ojos del vampiro. Está destrozada. Nunca se puso a pensar que todo aquello habría sido culpa suya, que si no se hubiese escondido sólo por él… toda la familia estuviese con vida, si ella no hubiese sido tan tonta para esperarlo todo ese tiempo, a él no le habría pasado nada. ¿Qué tan egoísta fuiste, Kerstin que sólo pensaste en ti? El resto de cristales, aquellos que lograron sobrevivir después de todo eso, se fragmentan. El vacío y tristeza que se siente dentro de la casa, es devastador. Ya no estaba el fantasma presente, la oscuridad resulta inminente. Otra vez, Luther está sólo, como ella, como siempre debió ser.
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Mensaje por Luther Sigismund Miér Nov 27, 2013 6:09 pm

Kerstin luce tan deslumbrante en su furia, que Luther se embriaga con tan solo mirarla. Su hermana ha conquistado a la bestia con su maldita hermosura y ni siquiera es consciente de que la danza que han empezado, no terminará cuando el réquiem llegue a su final. La satisfacción que siente porque su presa ha caído en la trampa es efímera. No hay placer que valga la pena si sus garras no se bañan de escarlata. No hay éxtasis, si el enemigo no sufre antes de su eliminación. ¿Está, realmente, tachando como objetivo a su hermana? No puede negar que la frialdad en su interior se siente tan retorcidamente agradable cuando le escucha gritarle. Si algo ha aprendido en los últimos cuatrocientos años, es que el odio hacia sí y hacia todos, es quien le ha permitido existir. Odiaba a su familia por dejarlo atrás pero, especialmente, odiaba a Adolph. Había sido él quien le había arrancado aquélla promesa. Si no hubiese aceptado continuar y reclamar venganza, hacía mucho que el amanecer lo habría recibido. ¡Era tan hipócrita! ¿No se había burlado de Von Fanel cuando intentó entregarse a los abrasadores rayos del Sol? Ahí estaba de nuevo ella, liderando sus pensamientos, creyéndose por encima de él. ¿Habían sido amigos alguna vez? Ágatha había fingido sentirse cómoda a su alrededor. No había dado un paso atrás cuando vio las cicatrices en su espalda ni en su pecho. Él había ansiado con frenesí sentir su tacto, ser víctima de sus caricias. Nunca había permitido a sus amantes tocarlo. Con su fuerza, capturar sus muñecas y mantenerlas apartadas de su cuerpo era estúpidamente sencillo. ¿Por qué había creído que la vampiresa sería diferente? Ni siquiera su hermana parecía querer mirarlo. Se lo haría fácil. Era lo menos que podía hacer en su presencia. La sonrisa petulante en su boca se amplió mientras la ilusión obraba de nuevo sobre él, dejándolo – una vez más – en perfecto estado. - ¿Mejor? La mueca en su rostro desapareció en un santiamén. “¿Qué mierda estaba pasando?” Nunca confundiría ese sonido. Lo había reproducido en su mente infinidad de veces, al principio, por temor a olvidarlo. Ahora. ¿Ahora? El rugido que escapó de su garganta, rivalizaba con el poder de su hermana. Los cimientos de la casa parecían ceder ante el dolor que emanaba de él. Luther actuaba como un animal herido. La forma en que su pecho subía y bajaba, solo era el preludio de que algo terrible se avecinaba. Su labio superior se levantó, dejando ver las puntas de sus colmillos. Éstos no tardaron en rebelarse. Salieron de su escondite, alargándose en toda su puta gloria.

