AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
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¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
Cuando el sol que resplandecía con fuerza sobre el mercado iba bajando, la muchedumbre aumentaba. Porque era lógico, ¿no? Habían quienes poseían una gran fuerza de voluntad y se levantaban antes de que saliera el sol para hacer sus compras, y había otras muchas, que preferían salir cuando la tarde estuviera menguando. Sin importar la hora, el mercado ambulante era una de las zonas de París que más actividad tenía, y esa en especial estaba siempre en ebullición de personas de clase media o baja, de comerciantes y compradores, de productos finos y baratos. Había de todo un poco y justamente a las 5 y 6 de la tarde, cuando el sol era amable con los transigentes, esa zona de la ciudad era un laberinto para cualquiera que no supiera atravesarlo.
Aquel día había tenido que adentrarme en aquel infierno caluroso, justo a medio día, y había permanecido ahí las cinco o seis horas. No era algo que me gustara hacer, ni siquiera tres o cuatro veces al año pero era inevitable; tarde o temprano el dinero que daba leer las cartas no era suficiente para costearme algunos lujos, como el jabón perfumado o la comida de un restaurante. Tenía una bolsa repleta de ropa, que si bien no era de elite, resultaba cómoda, colorida y alegre. No podía leer la fortuna ahí, pero si vender algunos amuletos o pociones que habían llegado a mis manos gracias a algunos brujos generosos. Me encontraba sentada sobre una pequeña silla de madera, con la mercancía a la vista, cuando unos muchachos me llamaron la atención. No parecían ser unos adultos en su esplendor, pero tampoco podría llamarles niños; reían y gritaban entre la multitud de transigentes, lanzando al aire un objeto irreconocible a la distancia. ¿Estarían jugando? Así parecía, pero no podía evitar sentir que su diversión no provenía de algo bueno.
— ¡Hey, ustedes! ¿Que creen que están haciendo? — conseguía a duras penas que mi voz se alzara por encima del ruido de la multitud. Los muchachos me escucharon de inmediato, pero no parecían intimidados. En cambio, se alborotaron más entre risas crueles y bromas de mal gusto; enojada, me levanté y conseguí llegar a ellos. Las personas a su al rededor parecían poco interesadas en el conflicto que crecía conforme el sol iba bajando, y no era de extrañar considerando que casi todos los niños y jóvenes que rondaban el mercado ambulante eran huérfanos o ladrones. Al llegar a ellos, me di cuenta de lo que habían estado lanzando al aire. ¿Un sombrero? Y no se trataba de cualquier sombrero, sino de uno bastante fino. Sorprendida, miré a los muchachos. — ¿De donde han conseguido esto?
Molestos, lanzaron palabrotas en mi dirección, algunas ofensas que harían ruborizar a una prostituta. Aunque por dentro estaba avergonzada, no retrocedí. Había que decir que, en obstinación, no conocía a nadie que pudiera superarme, si bien no era una gran luchadora en discusiones y enfrentamientos. Por lo general procuraba ser gentil y paciente, pero esos mocosos comenzaban a despojarme de una gran paciencia. No supe como o en que momento lo hice, o si acaso fue culpa mía, pero tras desear con tanta intensidad que uno de ellos poseyera un gramo de respeto, un dedo me señaló a la fuente que había en medio del mercado. Lo miré sorprendida, y más aun porque me daba aquel sombrero, pero me apuré entre el mar de gente hasta la fuente. Se trataba de un muchacho, quizás un poco más joven que los otros que había visto, pero se distinguía de ellos con tanta facilidad como uno podría distinguir una perla de una roca.
— Cariño... ¿estás bien? — me incliné hacia él a una distancia razonable, admirando su belleza angelical. — Oh... ¿esto es tuyo? — me apresuré a ofrecerle el sombrero que, en su cabeza, debía ir bastante natural. Esperaba no equivocarme o asustarlo de algún modo, pues había algo en él que me recordaba a la dulce mirada que había conocido no hacía mucho tiempo.
Aquel día había tenido que adentrarme en aquel infierno caluroso, justo a medio día, y había permanecido ahí las cinco o seis horas. No era algo que me gustara hacer, ni siquiera tres o cuatro veces al año pero era inevitable; tarde o temprano el dinero que daba leer las cartas no era suficiente para costearme algunos lujos, como el jabón perfumado o la comida de un restaurante. Tenía una bolsa repleta de ropa, que si bien no era de elite, resultaba cómoda, colorida y alegre. No podía leer la fortuna ahí, pero si vender algunos amuletos o pociones que habían llegado a mis manos gracias a algunos brujos generosos. Me encontraba sentada sobre una pequeña silla de madera, con la mercancía a la vista, cuando unos muchachos me llamaron la atención. No parecían ser unos adultos en su esplendor, pero tampoco podría llamarles niños; reían y gritaban entre la multitud de transigentes, lanzando al aire un objeto irreconocible a la distancia. ¿Estarían jugando? Así parecía, pero no podía evitar sentir que su diversión no provenía de algo bueno.
— ¡Hey, ustedes! ¿Que creen que están haciendo? — conseguía a duras penas que mi voz se alzara por encima del ruido de la multitud. Los muchachos me escucharon de inmediato, pero no parecían intimidados. En cambio, se alborotaron más entre risas crueles y bromas de mal gusto; enojada, me levanté y conseguí llegar a ellos. Las personas a su al rededor parecían poco interesadas en el conflicto que crecía conforme el sol iba bajando, y no era de extrañar considerando que casi todos los niños y jóvenes que rondaban el mercado ambulante eran huérfanos o ladrones. Al llegar a ellos, me di cuenta de lo que habían estado lanzando al aire. ¿Un sombrero? Y no se trataba de cualquier sombrero, sino de uno bastante fino. Sorprendida, miré a los muchachos. — ¿De donde han conseguido esto?
Molestos, lanzaron palabrotas en mi dirección, algunas ofensas que harían ruborizar a una prostituta. Aunque por dentro estaba avergonzada, no retrocedí. Había que decir que, en obstinación, no conocía a nadie que pudiera superarme, si bien no era una gran luchadora en discusiones y enfrentamientos. Por lo general procuraba ser gentil y paciente, pero esos mocosos comenzaban a despojarme de una gran paciencia. No supe como o en que momento lo hice, o si acaso fue culpa mía, pero tras desear con tanta intensidad que uno de ellos poseyera un gramo de respeto, un dedo me señaló a la fuente que había en medio del mercado. Lo miré sorprendida, y más aun porque me daba aquel sombrero, pero me apuré entre el mar de gente hasta la fuente. Se trataba de un muchacho, quizás un poco más joven que los otros que había visto, pero se distinguía de ellos con tanta facilidad como uno podría distinguir una perla de una roca.
