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 En los brazos del ángel de la noche —Priv. 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marian Donovan Dom Ago 24, 2014 9:29 am


Sus pasos firmes y silenciosos iban pasando de un ala a otra de la gran Mansión de los Sthrevechvén. Cargando con la dormida y pequeña Giselle en sus brazos tras todo el camino desde el cementerio hasta aquella mansión, sus brazos ya pesaban y se resentían de cargarla por tanto tiempo. Aun así ahora no podía errar. Solo un movimiento de ella en falso, un ruido desafortunado y la encontrarían los sirvientes de la casa, con las miles de preguntas que la perjudicarían  y debería enfrentarse a los motivos que la llevaron a cometer aquella excursión nocturna en presencia de la hija de la señora de la casa, aprovechando que justo su progenitora se encontraba ausente. ¿Y qué iba a decirles? ¿Qué había cumplido el deseo de la inocente niña de llevarla a ver la tumba de su padre? ¿Lo mismo que su propia madre le negaba?

La joven suspiró y siguió con sus pasos silenciosos, acallando con suerte al perro faldero de la familia antes de que este se dignara a ladrar avisando de la intrusión. — Mia… soy yo. —Le dijo en voz baja acariciando con una mano efímeramente la cabeza peluda y blanca de la caniche. La perra le dio unas lametones y la siguió por detrás hasta el cuarto de Gisella, donde antes que nadie tomó lugar a los pies de la cama donde se tumbó, preparada para vigilar el sueño del miembro más pequeño de la familia. Bianna sonrío al verla y con cuidado, tras correr una de las sabanas de seda, la acomodó desabrochándole las cintas del vestido el cual quito con suavidad, sin despertarla. Tras desvestirla, agarró el pijama de la niña y se lo puso, siendo un fino camisón blanco el que cubrió su infantil cuerpo. Al terminar la tapó con la sabana y antes de soplar la vela y dejar sumida en la oscuridad aquella habitación, volvió a observar con la mirada aquella marca de un beso en la frente de la pequeña, la que con sus dedos borró y cambió por un beso suyo.

Buenas noches, pequeñas. —Les susurró tanto a Gisella que seguía durmiendo como a la guardiana canina que por como lucía de tranquila, parecía encontrarse a punto de adentrarse en la puerta de los sueños. Con una dulce sonrisa curvando sus suaves labios, terminó de despedirse y tras soplar la llama de la vela, cerró la puerta tras de sí con suavidad, yéndose hacia su propia habitación, unos pasos más lejanos que el de ella.

Al llegar ante su puerta, la abrió y cerró tras de sí al entrar. Respiró hondo y adentrándose en el dormitorio que ahora ocupaba, dejó la vela en una de las mesillas, alumbrando tenuemente el lugar. Con temor observó cada uno de los rincones de las paredes y hasta salió a la ventana, donde dio una ojeada a los alrededores vigilando que nadie la hubiera seguido hasta allí. Desde el incidente una hora antes en el cementerio, a pesar de haber salido sana y salvas de allí, algo la hacía temer de aquel ángel que las había protegido. Sin embargo a la vez causaba en ella un intenso sentimiento que la hacía buscar y extrañar la voz profunda y rasposa de hombre que aquel ser protector poseía. Era tan extraño que tras unos instantes de contemplar por la ventana, volvió sobre sus pasos hasta quedar frente a su tocador, donde empezó a desabrochar las cintas de su vestido, desnudando su cuerpo con lentitud, a la luz de la tenue vela, hasta que una ráfaga de viento que entró por la ventana apagó su llama y sumió a la joven en la oscuridad traicionada solo por el reflejo de la luna en la noche.

Bianna se tensó y tras aquel movimiento inconsciente de su cuerpo, el aire acarició una última vez su cabello en una suave caricia antes de desaparecer, dejándole una sensación similar a cuando el dueño de aquella voz protectora se había acercado a ella. — Ángel mío…. ¿Sois vos? — Preguntó a tráves de sus pensamientos sin atreverse a poner voz a sus pensamientos y hacerle huir. Dando la espalda a la presencia que sentía cercana a ella, se cubrió con los brazos, ocultando los senos desnudos del reflejo del espejo, en el que ella se reflejaba pero en el qué no conseguía ver al hombre que la observaba desde las sombras. El cual provocaba que sin explicación alguna, su piel solo de imaginarle, se erizara. — ¿Estáis realmente aquí…?
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 En los brazos del ángel de la noche —Priv. Empty Re: En los brazos del ángel de la noche —Priv.

