AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No despiertes los pájaros que duermen | Privado
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No despiertes los pájaros que duermen | Privado
Vamos hacia los árboles... el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.
Paz - Alfonsina Storni
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.
Paz - Alfonsina Storni
Después de muchos esfuerzos, la mayoría de ellos infructuosos, las indicaciones la llevaron hasta el mismo claro que hace más de dos años no visitaba. No hay cambio en la forma de los árboles mas que en el aumento de las ramas que apenas permite que camine sin salir lastimada. La noche de hace tantos meses se mantiene algo borrosa en su cabeza, un ir y venir de imágenes que se confunden con el sueño posterior que tuvo. Al verse a si misma en el arroyo por el que pasaba le costó identificarse, la mujer que le devolvía la mirada era más una mezcla de bestia y persona, tenía los ojos desorbitados y las manos transformadas en garras de las cuales seguían cayendo hilos de sangre fresca. Es una asesina, un animal, es imposible que quien fuera el destinatario de su ira saliera indemne. Como si fuera poco, a todos los errores de su pasado tenía ahora que sumar una nueva muerte. ¿Cuánto más bastaría hasta poder controlarse o al fin terminar con esa maldición? Ahora, tanto tiempo después, la pregunta se mantiene y las respuestas son lo que la movieron hasta volver al lugar donde dijo que nunca regresaría.
Fue en realidad una promesa lo que la obligó a continuar una investigación que hasta entonces mantenía pausada debido a los sucesos ocurridos en su propia historia. El dolor de muchos de ellos continúa pero nada consigue con seguir lamiendo sus propias heridas y llorando sobre un pasado que es imposible de cambiar. ¿Qué le queda además de la esperanza de un futuro menos desastroso? Antes de seguir avanzando necesita cerrar ciclos, encontrar el perdón y por sobre todo cambiar la compasión hacia si misma por una aceptación distinta de la resignación. Este es entonces el último paso, el conseguir la información para quien lo ha pedido y que también servirá para su propia investigación que había quedado algo truncada. Volvió así a los círculos de sus compañeros de raza, a las tabernas oscuras donde solían reunirse aquellos que renegaban del contacto de humanos como si las diferencias fueran mayores que las similitudes, una estupidez a la vista de Rianne, quien ya está un poco cansada de que la gente diga odiar las clasificaciones y a la primera está dividiéndose bajo motivos sin sentido. Y fueron estas noches las que la llevaron al dato final para encontrar a quien espera ver hoy.
Después de quince minutos, decide dar un paso adelante, salir de entre las sombras donde el coraje nunca llevó aún cuando ella deseaba que fuera de ese modo. Lo ve ahí, como si la esperara aunque no la conoce, ¿o sí? No, es imposible que la conozca, ha intentado ser discreta y ha rezado a sus dioses para conseguir lo que está a punto de alcanzar. Su rostro, iluminado por una luna incompleta, le muestra un rostro de facciones diferentes y por lo mismo muy atractivas. Se sorprende un poco y le cuesta disimularlo. ¿Qué esperaba? ¿Un hombre más salvaje? ¿Una fusión extraña entre un humano y una bestia que lo haga lucir lleno de pelos o dientes enormes? Si ella no luce de ese modo, ¿por qué él si debería hacerlo? Pero es en ese tipo de momentos que su inexperiencia queda más latente y al mismo tiempo la ignorancia la avergüenza y no le permite seguir avanzando o abrir la boca. Segundos eternos, sigue esperando a que sea él quien hable pero ya debería agradecer que no la atacara o dejara sola apenas notara su presencia. Justo ahí, en el claro del bosque, en una aparente soledad que quizás él buscaba por motivos que a ella no le interesa, Rianne pretende encontrar la última pieza de su rompecabezas. — Discúlpeme, no quería interrumpirlo… — miente, como introducción lo hace porque lo cree correcto, la verdad es que sí quería captar su atención y comenzar el juego.