— Cariño... ¿estás bien? — me incliné hacia él a una distancia razonable, admirando su belleza angelical. — Oh... ¿esto es tuyo? — me apresuré a ofrecerle el sombrero que, en su cabeza, debía ir bastante natural. Esperaba no equivocarme o asustarlo de algún modo, pues había algo en él que me recordaba a la dulce mirada que había conocido no hacía mucho tiempo.
Yuna Rutledge- Gitano
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
“Tan lejana es tu inalcanzable silueta, de ensueño, tal como un reflejo que se ve en las tranquilas aguas, pero que al levantar la vista no encuentro, en esos momentos me doy cuenta que para alcanzarla debo sumergirme hasta el lugar en donde ya no pueda respirar.”
Unas ropas nobles cuyo dueño no tenía hogar, soy el dueño que ha de vagar muchos días más de su vida por aquellas interminables cayes francesas donde podía ver hombres hermosos como los de los Dioses y mujeres hermosas como ninfulas de los bosques, pero con un toque triste el cual era producto de su posición como mujer. No era por menos preciar a las mujeres obviamente, pero a la mayoría casi siempre se le veía como la mera compañía del hombre, debía recordar que mi madre también era una mujer ¿no?, seguramente más hermosa que la propia Maria que sostiene a su hijo en brazos, si, seguramente más bella que ella o mejor dicho, más hermosa que las estatuas que al representan y que cualquier otra ninfula del bosque… Pero al mencionarla, cada vez que intentaba recrearme su imagen en mi mente acababa por fallar… una frustración enorme, para mí era como atrapar una mariposa con las manos o creer que estaba entre mis manos, tan ansioso por querer deleitarme con su belleza que llego a perder los estribos, pero al momento de abrir mis manos las noto vacías, simplemente porque aquella belleza viviente no es algo que pueda apreciar de cerca ya que la destruiría sin querer, ya que no me pertenece realmente.
“Hermosa mariposa huye lo más lejos que puedas, ya que puedo ser la araña que devore tus alas para que no arranques de mi lado jamás, te encerrare en una jaula de vidrio, quitándote tu belleza y tu libertad… una historia que me recuerda un tanto a mí.”
No soy un noble, pero puedo aparentarlo, mírame con tus inocentes ojos como una hermosa mariposa porque aunque mi intención no es ser cruel, logro ser como una vil araña que sabe conseguir lo que quiere. Pero sin importar que mi sonrisa desapareciera hace mucho el simple recuerdo de haberla tenido me daba alegría. Mientras camino hacia el mercado ambulante, me mantengo alejado de quienes pueden ser peligrosos, jóvenes ladrones, viejos verdes, gente enferma todo aquel que pueda causarme algún daño, en este lugar no veo a muchos humanos con aspecto afable. ¿Por qué digo humanos?, porque los nobles se asemejaban a algo más que humanos, las personas místicas también aunque en el fondo eran tan parecidos entre si.
Mientras caminaba por el mercado note a unos chicos, posiblemente de mi edad, ropas sucias y rotas, no éramos de distinta clases sociales, éramos pobres de clase baja con la diferencia de que por un golpe de suerte conseguí ropas dignas de un Rey , por así decirlo, en realidad era un traje marinero blanco con un sombrero bastante simple, pero limpio y con buenas costuras. Les mire un momento jugaban a las canicas tirados en el suelo entre tanta gente, sin importarles si les pisaban o algo parecido, me miraron de mala forma pero no aparte mi mirada solo al cabo de un rato me llamo la atención una fuente algo lejana y solo en ese momento desvié mis azules ojos a otra parte. Al cabo de un rato tropecé, no por torpeza mía, si no que por crueldad de ellos quienes me hicieron una zancadilla, con rapidez se levantaron y con la misma desaparecieron entre la gente junto con mi sombrero. Al caer di un leve chillido, pero nadie se percató o mejor dicho nadie se interesó, ni la mujer que compraba manzanas enfrente de mí, ni el hombre que iba con una carreta vacía pasando cerca de una de mis piernas.
“Si tu rostro refleja el tímido sentir de un niño, no derrames ni una lagrima, no frente a alguien más. Jamás para que alguien te ayude por simple lastima.”
Me levante de a poco, tristemente mi rodilla izquierda estaba sangrando, un leve raspón hacia que un lacerante, intenso y cálido calor dejara brotar pequeñas gotas de color carmesí tan bello como el color de las rosas. Desearía en algún momento de mi vida crear un color rojo, tal real como el de la sangre… que brille, que transmita calor y que sobre todo encienda el deseo de quien observara la pintura creada por mí, hermosos sueños pero muy lejanos ¿Cómo podría alguien como yo lograr algo así?....
Llegue al borde de la fuente, había un poco de agua pero sin duda muy sucia, me disgustaba pero no me quedaba de otra, tome un poco de agua entre mis manos y moje mi rodilla, refresque la herida pero el dolor aun persistía, pero no paso mucho rato cuando mi atención se fijó en algo más importante, más llamativo que los gritos del mercado, algo que acallo las voces y se convirtió simplemente en luz. En la fuerte había algo que brillaba entre algunas basuras, no era una moneda ni nada parecido, nada de gran valor, solo era un pedazo de vidrio que reflectaba la luz y emitía brillo, estas eran las cosas pequeñas además de hermosas de la vida que eran las necesarias para vivir.
Mire el agua detenidamente y una silueta parecía ser clara, muy real para ser de mentira pero a su vez demasiado hermosa para ser real. Piel bronceada perfectamente cuidada con toques muy femeninos además de finos, pero eso simplemente lo suponía ya que el reflejo no era demasiado claro, cabellos algo alborotados y negros, pero además de aquello no lograba ver más rasgos concretos. Esperaría a que se desvaneciera como siempre, ya no me importaba el perseguir a aquella “Maria” reflejada en agua si no era 100% cierto que fuera real. Pero al escuchar esa suave voz… solo logre susurrar unas palabras antes de voltear. “Madre…. ¿acaso eres tú?”. Escuche sus palabras, tiernas como la de una madre, pero note que ella no podía serlo, un ser tan hermoso sin importar las leves imperfecciones no podía ser una Santa… pero si asemejarse a una Diosa.