Mensaje por Bernard Liusse Dom Sep 14, 2014 11:13 am

Se había escondido, entre las sombras de los mausoleos, mientras Bianna, se incorporaba e iba en busca de la pequeña, que dormía en la tumba de Maryeva. No quería  que esa hermosa criatura lo contemplara, así, cubierto de sangre, polvo y muerte. La siguió como una sombra, por las diferentes calles, caminando a distancia prudente o desde las cornisas de los edificios, presto a auxiliarla si fuera necesario. Se enojó con su preocupación por una total extraña, - y tú que le debes, ¿acaso ella es algo para ti? -  se reprendía, pero seguía allí, cerca, custodiándola. Cuando se aseguró que la joven entraba a una residencia y que ningún maleante la hubiera seguido, saltando de techo en techo, cubrió la distancia -  la cual no era tanta -  hasta su propia mansión.

Entró por los jardines, aquellos que colindaban con el bosque, en un extremo de esa fastuosa propiedad, existía un pequeño arroyo.  Con presteza, como si la sangre que se secaba en su piel le quemara, se desnudó, entrando a las refrescantes aguas cristalinas, que pronto se riñeron de rojo, por la sangre que se desprendía del cuerpo vampírico. Luego de limpiarse bien, se volvió a poner los pantalones, dejando desnudo su torso, el que iluminado tenuemente por los rayos de luna marcaba la musculatura y la marca que dejara  el arma que usara Killer Bee, para matarlo. Si no hubiera sido por su madre, él estaría junto a su amada esposa. Pero ahora las había perdido a ambas. Volvió a jurarse no amar a nadie más en su vida, porque parecía que a todo el que amara, lo condenaba a la muerte. Negó con la cabeza, esa chiquilla no podía, ni debía entrar en su mente, en su corazón.  Cavilando en todo eso, entró a la mansión, su  mayordomo le esperaba, algo sorprendido, -¿qué sucede mi señor?-,  el semblante de su amo, le decía que algo no andaba bien, aquel hombre al que poco o nada le interesaba  el mundo, había regresado taciturno, y ya bañado, - nada bueno puede traer esto -  pensó el anciano.– Señor ¿desea que le ayude en algo? -  Pero Cosimo ni le contestó, a pesar del gran aprecio que tenía por el anciano, su mente estaba perdida en el recuerdo de ese ser angelical. Le parecía que hasta podía oír el dulce cantico del latido de su corazón, - eso es imposible-, se dijo mientras entraba a su habitación y se cambiaba de ropa, más cómodas y ligeras.

Había decidido no salir más, por esa noche. Pero cuando se terminó de poner los pantalones y prender la camisa blanca, volvió a recordar como la joven lo había llamado, - Ángel – sonrió, pensando en lo ingenua que era aquella criatura, él lo que menos podía llegar a ser era un ángel. Había cometido, en esos cinco años de inmortal, miles de asesinatos por distintas razones de los que no se arrepentía. Lo había hecho  para alimentarse, por venganza, por justicia, - si hasta estuve a punto de matar a una mujer, por creer que era la amante de mi cuñado –  caviló, sintiéndose un miserable. ¿Cómo alguien podría llamarlo Ángel? Negó con la cabeza mientras se tiraba en el lecho, con la intención de solo dejar que la noche transcurriera silenciosa, tranquila. Con las manos bajo su cabeza, la mirada al techo, las piernas levemente flexionadas, meditaba en lo que había pasado esa noche.
 
De pronto recordó que había dejado su montura cerca del cementerio, - demonios – se reprendió – tendré que irlo a buscar antes de que la noche pase y se  haga imposible – en verdad era una tonta escusa y él bien lo sabía. De seguro el brioso animal ya estaba en los  establos, ya que si él lo dejaba en alguna parte, el caballo simplemente volvía a su hogar. Sonrió, contento por haber encontrado una excusa para salir nuevamente. Se levantó de un salto, calzó sus botas, arregló sus cabellos y decidió volver a la mansión de la joven,  de la misma manera como había vuelto a su propia residencia. Pronto se encontró ante el balcón que debía ser  de la habitación de la joven. Cerró los ojos y pudo escuchar cada movimiento que ella hacía. Un escalofrío cruzó su espalada, las ansias de cazar, y la necesidad de expulsar al demonio en que se había convertido en ésos cinco años de noche y soledad.

Tuvo que esconderse tras la puerta cristalera, cuando ella la abrió y se asomó al balcón. El aroma a la piel de la humana, llegó a sus sentidos y cerró instintivamente los ojos, los colmillos se deslizaban, mortales, buscando sobresalir para atacar a su nueva víctima.  Las líneas de su entrecejo se marcaron, por la ira contenida, no quería ser un demonio, no deseaba causar miedo y menos a un ser tan puro como Bianna.

Encontró un poco de serenidad cuando, ella volvió a entrar. La puerta estaba entreabierta y observó cómo se desvestía, su mente se turbó, no podía decir que hacía mucho tiempo no veía una mujer desnuda, pero que le causara esos pensamientos y sensaciones  lo descolocaron. Su mente y su cuerpo estaban en conflicto, y eso no le agradó, hasta llegar a  enfurecerlo. Bien sabía que  no deseaba ser débil, no podía darse el lujo de permitir que llegara a su corazón, porque no soportaría perder a otro ser  que amara.