Fue en realidad una promesa lo que la obligó a continuar una investigación que hasta entonces mantenía pausada debido a los sucesos ocurridos en su propia historia. El dolor de muchos de ellos continúa pero nada consigue con seguir lamiendo sus propias heridas y llorando sobre un pasado que es imposible de cambiar. ¿Qué le queda además de la esperanza de un futuro menos desastroso? Antes de seguir avanzando necesita cerrar ciclos, encontrar el perdón y por sobre todo cambiar la compasión hacia si misma por una aceptación distinta de la resignación. Este es entonces el último paso, el conseguir la información para quien lo ha pedido y que también servirá para su propia investigación que había quedado algo truncada. Volvió así a los círculos de sus compañeros de raza, a las tabernas oscuras donde solían reunirse aquellos que renegaban del contacto de humanos como si las diferencias fueran mayores que las similitudes, una estupidez a la vista de Rianne, quien ya está un poco cansada de que la gente diga odiar las clasificaciones y a la primera está dividiéndose bajo motivos sin sentido. Y fueron estas noches las que la llevaron al dato final para encontrar a quien espera ver hoy.
Después de quince minutos, decide dar un paso adelante, salir de entre las sombras donde el coraje nunca llevó aún cuando ella deseaba que fuera de ese modo. Lo ve ahí, como si la esperara aunque no la conoce, ¿o sí? No, es imposible que la conozca, ha intentado ser discreta y ha rezado a sus dioses para conseguir lo que está a punto de alcanzar. Su rostro, iluminado por una luna incompleta, le muestra un rostro de facciones diferentes y por lo mismo muy atractivas. Se sorprende un poco y le cuesta disimularlo. ¿Qué esperaba? ¿Un hombre más salvaje? ¿Una fusión extraña entre un humano y una bestia que lo haga lucir lleno de pelos o dientes enormes? Si ella no luce de ese modo, ¿por qué él si debería hacerlo? Pero es en ese tipo de momentos que su inexperiencia queda más latente y al mismo tiempo la ignorancia la avergüenza y no le permite seguir avanzando o abrir la boca. Segundos eternos, sigue esperando a que sea él quien hable pero ya debería agradecer que no la atacara o dejara sola apenas notara su presencia. Justo ahí, en el claro del bosque, en una aparente soledad que quizás él buscaba por motivos que a ella no le interesa, Rianne pretende encontrar la última pieza de su rompecabezas. — Discúlpeme, no quería interrumpirlo… — miente, como introducción lo hace porque lo cree correcto, la verdad es que sí quería captar su atención y comenzar el juego.
Rianne Coleridge- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/12/2011
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Re: No despiertes los pájaros que duermen | Privado
Dennis se forzaba a olvidar. En lo más hondo de la tormenta que habitaba su mente, de su inconsciente insistencia a la paranoia y esa tensión entre realidad y esquizofrenia, Dennis a veces se forzaba a olvidar. Y volvía una y otra vez al punto de partida, aquel extremo suspendido en la nada, oscura y retorcida, que esperaba a que nunca llegara la luz, ni siquiera como metáfora. Parecía mentira cómo su cabeza podía tejerse de maneras tan impensables, vapuleando sus sentidos desde que era un crío sin padres, y luego no sirviese para enterrar los recuerdos más dolorosos, o aunque fuese, aquéllos por los que ahora le costaba tanto sentirse pleno.
Había muchísima ironía de por medio, por si se le ocurría pensar en algún momento que ya tenía bastante con lo que tenía, pues no todos esos retales en su memoria que le entristecían en el presente eran infelices. Una sonrisa de oreja a oreja había atravesado su cara a través de esos cortos destellos que le permitían remontarse a cuando sus padres le enseñaban a caminar o a mantener el equilibrio sobre las verjas que vedaban los campos de su pueblo en Luxemburgo. Tampoco lo había pasado precisamente mal cada vez que paseaba con su tío por nuevas sendas prácticamente ilocalizables que sólo él encontraba en el bosque cercano a su hogar, ni en esos breves, pero apreciados, momentos en los que su tía le escuchaba tocar el violín con la aprobación en sus ojos, verdaderamente apacibles entonces. Y sin ir más lejos (justamente adonde no quería llegar), no lo había pasado tan bien en la condenada capital de Francia hasta que esa cría soviética había vivido prácticamente un año entero en su casa de allí, llenándola de una vida que jamás había albergado antes.