-Oh… estoy bien… no tienes de que preocuparte… - dije con tono amable, pero sin expresar ninguna sonrisa, solo un rostro tranquilo, sereno y amable. Pensé que había notado lo de mi pierna por aquello, no escondí la pequeña herida que mantenía a la vista, observe el sombrero, ¿de dónde lo había sacado? , Acaso alguno de esos niños era su hijo ¿o algo así?, lo dudaba una persona de aspecto afable no podía traer al mundo a seres tan odiosos - Muchas gracias… es mi sombrero… se me ha caído por allí – no pensaba confesar que había caído en los juegos de unos chicos infantiles y eso era mucho decir ya que yo en si aún era un niño. Sacudí un poco el sombrero, con la misma mirada calmada – Muchas gracias nuevamente, pensé que lo había perdido para siempre… no acostumbro a recorrer estos lugares, estaba completamente perdido… Mi nombre es Amadeo… ¿y el suyo? – mi acento no era tan francés como el de la mayoría, al fin y al cabo yo soy Italiano. La mire y la mire, como si aún no cayera en la cuenta de que una persona con voz tan amable que no fuera un ángel estuviera frente a mí, pero no sabía si mi mirada le incomodaría, sus ropas me causaban curiosidad, no eran como las de la mayoría de mujeres que recorrían el mercado asique me atreví a preguntar - Disculpe mi atrevimiento…. Pero sus ropas no son algo que haya visto o igualado antes… no son como las de las demás mujeres y me causan algo de curiosidad… - con aquellas palabras deseaba que no dejaran duda sobre mi pregunta, aun sin haberla mencionado, quería que me explicara de que eran… ¿Qué tipo de persona era?.
“Sin importar cuanto brille, no necesariamente es Oro, la mayoría del tiempo solo es un pedazo de vidrio que se rehúsa a opacarse frente el brillo de los que son verdaderos diamantes. “
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Amadeo VanderHoeven- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
"Saben que los niños son ángeles sin alas, que nos manda el cielo para ser más buenos. Son los que nos marcan donde está el camino... donde está lo bello de nuestro destino".
Aquel día era tan aglomerado, que no me sorprendía demasiado ver que el pobre muchacho estaba herido. Se notaba mucho más joven de cerca, y su mirada serena acabó por hacerme recordar al tierno ángel que había conocido antes. De hecho, había algo en él que lo hacía ver igual, sino es que más, atormentado por la inocencia en un mundo sucio y malvado. La sangre le manchaba la rodilla izquierda y un imperceptible rastro de tierra rodeaba la herida; enseguida pensé que, aunque no se trataba de algo grave, no sería agradable para él si llegara a coger una infección. Oh, había sucedido antes con heridas menos profundas, y familias enteras se habían lamentado por la falta de medidas higiénicas. Me encontraba preocupada, alterada igual que cuando había conocido a un vampiro en el parque de diversiones; en aquel entonces, había sido un gran impacto comprender que incluso una criatura así podía ser vulnerable, y más aun, que la revelación me incitara a protegerlo. En esos momentos, mientras el coro de vendedores, compradores, pillos y criadas subía el volumen debido a la hora pico, solo podía sentir el inmenso deseo de curar ese pequeño e insignificante raspón. ¿Cómo se lo habría hecho? ¿Habrían sido los malvados rufianes de antes? La posibilidad me causó tanta rabia que sopesé seriamente la idea de buscarlos y plantearles el peor futuro posible.
Sin embargo, esa reacción impulsiva fue apaciguada por completo cuando pude escuchar la voz del joven. Era suave, tranquila, casi indiferente a lo que había sucedido. No pude evitar volverlo a mirar, desde los pies enfundados en zapatos, hasta la cabeza, llena de rizos rubios. Su manera de hablar me había cautivado, pero más que eso, había abierto mi curiosidad ante quién podía ser ese muchacho. No lo conocía, sin duda alguna, y nunca antes lo había visto en algún lugar por mera casualidad; aun así, había algo en su manera de actuar que me resultó familiar. Ladeé la cabeza, un poco irritada por la forma en que las puntas de mi rebelde cabello me picaban el cuello. Me costaba trabajo concebir que un niño como él se encontrara tan solo en ese lugar, donde cualquier persona podía usurpar sus pertenencias de pronto y nadie diría nada al respecto. Temía que eso hubiese sucedido ya. Sin embargo, él afirmaba que estaba bien, y que el sombrero tan solo debió haberse caído por accidente. ¿Debía creerle? No podía fiarme de su palabra, pues lucía tan inocente que no sería extraño que solo quisiera disimular la oscuridad con que las otras personas vivían sus vidas. Era amable. No pude ni siquiera evitar ese movimiento involuntario de mis labios, al formar una sonrisa.
— Debes tener más cuidado. —le aconsejé, inclinándome hasta tener su misma altura. De aquel modo, casi hilarante, tenía un mejor ángulo a su rostro, a sus ojos. Era agradable encontrarme con una mirada tan desprovista de maldad. Y entonces pronunció su nombre, el cual permanecería en mi memoria por un largo, largo tiempo. Amadeo. No se trataba de un nombre muy común en Francia, mucho menos en París, donde estaba de moda nombrar a los niños con complicados y ostentosos nombres.— ¡Me da gusto conocerte, Amadeo! —se me cortó la voz cuando me di cuenta lo extraño que había sonado aquello. No comprendía por qué, pero había una gran diferencia entre un cordial "Es un gusto conocerte", y lo que yo había dicho. Sin contar la manera casi aliviada en que lo hice. Dentro de mi cabeza, intenté aconsejarme a mi misma que debía dejar de una vez el rollo de adivina, pues por esa misma capacidad de ver el futuro, es que había estado a punto de morir.— Mi nombre es... Roham. Puedes llamarme Roham.