- Edwin. El nombre que emerge de sus fauces, suena macabro, incluso para sí mismo. El niño que aparece en la habitación es una versión suya mucho más joven. Los lagrimones caen sobre las mejillas ajenas. Luther le ve limpiarse los ojos con el dorso de la mano, mientras se detiene e intenta ubicarse. – Basta. Ruge. La amenaza impresa en esa simple palabra. Él había visto los cuerpos sin vida. Había obligado a que el asesino narrara uno a uno los hechos. Aldous incluso se había regodeado de cómo habían suplicado, ¡de cómo les había cazado! Eran unos niños, ¡maldita sea! Quiso, en ese momento, haber llevado consigo a su esclavo. Hacía mucho que el Judas de su familia había apelado a su ‘lado bueno’, como si él aún tuviese uno. Jáh. No más. Nunca más. Luther Sigismund también había muerto. Solo su cuerpo era el que seguía funcionando, movido por una sed insaciable de repartir dolor y reclamar venganza. No solo a culpables, sino también a inocentes. Así, revive, sin poder evitarlo y/o cambiarlo; la terrible masacre. Ve morir al pequeño y pronunciar los nombres de sus padres. Se suponía que ellos estarían ahí siempre, para protegerlo. No. No hay forma de que olvide su falta. Ella no ganará la batalla si insiste en no culparlo. – La escena no miente. Escucha a Kerstin susurrar su nombre, pero él no llegará. Él está volviendo, tras una cacería infructuosa, con una nueva historia que nadie jamás escuchará. ¿Puede a un vampiro dolerle el corazón si éste ya no cumple con su función? Su mirada se queda clavada en el espacio donde la cabeza de su hermana cayó, al menos en la visión. La escucha en la lejanía. Los gritos de sus hermanos aún resuenan en su cabeza. - ¿Ya estás satisfecha? Levanta la mirada. El dolor irradia de sus irises y, como si fuese un inútil vampiro – incapaz de mantener por largo tiempo sus ilusiones – sus feas cicatrices se muestran. No hay respuesta. Ve desaparecer al fantasma. Cae sobre sus rodillas finalmente. No hay sangre, solo polvo bajo él. No hay sonido, solo silencio rodeándole. De pronto, la soledad se torna aprensiva. El bastón que siempre le acompaña descansa bajo un viejo mueble. Se despoja de su abrigo. Le sigue la camisa. Los desgarros están por todo su pecho. Su espalda está cercenada por las garras y los dientes de la bestia que le atacó. Desliza su mano sobre su torso sin ninguna delicadeza. Con asco. De la misma forma en que le acariciaría una mujer si él la obligara. – No seas una cobarde, Kerstin. ¡Ven y enfréntame! ¿No quieres saber que hice con Aldous? ¿No quieres saber qué ha sido de mí? ¿No quieres que te cuente sobre los inocentes que he matado? Una buena parte han sido niños. No puedo soportar verlos. Los veo y me acuerdo de ellos. ¿No quieres saber lo que siento? Cada pregunta está destinada a provocarla. Quiere que aparezca. Le duele no verla. - ¿Me temes? ¿Me odias? ¡¿Me aborreces?! Pero él no ruega. Está acostumbrado a que los demás supliquen. Es así como siempre ha tratado con todas sus víctimas. Es solo cuando ellas llegan al punto de no retorno, cuando empieza a disfrutar. – ¿Quieres mi perdón? Yo no busco el tuyo, ni el de ellos. El odio. El dolor. La culpa. Eso es lo que soy. Cuando Kerstin no apareció, su ira se incrementó. – ¿Me arrebatarás lo único que tengo? “Porque tú, tú eres todo lo que tengo”
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Mensaje por Kerstin Sigismund Miér Ene 01, 2014 10:58 pm


«Mírame directamente y observa a través de las lágrimas de mis ojos.»
El silencio reina, implora y salvajemente arremete contra quien aún permanece de pie. En la desolada habitación, el crepitar de las gotas no es constante, suena vacío, tan decadentemente lejano como la promesa de la felicidad. Pero ella está ahí. En la enmohecida madera, en el polvo que cubre las escaleras, en el techo desquebrajado, en el susurro agónico de la nada. Siempre ha estado ahí, en el despojo de lo que alguna vez había sido la gloria. Todo, todo lo que pertenece a esa casa  abandonada es Kerstin. Y su rostro se encuentra oculto en la oscuridad, incorpóreo, simplemente formado con la danza de las partículas en el aire. Observa a su hermano desvanecer la ilusión que cubría su cuerpo, lo ve rendiré ante ella y, principalmente a su dolor. Se le desgarra el alma. ¿Cómo puede ser tan masoquista y apreciar su caída? El sufrimiento que él siente no es ni la mitad de lo que ella padeció tras esas cuatro paredes. Durante años Kerstin fue testigo de como el fuego lejano del sol, calcinaba sus memorias, de como la humanidad ignoraba su llanto; estaba muerta y no tenía a dónde ir. Se había perdido. Él no regresó, ellos desaparecieron y nadie…, no había nadie.