Con la presencia de Nastya en su rutina diaria había olvidado (sí, olvidado, aquello que ni su mente lograba hacer por propia voluntad) la maldición que se empeñaba en creer todavía vigente, o directamente viva, existente, dentro y fuera de él. Como también lo estaba Judith Vallespir y su condición quebrantada para acabar pisando terreno francés aquella noche y deambulando por la zona de bosques próxima a la mansión que no debería haber heredado. Ahí lidiaba con el resultado de ser abandonado otra vez por alguien, alguien que ya no tenía la excusa de la muerte para alejarse de él, un resultado que se empeñaba en no ser original y volver a desestabilizarle como si tuviera de nuevo siete, veintiuno, treinta años… Primero sus padres, luego sus tíos, ahora su intento de protegida. Y pensaba que el hecho de no saber cómo catalogar su relación con Nastya, con el tiempo le ayudaría a completar ese nuevo vacío… Iluso, como en toda su existencia. Los niños eran todos ilusos, así que… ¿Qué se podía esperar de uno de ellos?
Los niños tampoco podían encargarse de otros niños, he ahí el error.
El licántropo se dio cuenta de que hacía varios minutos que había acelerado considerablemente la marcha de su paseo nocturno y trató de ser gradual sólo para llevar la contraria a la brusquedad de sus cambios de humor. Así pues, aminoró poco a poco sus pisadas hasta parar del todo cerca de un césped algo liberado de árboles en comparación a otros apartados de su alrededor, ofreciendo así una mayor claridad a la luna menguante que se quedaba a medias de una tortura más. La menos deseada de todas (porque sí, para alguien como Dennis también habían torturas deseadas). Y mientras se permitía contemplar su luz, sus sentidos trabajaron por cuenta propia a la hora de advertirle de otra presencia.
Para antes de que se diera a conocer, ya había girado el cuello para recibirla directamente con la mirada y desde ahí identificó su cuerpo y forma: una mujer de rasgos tan diferentes como los suyos, claro que en su caso contaban con una especie de exotismo terrenal que invitaba a querer adentrarse en una personalidad que se percibía más bien complicada. Lánguida, hermosa, magnética. Sobrenatural. La luna amparaba entonces a dos lobos perdidos.
Sólo me interrumpes de no hacer nada –replicó, y por su parte también mentía, ya que a la hora de ponerse quisquillosos, no podía decirse que el hecho de combatir contra su propia psique fuera no hacer nada-. Adelante, ¿qué querías?
Porque sí, además de percibir que ambos compartían licantropía, no le costaba detectar cuándo una hembra quería algo de él. Sexual o no, eso no era lo que importaba. Al menos, no de momento.
Había muchísima ironía de por medio, por si se le ocurría pensar en algún momento que ya tenía bastante con lo que tenía, pues no todos esos retales en su memoria que le entristecían en el presente eran infelices. Una sonrisa de oreja a oreja había atravesado su cara a través de esos cortos destellos que le permitían remontarse a cuando sus padres le enseñaban a caminar o a mantener el equilibrio sobre las verjas que vedaban los campos de su pueblo en Luxemburgo. Tampoco lo había pasado precisamente mal cada vez que paseaba con su tío por nuevas sendas prácticamente ilocalizables que sólo él encontraba en el bosque cercano a su hogar, ni en esos breves, pero apreciados, momentos en los que su tía le escuchaba tocar el violín con la aprobación en sus ojos, verdaderamente apacibles entonces. Y sin ir más lejos (justamente adonde no quería llegar), no lo había pasado tan bien en la condenada capital de Francia hasta que esa cría soviética había vivido prácticamente un año entero en su casa de allí, llenándola de una vida que jamás había albergado antes.
Con la presencia de Nastya en su rutina diaria había olvidado (sí, olvidado, aquello que ni su mente lograba hacer por propia voluntad) la maldición que se empeñaba en creer todavía vigente, o directamente viva, existente, dentro y fuera de él. Como también lo estaba Judith Vallespir y su condición quebrantada para acabar pisando terreno francés aquella noche y deambulando por la zona de bosques próxima a la mansión que no debería haber heredado. Ahí lidiaba con el resultado de ser abandonado otra vez por alguien, alguien que ya no tenía la excusa de la muerte para alejarse de él, un resultado que se empeñaba en no ser original y volver a desestabilizarle como si tuviera de nuevo siete, veintiuno, treinta años… Primero sus padres, luego sus tíos, ahora su intento de protegida. Y pensaba que el hecho de no saber cómo catalogar su relación con Nastya, con el tiempo le ayudaría a completar ese nuevo vacío… Iluso, como en toda su existencia. Los niños eran todos ilusos, así que… ¿Qué se podía esperar de uno de ellos?