Mi sonrisa se extendió todavía más, pero en esta ocasión, se debía a que me sentía terriblemente abochornada. ¿Por qué no podía dejar atrás esa tendencia tan extraña? Tener impresiones, aunque mínimas, del futuro y sus consecuencias, hacían que resultara mucho más difícil actuar con normalidad. No se podía estar tranquilo cuando "algo" en el aura de una persona me impulsaba a acercarme o, en cambio, a retirarme. Para mi sorpresa, lo siguiente que salió de sus labios fue una alusión a mi vestimenta, que no era ni común ni discreta. No podía decirse que fuese vestida como una de tantas cortesanas, que parecían tener un gusto por los colores contaminados y el maquillaje excesivo; a pesar de esto, las faldas que cubrían mis piernas estaban confeccionadas de distintos tipos de telas, con estampado, colores brillantes y pequeños y hermosos bordados florales. En mi cuello tintineaba un collar de oro, a juego con el pendiente que adornaba el lóbulo de mi oreja izquierda. A diferencia de la mayoría de las personas, el chico no había lanzado acusaciones tempranas de mi persona, sino que en cambio, había mostrado una curiosidad absolutamente adorable.
— Bueno... lo que sucede es que soy una gitana. Romaní. En la lengua de mi gente se diría que soy una romaji, y tu, un sadjo.— extendí mi mano hacia él, pues no permitiría que volviera a caerse.
Aquel día era tan aglomerado, que no me sorprendía demasiado ver que el pobre muchacho estaba herido. Se notaba mucho más joven de cerca, y su mirada serena acabó por hacerme recordar al tierno ángel que había conocido antes. De hecho, había algo en él que lo hacía ver igual, sino es que más, atormentado por la inocencia en un mundo sucio y malvado. La sangre le manchaba la rodilla izquierda y un imperceptible rastro de tierra rodeaba la herida; enseguida pensé que, aunque no se trataba de algo grave, no sería agradable para él si llegara a coger una infección. Oh, había sucedido antes con heridas menos profundas, y familias enteras se habían lamentado por la falta de medidas higiénicas. Me encontraba preocupada, alterada igual que cuando había conocido a un vampiro en el parque de diversiones; en aquel entonces, había sido un gran impacto comprender que incluso una criatura así podía ser vulnerable, y más aun, que la revelación me incitara a protegerlo. En esos momentos, mientras el coro de vendedores, compradores, pillos y criadas subía el volumen debido a la hora pico, solo podía sentir el inmenso deseo de curar ese pequeño e insignificante raspón. ¿Cómo se lo habría hecho? ¿Habrían sido los malvados rufianes de antes? La posibilidad me causó tanta rabia que sopesé seriamente la idea de buscarlos y plantearles el peor futuro posible.
Sin embargo, esa reacción impulsiva fue apaciguada por completo cuando pude escuchar la voz del joven. Era suave, tranquila, casi indiferente a lo que había sucedido. No pude evitar volverlo a mirar, desde los pies enfundados en zapatos, hasta la cabeza, llena de rizos rubios. Su manera de hablar me había cautivado, pero más que eso, había abierto mi curiosidad ante quién podía ser ese muchacho. No lo conocía, sin duda alguna, y nunca antes lo había visto en algún lugar por mera casualidad; aun así, había algo en su manera de actuar que me resultó familiar. Ladeé la cabeza, un poco irritada por la forma en que las puntas de mi rebelde cabello me picaban el cuello. Me costaba trabajo concebir que un niño como él se encontrara tan solo en ese lugar, donde cualquier persona podía usurpar sus pertenencias de pronto y nadie diría nada al respecto. Temía que eso hubiese sucedido ya. Sin embargo, él afirmaba que estaba bien, y que el sombrero tan solo debió haberse caído por accidente. ¿Debía creerle? No podía fiarme de su palabra, pues lucía tan inocente que no sería extraño que solo quisiera disimular la oscuridad con que las otras personas vivían sus vidas. Era amable. No pude ni siquiera evitar ese movimiento involuntario de mis labios, al formar una sonrisa.
— Debes tener más cuidado. —le aconsejé, inclinándome hasta tener su misma altura. De aquel modo, casi hilarante, tenía un mejor ángulo a su rostro, a sus ojos. Era agradable encontrarme con una mirada tan desprovista de maldad. Y entonces pronunció su nombre, el cual permanecería en mi memoria por un largo, largo tiempo. Amadeo. No se trataba de un nombre muy común en Francia, mucho menos en París, donde estaba de moda nombrar a los niños con complicados y ostentosos nombres.— ¡Me da gusto conocerte, Amadeo! —se me cortó la voz cuando me di cuenta lo extraño que había sonado aquello. No comprendía por qué, pero había una gran diferencia entre un cordial "Es un gusto conocerte", y lo que yo había dicho. Sin contar la manera casi aliviada en que lo hice. Dentro de mi cabeza, intenté aconsejarme a mi misma que debía dejar de una vez el rollo de adivina, pues por esa misma capacidad de ver el futuro, es que había estado a punto de morir.— Mi nombre es... Roham. Puedes llamarme Roham.
Mi sonrisa se extendió todavía más, pero en esta ocasión, se debía a que me sentía terriblemente abochornada. ¿Por qué no podía dejar atrás esa tendencia tan extraña? Tener impresiones, aunque mínimas, del futuro y sus consecuencias, hacían que resultara mucho más difícil actuar con normalidad. No se podía estar tranquilo cuando "algo" en el aura de una persona me impulsaba a acercarme o, en cambio, a retirarme. Para mi sorpresa, lo siguiente que salió de sus labios fue una alusión a mi vestimenta, que no era ni común ni discreta. No podía decirse que fuese vestida como una de tantas cortesanas, que parecían tener un gusto por los colores contaminados y el maquillaje excesivo; a pesar de esto, las faldas que cubrían mis piernas estaban confeccionadas de distintos tipos de telas, con estampado, colores brillantes y pequeños y hermosos bordados florales. En mi cuello tintineaba un collar de oro, a juego con el pendiente que adornaba el lóbulo de mi oreja izquierda. A diferencia de la mayoría de las personas, el chico no había lanzado acusaciones tempranas de mi persona, sino que en cambio, había mostrado una curiosidad absolutamente adorable.
— Bueno... lo que sucede es que soy una gitana. Romaní. En la lengua de mi gente se diría que soy una romaji, y tu, un sadjo.— extendí mi mano hacia él, pues no permitiría que volviera a caerse.