El fantasma no puede soportar la visión de su hermano y, como si se tratase del viento, acaricia cada una de las cicatrices marcadas en su espalda. Quiere besarlas, trazar un lienzo con la yema de sus dedos y desaparecerlas, pero él no puede percatarse de que ella está ahí, porque Kerstín se encuentra en otro plano, por más que se esfuerce en su tacto, él no lo sentirá. Hunde el rostro en el arco de su cuello, lo cubre por completo como un manto nocturno, lo resguarda. Intenta ser ella su nueva piel. De cierta manera, lo es. –No- Susurra y su voz se pierde en las esquinas de la casa. Es un eco perseguido por el grito arrebatador del silencio, Kerstin sigue sin estar ahí. Necesita que él levante la mirada e invoque su nombre, necesita que él dependa de ella para poder estar a su lado, para poder permanecer siempre junto a Luther. El juramento del fantasma fue sencillo, quedarse en el mundo de los vivos hasta que él regresara, y muerto o no, volvió.

-¿Arrebatarte lo que tienes? ¿Qué es lo que tienes?- Pregunta con la indignación en el tono de su voz y se aleja de él. Aunque no posee forma, al moverse deja una gélida estela de viento que hasta un vampiro podría sentir. –Quédate aquí, quédate conmigo- La imagen de una mujer comienza a hacerse presente en medio de la oscuridad; sus pies están descalzos, su vestido es casi blanco y la palidez de su piel sólo puede ser comparada con el resplandor platino de la luna, su cabello azabache enmarca el contorno de su rostro, sus ojos…. los orbes verdosos de su mirada, observan expectantes el siguiente movimiento de Luther. No quiere que se marche, no desea quedarse sola nuevamente. Se arrodilla frente a él y se busca dentro de sus pupilas. Sonríe. –He aborrecido el tiempo, a la muerte, a los cielos y a dios. A ti nunca pude despreciarte.- Desvía su mirada a las cicatrices, levanta una de sus manos y pasa la yema de sus dedos por aquella marca que divide su rostro a la mitad. Pega su frente a la ajena. –Yo también tengo una- Toma el brazo de Luther sin permiso y lo obliga a tocar la yaga que tiene en el cuello. Más aún, sin consideración alguna, se refugia en su regazo doblegando su mano y orillándolo a arroparla con sus extremidades. –Que cálido- El fantasma cierra sus ojos. Le roba energía al cuerpo de Luther, se alimenta de su aura sombría, mortecina. –No vayas a cazar esta noche, hermano.- Kerstin no está consiente, su mente se ha remontado a una de las tantas noches en las que ella le suplicaba quedarse. Los animales no se irían a ningún lugar, la comida podría faltar a la mañana siguiente pero al menos estarían todos juntos aunque sea una única vez. –Hace frío y no quiero volver a tener pesadillas- Se acurruca bajo su yugo. –Eres él único que puede ahuyentar mis demonios. Te necesito- La mujer levanta sus párpados y se da cuenta de la realidad.  –Por favor quédate a mi lado y abrázame mientras la sangre se seca- Levanta su rostro y con lágrimas en los ojos, vuelve a besarlo, esta vez el beso sabe a perfección, porque juega a ser sincero. -No quiero volver a experimentarlo.- Sonríe relamiéndose los labios. -No, no la muerte.... El estar sin ti.-
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Mensaje por Luther Sigismund Vie Ene 31, 2014 8:40 pm