Los niños tampoco podían encargarse de otros niños, he ahí el error.
El licántropo se dio cuenta de que hacía varios minutos que había acelerado considerablemente la marcha de su paseo nocturno y trató de ser gradual sólo para llevar la contraria a la brusquedad de sus cambios de humor. Así pues, aminoró poco a poco sus pisadas hasta parar del todo cerca de un césped algo liberado de árboles en comparación a otros apartados de su alrededor, ofreciendo así una mayor claridad a la luna menguante que se quedaba a medias de una tortura más. La menos deseada de todas (porque sí, para alguien como Dennis también habían torturas deseadas). Y mientras se permitía contemplar su luz, sus sentidos trabajaron por cuenta propia a la hora de advertirle de otra presencia.
Para antes de que se diera a conocer, ya había girado el cuello para recibirla directamente con la mirada y desde ahí identificó su cuerpo y forma: una mujer de rasgos tan diferentes como los suyos, claro que en su caso contaban con una especie de exotismo terrenal que invitaba a querer adentrarse en una personalidad que se percibía más bien complicada. Lánguida, hermosa, magnética. Sobrenatural. La luna amparaba entonces a dos lobos perdidos.
Sólo me interrumpes de no hacer nada –replicó, y por su parte también mentía, ya que a la hora de ponerse quisquillosos, no podía decirse que el hecho de combatir contra su propia psique fuera no hacer nada-. Adelante, ¿qué querías?
Porque sí, además de percibir que ambos compartían licantropía, no le costaba detectar cuándo una hembra quería algo de él. Sexual o no, eso no era lo que importaba. Al menos, no de momento.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: No despiertes los pájaros que duermen | Privado
Tiene los ojos muy abiertos, como un animalillo asustado que mira al cazador directamente. Están centrados en estudiar no sólo a quien tiene al frente sino también a todo aquello que los rodea a ambos, tal como si quisiera estar segura de que nada puede estar acechando en las sombras. Lo que quiere decir debe ser dicho en privado, sólo para él porque si ha estado meses averiguando es para encontrar una fuente que sea al menos levemente más confiable que todas las anteriores que encontró y que servían para nada. La mayor parte de los licántropos desconocen los alcances de los poderes que les da la maldición, muchos fueron mordidos durante una pelea o etapas de inconsciencia tan intensos que ni siquiera conocen a sus creadores. Lo mismo le pasa a ella, los recuerdos de esa noche son borrosos, difusos, se han perdido entre la niebla de momentos desaparecidos por el dolor y la angustia, reemplazados por el miedo posterior de no saber qué es lo que está pasando en su propio cuerpo. Y luego están los recuerdos del daño hecho por sus manos, de los ríos de sangre que corrían por el rostro de ese a quien amaba, del corazón roto cada vez que miraba la cicatriz que marcaba el error más grande de su vida y luego sentirse más animal que nunca, más salvaje incluso que mientras vivía con la tribu. Rianne se sentía una asesina, aún cuando no había matado a nadie.