Yuna Rutledge- Gitano
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
“Sonaría vulgar y hasta impropio pero este dolor humano es la más grande maravilla que existe al estar vivo. Ya que al fallecer el amor puede persistir y ese mismo amor se transformara en el dolor que cambie la perspectiva del mundo.”
Las personas caminaban pendientes de sus asuntos, como si la persona a su lado no existiera, sentía que así lo percibían la mayoría del tiempo. La mayoría del tiempo pensaba que todos ellos temían levantar sus cabezas, miedo a lo que podrían llegar a ver, y a su vez sentía que tenían temor a observar más allá de lo que conocían, así fui yo mucho tiempo, con la cabeza agachaba obedeciendo a los sacerdotes y todo aquel que me diera una orden, o al menos así era la mayoría del tiempo. Como un caballo que solo observa hacia el frente y es dirigido por otros, una triste realidad que hace todo más fácil, entre menos conoces menos dudas y menos sufres. Pero a mí me agradaba el sufrimiento al parecer, mi deseo era el conocer todo, todo lo que el mundo pudiera enseñarme y así crecer sin tener que agachar la cabeza ante alguien o con el miedo a lo desconocido. Crecería siendo un señorito porque así debía ser, así lo quería y la suerte además del destino me lo permitió guiándome a un destino que jamás hubiera imaginado, siendo guiado por un ángel que me daría todo en cuanto pudiera.
Los conocimientos aunque yo pensaba que debían ser prioridad para todos solo podían ser accesibles por quieres poseían una gran fuente de dinero para gastar. En el monasterio los sacerdotes sabían leer además de escribir, muchos se habían ofrecido a enseñarme y algunos hasta lo habían hecho pero aun no lograba leer por completo, mucho menos el francés… que era realmente difícil para mí. Aquello también influía en el hecho de que mi hablar fuera algo lento y me trabara en algunas palabras, era muy fácil el entender como se decía “casa”, “gracias”, “por favor”, “Yo soy Amadeo” pero lo complicado para mí se formó cuando tuve que comenzar a hilar frases más largas. Las cortesanas del burdel siempre fueron muy amables conmigo aunque muy en el fondo me daban desconfianza sin ellas nunca hubiera logrado salir de aquel lugar, no habría aprendido el francés, ni a cuidarme solo.
“Según las enseñanzas que me dieron debería odiarles, escupir en su nombre y destinarlas al infierno pero ¿lo vale? No, ya que son almas igual de pérdidas que la que tengo yo, al ver sus rostros no logre ver más que lo que yo era, un alma desesperada en un mundo que no dejaba de avanzar dejándonos atrás solo por no poder elegir.”
Antes de caer en las manos del Joven Jaejoong había entablado charlas con muchas mujeres, la mayoría de ellas habían sido simplemente suertes de la vida, me las topaba por allí y de una u otra manera resultaban cautivadas por mi presencia y decidían hablarme, a otras simplemente las conocí por casualidad de no haber nadie alrededor, pero todas ellas poseían la belleza de chicas de la nobleza, excepto Cynia… ella era especial sin duda, aquel rostro y pálido sucio que demostraba tristeza podía considerarse sin duda bello si se sabía el cómo observar . Pero esta mujer enfrente de mí era completamente distinta a cualquiera que haya visto y me llamaba la atención, una belleza que jamás había visto la cual muchos tacharían de común pero yo no la veía así. Esa sensación me incomodaba, el no encontrar la palabra que buscaba para describirla.
“Ya sé que es una locura el intentar catalogar todo los tipos de belleza que creo encontrar en el mundo, pero el hacerlo me proporciona una extraña emoción, y solo alguien igual de enfermo además de enamorado de la apariencia física de otras personas podría comprender este sentimiento que rozaba la locura, a veces sentía que podría morir por calcar aquellos rostros en un lienzo en blanco.”
-Si eso creo… lamento haberte causado este inconveniente, solo que el viento soplo de una manera inesperada y al correr detrás de mí sombrero tropecé… soy algo torpe al parecer… - mi mirada iba tranquila a su rostro, no quería que notara como mis ojos de desviaban de los suyos para contemplar su rostro de forma más detallada. Escuche su nombre y aunque me resulto un poco extraña su presentación simplemente asentí una vez con mirada afable - El gusto es mio… Señorita Roham – pensé y pensé en su nombre, y me resultaba extraño no sonaba francés… pero no iba a reprochar eso ahora.
En su cuello se lucía un collar de oro, sus ropas no parecían de la nobleza, ¿Qué misterios ocultaban aquella “Gitana” como ella había mencionado, pero termine de escucharla y recordé algo del monasterio. “Romaní” , recordé que en el monasterio el Sacerdote Vanderhoeven me mencionaba que era el encargado de leer los pergaminos con partes de la biblia que estaban escritas en Romaní yo jamás le puse atención , jamás la ponía por completo, pero si recordaba partes de aquellas largas charlas.
-¿Romaji?... y yo un…¿Sadjo? – reí por esas palabras, intente pronunciarlas como ella, no deseaba burlarme de su cultura y sus conocimientos pero aquellas palabras me llamaban la atención – Recuerdo que… en la institución donde estudiaba, había un sacerdote que hablaba sobre las biblias escritas en Romani… lo lamento pero la verdad es que no se mucho sobre aquello.
“Aquel que desea aprende también a veces tiene ganas de cubrir sus oídos para no aprender de más.”
Observe a los transeúntes que iban de puesto en puesto, compraban manzanas y verduras, algunas de las frutas eran infestadas por parásitos y moscas molestas que se paraban sobre aquellas delicias de la naturaleza. El sol pegaba un poco fuerte, pero no era como si me lastimara ni nada de eso, es más llegaba a agradarme un poco, pero solo ya que después de aquella noche en la que me salvo el ángel de la oscuridad he deseado vivir en las sombras. Pero a su vez deseaba disfrutar el sol… porque en algún momento deseaba ser como él y aunque mi ángel no me diera el Don de la vida eterna yo lo buscaría por cielo, mar y tierra.