Por eso se deslizó dentro de la habitación y con un movimiento veloz, como si con su pensamiento hubiera podido apagar la vela, aunque no era así, se quedó en la oscuridad. Él podía observarla, pero a ella no le sería tan fácil. No supo porque, se paró tras de ella, con sus manos acarició los sueltos cabellos que cubrían la espalda femenina. — Ángel mío…. ¿Sois vos? — le dijo la  joven mentalmente, a lo que él, negando con la cabeza se apartó de ella, -¿Qué estás haciendo Cosimo? ¿Por qué te niegas a la soledad? -  se dio vuelta, dando le la espalda, proporcionándole privacidad - ¿cúbrete… pequeña? -  susurró, arrepentido de haber llegado a esa habitación, - solo deseaba saber que estuvierais bien… ahora debo marcharme -, caminó despacio a la puerta entre abierta, como si las piernas le pesaran, no podía quedarse, pero su cuerpo y su mente no querían dejarla.
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Mensaje por Marian Donovan Lun Sep 29, 2014 4:12 am

Los ojos de la dulce joven seguían en aquel espejo, intentando ver sin ver nada más que su propio reflejo en él. Sin embargo, lo sabía. De alguna forma sentía aquella misma presencia que había sentido tan cerca de ella en el cementerio, cuando los salvó. Fue por eso que a pesar de no ver nada, mantuvo la fe en que lo que sentía proviniera de él. ¿Con quien más podría sentirse segura de estar desnuda y a oscuras en una habitación? De ser un ladrón, violador o asesino; un monstruo estaba segura que para entonces yacería en el suelo fría como el mármol. Y allí seguía, por lo tanto no era un ser maligno. ¡No podía serlo! Aquel ángel suyo no podía ser más que su guardián protector bajado de los cielos.

¿Sería él?

Sintió una nueva caricia en su cabello y cerró los ojos. Si no podía verle con los ojos abiertos, quizás en el mundo de los sueños, en su mente conseguía verle. Descubrir finalmente a su salvador. En su espalda seguía el cosquilleo de sus dedos acariciándola, aquella fría caricia y sonrío mucho antes de oírle la voz y entender que estaba allí con ella. — Ángel… — susurró al oír su voz en un suspiro dulce de sus labios. Se aferró a aquella voz y frunciendo el ceño tras oír su sugerencia u orden, negó abrazándose más a sí misma. ¿Por qué debería vestirse? ¿A caso los ángeles sentían vergüenza de ver los cuerpos desnudos allá en el cielo? — No… no deseo cubrir mi cuerpo,  no tengo frío. Si estáis aquí no tengo frío. —repuso ella con suavidad, en apenas un susurro esperando que su negativa no hiciera enfadar al joven. Al oír las últimas palabras simplemente se volteó aterrorizada ya con los ojos abiertos. Sus ojos buscaron su silueta, su sombra… cualquier señal que le evidenciara que estaba allí con ella y cuando le vio de espaldas, siendo su figura recortada por la luz de la luna apresuró a llegar a él y a abrazarse a su espalda. Deteniéndolo. Esperando que fuera suficiente para hacerlo desistir. Aquella noche no deseaba dormir sola y aún debía agradecerle el haberle salvado.

Por favor no os vayáis ángel… Quedaros conmigo, habladme. — Suplicó abrazada a su espalda deteniendo así sus pasos hacia la puerta.— Acompañadme en mis sueños.

Bianna por unos instantes sintió rigidez en el cuerpo ajeno, el cual ahora se le antojaba muy real, como el aroma masculino que provenía de él. ¿Todos los ángeles olían así de bien? Se preguntó cerrando los ojos contra la piel fría masculina, rezando y esperando que este decidiera quedarse con ella un poco más.  Acariciando con su nariz la camisa del vampiro, aprovechando que se había detenido finalmente, cambió de lugar terminando plantándose frente a él. Esta vez la luna incidía por completo en su cuerpo, más no en él que había vuelto a ser oculto entre las sombras de la habitación tras que ella se interpusiera entre la luz de la luna y él. Aun así sintiéndole, se abrazó a él confiada e inocente, confiando por completo a él. —Por favor quedaros esta noche conmigo y dejadme recompensaros por lo que habéis hecho. Nos habéis salvado la vida... y no sé cómo podré algún día pagaros por ello. Saldar esta deuda… — susurró contra el pecho masculino y alzando la vista hacia los ojos que estaban fijos en ella, se puso de puntillas y de forma suave, le besó. Sin miedo, ni temor alguno, solo con la calidez y la inocencia de unos labios que besan por primera vez.
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