— Necesito hacerle unas preguntas, señor Vallespir… — su voz es seria, su intención es demostrar claramente que ya lo conoce y que por lo mismo se siente en leve ventaja como cuando ha sido parte de una expedición y ya había visitado el lugar antes. — Necesito hacerle unas preguntas acerca de su condición, de mi condición… de nuestra condición… — con las últimas palabras llega un silencio repentino, su garganta se cierra con un nudo que no le permite seguir hablado. Baja la mirada al piso y se mantiene observando el barro que se ha instalado en el borde de su vestido. ¿En qué momento atravesó algún charco? Tiene las dudas almacenadas junto a todo lo demás que no la deja dormir tranquila, podría comenzar a soltar las preguntas como si de un ataque se tratara pero necesita estar en calma, pensar antes de actuar por primera vez. — ¿Puedo hacerle esas preguntas? He viajado, he invertido tiempo y sobre todo los pocos ahorros que me quedaban en encontrarlo… — se interrumpe y comienza a caminar hasta que finalmente se deja caer sobre una roca que sirve ahora de asiento, debe hacerlo porque las rodillas le tiemblan y también lo hacen sus manos que ahora sirven para cubrirse el rostro, para darle un poco más de tiempo hasta que pueda encontrar el coraje que creía tener pero nunca tuvo. — Usted no me conoce, nunca nos hemos visto… no creo tampoco que sirva saber quién soy yo pero sí lo que tengo para ofrecerle… ¿quiere escucharme? —
Se levanta, sintiéndose levemente más segura, una falsa sensación que la hace crecer y no en años. Cuando se acerca a Dennis es capaz de mirar sus facciones en detalle, antes no lo hizo sólo porque creía que si se fijaba de ese modo podría distraerse y ahora comprueba que sí, que lo hace apenas llega a sus ojos. ¿De qué color son? ¿Por qué la mira de ese modo? Es intimidante y también atractivo. Aún con media luna iluminándolos es capaz de notar las vetas amarillas que lo cubren y por primera vez al conocer a alguien se pregunta qué forma tendrá al convertirse en el animal que ella tanto detesta. Su edad parece una incógnita de difícil solución, le gustaría que sonriera, que mostrara sus dientes para comprobar que no tiene filosos colmillos que lo hagan la criatura monstruosa de un cuento de hadas. — Le prometo que no se arrepentirá sobre lo que tengo para proponerle — sus mejillas se colorean de un rojo intenso, simplemente no sirve para ese tipo de cosas y no tiene idea qué mierda está haciendo ahí. Debería dar la vuelta, salir corriendo y dejar que las ramas se enreden en su pelo y volver, casi literalmente, con la cola entre las piernas donde su antiguo amor a decirle que ha fracasado, que ha fallado en lo único que le ha pedido para intentar poder perdonarla. — ¿Quiere oírme? —
— Necesito hacerle unas preguntas, señor Vallespir… — su voz es seria, su intención es demostrar claramente que ya lo conoce y que por lo mismo se siente en leve ventaja como cuando ha sido parte de una expedición y ya había visitado el lugar antes. — Necesito hacerle unas preguntas acerca de su condición, de mi condición… de nuestra condición… — con las últimas palabras llega un silencio repentino, su garganta se cierra con un nudo que no le permite seguir hablado. Baja la mirada al piso y se mantiene observando el barro que se ha instalado en el borde de su vestido. ¿En qué momento atravesó algún charco? Tiene las dudas almacenadas junto a todo lo demás que no la deja dormir tranquila, podría comenzar a soltar las preguntas como si de un ataque se tratara pero necesita estar en calma, pensar antes de actuar por primera vez. — ¿Puedo hacerle esas preguntas? He viajado, he invertido tiempo y sobre todo los pocos ahorros que me quedaban en encontrarlo… — se interrumpe y comienza a caminar hasta que finalmente se deja caer sobre una roca que sirve ahora de asiento, debe hacerlo porque las rodillas le tiemblan y también lo hacen sus manos que ahora sirven para cubrirse el rostro, para darle un poco más de tiempo hasta que pueda encontrar el coraje que creía tener pero nunca tuvo. — Usted no me conoce, nunca nos hemos visto… no creo tampoco que sirva saber quién soy yo pero sí lo que tengo para ofrecerle… ¿quiere escucharme? —