-Señorita Roham, ¿Qué hace en este lugar?... no parece haber venido aquí para comprar – mencione al no ver ningún cesto en sus manos como la de la mayoría de la gente, via esos chicos que me habían quitado el sombrero, pero la verdad era que no quería nada con ellos, me levante e invite a la Señorita Roham a caminar conmigo por allí – Vamos, me parece interesante este lugar… ¿Me acompaña? –le ofrecí mi brazo aunque ella fuera mayor que yo, sin importar mi edad seguiría siendo un caballero de primera.
“Tristemente la belleza es como un espejo, cuando la rompes... ves lo vacía que es la pared tras de este.”
Amadeo VanderHoeven- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
Aunque sus palabras no me tomaron por sorpresa, no pude evitar abrir los ojos. Era una manera muy dulce de hablar, si bien para muchos era una mera forma de mostrar respeto. Amadeo era sumamente encantador, pero quizás fui yo la que decidió, muy en el fondo, que acabaría encandilada de él; era débil con los seres encantadores, ya lo había comprobado en el pasado, y mientras escuchaba al joven muchacho, me di cuenta que él no sería la excepción. En mis labios se formó una sonrisa inmediata, tan solo escucharle dirigirse a mi. Que travesura tan extraña era la que me había inventado con los años. No permitía a nadie saber mi nombre, a pesar de que muchos romaníes lo hacían; no constaba solo de una tradición, sino de una creencia propia de mi. En el fondo, me sentía vulnerable con todo el mundo, incluso con ese joven chico, que tenía la rodilla lastimada; no había mejor manera de herirme que obligarme a querer y adorar. Un nombre. Eso era todo lo que seguía siendo tan solo de mi propiedad.
Cada mirada, caricia y abrazo se convertía en un arma cuando la persona adecuada los aplicaba. Era un mundo peligroso donde el romanticismo había muerto en París, pero cuando conocía a alguien diferente... a alguien con la fe suficiente para mantener un rayo de luz en su alma, una parte de la mía se unía a esa persona, y me hacía pensar que no era una vida tan mala como en un principio lo creía. Sin avisar, la imagen de una mujer arrastrándome por los suelos me cruzó por la mente, como aquellas tareas que uno olvida hacer, y al final de la tarde, lo recuerda. Pude sentir como se me aceleraba el corazón antes de recomponer la expresión de mi rostro. Realmente no era un trabajo difícil, teniendo la compañía de alguien que no sabía sobre mi pasado. Sonreí de oreja a oreja cuando mencionó lo poco que sabía sobre mi gente. En realidad, no conocía a nadie que tuviera ese dato.
— Si, no me hes de extrañar. Hay muchas leyendas provenientes de algunos versículos. —mi sonrisa se convirtió en una mueca antes de agregar.— Sin embargo, yo no me considero especialmente religiosa. Supongo que... aun entre los gitanos, no encajo muy bien. —miré al suelo, donde descansaban algunas piedritas polvorientas y calientes. Tomé una de ellas y la levanté a la altura de mi cara.— Sería muy difícil saberlo todo sobre los Romaníes, pues hay muchos tipos de gitanos por ahí.
Cuando me encogía de hombros, noté que Amadeo recorría el mercado con la mirada. Hacía calor, había mucha gente y el polvo se levantaba del suelo como neblina. Resultaba un lugar ideal para perderse, pues además había cientos de puestos que se parecían entre si. Para mi desconcierto, escuché como él dudaba de mi presencia en un sitio como ese. La mayoría de los sadjos no aprobaban a los gitanos en general, ya fuera robando, trabajando o comprando; algunos, sin embargo, debían aceptar a regañadientes que nuestra influencia en el comercio podía beneficiar a los de las clases más bajas, con ropa y artículos de bajo precio. ¿Entonces por qué sería tan extraño que yo estuviese paseando por ahí? Casi divertida, acepté el ofrecimiento del joven para pasear un poco, pues aliviar la curiosidad de alguien más era un sueño para mi. Le eché un vistazo a su pierna y miré en dirección a mi puesto.
— Muy bien, querido... ¿pero te molestaría si fuesemos en esa dirección primero? —le señalaría con el dedo índice el pequeño y lejano puesto que aun tenía ropa y piedras de colores encima. No me dejaba tranquila la idea de llevar a Amadeo por un lugar tan lleno de polvo con la rodilla sangrando.— Además, por allá hay varios puestos que quizás te gustaría ver.— sonreí abiertamente:— Tan solo no te alejes de mi, o algunas de estas señoras tan amigables podría raptarte. —pese a que mis palabras podían pasar por una suave broma, tan característica de la gente de clase media, en realidad, eran un hecho irónico. Como si quisiera enfatizar mis palabras, me aferré a su brazo y susurré:— No te alejes mucho.
Cada mirada, caricia y abrazo se convertía en un arma cuando la persona adecuada los aplicaba. Era un mundo peligroso donde el romanticismo había muerto en París, pero cuando conocía a alguien diferente... a alguien con la fe suficiente para mantener un rayo de luz en su alma, una parte de la mía se unía a esa persona, y me hacía pensar que no era una vida tan mala como en un principio lo creía. Sin avisar, la imagen de una mujer arrastrándome por los suelos me cruzó por la mente, como aquellas tareas que uno olvida hacer, y al final de la tarde, lo recuerda. Pude sentir como se me aceleraba el corazón antes de recomponer la expresión de mi rostro. Realmente no era un trabajo difícil, teniendo la compañía de alguien que no sabía sobre mi pasado. Sonreí de oreja a oreja cuando mencionó lo poco que sabía sobre mi gente. En realidad, no conocía a nadie que tuviera ese dato.
— Si, no me hes de extrañar. Hay muchas leyendas provenientes de algunos versículos. —mi sonrisa se convirtió en una mueca antes de agregar.— Sin embargo, yo no me considero especialmente religiosa. Supongo que... aun entre los gitanos, no encajo muy bien. —miré al suelo, donde descansaban algunas piedritas polvorientas y calientes. Tomé una de ellas y la levanté a la altura de mi cara.— Sería muy difícil saberlo todo sobre los Romaníes, pues hay muchos tipos de gitanos por ahí.