Casi puede jurar que siente el sabor de sus lágrimas cuando sus bocas se encuentran, pero no tiene oportunidad de confirmarlo. El beso termina demasiado rápido. La ve relamerse los labios y algo en su interior se retuerce. El dolor que siente por su muerte, por la de toda su familia, ese vacío en su pecho por saberse en otro plano, distinto a la de ellos, aunque no pierde fuerza por saberse en su presencia, se torna en absoluta culpabilidad al escuchar sus palabras. Es una yaga que jamás se cerrará. Su existencia como inmortal le había supuesto un castigo. Luther, con los años, había aceptado esa carga como lo que era. Había sido marcado para que enseñase su vergüenza, para que nadie se le acercara, para que le temieran. Un monstruo, eso era lo que había creado. Había eliminado al humano, con la misma crueldad con que les arrebataron a sus padres y hermanos. Se había despojado de todo buen sentimiento y encontrado un agudo placer al saberse esclavo de la oscuridad. Recorre con sus dedos el labio inferior de Kerstin, pero enseguida se detiene. Una mano se posa en su hombro. Él la reconoce antes siquiera de que le den un apretón amistoso. La garganta le quema, pero no es sangre la que anhela. La sonrisa que esboza su hermana, no está dirigida a él, sino al fantasma que está parado a su costado. – Me dijiste que solo tú te habías quedado, que solo tú me habías esperado. Hay acusación en sus palabras, ira también impresa en éstas. – Detente. Recuerda a quién le estás hablando. Adolph, quien había sido solo un año menor que él, le reprendió. El vampiro se puso tenso. ¿Finalmente había sucumbido a la locura? Nunca había querido pisar los terrenos que le habían pertenecido a los Sigismund porque sabía que eso sucedería. Él se derrumbaría. Sin poder evitarlo, soltó una carcajada. Insulsa. Fría. Maldita. Sus hermanos parecían comunicarse entre sí. Le miraban como si él fuera el fantasma. Cuando el sonido que provenía de lo más profundo de su alma – si es que tenía una – remitió, inclinó el rostro para mirar a Adolph.

- No es ella la que me ha llamado, Luther. Has sido tú. Ya es hora, hermano. Volvió a mirar a Kerstin, que aún estaba contra él, como si el frío que decía sentir solo así se fuese a ir. Su mano se deslizó por la mejilla, como había hecho cientos de veces en el pasado. La había amado, siempre lo había hecho. Desde que la vio, cuando era solo un bebé, supo que la protegería de todo y de todos. Excepto que le había fallado. Había muerto y él no había podido evitarlo. – Nunca debí pedirte que nos vengaras. Mira en lo que te has convertido. Había pesar en la voz de su amado hermano. Luther quiso borrarlo. ¿Por qué ellos insistían? ¿Por qué no solo lo odiaban por no haber estado ahí, cuando más lo necesitaban? Una sonrisa sincera estiró las comisuras del vampiro. Si no fuese por las cicatrices, ellos habrían podido tener un atisbo de quien había sido. – Fue esa promesa la que me ha mantenido. Si no me hubieses pedido que los vengara, yo… Envolvió su mano en la melena azabache. No sabía cómo, pero podía sentirla. Olerla. – Aldous merecía sufrir. La muerte no era suficiente. Lo arrastré conmigo. Odio crudo, visceral, primitivo, evocan sus gruñidos. El fantasma de su hermano apartó la mano. Luther sintió la pérdida. – Te liberé de la promesa hace mucho tiempo. Creo que fue esa misma noche, una vez que dejé de sentir dolor, que estuve con nuestros padres y hermanos. Adolph nunca se había preocupado por mostrar el afecto que sentía hacia los que quería. Se enorgullecía por tener una familia como aquélla. Todos lo habían hecho. – A ti también, Kerstin. Te hemos estado esperando todo este tiempo. ¿No quieres volver? Y entonces lo supo, así es como terminaría. Él rogaría por el perdón. No le importaba pasar toda la eternidad haciéndolo, pero con ellos, no solo. Nunca más solo. – Contigo, Kerstin. Siempre. Faltaba poco para el amanecer. – Lo abrazaré contigo si solo así podemos alejarte del frío.
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