Se levanta, sintiéndose levemente más segura, una falsa sensación que la hace crecer y no en años. Cuando se acerca a Dennis es capaz de mirar sus facciones en detalle, antes no lo hizo sólo porque creía que si se fijaba de ese modo podría distraerse y ahora comprueba que sí, que lo hace apenas llega a sus ojos. ¿De qué color son? ¿Por qué la mira de ese modo? Es intimidante y también atractivo. Aún con media luna iluminándolos es capaz de notar las vetas amarillas que lo cubren y por primera vez al conocer a alguien se pregunta qué forma tendrá al convertirse en el animal que ella tanto detesta. Su edad parece una incógnita de difícil solución, le gustaría que sonriera, que mostrara sus dientes para comprobar que no tiene filosos colmillos que lo hagan la criatura monstruosa de un cuento de hadas. — Le prometo que no se arrepentirá sobre lo que tengo para proponerle — sus mejillas se colorean de un rojo intenso, simplemente no sirve para ese tipo de cosas y no tiene idea qué mierda está haciendo ahí. Debería dar la vuelta, salir corriendo y dejar que las ramas se enreden en su pelo y volver, casi literalmente, con la cola entre las piernas donde su antiguo amor a decirle que ha fracasado, que ha fallado en lo único que le ha pedido para intentar poder perdonarla. — ¿Quiere oírme? —
Rianne Coleridge- Licántropo Clase Media
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Re: No despiertes los pájaros que duermen | Privado
Curioso, porque a pesar de irradiar algo así como una especie de fragilidad ambigua, aquella mujer que de repente se había dado a conocer tenía las ideas claras. Su voz estaba llena de seriedad y aunque se detuvo más de una vez mientras se expresaba, había un firme contenido en sus palabras que se dulcificaba cuando las acompañaba de interrogantes y le dejaba a él la elección de aceptarlas o no. Dennis pasó a fijarse entonces con una atención mucho mayor en la repentina acompañante que le había entregado la noche y a pesar de que no era el admirador más ferviente de las sorpresas, algunas venían muy bien provistas de interés y de novedades, lo más difícil de conseguir en alguien como aquel licántropo que portaba otra maldición, obviando a la de la luna llena. ¿Qué tendrían que ofrecerle aquellos asustadizos ojos verdes?
Podría haber actuado como el bipolar que seguía (y, al parecer, seguiría) siendo y cerrarse completamente en banda al comprobar que la desconocida sabía tanto acerca de él y de 'su condición'. No mucha gente estaba al corriente de su naturaleza sobrenatural, bien rápido se corría la voz entre comunidades, o gente que compartiera un mismo origen, en este caso el de la mordedura de un hombre lobo, puesto que poco sentido tenía llamar 'comunidad' a algo de lo que siempre había estado separado, y como el luxemburgués, muchos otros más. Pero el caso es que Dennis se había pasado toda su vida de licántropo en una situación muy parecida a la del anonimato, por lo tanto, que alguien apareciera con información sobre su origen le ponía a la defensiva, más todavía si ese alguien era también 'uno de los suyos'.
¿Qué hacer cuando llevaba tanto tiempo explorando la ciudad responsable de su desgracia en busca de respuestas y, de súbito, aparecía algo que quizá pudiera servirle de ayuda? Vale que nunca había sido la persona más sociable de la existencia, y menos desde que se había vuelto tan supersticioso y sus clásicas excentricidades se apoderaban más y más de su comportamiento, pero si no se esforzaba por tratar con otros licántropos difícilmente averiguaría cosas sobre el enigma que le dejó su tía. Si éste tenía que ver con la trágica noche en la que dejó de ser enteramente humano, claro...
Eso es una afirmación muy potente –respondió, irremediablemente algo incrédulo ante el hecho de que se hubiera tomado tantas molestias sólo para hablar con él… ¿O tal vez debería sentirse nervioso en lugar de incrédulo?-. Tal y como me lo estás poniendo, sería una imperdonable descortesía por mi parte negarme a escuchar lo que tengas que decir –continuó, sin aclarar aún si iba o no a hacerlo, jugueteando casi sin darse cuenta con la tensión que debía de suponerle a ella su decisión definitiva.
Mientras hablaba, empezó a acercarse más hacia la mujer lobo, dueño de una tranquilidad que si bien era natural, no se hizo menos notoria. Caminaba como si nunca hubiera dejado de dar su espontáneo paseo, pero ahora su mirada estaba pendiente de la enigmática fémina que tanto interés parecía tener en él. Sus andares se deslizaban alrededor de ella con agilidad y desprendía la firmeza de esa masculinidad casi primitiva de los machos de una manada salvaje con todo el alcance de su presencia, el cual no era precisamente escueto y menos aún cuando contemplaba a una hembra.