Cuando me encogía de hombros, noté que Amadeo recorría el mercado con la mirada. Hacía calor, había mucha gente y el polvo se levantaba del suelo como neblina. Resultaba un lugar ideal para perderse, pues además había cientos de puestos que se parecían entre si. Para mi desconcierto, escuché como él dudaba de mi presencia en un sitio como ese. La mayoría de los sadjos no aprobaban a los gitanos en general, ya fuera robando, trabajando o comprando; algunos, sin embargo, debían aceptar a regañadientes que nuestra influencia en el comercio podía beneficiar a los de las clases más bajas, con ropa y artículos de bajo precio. ¿Entonces por qué sería tan extraño que yo estuviese paseando por ahí? Casi divertida, acepté el ofrecimiento del joven para pasear un poco, pues aliviar la curiosidad de alguien más era un sueño para mi. Le eché un vistazo a su pierna y miré en dirección a mi puesto.
— Muy bien, querido... ¿pero te molestaría si fuesemos en esa dirección primero? —le señalaría con el dedo índice el pequeño y lejano puesto que aun tenía ropa y piedras de colores encima. No me dejaba tranquila la idea de llevar a Amadeo por un lugar tan lleno de polvo con la rodilla sangrando.— Además, por allá hay varios puestos que quizás te gustaría ver.— sonreí abiertamente:— Tan solo no te alejes de mi, o algunas de estas señoras tan amigables podría raptarte. —pese a que mis palabras podían pasar por una suave broma, tan característica de la gente de clase media, en realidad, eran un hecho irónico. Como si quisiera enfatizar mis palabras, me aferré a su brazo y susurré:— No te alejes mucho.
Yuna Rutledge- Gitano
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
“No sé cuál es la diferencia entre ser Gitano y lo que sea, solo sé que debe ser un mundo lleno de misterios que espero aprender.”
No sabía la razón pero aquella mujer hacia relucir en mi gran curiosidad, siempre sentía que el mundo me escondía algo, como si todos se rieran a mis espaldas escondiendo un secreto referente a mí que cualquiera usaría para lastimarme, lo odiaba ya que muy en el fondo sabía que era imposible. Sus palabras me causaban gracia, pero no aquella que le daba uno cuando alguien se hacia el gracioso, si no que su paciencia para escucharme y en parte entenderme. Todos mis pensamientos acabaron en una de sus palabras “Yo no me considero especialmente religiosa”, ¿eso era posible?, en mi mundo todo era referente a aquel padre de los cielos que me dio la espalda y me castigo por no obedecer, el cual me mando a un destino cruel que me llevo a saciar el deseo carnal de los viejos que no encontraron nada mejor que hacer y me atormentaron en aquel burdel.
-mmmm…¿no crees en Dios?... –pregunte curioso ya que no había escuchado algo así antes, aunque yo había decidido alegarme de aquel padre corrupto que me dio la espalda yo no había dejado de creer en él ya que si así fuera no me dañaría tanto el pensar que me abandono - Si no eres religiosa… ¿entonces en que crees? – en esos momentos lograba darme cuenta de cómo me había afectado mi vida en el monasterio, pensaba que necesitaba de algo o alguien en que creer para seguir, para no sentirme solo aunque toda mi vida me sentí de ese modo, pero seguía pensando que debía en algún lugar existir un Dios hecho de amor y no el que castiga a quienes no cumples las normas estipuladas por la iglesia, hasta entonces yo no tenía padre, solo una madre lejana que me observaba desde su lugar en la capilla cada vez que entraba a verle, ya que, ella me observaba como un hijo, una madre siempre amara a sus hijos sin importar lo que ocurra o eso me habían enseñado pero el hecho de haber sido abandonado por la mía me dejaba mucho que dudar. Tal vez lo hizo por no poder cuidarme y pensó que al cuidado de la iglesia estaría mejor que con ella, seguramente porque una madre jamás podría deshacerse de su hijo sin sufrir luego.
-Pues… tal vez tu lugar no es con los Gitanos… ¿o acaso no puedes irte de su lado? – Odiaba el no saber nada del mundo, me hacía sentir muy perdido, necesitaba de alguien que me conectara a la tierra que me enseñara todo lo que pudiera. Todo lo que se supone cualquier pequeño sabe, pero yo había nacido encerrado donde me enseñaron lo que me quisieron enseñar, lo cual no fue mucho, ya que, para aquello entre menos supiera, menos dudaría lo cual serian seguramente menos problemas los que daría mientras creciera. Luego del Monasterio fue el Burdel y en él llegue a olvidar lo poco que me enseñaron en el monasterio, aprendí cosas que solo las cortesanas sabían, el cómo satisfacer a alguien y estuve expuesto a aquello que me enseñaron era un pecado.
“Me ataron a aquel pecado que fue mi tormento, pero luego de pensarlo bien, para muchos es la droga que les da el placer de cada día, tal vez la mejor forma de afrontarlo era volverlo el mío.”
-Aun así me seria grato entenderlo, pues, es claro que deben haber distintos, como el todo tipo de agrupación – Comente calmado mientras mi mirada buscaba aun a quienes me habían hecho caer, mi cabeza movía piezas y me hacía pensar alguna forma de vengarme. Pero las palabras de la mujer cambiaron mis planes pero no hice más que responder con una media sonrisa como si nada malo hubiera pasado, tampoco era su culpa ella no sabía lo que yo quería hacer así que solo asentí mientras respondía- ¿Por qué que hay allí?, pero claro vamos - mientras caminaba note que nos dirigíamos a un puesto con ropa y piedras extrañas con colores hermosos, mis ojos brillaron un momento al ver aquellas piedrecillas.
Mi pierna estaba tan solo un poco lastimada pero no me dolía al caminar, pero si un poco cuando mi pantalón corto le rosaba, en ese momento sentí ardor y hasta un poco de comezón el cual no calmaría ya que si me rascaba terminaría dañándome más. Mira a la mujer y no pude evitar reír un poco cubriéndome la boca con mi mano libre al escuchar sobre que me podían raptar – Siempre encuentro la forma de regresar… aunque me lleven lejos siempre termino siendo encontrado por alguien agradable como usted… - aunque tardara un poco. Acabamos por llegar al puesto que había visto de lejos y mi mirada recorrió todas las piedrecillas.
Son muchas piedrecillas…Oh alto, ¿este puesto es tuyo?... - comente mientras analizaba un poco todo, y luego acababa por sonreír de medio lado otra vez, los gitanos vendían cosas ¿no?, ella era gitana y aun no entendía lo que la diferenciaba del resto, pero seguramente lo averiguaría con el paso del tiempo- ¿Para qué son aquellas piedrecillas?... ¿tienen algún significado? – dije sin querer tomar ninguna, parecían muy delicadas y no deseaba arruinar nada de su mercancía.