¿Me lo prometes? –preguntó ahora él, todavía caminando lentamente alrededor de ella y sin quitarle ojo de encima- ¿De qué puede servirme a mí la promesa de una desconocida? ¿No te parece? –y con eso, se detuvo finalmente a pocos centímetros de la chica, hablándole en un punto intermedio entre su mejilla y el comienzo de su nuca- Estás haciendo que ponga muchas expectativas en esto, así que si resulta que al final no me sorprendes, garantízame al menos cómo te llamas y quién eres –exigió, y estuvo tentado de acariciarle uno de los mechones de su cabello, pero se contuvo o de lo contrario, quién sabía hacia dónde se dejaría llevar, y quería centrarse completamente en lo que la mujer tuviera que ofrecerle en otros sentidos menos… banales-. Accedo a escucharte, ésa es mi respuesta final.
Podría haber actuado como el bipolar que seguía (y, al parecer, seguiría) siendo y cerrarse completamente en banda al comprobar que la desconocida sabía tanto acerca de él y de 'su condición'. No mucha gente estaba al corriente de su naturaleza sobrenatural, bien rápido se corría la voz entre comunidades, o gente que compartiera un mismo origen, en este caso el de la mordedura de un hombre lobo, puesto que poco sentido tenía llamar 'comunidad' a algo de lo que siempre había estado separado, y como el luxemburgués, muchos otros más. Pero el caso es que Dennis se había pasado toda su vida de licántropo en una situación muy parecida a la del anonimato, por lo tanto, que alguien apareciera con información sobre su origen le ponía a la defensiva, más todavía si ese alguien era también 'uno de los suyos'.
¿Qué hacer cuando llevaba tanto tiempo explorando la ciudad responsable de su desgracia en busca de respuestas y, de súbito, aparecía algo que quizá pudiera servirle de ayuda? Vale que nunca había sido la persona más sociable de la existencia, y menos desde que se había vuelto tan supersticioso y sus clásicas excentricidades se apoderaban más y más de su comportamiento, pero si no se esforzaba por tratar con otros licántropos difícilmente averiguaría cosas sobre el enigma que le dejó su tía. Si éste tenía que ver con la trágica noche en la que dejó de ser enteramente humano, claro...
Eso es una afirmación muy potente –respondió, irremediablemente algo incrédulo ante el hecho de que se hubiera tomado tantas molestias sólo para hablar con él… ¿O tal vez debería sentirse nervioso en lugar de incrédulo?-. Tal y como me lo estás poniendo, sería una imperdonable descortesía por mi parte negarme a escuchar lo que tengas que decir –continuó, sin aclarar aún si iba o no a hacerlo, jugueteando casi sin darse cuenta con la tensión que debía de suponerle a ella su decisión definitiva.
Mientras hablaba, empezó a acercarse más hacia la mujer lobo, dueño de una tranquilidad que si bien era natural, no se hizo menos notoria. Caminaba como si nunca hubiera dejado de dar su espontáneo paseo, pero ahora su mirada estaba pendiente de la enigmática fémina que tanto interés parecía tener en él. Sus andares se deslizaban alrededor de ella con agilidad y desprendía la firmeza de esa masculinidad casi primitiva de los machos de una manada salvaje con todo el alcance de su presencia, el cual no era precisamente escueto y menos aún cuando contemplaba a una hembra.
¿Me lo prometes? –preguntó ahora él, todavía caminando lentamente alrededor de ella y sin quitarle ojo de encima- ¿De qué puede servirme a mí la promesa de una desconocida? ¿No te parece? –y con eso, se detuvo finalmente a pocos centímetros de la chica, hablándole en un punto intermedio entre su mejilla y el comienzo de su nuca- Estás haciendo que ponga muchas expectativas en esto, así que si resulta que al final no me sorprendes, garantízame al menos cómo te llamas y quién eres –exigió, y estuvo tentado de acariciarle uno de los mechones de su cabello, pero se contuvo o de lo contrario, quién sabía hacia dónde se dejaría llevar, y quería centrarse completamente en lo que la mujer tuviera que ofrecerle en otros sentidos menos… banales-. Accedo a escucharte, ésa es mi respuesta final.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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