Amadeo VanderHoeven- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Un ángel perdido? [Priv. Amadeo]
En raras ocasiones, especialmente en aquella época donde había una creencia comunitaria, alguien sentía una curiosidad propia del ser humano, y hacía la pregunta que yo siempre había evitado. "¿En qué crees?". Escucharlo de Amadeo, que parecía una fuente de inspiración para alguien como yo, fue incluso un poco doloroso. Sabía que debía ser extraño para él lo que yo acababa de decirle, y es que en realidad, no era algo común ni para sadjos ni para romaníes. Pensé detenidamente en qué podría responderle, mientras nuestros pasos nos llevaban al puesto que tan abandonado había dejado. ¿Debía decirle que no creía en nada? O quizás, ¿bastaría con sanjar el tema de la misma forma que mis abuelos maternos hacían conmigo? No, despreciaba esa última opción. No podía tratar a ese chico como un ignorante y bruto, que era la forma en como mis abuelos me habían tratado a mi de niña, solo por poseer la sangre de un gitano enamorado. Le debía algo mejor a Amadeo. Además, mientras lo miraba andar, pensé en algo que nunca había cruzado por mi cabeza. Oculté una sonrisa, girandome hacia otro lado, y respondí:
— En este mismo momento... creo en ti.
Sabía que esas simples palabras podían llegar a confundir más al muchacho, pero no añadí nada más. Había cosas imposibles de explicar, o más bien, que necesitaban un tiempo adecuado. Me sentía muy a gusto a su lado, de la misma forma que me había sentido con mi querido amigo de la noche; sin embargo, con Amadeo había un grave sentimiento de preocupación que me aquejaba cada vez que un hombre de mirada desdeñosa ponía sus ojos sobre él, como si quisiera robarlo o creyera que yo lo tenía cautivo. En cierto punto de nuestro caminar, puse las manos sobre sus hombros, esperando que no se sintiera muy incomodo por ello. Era posible que yo fuera demasiado paranoica sobre esos asuntos, pero lo prefería así. Escuché con atención sus palabras, y suspiré.
— Realmente no estoy con ellos. —admití, esperando que no se notara mucho la decepción en mi tono de voz.— Hace varios años que no vivo con ninguna caravana, pero de vez en cuando visito a algunos que deciden pasar una temporada en París. —me giré hacia el chico y le sonreí con una expresión más bien graciosa.— A ninguno de ellos les gusta quedarse en el mismo sitio, así que van y vienen libremente. Y yo... —miré al frente-... yo me quedo aquí.
Una vez que hubiésemos llegado al puesto donde tenía la mercancía, me sentí complacida al comprobar que Amadeo gustaba de ella. Los objetos más llamativos sin duda eran los amuletos de buena suerte y las joyas que había conseguido de otros gitanos. Todo había sido hecho a mano, si bien no había mucho oro en ellas. La lata servía muy bien como material para sujetar un cuarzo a una cadena de plata, y aunque el accesorio resultaba simple y sencillo para una dama de sociedad, era muy apreciado por las mujeres de clase media que sospechaban de un amorío por parte de su esposo. Me acerqué a mi joya favorita, la cual constaba en un largo collas de piedrecillas de río color verde jade, y en medio, una minúscula pero hermosa esmeralda.
— Vamos, cógelo, estoy segura de que no pasará nada malo. —la puse en sus manos con mucho cuidado, aprovechando el momento para retirarle un mechón más de cabello de la cara.— Creo que tienes un aura adorable, Amadeo... quizás por eso todo aquel que te encuentra desea cuidarte. Hace tiempo conocí a una persona que, seguramente, te mimaría hasta cansarse. Aunque dudo que eso fuese posible. —suspiré de nuevo.
— En este mismo momento... creo en ti.
Sabía que esas simples palabras podían llegar a confundir más al muchacho, pero no añadí nada más. Había cosas imposibles de explicar, o más bien, que necesitaban un tiempo adecuado. Me sentía muy a gusto a su lado, de la misma forma que me había sentido con mi querido amigo de la noche; sin embargo, con Amadeo había un grave sentimiento de preocupación que me aquejaba cada vez que un hombre de mirada desdeñosa ponía sus ojos sobre él, como si quisiera robarlo o creyera que yo lo tenía cautivo. En cierto punto de nuestro caminar, puse las manos sobre sus hombros, esperando que no se sintiera muy incomodo por ello. Era posible que yo fuera demasiado paranoica sobre esos asuntos, pero lo prefería así. Escuché con atención sus palabras, y suspiré.
— Realmente no estoy con ellos. —admití, esperando que no se notara mucho la decepción en mi tono de voz.— Hace varios años que no vivo con ninguna caravana, pero de vez en cuando visito a algunos que deciden pasar una temporada en París. —me giré hacia el chico y le sonreí con una expresión más bien graciosa.— A ninguno de ellos les gusta quedarse en el mismo sitio, así que van y vienen libremente. Y yo... —miré al frente-... yo me quedo aquí.
Una vez que hubiésemos llegado al puesto donde tenía la mercancía, me sentí complacida al comprobar que Amadeo gustaba de ella. Los objetos más llamativos sin duda eran los amuletos de buena suerte y las joyas que había conseguido de otros gitanos. Todo había sido hecho a mano, si bien no había mucho oro en ellas. La lata servía muy bien como material para sujetar un cuarzo a una cadena de plata, y aunque el accesorio resultaba simple y sencillo para una dama de sociedad, era muy apreciado por las mujeres de clase media que sospechaban de un amorío por parte de su esposo. Me acerqué a mi joya favorita, la cual constaba en un largo collas de piedrecillas de río color verde jade, y en medio, una minúscula pero hermosa esmeralda.
— Vamos, cógelo, estoy segura de que no pasará nada malo. —la puse en sus manos con mucho cuidado, aprovechando el momento para retirarle un mechón más de cabello de la cara.— Creo que tienes un aura adorable, Amadeo... quizás por eso todo aquel que te encuentra desea cuidarte. Hace tiempo conocí a una persona que, seguramente, te mimaría hasta cansarse. Aunque dudo que eso fuese posible. —suspiré de nuevo.
Yuna Rutledge- Gitano
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